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a maestra de jardín de niños Johanna odia el Día de San Valentín. Odia el romance, odia el comercialismo, y definitivamente odia la subasta anual de caridad de su escuela. Nunca espero tener en su noche en la tierra de las copas previa a la subasta, a un sexy británico en su cama. O que ese británico apareciera en la subasta, pujara miles solo para hablar de nuevo con ella, y se pusiera de rodillas delante de todos y le pidiera que se casara con él.

El Vizconde Damon Haymes nunca ha conocido a nadie como Johanna. Ella es neurótica, fascinante y divertida. Tampoco se preocupa por su título y no quiere su dinero, lo que hace a Johanna perfecta para cumplir con una cláusula sorpresa en el testamento de su padre: casarse en un plazo de tres meses y permanecer casados durante un año, o perder su fortuna. Una relación está fuera de discusión, pero cuando las pasiones se encienden y los dos se enamoran, su matrimonio de conveniencia se convierte en todo lo contrario.

Sinopsis Capítulo Uno Capítulo Dos Capítulo Tres Capítulo Cuatro Capítulo Cinco Capítulo Seis Capítulo Siete Capítulo Ocho Capítulo Nueve Capítulo Diez Capítulo Once Epílogo Diane Alberts

Traducido por Itorres Corregido por Lizzie Wasserstein

A

l momento en que se dio vuelta, Johanna lamentó la última noche. No era solo la luz brillante apuñalando a través de su ventana y directamente a sus ojos. Ni siquiera era el fuerte dolor de cabeza lo que la hizo bastante consciente de que había bebido todo el contenido de la barra la noche anterior. Demonios, ni siquiera fue que era el día de San Valentín, la única razón por la que ella y sus amigos habían decidido brindar por la ciudad con un montón de bebidas y menos baile, por parte de ella, de todos modos. No, eran los brillantes ojos verdes y el hermoso rostro devolviéndole la mirada, y la pequeña sonrisa palpitando pesadamente en sus labios llenos. Hijo de puta. —Oh —dijo Johanna—. Oh, mierda. —Hola, qué tal. —Acento británico. Su debilidad—. Lo siento, pero no recuerdo tu nombre. Soy… Levantando una mano, gimió y se sentó, jalando la sábana sobre su pecho. Su cadera se frotó contra algo duro y caliente, y con basto vello corporal. Dispárame. Dispárame ahora. —Probablemente no compartimos nombres —respondió—. Mira. No suelo hacer esto. Vamos a saltar la mierda incómoda y decir adiós. Los labios de él se arquearon.

—Para alguien que no hace esto muy a menudo, seguro que tienes el discurso de “lárgate con todo y tu mierda fuera de mi apartamento”, bien entendido. Lo observó fijamente. La mirada fulminante que podría intimidar a cada estudiante de jardín de niños al que le hubiera enseñado alguna vez, tuvo un efecto nulo sobre él. Él solo le devolvió la mirada, levantando una ceja. —Por favor —dijo. La mortificación la hizo decir un brusco—: Sal de aquí. Él se rio entre dientes. —Ustedes los americanos son bastante mandones, sabes. Ella escondió el rostro entre sus rodillas levantadas. —Síp. —¿No sabes quién soy? Resopló y puso los ojos en blanco. Típico macho egoísta. —¿No cubrimos eso ya? Oyó una risita, seguida por el roce de ropa. Un vistazo. No, no mires. No mires en absoluto. No podía. No era ese tipo de mujer. Contuvo la respiración y mantuvo la cabeza baja hasta que oyó el roce de una cremallera. Cuando levantó la vista él estaba de pie junto a su cama, ofreciéndole una tarjeta de presentación. —Si alguna vez quieres… —Nop. Quédate tu tarjeta. Él negó con la cabeza. —Feliz Día de San Valentín. Sus dedos se apretaron contra una almohada. Otra palabra de su boca, y ella iba a tirarla a su cabeza.

—Sí. Igual para ti. Dándole una última mirada persistente, se fue. Ella contuvo la respiración hasta que oyó que la puerta delantera se cerraba. Aspiró una bocanada de aire y se desplomó sobre la cama. Santa mierda. ¿Quién había sido él? Quienquiera que fuese, había sido absolutamente delicioso, y esperaba nunca volverlo a ver. Ella era solo esa chica para él, ahora. Bueno, tanto como una reticente profesora con TOC1 podría ser siempre esa chica para cualquiera. Clásico. La primera vez que se permitió perderse, y ni siquiera podía recordar lo que había hecho. Una ducha caliente no ayudó, o alivió su dolor de cabeza gritando. Demonios, tampoco lo hizo el café, Motrin2, o la ropa limpia, y para cuando Johanna tuvo que ir al trabajo ya estaba dispuesta a matar a alguien. Cualquier persona. Para colmo, la Primaria Rowling parecía una pesadilla. Corazones de papel rojo por todas partes. Serpentinas. Alegres canciones de amor en el intercomunicador, añadiendo sus agudas notas al enloquecedor sonido de las campanas. ¿Sería realmente tan malo si se establecía que todo el lugar estaba incendiándose? Que se joda el Día de San Valentín.

El Vizconde Damon Haymes sacó la invitación del caos de papeles en su escritorio y la miró con consternación.

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TOC: Trastorno obsesivo-compulsivo. Motrin: Analgésico.

—¿No puedo simplemente enviarles el dinero? —preguntó—. Parece desagradable comprar a una mujer para la noche. Y en la noche de San Valentín, de todas las noches. —Ese es el punto. —Extendiéndose en el lujoso sofá de cuero, Jeff sonrió—. Todas esas mujeres necesitan algo para distraerlas de sus vidas melancólicas en una noche cuando todos se están relajando. —Eres un idiota —dijo Damon, reprimiendo una sonrisa—. Un idiota que desafortunadamente tiene razón. Todavía no veo por qué no puedo donar el dinero y marcharme. Maldita sea, dudo que cualquiera de estas mujeres esté debajo de los sesenta años. —Nunca se sabe. Puede que tengas suerte. —¿Con una octogenaria? Dios, detesto estos asuntos. —Sip. Pero todo es por el bien común. —Lo dice el hombre que no tiene que ir —murmuró Damon en voz baja. —Tu padre amaba estos eventos —dijo Jeff. —Estoy seguro de que lo hacía. Pero cuando mamá murió, solo pasó los últimos tres años tratando de mantenerse ocupado. —Los ojos de Damon ardieron ante el pensamiento de sus padres. Aunque su padre había muerto hace apenas seis meses, todavía sentía la pérdida de ambos con demasiada fuerza—. Supongo que podría averiguar por qué, ahora. Jeff le dio una sonrisa triste. Se aclaró la garganta y dijo: —Así que vas a hacerme venir y preguntar. ¿Qué pasó anoche? ¿Quién era ella? ¿Por lo menos estaba buena? Damon contratacó con una sonrisa. Déjale a Jeff cambiar de tema ante la primera señal de emoción. —No sé, no sé, y no necesitas saberlo. —Auch, ella apestó, ¿eh? —respondió Jeff, apoyando el codo en su pierna—. ¿No supo manejarse en el cuerpo de un británico? Los

hombres americanos son muy diferentes, he escuchado. Los británicos son pálidos y escuálidos. A diferencia de mí. Damon miró su propio vientre plano y arqueó una ceja. —¿En serio? —Sí. Solo mírate. Es enfermizo cuan escuálido eres. —Jeff le dio una mirada—. Las chicas tan calientes como esa necesitan hombres de verdad. Hombres que sepan cómo tratarlas entre las sábanas. Damon se puso en pie, dando un paso más cerca de Jeff. Se alzaba sobre su mejor amigo por lo menos por trece centímetros. —Pareces estar un poco confundido. Jeff se rio y golpeó su hombro. —Entonces, ¿qué pasó? —Ella no tenía ni idea de quién era yo —dijo Damon. —Sí, claro —se burló Jeff—. ¿Una buena actriz, quieres decir? —No. —Damon se le quedó viendo—. Ella se despertó, me vio y me dijo que me fuera con todo y mi mierda. Ni siquiera me dijo su maldito nombre. Jeff parpadeó y se echó a reír histérico. —Mierda —se las arregló para decir—. ¿Te e… te echó? Damon apretó los puños, los hombros rígidos. Gruñendo, golpeó el hombro de Jeff. —Si no paras... Silbando, Jeff se desplomó en una silla y se frotó los ojos. —Tengo que conocerla. Llévame con ella. Damon puso los ojos en blanco.

—Realmente, ¿por qué me molesto contigo? No me dio su maldito nombre. Apenas me dijo una sola palabra, aparte de “sal de aquí”. Dudo que la vea de nuevo. —Es una pena. No es frecuente que llegues a ser normal. No puedes irte sin más a la mierda sin alguien jadeando detrás de ti. Damon se encogió de hombros, apretando su mandíbula. La mujer le había intrigado en más de un sentido, y eso le molestaba, se había negado a pensar siquiera en volver a verlo. ¿Qué había hecho para que ella lo rechazara tan duramente? Habían tenido una noche de satisfacción sexual mutua, y sabía que ella lo había disfrutado, agradecido; entonces, ¿por qué había sentido la necesidad de deshacerse de él tan rápido? Forzó una sonrisa. —No es gran cosa. Nos divertimos. Se acabó. Estoy seguro de que encontraré otra chica muy pronto. Después de todo, ellas amaban lanzársele encima. Jeff se mordió el labio inferior. —Siempre podría hacer algo de investigación. Averiguar de qué familia es. Damon alzó la mano. —No es de una familia que conoceríamos. Vivía en un pequeño apartamento en el otro lado de la ciudad. No en una mansión. —Aún podría averiguar… —No. —Damon se pellizcó el puente de la nariz—. Vamos a alistarnos para este maldito evento de caridad para que pueda irme a mi jodida casa. Tengo un maldito dolor de cabeza. —Tal vez haya una profesora caliente allí, esperando a ser rescatada —dijo Jeff—. Estoy seguro que la hay. —Estás enfermo.

—Lo sé. Ah, por cierto, he terminado el papeleo que dejaste en mi escritorio. Puedes proceder —dijo Jeff. Damon sonrió. —Bueno. Todas esas palabras golpeándome juntas me hacían doler la cabeza. —Se llama documento legal. Se supone que tiene palabras, no imágenes. —Jeff negó con la cabeza. Un golpe en la puerta los interrumpió. Damon levantó una ceja. —¿Estás esperando a alguien? —Nop. Encogiéndose de hombros, Damon abrió la puerta. Un hombre, vestido con un traje y con un maletín, se cernía afuera. Sudor alineado en su labio superior, y sus ojos revisando toda la habitación. Inmediatamente, Damon supo que él no le gustaba, pero forzó una sonrisa amable de todos modos. —¿Puedo ayudarlo, señor…? —Sr. Johnson. Soy abogado de la firma de su padre. Tengo que hablar con usted acerca de su testamento. —Entregándole a Damon una tarjeta de presentación, el abogado de corta estatura bordeó sustancialmente la mayor parte del cuerpo de Damon como un ratoncito asustado. Damon cerró la puerta, sacudiendo la cabeza con disgusto. No reconocía al hombre, pero él debe haber sido alguien importante si había pasado la seguridad. —¿Qué pasa ahora, Sr. Johnson? Algún otro detalle trivial que se deslizó a través de las grietas de las otras diez veces que me leyeron el testamento. —Su maldito abogado siempre encontraba algo "importante" que informarle, pero ¿por qué enviar un lacayo esta vez? Como si malditamente le importara.

—Vizconde Haymes, este asunto es… —Johnson se aclaró la garganta, jugueteando con su maletín—, muy delicado. Tal vez deba sentarse. —Preferiría estar de pie —dijo Damon fríamente. Con un bufido, Jeff tomó los papeles de Johnson y los escaneó. Palideció. —No, Damon —dijo, hundiéndose en la silla más cercana—. Realmente es necesario que se siente para esto.

Traducido por veroonoel (SOS) y martinafab Corregido por Lizzie Wasserstein

J

ohanna bebió otra copa de champán, se alisó su vestido negro de satén, y se dijo a sí misma que no estaba tratando de emborracharse… de nuevo. ¿Por qué querría estar borracha, de todos modos? No era como si estuviera a punto de prostituirse con un puñado de ricos de sesenta y algo con más dinero que higiene personal. No era como si el vestido mostrara cosas que preferiría mantener escondidas detrás de una falda de tubo y una austera blusa. Y no era como si Tim fuera a estar aquí esta noche, sonriendo con esa sonrisa de multimillonario como si no lo hubiera sorprendido follando a una cliente. Si siquiera pensaba en hacerle una oferta esa noche, le cortaría su huevo izquierdo. Dios, odiaba estos eventos. Dejando caer pesadamente su copa vacía, se inclinó cerca de Sara. —Lucy luce como si viniera a enganchar un marido. —¿Tú no lo harías? Rico, viejo, y solo necesitaría estirar una mano debajo de su falda para correrse. Vale la pena el inconveniente. —Sí, claro. Que comiencen las ofertas. ¿Viejo Número Uno, o Viejo Número Dos? —Quizás el que se está rascando la axila se lanzará en picada y robará a Lucy —susurró Sara, haciendo un gesto a la mesa más cercana—. Nunca sabes. Parece bastante luchador.

El hombre en cuestión cerró sus ojos y dejó escapar un ronquido. Sara y Johanna sofocaron unas risitas detrás de sus manos. —Oh, casarme.

Dios —murmuró

Johanna—.

Esto

es

horrible.

Necesito

Sara chasqueó la lengua, lanzándole una mirada dolorida a Johanna. —¿Y dejarme aquí sola? Diablos, no. Estamos juntas en esto. Hasta que la muerte nos separa. —No recuerdo haber dicho “Sí quiero” —susurró Johanna. —¡Y la adorable señorita es vendida por trescientos dólares! —gritó el presentador, señalando a la mujer con aspecto incómodo en el escenario, como si no fuera obvio de quién estaba hablando. Idiota. El horrible audio crujió a través de la sala débilmente iluminada. Johanna aplaudió amablemente cuando Lucy bajó del escenario; los reflectores se mantuvieron en Lucy todo el tiempo. Johanna tiró del dobladillo de su vestido hacia sus rodillas, pero aun así no llegaba ni cerca de la zona general de lo apropiado. Johanna murmuró: —No puedo creer que dejara que me pusieras en esta cosa. —Te ves caliente, y lo sabes. —No, no me veo caliente. Luzco fría. E incómoda. ¡Y mi vestido es irregular! —Se supone que sea así, tonta —dijo Sara. —Sí, lo que sea —se quejó Johanna. Sara sonrió, haciendo un gesto hacia el escenario. —Eres la siguiente. Sonríe y luce feliz. —Te odio en este momento.

Tomando una profunda respiración, Johanna se tomó de un trago el champán sin tocar de Sara. —Siguiente en subir —gritó el locutor—, tenemos a la tan popular Johanna Thomas. El año pasado, el Sr. Fortens ofertó seiscientos dólares por ella. ¿Quién se ganará el placer de su compañía esta noche? Plasmando una sonrisa, Johanna se puso de pie y se abrió camino hacia el escenario. Trató de ignorar el frenético latido de su corazón. Si le quedaba algo de suerte, lograría pasar la noche sin tener que ver… —Trescientos dólares, por los viejos tiempos. Síp, estaría en la cárcel a medianoche. —Trescientos dólares para el Sr. Tim Smith. ¿Me dan trescientos cincuenta? Johanna le frunció el ceño a Tim. —Trescientos cincuenta al caballero en el fondo. ¿Me dan cuatrocientos? —Una ligera pausa. Tim levantó su mano, y Johanna pisoteó el piso con su pie—. Cuatrocientos dólares para el Sr. Smith. ¿Cuatrocientos cincuenta? Por favor, Dios, deja que alguien supere la oferta del bastardo. Cualquier persona. Diablos, inclusive tomaría al tipo viejo contando su efectivo. Atrapando su mirada, le sonrió; dejó que pensara que esa sonrisa significaba que obtendría más de lo forzado, una educada conversación durante la cena, siempre y cuando hiciera una oferta suficiente como para hacer que el avaro de Tim se rindiera. —Cuatrocientos cincuenta alguien? —gritó el presentador.

para

el

Sr.

Davis.

¿Quinientos,

Tim sonrió, levantando su mano. —Quinientos para el Sr. Smith. ¿Me dan quinientos cincuenta?

El viejo hombre se encogió de hombros, metiendo su dinero y bebiendo su bebida. La desesperación se arrastró a través de ella como un cuchillo. Tendría que sentarse al lado de Tim y no arrancarle los ojos. Este sería el peor Día de San Valentín de la historia. —A la una… a las dos… —Ofrezco dos mil dólares —gritó una voz desde un costado. El acento británico se apoderó de ella. Se dio vuelta. Unos ojos verdes se encontraron con los de ella a través de la habitación, sus labios fruncidos fuertemente. Lucía… enojado. Oh, Dios. ¿Podría esta noche ponerse peor? Por supuesto que la subasta resultaría en que los únicos dos hombres que alguna vez había follado se pelearían en público por ella. Si alguna vez una chica deseaba que el suelo se abriera y la tragara, tenía que ser Johanna. —Mira, maricón, estás en Estados Unidos ahora, y jugarás con nuestras reglas. —Tim fulminó con la mirada a su “rescatador”—. Tendrás que trabajar para ganar la subasta. —¿Debo hacerlo? —Su aventura de una noche se volvió hacia el presentador, levantando una perfecta ceja—. Estoy dispuesto a doblar la cantidad. Por el bien de la caridad, por supuesto. —Por supuesto. —La voz del presentador hizo eco, sonrojándose—. Estaríamos encantados de aceptar su-su generosidad. Cuatro mil por la encantadora Johanna Thomas, para el Sr.… uh, ¿Sr…? —Vizconde Haymes… pero no dude en llamarme Damon. Hizo una reverencia. Un silencio se apoderó de la multitud, y la gente comenzó a susurrar detrás de sus manos. Damon suspiró antes de volverse hacia Johanna, sonriendo despreocupadamente. —¿Lista, Johanna? Sara atrapó su mirada, y Johanna se encogió de hombres. Al diablo con ella. Sus piernas temblaban tanto que sería afortunada si lograba bajar del escenario sin caerse y ridiculizarse. Los malditos reflectores cegándola ciertamente no mejoraban las cosas.

Tomó la mano extendida de Damon y, con su sonrisa sujetada firmemente en su lugar, murmuró a través de sus dientes: —¿Estás loco? Acabas de desperdiciar cuatro mil dólares en mí. Damon barrió sus ojos por su rostro y pecho. Cuando ella se sonrojó, él sonrió y dijo: —¿Desperdiciar? Creo que no. Dejó que la guiara fuera del salón hacia la sala de banquetes. —Anoche me tuviste gratis, y… —Ven aquí, Johanna. Tim clavó los dedos en su codo y la apartó de Damon. Lo miró, liberándose de él. —Suéltame. —Deberías pertenecerme. Te conseguí honestamente —gruñó Tim. Damon se acercó, por encima de ellos, su mirada parpadeando entre Johanna y Tim. —¿Hay algún problema aquí, Johanna? —Sí —dijo entre dientes—. Tim es un idiota que no entiende el significado de “sal de aquí y mantente al margen”. —¿En serio? —Damon examinó sus uñas, luego le ofreció su mano a Johanna con una mirada fría—. ¿Vamos, entonces? Johanna deslizó su mano en la palma que esperaba. —Seguro. Tim se acercó más para gruñir: —Esto aún no se ha terminado. La mano de Damon apretó la suya. Giró sobre sus talones y se dirigió hacia Tim. —Le sugiero que se fije en sus modales en presencia de las damas.

—¿Dama? —se burló Tim. Johanna sacudió a Damon hasta detenerse. —No te preocupes. No vale la pena el problema. Con una última mirada persistente hacia Tim, Damon pasó rozándolo y escoltó a Johanna a un comedor privado reservado para los ganadores de la subasta. Una vez que estuvieron fuera del alcance del oído, habló: —¿Quién era ese insufrible tonto? Johanna evitó sus ojos, arrugando la nariz. —Un ex —admitió a regañadientes—. Uno que no acepta un no por respuesta. Gracias, supongo. Incluso tú eres mejor que soportar otra cita con él. —Bueno, gracias. Creo. —Sus labios se arquearon—. Me alegra ser útil. ¿Nos sentamos? Damon sacó una silla de la mesa más cercana, que estaba cubierta de pétalos de rosa e iluminada por pequeñas velas de té que rodeaban una licorera de cristal. Cerca de allí, una orquesta tocaba música suave. —Gracias —murmuró ella. Una vez que él parecía haberse instalado, levantó una ceja—. Así que... vizconde, ¿eh? Un camarero les sirvió vino, después se fue cuando Damon le hizo un gesto para que se retirara. Damon parecía tan regio que ella no tenía ningún problema en imaginarlo en un castillo junto a una reina. Junto a las malditas coronas de joyas. Oh, ¿por qué se había acostado con él? Se sentía como una... como una palurda. —Sí. ¿Es un problema? —Él tomó un sorbo de vino, mirándola por encima del borde, con los ojos cálidos y acogedores—. Anoche no pareció molestarte. —No sabía quién o qué eras anoche. —Sus mejillas se calentaron. Ella rozó los dedos a lo largo del pie de su copa de vino—. Por eso no fue un problema.

—Como dijiste, “oh, mi Señor” las suficientes veces anoche pensé que sabías todo sobre... —Oh, Dios mío. ¡Cállate! —susurró ella, mirando por encima del hombro. ¿Alguien lo había escuchado? Dios, esperaba que no. Volvió a mirar a Damon y bloqueó la mirada con sus ojos chispeantes—. Eres horrible. —¿Qué? Es verdad. —Él se inclinó más cerca—. Y entonces, ¿por qué me echaste? —Ya te lo dije. —Tomó un fortificante sorbo de vino antes de continuar—. Yo no soy de las que hacen toda la escena de una sola noche. No es mi estilo. —¿Entonces por qué lo hiciste? —Día de San Valentín —espetó. Jugueteó con su servilleta. Cuando él arqueó las cejas, continuó—. No me gusta estar sola en un día cuando todo el mundo está paseándose con sonrisas tontas y ridículas flores. Y chocolate. ¿Por qué tengo que tener un novio para que me den flores y chocolate? Puedo ir a comprarlos yo misma. —De hecho, podrías. —Él sonrió—. ¿Qué tiene que ver algo de eso con nosotros? —No hay un nosotros. Anoche, las chicas y yo salimos para celebrar que estamos solteras... —¿A pesar de que te gustaría tener a alguien que te comprara cosas hoy? —No. Pero donde sea que mires, ves sonrientes parejas felices metidas en tu cara, el día como que apesta. —Ya veo. Así que, ya que odias el día de hoy, saliste a beber para celebrar que lo odias. La noche anterior del día actual. —Sí. Teníamos que estar aquí esta noche, para la subasta. —Ella se encogió de hombros—. Había bebido unos cuantos tragos, me descuidé un poco, y entraste... tú. Gracias a Dios, por el camarero. Johanna fue salvada, o eso pensó.

La sonrisa de Damon se amplió, y levantó un dedo para mantener al camarero acorralado. —¿Qué pasó cuando entré yo? —Creo que lo recuerdas —le espetó ella. Hizo un gesto hacia el camarero—. ¿No deberíamos pedir? Parece que está a punto de llorar. O escupir en nuestra comida. Ninguna suena atractiva. —Estoy más interesado en saber cosas de ti —respondió Damon. Se encontró con los ojos del camarero a través de la habitación, inclinando la cabeza—. Pero si insistes. —Cuando el camarero llegó a su mesa, Damon dijo—. Ambos tomaremos el filete miñón y papas. La ensalada con aderezo de la casa está bien. El camarero se marchó presuroso y Johanna le dirigió una mirada a Damon. —Soy vegetariana. —Oh. Lo llamaré de nuevo. —Damon comenzó a levantarse. Johanna se rio. —Te estaba tomando el pelo. —Hm. —Tomó un sorbo de vino, sus ojos sin apartarse de los de ella—. Así que... entré yo. —¿Eh? —Sara estaba tratando de decirle algo a través de la habitación a Johanna, pero ella no podía entender ni una maldita palabra. Nunca podría comprender cómo la gente hacía la mierda de "léeme los labios". —¿Qué pasa? —Estábamos hablando de anoche. Nos quedamos en cuando entré en el pub. —No es un pub. Es un club. Hay una gran diferencia. Damon se encogió de hombros, mordiéndose el labio inferior.

—Si tú lo dices. —Lo hago. —Ella jugó con su servilleta—. Tú entraste, yo estaba borracha, e hice cosas que normalmente no haría. Fin de la historia. —Yo también estaba borracho. Pero todavía me gustaría llegar a conocerte mejor. Extendió la mano y le estrechó el hombro. Sus cálidos dedos sobre su piel desnuda enviaron escalofríos por su espalda e hicieron que su respiración se acelerara. Ella no podría recordar gran parte de la noche anterior, pero su cuerpo definitivamente se acordaba de su toque. —¿Es tan horrible? —le preguntó él. —No sé si puedo —dijo ella—. Estoy avergonzada de mi comportamiento de anoche. No estoy segura de que pueda mirarte a los ojos. Conozco a un montón de gente que se conoce en bares y tienen sexo, pero yo no lo hago. Esa no soy yo. —Yo tampoco. Por lo tanto, volvamos al principio. Conozcámonos el uno al otro. Poco a poco. —Él le acarició el hombro una última vez antes de que se echara para atrás—. ¿Qué piensas? Ella pensó que le gustaría besarlo. Tal vez su sabor le ayudaría a recordar la noche anterior. —Voy a pensar en la posibilidad, mi señor. Él suspiró. —Solo llámame Damon. Cuando dices "mi señor", me traes recuerdos de anoche —Damon, entonces. Si vamos a empezar de nuevo, no más hablar de lo de anoche. —Ella luchó contra una sonrisa—. Nunca. Gimiendo, Damon se hundió de nuevo en la silla. —Qué duro. Resulta que tengo muy buenos recuerdos de anoche. ¿Esperas que me olvide de ellos? Johanna puso los ojos en blanco.

—Hazlo. —Estaré de acuerdo en no mencionarlo. Pero no lo olvidaré. No es posible. —Su mirada derivó por ella, acariciándola con una intimidad que le dejó la boca seca—. Entonces, háblame de ti misma. ¿Qué demonios se suponía que tenía que decir a alguien como él? —Bueno, tengo veintiséis años. Nunca me he casado. No hijos. Trabajo en una escuela primaria como maestra de jardín de niños. —Suena fascinante. —Por extraño que pareciera, sonaba sincero—. ¿Durante cuánto tiempo has trabajado como maestra? —Hasta ahora tres años. —¿Así que has estado haciendo este evento de caridad durante tres años? Ella se sonrojó. —Sí. Nosotros hacemos el evento para los niños. Si estás casada, sales de él. Pero sino no... Sus ojos se oscurecieron. —¿Casada? ¿Tienes la oportunidad de evitar esto si estás casada? —Uhm, sí. —Ya veo. Interesante. —Sus ojos tenían una mirada distante, como si realmente no le estuviera prestando atención. Cuando él se limitó a quedarse mirando a lo lejos durante un minuto más o menos, ella estiró el cuello para ver si él veía algo que ella no. Siguiendo la línea de su mirada, ella descubrió que estaba mirando... la pared. Está bien, no había nada emocionante en ello. Confundida, se aclaró la garganta y agitó una mano delante de sus ojos. —Hola, tierra a Damon. —Su mirada regresó finalmente a ella, y ella se echó hacia atrás ante la determinación y la intensidad de sus ojos. Tirando de su vestido irregular, le preguntó—: Uh, ¿estás bien? Él asintió enérgicamente, poniéndose de pie.

—Tengo algo que preguntarte. No te asustes. —De acuerdo... Sin apartar su mirada de la de ella, él se dejó caer sobre una rodilla. —Johanna, ¿quieres casarte conmigo?

Traducido por martinafab y Debs Corregido por Lizzie Wasserstein

E

l mundo se detuvo. Lo mismo hicieron todos a su alrededor, y Johanna sentía cada mirada ardiendo en su interior. Ella miró a Damon, temblando.

—Detente —dijo entre dientes, y agarró su codo. Él permaneció firmemente plantado en una rodilla. Su rubor se deslizó hacia abajo, quemándole el cuello, y ella se inclinó—. Lo digo en serio. Puede que pienses que eres divertido, pero yo no. —No estoy bromeando. Cásate conmigo. —Su mano se posó sobre su corazón. —Oh, por el amor de... —Ella agarró su abrigo y su bolso y se alejó sin mirar atrás. ¿Cómo se atrevía a avergonzarla de esa manera? Despreciaba ser el centro de atención, y en medio de una propuesta falsa, nada menos. Pasos resonaron detrás de ella, pesados y rápidos. Sabía, sin girar, que se trataba de él. Ella apretó el paso, solo para tropezarse en sus malditos tacones. —¡Johanna, espera! —gritó él. Su voz se hizo más fuerte cuando sus piernas más largas la alcanzaron—. Tienes que escucharme. Ella empujó las puertas que conducían al exterior. —No tengo que hacer nada —se las arregló para decir con voz entrecortada entre bocanadas de aire. —Por favor —dijo él—. Dame una oportunidad para explicarme.

Sus manos temblaban cuando las secó en su abrigo. —¿Me estás diciendo que esta no es una broma de mal gusto? ¿En realidad estás hablando en serio? —Por supuesto. —Entonces estás hecho un lio mucho más grande que yo. Y créeme, eso es decir mucho. Envolviendo sus brazos alrededor de ella, se dirigió a la parada de autobús. —Te lo explicaré todo. ¿Podemos ir a tu casa? —le preguntó mientras empezaba a caminar con ella—. ¿O a la mía? Se quedó inmóvil, mirándolo fijamente. ¿Cómo se las arreglaba siempre, para encontrar a los hombres locos? —¿Quieres que te lleve a casa? ¡Por el amor de Dios, me acabas de pedir que me case contigo y ni siquiera me conoces! —Sí. —Su mandíbula se tensó—. Te lo explicaré todo. Pero estás temblando, y está malditamente frío aquí. ¿Vamos en tu auto o el mío? —No tengo un auto —dijo con incertidumbre. —Entonces vamos a tomar el mío. —No. Deslizándose en el banco de la parada del autobús, ella dejó caer su bolso en su regazo. Se sentó a su lado, justo en su espacio personal. Ella lo miró. —¿Qué? Parece que tienes frío —dijo. Sí, como no. —¿No es en contra de alguna ley noble estar alrededor de las paradas de autobús con la plebe? Riendo, apoyó la cabeza contra la madera, posando la mirada en las estrellas.

—¿Ves a Orión? Ella lo miró, y luego miró hacia arriba. —Sí. Es casi la única que encuentro. —Es el cinturón. Le hace fácil de ver, ya que las estrellas se alinean perfectamente —suspiró—. Si la vida fuera tan fácil de resolver. Entrecerró los ojos en las estrellas. El cielo estaba tan claro, las estrellas tan brillantes. Lo miró por el rabillo del ojo mientras miraba el cielo. —Sé que la Osa Mayor está allá arriba en algún lugar, pero no puedo encontrarla. —Está ahí —murmuró, acercándose. Apoyó la cabeza junto a la suya. Un hormigueo se disparó por su espalda, hasta que su cabeza le dio vueltas—. Uhm —dijo—. Está a las diez en punto, desde tu punto de vista. Hizo un pequeño movimiento con su cabeza. Todas parecían globos de estrellas para ella. —Todavía no la veo. —Busca la pequeña cajita. —Trazó la forma contra el cielo, y ella lo siguió con atención. De repente, todo en su mundo parecía girar en torno a la búsqueda de esas malditas estrellas. —¿Tiene forma de agarradera de esta manera? —Trazó una banda de estrellas que podrían ajustarse. Tal vez. Si ella entrecerraba los ojos, cerró el izquierdo, y lo deseaba realmente mucho. Su pecho se estrechó contra su brazo por la risa. Ella lo fulminó con la mirada. —¿Te estás riendo de mí? —Lo siento. Deberías ver tu cara. Dejó escapar un suspiro helado. —¿Está realmente allí arriba, o simplemente estabas jugando conmigo? —Sí, está ahí. Pero no tiene una agarradera.

—Te dije que soy horrible en esto —se quejó, empujando su hombro. El zumbido del autobús llegó desde la distancia. Ella lo miró a los ojos. —Bueno, fue un placer conocerte. —No. Por Favor. Déjame venir a verte mañana. Te recogeré del trabajo. Vaciló. Algo estúpido y tonto dentro de ella quería darle una oportunidad, pero el otro más fuerte y más inteligente, gritó para empujarlo lejos, antes de que fuera demasiado tarde. —No creo que sea una buena idea. Le agarró las manos, tirando de ellas hacia su pecho. —El testamento de mi padre dice que debo casarme en un tiempo determinado, o voy a perder todo mi dinero. Ella apretó los dedos con fuerza. Así que, ¿era por esto que había sido tan encantador, tan aparentemente perfecto? No era un hombre dulce en absoluto. No, era intrigante, al igual que todos los otros hombres en el mundo. —No veo cómo me afecta eso. —Tengo que casarme con alguien. Pero si tengo que hacer tal cosa, quiero que sea en mis términos. Te preocupas por la escuela. Eres una buena persona. Juntos, podemos tomar mi dinero y ponerle un buen uso. Ayudar a la gente pobre de la ciudad, como lo hicimos esta noche. —No me voy a casar contigo. Y no estoy en venta. —Sacudiendo sus dedos, cruzó los brazos sobre su pecho. Su cuerpo temblaba de furia. —Sé que no estás a la venta. Yo lo estoy —le espetó, pasándose una mano por el cabello—. Solo estoy tratando de ser honesto. Ella apretó los dientes. —Correcto. Y, honestamente, no me voy a casar contigo.

—Te estoy pidiendo que escuches mi propuesta, y pienses en lo que te pido antes de contestar. ¿Por Favor? —Te conozco desde hace un día. ¿Por qué habría de casarme contigo? —Levantó una mano—. Y si dices por dinero, voy a darte una patada en las bolas. Palideciéndose, él respiró profundamente. —Mañana, después del trabajo, voy a recogerte. Podemos hablar de esto una vez que ambos tengamos tiempo para despejar nuestras cabezas. —¿Cuál es el punto? Mi respuesta es no. —Por Favor. Sé que no me conoces bien, pero te prometo que no estoy loco. Solo dame una oportunidad. Sus ojos se encontraron con los de ella, suplicantes. Ella vaciló. —Bien. —Levantó las manos. El autobús se detuvo junto en la acera, silbando mientras se abrían las puertas. Encontró su pase de autobús y se lo mostró al conductor—. Ahora, ¿me dejarás ir a casa? —Sí —dijo Damon, con los ojos brillando con satisfacción—. ¿A qué hora terminas el trabajo? —A las cuatro —respondió, poniendo los ojos en blanco—. Eres ridículo, ya lo sabes, ¿verdad? —Puede ser. Pero voy a hacerte cambiar de opinión acerca de mí. Solo tienes que esperar y ver. —Uhm. Se inclinó y rozó sus labios en su mejilla, y luchó contra el impulso de ponerse más cerca. Se estremeció y contuvo la respiración mientras se echaba hacia atrás. Capturó la mano, apretándola suavemente. —Hasta mañana. Asintió y se alejó a toda prisa, subiendo al autobús.

Tenía la terrible sensación de que había acordado, de alguna manera, casarse con él, sin siquiera saberlo. O quererlo.

Damon se dio la vuelta en la cama, gimiendo por el incesante golpeteo en su cráneo. Nunca había sido un gran bebedor, en primer lugar, y había enterrado su ira en alcohol la noche anterior después de que Johanna le había dicho que no. Demonios, ¿quién podría culparla? Solo había descubierto que tenía que casarse con alguien, cualquiera, en los próximos tres meses. Peor aún, tenía que permanecer malditamente casado, y la única mujer que hacía que la idea pareciese atractiva le había dicho que no. Incluso desde la tumba, su padre lo frustraba. Había cubierto todos los ángulos que podría haber tomado para evitar la última voluntad de su padre. Ahora, Damon se quedaba con una sensación de ardor en el estómago y un sabor amargo en la boca. Como si la estipulación de matrimonio no fuera suficiente, se había atrevido a tirar la otra amenaza. La inconcebible. ¿Cómo se atreve su padre a obligarlo a una situación así? ¿Cómo se atreve a condenarlo a una vida con una malcriada esposa rica que no le pudiera importar menos si vivía o moría? Tan rápido como llegó la ira, la culpa se instaló y tomó el control. ¿Podría realmente estar despotricando contra su difunto padre? ¿El hombre que extrañaba más y más cada día? No parecía... correcto. Pero tampoco casarse con una mujer por dinero. Siempre había pensado que iba a casarse por amor o no hacerlo en absoluto. Caso cerrado.

Hasta ahora. Su padre había logrado abrir la caja y tirar la tapa. Maldita sea. Echó un vistazo a su memoria, por cualquier otra mujer que se había arrojado a sus brazos últimamente. Por desgracia, todo lo que podía imaginar era a Johanna. Tenía que convencerla… la única mujer que no lo deseaba. ¿Por eso lo fascinaba tanto? Tal vez... tal vez una vez que le comentara sus argumentos para que ella los viera. ¿Casarse con él sería tan difícil para ella? Por supuesto que no. Solo tenía que hacer la proposición, irresistible. Mirando el reloj, saltó de la cama y se dirigió directamente por el ibuprofeno. Haría tablas. Gráficos. Independientemente del tipo de visuales que necesitara para conseguir que aceptara casarse con él. Porque de alguna manera, de alguna forma, estaría de acuerdo. No aceptaría un no por respuesta.

Traducido por IvanaTG, Jenn Cassie Grey y âmenoire90 Corregido por Lizzie Wasserstein

J

ohanna hacía malabares con tres bolsas llenas de manualidades, un bolso y un maletín lleno de tareas al salir de la escuela. Todos los demás maestros, entre ellos Sara, se habían ido hace media hora. Johanna necesitaba más tiempo para guardar lápices y limpiar todos los papeles rotos del piso. Por no hablar del pegamento que los niños tiraban en sus escritorios diariamente. —Johanna —llamó Damon. Johanna se giró. Cuando vio a Damon, un bolso resbaló de sus doloridos dedos. —Mierda. Arqueando una ceja, él se inclinó y recogió el bolso caído, luego arrancó los otros dos de sus manos. La fuerte brisa revolvió su cabello rubio en un desorden. —¿Ese "mierda" es por mi o por la bolsa? Ella se sonrojó. —La bolsa, por supuesto. —Es bueno saberlo. Aquí, te mostraré mi auto. Dudó antes de seguirlo. —Tengo trabajo. ¿A dónde vamos?

—A mi casa, si eso está bien. —Apretó su hombro, guiándola a un brillante auto negro. —Realmente pensé que habías cambiado de opinión acerca de… —patinó hasta detenerse—. Oh, Dios. ¿Eso es un Rolls Royce? ¿Un Phantom? Él le dirigió una mirada extraña. —Sí. ¿Por qué? —¿Por qué? —respiró profundamente y cerró sus ojos. Podría comprar una casa por la cantidad de dinero que gastó en el auto—. Por nada. Damon se acercó al maletero y lanzó sus pertenencias en el interior. Un conductor (¡un conductor real!) con sombrero de chofer abrió la puerta para ella, sonriendo amablemente. Se deslizó dentro, sintiéndose incomoda y torpe. —Dios mío. La piel se siente suave como la mantequilla. Delirante. —Ella languideció contra el asiento, pasando sus dedos a través de la tapicería. Cuando echó un vistazo a Damon, se encontró con la que la observaba con una intensa mirada. No podía creer que ella no estallara en llamas en ese mismo momento—. ¿Qué? Él negó con su cabeza, su mandíbula se crispó mientras desviaba la mirada y aclaraba su garganta. —Nada. Solo me gusta verte. —Oh. —El calor se apoderó de ella. No. No. Tenía que terminarlo. Mantener la calma—. ¿No debes de ver a un montón de mujeres entusiasmadas por la piel, eh? —Supongo que no —respondió él, curvando su boca—. ¿Qué tal tu día? ¿Todos los niños saludables? —¿En el jardín de niños? Sí, claro. —¿Cómo te las arreglas para evitar enfermarte todo el tiempo? Golpeteó sus dedos sobre sus rodillas.

—Desarrollé una inmunidad. —¿Qué tipo de contrato de arrendamiento tienes en tu casa? Ella parpadeó. —¿Qué? ¿Por qué? —Curiosidad. ¿El alquiler es una cosa de un año a otro? —Sí. Mi alquiler vence en un mes. —Ella frunció sus labios—. Pero no me estoy mudando. —Lo sé —murmuró. Cuando el conductor abrió la puerta, Damon salió después de Johanna. Sostuvo la correa de su bolso con fuerza, levantando su mirada a la mansión ante ella. La estructura se elevaba hacia el cielo, la fachada recubierta de granito gris. Ella siempre había amado casas de piedra, pero nunca soñó que en realidad alguna vez fuera capaz de pagar una. La mayoría de las casas que se parecían a esta estaban, y siempre estarían fuera de su alcance. Columnas llegaban desde la cima hasta la parte inferior de la casa, y una chimenea soplaba humo, llenando el aire con el acogedor aroma de la madera quemada. Cerró sus ojos, saboreando el olor. Después de que el aburrido mayordomo les abrió la puerta y tomó sus abrigos, Damon agarró su mano y la llevó a una oficina con oscuros paneles de madera en las paredes. Un gráfico estaba apoyado en la esquina, y ella se acercó más, examinando el papel. —¿Por qué esto tiene que mi nombre? Damon se aclaró su garganta, dirigiéndola a un asiento en una enorme mesa de madera. —Voy a llegar a eso. Sus ojos se abrieron, y ella se tambaleó sobre sus pies cuando las piezas cayeron en su lugar. —No me digas que tú...

Levantó una mano. —Prometiste que me dejarías tratar de hacerte cambiar de opinión. —Y también te dije que sería inútil. No puedo creer que hayas pasado todo este tiempo haciendo diagramas para convencerme. —Tienes mucho que ganar con nuestro acuerdo. Te beneficiaría escucharme. —Bien. Habla. —Cruzó sus piernas, golpeando sus dedos sobre su rodilla. La fotografía detrás de él se encontraba torcida, y ella luchó contra el impulso de arreglarlo. Pensaría que estaba loca. Arrancando sus ojos de la imperfección, se centró en él. Suspiró. —Por lo tanto, recibí una visita del abogado de mi padre. El abogado me dijo que hay otro anexo al testamento de mi padre. Uno que acaba de ser descubierto enterrado bajo alguna sub-cláusula. Ella asintió. —¿Qué dijo? —Dijo que si no me caso en tres meses, perderé todo mi dinero. Todo lo que me dejó mi padre, si no puedo cumplir con estas demandas, sería su título. —Damon suspiró ruidosamente—. Siempre me presionó para asentarme, tener una esposa. Yo me burlaba y le decía que lo haría más tarde, cuando tuviera el título y necesitara un heredero. Al parecer, no confiaba en mí lo suficiente como para seguir adelante. Apretó sus puños. —Que es donde pareces pensar que entro yo. ¿No tienes alguna mujer agradable en casa de la que estés enamorado? Damon se burló. —¿Mujer agradable? Esas dos palabras no van juntas en la misma oración. No en mi mundo.

—¿Es incluso legal para alguien el requerir que te cases en estos días? —Se puso de pie y caminó, su mente acelerada—. Simplemente parece tan… anticuado. —Lo es. Supongo que es legal, ya que el abogado no mencionó ninguna posibilidad de luchar contra el anexo en la corte. Estoy seguro de que me habría informado si la situación fuera de otra manera. —Hablando de eso... ¿por qué no has visto esta sub-cláusula? —preguntó, inclinándose hacia adelante—. ¿Cómo es que tú y un equipo de abogados se perdió esto? Su mirada se alejó de la suya. —Nunca leí realmente el testamento. Sus ojos se abrieron. —¿Nunca has leído el testamento? ¿Estas bromeando? —Tengo gente que hace eso por mí. Hasta ahora, han hecho un excelente trabajo —dijo. La miró tentativamente—. Supongo que este es el modo de Dios para mostrarme que tengo que participar más en mis asuntos personales. —¿Tú crees? —Negó con la cabeza—. Y tus negocios también. Para alguien con mucho dinero, seguro que eres ingenuo acerca de cómo funcionan las cosas. —Dije que prestaría más atención. ¿Qué más quieres de mí? —Frotó sus ojos y lanzó un suspiro interminable. —Te lo aseguro, he aprendido mi lección. ¿Podemos volver al tema en cuestión, sobre tú casándote conmigo? —Sí, supongo. —Negó con la cabeza—. Así que, cuando te enfrentaste a esta situación, ¿pensaste que yo sería la mejor opción? ¿Qué te dio esa impresión de que era una zorra avariciosa? Él parpadeó. —No creo que lo seas. Es por eso que te necesito.

—Bueno, no puedes tenerme. —Se puso de pie, frotando sus húmedas manos sobre su falda—. Ya está. Ahora que has reducido tu lista a una, debería hacerlo un poco más fácil, ¿verdad? Negó con su cabeza, mirándola. —Si dices sí, entonces sería fácil. —No. Ve a buscar a alguna dama que te adore, explícale las circunstancias, después el divorcio. Estoy segura de que diría que sí, si se aleja sosteniendo algo de dinero. Arqueando una ceja, él se rio por lo bajo. —¿Estás insinuando que debería comprarme una novia? —Claro. ¿Por qué no? Los caballeros han estado haciendo lo mismo por años. Tus antepasados incluidos, apostaría. —Ella reprimió el rechazo ante la idea de él casado con alguien más. No tenía derecho a esos sentimientos, ni los quería. Pasó una mano por su mandíbula. —El testamento afirma que debemos vivir juntos en matrimonio durante al menos un año antes de permitirse cualquier separación. —Maldición. Él debe haber sabido que pensarías en un matrimonio falso. —Se adelantó en todo. Especialmente cuando se me involucró. —Por lo menos él no exigió también un bebé. —Oh, hay algo acerca de herederos allí. Si la mujer ofrece un heredero, recibirá un estipendio de por vida. Un incentivo extra para que me arrastre a la cama con sus pequeñas garras codiciosas, supongo. —Apretó sus puños—. ¿Cómo pudo hacerme esto? No podía dejar de admirar la astucia del padre, aunque sus métodos eran un poco dudosos. Su plan era anticuado más allá de engañoso, pero tenía que darle crédito al hombre por pensar en todo. —Lo siento. Parece que tendrás que encontrar una esposa. ¡Y deja de mirarme! —espetó.

—¿Por qué? —Las personas no se casan así. Se supone que debe haber amor. Compromiso. —Me dijiste que debería de encontrar una mujer y pedirle que se casara conmigo. ¿Por qué está bien para mí casarme con alguien que no amo, pero no es aceptable para ti? —Agarró su muñeca, acercándola, y acarició su mejilla—. Sé que la razón ideal del matrimonio es el amor… pero a veces las circunstancias pueden cambiar nuestros sueños. A veces, debemos hacer ajustes. —Supongo —respondió ella inquieta. Su gentil toque la distrajo, haciendo que fuera difícil concentrarse. Su estómago se encogió cuando él lamió sus labios. Sus ojos siguieron el recorrido de su lengua, enfocándose en el húmedo brillo que dejó atrás. —Mis padres se casaron porque sus padres lo quisieron. Fueron felices toda su vida. ¿Tus padres se amaron el uno al otro? —preguntó. —¿Huh? —Sacudiendo su cabeza, se obligó a poner atención a sus palabras, en lugar de a su boca—. Tal vez en algún punto. Pero no al final. —¿Ves? —dijo, dejando caer su mano de su mejilla—. Incluso cuando las personas se casan por amor, fracasan más seguido que los que no. Estaríamos un paso delante de las personas que se casan por amor. Tendríamos reglas. Expectativas. Oh, Dios. Ella casi quería decir que sí. Casi quería terminar el tormento acechando en sus ojos. ¿Esto? Estaba mal. Muy mal. Con una mueca, señaló hacia el caballete. —¿Cuándo es que las gráficas y tablas entran en juego en este desastre? Él arrancó su mirada de la suya y suspiró. —Está bien. Exhibición A. Se giró hacia la tabla. —No puedo creer que realmente hicieras esto.

Se puso rojo, pasándose su mano libre por su cabello. Aclarando su garganta, siguió adelante. —Hay trescientos sesenta y cinco días en un año. Necesitaríamos pasar ese largo matrimonio, viviendo juntos, para satisfacer los términos del acuerdo. Si nos las arreglamos para pasar el año sin matarnos el uno al otro o volvernos locos, obtendrías una cantidad equivalente a la acumulación total de mis producciones de un año. Mi ingreso mensual está aquí, en esta sección. La boca de ella cayó abierta. —Te das cuenta que eso son… —Hizo unas rápidas operaciones—… tres millones de dólares ¿cierto? Él asintió lentamente. —Además de dicho ingreso, también donaré un millón a la caridad de tu elección, por ejemplo la escuela, sin preguntas. También compraré una casa de tu elección, a tu nombre solamente. —Hizo una pausa, cambiando la página—. Tendríamos que vivir aquí por ahora, en esta casa, por mi trabajo. Pero desde que vas a dejar tu apartamento no necesitarías preocuparte por el fin del año. Esta casa está bastante cerca de la escuela. Un corto viaje diario. No más autobuses. —Realmente pensaste en todo esto ¿verdad? —dijo ella sacudiendo su cabeza. Gráficas. Realmente había hecho gráficas. No sabía si reírse o besarlo—. Guau. Simplemente… guau. —Es la solución perfecta. Ya hemos establecido que nosotros, uhm, nos llevamos bien. Me gustas. El año pasará más rápido si tú estás a mi lado. Sé que podemos hacer buen uso de mi fortuna. Te asegurarás de eso. —Sonrió, bajando el apuntador que había estado usando y se sentó a un lado de ella—. Tendrías que asistir a eventos sociales conmigo, naturalmente. Todas tus ropas y joyerías estarían completamente cubiertas. Solamente necesitas mostrarte. —Esto es ridículo. Estás tratando de pagarme para casarme contigo. ¿No tienes orgullo? —preguntó exasperada. Pero no podría evitar pensar lo que el millón podría hacer por los niños en su escuela. Libros. Computadoras. Suministros. Maldita sea, ¿por qué tuvo que incluir eso?—.

¿Por qué caridad? ¿Por qué hora? Podrías haber donado en cualquier momento. Pasó una mano por su cabello. —Te busqué en internet y vi los pocos fondos que reciben estos niños. Ella alzó una mano. —Espera. ¿Me Googleaste? ¿En serio? —De hecho… Usé Bing. Dejó caer su mano sobre su regazo. —Oh por el amor de… —Pero vi cuanta ayuda necesitan. Todo este tiempo, había estado ciego ante las necesidades de otros. He tenido mi cabeza en la arena por mucho tiempo. Quiero ayudar a las personas, comenzando con los niños en tu escuela. ¿Realmente quería o simplemente estaba tratando de ganársela? —Así que… ¿Realmente te importan? sobornándome? —Alzó una ceja—. ¿Cuál es?

¿O

solamente

estás

—¿Honestamente? —Él dejó salir un suspiro audible—. Ambas. Quiero que digas que sí, y quiero que los niños tengan más libros, y más suministros para los maestros. —Si digo que no, ¿aún donarías el dinero? ¿O es dependiendo de si acepto? —Si dices qué no, y no encuentro a alguien más que se case conmigo, no tendré nada de dinero para donar. Irá a algún primo lejano en Francia que nunca he conocido. —Podrías tener a cualquiera que quisieras por menos, estoy segura. —No quiero a cualquiera. Te quiero a ti. —Apretó su mano—. Si tengo que hacer esto, quiero hacerlo en mis términos. A mi manera.

—Creo que es una idea horrible. Sin mencionar que es un desperdicio de dinero. Podrías tener a alguien que se case contigo gratis. —Incluso pagaría más para que dijeras que sí. Ella sacudió su cabeza. —Estás loco. Me voy a casa ahora. Mi respuesta es… —Shh —dijo él presionando un dedo en su boca—. Piensa en mi propuesta. Duerme un poco. No me respondas aún. —Eso no cambiará nada. —Tal vez no. Pero necesito que digas que sí. Es la única manera en la que pasaré intacto por este desastre. —Tomó una respiración profunda—. Ambos sabremos qué esperar desde el principio. Sin secretos. Sin sorpresas. Cuando lo ponía de esa forma, sonaba… muy bien. Maldita sea. Y los niños… —Lo pensaré. —Dudó, sonrojándose—. Este sería un matrimonio de nombre solamente, ¿cierto? —Me gustaría tener un matrimonio real, en la habitación. Si quieres. Si no, podemos trabajar con tus objeciones. Tal vez. —Él sonrió de lado—. Pero preferiría que no. Suspiró, soltándose de sus brazos. —Me voy a casa. —Te llevaré Salieron hacia el frío. No puedo evitar robar una mirada de regreso a su casa mientras la conducía fuera de la puerta. Amaba la arquitectura, las piedras y las ventanas. Todo, en realidad. La nieve caía del cielo. Damon tomó su mano en la suya, conduciéndola al auto.

Su cabeza giraba, y no podía evitar pensar en su proposición mientras se subía al auto. Se sentía como en un cuento de hadas. Demasiado bueno para ser real. Pero las cosas que podría hacer con el dinero… Podría abrir un centro de recreación para niños desamparados. Ayudar a que la escuela saliera de su deuda y tener un presupuesto. Las posibilidades eran infinitas. Cuando casi estaban en su apartamento, ella apartó la mirada de la ventana para encontrar a Damon mirándola, sonriéndole ampliamente. —Estás pensando en nosotros, ¿verdad? acercándose—. Puedo ver las ruedas girando.

—le

preguntó

Ella dudó, sin encontrarse con su mirada. —¿Los términos son negociables? —Por supuesto —respondió inmediatamente—. ¿Qué es lo que quieres? ¿Más dinero? —Sí. No. —Ella mordió su labio, mirando fuera de la ventana—. Quiero revertir los números. Tres millones a la caridad. Uno a mí. Él tomó una brusca inhalación, sus manos tensándose en sus rodillas. —Déjame ver si lo entiendo. ¿Quieres menos dinero? ¿Esa es tu condición? —Ujum. —No creo que haya alguien en el mundo que tenga una conciencia más limpia que tú. Eres increíble. Ella se sonrojó, ondulando una mano en el aire. —No, no lo soy. Cualquiera habría… —Cualquiera habría pedido más. Para ellos, no para otros. —Lo que sea. Me casaré contigo. —Sintió un peso siendo levantado de sus hombros. Estaría ayudando a los niños con el dinero que donaría a la caridad. Él tendría una esposa así podría mantener su dinero.

—¡Gracias! —Tomó su mano y la jaló hacia su pecho—. Voy a hacerte una chica muy, muy feliz durante el siguiente año. Te prometo que haré que te sientas como una maldita princesa. —Ya lo hago. Una sensación de vacío se deslizó en su intestino. Tenía que recordar que esto era temporal. A corto plazo. Debía, en todo momento, proteger su corazón. Con una Glock, de ser necesario. El auto se detuvo enfrente de su edificio y él la tomó en sus brazos, sus labios acercándose a los de ella con una velocidad alarmante. —Sin besar —reprendió, saliéndose de su abrazo—. Estos son negocios, no placer. Él asintió, bajando su mirada. —Voy a hacer toda la planificación. ¿Quieres una boda real o una pequeña ceremonia con el juez? —Pequeña. La boda no es real, después de todo. La dejó abajo y se pasó una mano por el cabello. Su voz era frágil. —Cierto. Por supuesto. —¿Cuándo vamos a casarnos? —Voy a redactar los contratos mañana. Asegurarme de que todas las bases están cubiertas y luego lo haremos. ¿Suena bien? —Ujum. —Bueno. Hasta mañana... —Le dio la mano, con los ojos buscando en los de ella—. Por favor, no me digas que este será un matrimonio solo de nombre. —Bien. No te lo diré. —Encogiéndose de hombros, se dirigió hacia el interior. Le robó una última mirada antes de que cerrara la puerta—. Buenas noches, Damon. —Buenas noches, Johanna.

Traducido por âmenoire90 y MaEx Corregido por Lizzie Wassersrtein

D

amon se puso de pie al lado del juez de paz, sus palmas sudando y su mente corriendo. En minutos, ella se convertiría en su esposa. No podía creer que había conseguido que estuviera de acuerdo. Tenía una furtiva sospecha de que si no hubiera añadido la donación de caridad, se habría reído en su camino fuera de su oficina… y fuera de su vida. Ayer, mientras firmaba el contrato, se obsesionó con los detalles de caridad, pero apenas echó un vistazo a la sección nombrando sus ganancias. En cualquier otra persona, pensaría que sus acciones eran una fachada para ocultar su verdadera codicia. En Johanna, sin embargo, sabía que no era una actuación. Si no tenía cuidado, al final del año ella se iría con más que dinero y una casa… se iría con su corazón. Lo bueno es que no tenía intención de dárselo. Johanna entró en la habitación y el deseo golpeó directamente a través de su pecho. Llevaba un vestido de algodón burdeos profundo con brillante ribete negro. El vestido fluía con gracia sobre sus rodillas. El escote pasaba a través de su hendidura y él anhelaba acariciar su suave piel. Su cabello barría sus hombros, dejado hacia abajo para la ocasión en lugar de su habitual cola de caballo. Dio un paso más cerca de ella, con las palmas picándole con la necesidad de tocarla. De hacerla suya. —Luces… luces… —Hermosa —terminó su amiga Sara.

Ella sonrió, dándole un golpe en el hombro. —No pude evitar notar que pareces estar ante una pérdida de palabras. Jeff se rio entre dientes. —Disfruta el silencio mientras dure. Damon encontró la mirada de Johanna, deleitándose en su rubor. Ella bajó la mirada a sus manos entrelazadas. Él se dirigió a su lado, agarrando su mano. —¿Vamos a casarnos? Johanna dejó escapar una risita nerviosa. —Sí. ¿Por qué demonios no? —De hecho. ¿Por qué demonios no? No podía pensar en una sola razón.

No digas sí, oró Johanna. Espera... dilo. No lo sé. Casi deseaba que el juez de paz sintiera que todo era una farsa y lo cancelara. —Acepto —dijo Damon, sin dudarlo un instante. Johanna apretó sus puños para para evitar secarse sus sudorosas palmas en su vestido. Ahora era su turno. Todas las veces que había imaginado el día de su boda, no había sido nada como esto. Nadie se paró a su lado excepto Sara. Ninguna madre o padre lloraba en los brazos del otro mientras su bebé se casaba.

Sara era la única persona a quién le había dicho acerca de la boda. Nadie en su familia siquiera sabía… o le importaba. El juez de paz se aclaró su garganta. Johanna se estremeció. Él arqueó sus cejas, y su cara se calentó. —Lo siento. ¿Qué dijo? Se aclaró la garganta. —Dije, ¿toma usted a este hombre como su legítimo esposo? —Uh. —Se encontró la mirada de Damon—. Yo... Damon apretó su mano. —Vamos a estar bien. Tragó saliva con dificultad. —Acepto. Tan pronto como dijo las palabras, el resto del mundo pareció desvanecerse y no podía apartar los ojos de Damon. Su mirada brillante barrió sobre ella y su pecho se apretó. Su cuerpo temblaba. Antes de darse cuenta, el juez de paz, dijo: —Ahora puede besar a la novia. Damon sonrió, tirando de ella hacia sus brazos. Apretó su boca en su oreja y le preguntó: —¿Tengo permitido besarte ahora? Se estremeció. Su aliento caliente le hizo cosas a su constitución que prefería no explorar. Apretó los labios con fuerza. —Rápido. Sin lengua. Él se rio entre dientes. —Sí, señora. La besó suave y castamente, alejándose casi de inmediato. Sus manos se detuvieron en su cintura antes de que, también, se alejaran. Sus

ojos ardían con deseo mientras trababa su mirada con la de ella. Su estómago se retorció con una intensidad que francamente le daba miedo. Mantente profesional. Mantente enfocada. Tenía que recordar que estos eran negocios, incluso si a él se le olvidaba. Tal vez este matrimonio no sería tan sencillo y fácil de cortar, después de todo.

Johanna se sentó en el borde de su nueva cama, tocando el borde de su revelador camisón. A pesar de que no habían hablado sobre lo que pasaría esta noche, sabía que Damon vendría a la habitación pronto. Encogiéndose en una pesada bata, se aseguró el cinturón. No había habido mucha oportunidad de hablar durante el día, pero había llegado el momento de ponerlo todo en la línea. No habría sexo. Había prometido amarlo, honrarlo y quererlo… pero solo por un año. Sabía que su tiempo tenía una fecha de caducidad. No podía dejarlo entrar muy profundo. La puerta se abrió y Damon merodeó en el umbral. Los tres primeros botones de su camisa estaban desabrochados y faltaba su corbata. Sus pies estaban descalzos y sostenía dos copas y una botella de champán. —¿Puedo entrar? —Sí. Por supuesto. —Se puso de pie y se reunió con él a mitad de camino. Trató de sonreír, pero terminó haciendo una mueca con la boca retorciéndose nerviosamente. Suave. Realmente suave. Cuando le quitó las copas de sus manos, sus dedos se rozaron. Ella se estremeció ante el contacto—. ¿Champán? —¿Uhm? —Él sacudió la cabeza un poco, centrándose en ella una vez más—. Oh. Sí.

Mientras él se ocupaba de servirlo, lo estudió. Había hecho que muchos de sus sueños se hicieran realidad. Tantas cosas que nunca pensó que iba a ser capaz de dar a la comunidad ahora estaban frente a ella. No podía creer su suerte. ¿Cómo se las había arreglado para cruzarse con tan buen tipo? ¿Y por qué la había elegido a ella? Tonto. —Tengo que decirte algo antes de que te hagas la idea equivocada —espetó ella, tirando del cinturón de su bata. Suspirando, le tendió una copa. —No quieres tener sexo. Ella parpadeó. —Uh, correcto. ¿Cómo lo supiste? Echó un vistazo por encima de su cuerpo, torciendo los labios en una sonrisa burlona. —Esa tonta bata. Apretó más el cinturón. —No quiero hacerte daño, pero esto tiene que permanecer profesional y propio. O bien alguien saldrá herido. Lo siento. Su sonrisa se volvió tensa. —Está bien. Estoy bien con nosotros, uh, manteniendo nuestra distancia. —Oh. Bien. —Pero... —Capturó su mano, tirando de ella cerca hacia su pecho. Ahuecó su mejilla—. Voy a hacer todo lo que esté en mi poder para hacer que cambies de opinión. Ella saboreó la sensación de su mano en su mejilla. Deseó que pudiera hacerlo. Anhelaba decir que sí. Se tambaleó más cerca.

Él aliento de él abanicó a través de sus mejillas, acariciando su piel hacia la sensibilidad… y la realidad, lo perra fría que era, le cruzó la cara. Necesitaba dar marcha atrás… ahora. Sacudió su cabeza y se encogió liberándose. ¿Sería tan malo sucumbir y disfrutar de él durante un año? ¿Sería capaz de mantener a su corazón separado? No era posible. Con él todas las reglas normales parecían abandonar el edificio. Demonios, se había casado con él. Si eso no definía locura pura, no tenía ni idea de lo que lo haría. —No voy a cambiar de opinión. Soy bastante buena evitando la seducción, te lo haré saber. Él levantó sus cejas, y sus labios se inclinaron en una sonrisa. —¿Ah? Entonces, si te beso, ¿estarías bien? —Mejor que bien. —Ella trató de mantener el rostro tranquilo, aunque su cuerpo le dolía ante el mero pensamiento de sus labios sobre los de ella. Su boca de repente se sentía seca, su lengua en necesidad de champán. Ella bebió un sorbo, mirándolo. —No estoy diciendo que debas hacerlo. —Oh, pero determinación.

lo

haré

—dijo

él,

con los

ojos

brillando

con

Él tomó la copa de champán de su mano, la soltó, y la envolvió en sus brazos. El corazón se le paró y sus manos agarraron su camisa. Él saqueó su boca, su lengua acariciando la suya. Sus manos se apoderaron de sus caderas, acercándola. Ella gimió bajo en su garganta, devolviendo el beso con impaciencia. Con un gemido, él apartó la boca, respirando con dificultad. Apoyó su frente contra la de ella. Sus respiraciones se fundieron en una sola mientras luchaba por recuperar el control de su mente. —No hay problema, ¿verdad? —respiró, apretando su agarre en sus caderas antes de soltarla. Se metió las manos en los bolsillos. Ella no podía

apartar los ojos de sus húmedos labios. Dolían por probarlos otra vez—. Uh, ¿Johanna? Ella prestó atención, sus mejillas ardiendo. —Tal vez no deberíamos intentarlo de nuevo. Él sonrió. —¿Demasiado? —No. Es solo que no quiero besarte más. Es una mala idea entre socios de negocios. —Podríamos ser más —dijo, dejando caer la mirada a sus labios. —No voy a cambiar de opinión. Negocios. No placer. —Uhm. —La saludó con su copa—. Reto aceptado.

Traducido por MaEx y Selene1987 Corregido por Lizzie Wasserstein

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amon llamó a la puerta del dormitorio de Johanna. Sus nervios amenazaron con ponerlo de rodillas. Había querido decir lo que dijo, que la cortejaría… y ganaría. Esta noche marcaba la primera fase: la noche de cita. Contuvo la respiración hasta que ella abrió la puerta. Sus mejillas sonrosadas y sus ojos brillantes. ¿Qué había estado haciendo? Por encima de su hombro, podía ver que la TV en la pared estaba en pausa. —¿Qué estás viendo? —preguntó. Ella lanzó una mirada culpable hacia la pantalla y luego encontró su mirada. —Una película de la vida real. Él se atragantó con una carcajada. —Cristo. Es verdad, ¿no? Todas las mujeres son adictas a esas cosas. Lanzando la puerta abierta el resto del camino, ella se rio entre dientes. Se dirigió a la cama, se dejó caer sobre su estómago, y acunó su barbilla en sus manos. —Oye, al menos si tratas de contratar a un matón para matarme, veré todas las señales de advertencia. A diferencia de esta tonta.

Él se acercó a un lado de la cama. Si tan solo pudiera estar a su lado, sería un hombre feliz. Demonios, él incluso vería películas tontas voluntariamente si eso significaba estar con ella. —Te aseguro que no voy a hacer tal cosa. —Eso es lo que él dijo. —Gesticuló hacia la TV y pulsó Reproducir. —Ella le creyó. Él miró por un minuto antes de que pusiera los ojos en blanco. —Estoy empezando a ver por qué él estaría tentado. Ella es molesta. —¿Así que debería matarla? —se burló. —Bueno, tal vez no matarla. —Sonrió—. Tal vez divorciarse de ella, sin embargo. —Por lo que sé no has venido aquí para ver una película conmigo... ¿qué pasa? —Ella presionó pausa y se puso de lado. —Vamos a salir esta noche. Ella parpadeó. —¿Es una de esas cosas sociales que mencionaste antes o algo? No recuerdo que me dijeras al respecto. —No. —Se aclaró la garganta y se movió—. Es una cita. Sus ojos se estrecharon. —¿Una cita? ¿Por qué? —Estoy decidido a gustarte —dijo. —¿Por qué? —Porque me gustas. —Enderezó las mangas de su camisa y jugueteó con los puños—. Es solo una cita. Ella se pasó los dedos por el cabello. —No lo sé. Parece una mala idea.

—¿Parece una mala idea divertirte en una noche de sábado? Eso parece terriblemente complicado. Es solo una salida. Te prometo que no voy a arrojarme sobre ti, sin el permiso explícito, de todos modos. —Bueno... cuando lo pones de esa manera... Sonrió. —Te veo a las ocho.

Johanna se alisó la cola de caballo y suspiró. Había sido una idiota al estar de acuerdo con esto. Una tonta. Demente. Tenía una cita con su esposo falso. ¿Cuánto líos más podrían que conseguir? Pero aun así, la emoción la puso temblorosa. ¿A dónde la llevaría? ¿Intentaría besarla? Si él pensaba que sería fácil, estaba equivocado. Ella podría estar para una divertida amistad, pero eso es todo. Entre más pronto se diera cuenta, mejor estarían ambos. —Johanna, ¿estás lista? —llamó a través de la puerta. Ella se alisó el cabello por última vez antes de agarrar su bolso y correr hacia la puerta. Cuando la abrió, él le sonrió y levantó una rosa roja. —Para usted, mi lady. Maldita sea. —Gracias. Es bonita. Ella agarró la rosa, asegurándose de no tocar sus dedos. Si se permitía tocarlo, todo el sentido común volaría por la ventana. Ella llevó la rosa hacia su nariz. La dulce fragancia se apoderó de ella, y lo miró a los ojos. —Estaba indeciso entre una rosa y un tulipán. Una rosa es más romántica... pero pareces que no quieres el romance de mi parte —dijo.

Su intensa mirada envió una sacudida de calor fundido a través de ella. Jodido café. Estaba despierta. Definitivamente despierta. —Pensaste correctamente —murmuró. Ella apartó la mirada de él y tragó una bocanada de aire. ¿Por qué estaba tan malditamente mareada?—. No estoy interesada en el romance. —Sin embargo, parece que quieres un poco la rosa. —Cuando ella no dijo nada, él se rio entre dientes—. ¿Estás lista? —Él le ofreció el brazo y deslizó su palma en el hueco. Sus brazos se rozaron mientras caminaban. —¿A dónde vamos? —preguntó ella. —Ya verás. Ella lo miró por el rabillo del ojo. —¿En serio? ¿Vamos a jugar a ese juego? Él le dio un encogimiento de hombros. —¿Jugar? No tengo ni idea de lo que quieres decir. Pero no te voy a decir a dónde vamos, si te estás preguntando eso. El aire de la noche le dio una bofetada en la cara al salir de la casa, y ella cedió a la tentación y se balanceó más cerca de la calidez de Damon mientras esperaban que el auto llegara a la puerta. Él le sonrió cuando ella se fundió contra su cuerpo. —No me mires así. —Ella miró hacia el cielo—. Tengo frío, no estoy enamorada. —Auch. —Él le acarició la mano—. No olvidemos que eres contundente y honesta. —Oh, mira. El auto está aquí. —Agradable cambio de tema. —Gracias.

El auto se detuvo y subieron. Después de unos diez minutos de tenso silencio, y mucha inquietud ansiosa por parte de ella, el auto tomó la rampa de la autopista. —Uhm. Interesante —murmuró. Agachando la cabeza, mientras examinaba las señales en la rampa de salida. —¿No te lo imaginas todavía? —preguntó él. Ella lo miró, solo para descubrir que se había movido más cerca de ella. Sus ojos estaban a escasos centímetros de los de ella. ¿Siempre habían sido tan hermosos? Tragó una gran bocanada de aire —Bueno, hay un centro comercial, un hospital, y un museo. Supongo que vamos al museo. —Estarías en lo correcto —respondió. Pasó un dedo por encima de su línea de la mandíbula y luego tocó su nariz—. Hay belleza e inteligencia. El paquete entero. Ella puso los ojos en blanco. —Sip. Esa soy yo. El auto se detuvo en el Museo de la Ciencia. Cuando el conductor abrió la puerta, ellos salieron, y Damon la acercó a su lado. Ella le lanzó una mirada asesina, y parpadeó inocentemente —¿Qué? Tengo frío, no estoy enamorado. Sus labios se arquearon en contra de su voluntad. —Eres ridi… —Él llevó un dedo a sus labios—… culo —terminó, con voz ronca. —Sí, lo sé. Me lo has dicho. Se tambaleó más cerca. Su pecho rozó contra el suyo, sacándola de su trance, y ella se apartó. —Entonces, ¿qué estamos haciendo aquí? ¿Arte? ¿Ciencia? —Constelaciones —dijo. —¿Qué? —gimió ella—. Solo quieres burlarte de mí otra vez, ¿no?

—No haría eso. —Hizo una pausa—. Está bien, tal vez lo haría. Pero esto es diferente. Es un programa que te muestra las constelaciones en el cielo, y te muestra cómo encontrarlas. Incluso personaliza a lo que está en el cielo esta noche, no solo en cualquier momento del año. Después de esto, serás capaz de salir y verlas. Ella parpadeó. —Vaya. De acuerdo. Pareces bastante emocionado con esto. Las orejas de él se pusieron rojas. Santo Dios, incluso cuando el hombre se sonrojaba era adorable. Se pusieron en la cola y él movió los pies. —Sí, pensé que te gustaría. Si prefieres hacer otra cosa, podemos hacerlo. ¿Una película? ¿Cenar? —No —dijo ella—. Es perfecto. Me encanta. Los ojos de él se iluminaron. —Bien. Vamos. Aprendamos sobre las estrellas.

Damon prácticamente arrastró a Johanna a las puertas. Ella había estado en silencio durante toda la presentación, concentrándose más que nadie en la sala. Su atención nunca se desvió del falso cielo. Cada vez que encontraba una constelación, una sonrisa aparecía en sus labios, y en el corazón de él. Demonios, él apenas había oído una palabra de lo que el presentador había dicho. Su mirada estaba puesta firmemente en ella. La cabeza de ella se alzó hacia el cielo cuando dejaron el edificio. —Oh —dijo ella, con una sonrisa iluminando su cara—. Lo veo. Veo Puppis.

Él siguió su mirada y asintió. —Sí, esa es. La cabeza de ella siguió su brazo. —Y Cáncer. También la veo. —Mmm. —Su mirada se quedó en la cara de ella—. Es preciosa. —Lo es —respiró ella. Su mirada se cruzó con la de él y se quedó helada. Él intentó decir algo ingenioso. Pero verla ahí, afuera bajo las estrellas, se llevó toda su consciencia. Si intentara hablar, sonaría como un idiota lloriqueando. En lugar de eso, puso las manos en sus mejillas, la acercó y presionó sus labios contra los de ella. Mantuvo su toque suave. Ella se resistió al principio, echándole hacia atrás, pero entonces colocó sus manos en la chaqueta y le acercó más. Esta noche no se trataba de seducción o sexo. No, tenía una meta mayor en la cabeza, y saltar en la cama no era esa meta. De alguna manera, separó sus labios de los de ella. Ella gimió suavemente en su garganta, y casi sucumbió a la tentación de besarla de nuevo. Recorrió con su pulgar el labio inferior, sufriendo por probarla una vez más. —¿Hambrienta? —susurró suavemente. —¿Huh? —ella parpadeó. Sus suspiros se escapaban hacia el frío aire como el humo. Él le sonrió. —He dicho, ¿tienes hambre? —Uhm. —Mirando hacia el cielo, suspiró—. No deberíamos estar haciendo esto. Es un error. —No, un error sería no estar haciendo esto. Quiero esto. Te quiero a ti.

—No me quieres. En realidad no. —Susurró ella—. Ni siquiera me conoces. Simplemente crees que sí. Él tiró de su mano. Ella se encontró con sus ojos a regañadientes. —Entonces háblame de ti. Dime lo que necesito saber. —No tiene sentido. Esto son negocios, no placer. —Liberó su mano y se acercó al auto. Él meneó la cabeza y la siguió en completo silencio. Cuando se deslizó dentro del auto, empezó a hablar, pero el teléfono lo interrumpió. Cuando oyó el tono, su boca se secó. Sacó el teléfono de su bolsillo, se lo llevó a la oreja, y dijo: —¿Hola? Ante el sonido de la voz al otro lado de la línea, él se olvidó del todo de Johanna. —¿Damon?

Johanna observó el auto de Damon desaparecer por la entrada. Una vez que ya no pudo verlo más, suspiró y se dirigió a la cocina por más café. Se había ido para una “reunión” con la persona que le había llamado la noche anterior. La persona que le había hecho sonreír, y había hecho que sus ojos se iluminaran. Al menos, había estado emocionado hasta que vio a Johanna observándole. Entonces se cerró por completo. Lo que probablemente significaba que la que llamaba era una mujer. Cuando llegó al vestíbulo, el mayordomo entró desde la dirección opuesta. Él se paró y se inclinó.

—Mi lady. —Johanna —le corrigió por enésima vez—. Siento molestarle, ¿pero Damon va a esas reuniones muy a menudo? —Sí, mi señora. Todos los domingos. —Oh. —Agarró más fuerte la taza de café—. ¿Sabe cuánto tiempo suele irse normalmente? El mayordomo hizo un gesto lacónico. —Normalmente dos o tres horas, mi lady. —Oh —dudó. ¿Tan desesperada estaba por información que molestaba al mayordomo?—. Dígame, ¿sabe a dónde va? Él se echó hacia atrás y se mordió los labios. —No estoy muy seguro, mi lady. Si me perdona, oigo a una criada llamándome. El mayordomo voló. Por favor, el hombre sabía cuándo Damon no se había afeitado, por el amor de Dios. Claro que sabía a dónde iba cada domingo. El mayordomo obviamente lo guardaba en secreto. Quien fuera que Damon viera los domingos (y solamente podía pensar que era una mujer) era lo suficientemente importante para tener un tono privado, y secretísimo. Interesante. Muy interesante.

Traducido por Selene1987 , Mapu, OriOri y leogranda Corregido por Lizzie Wasserstein

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amon se sentó en su minuciosamente los números.

mesa,

estudiando

Johanna le robó una mirada antes de regresar su atención a clasificar papeles. Los últimos dos meses habían pasado volando.

Por las mañanas, su chofer la dejaba en la escuela, y cuando terminaba su día de trabajo, el chófer la llevaba de vuelta a casa. Luego, por la noche, se sentaba en su oficina a trabajar en clasificar papeles y preparar sus lecciones mientras él trabajaba en sus propios negocios. Bostezó y miró su reloj. —Ya casi son las ocho. ¿Quieres hacer un descanso para cenar? Damon parpadeó, centrándose en ella. —Dame cinco minutos más. Casi he terminado con esta columna. Ella sonrió, meneando la cabeza mientras él volvía su atención de nuevo a los papeles sobre su escritorio. —Para ser alguien que odiaba cualquier cosa que tuviera que ver con los negocios, parece que ahora estás enganchado al “un minuto más”. Pareces un adicto. Él se rio, pero no levantó la mirada. —Oye, solo estoy haciendo mi trabajo.

Ella suspiró y colocó una estrella y una pegatina en el papel enfrente de ella. Su estómago rugió, pero no dijo otra palabra. Su nuevo interés en su compañía la emocionaba. Seguro como el infierno que iba a interrumpirlo por algo como la comida. —Ajá —dijo él—. Ahí está. Ella miró hacia arriba. —¿Ahí está qué? —Los envíos del mes pasado estaban todos mal. No podía averiguar por qué habían desaparecido no solo los bienes, sino también el dinero. Alguien puso el envío como un cargamento en lugar de bienes recibidos. —Él le sonrió—. Ahora todo encaja perfectamente. —Bien —dijo ella, devolviéndole la sonrisa—. Me alegra que lo hayas descubierto. —Jamás pensé que disfrutaría tanto de las matemáticas, pero demonios, sí que sienta bien. —Entrelazó los dedos detrás de su cabeza y se echó hacia atrás en la silla—. He descubierto que en realidad se me dan bastante bien las matemáticas. ¿Quién lo hubiera sabido? —No me sorprende —murmuró ella, colocando las pegatinas—. Tienes una buena cabeza. Simplemente no la usabas. —Vaya, gracias. Eres muy amable. Sonriendo, ella se puso de pie. —¿Significa eso que podemos ir a comer ya? Me muero de hambre. Él se rio y también se levantó. —Me he dado cuenta. Pensaba que alguien había dejado entrar a algún cachorrillo en la casa. —Oye, ya. No puedo evitarlo si necesito comida. —Lo golpeó en el hombro—. Es tu culpa por tener una cocinera tan increíble.

—A ella también le encanta presumir para ti —dijo. Cuando entraron en el comedor, le hizo un gesto a la mesa—. Mira la decoración de esta noche. Velas rojas y rosas se alineaban en el centro de la mesa, bañando la sala con su suave brillo. Al entrar, una criada se marchó y Damon la llevó a su sitio de costumbre. Se sentó y le sonrió. Ella le dio un sorbo al vino. —Tienes purpurina en la nariz. —Se la quitó. Su toque, aunque era inocente, hizo que se le encogiera el estómago. —Ya. No hay. —Gracias —balbuceó ella, bajando su mirada a su regazo. Maldito fuera por ser tan dulce. —Me pregunto qué tendremos esta noche. Él se echó hacia atrás en su silla. —He oído un rumor de que es un asado. —Uhm. —Se frotó su estómago—. Excelente. —Dice la presunta vegetariana… Ella se rio. —Lo sé. Soy mala. El teléfono de él sonó ý miró el identificador de llamada. —¿Hola? Ella se puso tensa. Conocía ese tono. Lo había oído en el planetario. Lo había escuchado cada sábado desde entonces. Estaba asignado a una persona y sólo una persona: la mujer a la que él visitaba cada domingo. Él se rio y los celos la carcomieron. No tenía ni idea de quién era esa misteriosa mujer, pero sin duda podía hacer una conjetura. —Iré a verte el domingo. ¿Recuerdas? —Él vio a Johanna mirándolo, sonrojada. Colocando el teléfono lejos de su boca, le dijo:

»Perdóname, vuelvo en seguida. Ella asintió y forzó una sonrisa. El sirviente cargó la comida, trayendo con él, el aroma a carne y papas, pero ella ya no estaba hambrienta. Solo podía pensar en Damon, y la mujer que lo hacía tan feliz. Él regresó, olfateando. —Mmm. Esto huele delicioso. Lo siento, tengo que disculparme. —No te preocupes. —Ella tomó un sorbo de vino e inclinó su cabeza—. ¿Quién era? —Oh, solo una amiga. Tenemos una reunión el domingo. —Él se sonrojó y tomó su tenedor. Ella lo vio comer, pero no hizo ningún movimiento para imitarlo. No pudo aguantarlo más. —¿Una reunión? ¿Otra vez? Él bajó el tenedor y cruzó sus brazos. —Sí. Todos los domingos. ¿Recuerdas cuando te dije que tengo una reunión programada cada semana? Ella trago fuertemente. —Sí. Lo siento. Debe habérseme olvidado. Aunque él continuó comiendo, sus ojos permanecieron en ella. —¿No vas a comer? Ella tomó su tenedor y ensartó una papa. Aunque cocinada a la perfección, sabia sosa y simple. Lo colocó devuelta a su plato y se puso de pie. —No tengo hambre. Creo que voy a irme a la cama. Él arqueó una ceja y se levantó. —¿A las ocho y media un viernes en la noche?

Sus orejas debían estar ardiendo, a juzgar por la ardiente sensación. —Uh, Si. Buenas noches. —¿Estás bien? —preguntó él. —Bien —espetó ella. Ella huyó de la habitación y no se detuvo hasta que estuvo cómodamente segura detrás de la puerta del dormitorio. Él tenía una reunión cada domingo en la tarde, ¿no? Oh, era una reunión después de todo. Pero no del tipo que él dio a entender. Si ella era su esposa en todos los aspectos, debería acosarlo hasta que el confesara la verdad detrás de sus viajes. Pero, como su compañera de negocios… lo dejo pasar. Por mucho que eso la matara. Aunque se dijo que solo era natural para él buscar placer en otro sitio, desde que ella no le había dado ninguno, no podía evitar sentirse desconsolada. Lo que únicamente servía para enojarla más. Hola, ella le había dicho que no lo haría, no podía, darle sexo. Qué mierda esperaba ella que hiciera el hombre… ¿volverse un eunuco? Él era demasiado guapo para padecer tal destino.

A la mañana siguiente, ella se levantó con las misteriosas reuniones de los domingos aún en su mente. De hecho, la perra la había perseguido en sus sueños. Rodó fuera de la cama, lavó sus dientes, y descendió las escaleras. Cuando entró en el comedor, encontró a Damon vestido y esperándola. Se detuvo y lo estudió. —Hola. —Ella buscó cafeína antes de que hiriera a alguien, concretamente su aborreciblemente activo esposo.

—Buenos días. —Él sonrió y le ofreció una taza de café. —Ah. Gracias. —Ella inhaló el aroma, y ya sintió que el mundo tenía más sentido—. Así que, ¿qué haremos hoy? Te veo listo para partir. Él se movió y su mirada cayó a sus pies. —Bien… pensé que nos ofreceríamos hoy. Si no te importa —agregó. —¿Donde? —El comedor común. —Me encantaría eso. —Bien. Y justo después, tengo otra sorpresa planeada para ti. Ella gimió. —Realmente no cederás, ¿Cierto? —Nop. Estoy determinado a convencerte. Eres mi esposa, después de todo. —Compañera de negocios. —Comete el desayuno, y entonces nos iremos. Tengo que terminar nuestros arreglos para esta noche. —Frotando sus manos, dejó la habitación con una sonrisa en su rostro. Ella rio y se hundió en su asiento en la mesa. Mientras comía, se preguntaba qué harían después de alimentar a los pobres. Él lograba sorprenderla más y más con cada “cita”, y sospechaba que esta vez no sería la excepción. Realmente no lo entendía. Los sábados le regalaba toda clase de atenciones, deteniéndose ante lo que sea que la hiciera feliz. Actuaba como si ella fuera el centro del universo, y todo lo que él quería con toda su vida era su amor. Su confianza. Las dos cosas que ella se rehusaba a darle. Y luego, en un completo cambio, los domingos la abandonaba por una llamada para tener sexo. Cada. Semana. Sin excepción.

Suspirando, salió del comedor. Damon estaba en el vestíbulo, dirigiendo a los sirvientes cargando maletas llenas de ropa. Ella frunció sus labios. —¿Puedo saber por qué necesitamos un cambio de ropa? —Nop. —A veces eres ridículo. —Quizá. ¿Estás lista para ir a alimentar al hambriento? Apartó el cabello de sus ojos y lo colocó en una ajustada coleta. —Por supuesto. ¿Y luego nosotros…? —Iremos a otra parte. Vamos. —Él sonrió y salió por la puerta sin esperar una respuesta.

Damon le sirvió a la última persona en la línea y se limpió el sudor de su frente. Desafortunadamente, todo eso lograba ponerlo incluso más pegajoso. Nunca se sintió tan desagradable y asqueroso como lo hacía en ese momento, pero nunca se había sentido tan increíblemente satisfecho, tampoco. Cada sonrisa agradecida hacia él por parte de los desamparados, cada mirada de soslayo compartida con Johana, se unía hasta que su corazón amenazaba con partirse. Hablando de eso… Johanna dejo el plato vacío que cargaba y caminó hacia él, sonriendo de oreja a oreja. Él se enderezó, destrozando la espantosa redecilla y limpiando sus manos en su delantal. —Oye póntelo de nuevo —protestó—. Te veías sexy. Él sonrió y alisó su cabello. Se moría por tocarla. Por besarla. Demonios, en este punto le estamparía un beso en la mejilla.

—¿Oh? —se burló, devolviéndola a su cabeza—. Bien, en todo caso, acércate, o te golpearé con mi cuchara de madera. Ella alejó sus manos. —Creo que podemos irnos ahora. Nuestro trabajo está hecho. La puerta se abrió y él suspiró. —Nop, aquí viene otro más. Ella sonrió hacia la mujer acercándose, y se congeló. Una extraña expresión se posó en su cara y palideció. —¿Mamá? —¿Qué? —Él miró a la mujer y luego a Johanna. No podía ver ningún parecido. —¿Esa es tu madre? La mujer se tambaleó hacia adelante, con la mano extendida. —¿Eres tú, Johanna? Johanna dio un brusco asentimiento. —¿Cuándo volviste? La mujer frotó su sucia nariz, estremeciéndose. Damon no podía creer que esta cáscara de mujer pudiera ser la madre de Johanna. Las marcas en sus brazos eran inconfundibles. Su madre le lanzó una mirada a él antes de regresar sus ávidos ojos a su hija. —Hace unos días. Me cansé de las Vegas. Fui a tu casa, pero me dijeron que te habías mudado. Johanna miro a Damon, ruborizada. —¿Puedes disculparnos, por favor? Suspirando fuertemente, asintió.

—Desde luego. Él retrocedió, pero aún podía distinguir fragmentos de la conversación. Su madre le pidió dinero, y Johanna se dirigió hacia su bolso. Regresando al lugar de su madre, le dio un cheque y acarició su hombro. Voluntariamente, sus pies se acercaron. Él tomó una cuchara y agitó la salsa restante antes de deslizarse incluso más cerca para revisar el maíz. —Recuerda, enviaré dinero al encargado de tu apartamento una vez elijas un lugar. Solo asegúrate de llamar al número en el cheque y hacerme saber dónde estás. ¿De acuerdo? —preguntó Johanna. —Sí. Te lo haré saber. —Su madre se deslizó rápidamente fuera de la habitación con el cheque agarrado cerca de su pecho. Johanna mordió su labio. Damon apretó su mandíbula y masajeó los hombros de ella. Obviamente era más de lo que la resistencia de Johanna podía aguantar. ¿Podía él de alguna manera romper las barreras que su obviamente drogadicta madre había ayudado a construir? Por supuesto que podía. No tenía elección, no si quería tener éxito en su plan de salvar todo lo que importaba en su vida. —¿Está todo bien? Suspirando, ella sacudió su cabeza y se apartó. —¿Podemos irnos ahora? Él estrechó su hombro. —Está bien. Déjame hablar con el dueño antes de irnos. Ella asintió y se retiró, dirigiéndose hacia la puerta de atrás. Él la observó alejarse con su corazón afligido.

Johanna miró a Damon a través de la ventana mientras él firmaba un cheque y se lo entregaba al eufórico dueño del refugio. Probablemente había donado suficiente para mantener la cocina abierta por un año. Salió del edificio y metió las manos en los bolsillos de su abrigo. —¿Lista? —preguntó, su voz pesada. Ella asintió y lo siguió hasta el auto. Saber que había visto a su madre, y lo que su madre era, la hizo marearse. Una vez sentada, ella miro afuera de la ventana. Tal vez él finalmente se daría cuenta que ella estaba dañando, que no valía el problema. —¿Qué pasó con tu madre? —preguntó en voz baja. El auto comenzó a moverse. —¿Estás seguro que quieres saber? No es bonito. —Por supuesto que quiero saber. Es lo que te hace… tú. Él estrechó su mano. —…Bien. —Ella suspiró pesadamente y miró por la ventana. Si ella tenía que decir esto, no podría mirarlo. »Cuando cumplí doce, mi padre nos dejó. Mi madre era una drogadicta, y él no pudo aguantar más la tensión. No lo culpo. Si me hubiera dado a elegir, me hubiera ido también. —¿Él te dejó con una madre que no podía mantenerte? Ella vaciló asintiendo. —Ella tenía un trabajo, pero gastaba todo su dinero en drogas. »Cuando tenía trece, un amigo de la familia me dio un trabajo, ayudándole en su tienda de conveniencia. Si no fuera por él, me habría muerto de hambre. Él nos alquiló un barato apartamento encima de su tienda, tomando la cuota de mi paga. —Cristo —murmuró él. Su agarré se apretó en su mano—. Eso debe haber sido muy duro para una niña de tu edad. Ella se frotó la frente.

—Bueno, sí. Lo fue. Escondí todo el dinero que gané, así mi madre no podía robarlo para drogas. Ella se ponía tan enojada conmigo cuando me negaba a darle dinero. Ella tenía un realmente buen gancho derecho. Damon apretó los puños. —No lo sabía. —No he terminado aún —le espetó. Ella necesitaba que él escuchara esto. Para que entendiera por qué no podía dejarlo entrar—. Cuando tenía dieciséis, ella escapó con todo el dinero que había ahorrado. No tenía nada para el alquiler. Nada para la comida. Terminé teniendo otro trabajo de mesera. Entre los trabajos y la escuela, no dormía mucho. Obtuve becas, fui a la Universidad. Toda mi vida, he estado por mi cuenta. Él sacudió la cabeza y se apoyó en el asiento del auto. —Eres increíble. ¿Lo sabes? —No. —Ella respiró. Dejó caer la frente en su palma. Lagrimas nublaron su visión—. Realmente no lo soy. Estoy rota y no puedo amar a nadie. No me puedo acercar a otra persona, no puedo dejarlos entrar. A nadie. Ni amigos, ni familia… ni tú. —¿Por qué me estás diciendo esto? Ella cerró sus ojos. —Porque no voy a ceder. —Así que podía detener las citas de los sábados, detener las sonrisas encantadoras, detener…cualquier cosa. Solo detenerse, ahora que sabía cuan rota estaba—. No voy a enamorarme. El amor es débil y fugaz. No puedo confiar en él. —Entonces no lo hagas —respondió. Atrapando su mano—. Pero puedes confiar en mí. Puede que no estemos enamorados, pero te prometo que estaré aquí, siempre que me necesites. —No sé qué decir —susurró, evitando sus ojos. —Lo haré. —Después de darle a su mano un último apretón, la dejó ir. Extrañó su calidez al instante que la soltó. Y peor aún, ella perdió su apoyo. Su tono emocionado sonaba falso.

—Casi estamos allí. ¿Preparada para la segunda parte de nuestra cita? Ella trató de sacar a relucir algo de su entusiasmo anterior, y empujó el encuentro con su madre fuera de su mente. —¿A dónde vamos? —A un hotel. Ella cruzó sus brazos sobre su pecho. —¿En serio? ¿Piensas que tenerme sola en una habitación te ayudará a ganarme? Te lo aseguro, tengo más control que eso. —Compartiremos una habitación, pero con dormitorios separados. Habrá más de nuestra estadía que dormir. Dios, él había admitido que en realidad quería seducirla. Peor aún, la perra traidora de su cuerpo se estremeció ante el pensamiento. —Damon, te dije… —Malinterpretaste mis intenciones —dijo—. Paciencia, querida. Verás nuestro destino bastante pronto. —¿Estamos pasando la noche? —preguntó, y jugueteó con su chaqueta. —Sí. Reservé la suite de luna de miel. —Él se alisó el cabello—. Si eso está bien contigo, por supuesto. —Uhm. ¿Qué acerca de tu… —ella removió sus manos—, reunión que siempre tienes los domingos? Él se tensó, ruborizándose mientras tiraba de su corbata. —Todavía la haré a tiempo. —¿Tal vez podrías saltarla esta semana? Sus ojos se movieron lejos de los de ella y se enfocaron en algún lugar por encima de su cabeza.

—No. No puedo. —Oh. Está bien. —Se mordió sus labios y la lengua. Ella no iba a preguntar qué hacía todos los domingos. Tenía orgullo. Autoestima. Por no mencionar el control de sus emociones. —¿A dónde vas? Hijo de puta. —A visitar a un amigo —murmuró. Señalando la ventana, esbozó una sonrisa forzada—. ¡Oh mira! ¡Estamos aquí! Su corazón se desplomó. ¿Realmente había esperado que le dijera, sin embargo? Lo suyo no era un matrimonio de verdad, pero aun estaría romper un código de hombre si admitía que tenía una amante. Fingiendo emoción, ella se inclinó para mirar por la ventana. Un grandioso hotel se alzaba hacia el cielo, más elegante que cualquier edificio que había visto nunca. Algo en su pecho se sentía más ligero. —Guau —suspiró—. Es hermoso. —Lo es —estuvo de acuerdo. Miró en su dirección y centró su atención no en el edificio, sino en ella. El anhelo y el deseo en sus ojos ataron un puño de tensión en su estómago, apretando firmemente en sus garras. ¿Por qué la miraba así cuando tenía una relación con alguien más? ¿Cómo podía? Su ardiente mirada dejó su boca seca. Estacionaron en la entrada y ella leyó la cartelera en la acera. Sus ojos se abrieron mientras echaba un vistazo a los anuncios. Girando para encararlo, ella se rio. —¡No! ¡No lo hiciste! —Oh, ciertamente lo hice. Vamos a un baile —anunció—. Creo que te debo un vals. —¡Oh! Y es un baile de disfraces. Eso es lo que hay en las maletas con ropa, ¿no es así? ¿Disfraces? —Ella saltó fuera del auto.

Esta sería la mejor cita de su vida. Se dirigió a su lado, rozando sus brazos. —Veo que estás feliz con mi sorpresa. —¿Feliz? —Ella se lanzó a sus brazos, abrazándolo fuertemente. Él la sostuvo cerca de su pecho. Retrocediendo, lo miró a los ojos. Allí estaba otra vez. El deseo. Una necesidad de responder aumentó dentro de ella, rehusándose a negarlo más. Ardiendo dentro de ella, llegando alto y más alto. Su resistencia se estaba desmoronando a un ritmo alarmante. Apretó los dientes. No, maldita sea. Ella no podía ceder a la tentación. Se aclaró la garganta, se desprendió de sus brazos y le susurró: —Gracias. Él le dirigió una mirada ardiente, flexionando sus dedos a los lados, pero le ofreció su brazo y la acompañó al interior.

Damon tiró de su corbata, lanzado una mirada encubierta en dirección a Johanna. Sus ojos estaban muy abiertos y sus mejillas encendidas, pero ella agarró su codo firmemente. Ella lucía absolutamente deslumbrante en su traje de baile del siglo dieciocho. Su vestido de muselina estaba rematado con un polvo de impresión rosa, que se dividía en la parte delantera para revelar la capa debajo del rosa. El escote del vestido dejaba poco a la imaginación. Se obligó a apartar la mirada, como un caballero debería hacer. Al menos mañana vería a Lilly. No podía esperar para perderse a sí mismo en la risa de Lilly. Johanna estiró el cuello hacia arriba.

—¿Sabes cómo bailar el vals? No. No es exactamente algo que enseñan en la escuela pública. —Sé qué hacer. Solo sigue mi ejemplo —le aseguró, apretándole la mano. Y… si te dirijo a la habitación, solo desnúdate. Simple—. Será divertido. —Está bien. La orquesta se preparó, y como uno solo todos los asistentes a la fiesta, se dirigieron a la pista de baile. Damon dirigió a Johanna a un espacio abierto, colocándola delante de él. La excitación y el nerviosismo se lanzaron en su rostro; él sonrió. Su mirada revoloteó sobre los bailarines que les rodeaban. —¿Sabías que el vals una vez fue considerado demasiado atrevido para el salón de baile? Se piensa que es una forma de seducción, demasiado atrevido para una debutante. —Entonces, lo bueno es que no soy una debutante —le susurró al oído, su aliento caliente enviando hasta la última gota de sangre directamente hacia el sur. Sus dedos temblaban en los suyos, pero sus ojos brillaban. Su aliento estaba atrapado en su garganta. Preciosa. Atractiva. Y suya, aunque solo lo fuera brevemente. —Primero me inclino. —Se inclinó hasta su cintura, sin apartar los ojos de los de ella—. Y entonces una reverencia. Con una sonrisa, ella descendió en una reverencia impecable. Sus ojos lo cautivaron, y tragó con dificultad. La anticipación puso sus palmas sudorosas mientras tendía su mano hacia ella y decía: —¡Excelente! Pon tu mano en la mía. Cuando ella deslizó su mano en la suya, él la tomó en sus brazos. —Ahora pon la otra mano aquí, en mi brazo, justo debajo de mi hombro.

Él la agarró de su costado, justo al lado de su pecho y debajo del brazo. Ella se sacudió, sus mejillas ruborizadas cuando su mano rozó la piel desnuda. —A… ¿estás seguro de que es correcto? —preguntó, exhalando. Echó un vistazo alrededor—. Oh. Lo es. Inclinándose, presionó su mejilla en la de ella y susurró: —¿Entiendes ahora por qué estaba prohibido? Ella asintió. —Sí. —Uhm —respiró, frotando su mejilla contra la de ella antes de regresar a su posición—. Ahora, doy dos pasos atrás, y nos despegó. —¿Qué? Sus ojos se abrieron cuando comenzó a girarla en círculos elaborados a través del salón de baile. No importa lo que fuera a pasar el próximo año, él nunca olvidaría este momento. Su risa, mientras giraban en la pista de baile se apoderó de él. Él le dio la vuelta a la habitación, aprovechando toda oportunidad que pudo conseguir para tirar de ella aún más cerca de su cuerpo hasta que sus senos rozaron contra su pecho. Si tenía algo de suerte, estaría demasiado ocupada para que notara que todos los demás bailaban a una distancia más respetable. Él bailó con ella en las sombras, ocultándola de curiosos espectadores. Ella miró por encima de su hombro, con las cejas levantadas. —Uhm, ¿por qué estamos aquí? —Porque te prometí un vals auténtico. ¿Sabes lo que usualmente ocurría cuando un conde libertino bailaba con una dama que deseaba? —Arrastró un dedo hacia abajo sobre la línea de su mandíbula. La suavidad de su piel se burló de él. Le dolía tocar cada centímetro de ella... conocerla. Sus ojos se abrieron, y ella se acercó más a él.

—Muéstrame —susurró. Gimiendo, él la apoyó en la pared, capturando sus labios ávidamente. Vorazmente. Ella lo había atormentado, dejado de lado, demasiado tiempo para que él fuera gentil. Su lengua encontró la de ella, acariciando mientras sus manos se deslizaban de su cintura a su pecho. Trazó la línea de su clavícula antes de cerrar sus palmas alrededor de ella, sus pulgares juguetearon con sus pezones a través de la delgada tela. Sus gemidos lo animaron, haciéndolo hambriento de más. Frotó sus caderas contra ella y gimió. Consumido por la necesidad de tomar el control. La necesidad de reclamarla. La necesidad de tenerla para él, para siempre. —Te necesito —susurró. Ella asintió con la cabeza, agarrando su mano. Sus ojos eran de un azul oscuro, tormentoso y desenfrenado. —Sí. Ahora. Su corazón latiendo en un rápido staccato en sus oídos, dejó que lo condujera a través del piso, prácticamente arrastrándolo hacia la salida. Maldita sea, él no iba a durar más de un minuto en la cama con ella si esto continuaba. Un hombre se interpuso en su camino. Damon chocó con la espalda de Johanna, atrapándola por los brazos antes de que pudiera golpear el suelo. Su rubor se desvaneció a una palidez fantasmal. —¿Estás bien? —preguntó Damon. —La dama está bien. La Ira candente bombeó a través de las venas de Damon. El ex de Johanna, Tim. Maldita sea. —¿Qué estás haciendo aquí? —gruñó Damon—. Creería que a chusma como tú no se le permitiría pasar por seguridad.

—Estoy aquí porque compré un boleto, Sherlock. Lástima que los detuve. —Tim se inclinó hacia delante para susurrar—: Ella no suele ponerse de ese humor. El rojo nubló su visión, y Damon gruñó: —¡Fuera de nuestro camino! Johanna lo echó hacia atrás, frunciéndole el ceño a Tim. —No te molestes, Damon. Él ya se va. A él solo le gusta golpear a las personas más pequeñas. ¿No es así, Tim? Tim se sonrojó, dando un paso atrás para enderezar su ropa. —Buena suerte con ella. No vale la pena, te lo aseguro. —Vete al infierno, o voy a ponerte allí yo mismo. —Los puños de Damon se apretaron. Le encantaría aplastar al hombre en una sangrienta masa, pero en cambio se concentró en su esposa—. ¿Estás bien? —Estoy bi… Paseándose delante de ellos, Tim avanzó unos pocos pasos antes de detenerse para echar un vistazo sobre su hombro. —Dime, Johanna. ¿Sabes a dónde va cada domingo? Yo sí. Johanna se congeló. —Tengo una idea, sí. —¿No te molesta que él vaya a verla, pero no te dice quién es ella? ¿Quién es ella? Damon no podía moverse. No podía respirar. ¿Cómo fue que este... este monstruo averiguo sobre Lilly? ¿Cómo podría saberlo? Damon lo mataría. No se detendría hasta que esa criatura asquerosa respirara su último suspiro. Gruñendo, anduvo tras Tim. Algo, o alguien, tiró de su codo. Gruñendo, giró para enfrentarse a su atacante. Johanna se tambaleó detrás de él, sus ojos muy abiertos.

Poco a poco, las palpitaciones en su cráneo se redujeron, y sus puños bajaron. Grandioso, había logrado dar a Johanna otra razón para desconfiar de él. —Lo siento —se las arregló—. Vamos a nuestra habitación. Caminando a su lado, le ofreció su brazo con una última mirada a Tim. Pronto, ese hombre tendría toda su atención. Pero no aquí. No ahora.

Johanna no sabía qué pensar. Damon se había enojado tanto con lo que Tim dijo. Obviamente esa mujer que visitaba ocupaba un lugar en su corazón. Y dolía. Oh, Dios, le dolía. Las lágrimas brotaron de sus ojos, nublando su visión. Él todavía podría estar interesado en llevarla a la cama, pero no la amaría. No como amaba a la otra mujer en su vida. Si amaba a esa mujer, ¿por qué se había casado con Johanna en lugar de ella? ¿Él no había querido comenzar un matrimonio "real", basado en el dinero y las obligaciones contractuales? ¿Estaba Johanna solo en la fotografía para que él pudiera seguir cortejando a la mujer que amaba? ¿Y por qué le dolía tanto descubrir que ella podría significar absolutamente nada para él? Entró en su habitación en silencio, Damon la seguía de cerca. Suspiró, apoyado en la puerta con los ojos cerrados. —¿Estás bien? —preguntó, dando un paso vacilante hacia él. Sus ojos se abrieron de golpe, su mirada era dura e implacable. —No. Estoy muy furioso. ¿Cómo se atreve?

Damon se quitó la corbata, lanzándola a través de la habitación con una maldición. Ella se retiró. —Lo siento. —Deberías. Es tu maldito ex, no el mío —espetó. Él palideció y apretó los labios con fuerza—. Lo siento. No quise decir eso. Estoy molesto. Perdóname. Ella asintió con la cabeza. Las lágrimas rodaron por sus mejillas. —Está bien. Él negó con la cabeza y cerró los ojos una vez más. —No. No lo está. Ve a la cama. No soy una adecuada compañía en este momento. —¿No eres adecuada compañía, o no la adecuada compañía para mí? Quién… —Dije ve a la cama —Su voz era entrecortada y sus labios se curvaron en un gruñido. Ella asintió, mordiendo su labio tembloroso. —Bien. De todos modos, No disfruto de la compañía de los idiotas. Caminó a su habitación y silenciosamente cerró la puerta detrás de ella. Lo que había comenzado como un sueño hecho realidad terminó en una pesadilla. Johanna se metió en la cama y lloró hasta quedarse dormida.

Traducido por leogranda, Verae y Tanza Corregido por

J

ohanna se dio la vuelta en la cama, parpadeando ante el sol que entraba por la ventana. Bostezó y se sentó, frotándose las sienes con agotamiento. El sueño había tomado un largo tiempo en llegar la noche anterior. Diablos, la había eludido durante toda la semana. El silencio gélido con que había sido tratada por los últimos días no hizo nada para ayudar a su descanso, y sospechaba que hoy no sería diferente. A pesar de que era sábado, ella no se despertó emocionada. Damon apenas hablaba con ella, así que estaba bastante segura de que no tendría una gran cita planeada para el día. Con un suspiro, salió de la cama y bajó por las escaleras, entrando en el comedor con temor. Él estaba sentado a la mesa, con el periódico en la mano. Miró hacia arriba, y luego volvió su atención al papel. —Buenos días. —Buenos días —murmuró. Cruzando la habitación, llenó una taza con café humeante antes de reclamar su asiento a su lado. Sin decir una palabra, jaló su plato más cerca y empezó a comer. —Esta noche tengo un evento de caridad al cual asistir. ¿Te acuerdas que lo mencioné la otra semana? —preguntó Damon. Trató de reprimir el estallido tonto de esperanza. —Oh. Sí.

—Tendremos que salir a las seis. Llevas el vestido del que hablamos a principios de esta semana, ¿cierto? —Sí. Está en mi habitación. Le dirigió una mirada extraña y se levantó. —Te veré entonces. Tengo algunos... asuntos personales que atender. —¿Hoy? Pero no es domingo —espetó ella. Es mi día. Levantó una ceja. —Soy muy consciente del día. Te veré esta noche. Asintió, tragando con dificultad. Así que, ¿ahora iba a verla el sábado, también? Entonces había perdido la batalla por su amor antes de que siquiera tuviera oportunidad de ganar. Era lo que quería, ¿no? ¿Mantener su distancia y mantenerse a salvo? ¿Por qué, entonces, dolía tanto saber que no podía tenerlo? El resto del día transcurrió en un torbellino de nerviosa ansiedad. A última hora de la tarde, lo observó desde la ventana del dormitorio mientras salía del auto. Sus dedos se cerraron en la cortina. Su paso parecía más ligero que antes, como si hubiera encontrado su placer y se sintiera mejor por eso. Se apartó de la ventana. No podía dejar de imaginarse a la mujer sin rostro colgando de Damon. Era su esposo. Debería ser feliz con ella. ¿Por qué no podía amarla de la forma en que ella lo amaba? Oh. Mierda. ¿Amor? Oh, no. Oh, demonios no. No podía amarlo... ¿podía? ¿De verdad podía ser tan completamente idiota para enamorarse de un hombre que no la amaba? ¿Enamorarse de él cuando tan obviamente amaba a otra? Sí, sí que podía. Hijo de puta.

Damon subió las escaleras de dos en dos. Lilly estaba a salvo de Tim; Damon se había encargado de eso. Claro, había peleado sobre la reubicación, pero al final él había ganado. Y ser capaz de donarle su antigua casa a uno de sus empleados había sido la guinda del pastel. Le asombraba lo muy consciente que era de la lucha que la mayoría de las personas enfrentaban en el mundo. Johanna le había abierto los ojos, mostrándole cuan ávidamente había tratado la vida antes de que ella llegara, sin siquiera saberlo. Claro, fue a funciones de la caridad ocasionalmente. Donó a buenas causas. Pero ahora... realmente le importaba. Se preparó para el evento de caridad rápidamente, tomando una ducha rápida antes de vestirse. Abrió un cajón para sacar la caja que había escondido allí antes. Cruzando el pasillo, llamó a la puerta de Johanna. —Entra —llamó ella. Tomó aire y abrió la puerta. —Hola, preciosa. —Su mirada se posó en el escote de su vestido. Maldita sea, ella sería su muerte. Forzó una sonrisa, sosteniendo la caja en su espalda—. Tú, como siempre, te ves increíble. —Lo dice él con los ojos cerrados. —Están abiertos. —Se balanceó sobre sus talones. —Tengo algo para ti. —Ah, ¿sí? —Arqueó una ceja. —Sí. Se trata de... ¿esto? —Sostuvo la caja en su dirección, tragando con su garganta reseca—. Debería coincidir a la perfección con el vestido que elegiste.

—Estoy segura de que lo hará —dijo secamente, y su estómago se hundió. »¿Estás tratando de comprar mi perdón por ignorarme toda la semana? Damon se pasó una mano por el cabello. —No te estaba ignorando. He estado... ocupado con el trabajo. Lo siento si pensaste que estaba enojado. No quise darte esa impresión. —La última vez que hablamos de verdad, me ordenaste irme a mi habitación. ¿Qué se supone que debo pensar? Suspiró. —Lo sé. Soy un imbécil. ¿Me perdonas? ¿Por favor? Le dio una leve inclinación de cabeza, su cara se suavizó un poco, y el alivio se apoderó de él. —Gracias. Ahora, ábrela. —Dándome órdenes de nuevo. —Tímidamente se acercó y tomó la caja. Sus manos se aferraron tan fuerte que pudo ver sus nudillos blancos. Sin embargo, cuando abrió la caja, su respiración se detuvo. Zafiros y diamantes alternaban en todo el collar, se centró en un enorme zafiro que colgaba en forma de lágrima. —Oh, Damon. Has ido demasiado lejos. Esto es demasiado caro. —Nada es demasiado costoso para ti. —Tomó la caja de su mano para sacar el collar del estuche de satén. Una vez que vio lo hermosa que se veía llevándolo, no cuestionó sus motivos. El collar había sido hecho para ella. Puso las joyas alrededor de su cuello, y levantó su cabello para acomodarlo. Abrochó el collar de forma segura. Incapaz de resistirse, le dio un beso en la mejilla antes de alejarse. —Ahí está. Perfecto.

Sonriendo, se tocó el colgante, estudiándolo en el espejo. —Gracias. —Ni lo digas. —Se aclaró la garganta, apartó la mirada de su rostro—. ¿Lista para irnos? —No. Tengo miedo —admitió—. Esto no es entre estadounidenses. Estos son tus iguales. Verán que soy un fraude. —Johanna —gimió, pasándose las manos por el cabello—. Lo harás grandioso, te lo prometo. Suspirando, agarró su bolso y pasó junto a él. —Bien. Pero preferiría quedarme aquí. —Yo también —dijo—. Yo también.

Johanna miró por la ventanilla del auto mientras el tráfico pasaba volando. Su estómago se encogió mientras se imaginaba metiendo la pata en cada presentación hecha. O tal vez usaría mal un tenedor, incluso aunque había estado estudiando el orden correcto desde hace una semana. ¿Y si se dirigía a un Duque como a un Conde, o alguna cosa por el estilo? Sus palmas prácticamente se deslizaban, de tan sudorosas que estaban. Se encogió y se las secó en su chaqueta. Miró a Damon. —No puedo hacer esto. Lo voy a arruinar. Sé que lo haré. Suspiró, pasándose la mano por el cabello. —No, no lo harás. Eres tú de la que estamos hablando, no eres una torpe aficionada. Has estado estudiando minuciosamente cada pequeño detalle de la jerarquía británica durante semanas. Lo vas a hacer muy bien.

—Pero que si... —¿A quién le importa si te equivocas? A mí no. —Le tomó la mano, entrelazando sus dedos con los suyos—. Me importa una mierda lo que piensen estas personas. Todo lo que me importa eres tú. Se derritió contra el asiento y cerró los ojos. ¿Por qué tenía que decir algo tan dulce cuando estaba tratando de zafarse de esto? —Bien. Pero no digas que no te lo advertí. El auto se detuvo y Damon salió primero, tendiéndole una mano. Trató de ignorar sus piernas temblorosas. Damon la escoltó a través del reluciente piso, y su vestido barrió la dura madera con un suave susurro. ¿Era su imaginación, o el susurro se aceleró igualando los latidos de su corazón? El comedor se había dispuesto con elegancia, manteles dorados y rojos alternando mesa por mesa. Los camareros revoloteaban alrededor de la habitación mientras que la élite de la sociedad londinense charlaba y murmuraba. En algún lugar estaba mezclado el Primer Ministro. Esta noche era todo acerca de las relaciones diplomáticas con los EE.UU., después de todo, y por supuesto, la nobleza no quería perderse la fiesta. Damon le apretó la mano. —Vas a estar bien. Relájate. Estamos en una fiesta, no en una ejecución. —No veo la diferencia. —¡Ah! Lord y Lady Haymes. Qué bueno que hayan venido —exclamó un anciano, atrapando la mano de Johanna e inclinándose sobre sus dedos. —Buenas tardes, Sir Emerson —dijo Damon, inclinando la cabeza. Sir. Así que no era necesaria la reverencia. Imitó el asentimiento de Damon. —Qué maravilloso conocerlo. —Ah, es muy adorable, por cierto. He oído todo sobre usted.

Johanna se sonrojó. —Gracias, Sir. Es muy amable. —Bueno, los dejaré ir. No quisiera monopolizar el tiempo de la nueva novia. Estoy seguro de que todo el mundo desea conocerla. El hombre arrastró sus pies lejos, dejando a Damon y a Johanna solos. Damon le sonrió. —¿Ves? Lo hiciste excelente. Miró la habitación, haciendo una mueca. —Sí. Solo noventa presentaciones más. El resto de la hora pasó en un borrón de presentaciones, reverencias, inclinaciones, y besar manos. En el momento en que estaban sentados en su mesa asignada, Johanna tenía un fuerte dolor de cabeza. Con todo, no había confundido el título de nadie, y todo el mundo parecía muy agradable. Tal vez injustamente, había pintado en su cabeza una imagen de la pequeña nobleza que los hacía ser snobs y groseros. Una mujer se sentó al lado de ellos. Damon se tensó. Con cada movimiento de la mujer, la esencia a alcohol agredió a Johanna como una especie de terrible perfume. Damon maldijo bajo su aliento, y Johanna le lanzó una mirada sorprendida. La mujer atrapó su mirada, mirándola con tanto odio que Johanna retrocedió. —Oh, Damon, qué encantador verte de nuevo. Han sido meses. —La mujer sonrió con afecto. —Sí, lo han sido —chasqueó Damon. Le dio su hombro a la mujer—. Así que, Johanna, ¿Qué quieres cenar? ¿Filete, o pescado? —Creo que filete —murmura ella. Johanna robó otra mirada a la dama. Sip, la mujer la despreciaba. Johanna se acercó a Damon y murmuró: —¿Qué está pasando?

—Nada. —Corrió una mano sobre su mandíbula. Su voz fue ronca—. ¿Lista para irnos? Tengo dolor de cabeza. Johanna parpadeó. —Pero… —Oh, Damon. No seas tan infantil —dijo la mujer. »Hola, Johanna. Soy Lady Cecile. La ex-prometida de Damon. Johanna jadeó, clavando sus uñas en sus palmas. ¿Ex-qué? Su corazón dolió tanto que pensó que Damon se lo podía haber arrancado, para que todos lo viesen. ¿Esta era la mujer a la que se iba a ver todos los domingos? ¿Toda su ira contenida surgió del hecho de que Cecile lo confrontara públicamente y lo avergonzara? —¿Damon? Damon apretó los dientes, ruborizándose al rojo vivo. —Ella no es mi ex-prometida. Nuestro noviazgo nunca fue tan lejos. Pensé que podría ser algo parecido hasta que la atrape en la cama debajo del chofer de su hermano. Cecile rio, mostrando sus perfectos dientes blancos. Perfecta en todos los sentidos, menos en su personalidad y moral. Definía elegancia y gracia, pero sus ojos contaban una historia completamente diferente. —Oh, ¿quién cuenta a los sirvientes como infidelidad, Damon? Seguramente tú sabes lo que quiero decir, ¿cierto, Johanna? —Cecile dio un golpecito en su barbilla con una mirada mordaz—. Oh, espera. Tú eres una sirvienta. Que tonto de mí parte el olvidarlo. —Basta —gruñó Damon. Johanna puso una mano en su hombro, disparándole a Cecile una mirada sucia. Esto era lo que había esperado esta noche. Johanna podía manejar el desdén de Cecile. —Está bien, Damon. Algunas personas solo no tienen modales. Cecile frunció el ceño, mostrando los dientes.

—No tienes idea de a quién te enfrentas. —Podemos irnos a casa, sin embargo, si tú quisieras —continuó Johanna. Apretó la mano de Damon firmemente, apretó hasta que sus ojos se encontraron con los de ella. Su expresión se suavizó cuando se enfocó en ella—. Vamos a meternos en la cama. Su boca tembló. Levantándose, él le ofreció su brazo. —Nuestra obligación está hecha. Encontré la compañía de la cena… menos que atractiva. ¿Vamos? Johanna se levantó, su barbilla en alto. —Vamos. Mientras Damon iba por sus abrigos y se excusaba, Johanna esperó en la puerta, furiosa. ¿Cómo se atrevía esa mujer a insultarla en público, donde ella no podía defenderse? Perra. Tacones tintinearon en el piso de mármol tras ella. Cecile. Clavó sus uñas en las palmas de sus manos, Johanna se giró para enfrentarse a ella con una sonrisa falsa. —¿Vienes a terminar lo que empezaste? Cecile se detuvo, sonriendo sarcásticamente. —¿Sabes que no eres más que una distracción, cierto? Él recobraré la razón bastante pronto. Gente con dinero se casa con gente con dinero. Gente con clase se casa con gente con clase. Tú no eres más que una zorra caza-fortunas estadounidense. —¿Lo soy? —preguntó Johanna—. Gracias por dejármelo saber. No tenía idea. —Dime, campesina. ¿A dónde va cada domingo? —susurró Cecile, sus ojos brillando. Johanna se encogió por dentro, pero intentó mantener la calma. —¿Tú? ¿En serio?

Cecile vaciló, su sonrisa flaqueando. Después estaba de nuevo tranquila. —Sí, yo. —No puedo creerlo —susurró Johanna. —Se divorciará de ti pronto, y vendrá corriendo otra vez a mí. Hombres así no están con mujeres como tú. —Sus ojos brillaron y enterró sus uñas en el brazo desnudo de Johanna, apretando fuerte. Cuando habló, Johanna retrocedió ante el hedor a alcohol que provenía de su aliento—. Nos reímos de los hombres que se casan con alguien debajo de su estatus social. Llamándolos estúpidos y temerarios. ¡No eres nada más que una zorra para él! Algo dentro de ella se rompió. Jaló para liberar su brazo, pasando a la “dama”. —Él no se casó conmigo porque me ame, idiota. Es un acuerdo. Nada más que una transacción de negocios. Si él corre de regreso a ti después de que haya terminado nuestro contrato, lo compadezco. Demonios, él inclusive puede hacerlo justo ahora. No me importa. No estoy enamorada de él, así que tú no podrás romper mi corazón. Giró sobre sus talones para retirarse, pero encontró un pecho sólido en su lugar. Damon le frunció el ceño, su mandíbula apretada. Vergüenza se arremolinó en su tripa, su estómago girando hasta que pensó que iba a vomitar. Su mirada escrutadora tornándose dura, fría. Los ojos de Cecile resplandecieron con triunfo. —Lo sabía. Johanna sacudió su cabeza, tragándose el bulto en su garganta. No podía hablar, o terminaría avergonzándose llorando frente a la perra. Maldita sea. —¿Cecile? Vete al infierno. —Damon agarró la mano de Johanna, arrastrándola hacia afuera. Cuando llegaron cerca del auto, Damon la dejó pasar antes de ponerse junto a ella. Johanna cerró sus ojos, luchando por controlarse. ¿Por qué tuvo que permitir que Cecile llegara a ella? ¿Por qué no pudo mantener su

temperamento bajo control? Sabía que era mejor. Pero, sabía que Cecile estaba en lo correcto. Pronto, ya fuera al final del año o antes, Damon se daría cuenta que ella no era lo bastante buena para él. Seguiría adelante con su vida y su dinero. Ella sería recordada como la ex-esposa que se había casado con él para tener su fortuna. Tal vez ocasionalmente él la recordaría con cariño. Pero nada más. ¿Mientras tanto Johanna? Johanna era la idiota que había ido y se había enamorado de él.

Traducido por Tanza, veroonoel, bettyfirefull y Sol_sol Corregido por Lizzie Wasserstein

D

amon miró el hotel en el espejo retrovisor, frunciendo el ceño ante la sonrisa condescendiente de Cecile. Le picaban sus manos por ponerlas alrededor de su escuálida pequeña garganta. ¿Cómo se atrevía a abordar a su esposa? Y ahí radicaba el otro problema. Su esposa. Las últimas semanas, se había permitido pensar que quizá ella había llegado a preocuparse por él, siquiera solo un poco. Pero esta noche, le dejó saber fuerte y claro que solo era su socio de negocios y que no tendría ningún problema alejándose de él. No podía culparla. Nunca le preguntó si estaba enamorada de él… o incluso si le gustaba. ¿Por qué, entonces, temblaba por la necesidad de gritar? ¿Por qué le arrancó el corazón y lo cortó en pedacitos? Mano temblorosa, pasó sus dedos por su cabello estudiándola secretamente. Ante su movimiento, ella lo enfrentó, sus ojos brillando con lágrimas. Mierda. —Lo siento, perdí los estribos. Avergonzarte no es algo que se supone que tiene que hacer tu —ella golpeó su puño en su muslo—, esposa. —Nunca te pedí que fueras perfecta —espetó él. No podía contenerse. Ella le haría daño—. Eso no está en el contrato.

Ella se encogió, mirando sus manos y suspirando. Luchó contra el impulso de envolver su brazo alrededor de su hombro y consolarla. Él necesitaba distanciarse de ella. Se volvieron demasiado cercanos. Muy rápido. —Lo sé, pero aun así, lo siento por avergonzarte. Su voz sonó como que podría estar llorando. Él se mordió la lengua. ¿No sabía ella que se disculpó por la maldita razón equivocada? Debería disculparse por romper su corazón, no por haberle gritado a una perra que se lo merecía. Control. Él necesitaba control. —Ni lo menciones. Estoy bien —se las arregló para decir. Lágrimas corrían por su cara. —No, no lo estás. Estás enfadado conmigo. No, no estoy malditamente enfadado contigo. Estoy enfadado conmigo. —No. Solo estoy cansado. Tengo dolor de cabeza ¿Recuerdas? El auto se detuvo enfrente de la casa, y ella meneó su cabeza. —No estás siendo honesto. Puedo sentirlo. ¿Honesto? ¿Ella quería honestidad? —Bien —escupió. Abrió la puerta del auto, y la cerró de un tirón—. Estoy molesto porque le hablaste de nuestro acuerdo. Estoy molesto porque le dijiste que podía tenerme. Estoy aún más molesto por permitir que tus palabras me importaran tanto. Ella alargó la mano para tomar la suya. Él la saco de un tirón. —No quise… —No necesito escuchar tus disculpas. Estás en lo cierto. Tenemos un acuerdo de negocios. Nada más. Ella tragó pesadamente, asintiendo. —Correcto. Tal como dijimos.

—Ahora, ¿puedes ir adentro? Me encuentro en un estado de ánimo para tomar una copa. —Tenemos vino adentro. Puedo tomar una botella —dijo ella, buscando la manija de la puerta. —No. Voy a salir por un rato. Solo. Un destello de dolor cruzó por sus ojos y luego desapareció. La miró, preparando su corazón contra la mirada de sorpresa en su rostro. No necesitaba hacerla sentir mejor. No necesitaba disculparse por ser franco. No estaba en el contrato. —Entonces, ¿si por favor te fueras? —dijo entre dientes. —Oh. —Con los hombros rígidos, salió del auto y huyó hacia la casa. Observó la puerta cerrarse detrás de ella y pateó el asiento delante de él. No lo amo, así que no romperás mi corazón. Por supuesto que no lo amaba. No le importaba un comino. Su plan de ir en serio con su matrimonio se estaba desmoronando. El chofer abrió la puerta. —¿Milord? —Llevame a un club de striptease. Cualquier club de striptease. —Sí, milord —dijo el hombre luego de una ligera vacilación. —Espere. El chofer se detuvo. —¿Sí? —Que sea un bar, en su lugar. Hijo de perra. Incluso ahora, cuando quería odiarla con todo su corazón, lo controlaba. No era nada más que su títere, y ella ni siquiera conocía su verdadero poder.

Johanna subió por las escaleras y cerró la puerta de su habitación antes de dejarse estallar en sollozos y colapsar en la cama. Qué tonta había sido. Por un minuto, había pensado que quizás podría haberse preocupado por ella, pero su recordatorio de su "estatus" como su socia de negocios arruinó todas esas tontas ideas. Solamente ella era la única idiota confundida en este negocio de matrimonio. Desnudándose, se metió en la cama solamente con su ropa interior. Damon probablemente no vendría a casa esta noche. Más que probablemente, estaba dirigiéndose a casa de Cecile ahora. Envolviendo sus brazos alrededor de ella, cerró sus ojos con fuerza y trató de no imaginar dónde podría estar ahora mismo. En cierto momento, debió de haberse quedado dormida, ya que se despertó con un grito ahogado. El sudor se deslizó por su espalda mientras se ponía de pie y caminaba hacia la ventana, justo para ver el auto estacionándose. Dejó caer las cortinas como si estuvieran prendidas en fuego y se alejó de la ventana. Sus ojos se humedecieron y enderezó su espalda. Podía ser su esposo por ley, pero no era su marido. No la amaba. Y ya no lloraría por él. La puerta se abrió y saltó. Damon entró a la habitación, con el cabello despeinado y mejillas sonrojadas. La corbata que había estado usando más temprano reposaba en su mano, y había desabrochado su camisa. Su mirada cayó en ella, fría y dura. —Oh, mira. Es mi esposa. —Se tambaleó dentro de la habitación, frunciendo el ceño mientras se dirigía hacia ella. Dijo la palabra esposa como si fuera una maldición—. ¿Te quedaste despierta esperándome? Qué... agradable.

—Esta es mi habitación, Damon. Entraste a la habitación equivocada —señaló. —No. Vine a la habitación correcta. Se tensó, sacudiendo su cabello sobre sus hombros. Apestaba a alcohol y perfume. —Me despertaste. La miró con escepticismo, mirando desde el reloj en su mano hasta su rostro. —¿Quién no está siendo honesta ahora? Se estremeció. —Está bien. Me desperté y vi que no estabas en casa. Estaba comprobando la hora. —Ah. La verdad sale a la luz —dijo mientras se acercaba. Pasó a su lado, dirigiéndose hacia la puerta. No tenía ninguna intención de verlo así. —Oye. ¿A dónde vas? —A tu habitación. Hablaremos en la mañana. —Cerró su mano alrededor del pomo de la puerta. —¡Espera! —Se tambaleó detrás de ella—. No te vayas. Por favor. Cerró sus ojos. Había estado fuera con Cecile, ¿y quería que se arrastrara a sus brazos? De ninguna manera. —Tengo que hacerlo. —No estoy borracho. Traté de emborracharme, pero las bebidas no estaban funcionando esta noche. —La tiró hacia sus brazos—. Te necesito a mi lado. Se mordió el labio. —No parecía importarte dejarme antes.

—Estaba enojado. Dolido. Estoy mejor ahora, ¿ves? —Besó su frente. —No era mi intención lastimarte —susurró. —Lo sé. —Su corazón se aceleró debajo de su mejilla—. ¿Puedo quedarme? ¿Tenía opción? —Está bien. Ella se arrastró a la cama, conteniendo el aliento mientras él se sacaba los pantalones. —¿A dónde fuiste? Se tensó, con los pantalones a mitad de pierna. —A un bar. Tragó pesadamente. —¿Tú... —¿follaste a Cecile?—, conociste a alguien? —No. No quiero conocer a nadie. O dormir con nadie. O incluso mirar a otra mujer. —Se arrastró a la cama, tirando de ella contra su pecho—. Solo te quiero a ti. —Debes estar borracho —murmuró—. Detente, Damon. —No estoy malditamente borracho. Solo estoy cansado de mentir. Cansado de fingir que no me importas cuando sí me importas. —Damon... —Luchó para liberarse de su abrazo—. Ni siquiera sabes lo que estás diciendo. Ve a dormir. Hablaremos en la mañana. —Sé malditamente bien lo que estoy diciendo, Johanna. Te amo. Ahí. Lo dije. Te amo. —¡No, no me amas! Las lágrimas quemaron sus ojos y corrieron por sus mejillas. No, no la amaba. No podía amarla. La dejaría al igual que sus padres habían hecho. Era solo cuestión de tiempo.

—Sí, Johanna. —Besó su mejilla, su aliento haciendo corriente sobre su rostro. Su aliento olía dulce. No a alcohol. ¿Estaba sobrio? Abrió sus manos sobre su pecho. ¿Debería alejarlo... o acercarlo? —Damon —suspiró, su voz rompiéndose. —Johanna, déjame amarte. Déjame demostrarte lo mucho que te amo —susurró, besándola. Se deslizó arriba de ella, su piel presionando contra su seductora tentación. Sus ojos ardían en los suyos, cristalinos y sin la más mínima bruma de alcohol. —¿Y si te digo que te vayas? —Me iré. ¿Dudas que honre mi palabra? —Su agarre se apretó en sus hombros—. Nunca forzaría mis atenciones en ti. —Lo sé. Eres un hombre honorable. —Mhm. —Acarició su cuello con su nariz. Sus dedos acariciaban sus hombros—. Aunque debo advertirte. Me siento menos que honorable en este momento. —No quiero que seas honorable —susurró—. Ya no. —Gracias a Dios —respiró. Fundió su boca con la de ella acariciando su lengua con la de él. Ella gimió, presionándose más cerca. Su respiración se igualó a la de ella, caliente y pesada, mientras se levantaba sobre ella. La miró a los ojos, con las mejillas sonrojadas—. ¿Estás segura? Es la última oportunidad para que te eches atrás. —Bésame. —Enredó sus dedos en su cabello, arqueándose para presionar contra él. Dejó escapar un gemido tortuoso, con sus manos recorriendo su cuerpo. Sus pechos, sus caderas, sus muslos. En cada lugar que tocaba, ella ardía. Su cuerpo pedía más. Retorciéndose, tiró de su camisa, arqueándose para sentir su piel contra la suya. Él arrancó su camisa por su cabeza antes de besarla desde el cuello hacia la parte superior de su camisola. Gimió, pasando sus uñas por su espalda. Cuando sus labios se cerraron alrededor de su pezón a través de la tela trasparente, gritó y arqueó sus caderas.

Su cuerpo enloqueció, temblando de necesidad. Sus dedos se clavaron en su piel, desesperada por aferrarse a él. Por sentirlo con ella. Se frotó contra ella, gimiendo. Levantando su bata, acarició la tela sobre sus muslos hasta que estuvo desnuda. Su caliente mirada la recorrió, dejándola expuesta y hermosa. La besó hasta que ella se olvidó de cómo respirar. Aturdida, agarró sus caderas, acercándolo. —Ahora. —Johanna —gimió, posicionándose en su entrada—. Te amo. La besó conmovedoramente antes de empujar dentro de ella. La llenó completamente, dejándola temblando y aun así oh tan caliente. Levantando sus caderas, se encontró con su empuje, arrastrando sus dedos por su pecho. Gruñó, arqueando su cuello hacia atrás. —Oh, Dios —gritó, aumentando su ritmo. Una hambrienta respuesta creció en ella, haciéndola retorcerse debajo de él. Estiró la mano entre ellos, acariciándola hasta que perdió el control. Luego de unos movimientos rápidos con su pulgar, las estrellas explotaron frente a sus ojos mientras el placer la consumía. Colapsó sobre ella, con los labios presionados en un lado de su cuello. —No puedo imaginar mi vida sin ti —dijo con una exhalación. Cerró sus ojos, saboreando su abrazo y el alivio que la bañó. Su respiración movía su cabello, haciéndole cosquillas en la frente. Tal vez debería decirle que se preocupaba por él. Tal vez debería saber la verdad. —¿Damon? Su ronquido resonó en la habitación. Se había dormido.

Al día siguiente Damon se sentó en su escritorio. Frotó su frente y dejó salir un gemido. Por segunda vez en su vida, se había permitido ser conducido a la bebida por una mujer que ni siquiera lo quería. La peor parte era que no había funcionado. Todavía se había sentido absolutamente miserable. No. Tacha eso. Había estado borracho y miserable. Pero para el momento en que había llegado a casa, había estado completamente sobrio. Y de alguna manera se las había arreglado para hacer sus sueños realidad. Había pasado la noche envuelto en su abrazo. ¿Pero ahora qué? Él había, como un maldito tonto, confesado su amor por ella, prácticamente rogando por una pizca de afecto y ella no había respondido nada. Incluso después de que habían hecho el amor, ella había permanecido en silencio. Él no sabía qué pensar. ¿Habían hecho el amor porque ella correspondía sus sentimientos o no significaba nada más que un revolcón por pena para ella? ¿Qué estaba pasando por su cabeza? ¿Qué estaba sintiendo? Él estaba aterrorizado de averiguarlo. Si ella bajara como si no le importara nada en el mundo y nada nunca hubiera pasado entre ellos, él podría explotar. Esto no era un juego para él. No podía solo encogerse de hombros como si fuera cualquier otra mujer. Johanna era diferente. Si la perdía… no tendría nada.

—… Así que necesitamos llamarlos mañana a las tres. Damon parpadeó, mirando a Jeff: —¿Llamar a quién? Jeff puso sus ojos en blanco.

—Te lo he dicho cuatro veces. ¿Cuál es tu problema hoy? ¿Johanna te mantuvo despierto hasta muy tarde? —Dime de nuevo. Escucharé. Jeff le dio una mirada rara. Tocaron la puerta y el mayordomo la abrió un poco. —¿Milord? Hay un Sr. Smith aquí para verle. ¿Lo dejo entrar? —Absolutamente no —gruñó Damon, levantándose—. Le puedes decir que se vaya directo al… —No gracias —respondió Tim mientras pasaba al lado del mayordomo—. Necesito hablar con él. A solas. Damon asintió y arqueó una ceja. Cruzando sus brazos sobre su pecho. Una vez que Jeff dejó la habitación, volvió su atención a Tim. —¿Qué quieres? Tim camino más cerca, sus ojos revoloteando alrededor de la habitación como si estuviera haciendo un recuento de las posesiones de Damon. —Me estaba preguntando como están las cosas entre tú y la pequeña bruja fría. ¿Ya la has metido en tu cama? Damon apretó sus puños, imaginándose al hombre con la cara destrozada. Se sentiría malditamente bien haciendo la parte de destrozar. —Sal de mi casa ahora mismo. Él sacudió su cabeza. —¿Pensaste que si hacías que se mudara, yo no sabría? La cabeza de Damon giró. Lilly. ¿Qué demonios quería este bastardo de él? —Si —dijo él—. ¿Por qué te importa? ¿Por qué estás haciendo esto? —Tengo mis razones. ¿Por qué tenías que casarte con Johanna? Planeamos todo muy bien.

Damon hizo rechinar sus dientes. —¿Planeamos? —¿Qué tal está la nueva casa de Lilly? —Tim frotó su barbilla, recostándose contra la pared—. Me gustan las flores que están en el frente. Damon alcanzó el límite de su poca paciencia. —Mantente lejos de ella. Y de Johanna. —Johanna es una puta. Todo este plan se derrumbó porque te casaste con ella. ¿Ya la follaste? Eso era todo. Este juego enfermo se acabó. Damon avanzó hacia Tim, hasta que capturó un destello de algo azul en la puerta y se congeló. Johanna, con la cara pálida y amplios ojos, estaba de pie en la puerta de la oficina, Jeff detrás de ella. Tim sonrió mientras Damon se apresuraba adelante. —Johanna. —No te molestes. Me voy ahora mismo —dijo Johanna, su voz quebrándose en la última palabra—. Avísame cuando decidan quién de los dos obtiene mi custodia. —Como si te quisiera —gritó Tim—. Él me llamó aquí, preguntándome si sabía dónde está tu familia para que pudiera enviarte con ellos. No puede soportar estar casado con una perra inservible como tú. —Cállate —gruño Damon, empujando al hombre—. Jeff, si no lo sacas de aquí ahora mismo, iré a la cárcel por asesinato. —Yo me encargo. Ves a recuperar a tu esposa —dijo Jeff. Damon entró al vestíbulo, solo para vislumbrarla desapareciendo corriendo en las escaleras. —¡Johanna! —gritó.

Damon echó a correr detrás de ella, su corazón retumbando en su pecho a locas velocidades. »Detente ahora mismo. Sus hombros se cuadraron mientras ella se giraba para enfrentarlo. Sus ojos eran fríos y helados, sin emoción. Sus labios temblaron, pero de otra manera lucía completamente bajo control. —¿Es una orden? —Por supuesto que no es una maldita orden —escupió, patinando hasta detenerse a su lado—. ¿Qué te pasa? —Los oí hablando sobre mí. Dime la verdad. ¿Qué está pasando? —La verdad —repitió él, frotando su cuello—. No tengo ni idea de lo que estás hablando. Esa es la verdad. —¿Es todo esto una maquinación? ¿Planeada por él para hacerme parecer una idiota? Damon alzó sus manos en el aire. —¿Estás loca? Yo ni siquiera había conocido a ese hombre hasta que te conocí. ¿Por qué me pondría de acuerdo con tu ex en algún tipo de trato enfermo? —¡Dime tú! —gritó, con la cara roja—. Sabía que no podías ser real. No eres nada más que un mentiroso. ¡Y dormí contigo! La furia palpitó en su cabeza. Apretó sus puños apretadamente. Él necesitaba mantenerse calmado. En control. —¿Por qué nos estás haciendo esto? ¿Por qué me estas alejando? Ella se balanceó ligeramente. —No hay un nosotros. Nunca lo hubo. ¿Esto que llamamos matrimonio? No es correcto. —Ella retorció sus manos—. ¿No puedes ver que no somos buenos para el otro?

—Tú no me has dado una oportunidad de ser bueno para ti. —Él pasó una mano por su mandíbula—. No me dejas estar cerca de ti. ¿Por qué? ¿Tanto me odias? —¿Odiarte? No te odio. Nunca te he odiado —susurró ella. —¿Entonces por qué te niegas a dejarme amarte?¿Por qué estás haciendo acusaciones raras para alejarme? —¡Necesitas una esposa real! Una que también te ame. —Su mandíbula se apretó. —¿Por qué carajos no me escuchas? Yo te quiero a ti. No a alguien más —insistió él. La desesperación clavándose en su pecho. Él no podía respirar. Podía realmente perderla ahora mismo, si no podía convencerla de creer en él. Ella sacudió su cabeza. —No puedes tenerme. No soy tuya. Sus manos cayeron a sus lados, entumecidas. La pelea lo había agotado. —Tú nunca creerás que te amo, ¿cierto? No puedo hacerte ver lo que está justo en frente de tu cara. —No. No puedes arreglarme. No soy un proyecto de caridad. Soy real. Y no puedo amarte. Lo siento. Él miro afuera de la ventana de la habitación. Ni siquiera podía soportar mirarla ahora mismo. Su fría cara mirándolo; su amargo corazón aplastando al suyo. —¿Alguna vez te importé? ¿O es todo esto un juego para ti? —Hice lo que tenía que hacer. —Eso no es lo que te pregunté —espetó él. —No te puedo responder. —Ella frenéticamente—. No me hagas hacerlo.

sacudió

su

cabeza

—Cobarde —dijo él—. Estoy empezando a desear nunca haber hecho una oferta por ti el día de San Valentín. Nada de esto valió la pena. Él giró sobre sus talones, pisando fuerte mientras bajaba las escaleras directo a su oficina. Cerró la puerta, inclinándose contra la madera. Los papeles de Johanna descansaban en la mesa, cubiertos de goma y cantidades desagradables de chispas. Incluso aquí, en su santuario, no podía escapar de ella. Sangre bombeada en sus oídos mientras cargaba contra el escritorio. Rugiendo, él empujo todo fuera de este, mandando sus papeles de negocios volando. No satisfecho, él tomó una silla y la tiró contra la pared. Se rompió en pedazos. Sonidos de pasos resonaron desde arriba. Probablemente Johanna. Ella se estaría preguntando por el ruido, sin duda. Él no podía soportar que lo viera así, desecho, enojado y amargado. Lo último que necesitaba era que Johanna supiera lo herido que estaba ahora mismo. Le frunció el ceño a sus papeles, sin tocar y todavía alegremente brillantes, y salió como una tormenta de la habitación, pasando al lado de un pálido Jeff y afuera a la nieve. Que se jodan. No necesitaba sufrir por todo esto. No necesitaba torturarse más a sí mismo. Él se iba a casa.

Johanna vagó por las escaleras y se encogió. Dos sirvientes cargaban partes y piezas de lo que parecía haber sido una vez una silla, mientras que otro limpiaba los vidrios rotos con una escoba. Un silencio lúgubre cubría toda la casa, llevándola abajo de forma opresiva. El mayordomo miraba hacia el equipo de limpieza, sus labios apretados fuertemente. Ella le dio un golpecito en el hombro.

Él la miró a los ojos, luego metió la mano en su bolsillo. —Tengo una carta para usted, mi lady. —Johanna —le recordó—. Gracias. Ella agarró la carta y la abrió. ¿Podría ser una carta de Damon? No; la escritura no coincidía. Su mundo se desequilibrio bajo sus pies con cada palabra que leía. ¿Cómo podía estar pasando esto? ¿Y por qué ahora, de todos los tiempos? —¿Está bien, mi lady? —preguntó el mayordomo. La agarró del codo para sostenerla. —Sí. Sí, estoy bien. Lo siento. ¿Sabe cuándo estará Damon de regreso? —preguntó ella. El mayordomo bajó la mirada a sus pies y se aclaró la garganta. —Él no lo dijo, mi lady. —Johanna —corrigió ella distraídamente. ¿Dónde estaba Damon? Realmente necesitaba hablar con él acerca de lo que habían dicho, y su reacción ante él. —¿Adónde se fue? —Él… él reservó un vuelo a Londres. — ¿Londres? —susurró ella—. ¿Se ha ido a Londres? El entumecimiento se extendió sobre su cuerpo, dejándola débil. Sintió como si un puño hubiera llegado a su pecho, exprimiendo hasta que no dejó ningún sentimiento de sobra para ella. El mayordomo se sonrojó. —Sí, Londres. —Ya veo. Sus pies se sentían pesados como acero mientras retrocedía, entonces huyó. Ella no se quedaría aquí. No podía estar en esta casa que no era de ella y nunca lo sería. ¿Cómo podía permanecer en esta farsa de

matrimonio cuando solo demostraba lo que había sabido todo el tiempo? No podía confiar en nadie, ni siquiera en él. Él la había dejado. Justo en el momento cuando ella más lo necesitaba. Espera. ¿Desde cuándo lo necesita, o a cualquier persona, para el caso? Ella siempre lo había hecho muy bien por su cuenta. Ha estado muy bien por su cuenta. Todo lo que ella alguna vez necesitaba era gente como Sara. Alguien con quien pudiera reír en su hora del almuerzo, pero que no se involucrara en su vida personal. Ningún amigo verdadero. Ningún confidente. Ciertamente no amantes. Y ciertamente no Damon. ¿Entonces por qué le dolía tanto saber que él la había dejado, cuando ella había hecho todo lo posible para alejarlo? Porque lo necesitaba. Más que a cualquier cosa. Johanna presionó sus nudillos en su boca. Ella era una tonta. Una auto-absorción, idiota cobarde que había herido a la única persona que había demostrado se ponía de pie por ella, no importaba qué. Ella no podía hacer esto sola. No podía manejar la vida sin él, pero ya era demasiado tarde. Ella lo había empujado lejos, y él la había dejado para siempre.

Traducido por Sol_sol, karoru y Jadasa Youngblood Corregido por Lizzie Wasserstein

D

amon se quedó de pie fuera de la casa, preparándose para la próxima confrontación. Podrían haber sido solo unos días desde que había salido, pero se sentía más como una vida.

Entrando a la casa, pasó junto a su conmocionado mayordomo, dirigiéndose directamente a su biblioteca. Alguien había limpiado, arreglando la demolición que había dejado a su paso. Jeff se puso de pie, con los ojos muy abiertos. —¿Estás de vuelta? Eso fue rápido. —¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Damon. —Estoy buscando el archivo del envío de mayo para el contador. —Jeff rodeó el escritorio y palmeó a Damon en el hombro—. Bienvenido a casa. —Gracias. ¿Dónde está Johanna? La mirada de Jeff cayó al suelo. —Uh, mira. Hay algo que tengo que decirte. —¿Puede esperar? —Damon se dirigió a la puerta—. Estoy buscando a Johanna. Al pasar junto a la mesa donde ella se sentaba con frecuencia, vio los papeles que ella había estado marcando aún allí… desde hace más de una semana.

El terror se arrastró en su mente y se negó a salir. ¿Por qué esos papeles todavía estaban en la mesa? —Es acerca de ella —dijo Jeff en voz baja—. Ella se ha ido. Damon se congeló, sus entrañas se encogieron dolorosamente. —¿Ido? ¿Ido, a dónde? —Nadie lo sabe. Ella se fue un día después que tú. —Se fue —repitió Damon. Le entregó la copa de nuevo a Jeff—. Iré a la escuela por la mañana y la veré allí, entonces. Una vez que me expli… —Renunció. —Jeff empujó la copa en las manos de Damon y retrocedió—. Cuando digo que se ha ido... quiero decir completamente. Damon se dejó caer en la silla más cercana, miseria exprimiendo el aire de su pecho hasta que se preguntó si aspi era cómo iba a morir, con el corazón roto y abandonado. —Ella me dejó —Bueno… tú la dejaste primero. —No, no lo hice —espetó Damon. Entonces... oh, entonces eso lo golpeó. Él la había dejado. Después de todas las cosas que ella le contó de su pasado, después de todos sus miedos… él la había dejado. Maldita sea, él había hecho esto. Él la había empujado lejos por abandonarla. Por despertar todos los miedos que ella había tratado de poner a descansar él tuvo que ser frio, un idiota insensible y largarse. ¿Cómo pudo ser tan tonto? ¿Cómo pudo olvidar, por el más mínimo segundo, que quedaría devastada? ¿Traicionada? Ella no vería lo que realmente quería decir: un tiempo fuera. Ella asumiría que la había dejado para siempre, al igual que todos los demás en su vida. Mierda, mierda, mierda.

—Necesito encontrarla, Jeff. —Se encontró con la mirada de su amigo, la determinación enderezando su columna vertebral. Él se puso de pie entrecerrando los ojos—. Voy a encontrarla.

Damon se quedó mirando la luz roja, apretando las manos sobre el volante. Una semana. Una semana completamente inútil, una semana sin dormir buscando, y todavía sin rastro de Johanna. Había acechado el estacionamiento de la escuela con tanta frecuencia que el director había amenazado con llamar a la policía. Aun así fue. Si alguien sabía dónde estaba Johanna, sería Sara. Él había rogado, engatusado, y abogado por cualquier pedazo de información, pero ella había jurado que no lo sabía. Probablemente estaba mintiendo. Pero si él no encontraba a Johanna, y pronto, él no sabía lo que iba a hacer. Cuando su casa apareció a la vista, un gemido se arrastró fuera de él. La emoción familiar de volver a casa se había ido. Johanna se la había llevado con ella. Se arrastró fuera del auto, pero caminar parecía demasiado esfuerzo. El clac de los tacones de una mujer se hizo eco cuando entró en el vestíbulo. Se detuvo por un instante congelado por la euforia. Ella regresó. Su Johanna estaba de vuelta. Agarrando la barandilla, se giró para mirarla. Cuando dobló la esquina, él dio un paso ansioso en su dirección, solo para congelarse a medio paso. No era Johanna. Era ella. —¿Por qué estás aquí? —gruñó él. Cecile sonrió, pavoneándose a su lado. —Escuché que te dejó. Damon se puso tenso.

—¿Oh? ¿Dónde escuchaste eso? —Un amigo. —Ella agitó su mano—. ¿A quién le importa? —Él no tiene importancia. Lo que es importante es el hecho de que necesitas una esposa. —Tengo una esposa —gruñó—. Fuera de aquí. —No ya no. Tú necesitas una esposa en esta casa contigo, o perderás todo. Damon se encogió de hombros. —Me importa un bledo. —¿Estás loco? —Agarró su hombro—. Necesitas tu dinero. No puedes dejar que se desperdicie. Él rio, frotándose la parte posterior de su cuello. —¿Honestamente? Realmente me tiene sin cuidado. —Te has vuelto loco. —Ella lo miró fijamente. —No. Por primera vez en la historia, estoy viendo con claridad. No necesito ser rico para ser feliz. Yo solo la necesito a ella. —Eres un tonto —escupió ella, sacudiéndolo—. Ella te dejó y corrió todo el camino a través del país… ¿Y la quieres de vuelta? ¿Después de que ella te abandonó y te maldijo a una vida de pobreza? —No voy a renunciar. La encontraré algún día y… interrumpió—. ¿Cómo sabes dónde está?

—Se

—¿Qué? —Ella palideció—. Yo… yo no. —Mientes. —Él la agarró por los hombros—. Dime, y dime ahora, o llamaré a tus padres. Voy a hacerles saber que has estado durmiendo con cada sirviente que puedes tener en tus manos, y que estás bebiendo de nuevo. Estoy seguro de que les encantaría escuchar la verdad acerca de su querida hija. De hecho, apostaría que te enviaran directamente de vuelta a rehabilitación… y cortaran tu estipendio. —¡No te van a creer! —chilló.

—¿No lo harán? Ella tembló en sus brazos. —Bien. Haz lo que quieras. Tu puta está en California. —¿California? —Él negó con la cabeza—. ¿Por qué demonios iba a ir allí? —Recibió una carta de su padre. O... —Cecile se encogió de hombros libre de su agarre—, ella pensó que lo hizo. —Fuera de aquí —espetó—. Y rezo para que nunca te vea otra vez. Sus tacones resonaron en el suelo rápidamente mientras huía.

Johanna yacía en la cama del hotel, dividida entre llorar a moco tendido y vomitar. Tal vez ambas. ¿Por qué en el mundo alguien haría esto? ¿Qué tipo de psicópata podría fingir una carta pidiéndole que rescatara a su padre de la cárcel? ¿Y por qué no le dolía más? Echaba de menos a Damon. ¿Habría vuelto? ¿Acaso siquiera sabía que lo había dejado? ¿Le importaba? No se atrevía a llamar y averiguarlo. No pudo obligarse a marcar el número de la casa. ¿Qué pasaba si contestaba? Peor aún, ¿y si le colgaba? Y, ¿qué pasaba con los niños y la caridad? Si ella lo dejaba perdería todo su dinero, y ninguno se beneficiaría de este lío. Bueno, nadie excepto el primo lejano en Francia. Pero ¿cómo se iba a quedar? ¿Podría soportar estar cerca de él, pero no poder tener su amor? ¿Podría manejar su desprecio? Tenía que hacerlo. Los niños necesitaban ese dinero más de lo que ella necesitaba su libertad. Pero estar con él solo podría terminar

matándola. Amaba al bastardo. Y él se fue. ¿La había dejado debido a su pelea, o había renunciado a ella? Y todavía, ¿quería saber? Tomó su teléfono, pasando su pulgar ligeramente sobre el teclado. Le ardían los ojos mientras se sentaba. Echó un vistazo a la caja sin abrir en la cama, jugando con ella. Tal vez debería ir al baño primero. Luego llamar. No, llamar primero. Luego el baño. Tal vez. Maldita sea. Le gustaba su mundo perfectamente ordenado, pero no había nada bueno en este. Llamaron a la puerta, y ella se levantó. Su estómago gruñó. Servicio a la habitación, esperaba. Ya podía saborear la hamburguesa de queso que había ordenado. —Adelante, agarraré mi cartera —dijo, sonriendo al hombre en el pasillo, hasta que se dio cuenta de que no era el del servicio de habitación. Era Damon. Tropezando hacia atrás, se llevó una temblorosa mano a la boca. Él aprovechó la oportunidad para entrar en la habitación, cerrando la puerta tras él. —Hola, esposa. —Él sostuvo un sobre manila en su mano, el cual tiró en la cama. En la otra mano sostenía su cena, la cual colocó sobre la mesa—. ¿Me extrañaste? —¿Co… cómo me encontraste? —Tragando pasó el enorme nudo en su garganta, dio un paso más cerca de él. Sus brazos le dolían con la necesidad de rodearlo—. ¿Por qué estás aquí? —¿Sabes cuántos malditos hoteles hay en esta ciudad? Jesús, pensé que nunca te encontraría. Ella sacudió la cabeza y buscó su cara, con avidez de beber la vista de él. —¿Cómo me encontraste aquí? —Un montón de conducir, preguntar, rogar, suplicar, y un poco de soborno. —Él le dio una media sonrisa y se pasó la mano por la cara. Le dedicó una sonrisa cansada, y sus piernas amenazaron con derrumbarse

bajo ella. Dios, ella lo echaba de menos. Su mirada se movió sobre ella, tomando cada detalle. De repente deseaba haberse puesto algo más sexy que pantalones cortos y una camiseta sin mangas. —Traje unos papeles para ti —dijo. Su rostro cerca—. Te ves cansada. Alisó su mano libre sobre su cabello, haciendo una mueca. —Lo estoy. —Te extrañé —le susurró, y su apretó se estómago—. Mucho. —Te extrañé, también. —Las lágrimas corrían por sus mejillas, pero no les hizo caso. No importaban. Ahora no—. ¿Qué hay en el sobre? Se acercó a la cama, abriendo la carpeta manila. —Los papeles del divorcio. Ella se quedó sin aliento. —Pe…pero... —Su mente volaba—. Tu dinero. Vas a perderlo todo. —Lo sé. Y no me importa. —Sus ojos no se apartaban de ella. —¿Qué? —Todo lo que quiero es a ti. Te amo, y lamento haberme ido. La visión de ella estaba borrosa. —Pero me dejaste cuando te necesitaba. ¿Cómo pudiste hacer eso? Mi padre… la nota… —No sabía nada de la nota hasta después de que regresé. Cecile la envió para hacerte daño. Para separarnos. —Él se estremeció—. Supongo que no lo necesitó. No pensé en ello hasta que estuve lejos. Solo quería un poco de espacio para pensar. No estaba dejándote. En realidad no. —Podrías haber llamado. Algo. Dios, si hubiera sabido que Cecile tenía… —se interrumpió.

Él se acercó más. —¿Qué? ¿Qué si hubieras sabido? Algo en sus ojos la obligó a ser honesta. —...Habría esperado por ti. —¿Por qué no me esperaste? ¿Llamaste? Siquiera una carta. —Le tocó la mejilla—. Johanna, ¿no me he ganado ni un trozo de tu confianza? —La tienes. —Su garganta le dolía—. No es tu culpa. Yo solo... supuse que habías terminado conmigo. Terminado con nosotros. Él la agarró por los hombros, acariciando la piel desnuda con sus pulgares. —No te estaba abandonando. Me asusté y hui. Fue una estupidez, pero no quiero perderte. —Entonces, ¿por qué te estás divorciando de mí? —Porque te amo. Tienes razón —dijo—. Nunca debimos habernos casado como lo hicimos. Pensé que necesitaba el dinero para sobrevivir. Pensé que lo necesitaba para mantener a salvo a Lilly. Pero ahora sé que hay cosas peores en la vida que ser pobre. Ella frunció el ceño. —Espera, un momento. Si vamos a ser una pareja real, tienes que decirme de una vez por todas. ¿Quién demonios es Lilly? Pensé que los domingos ibas a ver a Cecile. —¿Cecile? Por supuesto que no. ¿Por qué iría a visitarla? —Él lanzó una mirada frustrada al techo—. Estoy tratando de derramar mi amor por ti, y todo lo que importa es, ¿mi hermana y mi ex? —¿Hermana? —chilló—. ¿Tienes una hermana? —Sí —respondió lentamente—. Pensé que lo sabías. Le dijiste a Tim que sabías a donde iba todos los domingos. El alivio se apoderó de ella. —Oh. ¿Así que es ahí donde estabas? ¿No con una amante?

—¿Una amante? ¿Estás loca? —rechinó—. ¿Cuándo di la impresión de que tenía un amante? ¿O querido una, además de ti? —Bueno, me dejaste cada domingo, no diciéndome a dónde ibas. ¿Qué otra cosa se suponía que debía pensar? —Maldita sea. —Se dio una palmada en la frente—. Yo no pienso en ella de esa manera. Simplemente no quería que la conocieras si… si no te quedabas en mi vida. Ella se apega a la gente. —¿Por qué? —preguntó. —Ella tiene necesidades especiales. Y cuando conoce a alguien que le gusta, no lo pierde de vista. Si te conoce, te amará. ¿Cómo no iba a hacerlo? Johanna se derritió, y su rostro se puso caliente. Justo cuando pensaba que él no podía ser más dulce, le demostraba que estaba equivocada. —¿Dónde vive? —Cerca de diez minutos de nosotros. Le gusta vivir por su cuenta, así que la tengo instalada en una casa con sirvientes. Ella siempre quiso conocer Estados Unidos... así que la traje. —Se encogió de hombros. Sus labios se curvaron en una sonrisa—. He tratado de conseguir que viva conmigo innumerables veces, pero se niega. Dice que disfruta demasiado de su libertad como para vivir con un hombre. Johanna se rio. —Mujer inteligente. Ya me gusta. Damon se puso serio. —Firma estos, y eres libre. Firma estos, y podemos empezar de nuevo. Ya firmé sobre la línea punteada. Solo están esperando por ti. —No. No voy a firmar. Damon se pasó una mano por el cabello. —Es lo mejor. Necesitamos un nuevo comienzo. Conseguiré un trabajo de contabilidad para cuidar de Lilly, y tú puedes seguir enseñando.

Negando con la cabeza, se mordió el labio. —No. No dejaré que lo pierdas todo para probar un punto. —Pero no me importa nada de eso. No lo quiero. No hace más que causar problemas. —Podemos cambiar eso —le aseguró—. Lo haremos. Pero, no me estoy divorciando de ti. No ahora. No nunca. Se aclaró la garganta. Su rostro enrojeció y sus labios se torcieron hacia arriba. —¿Eso quiere decir que me amas? —Te amo —respondió ella con una sonrisa. Gritando, él la atrapó en sus brazos y la hizo girar. Su estómago vacío se tambaleó en señal de protesta. Oh, Dios. Ahora no. —Te amo, también —murmuró. La besó con fuerza, sus dedos enroscados en su cabello. Ella tiró de sus brazos, escapando al baño. Apenas pudo llegar al baño antes de que su estómago se revelara, vaciándose por completo. Él se agachó a su lado, sosteniendo su cabello hacia atrás mientras vomitaba. Cuando terminó, tiró de la cadena y se recostó en la bañera. Damon humedeció una toalla y se la entregó, arqueando una ceja. —¿Así de repugnante es mi beso? —Ve a traer la caja en la cama en la otra habitación —murmuró, enterrando su rostro en la tela de la toalla caliente. —¿Qué caja? —Lo sabrás cuando la veas —murmuró, alejándolo con una mano. Instantes después, regresó, llevando una caja rosa. Sus ojos estaban abiertos ampliamente, su rostro pálido. —¿Estás... estás embarazada?

Lo miro rápidamente, poniendo sus ojos en blanco. —No lo sé. Pregunté, pero la caja no me ha respondió aun. Se rio entre dientes, rompiéndola para abrirla entusiasmado. —Bueno, sigue adelante. Lo miró y agarró de sus dedos el palito envuelto con papel aluminio. —No te ofendas, pero vete. No voy a orinar frente a ti. Abrió su boca, y rápidamente la cerró cuando ella lo miró. Con una sonrisa tonta, se acercó y cerró la puerta detrás de él. Ella se empujó a sí misma para ponerse de pie. —¿Ya terminaste? ¿Qué dice? —dijo en voz alta a través de la puerta. Cerrando sus ojos y rezando por paciencia, respondió: —Ni siquiera me he sacado mis pantalones cortos. Relájate. —Correcto. Lo siento —murmuró. Sus pisadas iban de un lado para el otro afuera de la puerta. Sacudiendo su cabeza y riéndose, se puso manos a la obra, solo lo llamó, una vez que estaba decentemente cubierta y jaló la cadena del inodoro. El latido de su corazón palpitaba en sus oídos mientras estudiaba el espacio en blanco en la prueba. Ambos se cernían sobre el palo. Él suspiró impacientemente. —Cálmate —dijo entre dientes. —¡Hay dos líneas! —gritó él, sosteniendo la caja arriba de su cara—. ¿Ves? Dice que si hay dos líneas… —Estoy embarazada —terminó ella, sonriendo. Sus manos vagaron hacia su estómago—. Estoy embarazada. —Vamos a tener un bebé —dijo asombrado. Levantándola, la abrazó fuertemente y hundió su cara en su cuello. La besó con veneración, como si se fuera a romper si la sostenía con demasiada fuerza. La llevó al dormitorio, bajándola al lado de su comida.

—Alimenta a nuestro bebé —ordenó, sonriendo de oreja a oreja—. Espera a que se lo contemos a Lilly. —¿Le gustan los bebés? —Oh sí. Los ama. Johanna sonrió. espléndidamente.

Sospechaba

que

Lilly

y

ella

se

llevarían

—No puedo esperar para conocerla. —Y no puedo esperar a que te conozca. —Se sentó a su lado—. Simplemente no vayan comparando historias por detrás. Eso nunca sale bien. —¿Haría una cosa así? Gimió y se dejó caer sobre su espalda. —Sí. Creo que lo harías. Su expresión desolada era demasiado para resistirse. —No te preocupes. Todavía te amaré si me entero que te orinabas en la cama hasta los trece años. Se ahogó riéndose. —Oh, querido Dios. ¿Qué he hecho? Vas a matarme. Le lanzó una mirada intensa. —Seré dulce... la mayor parte del tiempo. Su gemido torturado llenó el silencio. —Sí. Soy un hombre muerto.

Después de que terminó de comer, Damon la tomó en sus brazos, meciéndola muy cerca. —Te amo, Johanna —susurró, besándola indecisamente. —También te amo. —Lo estiró más cerca, sellando su boca con la suya. Él se apartó, jadeando por aire. —Quizás deberíamos tomarlo con calma. No quiero lastimarte. —No lo harás. Estoy embarazada, no muerta. —Acarició su mandíbula. La besó, acariciando el costado de su pecho. Su corazón falló cuando le correspondió a su beso, su lengua deslizándose contra la suya. Gimió, estirándola encima de él hasta que se sentó a horcajadas sobre sus caderas. Ella giró sus caderas, burlándose. Interrumpió el beso, arrancando su camiseta por encima de su cabeza y arrojándola al otro lado de la habitación. Su mirada cayó sobre sus pechos desnudos, oscureciéndose por el deseo. —Dios, eres perfecta —dijo y cerró sus labios alrededor de su pezón. Ella arqueó su espalda, gimiendo. Su mano masajeaba su otro pecho mientras la torturaba con su lengua y dientes, haciéndola estremecerse por más. La hizo rodar sobre su espalda y le arrancó sus pantalones cortos, desnudándose una vez que ella estuvo desnuda. Besó su camino hacia arriba por su pierna, encontrando su centro y conduciéndola a la locura con su lengua. No se detuvo hasta que explotó de placer, el mundo se congeló a su alrededor. Luego, con un gruñido atormentado, se sumergió en su interior, lanzando su cabeza hacia atrás cuando la penetró completamente. Ella clavó sus dedos en su espalda mientras la llevaba más y más alto, reclamándola como suya en todos los sentidos. Cuando él encontró su placer, ella gritó, uniéndose a él. Se acostaron juntos, pasando el tiempo, envueltos el uno en los brazos del otro.

Sus miembros se enredaron tan completamente que ella apenas podía decir dónde terminaba él y comenzaba ella. Suspirando satisfecha, trazó un patrón en su pecho. Su mano descansaba sobre su estómago. —¿Quieres un niño o una niña? —preguntó. —No me importa. Seré feliz con cualquiera. —Su voz retumbó en su oreja—. ¿Tú? —Igual —respondió ella—. Deberíamos esperar para descubrirlo hasta que tengamos al bebé. Que sea una sorpresa. Él gimió. —De ninguna manera. Necesito saberlo. Ella se echó a reír. —Lo harás... cuando salga. —O cuando vayamos al ultrasonido —respondió él, tocando su nariz. —O cuando salga. Él se rio y la besó en el silencio.

Traducido por Jadasa Youngblood y Lizzie Wasserstein Corregido por Lizzie Wasserstein

D

amon entró en su casa con la sensación de estar completo, incapaz de contener su sonrisa. Estaban en casa. Felices. Enamorados. ¿Las cosas podrían mejorar?

Tiró a Johanna en sus brazos, besándola hasta dejarla sin sentido. Ella se aferró a sus hombros, presionando su delicioso cuerpo contra el suyo. Gimiendo bajo en su garganta, profundizó el beso, arrastrando sus manos por su espalda. —Ejem —dijo Jeff desde la oficina. Johanna saltó de los brazos de Damon, ruborizándose—. Me alegra de verlos a los dos luciendo tan íntimos, pero puede que quieran venir aquí. —Sin ofender, pero no gracias. —Agarrando la mano de Johanna, Damon la estiró hacia las escaleras. Riéndose, lo siguió sin vacilar. —Lo siento. En este caso, tengo que estar de acuerdo con el esposo. Jeff suspiró, poniendo sus ojos en blanco. —Bien. Entonces le diré al falso abogado en la biblioteca que espere hasta que hayan terminado de tener sexo. Damon se congeló. —¿Falso abogado?

—Sí —respondió Jeff, examinando sus uñas—. Pero, oye. Sigan adelante. Diviértanse. Damon gruñó, bajando por las escaleras acompañado por Johanna. —Jeff, no me fastidies. Ya sabes cómo termina eso. Jeff resopló. —Sí, con mi pie arriba de tu… —¡Jeff! —gruñó. Jeff entró en la biblioteca, seguido de cerca por Johanna y Damon. Por la mente de Damon pasaba cuando vio al flacuchento hombre que había irrumpido en su vida y cambiado todo—. ¿Usted? ¿Es un fraude? —Eso es lo que él dice —respondió Jeff—. Pero él te contará el resto. —Hable —ordenó Damon, haciéndole una seña a Johanna para que se sentara. Ella se hundió en una silla cercana, mordiendo su labio—. Y sea rápido. El hombre se aclaró su garganta, poniéndose pálido al ver a Damon. —El testamento de su padre nunca manifestó que debía casarse. Quien me contrató, amenazó la seguridad de mi familia y me obligó a falsificar los documentos e ir con usted, contándole la cláusula así tendría que casarse con ella. Ahora que ella huyó de vuelta a Inglaterra, puedo contarle la verdad. Todas las piezas del rompecabezas encajaron en su sitio, y Damon gimió. —Déjeme adivinar. Quien lo contrato es Cecile. El hombre asintió animadamente. —Sí. Y su primo, un señor Smith. Johanna se enderezó, jadeando.

—¿Tim Smith? —Sí, mi lady —respondió el señor Johnson, inclinando su cabeza—. Ambos han huido del continente, y le conté a la policía. Incluso ahora son buscados. —Maldita sea —murmuró Damon, sentado al lado de Johanna y atrapando su mano—. ¿Así es cómo Tim sabía de Lilly? —Sí, milord. La escuche contárselo —dijo Johnson. Damon sacudió su cabeza, luego miró a Johanna. —¿Puedes creer esto? Ella se echó a reír, sacudiendo su cabeza. —En realidad no. Después de un momento de incredulidad, la risa lo inundó. El “abogado” se aclaró la garganta. —Lo siento, milord, por mi parte en su conspiración. Quería ser quien le contara la verdad. Damon asintió, poniéndose bajo control. —Terminó trayéndome a mi esposa, así que, lo perdono. —Me alegro. —El señor Johnson se puso en pie, frotando su cabeza calva—. Ahora, me iré. Damon no le dirigió otra mirada mientras salía de la habitación, en lugar de eso, se concentró en Jeff. —¿Qué? ¿Por qué estás mirándome así? —Solo demuestro el punto que he estado tratando de meter en tu dura cabeza todo este tiempo. No puedes confiar en todos los que "trabajan" para ti. Damon suspiró.

—Lo sé. Créeme, lo sé. He estado trabajando en estar más involucrado últimamente. Y voy a seguir haciéndolo cada vez más. Al parecer, no se puede confiar en la gente cuando se trata de dinero —dijo. —¿Tú crees? —dijo Johanna, mirándolo a los ojos. Su rostro se puso caliente y dejó caer su propia mirada a sus manos. —Lo sé. Necesito concentrarme más en mi vida personal y empresarial. Lo estoy intentando. —Sí, lo haces. Pero tienes un largo camino por recorrer —dijo Johanna—. Espero que te des cuenta ahora de a cuánta gente por ahí le encantaría tomar ventaja de ti. —Oh, vamos ahora. No pueden ser muchos —argumentó. Jeff y Johanna pusieron sus ojos en blanco. Damon se rio entre dientes. —Está bien, está bien. Lo entiendo. El niño rico aprendió su lección. Corta la pausa comercial. —Bien —dijo Jeff. Agarrando su chaqueta, se despidió de ellos y se dirigió a la puerta—. Con eso entendido, me voy de aquí. No tengo ningún deseo de escucharlos a los dos gimiendo por el resto del día. Johanna cerró los ojos, ruborizándose, pero Damon solo se rio entre dientes. —Tiene razón. Planeo hacerte gemir toda la noche. —Uhm. Creo que necesito alimentarme primero —respondió ella—. El bebé tiene hambre. —Bueno, en ese caso, sígueme. Tal vez cocinaré para ti, y pondré a prueba un poco más mi vena independiente. —Se encogió de hombros, frotándose la cabeza—. No puede ser tan difícil, ¿verdad? —Uh, ¿cariño? —vaciló ella—. No en tu vida. Deja la cocina a los profesionales, por favor. Al bebé le gusta la comida sabrosa, no lo que tú harías.

Él le frunció el ceño por encima del hombro. —¿Estás insinuando que no haría una buena comida? —Sip. Absolutamente. —Oh mujer de poca fe. —Él se rio entre dientes—. No tienes idea de lo que puedo hacer cuando pongo mi mente en ello. Ella sabía exactamente lo que él podía hacer. Él la había conquistado, después de todo. Si podía hacer eso, podía hacer cualquier cosa.

Traducido por Lizzie Wasserstein Corregido por Lizzie Wasserstein

E

s increíble cómo un año podía cambiar una vida. Hace un año, Johanna había estado amargada, sola e incapaz de confiar en nadie, y mucho menos enamorarse. Sin embargo, ahora, ella pensaba que su corazón iba a estallar con la alegría que lo llenaba a rebosar.

Y todo lo que había tomado era un extremadamente terco, y muy guapo, Lord Británico. Damon la miró, y una sonrisa iluminó su rostro. Las lágrimas brillaban en sus ojos cuando volvió su atención a su hija. Johanna miró los ojos azul oscuro de su hija con asombro. La bebé lloraba y arrugaba los ojos cerrados, arqueando su pequeña espalda y agitando los puños. Las lágrimas rodaron por las mejillas de Johanna, y dejó caer la cabeza sobre la almohada. —Es una niña. —Jessica —susurró él. Extendió un dedo tentativamente, y la bebé se aferró a él con un férreo control. »¡Mira! Ella está sosteniendo mi mano. Johanna asintió. —Ella conoce a su papi. —Sí —dijo en voz baja, y le sonrió a la bebé—. Ella lo hace.

Johanna se tumbó de espaldas en la cama. Damon acunaba a su hija cerca y besaba su pequeña nariz. Se dirigió de nuevo hacia Johanna y le entregó una taza de jugo de manzana. Sus ojos estaban cálidos y brillantes con orgullo. —Estuviste fantástica. Eres increíble. Ella sonrió y bebió un sorbo de jugo. —Ella es perfecta. —Al igual que su madre —dijo—. Las amo a ambas. —También los amo. Damon cepilló un dedo por la mejilla de la pequeña bebé con ternura. La bebé gruñó, girando la cabeza antes de dejar escapar un fuerte grito. Damon sonrió, dándole la bebé a Johanna. —Ella tiene tu temperamento, también. —Ja, ja. Muy gracioso. —Ella se bajó su camiseta y guio a la bebé a su pecho—. Solo tiene hambre. También lloras cuando tienes hambre. —De hecho. —Él se acercó más y colocó un beso en el ralo cabello rubio de la bebé—. No la culpo ni tantito por su elección de cena, tampoco. —Damon sacó el envoltorio azul de su chaqueta, sosteniéndolo entre dos dedos. —Supongo que no necesitamos más esto. —Puedes abrirlo ahora —bromeó—. Vamos. Sácalo de tu sistema. Él negó con la cabeza, pero lo abrió. Sus ojos se agrandaron cuando lo leyó. Él se echó a reír. —Tal vez sea bueno que esperáramos. —¿Por qué? ¿Qué dice?

Se lo entregó a ella, sin dejar de reír demasiado fuerte para hablar. Ella lo leyó, luego se echó a reír, también. —¿Ves esto, Jessica? ¡Se supone que debes ser un niño! —Nadie se lo dijo, al parecer. —Damon se frotó los ojos. —Bueno. Te lo concedo. La próxima vez, no vamos a abrirlo tampoco. —¿La próxima vez? —hizo eco ella, levantando una ceja—. ¿Quién dice que habrá una próxima vez? —Bueno... está el problema de un heredero. Tenemos que criar a un Lord en este mundo que no vaya a ser un pedante codicioso como su padre. —Ah, sí. —Ella asintió solemnemente, reprimiendo una sonrisa—. No podemos dejar que tu buen nombre desaparezca, ¿verdad? —Por supuesto que no —estuvo de acuerdo y la besó suavemente—. Pero la próxima vez, voy a permanecer en el cuarto de baño. Después de presenciar el parto, creo que puedo manejarlo. Ella le dio un puñetazo en el hombro. —Nunca te rindes, ¿verdad? La besó en la frente. —Nunca. Un golpe en la puerta los interrumpió, y Damon se echó hacia atrás con una sonrisa. —Ah. Creo que Lilly está aquí. —Adelante —dijo Johanna. La puerta se deslizó abriéndose, y Lilly se asomó por la puerta. Su cabello castaño claro enmarcaba su dulce cara en forma de corazón.

Cuando vio a Jessica, la enorme sonrisa de Lilly iluminó la habitación. Ella entró y se detuvo. —¿Es un niño o una niña? Damon abrazó a su hermana, tirando de ella hacía el interior con la mano. —Entra. Es una niña. Su nombre es Jessica. —Jessica. Como mamá —dijo Lilly. —Sip. ¿Te gustaría sostenerla? Ha terminado de alimentarse. —Sí. —Asintió con la cabeza—. Me encantaría sostener a Jessica. Damon guio a Lilly a la silla, luego recogió a Jessica. —Aquí tienes. Jessica se retorció, dejó escapar un suspiro y cerró los ojos. —Le gusto —dijo Lilly. —¿Cómo podría no hacerlo? —respondió Damon. Sus ojos brillaban con lágrimas contenidas. —Me gusta, también —respondió Lilly. Damon se sentó en el suelo a los pies de Lilly, susurrando palabras dulces a Jessica. El corazón de Johanna se calentó. —¿Vas a quedarte con nosotros por un tiempo? ¿En tu habitación? —preguntó Damon. Lilly frunció los labios y su frente se arrugó. —Por Jessica. Pero luego me iré a casa. Damon disparó a Johanna una sonrisa emocionada. —Suena bien —dijo. —Feliz Día de San Valentín, Jessica —dijo Lilly, rozando un beso en la frente de la bebé.

Johanna hizo una mueca. —Supongo que no puedo odiar más el Día de San Valentín, ¿verdad? Te conocí en la noche antes del Día de San Valentín, y di a luz a Jessica en el maldito día, también. —Nop. Tienes que amarlo ahora. —Cuando ella arrugó la nariz, él se rio. —Bien. —Johanna sonrió—. Pero solo si te tengo en mi cama cada mañana en el Día de San Valentín. —Creo que podemos arreglar eso. —Su boca se apretó contra la de ella con ternura—. Te amo. Por siempre. —Y yo a ti. Juntos, observaron a Lilly y Jessica. La vida no podría ser mejor. Simplemente no podía.

Es una autora de bestsellers, que no solo escribe libros contemporáneos, también escribe libros New Adult, bajo el nombre de Jen McLaughlin; con los cuales se ha colocado en los primeros lugares de ventas en Amazon. Siempre ha sido una soñadora con una gran imaginación, pero no fue sino hasta el 2011 que plasmó sus ideas en papel y desde entonces no ha parado de escribir. Actualmente vive en el Noreste de Pensylvania con su esposo, cuatro hijos, un perro y un gato.

Moderación: Itorres IvanaTG

Jenn Cassie Grey

nadiafernandez

Traducción: âmenoire90 bettyfirefull Debs Itorres IvanaTG Jadasa Youngblood

Jenn Cassie Grey Karoru leogranda Lizzie Wasserstein MaEx Mapu martinafab

Oriori Selene1987 Sol_sol Tanza Verae veroonoel

Recopilación: Lizzie Wasserstein

Revisión, Corrección y Diseño: Lizzie Wasserstein

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