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Sinopsis

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ara Dyer creyó que podía huir de su pasado. No puede. Solía pensar que sus problemas estaban en su cabeza.

No lo están.

No puede imaginar que después de todo por lo que ha pasado, el chico que ama aún le guarde secretos. Se equivoca. En la secuela de The Unbecoming of Mara Dyer, la verdad evoluciona y las elecciones pueden resultar mortales. ¿Qué será lo siguiente de Mara Dyer?

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Índice

10 11 Prefacio 12 1 13 2 14 3 15 4 16 5 17 6 18 7 19 8 20 9 21

Sinopsis

22 23 24 25 26 27 28 29 30 31 36 37

38 39 40 41 42 43 44 32 33 34 35 45

46 47 48 49 50 51 52 53 54 55 56 57

58 59 60 61 62 63 64 65 66 67 68

Sobre la Autora 3

“¿Podemos convertirnos en algo diferente a lo que somos?” —Marqués de Sade, Justine

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Prefacio

L

o amarás hasta destruirlo.

Las palabras resonaban en mi mente mientras corría a través de las aglomeraciones de gente riendo. Luces parpadeantes y gritos de alegría manaban en un derroche de color y sonido. Sabía que Noah estaba detrás de mí. Sabía que iba a alcanzarme. Pero mis pies trataban de hacer lo que mi corazón no podía; trataban de dejarlo atrás. Finalmente me quedé sin aliento bajo un payaso con mirada lasciva que apuntaba a la entrada de la Casa de los Espejos. Noah me alcanzó fácilmente. Me volví hacia él y me quedé allí, con mi muñeca en su agarre, mis mejillas mojadas por las lágrimas y mi corazón destrozado por esas palabras. Si realmente lo amaba, dijo ella, lo dejaría ir. Desearía amarlo lo suficiente.

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1 Lillian & Alfred Rice Unidad Psiquiátrica

Miami, Florida

M

e desperté en la mañana de algún día en algún hospital para encontrar a una extraña sentada en mi habitación.

Me incorporé con cuidado —mi hombro me dolía— y estudié a la extraña. Tenía cabello castaño oscuro que se desteñía en gris en las raíces, y ojos color avellana con patas de gallo en las esquinas. Me sonrió y toda su cara se movió. —Buenos días, Mara —dijo ella. —Buenos días —respondí. Mi voz era baja y ronca. No sonaba como la mía. —¿Sabes dónde estás? Ella, obviamente, no se dio cuenta que el directorio del edificio estaba situado justo fuera de la ventana detrás de ella, y que desde la cama, tenía una visión clara. —Estoy en la Unidad Psiquiátrica Lillian & Alfred Rice. —Aparentemente. —¿Sabes quién soy? No tenía idea, pero traté de no demostrarlo; ella no me habría preguntado si no nos habíamos conocido, y si nos habíamos conocido, debería recordarla.

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—Sí —mentí. —¿Cuál es mi nombre? Maldita sea. Mi pecho subió y bajó rápidamente con mi respiración. —Soy la Dra. West —dijo de manera uniforme. Su voz era cálida y cordial, pero no del todo familiar—. Nos conocimos ayer, cuando fuiste traída por tus padres y un detective con el nombre de Vincent Gadsen.

Ayer. —¿Te acuerdas? Recordaba haber visto a mi padre yaciendo pálido y herido en una cama de hospital después de ser baleado por la madre de una niña asesinada. Recordaba que fui la persona que la hizo hacerlo. Recordaba ir a la comisaría de policía a confesar el haberle robado la EpiPen1 a mi maestra y soltar hormigas de fuego en su escritorio, lo cual fue la causa de que muriera de un shock anafiláctico. Recordaba que no era cierto, solo una mentira con la que alimentaría a la policía para que me impidieran hacerle daño a alguien a quien amaba de nuevo. Debido a que no iban a creer que deseé que mi maestra muriera y que no mucho tiempo después, ella murió. Ahogada hasta morir por una lengua inflamada, tal y como imaginé que lo haría. Recordaba que antes de que pudiera decirle a alguien algo de esto, vi a Jude en la Comisaría Decimotercera del Departamento de Policía de Metro Dade. Viéndose muy vivo. Pero no recordaba venir al hospital. No recordaba haber sido traída. Después de que Jude apareció, no recordaba nada más. —Fuiste ingresada ayer por la tarde —dijo la extraña, la Dra. West—. El detective llamó a tus padres cuando no pudieron conseguir que dejaras de gritar.

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EpiPen: Una inyección que se utiliza para tratar reacciones alérgicas severas.

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Cerré los ojos y vi el rostro de Jude mientras caminaba a mi lado. Rozándome al pasar junto a mí. Sonriéndome. La memoria manchó el reverso de mis párpados, y los abrí rápidamente, sólo para ver otra cosa. —Les dijiste que tu novio, Jude Lowe, a quien creías muerto en el derrumbe de un edificio en diciembre, está vivo. —Ex —dije en voz baja, luchando por mantener la calma. —¿Perdón? —Ex-novio. La Dra. West inclinó la cabeza ligeramente y empleó su expresión cuidadosamente neutral de psicóloga, una que reconocí bien ya que la había visto muchas veces en mi madre psicóloga. Sobre todo en los últimos meses. —Dijiste que tú causaste que el manicomio abandonado en Rhode Island se derrumbara, aplastando a tu mejor amiga, Rachel, y a la hermana de Jude, Claire, en el interior. Dijiste que Jude te atacó sexualmente, que fue por lo que trataste de matarlo. Y dijiste que él sobrevivió. Dijiste que está aquí. Ella estaba perfectamente serena mientras hablaba, lo que aumentó mi pánico. Esas palabras en su boca parecían una locura, a pesar de que eran ciertas. Y si la Dra. West lo sabía, también lo hacía… —Tu madre te trajo aquí para una evaluación. Mi madre. Mi familia. Ellos se habrían enterado de la verdad también, a pesar de que no había planeado contárselas. A pesar de que no recordaba haberla contado. Y esto fue a lo que eso me llevó. —No comenzamos ayer porque estabas sedada. Mis dedos vagaron por mi brazo, debajo de la manga corta de mi camiseta blanca. Había un curita en mi piel, cubriendo el que debe haber sido el lugar de la inyección. —¿Dónde está? —pregunté, arrancándome el curita.

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—¿Dónde está quién? —Mi madre. —Mis ojos escanearon el pasillo a través del cristal, pero no la vi. El pasillo parecía vacío. Si tan solo pudiera hablar con ella, tal vez podría explicarle. —Ella no está aquí. Eso no sonaba como mi madre. No había dejado mi lado ni una vez cuando estuve ingresada en el hospital después de que el manicomio se derrumbó. Así se lo dije a la Dra. West. —¿Te gustaría verla? —Sí. —Está bien, podemos ver si podemos resolver eso más tarde. Su tono de voz lo hizo sonar como que sería una recompensa por buen comportamiento, y eso no me gustó. Balanceé mis piernas sobre la cama y me puse de pie. Llevaba pantalones de cordón, no los jeans que recordaba tener la última vez. Mi madre debió haberlos traído de casa. Alguien debió haberme cambiado. Tragué saliva. —Creo que quiero verla ahora. La Dra. West se puso de pie también. —Mara, ella no está aquí. —Entonces iré a buscarla —dije, y comencé a buscar mis Chucks. Me agaché para mirar debajo de la cama, pero no estaban allí. —¿Dónde están mis zapatos? —pregunté, todavía agachada. —Tuvimos que llevárnoslos. Me levanté entonces, y la enfrenté. —¿Por qué? —Tenían agujetas.

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Mis ojos se estrecharon. —¿Y? —Fuiste traída aquí porque tu madre pensó que podrías ser un peligro para ti misma y los demás. —Realmente necesito hablar con ella —dije entonces, luchando por mantener mi voz uniforme. Me mordí con fuerza el labio inferior. —Vas a ser capaz de hacerlo. —¿Cuándo? —Bueno, me gustaría que hablaras con alguien primero, y que un médico venga, sólo para asegurarse de que estás… —¿Y si no quiero? La Dra. West se limitó a mirarme. Su expresión era triste. Mi garganta quería cerrarse. —No puede retenerme aquí a menos de que yo dé mi consentimiento —logré decir. Sabía mucho, al menos. Era hija de un abogado y tenía diecisiete años. No podían mantenerme aquí si no quería ser mantenida. A menos de que… —Estabas gritando e histérica y te resbalaste. Cuando una de nuestras enfermeras trató de ayudarte, le diste un puñetazo. No. —Se convirtió en una situación de emergencia, por lo que conforme a la Ley Baker, tus padres fueron capaces de dar su consentimiento por ti. Susurré para no gritar. —¿Qué está diciendo? —Lo siento, pero has sido recluida contra tu voluntad.

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—E

speramos que permitas que un médico te haga un examen físico —dijo amablemente—. Y que des tu consentimiento para nuestro plan de tratamiento.

—¿Qué pasa si no lo hago? —pregunté. —Bueno, tus padres aún tienen tiempo para presentar los documentos correspondientes ante la corte mientras estás aquí, pero sería realmente maravilloso para ti, y para ellos, si cooperas con nosotros. Estamos aquí para ayudarte. No podía recordar haberme sentido alguna vez tan perdida. —Mara —dijo la Dra. West, atrayendo mis ojos a los suyos—, ¿entiendes lo que esto significa? Significa que Jude está vivo y nadie lo cree más que yo. Significa que hay algo mal en mí, pero no es lo que ellos piensan. Significa que estoy sola. Pero entonces mis pensamientos acelerados arrastraron una imagen a su paso. Un recuerdo. Las paredes beige de la unidad psiquiátrica se evaporaron y se convirtieron en cristal. Me vi en el asiento del pasajero de un auto —el auto de Noah— y vi mis mejillas manchadas de lágrimas. Noah estaba a mi lado, con su cabello revuelto y perfecto y sus ojos desafiantes mientras sostenían los míos.

«Hay algo seriamente mal en mí, y no hay nada que nadie pueda hacer para solucionarlo» le dije entonces.

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«Déjame intentarlo» dijo él en respuesta. Eso fue antes de que él supiera cuán profundamente jodida estaba, pero incluso cuando la última pieza de mi armadura se quebró en la escalera de mármol del juzgado, revelando la fealdad debajo de ella, Noah no fue el que se fue. Fui yo. Porque maté a cuatro personas —cinco, si el cliente de mi papá nunca despertaba— con nada más que un pensamiento. Y el número podría haber sido mayor —habría sido mayor, si Noah no hubiera salvado la vida de mi padre. Nunca quise hacerle daño a la gente que amaba, pero Rachel seguía estando muerta y mi padre seguía baleado. Menos de cuarenta y ocho horas antes, pensé que la mejor manera de protegerlos era mantenerme alejada. Pero las cosas eran diferentes ahora. Jude las hizo diferentes. Nadie sabía la verdad sobre mí. Nadie más que Noah. Lo que significaba que él era el único que podría solucionar esto. Tenía que hablar con él. —¿Mara? Me obligué a centrarme en la Dra. West. —¿Dejarás que te ayudemos?

¿Ayudarme? quería preguntar. ¿Dándome más drogas cuando no estoy enferma, no de algo peor que TEPT2? No soy psicótica, quería decir. No lo soy. Pero no parecía tener muchas opciones, así que me obligué a decir que sí. —Pero quiero hablar con mi madre primero —añadí. —Le haré una llamada después de tu examen físico, ¿está bien? No lo estaba. No del todo. Pero asentí y la Dra. West sonrió, profundizando las arrugas en su rostro, luciendo para todo el mundo como una cariñosa y bondadosa abuela. Tal vez lo era. 2

TEPT: Trastorno de estrés postraumático.

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Cuando se fue, todo lo que podía hacer era no desmoronarme; pero no tuve tiempo. Ella fue reemplazada inmediatamente por un médico con pluma linterna en mano que me hizo preguntas sobre mi apetito y otros detalles completamente mundanos, que respondí tranquilamente con lengua cuidadosa. Y luego se fue, y me ofrecieron algo de comida, y uno de los empleados —¿Un consejero? ¿Un enfermero?— me mostró la unidad. Era más tranquila de lo que me imaginaba que una sala de psiquiatría sería, y con evidentemente menos psicópatas. Un par de chicos estaban leyendo tranquilamente. Uno veía la televisión. Otro hablaba con un amigo. Levantaron la mirada cuando pasé, pero por lo demás, fui ignorada. Cuando finalmente fui llevada de vuelta a la habitación, me sorprendió encontrar a mi madre en ella. Cualquier otra persona no se habría dado cuenta del desastre que ella era. Su ropa estaba sin arrugas. Su piel seguía perfecta. Ni un solo cabello estaba fuera de lugar. Pero la desesperanza aplastaba su postura y el miedo opacaba sus ojos. Estaba manteniendo la compostura, pero por poco. Estaba manteniendo la compostura por mí. Quería abrazarla y sacudirla al mismo tiempo. Pero me quedé allí, pegada al suelo. Ella corrió a abrazarme. La dejé, pero mis brazos estaban encadenados a mis costados y no podía devolverle el abrazo. Ella se apartó y alisó el cabello de mi cara. Estudió mis ojos. —Lo siento mucho, Mara. —No me digas. —Mi voz era plana. No podría haberla lastimado más si la hubiera golpeado. —¿Cómo puedes decir eso? —preguntó. —Porque me desperté en una unidad psiquiátrica hoy. —Las palabras eran amargas en mi boca.

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Ella retrocedió y se sentó en la cama, que estaba recién hecha desde la última vez que estuve en ella. Meneó la cabeza, y su cabello negro con fijador se balanceó con el movimiento. —Cuando dejaste el hospital ayer, pensé que estabas cansada y volverías a casa. ¿Así que cuando la policía llamó? —Su voz se quebró, y levantó la mano a su garganta—. Tu padre fue baleado, y luego respondí el teléfono y escuché a la policía decir: “¿Sra. Dyer, estamos llamando por su hija?” —Una lágrima cayó de uno de sus ojos y rápidamente la limpió—. Pensé que habías tenido un accidente de auto. Pensé que estabas muerta. Mi madre envolvió sus brazos alrededor de su cintura y se inclinó hacia delante. —Estaba tan aterrorizada que se me cayó el teléfono. Daniel lo recogió. Él explicó lo que estaba sucediendo, que estabas en la comisaría, histérica. Se quedó con tu padre y yo me apresuré a ir por ti pero estabas salvaje, Mara —dijo, y me miró—. Salvaje. Nunca pensé… —Su voz se fue desvaneciendo y parecía estar mirando a través de mí—. Estabas gritando que Jude está vivo. Hice algo valiente, entonces. O estúpido. A veces es difícil notar la diferencia. Decidí confiar en ella. Miré a mi madre a los ojos y dije, sin ningún rastro de duda en mi voz o expresión: —Lo está. —¿Cómo podría ser eso posible, Mara? —La voz de mi madre era monótona. —No lo sé —admití, porque no tenía idea—. Pero lo vi. —Me senté a su lado en la cama, pero no cerca. Mi madre se apartó el cabello de la cara. —¿Podría haber sido una alucinación? —Evitó mis ojos—. ¿Igual que las otras veces? ¿Igual que con los aretes? Me había hecho la misma pregunta. Había visto cosas antes —los aretes de mi abuela en el fondo de mi bañera, a pesar de que estaban todavía en mis orejas. Las paredes del aula derrumbándose a mi alrededor, gusanos retorciéndose en mi comida.

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Y había visto a Claire. La vi en los espejos. Oí su voz.

«Diviértanse ustedes dos». Vi a Jude en los espejos. Oí su voz, también.

«Tienes que quitarte este lugar de la cabeza». Pero ahora sabía que los había oído decir esas mismas palabras dos veces. No sólo en los espejos de mi casa. En el manicomio. No me imaginé esas palabras. Las recordaba. De la noche del derrumbe. Pero en la comisaría fue diferente. Jude habló con un oficial. Me esforcé por recordar lo que dijo.

«¿Me puede decir dónde puedo reportar a una persona desaparecida? Creo que estoy perdido». Nunca lo oí decir esas palabras antes. Eran nuevas. Y las dijo antes de tocarme. Él me tocó. Lo sentí. Eso no fue una alucinación. Él era real. Estaba vivo, y estaba aquí.

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i madre todavía estaba esperando una respuesta a su pregunta, así que le di una. Sacudí la cabeza con fuerza. —No. —Jude estaba vivo. No era una alucinación. Estaba segura.

Se quedó allí inmóvil por un momento demasiado largo. Entonces, finalmente, sonrió, pero no llegó a sus ojos. —Daniel está aquí para verte —dijo y se puso de pie. Se inclinó para besar la coronilla de mi cabeza justo cuando la puerta se abrió, mostrando a mi hermano mayor. Los dos compartieron una mirada, pero cuando Daniel entró en la habitación ocultó hábilmente su preocupación. Su cabello negro y abundante estaba atípicamente revuelto y ojeras rodeaban sus ojos oscuros. Él me sonrió —demasiado fácil, demasiado rápido— y se inclinó para envolverme en un abrazo. —Estoy tan contento de que estés bien —dijo mientras me apretaba. Tampoco pude devolverle el abrazo. —Luego me soltó y añadió muy suavemente—: Y no puedo creer que tomaras mis llaves. ¿Dónde está mi llave de la casa, por cierto? Mi frente se arrugó. —¿Qué? —Mi llave de la casa. Ha desaparecido de mi llavero. El cual tomaste antes de conducir mi auto a la comisaría. —Oh. —No tenía el recuerdo de tomarlo, y ningún recuerdo de lo que hice con él—. Lo siento.

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—Está bien. No es como que si estuvieras metiéndote en ningún problema ni nada —dijo, mirándome con los ojos entornados. —¿Qué estás haciendo? —Dándote la mirada ladeada3. —Bueno, parece que estás teniendo un derrame cerebral —dije, sin poder evitar mi sonrisa. Daniel exhibió una propia, una real, esta vez. —Casi me da un ataque al corazón cuando a mamá casi le da un ataque al corazón —dijo, con voz suave. Seria—. Estoy… estoy feliz de que estés bien. Miré alrededor de la habitación. —Bien es un término relativo, creo. —Touché. —Estoy sorprendida de que te dejaran verme —dije—. Por la forma en que la psiquiatra estaba actuando, estaba empezando a pensar que estaba aislada o algo así. Daniel se encogió de hombros y cambió de postura, evidentemente incómodo. Lo que me puso cautelosa. —¿Qué? Se chupó los labios. —Suéltalo, Daniel. —Se supone que debo tratar de convencerte de quedarte. Entrecerré los ojos hacia él. —¿Por cuánto tiempo?

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Mirada ladeada: En inglés side-eye. Expresión facial que expresa crítica, desaprobación, hostilidad o desprecio. Definida por una persona mirando a otra desde la esquina de su ojo(s) con el ceño fruncido y la cabeza girada en dirección opuesta.

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Él no lo dijo. —¿Cuánto tiempo? —Indefinidamente. Mi cara se puso caliente. —¿Mamá no tuvo las agallas para decírmelo ella misma? —Eso no es todo —dijo, sentándose en la silla junto a la cama—. Piensa que no confías en ella. —Ella es la que no confía en mí. No lo ha hecho desde... —Desde el derrumbe, casi lo dije. No terminé la frase, pero a juzgar por la expresión de Daniel, no necesitaba hacerlo—. No cree nada de lo que digo —concluí. No tenía la intención de sonar como una niña, pero no pude evitarlo. Medio esperaba que Daniel me gritara, pero solo me dio la misma mirada que siempre me daba. Era mi hermano. Mi mejor amigo. Yo no había cambiado para él. Y eso me hizo querer decirle todo. Sobre el manicomio, Rachel, Mabel, mi maestra. Todo ello. Si le decía con calma —no llena de pánico, como en una comisaría, sino racionalmente, después de una noche completa de sueño— si le explicaba todo, tal vez lo entendería. Necesitaba ser entendida. Así que cerré los ojos y respiré hondo, como si estuviera preparándome para lanzarme desde un acantilado. En cierto modo, supongo, que lo estaba. —Jude está aquí. Daniel tragó saliva y luego preguntó con cuidado: —¿En la habitación? Le lancé una mirada. —No, idiota. En Florida. En Miami.

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Su expresión no cambió. —Estaba en la comisaría, Daniel. Lo vi. Estaba allí. Mi hermano se quedó allí, reflejando la expresión neutral de nuestra madre de hace tan sólo unos minutos. Luego agarró su mochila y sacó algo de ella. —Es el video de seguridad de la comisaría —explicó antes de que tuviera la oportunidad de preguntar—. La Dra. West pensó que sería bueno que mamá te lo mostrara. —Entonces, ¿por qué estás mostrándomelo tú? —Porque es evidente que no confías en mamá, pero ella sabe que confías en mí. Le di una mirada entornada. —¿Qué hay en él? Se puso de pie y metió el disco en el reproductor de DVD que estaba debajo de la televisión montada en el techo, luego la encendió. —Dime cuando lo veas, ¿de acuerdo? Asentí con la cabeza, y entonces nuestras cabezas se volvieron hacia la pantalla. Daniel lo adelantó rápidamente y personas diminutas entraron y salieron corriendo de la comisaría. El contador adelantó velozmente y me vi entrando en el cuadro. —Detenlo —le dije a Daniel. Apretó un botón y las secuencias desaceleraron a una velocidad normal. No había ningún sonido, pero me vi hablar con el oficial en la recepción, debía haber estado preguntando dónde podía encontrar al Detective Gadsen. Y entonces vi a Jude aparecer en el cuadro. Mi corazón empezó a latir aceleradamente mientras mis ojos se detenían en su imagen, en su gorra de béisbol, en sus mangas largas. Algo en su muñeca reflejaba la luz. Un reloj. Hubo un temblor en mi mente. Señalé a la figura de Jude en la pantalla. —Allí —dije. Mi mano temblaba irritantemente—. Es él.

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Vimos cuando Jude habló con el oficial. Cuando me rozó al pasar junto a mí. Me tocó. Empecé a sentirme mal. Daniel pausó la imagen antes de que Jude saliera de cuadro. No dijo nada durante un largo rato. —¿Qué? —dije en voz baja. —Ese podría ser cualquiera, Mara. Mi garganta se cerró. —Por favor, dime que estás bromeando. —Mara, es un tipo con una gorra de los Patriots4. Estudié la pantalla de nuevo. El ángulo de la cámara sólo capturó la parte superior de la cabeza de Jude. Que estaba cubierta por la gorra de los Patriots que siempre llevaba. La cual estaba hacia abajo, protegiendo sus ojos. No podía ver su rostro en absoluto. —Pero escuché su voz —dije. Defendí, en realidad. Mi hermano abrió la boca para decir algo, pero lo interrumpí—. No, escucha. —Tomé una respiración profunda. Traté de calmarme, de ser menos estridente—. Lo escuché, le preguntó algo al oficial y el oficial le respondió. Era su voz. Y yo vi su cara. —Me quedé mirando la pantalla, entornando los ojos mientras seguía hablando—. Tal vez no puedas verlo muy bien en la cinta, pero es él. Es él. Daniel me miró durante algunos silenciosos segundos hasta que por fin habló. Cuando lo hizo, su voz era inquietantemente baja. —Mara, no puede ser él. Mi mente corrió a través de los hechos, los que conocía, de los que estaba segura. —¿Por qué no? No pudieron encontrar su cuerpo para enterrarlo, ¿verdad? —El edificio era muy inestable, recordé, y eso era demasiado peligroso—. No pudieron encontrarlo —dije de nuevo. 4

Patriots: Es un equipo de la Liga Nacional de Baseball.

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Daniel señaló a la pantalla, a las manos de Jude. Mis ojos siguieron su dedo. —¿Viste sus manos? Asentí con la cabeza. —Jude no tendría ninguna. Sus manos fueron todo lo que encontraron.

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S

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us palabras drenaron la sangre de mi rostro.

—No encontraron restos completos de ninguno de los… de Rachel, Claire, o Jude. Pero sí encontraron… encontraron sus manos, Mara. Las enterraron. —Tragó saliva como si fuera doloroso para él, y luego señaló a la pantalla de vídeo—. ¿Este chico? Tiene dos manos. —La voz de Daniel era suave, triste y desesperada, pero sus palabras se negaban a tener sentido—. Sé que estás asustada por lo que ha estado sucediendo. Lo sé. Y papá… todos estamos preocupados por papá. Pero ese no es Jude, Mara. No es él. Hubiera sido un alivio creer que yo estaba tan loca, tragarme esa mentira y las pastillas y sacudirme la culpabilidad que me había perseguido desde que finalmente recordé de lo que era capaz. Pero lo intenté antes. No funcionó. Tomé una respiración profunda y temblorosa. —No estoy loca. Daniel cerró los ojos, y cuando los abrió de nuevo, su expresión era… decidida. —No se supone que te diga esto… —¿Decirme qué? —Los psicólogos lo están llamando distorsión de percepción —dijo mi hermano mayor—. Una ilusión, básicamente. Que… que Jude está vivo, que tienes el poder para derrumbar edificios y matar gente, están diciendo que estás perdiendo la capacidad de evaluar racionalmente la realidad. —¿Significado?

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—Están lanzando palabras como “psicótica” y “esquizoide”, Mara. Me ordené no llorar. —Mamá espera que, en el peor de los casos, esto tal vez sea algo llamado Trastorno Psicótico Breve causado por el TEPT, el tiroteo y todo el trauma, pero por lo que creo que estoy escuchando, las principales diferencias entre eso, esquizofrenia, y un montón de otros trastornos en medio es básicamente la duración. —Tragó saliva—. Significado, cuanto más duren las ilusiones, peor es el pronóstico. Apreté los dientes y me obligué a permanecer en silencio mientras mi hermano seguía hablando. —Es por eso que mamá piensa que deberías quedarte aquí por un tiempo para que puedan fijar tus medicamentos. Luego pueden trasladarte a un lugar, un centro de tratamiento residencial… —No —dije. Tanto como había querido dejar a mi familia para protegerlos antes, ahora sabía que tenía que quedarme con ellos. No podía estar encerrada mientras Jude estaba libre. —Es como un internado —continuó él—, excepto que hay un chef gourmet y jardines Zen y terapia de arte, sólo para tomar un descanso. —No estamos hablando de Fiji, Daniel. Ella quiere enviarme a un hospital psiquiátrico. ¡Un hospital psiquiátrico! —No es un hospital psiquiátrico, es un centro… —De tratamiento residencial, sí —dije, justo cuando las lágrimas empezaron a manar. Parpadeé furiosamente para contenerlas—. ¿Así que estás de su lado? —Estoy de tu lado. Y es sólo por un tiempo, para que puedan enseñarte a hacerle frente. Has pasado por… no hay manera de que puedas tratar con la escuela y lo que has pasado. Traté de tragarme la acidez en mi garganta. —¿Qué dice papá? —logré preguntar.

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—Siente que parte de esto es su culpa —dijo. Lo incorrecto de esa idea me cortó. —Que no debería haber tomado el caso —continuó mi hermano—. Él confía en mamá. —Daniel —supliqué—. Te lo juro, te juro que estoy diciendo la verdad. —Eso es parte de ello —dijo, y su voz casi se quebró—. Que lo crees. Alucinaciones, eso encaja con el TEPT. Pero sabías cuando las tenías que todo estaba en tu cabeza. Ahora crees que son reales —dijo Daniel con voz tensa—, todo lo que les dijiste ayer es compatible con… psicosis. —Parpadeó furiosamente y se limpió uno de sus ojos con el dorso de la mano. No podía creer que esto me estaba pasando. —Así que eso es todo, entonces. —Mi voz sonaba muerta—. ¿Siquiera iré a casa primero? —Bueno, una vez que te ingresan tienen que mantenerte durante setenta y dos horas, y luego te reevaluaran antes de hacerles una recomendación final a mamá y papá. ¿Así que supongo que eso sucederá mañana? —Espera, ¿sólo setenta y dos horas? —Y otra evaluación… —Bueno, sí, pero están presionando por más tiempo. Pero en este momento, era temporal. No permanente. Todavía no. Si podía convencerlos de que no creía que Jude estaba vivo… que no creía que maté a Rachel y Claire y a los otros… que nada de esto era real, que todo estaba en mi cabeza… si podía mentir, y ser convincente, entonces podrían pensar que mi episodio en la comisaría fue temporal. Eso era lo que mi madre quería creer. Sólo necesitaba un empujón. Si desempeñaba esto correctamente. Podría lograr volver a casa. Podría lograr volver a ver a Noah.

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Una imagen de él parpadeó en mi mente, con el rostro duro y decidido en el juzgado, seguro de que no haría lo que hice. No habíamos hablado desde entonces. ¿Qué pasaba si yo había cambiado para él, como dijo que lo haría? ¿Y si no quería verme? El pensamiento constriñó mi garganta, pero no podía llorar. No podía perder la compostura. De aquí en adelante, tenía que ser el epítome de la salud mental. Ya no podía darme el lujo de ser mandada lejos. Tenía que averiguar qué demonios estaba pasando. Aun si tenía que averiguarlo por mí misma. Un golpe en la puerta me sobresaltó, pero sólo era mamá. Parecía que había estado llorando. Daniel se puso de pie, alisando su arrugada camisa de vestir azul. —¿Dónde está papá? —le pregunté a ella. —Todavía en el hospital. Será dado de alta mañana. Tal vez, si podía dar una actuación bastante buena, podría ser dada de alta con él. —¿Joseph está ahí? Mamá asintió con la cabeza. Así que mi hermano de doce años ahora tenía un padre con una herida de bala y una hermana en la sala psiquiátrica. Apreté los dientes aún con más fuerza. No llores. Mi mamá miró a Daniel entonces, y él se aclaró la garganta. —Te quiero, hermana —me dijo—. Te veré pronto, ¿de acuerdo? Asentí con la cabeza, con los ojos secos. Mi madre se sentó. —Todo va a estar bien, Mara. Sé que suena estúpido ahora mismo, pero es la verdad. Todo mejorará. Sin embargo, yo no estaba segura de qué decir, a excepción de: —Quiero ir a casa.

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Mi madre se veía afligida, y ¿por qué no iba a hacerlo? Su familia se estaba desmoronando. —Te quiero tanto en casa, cariño. Simplemente… no hay un plan para ti en casa si no estás en la escuela, y creo que podría ser demasiada presión en estos momentos. Te amo, Mara. Demasiado. No podría soportar si… estuve vomitando cuando escuché por primera vez sobre el manicomio… Estaba enferma por ello. No podía dejarte, ni por un segundo. Eres mi bebé. Sé que no eres un bebé pero eres mi bebé y quiero que estés bien. Más que nada quiero que estés bien. —Se secó los ojos con el dorso de la mano y me sonrió—. Esto no es tu culpa. Nadie te culpa, y no estás siendo castigada. —Lo sé —dije seriamente, haciendo mi mejor imitación de un adulto cuerdo y sereno. Ella continuó. —Has pasado por muchas cosas, y sé que nosotros no entendemos. Y quiero que sepas que esto… —Señaló la habitación—… no eres tú. Podría ser químico o conductual o incluso genético… Una imagen salió de las aguas oscuras de mi mente. Una fotografía. Blanco y negro. Borrosa. —¿Qué? —pregunté rápidamente. —La forma en que te estás sintiendo. Todo lo que ha estado sucediendo contigo. No es tu culpa. Con el TEPT y todo lo que ha pasado… —No, lo sé —dije, deteniéndola—. Pero dijiste… Genético. —¿A qué te refieres con genético? —pregunté. Mi madre miró al suelo y su voz se volvió profesional. —Lo que estás pasando —dijo, evitando claramente las palabras enfermedad mental—, puede ser causado por factores biológicos y genéticos. —Pero, ¿quién en nuestra familia ha tenido algún tipo de…?

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—Mi madre —dijo en voz baja—. Tu abuela. Sus palabras colgaron en el aire. La foto en mi mente se volvió un retrato de una mujer joven con una sonrisa misteriosa, sentada con las manos decoradas con alheña cruzadas sobre su regazo. Su cabello oscuro estaba dividido en el centro y su bindi5 brillaba entre sus cejas. Era la foto de mi abuela el día de su boda. Y entonces mi mente sustituyó su cara con la mía. Parpadeé apartando la imagen y sacudí la cabeza. —No entiendo. —Ella se suicidó, Mara. Me quedé allí, momentáneamente aturdida. No solo porque no lo sabía, sino… —Creí… creí que murió en un accidente de auto… —No. Eso fue lo que dijimos. —¿Pero, creí que creciste con ella? —Lo hice. Murió cuando ya era adulta. Mi garganta estaba repentinamente seca. —¿Cuántos años tenías? La voz de mi madre fue de pronto débil. —Veintiséis. Los segundos siguientes se sintieron como una eternidad. —Me tuviste cuando tenías veintiséis. —Se suicidó cuando tenías tres días de nacida. 5

Bindi: Elemento decorativo de la frente, utilizado en Asia meridional (principalmente India) y el Sudeste Asiático. Es un punto de color rojo coloreado en la parte central de la frente, cerca de las cejas, pero también puede ser un signo o una joya lo que se porte en vez del punto.

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¿P

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or qué no sabía esto? ¿Por qué no me lo dijeron? ¿Por qué lo haría ella?

¿Por qué entonces? Debo haber parecido tan sorprendida como me sentía, porque mi madre se apresuró a disculparse. —Nunca quise decírtelo así. Ella nunca quiso decirme en absoluto. —La Dra. West y la Dra. Kells pensaron que era lo correcto, ya que tu abuela tenía muchas de las mismas preocupaciones —dijo mi madre—. Ella estaba paranoica. Recelosa… —Yo no estoy… —Estaba a punto de decir que no estaba recelosa o paranoica, pero lo estaba. Con buena razón, sin embargo. —Ella no tenía ningún amigo —continuó. —Tengo amigos —le dije. Entonces me di cuenta de que las palabras más apropiadas eran "tenía" y "amiga", singular. Rachel era mi mejor amiga y, en realidad, mi única amiga hasta que nos mudamos. Luego ahí estaba Jamie Roth, mi primer —y único— amigo en Croyden, pero yo no lo había visto ni oído hablar de él desde que fue expulsado por algo que no hizo. Mi madre probablemente ni siquiera sabía que existía, y como yo no iba a volver a la escuela en cualquier momento pronto, probablemente nunca lo haría.

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Luego ahí estaba Noah. ¿Él contaba? Mi mamá interrumpió mis pensamientos. —Cuando yo era pequeña, mi madre algunas veces me preguntaba si podía hacer magia. —Una triste sonrisa apareció en sus labios—. Pensé que sólo estaba jugando. Pero a medida que fui creciendo, ella me preguntaba de vez en cuando si yo podría hacer algo “especial”. Especialmente una vez que fui una adolescente. No tenía ni idea de lo que quería decir, por supuesto, y cuando le pregunté, ella me decía que lo sabría, y le diría si algo cambiaba. —Mi madre apretó los dientes y miró al techo. Estaba tratando de no llorar. —Lo anulé, diciéndome a mí misma que mi madre era “diferente”. Pero todas las señales estaban allí. —Su voz cambió de nuevo de nostálgica a profesional—. El pensamiento mágico… —¿Qué quieres decir? —Ella pensaba que era responsable de las cosas que no podía ser responsable — dijo mi madre—. Y era supersticiosa: no se fiaba de ciertos números, recuerdo, a veces ella se encargaba de señalármelos. Y cuando estaba alrededor de tu edad, se volvió muy paranoica. Una vez, cuando estábamos en camino a mudarme a mi primer dormitorio, nos detuvimos para obtener gasolina. Ella había estado mirando por el espejo retrovisor y mirando sobre su hombro durante la última hora, y luego, cuando entró a pagar, un hombre me preguntó por direcciones. Saqué el mapa y le indiqué cómo llegar a donde quería ir. Y justo cuando regresaba a su auto y se marchaba, tu abuela salió corriendo. Quería saber todo: lo que quería, lo que dijo, ella estaba salvaje. —Mi madre hizo una pausa, perdida en el recuerdo. Y dijo—: A veces la atrapaba sonámbula. Tenía pesadillas. Yo no podía hablar. No sabía qué decir. —Fue… difícil crecer con ella, a veces. Creo que es lo que me hizo querer ser psicóloga. Yo quería ayudar… —La voz de mi madre se fue apagando, y luego pareció recordar que yo estaba sentada allí. Por qué estaba sentada allí. Su cara se enrojeció con color.

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—Oh, cariño… no quería decir… hacerlo sonar de esa manera. —Estaba nerviosa—. Ella era una madre maravillosa y una persona increíble, era artística y creativa, y demasiado divertida. Y siempre se aseguraba de que yo estuviera contenta. Le importaba tanto. Si ellos supieran lo que saben ahora cuando ella era más joven, me parece que… habría sido diferente. —Ella tragó saliva y miró directamente hacia mí—. Pero ella no eres tú. Tú no eres la misma. Sólo he dicho algo porque… porque cosas como esas pueden ser hereditarias, y sólo quiero que sepas que nada de lo que hiciste y todo lo que pasó: el manicomio y todo eso, no es tu culpa. Los mejores terapeutas están aquí, y vas a obtener la mejor ayuda. —¿Y qué si mejoro? —pregunté en voz baja. Sus ojos se llenaron de lágrimas. —Vas a mejorar. Lo harás. Y tendrás una vida normal. Juro por Dios —dijo, en voz baja, seriamente—, que tendrás una vida normal. Vi a mi oportunidad. —¿Tienes que enviarme lejos? Se mordió el labio inferior e inhaló. —Es la última cosa que quiero hacer, nena. Pero creo que, si estás en un ambiente diferente por un rato, con la gente que realmente sabe de estas cosas, creo que va a ser mejor para ti. Pero me di cuenta por el tono de su voz, y la forma en que oscilaba, que no estaba decidida. No estaba segura. Lo que significaba que todavía podría ser capaz de manipularla para que me dejara volver a casa. Pero eso no iba a suceder durante esta conversación. Yo tenía trabajo que hacer. Y no lo podía hacer con ella aquí. Bostecé y parpadeé lentamente. —Estás agotada —dijo, estudiando mi rostro. Asentí con la cabeza.

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—Has tenido una semana del infierno. El año del infierno. —Ella tomó mi cara entre sus manos—. Vamos a salir de esto. Te lo prometo. Le sonreí beatíficamente. —Lo sé. Se alisó el cabello hacia atrás y luego se giró para irse. —¿Mamá? —llamé—. ¿Le dirás a la doctora West que quiero hablar con ella? Ella estaba radiante. —Por supuesto, cariño. Toma una siesta, y voy a hacerle saber que se pase por aquí y vea cómo estás dentro de poco, ¿de acuerdo? —Gracias. Hizo una pausa entre la silla y la puerta. Se veía confundida. —¿Qué está mal? —le pregunté. —Yo sólo… —comenzó, luego cerró sus ojos. Se pasó la mano por la boca—. La policía nos dijo ayer que dijiste que Jude te atacó antes de que el edificio se derrumbara. Yo sólo quería… —Ella tomó una respiración profunda—. Mara, ¿es cierto?

Era cierto, por supuesto. Cuando estábamos solos en el manicomio, Jude me besó. Luego siguió besándome, a pesar de que le dije que se detuviera. Me apretó contra la pared. Me empujó. Me atrapó. Entonces le pegué y me devolvió el golpe. —Oh, Mara —susurró mi madre. La verdad debe haber sido evidente en mi cara porque antes de decidir cómo responderle, corrió hacia mí. —No es extraño que esto haya sido aún más difícil, el doble trauma, debes haberte sentido tan… incluso no puedo… —Está bien, mamá —dije, mirando a sus vidriosos ojos llenos.

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—No, no lo está. Pero va a estarlo. —Ella se inclinó para besarme de nuevo y luego salió de la habitación, con una sonrisa triste antes de desaparecer. Me senté con la espalda recta. La Dra. West regresaría pronto, y yo tenía que juntarlo todo. Tenía que convencerla —convencerlos— de que sólo tenía TEPT, y no que estaba peligrosamente cerca de tener esquizofrenia o algo igualmente aterrador y permanente. Porque con TEPT, podría quedarme con mi familia y averiguar lo que estaba pasando. Averiguar qué hacer con Jude. Pero con cualquier otra cosa, esto era para mí. Toda una vida de salas psicológicas y medicamentos. Ninguna universidad. Ninguna vida. Traté de recordar lo que mi madre me había dicho acerca de los síntomas de mi abuela:

Recelo. Paranoia. Pensamiento mágico. Delirios. Pesadillas. Suicidio. Y entonces pensé en lo que sabía acerca de TEPT:

Alucinaciones. Pesadillas. Pérdida de memoria. Recuerdos. Había similitudes y había superposición, pero la principal diferencia parece ser que con TEPT, sabes, racionalmente, que lo que estás viendo no es real. Cualquier cosa

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con un prefijo esquizo significaba, sin embargo, que cuando alucinas, tú lo crees, incluso después de que la alucinación pasa. Lo que hace que sea un engaño.

Hice legítimamente el tener TEPT; he experimentado más que mi parte de trauma y ahora a veces veía cosas que no eran verdad. Pero yo sabía que esas cosas no estaban sucediendo, no importa cuánto sentía que lo estaban. Así que ahora, sólo tenía que ser clara —muy clara— en que no creía que Jude estaba vivo tampoco. A pesar de que lo estaba.

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os relojes de la unidad psiquiátrica marcaban a distancia, contando las horas que quedaban de mis requeridas setenta y dos horas. Iba bien, pensé en el Día Tres. Estaba calmada. Animada. Dolorosamente normal. Y cuando otra psiquiatra llamada Dra. Kells se presentó como la jefa de algún programa en algún lugar de Florida, respondí a sus preguntas de la manera que ella esperaba de mí: —¿Has tenido problemas para dormir? Sí. —¿Has estado teniendo pesadillas? Sí. —¿Tienes problemas para concentrarte? A veces. —¿Te has encontrado perdiendo los estribos? De vez en cuando. Soy una adolescente normal, después de todo. —¿Has estado experimentando pensamientos obsesivos acerca de tu experiencia traumática? Definitivamente. —¿Tienes alguna fobia? ¿No las tienen todos? —¿Alguna vez ves o escuchas a personas que no están allí? A veces veo a mis amigos… pero sé que no son reales.

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—¿Alguna vez piensas en hacerte daño a ti misma o a los demás? Una vez. Pero nunca haría algo así. Luego se fue y me ofrecieron el almuerzo. No estaba muy hambrienta, pero pensé que sería una buena idea comer de todos modos. Todo es parte del show. El día se prolongó, y cerca del final la Dra. West regresó. Me senté en una mesa en la zona común, tan simple e impersonal como cualquier sala de espera de un hospital, pero con la adición de pequeñas mesas redondas esparcidas con sillas. Dos niños que parecían estar cerca de la edad de Joseph estaban jugando a las damas. Yo estaba dibujando en papel de construcción con crayones. No era mi momento más orgulloso. —Hola, Mara —dijo la Dra. West, inclinándose para ver mi dibujo. —Hola, Dra. West —le dije. Sonreí en grande y bajé mi crayón, sólo por ella. —¿Cómo te sientes? —Un poco nerviosa —le dije tímidamente—. Realmente extraño estar en casa. — Empujé la imagen que estaba dibujando ligeramente: un árbol floreciendo. Ella leería algo en él —los terapeutas leen algo en todo— y a la gente normal le encantan los árboles. Ella asintió. —Entiendo. Abrí mis ojos de par en par. —¿Crees que voy a ir a casa? —Por supuesto, Mara. —Hoy, quiero decir. —Oh. Bueno. —Frunció el ceño—. No lo sé todavía, para ser honesta. —¿Es aunque sea posible? —Mi inocente voz infantil me estaba volviendo loca. La había usado más en el último día de lo que había hecho en los últimos cinco años.

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—Bueno, hay algunas posibilidades —dijo—. Podrías quedarte aquí para continuar el tratamiento, o posiblemente transferirte a otro centro hospitalario. O tus padres podrían decidir que un centro residencial de tratamiento sería el mejor lugar para ti, ya que eres una adolescente… la mayoría de ellos tienen programas de educación secundaria que te permitiría pasar algún tiempo en cursos mientras trabajas en grupo y terapias experimentales. Residencial. No es ideal. —O un programa ambulatorio podría ser la mejor cosa… —¿Ambulatorio? —Cuéntame más. —Hay programas de día para adolescentes que están pasando por cosas difíciles, como tú. Lo dudo. —Trabajas principalmente con consejeros y tus compañeros en terapia de grupo y en terapias experimentales como el arte y la música; con un poco de tiempo dedicado a las tareas escolares, pero el enfoque es sin duda en la terapia. Y al final del día, te vas a casa. No es tan terrible. Al menos ahora que sabía qué esperar. —O bien, tus padres pueden decidir no hacer nada más que terapia. Vamos a hacer nuestra recomendación, pero en última instancia, depende de ellos. Tu madre debería estar pasando por aquí pronto, de hecho —dijo ella, mirando a los ascensores—. ¿Por qué no sigues dibujando, ¡qué adorable dibujo!, y luego hablaremos de nuevo después de hablar con ella? Asentí y sonreí. Sonreír era importante. La Dra. West se fue entonces, y todavía estaba tratando de hacer que el dibujo falsamente alegre fuera aún más falsamente alegre cuando me sobresalté por un golpecito en el hombro. Me di media vuelta en la silla de plástico. Una chica joven, de unos diez u once años, con un largo cabello rubio oscuro sin cepillar, permaneció de pie tímidamente con el pulgar en su boca. Llevaba una camiseta blanca que era

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demasiado grande para ella sobre una falda azul con volantes a juego con sus calcetines azules. Ella me pasó un pedazo de papel doblado con su mano libre. Papel de bocetos. Mis dedos identificaron la textura de inmediato, y mi corazón se aceleró mientras lo desdoblaba, revelando la imagen que le di a Noah, de Noah, semanas atrás, en Croyden. Y en la parte trasera había sólo dos palabras, pero eran las palabras más bellas del idioma Español:

Te creo. Estaban escritas de puño y letra de Noah, y mi corazón dio un vuelco cuando miré detrás de mí, esperando por un milagro ver su rostro. Pero no había nadie aquí que no perteneciera. —¿De dónde sacaste esto? —le pregunté a la chica. Ella bajó la mirada al suelo de linóleo y se sonrojó. —El niño bonito me lo dio. Una sonrisa se formó en mis labios. —¿Dónde está él? Ella señaló hacia el pasillo. Me levanté, dejando el árbol de mierda y mi bosquejo sobre la mesa, y miré alrededor con tranquilidad, aunque quería correr. Una de las terapeutas estaba sentada en una mesa hablando con un chico que seguía rascándose a sí mismo, y uno de los miembros del personal se encargaba de la recepción. Nada fuera de lo común, pero, obviamente, algo lo estaba. Casualmente me dirigí hacia los baños: estaban cerca del pasillo, el cual estaba cerca de los ascensores. Si Noah estaba allí, no podía estar lejos. Y justo antes de doblar la esquina, sentí una mano suavemente agarrar mi muñeca y empujarme en el baño de las chicas. Sabía que era él, incluso antes de ver ese rostro. Me demoré en los ojos de color azul grisáceo que estudiaban los míos, en la pequeña arruga entre ellos por encima de la línea de su nariz elegante. Mis ojos vagaron por la forma de su boca, siguiendo la curva y gesto, como si estuviera a

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punto de hablar. Y ese cabello… quería saltar a sus brazos y pasar mis dedos por ese cabello. Quería aplastar mi boca contra esos labios. Pero Noah puso un dedo largo en los míos antes de que pudiera decir una palabra. —No tenemos mucho tiempo. Su cercanía me llenó de calidez. No podía creer que estuviera realmente aquí. Quería sentirlo mucho más, sólo para asegurarme de que realmente era él. Levanté una mano vacilante a su estrecha cintura entonces. Sus músculos magros estaban rígidos, tensos bajo el fino algodón suave de su camiseta vintage. Pero él no me detuvo. No pude evitar mi sonrisa. —¿Qué pasa contigo y los cuartos de baño para chicas? —pregunté, mirando a sus ojos. La comisura de su boca se elevó. —Esa es una pregunta justa. En mi defensa, son mucho más limpios que el baño de chicos, y parecen estar en todas partes. Sonaba divertido. Arrogante. Esa era la voz que necesitaba oír. Tal vez no debería haberme preocupado. Tal vez estaríamos bien. —Daniel me dijo lo que pasó —dijo Noah entonces. Su tono había cambiado. Miré a sus ojos y vi que él sabía. Él sabía lo que me pasó, por qué estaba aquí. Él sabía lo que mi familia pensaba. Sentí una oleada de calor bajo mi piel: de su mirada o de la vergüenza, no lo sabía. —¿Te dijo lo que… lo que dije? Noah me miró a través de sus oscuras pestañas largas que enmarcaban sus ojos. —Sí.

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—Jude está aquí —le dije. La voz de Noah no fue estridente, pero fue fuerte cuando habló. —Te creo. No sabía lo mucho que necesitaba oír esas palabras hasta que las dijo en voz alta. —No puedo quedarme aquí mientras él está ahí… —Estoy trabajando en eso. —Noah miró hacia la puerta. Sabía que no podía quedarse, pero no quería que se fuera. —Yo también. Creo… creo que hay una posibilidad de que mis padres pudieran dejarme volver a casa —dije, tratando de no sonar tan nerviosa como me sentía—. Pero, ¿y si hacen que me quede? ¿Para mantenerme a salvo? —Yo no lo haría, si fuera ellos. —¿Qué quieres decir? —En cualquier momento... Dos segundos después, el sonido de una alarma llenó mis oídos. —¿Qué has hecho? —dije por encima del ruido mientras retrocedía hacia la puerta del baño. —¿La chica que te dio la nota? —Sí... —Capté su mirada fija en mi encendedor. Parpadeé. —Le diste a una niña, en una sala psiquiátrica, un encendedor. Sus ojos se arrugaron en las esquinas. —Ella parecía digna de confianza.

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—Eres un enfermo —le dije, pero sonreí. —Nadie es perfecto. —Noah me devolvió la sonrisa.

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l plan de Noah funcionó. La chica fue atrapada prendiendo fuego a mi dibujo, en realidad, pero no antes de que la alarma sonara. Lograron anular la evacuación masiva y en medio del caos, Noah se escabulló. Justo antes de que mi madre llegara. Y no se veía contenta.

—No puedo creer que alguien del personal trajera un encendedor a este lugar. — Su voz era ácida. —Lo sé —dije, sonando preocupada—. Y le puse todo mi esfuerzo a esa imagen. —Me estremecí para el efecto. Mi madre se frotó la frente. —La Dra. West pensó que deberías quedarte aquí por otra semana, para que tus medicamentos se estabilicen. También cree que serías una buena candidata para un programa de hospitalización, se llama Horizontes… Mi estómago dio un vuelco. —Ningún Nombre Clave, y he visto las fotos, es verdaderamente hermoso y cuenta con una excelente reputación, aunque sólo haya estado operando por un año. La Dra. Kells, la mujer encargada, dijo que te conoció y que te adaptarías realmente bien, pero yo… —Se chupó el labio inferior, y luego suspiró—. Te quiero en casa. Pude haber llorado, me sentí tan aliviada. En cambio dije: —Quiero ir a casa, mamá. Ella me abrazó. —Tu padre ha sido dado de alta y está esperando abajo, no puede esperar a verte.

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Mi corazón pegó un brinco. No podía esperar para verlo. —¿Deberíamos buscar tus cosas? Asentí, mis ojos apropiadamente empañados. No llevaba muchas cosas conmigo, por lo que en su mayor parte pululé por ahí mientras mi madre llenaba un montón de papeleo. Una de las psiquiatras, la Dra. Kells, taconeó hacia mí en unos tacones de aspecto caro. Estaba vestida como mi madre: blusa de seda, falda de tubo, maquillaje perfectamente aplicado y cabello perfectamente arreglado. Sus anchos labios rojos se retiraron para revelar una sonrisa impecable. —Escuché que te vas a casa —dijo. —Eso parece —respondí, con cuidado de no sonar muy presumida. —Buena suerte, Mara. —Gracias. Pero luego ella no se fue. Sólo se quedó allí, mirándome. Incómoda. —¿Lista? —llamó mamá. Justo a tiempo. Dejé a la Dra. Kells con un saludo y encontré a mi madre en el elevador. A medida que las puertas se cerraban, me tomó un gran esfuerzo no gritar de alegría. —¿Qué piensas de ella? —me preguntó mamá, una vez que estábamos solas. —¿Quién? —La Dra. Kells. Me pregunté a donde quería llegar con esto. —Está bien.

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—Hay un programa para pacientes ambulatorios que la Dra. West recomienda, en realidad es dirigido por ella como parte de Horizontes. Hacen un gran trabajo de terapia grupal, sólo adolescentes, y terapias de arte y música, ese tipo de cosas. —Bien… —Creo que sería bueno para ti. No estaba segura de qué decir. Ciertamente, ambulatorio era mejor que hospitalizada, y tenía que actuar como si quisiera ese tipo de ayuda. Pero abandonar la escuela era algo importante. Necesitaba un minuto para pensarlo. Por suerte, lo conseguí. Porque las puertas del elevador se abrieron y allí se encontraba mi padre parado en el vestíbulo, pareciendo saludable e invencible. Sabía mejor que nadie que él no lo estaba. —Papá —dije, con una sonrisa tan grande que me dolieron las mejillas—. Te vez bien. —Y era cierto; la piel pálida que compartíamos tenía algo de color, y no se veía cansado o demacrado o delgado, a pesar de lo que había atravesado. De hecho, parado allí en pantalones caquis y una camisa polo blanca, parecía como si se dirigiera a jugar golf. Flexionó uno de sus brazos y señaló a sus bíceps. —Hombre de acero. Mi madre le lanzó una mirada fulminante, para luego los tres salir y adentrarnos en la humedad sub-Sahara y meternos en el auto. Estaba contenta. Tan contenta que casi olvidé que aterricé en el hospital en primer lugar. Que mi padre aterrizó en un hospital antes. —Entonces, ¿qué crees? —me preguntó mamá. —¿Hmm? —¿Sobre el Programa Ambulatorio de Horizontes? ¿Ella había estado hablando? ¿No lo había notado? De cualquier manera, estaba en tiempo de receso.

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—Creo… creo que suena bien —dije finalmente. Mi madre dejó escapar un suspiro que no sabía que había estado conteniendo. —Entonces me aseguraré de que empieces lo antes posible. Estamos tan contentos de que vengas a casa, pero va a haber ajustes… Siempre hay otro zapato. —No quiero que estés en casa a solas. Y no quiero que conduzcas, tampoco. Me mordí la lengua. —Puedes dejar la casa siempre y cuando Daniel esté contigo. Y si vuelves sin él, él tendrá que responder por ello. Lo cual no era justo para él. Lo cual ellos sabían. —Alguien te llevará y traerá del programa cada día… —¿Cuántos días a la semana es? —Cinco —dijo mi madre. Al menos no eran siete. —¿Quién va a llevarme? —pregunté, mirándola detenidamente—. ¿No tienes que trabajar? —Yo te llevaré, cariño —dijo papá. —¿Tú no tienes que trabajar? —Voy a tomarme un descanso —dijo suavemente, y revolvió mi cabello. Cuando nos detuvimos en nuestra calle. Me sorprendió encontrarme molesta. Era la imagen de la perfección suburbana; cada césped meticulosamente bordeado. Cada seto cuidadosamente recortado. No había siquiera una sola flor fuera de lugar, o aunque sea una rama en el suelo, y nuestra casa estaba igual que antes. Quizás eso fue lo que me molestó. Mi familia había pasado un infierno y yo fui la que los puso allí, pero mirándolo desde afuera, uno nunca lo sabría.

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Cuando mi madre abrió la puerta delantera, mi hermano menor corrió en el vestíbulo usando un traje, con pañuelo en el bolsillo y todo. Sonrió con todo el rostro, lanzando sus brazos abiertos y pareciendo como si estuviera a punto de lanzarse hacia mí, pero entonces se detuvo. Meciéndose sobre sus pies. —¿Vas a quedarte? —preguntó con cautela. Miré a mi madre por una respuesta. —Por ahora —dijo ella. —¡Sí! —Envolvió sus brazos alrededor mío, pero cuando intenté hacer lo mismo se alejó de un salto—. Cuidado con el traje —dijo, fulminándome con la mirada. Oh, chico. —¿Te has hecho cargo de alguna empresa de Fortune 5006 mientras estuve fuera? —Todavía no. Se supone que nos vistamos como la persona que más admiramos y escribamos un discurso desde su punto de vista para la escuela. —Y tú eres… —Warren Buffett. —No sabía que él tuviera debilidad por los pañuelos en el bolsillo. —No la tiene. —Daniel apareció desde la cocina, sus dedos envueltos alrededor de un libro grueso, el título del cual no pude leer—. Ese fue un toque especial de Joseph. —Espera, ¿no es domingo? —pregunté. Daniel asintió. —Lo es. Pero incluso con la totalidad de vacaciones de primavera para practicar, nuestro hermanito parece no querer usar otra cosa. 6

Fortune 500: Es una lista con las 500 mayores empresas estadounidenses según su volumen de ventas.

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Joseph levantó la barbilla. —Me gusta. —A mí también me gusta —dije, y le revolví el cabello antes de que lo esquivara. Daniel me sonrió. —Me alegra que volvieras, hermanita. —Sus ojos eran cálidos, y nunca me había sentido más contenta por estar en casa. Se pasó una mano por su espeso cabello, creando un revoltijo que desafía la gravedad. Ladeé la cabeza, el gesto era inusual para él. Era más una reminiscencia de… Noah se deslizó fuera de la cocina antes de que pudiera terminar el pensamiento, sosteniendo su propio enorme libro. —Estás completamente equivocado sobre Bakhtin… —dudó, luego miró desde mis padres, a mí, a Daniel, y entonces volvió a mirarme. Olvídalo. Nunca me había sentido más contenta de estar en casa hasta ahora. —Mara —dijo Noah casualmente—. Qué bueno verte.

Bueno no hacía justicia a mis sentimientos. Todo lo que quería era tirar a Noah en mi habitación y desahogarme. Pero estábamos bajo vigilancia, así que todo lo que pude decir fue: —A ti también. —Sr. Dyer —le dijo a mi padre—, se ve bastante bien. —Gracias, Noah —dijo papa—. Esa cesta de regalo que me llevaste evitó que me muriera de hambre. La comida de hospital casi me mata. Los ojos de Noah se encontraron con los míos antes de responder: —Entonces estoy encantado de haber salvado su vida.

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oah le habló a mi padre, pero sus palabras estaban destinadas a mí. Un sutil recordatorio de lo que hizo para mí después de lo que yo le hice a mi padre, y dolió. Todos siguieron hablando pero dejé de escuchar, hasta que mi madre me sacó a un lado.

—Mara, ¿puedo hablar contigo por un segundo? Me aclaré la garganta. —Seguro. —Ustedes pónganse de acuerdo en qué quieren para cenar —gritó, para luego llevarme por el largo pasillo hacia mi habitación. Caminamos junto a nuestros propios rostros sonrientes colgados en la pared, más allá de la galería de fotos familiares. Cuando pasé el retrato de mi abuela, no pude evitar más que mirarla con una nueva perspectiva. —Quiero hablar sobre Noah —dijo mi madre una vez que estuvimos en mi habitación. Permanece en calma. —¿Qué pasa? —pregunté, y me deslicé sobre mi cama hasta que mi espalda estuvo apoyada contra la pared azul marino. A pesar de todo, me sentí extrañamente relajada en mi habitación. Más como yo misma en la oscuridad. —Ha estado pasando mucho tiempo aquí, lo cual ya sabes, pero también luego de que te habías… ido.

Ido. Así es como íbamos a referirnos con respecto a ese hecho.

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—Noah se ha convertido en uno de los amigos más cercanos de Daniel, y es fantástico con Joseph también, realmente, pero también sé que ustedes están… juntos… y tengo algunas preocupaciones. No era la única. Noah vino hoy al hospital porque sabía sobre Jude. Supo que yo estaba en problemas. Vino porque lo necesitaba. Pero, ¿estuvo ahí porque quiso estarlo? Seguía sin saberlo, y parte de mí temía averiguarlo. —Estoy nerviosa —continuó mi madre—. Con toda la presión bajo la que te encuentras, me gustaría hablarle a Noah sobre tu... situación. Mi rostro se sonrojo con color. No pude evitarlo. —Quería pedirte permiso. Una encrucijada. Si decía que no, podría no dejarme verlo. Él era la única persona sobre el planeta que sabía la verdad, ser apartada de eso —de él— no era una perspectiva edificante. Y si ella no me dejaba verlo, y él todavía quería verme luego de haber tenido la oportunidad de hablar realmente, escabullirme sería difícil. Pero, ¿mi madre hablando con Noah? ¿Sobre mi precaria salud mental? Casi pude sentir encogerme. Mis dedos se curvaron en mi mullido edredón blanco pero no creo que ella lo notara. —Supongo —dije por fin. Mi madre asintió. —A todos no gusta, Mara. Sólo quiero establecer algunos parámetros para ambos. —Seguro… —Mi voz se fue desvaneciendo mientras mi madre se iba y esperé en una casi agonía. Palabras como “desorden esquizotípico” y “antipsicóticos” seguramente surgirían. Cualquier chico sano con seguridad saldría huyendo. Pero luego de unos cuantos minutos, me di cuenta que todavía podía escuchar la voz de mi madre, ¿estaban hablando en la habitación de Joseph? Estaba a sólo dos habitaciones de distancia…

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Me puse de pie, y me asomé por mi puerta al pasillo para escuchar. —¿Estás segura de esto? No era la voz de mi madre. La de mi padre. —Prefería que ambos estén aquí donde podemos observarlos; sus padres van y vienen la semana siguiente, y no hay supervisión allí de todos modos… Mi madre no estaba hablándole a Noah, le estaba hablando a mi padre, de Noah. Me fui acercando en el pasillo y me deslicé en el baño de mis hermanos —la puerta junto a la habitación de Joseph— para poder escuchar correctamente. —¿Qué pasa si rompen, Indi? —Tenemos problemas más grandes —dijo mi madre con amargura. —Es sólo que me gusta pensar en lo que algo como eso le haría a ella. Mara realmente… me asusta a veces —terminó papá. —¿Crees que no me asusta a mí también? Quizás no quiera escuchar esta conversación después de todo. De hecho, estaba llegando a la certeza de que no quería, pero parecía clavada en el suelo. Mi madre levantó la voz. —¿Luego de ver lo que pasó mi madre? Esto me asusta a muerte. Estoy aterrorizada por ella. Mi madre la mayoría del tiempo era funcional, gracias a Dios, ¿pero si hubiéramos sabido entonces lo que sabemos ahora sobre la enfermedad mental? Quizás habría comprendido que era más grave antes de que fuera demasiado tarde… —Indi… —Tal vez pude haberle conseguido la ayuda que necesitaba y pudo haber tenido una vida más plena; estaba tan sola, Marcus. Mayormente pensé que era excéntrica, no delirante. —No pudiste saberlo —dijo mi padre con suavidad—. Eras sólo una niña.

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—No siempre. No fui siempre una niña. Yo… —La voz de mi madre se quebró—. Estuve demasiado cerca para verlo, que había algo realmente mal. ¿Y en el momento que le dije que hablara con alguien? Ella sólo… sólo cambió. Fue mucho más cuidadosa alrededor mío luego de eso; quise pensar… quise pensar que ella estaba mejorando pero estaba demasiado preocupada por mí misma, en la universidad, a veces pasaba meses sin saber de ella, y yo no… Una larga pausa. Mamá estaba llorando. Mis entrañas se curvaron. Luego de un minuto, habló nuevamente. —De todos modos —dijo, más tranquila ahora—, esto es sobre Mara. Y es aterrador, sí, pero no podemos seguir actuando como si fuera una adolescente ordinaria. No se aplican las mismas reglas. Yo no… no vi venir el asunto de Jude. Mi hombro estaba presionado contra la pared del baño, y empezó a doler, pero encontré que no podía moverme. —Ella es un complicado… ella es complicada —dijo finalmente mi madre.

Es un complicado caso fue lo que casi dijo. —Y realmente crees que Noah estando aquí, ¿crees que eso ayuda? —No lo sé. —La voz de mi madre salió forzada y débil—. Pero creo que intentar mantenerlos separados sólo creará una unidad: ellos contra nosotros. Ella saldrá corriendo en la dirección opuesta. Cierto. —Y si Noah está aquí, entonces Mara querrá estar aquí, y eso hará que sea más fácil vigilarla. También cierto, desafortunadamente. —Ella ya no está en la escuela, no tiene amigos aquí que conozca, eso no es normal, Marcus. Pero es normal para una adolescente querer un novio. Lo que significa que ahora mismo, Noah es lo más importante en la vida de ella. Por lo poco que sabían.

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—Está cómoda cerca de él. La sacó de esa depresión en su cumpleaños… creo que la ayuda a mantenerla en el aquí y el ahora, y necesitamos que ella se quede así. Mi madre estaba muy aislada. —Su voz se quebró en la palabra, y hubo otra larga pausa—. No quiero eso para ella. Es bueno que tenga a alguien de su propia edad con quien pueda hablar las cosas. —Ojalá fuera alguien femenino —masculló mi padre. —Él no se aprovechará. Oh, ¿en serio? —Hablé con él —agregó mamá. Mátame. —Vamos, es un adolescente. No veo que él va a sacar de esto… Gracias, papá. —Mara no tiene permitido salir, no estarán juntos en la escuela… Mi madre lo interrumpió. —Si esperas lo peor de la gente, es exactamente lo que obtendrás. —Me pregunto qué piensa su familia sobre que pase tanto tiempo aquí. —Un cambio diplomático de tema. Bien jugado. Mamá hizo un ruido despectivo. —Dudo que lo noten; son un desastre. Su padre es una especie de magnate de los negocios y por lo que Noah dijo, suena como un furioso imbécil. La madrastra siempre está afuera porque no puede lidiar con ello. Los chicos básicamente se criaron solos. Había conocido a la madrastra de Noah, y me pareció agradable. Como si le importara. El padre de Noah, por otra parte… —Espera, un magnate de los negocios, ¿no es David Shaw? —No pregunté su nombre.

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—Debe serlo —dijo mi padre, y dejó escapar un silbido bajo—. Nunca lo habría pensado.

Esto quería escucharlo. —¿Lo conoces? —Conozco de él. Hubo algunas acusaciones federales dictadas hace un año para los ejecutivos de un de sus filiales de megacorporación, ¿Aurora Biotech? ¿Euphrates Internacional, quizás? Hay docenas, no recuerdo cuál. —¿Quizás necesite un abogado defensor de cuello blanco? —Ja ja. —Sería más seguro. —Eso depende. —La voz de papá fue más fuerte ahora. Debe haber abierto la puerta del dormitorio de Joseph para marcharse. —¿De? —Con quién te estás metiendo en la cama —respondió, y se marchó de la habitación.

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M

9 e aparté de la puerta y esperé a que los pasos de mis padres desaparecieran. La forma en que hablaban de mí, lo que pensaban de mí… Especialmente mi padre. No podía dejar de pensar en lo que dijo.

«No veo lo que él va a sacar de esto». Él pensaba que yo no tenía nada que ofrecerle a Noah. Que él no tenía ninguna razón para querer estar conmigo. A pesar de que me rebelé en contra de la idea, una pequeña y miserable parte de mí se preguntaba si podría estar en lo cierto. Finalmente me calmé a mí misma lo suficiente como para evitar un buen llanto, al menos hasta que estuve de vuelta en mi habitación. Pero para mi sorpresa, ya estaba ocupada. Las largas piernas de Noah estaban a horcajadas en mi silla blanca de escritorio, y su barbilla descansaba perezosamente en su mano. Él no sonreía. No parecía ansioso. No se veía nada. Sólo lucía en blanco.

«Tú eres mi chica», había dicho en el juzgado. ¿Todavía era verdad? Noah arqueó una ceja. —Estás mirando. Me sonrojé. —¿Y?

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—Estás mirando con recelo. Yo no sabía cómo formular mis pensamientos, pero algo en el tono de indiferente frialdad de Noah y su postura lánguida me impedía acercarme. Así que sólo cerré la puerta y me apoyé en la pared. —¿Qué estás haciendo aquí? —Estaba discutiendo Bakhtin y Benjamin y una tesis acerca de los pensamientos de se y de re tan relevantes a las nociones del ser con tu hermano mayor. —A veces, Noah, siento la imperiosa necesidad de darte un puñetazo en la cara. Una sonrisa arrogante se deslizó a través de su boca. —Eso no sirve de nada. —Me miró a través de aquellas injustamente largas pestañas, pero no se movió un centímetro—. ¿Debería irme?

Sólo dime por qué estás aquí, quería decir. Tengo que escucharlo. —No —fue todo lo que dije. —¿Por qué no me dices qué es lo que te está molestando? Bien. —No esperaba verte aquí después… no sabía si todavía estábamos… —Mi voz se apagó irritantemente, pero tardó varios segundos para que Noah llenara el silencio. —Ya veo. Mis ojos se estrecharon. —¿Lo ves? Noah se desplegó y se levantó entonces, pero no se acercó. Se apoyó contra el borde de mi escritorio y apoyó sus palmas contra la blanca superficie brillante. —Pensaste que después de escuchar que alguien quien te hizo daño, alguien que te hizo tanto daño que intentaste matarlo, estaba vivo, que simplemente te dejaría

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lidiar con él por tu cuenta. —Todavía estaba en calma, pero su mandíbula se había apretado ligeramente—. Eso es lo que piensas. Tragué saliva. —Dijiste en la corte… —Recuerdo lo que dije. —La voz de Noah era átona pero un asomo de una sonrisa apareció en sus labios—. Diría que harás un mentiroso de mí, pero ya era uno antes de que nos conociéramos. No pude envolver mi mente en torno a sus palabras. —¿Así que, qué, sólo cambiaste de opinión? —Las personas que nos importan siempre son más valiosas para nosotros que las personas que no lo hacen. No importa lo que alguien aparente. —Y por primera vez en lo que parecía un largo tiempo, Noah parecía real. Todavía estaba mirándome—. No pensé que tenías que tomar la decisión que dijiste que tomarías entonces. Pero si tuviera que elegir entre alguien a quien amara y un extraño, elegiría a la persona que amo. Parpadeé. ¿La elección que dije que tomaría? No sabía si Noah estaba diciendo que no le importaba lo que había hecho, o si ya no creía que lo hiciera. Una parte de mí estaba tentada a presionarlo al respecto, y la otra parte… La otra parte no quería saber. Antes de que pudiera decidir, Noah habló de nuevo: —Pero no creo que tengas el poder de eliminar el libre albedrío de alguien. No importa lo mucho que puedas desearlo. Ah. Noah pensaba que incluso si yo había puesto de alguna manera la pistola en la mano de esa mujer, no la hice apretar el gatillo. Y así en su mente, yo no era responsable. ¿Pero qué si se equivocaba? ¿Qué si yo era la responsable?

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Me sentía insegura, y me presione con más fuerza contra la pared. —¿Y si pudiera? ¿Qué si lo hacía? Abrí mis ojos para encontrar que Noah había dado un paso hacia mí. —No puedes —dijo, con la voz firme. —¿Cómo lo sabes? Dio otro paso. —No lo hago. —Entonces, ¿cómo puedes decir eso? Dos más. —Debido a que no tiene importancia. Negué con la cabeza. —No entiendo… —Estaba más preocupado por lo que tus elecciones te harían a ti de lo que serían las consecuencias para los demás. Un paso más, y estaría lo suficientemente cerca como para tocarlo. —¿Y ahora? —pregunté. Noah no se movió, pero sus ojos buscaron los míos. —Todavía estoy preocupado. Aparté la vista. —Bueno, tengo mayores problemas —dije, haciendo eco de las palabras de mi madre. No tenía necesidad de elaborar, al parecer. Una mirada a la repentina figura tensa de Noah me dijo que sabía lo que quería decir.

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—No voy a dejar que Jude te haga daño. Mi garganta se secó cuando oí su nombre. Recordé el fotograma congelado de la televisión en el hospital psiquiátrico, la imagen borrosa de Jude en la pantalla. Recordé el reloj en su muñeca. El reloj. —No soy sólo yo —dije, mientras mi corazón empezó a latir con fuerza—. Llevaba un reloj, el mismo que viste en tu… en tu…

Visión, pensé. Pero no podía decirlo en voz alta. —Él tenía el mismo reloj como Lassiter —dije en su lugar—. El mismo. —Encontré los ojos de Noah—. ¿Cuáles son las posibilidades? Noah se quedó callado por un momento. Luego dijo: —Crees que ellos secuestraron a Joseph. No era una pregunta, pero asentí en afirmación. La voz de Noah era baja pero fuerte. —No voy a dejarle que lastime a tu familia tampoco, Mara. Aspiré lentamente. —Ni siquiera puedo decirle a mis padres que tengan cuidado. Van a pensar que estoy siendo paranoica como mi abuela. Las cejas de Noah se fruncieron en confusión. —Ella se suicidó —expliqué. —¿Qué? ¿Cuándo? —Yo era un bebé —dije—. Mi mamá me dijo ayer, ella está incluso más preocupada por mí porque tenemos una “historia familiar de enfermedad mental”. —Voy a tener algunas personas vigilando tu casa. Noah parecía tranquilo. Relajado. Lo cual sólo aumentó mi frustración.

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—Mis padres probablemente se darían cuenta, ¿no te parece? —No de estos hombres. Están con una empresa de seguridad privada y son muy, muy buenos. Mi padre los usa. —¿Por qué tu padre necesita seguridad privada? —Amenazas de muerte y demás. Lo de siempre. Era mi turno para estar confundida. —¿No es que trabaja en biotecnología? Una sonrisa irónica se formó en los labios de Noah. —Un eufemismo de “jugando a ser Dios”, de acuerdo con los grupos religiosos y ambientales que odian a sus filiales. Y has visto nuestra casa. No es exactamente mantener un perfil bajo. —¿No lo notará? Se encogió de hombros. —Ellos no hacen todo el trabajo de mi padre, así que lo dudo. Lo que es más, no le importa. Sacudí mi cabeza con incredulidad. —Es increíble. —¿Qué? —Tu libertad. —Incluso antes de que todo sucediera, antes del manicomio, antes de que Rachel muriera, mis padres tenían que saber todo sobre mi vida. Dónde me iba, con quien iba, cuando iba a volver. Si iba de compras, mi mamá tenía que saber lo que había comprado y si iba al cine, ella insistía en hablar de lo que había visto. Pero Noah flotando dentro y fuera del palacio de su familia como el aire. Podía ir a clase, o no. Podía gastar dinero como si fuera agua o negarse obstinadamente a conducir un auto de lujo. Podía hacer lo que quisiera cuando quisiera, no había preguntas.

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—Tus padres se preocupan por ti —dijo Noah entonces. Su voz era suave, pero había una crudeza que me calló. Aunque no dijo nada más y aunque su expresión seguía siendo de vidrio liso e ilegible, escuché las palabras que no dijo: Agradece

que los tienes. Quería golpearme a mí misma. La madre de Noah había sido asesinada en frente de él cuando era un niño; yo sabía que no debía actuar nunca como si la hierba fuera más verde al otro lado. Estaba agradecida de tener a mis padres, a pesar de la que la supervisión estaba fuera de control, a pesar de que no me creyeron cuando les dije la verdad más difícil que había que contar. Fue algo estúpido decirlo y me hubiera gustado no haberlo dicho. Miré hacia arriba para alcanzar a Noah, susurrar que lo sentía contra su piel, pero él se había alejado. Se tiró en mi cama y regresó el asunto a Jude. —Si pudiéramos averiguar dónde vive… Tomé el anterior lugar de Noah y me apoyé contra mi escritorio. —Espera, ¿dónde está viviendo? Él está legalmente muerto. No es como si pudiera conseguir un trabajo y alquilar un apartamento. Noah levantó sus cejas. —¿Qué? —Es Miami —dijo, como si fuera obvio. —¿Lo qué significa? —Significa que no hay escasez de métodos por los cuales conseguir dinero y una vivienda sin un número de seguro social. Pero me pregunto… —¿Te preguntas…? —¿Podría haber ido de nuevo a sus padres? ¿Después del colapso? —Noah miró hacia mi techo. —¿Crees que saben que está vivo? Él negó con la cabeza.

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—Si lo hicieran, le habrían dicho a los demás para ahora, y lo habríamos escuchado. Mi voz se volvió silenciosa. —Daniel dijo que sus manos estaban cortadas. —Me lo dijo. Aferré al borde de mi escritorio. —No tiene ningún sentido. ¿Cómo sobrevivió? ¿Cómo es eso posible? Noah mordió la uña de su pulgar mientras se recostaba contra mi almohada. —¿Cómo es posible algo de esto? —preguntó en voz baja. ¿Cómo era posible? ¿Cómo podía Noah curar? ¿Cómo podía yo matar? La habitación se había oscurecido, y el tema me inquietaba. Me despegué de mi escritorio y me acerqué con cuidado sobre mi cama. Más cerca de Noah, pero sin tocarlo completamente. Bajé la vista hacia él. Ni siquiera hace una semana, yo estaba acostada junto a este cautivadoramente hermoso chico, sintiendo los latidos de su corazón contra mi mejilla. Yo quería estar allí ahora, pero tenía miedo de moverme. Así que hablé en su lugar. —¿Crees que es como nosotros? —Eso, o los restos que encontraron no eran suyos. Negué con la cabeza. —¿No hacen las pruebas de ADN? Los ojos de Noah se entrecerraron mientras miraba a la nada. —Sólo si tenían razón para creer que no era él. En cualquier caso, los registros pueden ser fabricados y las ratas de laboratorio pueden ser compradas. —Había un filo en su voz, uno que no estaba allí antes.

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—¿Quién haría…? Mi pregunta fue interrumpida por Daniel llamando nuestros nombres. —¡Ya vamos! —grité de nuevo. Noah sacó sus piernas por encima de mi cama, evitando cuidadosamente mi cuerpo y mis ojos mientras se levantaba. —No lo sé, pero no lo vamos a descubrir en tu dormitorio. —Y yo no estoy autorizada a ir a ninguna parte sin una niñera. —No podía dejar de sonar amarga—. Así que estás por tu cuenta Noah negó con la cabeza y luego, finalmente, me miró. —No te voy a dejar más de lo necesario. —Estaba en el borde de nuevo—. No así. Me hubiera gustado que fuera porque no quería estar lejos en vez de porque pensaba que teníamos que estar juntos. —Así que… ¿cuánto tiempo te quedas? —Mi tono era más vacilante de lo que me proponía. Mucho más. Pero mi favorita media sonrisa apareció en su boca. Yo quería vivir en ella. —¿Cuánto tiempo me quieres? —preguntó.

¿Cuánto tiempo puedo tenerte? pensé. Antes de que pudiera decir nada, Daniel nos llamó de nuevo. —Ay —dijo Noah, mirando a la puerta—. Me temo que esa es mi señal. Tu padre quería pasar su primera noche de vuelta como una familia. Yo podría haber suspirado. —Pero tu madre lo sabe todo sobre mi fría y vacía vida en el hogar, y ella ha tenido piedad del pilluelo huérfano de madre que ves ante ti. —Bueno, das bastante lástima —dije, sin poder evitar mi sonrisa.

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—Le dije que mi enorme mansión estaría terriblemente sola esta semana en particular, por lo que espero que estaré aquí mucho. ¿A menos que te opongas? —Yo no. —Entonces te veré mañana —dijo Noah, y se trasladó a la puerta—. Y voy a formular un plan para trabajar en tu padre. —¿Mi papá? Noah sonrió. —Nos unimos un poco en el hospital, pero creo que le gusta jugar el padre ignorante; “Yo fui un adolescente una vez también, recuerdo cómo era”, etcétera. —Pero Noah habló con afecto. —Les gustas. —Me di cuenta. Noah levantó las cejas en pregunta. —Al igual que, a las personas. —A diferencia de… ¿muebles? —Esos son mis padres. —Eso es lo que creí, sí. Hice una mueca. —Es extraño. —¿Qué lo es, exactamente? —No lo sé —dije, tratando de encontrar las palabras adecuadas—. Saber que has como, ¿hablado con ellos sin mí? —Bueno, si estás preocupada acerca de tu madre mostrarme tus fotos infantiles más embarazosas, no lo estés. Gracias a Dios. —Ya las he visto.

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Maldición. —Soy un fan particular de tu corte de cabello de quinto grado —dijo inexpresivo. —Cállate. —Cállame. —Madura. —Nunca. —La sonrisa de Noah se volvió taimada, y la correspondí a mi pesar—. Van a relajarse, ya sabes —dijo entonces—. Van a bajar la guardia. Mientras sigas mejorando. Levanté mis cejas. —¿Esa es tu forma de decirme que mantenga mi mierda controlada? Ante esto, Noah cerró la distancia entre nosotros. Se inclinó hasta que sus labios rozaron mi oreja. Mi pulso se aceleró al contacto y mis ojos se cerraron ante la sensación de su barba de un día en mi mejilla. —Es mi forma de decirte que no puedo soportar ver hacia mi cama sin verte en ella —dijo, y sus palabras me hicieron estremecer—. Así que trata de evitar un confinamiento. Lo sentí retirarse, y abrí mis ojos. —Voy a hacerlo bien en eso —suspiré. Una maliciosa sonrisa final. —Será mejor que lo hagas.

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D

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espués de que Noah se fue a casa, mi padre dijo chistes malos en la cena, Joseph habló a cincuenta mil kilómetros por minuto, mi madre me observó muy de cerca, y Daniel parecía que auto adoraba su pretencioso ser. Se sentía casi como si nunca me hubiera ido. Casi.

Cuando terminamos, mi mamá me vio tomar los múltiples antipsicóticos en los que estaba de ahora en adelante pero que no necesito, y luego todos se fueron a sus respectivas habitaciones a dormir. Pasé por el primer conjunto de puertas francesas en el pasillo, pero me detuve en seco cuando me pareció ver una sombra moverse en el exterior. Me quedé sin aire. Las farolas emitían un brillo excepcionalmente radiante en el patio trasero, el cual estaba cubierto de una niebla fina. No parecía como si hubiera algo allí, pero era difícil de ver. El corazón me latía tan fuerte que podía oírlo. Apenas la semana pasada, lo habría descartado como si nada; sólo mi mente comportándose mal, gobernada por el miedo. Me habría apresurado a mi dormitorio y acurrucado bajo las sábanas y susurrado a la oscuridad que no era real. Tenía miedo de mí misma sólo entonces; de lo que podría ver, lo que podría hacer. Pero ahora, ahora había algo real a que temer. Ahora estaba Jude. Pero si quería hacerme daño, ¿por qué aparecer en Croyden una vez y luego dejarme en paz? ¿Por qué aparecer en el restaurante cubano y desaparecer

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segundos más tarde? Aunque él hubiera secuestrado a Joseph, mi hermano todavía estaba ileso cuando lo encontramos. ¿Y por qué iba a entrar en la comisaría, lo suficientemente cerca como para que yo lo viera, lo suficientemente cerca como para que lo tocará, justo antes de irse? ¿Cuál era el punto? ¿Qué es lo que quiere? Permanecí inmóvil en la seguridad de mi casa, mi respiración rápida mientras mis ojos lo buscaron detrás del vidrio. La oscuridad sin revelar nada, pero todavía tenía miedo. Apreté la mandíbula cuando me di cuenta de que siempre tendría miedo. Ahora que sabía que Jude estaba vivo, que él estaba aquí, no sería capaz de caminar hasta el baño sin querer tirar la cortina de la ducha a un lado para asegurarme de que no estaba detrás de ella. No sería capaz de caminar por un pasillo oscuro sin imaginármelo al final. Cada chasquido de una ramita se convertiría en sus pasos. Me lo imaginaría en todas partes, ya sea que estuviera allí o no.

Eso era lo que él quería. Ese era el punto. Así que abrí la puerta y salí. Estuve envuelta por el estruendo sordo de los grillos al momento que mi pie tocó el patio. Era una rara noche fresca en Miami; la lluvia temprana se convirtió en niebla y el cielo nocturno estaba completamente ofuscado por nubes. Si no fuera marzo en Florida, habría pensado que estaba a punto de nevar. Aspiré el aire húmedo, una mano todavía en el pomo de la puerta mientras el viento sacudía algunas gotas persistentes de los árboles. Alguien podría estar ahí fuera… Jude podría estar allí fuera, pero mis padres estaban en el interior. No había nada que pudiera hacer. —No te tengo miedo —le dije a nadie. La brisa arrastró mis palabras a medida que levantaba el vello de mi piel. Él podría estar vivo, pero no me pasaría la vida aterrorizada por él. Me negué. Si el miedo era lo que él quería de mí, me aseguraría de que no lo tuviera. Un mosquito zumbó cerca de mi oído. Lo esquivé, y di un paso en algo mojado.

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Algo suave. Retrocedí hacia la casa, buscando a tientas las luces del patio. Se encendieron. Me atraganté. El cuerpo inmóvil de un gato gris yacía a centímetros de donde yo había estado de pie, su carne desgarrada, su piel manchada de rojo. Mis pies estaban empapados en sangre. Me tapé la boca para atrapar mi grito naciente. Debido a que no podía gritar. No podía emitir ningún sonido. Si lo hiciera, mis padres vendrían corriendo. Ellos preguntarían qué pasó. Verían el gato. Me verían a mí. Querrían saber qué estaba haciendo afuera. Oí la voz de mi madre en mi mente.

«Ella estaba paranoica. Recelosa». Eso es lo que mis padres pensarían de mí si yo les dijera que había alguien ahí fuera. Que yo estaba paranoica. Recelosa. Enferma. Se preocuparían, y si quería quedarme en casa, permanecer libre, no podía permitir eso. Así que apagué las luces y me metí de nuevo adentro. Dejé un rastro de huellas de sangre en el pasillo. Tomé papel higiénico del baño de mis hermanos y froté la sangre que manchaba mis pies hasta que estuvo limpio. Entonces limpié el piso. Chequeando todas las cerraduras de todas las puertas. Por si acaso. Y entonces, finalmente, me escapé a mi habitación. Sólo entonces me di cuenta de que estaba temblando. Miré a mis pies. Todavía podía sentir la suave piel húmeda y muerta… Me precipité en mi cuarto de baño y vomité. Tenía el cabello pegado a la parte trasera de mi cuello y mi ropa estaba húmeda contra mi piel. Me deslicé hasta el suelo y me abracé las rodillas contra el pecho, la baldosa fría debajo de mí. Dejé que mis ojos se cerraran.

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Tal vez el gato fue asesinado por un animal. Otro gato. Un mapache, tal vez. Eso era posible. Más que posible, era probable. Así que me lavé los dientes. Lavé mi rostro. Me obligué a meterme en la cama. Me dije que todo estaba bien hasta que me encontré en realidad empezando a creerlo. Hasta que me desperté a la mañana siguiente y miré en el espejo. Dos palabras estaban escritas allí, garabateadas en sangre:

POR CLAIRE La habitación se inclinó. Me lancé al lavabo. Y entonces lloré. Jude sabía lo que pasó esa noche. Que yo fui la que derrumbó el manicomio. Que yo fui la que mató a Claire. Ese era el por qué estaba allí. Quería gritar por mis padres. Mostrarles el gato, el mensaje… la prueba de que Jude realmente estaba vivo y que él estaba aquí. Pero no era prueba suficiente. Mis manos temblaban, pero me apoyé en el lavabo y parpadeé con fuerza. Me obligué a pasar por alto el pánico arañando en la superficie, amenazando con romper mis mentiras cuidadosamente elaboradas. Forcé mis pies a moverse. Revisé las ventanas de mi dormitorio y comprobé el resto de la casa también. Todas las puertas estaban cerradas. Desde el interior. Apreté los ojos ya cerrados. Si les mostraba el mensaje, podrían pensar que lo escribí yo misma. Podrían pensar que maté al gato por mi cuenta, me di cuenta con horror. Primero creerían eso antes de creer que Jude estaba vivo. El pensamiento se robó el último pedazo de esperanza de mi corazón. Jude estuvo en mi dormitorio. Dejó un animal muerto fuera de mi casa y un mensaje sangriento en mi espejo, y no podía decirles a mis padres. No podía decirles nada o estaría

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encerrada en un hospital psiquiátrico, mientras que Jude se burlaba de mí a través de los barrotes. Sin Noah, estaría verdaderamente, completamente sola en esto. Mi padre podría tener razón. Si perdía a Noah, acabaría perdiendo mi mente.

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E

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staba acelerada por la adrenalina esta mañana gris y no podía parar de moverme, asustada de que si lo hacía, me vendría abajo. Limpié la sangre en mi espejo. Me obligué a desayunar, a sonreír a mis padres mientras se alistaban para llevarme al programa. El aire era opresivo; había salido de la noche a la mañana. Antes de que nos fuéramos, revisé afuera para ver si había dejado alguna huella en el patio, conduciendo hacia el gato en la parte de atrás de la casa. El gato se había ido. El auto parecía contraerse a mí alrededor y aún así me las arreglé para permanecer involucrada en su conversación, no podía recordar lo que mis padres decían. Náuseas roían los restos de lo que sea que quedara en mi estómago y estaba empapada en sudor. Me obligué a mantener la compostura mientras mi madre luchaba con los embotellamientos del tránsito, y para la hora que se detuvo en un indescriptible centro comercial en South Miami, tuve éxito. Nosotros tres nos dirigimos hacia un escaparate apretujado entre un Weight Watchers7 y un Petco8, y mi madre apretó mi brazo en lo que asumo quiso ser un gesto tranquilizador. Mientras ellos pensaran que solamente estaba nerviosa, estaría bien. Un hombre que lucía extrañamente como Santa Claus estaba esperando por nosotros justo al otro lado de la puerta. —¿Marcus Dyer? —preguntó a mi padre cuando entramos. 7

Weight Watchers: La dieta de Weight Watchers sugiere el control del médico de cabecera, a todas las personas, que se someten a su plan dietético y controles en sus centros. 8

Petco: Famosa tienda de mascotas Norteamericana.

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Papá asintió. —¿Sam Robins? El hombre le dio una demacrada sonrisa y extendió su brazo, estirando la tela de su roja camiseta polo ajustada a través de su estómago. —Bienvenidos a Horizontes —dijo alegremente. Entonces me habló—. Soy el consejero de admisiones. ¿Cómo estuvo la I-959? —No tan mal —señaló mi madre. Miró más allá del hombre y hacia un espacio detrás de él—. ¿Está la Dra. Kells aquí? —Oh, ella estará para la evaluación de entrada —dijo con una sonrisa—. Sólo estoy aquí para que puedan informarse. Pasen. —Nos hizo señas para que pasemos. El interior era mucho más brillante de lo que esperaba, y moderno, por lo que podía ver de él. En Horizontes era todo paredes blancas y muebles lisos, salpicado con unas pequeñas explosiones tranquilizadoras de arte abstracto de un tono azul. Y aún cuando no podía ver mucho de él desde dónde estábamos parados, podía decir que era enorme. Quizás había sido un gimnasio en su antigua vida. El Sr. Robins señaló varias áreas separadas con paredes y las nombró mientras pasábamos: la sala común, el estudio de arte, el estudio de música, el comedor, etc… Parecía orgulloso del hecho que imitaba la estructura de su lugar para pacientes hospitalizados, completo con un pequeño jardín Zen de meditación en el centro. Algo sobre la “familiaridad” y la “consistencia” pero no presté mucha atención porque no me importaba. Ya estaba contando los segundos que quedaban hasta poder ver a Noah, hasta que pudiera decirle lo que había pasado. Lo que encontré. Lo que Jude había dejado. Pero los adultos me miraban expectantes, esperando que dijera algo. Entonces dije la primera cosa que pasó por mi mente. —¿Dónde están todos? —No había visto a ningún otro adolescente desde que entramos. 9

I-95: Carretera interestatal.

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—Están en el Grupo —dijo el Sr. Robins—. Probablemente no tuviste mucha oportunidad de leer nuestros materiales, ¿cierto? ¿Entre mi involuntario compromiso y descubrir un gato mutilado? —No. —Bueno, eso no es un problema, no es un problema en absoluto. Te pondremos al día en un abrir y cerrar de ojos. Sólo sígueme, y te explicaré. —Dio un vistazo por sobre su hombro—. ¿Usted es psicóloga, Dra. Dyer? —Sí —dijo mientras lo seguimos por el extrañamente claustrofóbico pasillo. El techo se abría sobre nosotros, pero los espacios que caminábamos se sentían apretados. —¿Cuál es su especialidad? —Trabajo con parejas, en su mayor parte. —¡Eso es maravilloso! —Esquivó justo en hacerle la misma pregunta a mi padre. Me imaginé que ya lo sabía, cualquiera que mirara las noticias probablemente lo hacía. El Sr. Robins finalmente acomodó a mis padres en una oficina en la parte de atrás, la que claramente no era suya. Un montón de papeles se elevaban precariamente sobre el escritorio de vidrio. Indicó una banca justo fuera de la puerta. —Todo bien, Mara, puedes sentarte ahí mientras hablo algunas cosas con tus padres, ¿está bien? —Me dio un guiño. Si no hubiera estado volviéndome loca, hubiera puesto mis ojos en blanco por la condescendencia. Tal vez no tenga que lidiar mucho con él, después de hoy. Una chica podía tener esperanza. La puerta de la oficina se cerró con mis padres dentro entonces, y me senté sobre el horriblemente incómodo pedazo de madera en frente de ella. No había mucho para ver, y me encontré a mi misma ociosamente mirando los conductos en el

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techo expuesto cuando algo suave me golpeó en el hombro, entonces rebotó en el piso. Me estremecí, era ese tipo de mañana, pero era sólo un arrugado pedazo de papel. Lo abrí para encontrar un dibujo de un búho toscamente realizado, con una burbuja de conversación que decía: !!! Me di la vuelta bruscamente. —Bueno, que me parta un rayo, si esta no es Mara Dyer.

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J

12 amie. Sin las rastas y más alto, pero definitivamente, inconfundiblemente Jamie. Sonreí tan ampliamente que me dolía el rostro; salté para abrazarlo pero él levantó las manos defensivamente antes de que pudiera hacerlo.

—No puedes tocar esto. —No seas idiota —dije, todavía sonriendo abiertamente. La expresión de Jamie imitó la mía, aunque él parecía estar tratando de no demostrarlo. —Lo digo en serio. Ellos son estrictos respecto a eso —dijo, dándome una ojeada. Yo hice lo mismo. Sin el cabello largo, los pómulos de Jamie parecían más altos, el rostro más angular. Más adulto. Sus jeans estaban atípicamente bien entallados y su camiseta se aferraba a su cuerpo. En su camisa estaba la imagen de lo que parecían ser unos antiguos hombres griegos uniendo sus brazos en fila y dando patadas con sus piernas como las Rockettes10. Él era tan extraño. Exactamente al mismo tiempo ambos preguntamos: —¿Qué estás haciendo aquí? —Las damas primero —dijo Jamie con una pequeña reverencia.

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Rockettes: Es una compañía de baile de precisión que actúa en el teatro Radio City Music Hall en Manhattan, en la ciudad de Nueva York. Durante la época de Navidad, las Rockettes han presentado cinco espectáculos al día, los siete días de la semana durante 77 años. Quizás su rutina más famosa es la de la patada alta hasta la altura de los ojos al unísono en una línea de coro, la cual incluyen al final de cada presentación.

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Miré al techo mientras pensaba qué decir. —TEPT —decidí finalmente—. Unas cuantas alucinaciones aquí y allá. Nada del otro mundo. ¿Y tú? —Oh, mis padres estaban convencidos de que sería una buena medida preventiva enviarme aquí antes de que acribillara una escuela. —Se dejó caer en un banco. Mi boca cayó abierta. —No lo dices en serio. —Desafortunadamente, lo hago. Nuestros mejores amigos de Croyden se aseguraron de que eso es lo que pensaran los adultos que todo lo saben, cuando plantaron el cuchillo en mi mochila. Anna y Aiden, esos imbéciles. Por lo menos ya no tendría que verlos a diario. Suerte para mí. Suerte para ellos. Me recosté en el banco y Jamie continuó. —Incapaces de comprender la idea de que mi anterior amenaza de darle Ébola a Aiden fue hecha en broma —dijo él—, fui considerado un delincuente con un antecedente penal y por lo tanto fui etiquetado de “en riesgo” por el departamento de orientación, los árbitros finales de la sabiduría. Ellos, uno por uno, garabatearon por todo mi registro. —Entonces, su tono de burla cambió—. Las palabras tienen poder. Y puede que yo sea privilegiado y tenga un coeficiente intelectual más alto que cualquiera de nuestros antiguos profesores, ¿pero cuando la gente me ve? Ellos ven a un hombre negro adolescente. Y no hay nada más aterrador para algunas personas que un joven negro enojado. —Se metió un pedazo de chicle a la boca—. Así que. Aquí estoy. Le ofrecí una pequeña sonrisa. —¿Al menos estamos juntos? Él sonrió. —Eso parece.

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Mis ojos descansaron sobre su cabeza trasquilada. —¿Qué le pasó a tu cabello? —Ah. —Pasó una mano por sobre éste—. Una vez que se le ha dicho a unos padres sobreprotectores que su hijo está “en riesgo”, ellos deciden que todos los atributos de “en riesgo” tienen que irse. Adiós cabello largo. Adiós música rebelde. Adiós videojuegos deliciosamente violentos. —Exageró un labio tembloroso—. Básicamente, tengo permitido jugar ajedrez y escuchar jazz suave. Esa es mi vida ahora. Negué con la cabeza. —Odio a la gente. Él me empujó con su codo. —Es por eso que somos amigos. —Jamie sopló una pequeña burbuja azul turquesa y luego la succionó de nuevo hacia su boca—. En realidad vi a Anna la semana pasada cuando mi mamá me arrastró al Whole Foods11. Ella ni siquiera me reconoció. —¿Le dijiste algo? —Educadamente le sugerí que condujera hacia un precipicio. Sonreí. Me sentía más ligera sólo estando con él, y estaba tan contenta de no tener que soportar esta ridiculez sola. Estaba a punto de decírselo cuando la puerta de la oficina se abrió frente a nosotros y el Sr. Robins se asomó. Miró una y otra vez entre Jamie y yo. —Estamos listos para ti, Mara. Jamie se puso de pie. —¡Y yo voy a llegar tarde a la terapia de electroshock! —Luego me enfrentó y dijo con un guiño—: Te veré por ahí, Mara Dyer. —Saludó al Sr. Robins, giró sobre sus talones, y se fue. 11

Whole Foods: Es una cadena estadunidense de supermercados.

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Me mordí el labio para evitar sonreír y entré a la oficina apropiadamente sombría. —Tome asiento —dijo el Sr. Robins, cerrando la puerta detrás de mí. Me deslicé en una incómoda silla plástica al lado de mis padres y esperé escuchar la proclamación de mi sentencia. —Sólo quiero explicar algunas cosas y luego vamos a tener que firmar unos papeles. —Está bien… —El Programa Horizontes para Pacientes Externos, o PHPE, como me gusta llamarlo, es parte de una evaluación global del comportamiento en la que sus padres están inscribiéndola. Se esperará que esté aquí cinco días a la semana, desde las nueve de la mañana hasta las tres de la tarde sin falta, salvo ausencia justificada acompañada por una nota de un médico. Su éxito aquí dependerá exclusivamente de su participación en sus actividades y en el grupo de terapia, y… —¿Y las académicas? —Yo no estaba al nivel estudiantil de Daniel, no, pero para mí nunca había habido un futuro que no incluyera la universidad. No me gustaba pensar en cómo lo afectarían mis aventuras con la psicoterapia. —Estará completando las asignaturas bajo la guía de tutores, pero el énfasis en Horizontes, Mara, no es el rendimiento académico sino el logro personal. No puedo esperar. —Como estaba diciendo, su participación es esencial para su éxito. Después de un período de dos semanas, habrá una reevaluación para determinar si este es el lugar adecuado para usted, o si será prudente trasladarla a nuestro complejo residencial de tratamiento. Así que esto era una prueba, entonces. Para ver si podía lograrlo aquí en el mundo real sin ningún… problema. Alcé la mirada hacia los rostros esperanzados de mis padres mientras la palabra residencial resonaba en mi mente. Esta era una prueba que necesitaba superar.

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C

uando el Sr. Robins terminó su charla, tendió un lapicero.

Mis padres me habían explicado esta parte: el “consentimiento fundamentado”. Yo tenía que estar de acuerdo; Horizontes lo requería. Y no me importaba la idea en abstracto, pero sentada aquí en este extraño lugar, en esta pequeña silla dura, mirando fijamente a ese lapicero, dudé. Después de unos cuantos incómodos segundos, me obligué a tomarlo y firmé mi nombre. —¡Bueno! —dijo el Sr. Robins, aplaudiendo con sus manos—. Ahora que eso está arreglado, la he colocado en un tour con Phoebe Reynard, otra estudiante de Horizontes. Sí —dijo, asintiendo significativamente—, todo el mundo aquí es un estudiante. Un estudiante de la vida. Oh, Dios. —Cada uno de ustedes es asignado a un compañero, y Phoebe será la tuya. Eso significa que ella será tu compañera en la mayoría de tus ejercicios. No es tan diferente de una escuela normal, ¿cierto? Claro. —Ella debería llegar en cualquier minuto. Mientras tanto, ¿hoy trajiste un bolso contigo? Lo había hecho, de hecho. Llevaba mi mochila conmigo por costumbre, incluso a pesar de que esto definitivamente no era la escuela. Asentí al Sr. Robins. —¿Puedo verlo?

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Se lo tendí. —Tendrá que ser revisado meticulosamente cada vez que entre por la puerta principal. Todo lo que traigas tiene que ser catalogado, y el contrabando retirado. —Contrabando como… —Drogas, cigarrillos, alcohol, teléfonos celulares, computadoras portátiles. Permitimos reproductores de música portátiles, en tanto no tengan acceso a internet. Así que tu iPod —dijo él, asintiendo hacia los auriculares que colgaban fuera del bolsillo canguro de mi sudadera con capucha—, debería estar bien. Tendré tu mochila chequeada y me aseguraré de se te devuelva tan pronto como sea posible —dijo con una sonrisa dentuda—. ¿Tienes algo más en los bolsillos, Mara? Parpadeé. —Um, ¿cuerda o nada? —¿Disculpa? Levanté las cejas. —¿El Hobbit? El lucía preocupado. —¿Un qué? —Es un libro —intervino mi padre. Él encontró mi mirada y me guiñó el ojo. El Sr. Robins miró de mi padre a mí. —¿Tiene un libro en su bolsillo? Intenté con mucha fuerza no suspirar. —No tengo nada en mis bolsillos, eso es lo que quiero decir. —Oh —dijo él—. Bueno, entonces no te importará vaciarlos.

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No fue una petición. Tomaría algún tiempo acostumbrarse a eso. Vacié mis bolsillos para encontrar algunas monedas, un paquete de azúcar, un recibo y, por supuesto, mi iPod. —Eso es todo —dije encogiendo los hombros. —¡Genial! —Él indicó que podía recuperar todo. Justo cuando terminaba, una alta chica con el cabello liso teñido de negro se asomó por la puerta. —¿Sr. Robins? —Ah, Phoebe. Phoebe Reynard, te presento a Mara Dyer, tu nueva compañera. Extendí mi mano. La chica me miró con recelo, con los ojos hundidos en su ancho rostro exageradamente redondo. Tenía una perfecta nariz respingona que no estaba a la altura del resto de sus facciones, parecía perdida, como si hubiese vagado al rostro equivocado. Después de inspeccionarme por lo que se sintió como una hora, Phoebe tomó mi mano y me dio un flojo apretón sudoroso, luego la dejó caer como si estuviera en llamas. Embarazoso. Los ojos de Phoebe se lanzaron de nuevo hacia el Sr. Robins. —Está bien, voy a enviarlas a ustedes dos afuera —dijo él—, mientras hablo con tus padres un poco, Mara, y les presento parte del personal. Phoebe… sabes qué hacer. Phoebe asintió, luego salió sin decir una palabra. Les di a mis padres un débil gesto de pulgares arriba y luego seguí a Phoebe afuera. Me condujo por un pasillo diferente que estaba escasamente decorado con carteles de motivación poco irónicos. Seguía esperando que ella dijera algo al pasar diferentes divisiones en el espacio, pero nunca lo hizo. Impresionante tour. —Entonces… —comencé. ¿Cómo romper el hielo?—. Eh, ¿cómo estás? Ella se detuvo en seco y me enfrentó.

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—¿Qué te dijeron ellos? Oh, cielos. —Nada —dije lentamente—. Sólo estaba haciendo conversación. Phoebe me fulminó con la mirada. Continuó mirándome fijamente. Pero justo cuando estaba a punto de huir de regreso a mis padres, Jamie reapareció. Se puso de pie en posición de firmes. —He venido a rescatarte —anunció él. —No se supone que estés aquí —balbuceó Phoebe. —Vamos, vamos, no seas quisquillosa, Phoebe. —Sus ojos nunca la abandonaron, pero sus siguientes palabras fueron para mí—. ¿Sam aún no ha regresado por ti? —Nop —dije. —Entonces tienes los siguientes diez minutos libres. ¿Quieres hacer que valgan la pena? Le eché una ojeada a Phoebe; estaba ignorándonos a ambos. Sus labios se movían, pero ningún sonido salía. —¿Esa es una pregunta retórica? —le pregunté a él. Jamie sonrió. —¿Te gustaría unirte a nosotros, Phoebe? —Estoy ocupada. Sus cejas se juntaron. —¿Con qué, te ruego que me digas? Phoebe no respondió. En cambio, se hundió en el piso y se estiró como un tablón. Encontré esto muy alarmante, pero Jamie sólo se encogió de hombros. —No tiene sentido —me dijo. Luego dijo—: No olvides el grupo, Phoebe. —Antes de que nos dirigiéramos afuera.

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—¿Entonces a dónde vamos? —le pregunté. —¿Importa? Lo seguí hasta un área abierta con elegantes sofás de cuero blanco. Él hizo un gesto con su mano frente a él. —El salón comunitario. Donde compartimos nuestros sentimientos. Me hundí en un sofá. Recordaba haber conocido a Jamie en mi primer día en Croyden; no fue hace tanto tiempo pero bien pudo haber sido hace millones de años atrás. Él descifró la jerarquía social, me mostró los alrededores. Tenía suerte de que él estuviera aquí. —¿Qué hay con esa cara? —preguntó. —¿Estaba haciendo una? —Te veías toda melancólica. —Sólo un toque de dejá vu. Jamie asintió lentamente. —Lo sé. Es como si acabáramos de hacer esto. Sonreí, mirando otra vez su estrafalaria camiseta. Incliné la cabeza hacia la imagen de los antiguos Rockettes Griegos. —¿Qué es eso? Él miró hacia abajo y estiró la imagen. —Oh. Un coro griego. —Ah. Se recostó contra el sofá de cuero y esbozó una sonrisa. —No te preocupes, nadie lo entiende. —Mmm. —Incliné la cabeza hacia un lado, considerándolo—. Es raro que ambos estemos aquí, ¿cierto?

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Un evasivo encogimiento de hombros. —Bueno, de todos los programas de modificación del comportamiento en toda Florida, me alegra haber entrado al tuyo —dije con una sonrisa. Luego le dirigí una mirada de complicidad—. Debe ser el destino. Jamie se acarició la barbilla. —Un pensamiento agradable, pero no hay tantos así. No tan ostentosos como este, de todas formas. —Hizo un gesto hacia el elegante salón blanco—. Aquí es a donde los privilegiados envían a su progenie jodida; nada de pegar macarrones en cartulina para nosotros. —Hizo una significativa pausa—. Aquí sólo nos dejan crear con ricciolini. —Ni siquiera sé lo que es eso. —Es bastante lujoso, te lo aseguro. —Te tomaré la palabra en eso —dije cuando los adolescentes comenzaron a entrar en fila al salón. Jamie añadió un comentario entre dientes con cada uno. —Phoebe es la psicópata —dijo, mientras ella entraba—. Tara es la cleptómana, Adam es el sádico y Megan es la de las fobias. Levanté una ceja. —¿Y tú? Él fingió ponderar mi pregunta. —El sabio tonto —dijo finalmente. —Ese no es un diagnóstico. —Eso dices tú. —¿Y yo? —pregunté. Jamie inclinó la cabeza, considerándome. —No he descubierto aún tu defecto fatal.

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—Házmelo saber cuándo lo hagas —dije, no del todo bromeando—. ¿Qué hay de todos los demás? Él se encogió de hombros. —Depresión, ansiedad, desórdenes alimenticios. Nada estrambótico. Como Stella —agregó, asintiendo en dirección a una chica con rasgos fuertes y cabello negro rizado—. Ella casi podría pasar por normal. —¿Casi? —pregunté cuando escuché mi nombre detrás de mí. —¡Ahí está! —dijo el Sr. Robins. Se aproximó acompañado de mis padres y la Dra. Kells, quien estaba tan costosa e impecablemente vestida como siempre—. Mara, ya conoces a la Dra. Kells —dijo—. Ella es la directora de la clínica psicológica aquí. Ella sonrió. Su áspero maquillaje hacía que las líneas alrededor de su boca parecieran más profundas. —Es bueno verte de nuevo. No exactamente. —Un placer verla, también. El Sr. Robins me devolvió mi mochila. —Todo despejado —dijo él y me lo colgué del hombro. Su mirada rodeó el salón—. Entonces, ¿Phoebe te mostró los alrededores? ¿Antes de que se estirara en el piso? —Sí —mentí—. Muy servicial. —Y has conocido a Jamie —dijo el Sr. Robins, con los ojos descansando sobre mi amigo, quién rápidamente había abandonado el sofá por un sillón, al otro lado del salón. —Nos conocimos el uno al otro en Croyden —dije. —Ah. ¡Qué coincidencia! Mi madre se inclinó para apartar un mechón de cabello de mi rostro.

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—Tengo que ir a trabajar, cariño. —Y tú tienes que ir al grupo —me dijo la Dra. Kells con una sonrisa—. Estoy deseando tener la oportunidad de conocerte mejor. Ya somos dos. Mis padres se despidieron con un abrazo, el Sr. Robins se excusó, y la Dra. Kells dijo: —Estoy realmente contenta de tenerte aquí. —Una vez más antes de irse. Forcé una sonrisa en respuesta, y luego enfrenté sola a mis iguales. Habíamos catorce, algunos tendidos sobre los sofás, algunos acomodados en los sillones, algunos sentados en el piso. Me acomodé en un sillón y dejé caer mi mochila a mis pies. Una sonriente mujer pecosa engalanada con un pañuelo color bronce con gafas de carey, y una falda larga de varias capas estaba sentada en el brazo de uno de los sofás. Dio una palmada con autoridad y los brazaletes en sus muñecas tintinearon. —¿Estamos listos para comenzar? —preguntó la consejera de la Nueva Era. —Sí —balbuceó todo el mundo en respuesta. —¡Genial! Hoy tenemos a alguien muy especial con nosotros —dijo ella, sonriendo hacia mí—. ¿Quieres presentarte al grupo? Levanté mi brazo en una torpe cosa de medio ondeo. —Soy Mara Dyer. —Hola, Mara —respondió el coro. Justo como en las películas. —Estamos tan contentos de que estés aquí, Mara. Soy Brooke. Ahora, sólo para conocerte un poco mejor, me encantaría que nos dijeras de dónde eres, qué edad tienes, y un especial y secreto de tus deseos. Vamos a ir alrededor del salón y a compartir después de ti. ¿Suena bien? Fenomenal.

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—Soy de una ciudad en las afueras de Providence. —Me encontré con trece miradas vidriosas—. Rhode Island —aclaré—. Tengo diecisiete años —agregué—, y desearía no tener que estar aquí —concluí. No pude resistirlo. Mi deseo secreto se ganó una risita ahogada de parte de Jamie pero él era el único que compartía mi sentido del humor, por lo visto. Nadie esbozó siquiera una sonrisa. Oh bueno. —Entendemos cómo te sientes, Mara —dijo Brooke—. Es un gran cambio. Ahora entonces, vamos a movernos en sentido de las agujas del reloj. —Apuntó a un chico sentado en un sillón a mi izquierda. Él comenzó a hablar pero no escuché lo que dijo, porque Phoebe se deslizó en el asiento a mi lado y fui distraída por el olor de su aliento en mi rostro. Ella deslizó un pedazo de papel doblado en mi regazo. ¿Una carta de amor, tal vez? ¿Yo podía ser tan afortunada? Lo abrí. No era una carta de amor. No era una carta en absoluto. El pedazo de papel era una foto mía, acostada en mi cama. En el pijama que estaba usando anoche. Yo estaba de frente a la cámara, pero no se podían ver mis ojos. Habían sido tachados.

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M

14 e aflojé con miedo, como si fuese un títere y Phoebe hubiese cortado mis cuerdas. —Se te cayó del bolso —susurró ella.

Me quedé mirando fijamente la imagen hasta que oí mi nombre. La metí en mi bolsillo y pedí usar el baño. Brooke asintió. Agarré mi bolso y huí. Una vez dentro, me escondí en un inodoro y rebusqué en él. Saqué un antiguo libro de bolsillo que había encontrado en el garaje y decidí leer —uno de los de mi padre, creo, de la universidad— junto con el cuaderno de dibujo en el que no había estado de humor para dibujar y unos cuantos carboncillos y bolígrafos. Y mi cámara digital. La que mis padres me regalaron por mi cumpleaños. No recordaba ponerla en mi mochila en absoluto. Mi pulso se aceleró cuando retiré la fotografía de mi bolsillo trasero y la miré fijamente. Encendí la cámara, presioné el botón de menú, y esperé. La última foto tomada apareció en la pantalla. Era la misma fotografía en mi mano. La foto anterior también era de mí dormida, con la ropa que llevaba anoche, con mi cuerpo en una posición diferente. Y la foto anterior a esa. Y la anterior a esa. Había cuatro en total. El horror debilitó mis rodillas pero me apoyé contra la cabina. Tenía que seguir de pie. Tenía que ver si había algo, cualquier cosa, cualquier forma en la que yo pudiera probar que Jude tomó las fotos, que estaba vivo y en mi habitación y viéndome dormir. Pasé con el dedo a través de las funciones de la cámara mientras me obligaba a respirar.

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La cámara tenía un temporizador. Mi bolso había sido revisado; quienquiera que lo había chequeado habría visto la fotografía impresa, pero para ellos, eso es todo lo que habría parecido. Sólo una foto de mí durmiendo. Debieron haber pensado que me taché los ojos yo misma. Y si les mostraba la cámara digital a ellos, o a mis padres, podrían pensar que tomé todas las fotos yo misma; que usé el temporizador de la cámara para montar las tomas. El por qué no importaba; yo acababa de regresar de una estadía involuntaria en una unidad de psiquiatría. El por qué nunca volvería a importar. Reprimí los gritos que quería dejar salir pero no podía. Puse la cámara y la imagen de nuevo en mi bolso. Volví al salón comunitario y fue lo único que pude hacer para quedarme quieta. Phoebe la psicópata me miraba todo el tiempo. La ignoré. Me desconecté. Estaba siendo puesta a prueba, dijo el Sr. Robins, evaluada para ver si podía arreglármelas en el mundo de los pacientes externos, y necesitaba probar que podía. Así que cuando la sesión finalmente terminó, me aproveché de Jamie… necesitaba la distracción. —¿Extrañas Croyden? —pregunté, con la voz falsamente suave. —Claro. Sobre todo cuando nos hacen hacer auto-charla positiva con Carros de Fuego12 sonando en el fondo. Gracias, Jamie. —¡Dime que estás bromeando! —Ojalá. Al menos la comida es buena —dijo, mientras hacíamos la fila para el almuerzo. Estaba a punto de preguntarle qué estábamos teniendo cuando un agudo grito resonó en la parte delantera de la fila. Yo ya estaba al borde y eso casi me envió

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Carros de Fuego: Es una película británica de 1981, dirigida por Hugh Hudson. Basada en la historia real de los atletas británicos preparándose para competir en los Juegos Olímpicos de París 1924.

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más allá. Vi, congelada, como una chica rubia con delicado rostro de muñeca se separaba del grupo. —Megan —dijo Jamie en mi oído—. La pobre niña le tiene miedo a todo. Esto sucede mucho. Megan ahora estaba apoyada contra la pared opuesta, señalando algo. Un “estudiante” grande y caricaturescamente apuesto estaba caminando en dirección de su dedo índice extendido. Se agachó mucho, justo mientras yo me ponía de puntillas para tratar de ver. —Es una serpiente anillada —gritó él. La levantó con ambas manos. Exhalé. No es gran… Megan gritó de nuevo cuando el muchacho rasgó la serpiente. Estuve paralizada por un segundo, sin poder creer lo que había visto. El gato anoche, y ahora esto... la ira se abalanzó sobre mí y me aferré a ella. Era mejor que el miedo. No podía hacer nada respecto al gato, pero podía hacer algo respecto a esto. Empujé a las personas en la fila para pasar cuando el muchacho, que más exactamente se parecía a un hombre Cromañón, dejó caer los pedazos destrozados en la alfombra blanca con una mirada de satisfacción. Él se cernía sobre mí pero lo miré a los ojos. —¿Qué está mal contigo? —Pareces molesta —dijo él sin alterar la voz—. Es sólo una serpiente. —Y tú sólo eres un ser despreciable. Jamie apareció a mi lado y miró hacia abajo al desastre. —Veo que has conocido a Adam, nuestro residente sádico. Adam empujó a Jamie contra la pared con un brazo. —Al menos no soy el residente maricón.

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Hubo vítores y cánticos de la variedad de “¡Pelea! ¡Pelea! ¡Pelea!”, que se mezclaban con la ronca y alta voz de un consejero gritando: —¡Párenlo! Pero Jamie no estaba ni remotamente intimidado. Estaba sonriendo, en realidad, y miraba fijamente a Adam, quien lo había clavado contra la pared. —Golpéame —dijo. Su voz era baja. Persuasiva. Y Adam parecía demasiado feliz por obedecer. Tiró el puño hacia atrás, pero un corpulento consejero con una camisa de vestir arrugada y demasiado ceñida lo alcanzó primero y forcejeó para ponerle los brazos atrás. Las venas en los brazos y el cuello de Adam se hincharon, haciendo que los tatuajes de sus antebrazos parecieran retorcerse. Tenía el cabello rapado al estilo militar y por debajo su cuero cabelludo estaba completamente rojo. Era cómico en cierto modo, honestamente. —Wayne —dijo Brooke, haciéndole un gesto al consejero—, ayuda a Adam a calmarse. Jamie, tú y yo vamos a discutir esto más tarde. —¿Discutir qué? —preguntó Jamie inocentemente—. Yo no estaba haciendo nada. Otro adulto, uno con una coleta, le dijo a Brooke: —Él lo instigó. Jamie volteó hacia él. —Yo no instigué nada, querido Patrick. Yo estaba calmado pero indignadamente parado aquí mientras Adam innecesariamente puso fin a una vida de reptil. —Dos en punto —dijo Brooke con severidad—. Te perderás tu terapia de drama. —¡Caray! Resoplé. La gente susurraba a nuestro alrededor, robando miradas. Jamie parecía disfrutarlo. —Eso fue intenso —le dije a él mientras avanzábamos en la cola. —¿Cuál parte?

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—La parte en la que actuaste como si quisieras que él te golpeara. Jamie lucía pensativo. —Creo que en realidad lo hacía. Lo gracioso: es como si venir aquí me ha vuelto más combativo. —Hmm —murmuré. —¿Qué? —Sólo me hiciste pensar en algo que mi papá dice a veces. Él levantó las cejas con interrogación. —Pon a un criminal insignificante en una prisión de máxima seguridad y saldrá sabiendo cómo violar y saquear. —Precisamente —dijo Jamie, asintiendo—. Mi impulso por golpear cosas es directamente proporcional a la jovialidad del personal. Y últimamente encuentro todo ultra irritante. Y a todo el mundo. —Cuando nos acercábamos al final de la fila, vi a Wayne tender pequeños vasos de papel a cada uno de nuestros compañeros frente a nosotros. Le eché un vistazo a Jamie. —Las medicinas primero, después la comida —explicó él. —¿Para todos nosotros? —Es parte del paquete —dijo Jamie mientras la fila se movía hacia adelante—. El tratamiento farmacológico en conjunto con la psicoterapia, bla bla bla. —Y entonces fue su turno. Él tomó dos pequeños vasos de papel Dixie del consejero, el que separó la casi pelea. —Hola, Wayne —dijo Jamie alegremente. —Hola, Jamie. —Hasta el fondo. —Jamie lanzó el contenido de uno de los vasos hacia atrás, luego el otro. Entonces Wayne me echó un vistazo.

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—Tú sigues. —Soy nueva… —Mara Dyer —dijo él, tendiéndome dos vasos. Miré dentro de ellos. Uno estaba lleno con agua, el otro con píldoras. Píldoras desconocidas; sólo reconocí una. —¿Esas cuáles son? —le pregunté a él. —Tus medicinas. —Pero no tomo todas esas. —Puedes hablar sobre eso con la Dra. Kells más tarde, pero por ahora, tienes que tomártelas. Entrecerré los ojos hacia él. —Las reglas son las reglas —dijo él, encogiéndose de hombros—. Hazlo, ahora. Las lancé hacia atrás y tragué. —Abre la boca —dijo él. Hice lo que pidió. —Buen trabajo. ¿Me gané una estrella dorada? No dije eso, pero deseaba haberlo hecho. En su lugar, caminé con dificultad tras Jamie y comimos juntos. Milagrosamente, incluso me reí. Justo cuando estaba empezando a pensar que este lugar no sería tan terrible, la Dra. Kells apareció en la esquina de la sala y llamó mi nombre. —Buena suerte —dijo Jamie cuando me levanté de nuestra mesa. Pero no necesitaba suerte. A pesar de mi mala noche y mi peor mañana, me sabía bien el libreto. Podía sacar esto adelante.

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Al salir del comedor, sin embargo, unos dedos se apretaron alrededor de mi muñeca y me llevaron a un lugar. Mis ojos los siguieron hasta el rostro de Phoebe. Miré detrás de mí, estábamos fuera de la vista. —De nada —dijo ella con voz apagada. Zafé mi brazo de un tirón. —¿Por? El rostro de Phoebe era una máscara en blanco. —Por arreglarte los ojos.

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A

15 sí que Phoebe la psicópata tachó mis ojos. No Jude. Me sentí aliviada y enojada a la vez. Jude tomó las fotos y se aseguró de que las encontrara hoy, y eso fue aterrador y horrible, sí.

Pero estaba contenta de que no había tachado mis ojos. No sabía muy bien por qué, pero lo estaba. Phoebe se alejó antes de que pudiera decir nada más. Respiré hondo y seguí a la Dra. Kells por el largo pasillo, pero se sentía como si las paredes estuvieran cerrándose. Phoebe me había desequilibrado, y tenía que tener control. Después de lo que pareció como un paseo de kilómetro y medio, llegué a una puerta abierta cerca del final del pasillo. La Dra. Kells ya había entrado. La habitación era blanca como todas las demás, y el único mobiliario en ella era un escritorio de madera rubia y dos sillas blancas empequeñecidas por el espacio abierto. La Dra. Kells estaba detrás del mostrador, y un hombre estaba a su lado. Ella me sonrió e hizo un gesto a una de las sillas. Yo obedientemente fui a sentarme, pero casi lo perdí. Extraño. —¿Cómo fue tu viaje? —me preguntó. —Bien —mentí de nuevo. —Maravilloso. Me gustaría presentarte al Dr. Vargas. —El hombre a su lado sonrió. Era joven, en sus veintes, probablemente, con el pelo rizado y gafas. Lucía algo así como Daniel, en realidad.

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—El Dr. Vargas es un neuropsicólogo. Trabaja con algunos de nuestros estudiantes que han sufrido de trauma en la cabeza y otras enfermedades agudas que les están causando problemas. —Mucho gusto en conocerlo —dije. —A ti también. —Todavía sonriendo, se movió detrás de mí hacia la puerta—. Gracias, Dra. Kells. —El placer es mío. Él cerró la puerta, y entonces ella y yo estábamos solas. La Dra. Kells se levantó de detrás de su escritorio y se sentó en la silla junto a mí. Sonrió. No tenía una pluma o papel o nada con ella. Sólo… observaba. El aire se sentía pesado y mis pensamientos se volvieron lentos mientras los segundos se extendían en minutos. O tal vez no lo hacían, el tiempo era elástico en el gigante cuarto vacío. Mis ojos vagaron, en busca de un reloj, pero no parecía haber uno. —Entonces —dijo finalmente la Dra. Kells—. Creo que deberíamos empezar por hablar acerca de por qué estamos aquí. Hora del show. Busqué en mi memoria para recordar los síntomas de trastorno de estrés postraumático para asegurarme de que todo lo que divulgaba imitaba ese diagnostico y no la esquizofrenia. O peor. —Estoy aquí —dije cuidadosamente—, porque sobreviví a un trauma. Mi mejor amiga murió. —Pausa significativa—. Ha sido realmente duro para mí, y no dejo de pensar en ello. He tenido alucinaciones. Y flashbacks. —Me detuve. ¿Eso sería suficiente? —Es por eso que tu familia se mudó a Florida —dijo la Dra. Kells. Sí. —Así es. —Pero no es por eso que estás aquí en este programa. Tragué saliva.

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—Creo que todavía no estoy en él. —Traté de sonar inocente, pero sólo sonaba nerviosa. Ella asintió con la cabeza. —Nadie espera que lo estés. Pero lo que estoy preguntando es si entiendes o no por qué estás aquí. Ahora. Ah. Ella quería oír hablar de Jude, que yo creía que estaba vivo. Tenía que responderle, pero era una peligrosa cuerda floja por la que caminar. Si hablaba demasiado cuidadosamente, se daría cuenta de que la estaba manipulando. Pero si hablaba demasiado abiertamente, podría decidir que yo estaba más loca de lo que realmente estaba. Así que dije: —A mi padre le dispararon. Yo… yo pensé que podía morir. Y me asusté. Fui a la comisaría y sólo empecé a gritar. No estaba… no me sentía como yo misma. Ha habido mucho con lo que tratar. —Mi estómago se revolvió. Esperaba que ella siguiera adelante. No lo hizo. —En la comisaría, mencionaste a tu novio. Jude. Odiaba escuchar su nombre. —Ex —dije. —¿Qué? —Ex-novio. —Ex-novio —repitió, dándome la misma mirada que había visto en el rostro de la Dra. West hace unos días—. Mencionaste a tu ex-novio, Jude. Dijiste que él está aquí. Las palabras POR CLAIRE aparecieron en rojo en la pared blanca detrás de la cabeza de la Dra. Kells. Sentí una punzada de terror antes de que parpadeara para desaparecerlas.

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—La información en tu expediente dice que tu novio, Jude… ex-novio, lo siento, y tus amigas Rachel y Claire murieron en el derrumbe del Manicomio Estatal de Temerlane en Rhode Island. —Sí. —Mi voz era un susurro. —Pero dijiste que Jude está aquí —repitió. No dije nada. —¿Has vuelto a verlo desde aquella noche, Mara? Yo estaba de piedra. Modulé mi voz. —Eso sería imposible. La Dra. Kells apoyó su codo sobre su escritorio y su barbilla en su mano. Me miró con simpatía. —¿Quieres saber lo que pienso? Deslúmbrame. —No puedo imaginarlo. —Creo que te sientes culpable por la muerte de tu mejor amiga. Sobre la muerte de tu novio. —¡Ex! —grité. Mierda. La Dra. Kells no se inmutó. Su voz era tranquila. —¿Pasó algo contigo y Jude, Mara? Yo respiraba con dificultad pero no me había dado cuenta. Cerré mis ojos. Contrólate. —Por favor, dime la verdad —dijo en voz baja. —¿Qué importa? —Una lágrima rodó por mi mejilla. Maldita sea. —Va a ser mucho más difícil ayudarte de otra manera. Y realmente quiero ayudarte.

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Me quedé en silencio. —Sabes —dijo la Dra. Kells, echándose hacia atrás en su asiento—. Algunos jóvenes han estado en este programa desde hace años; comenzaron aquí y luego nos trasladamos a nuestro centro residencial, y ellos han estado allí desde entonces. Pero no creo que necesites eso. Creo que esto es sólo una situación de paso para ti. Para ayudarte a volver a donde se supone que debes estar. Has sido descarrilada por todo lo que ha ocurrido en los últimos seis meses, y eso es comprensible. Has sobrevivido a un accidente catastrófico. No un accidente. —Tu mejor amiga murió. Yo la maté. —Te mudaste. Para tratar de olvidar lo que hice. —Tu maestra murió. Porque yo quería que lo hiciera. —Tu padre recibió un disparo. Porque forcé la mano de alguien. —Eso es más trauma del que la mayoría de las personas se enfrentan en la vida, y lo has experimentado en seis meses. Y creo que te ayudaría hablar de ello conmigo. Sé que has visto otros terapeutas antes… Unos que me gustaban más. —Pero ahora estás aquí, y creo que a pesar de que no quieres estar aquí, podrías encontrar que esto no es una pérdida de tiempo. Las lágrimas fluían sin parar ahora. —¿Qué quieres que diga? —¿Qué pasó con Jude?

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Sentía la garganta en carne viva, y mi nariz picaba de tanto llorar. —Él… me besó. Cuando yo no quería que lo hiciera. —¿Cuándo? —Esa noche. La noche que él…

Murió, casi digo. Pero él no murió. Él aún estaba vivo. —¿Hizo algo más? —Trató de hacerlo. —Y así le dije a la Dra. Kells sobre esa noche, y lo que Jude trató de hacer. —¿Te violó? —preguntó. Sacudí mi cabeza con fuerza. —No. —¿Qué tan lejos llegó? Mi rostro se inundó de calor. —Él me empujó contra la pared, pero… —¿Pero qué? Pero lo detuve. —El edificio se colapsó antes de que nada pasara. La Dra. Kells inclinó la cabeza hacia un lado. —Y él murió y tú viviste. No dije nada. Se inclinó hacia delante ligeramente. —¿Te dijo Jude alguna vez que hicieras cosas que no querías hacer, Mara?

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Quería sacudirla. Pensaba que él era algún demonio imaginario sentado en mi hombro, susurrando malos pensamientos en mi oído. —¿Crees que Jude está vivo? —preguntó de nuevo. Quería agarrarla por el cuello de su blusa de seda perfectamente planchada y gritar: “¡Él está vivo!” en su cara. Tomó una fuerza descomunal de voluntad decir la palabra: —No. La Dra. Kells suspiró. —Mara cuando mientes, tengo que ajustar tu curso de tratamiento para eso. No quiero tener que tratarte como si fueras una mentirosa patológica. Quiero ser capaz de confiar en ti. Ella no confiaría en mí si le decía la verdad, pero en este momento, no estaba mintiendo convincentemente. —No creo que él está vivo —dije, suavemente—. Sé que no lo está. Pero a veces… —A veces… —A veces me da miedo, ¿sabe? —evadí—. ¿La idea de que podría estarlo? Como un monstruo escondido en mi armario o bajo la cama. —Ya está. Tal vez eso le daría lo que quería sin hacerme sonar como una completa lunática. Ella asintió con la cabeza. —Entiendo completamente. Creo que tu miedo tiene sentido, y es algo que me gustaría trabajar durante tu tiempo aquí. Exhalé con alivio. —Yo también —mentí de nuevo. —Digamos, hipotéticamente, que Jude no murió en el manicomio. No me refería a que quería trabajar en eso hoy. —Ok…

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—Digamos que está en Florida. —Ok… —¿Qué crees que estaría haciendo aquí? ¿Cuál es tu miedo? Yo estaba en un terreno peligroso, pero no sabía cómo evadir la pregunta. —Que él está… que estaría acechándome. —Lo cual estaba. —¿Por qué iba a querer venir todo el camino a Florida sólo para acecharte? El gato mutilado. Las palabras en mi espejo, escritas con sangre. Las fotos. Mi pulso se disparó cuando pensaba de ellos. —Para asustarme —dije. —¿Por qué querría eso? Porque traté de matarlo. Porque maté a su hermana. Esas fueron las respuestas que vinieron a mi mente, pero por supuesto no podía expresarlas. Negué con la cabeza en su lugar y pregunté: —¿Por qué me agrediría en el primer lugar? —Esas preguntas son diferentes, Mara. Los violadores… —No me violó. La Dra. Kells se me quedó mirando un instante demasiado largo. —Él no lo hizo. Yo… —Yo lo detuve antes de que tuviera la oportunidad—. No lo hizo —fue todo lo que dije—. ¿Qué estaba diciendo? —Estaba diciendo que la violación es sobre el poder, no sexo —comenzó—. Se trata de utilizar la fuerza o la amenaza de ella para tomar control sobre otra persona. —Así que tal vez, si estuviera vivo, que no lo está, él me acecharía para demostrar que puede controlarme. Que puede asustarme. —Eso funcionaba. La Dra. Kells me miró fijamente.

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—Me has dicho muchas cosas, hoy, Mara. Y voy a estar pensando en ellas durante un tiempo. Pero si estás interesada, puedo decirte lo que estoy pensando ahora mismo. Yo estaba tan excitada por su perspicacia como lo estaría por un enema. —Seguro. —Cuando estabas en la estación de policía —dijo ella—, le dijiste al detective que mataste a Claire y Rachel. Aquí viene. —Eso me hace pensar que te sientes muy culpable y muy responsable de la muerte de tu mejor amiga. Por hacer mudarse a tu familia a Florida. Por todo lo que ha pasado con tu familia desde entonces. Creo que has experimentado dos traumas: el abuso sexual por parte de Jude, y luego el colapso; y creo que, de alguna manera, te hace sentir más poderosa imaginar que tú detuviste a Jude de hacer lo que pensabas que iba a tratar de hacer. Y que por cada evento negativo o coincidencia que ha sucedido desde entonces, has imaginado que los provocaste, que los hiciste pasar haciéndote sentir como que posees un grado de control que no tienes. Pero inconscientemente, crees que no tienes control, y eso está manifestándose en tu temor a que Jude esté realmente vivo. No estaba segura de cómo iba a manejar mantenerme cuerda mientras estaba constantemente siendo acusada de que estaba loca. —Eso es realmente interesante —dije lentamente. —¿Puedo preguntarte algo, Mara? ¿Tengo alguna opción? —Seguro. —¿Qué quieres? Incliné mi cabeza. —¿Justo ahora?

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—No. En general. —Quiero… quiero… —Traté de pensar. ¿Qué es lo que quiero? ¿Regresar? ¿A cuando mi mayor problema era que Claire estaba tratando de robarme a mi mejor amiga? Retroceder a antes de que incluso conociera a Claire? ¿Y Jude? Pero eso fue también antes de Noah. Lo vi en mi mente, de rodillas a mis pies. Atando los cordones de mis zapatos. Mirándome con esos ojos azules, mostrando esa media sonrisa que tanto amaba. No me gustaría volver a antes de él. No quiero perderlo. Sólo quería… —Ser mejor —dije finalmente. Por mi familia. Por Noah. Por mí. Quería preocuparme por cosas como la admisión temprana, no el compromiso involuntario. Yo nunca sería normal pero tal vez podría encontrar la manera de vivir una vida algo normal. —Estoy muy contenta de oírte decir eso —dijo la Dra. Kells, y se levantó—. Podemos ayudarte a ser mejor, pero tienes que quererlo, o no hay nada que podamos hacer. Asentí con la cabeza y traté de levantarme también, pero tropecé. Intenté apoyarme contra el escritorio para estabilizarme, pero mi sinapsis estaba lenta, y apenas me encorvé. La Dra. Kells apoyó una mano en mi espalda. —¿Te sientes mal? Escuché un eco de sus palabras… en la voz de alguien más. En mi mente. Parpadeé. Los ojos de la Dra. Kells estaban llenos de preocupación. Me las arreglé para asentir con la cabeza, pero el movimiento emborronó mis pensamientos. ¿Qué estaba mal conmigo?

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—¿Qué pasa? —preguntó la Dra. Kells. Me miró con curiosidad y me sentí extraña. Como si estuviera esperando que algo sucediera. Me sentí paranoica. Recelosa. Mientras trataba de hablar, ella salió de foco. —¿Agua? —preguntó, y escuché un eco de nuevo, de muy lejos. Debo haber asentido, porque la Dra. Kells me ayudó a sentarme y dijo que volvería enseguida. Oí la puerta abrirse detrás de mí, luego cerrarse. Y entonces me desmayé.

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16 Antes

Calcuta, India

D

escansé mi mejilla contra la apertura del carruaje y eché un vistazo por detrás de la cortina hacia las espesas flores de cera que brotaban de los árboles y la gruesa vegetación verde que se adhería a sus troncos. Enredaderas colgaban desde las ramas sobre nosotros, lo suficientemente bajas para que yo las tocara, pero no me importó. Conocía ese mundo, el mundo verde de las rocas cubiertas de musgo y hojas relucientes, el mundo coloreado como piedras preciosas de flores de la selva y puestas de sol. Ya no me interesaba. Era el pequeño mundo de este carruaje el que era fascinante y nuevo. —¿Te sientes mal? Oí las palabras del hombre blanco, la pregunta en ellas, pero no entendí su significado. Su voz era débil por el amplio interior del carruaje. No me preocupé de mirar su rostro. El carruaje dio una sacudida, y mis pequeños dedos se hundieron profundamente en el lujoso asiento. Terciopelo, dijo el hombre cuando pasé mis dedos sobre él con asombro. Nunca había sentido nada tan suave; no existía en el mundo de cuero y piel. Nos movimos a un paso lento, mucho más lento que los elefantes, y nos arrastramos hacia delante incesantemente, por varios días y noches. Eventualmente el húmedo bosque dio paso a tierra seca y el verde dio paso al marrón y al negro.

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El afilado olor a humo llenó el aire, mezclado con la esencia de sándalo en el carruaje. Los caballos disminuyeron la velocidad, y volví a echar un vistazo fuera. Estaba sorprendida por lo que vi. Enormes, bestias quietas —más largas que ninguna que haya visto alguna vez— surgían del agua. Sus delgados troncos se extendían hacia el cielo y estaban plagadas de hombres a pesar que no se movían. Había ruidos que nunca había oído, ajenos y extraños. El gusto de especias cubrió mi lengua, y mis agujeros nasales se llenaron con la esencia de tierra húmeda. El hombre blanco extendió su brazo para señalar a las grandes bestias. —Barcos —dijo, y entonces dejó caer su brazo tembloroso. Sus músculos eran flojos y débiles, y se dejó caer de regreso en las sombras, su respiración agitada. Entonces nos detuvimos. La puerta del carruaje se abrió, y un hombre de facciones reales en ropas de un azul brillante extendió su brazo hacia mí. —Ven —me dijo, en un lenguaje que entendí. Su voz se sentía como agua calentada por el sol. No tenía miedo de él, así que fui. Esperé que el hombre blanco siguiera después de mí como lo había hecho cuando dejamos el carruaje en nuestro viaje, pero no lo hizo. Él se giró hacia la puerta, aunque su rostro todavía estaba en las sombras. Extendió una pequeña bolsa negra hacia el hombre de azul, su brazo temblando por el esfuerzo. —Regresa aquí el último día de cada semana y mi empleado la llenará, por tanto tiempo como la chica esté contigo. El Hombre de Azul tomó la bolsa e inclinó su cabeza. —El Rajá es generoso. El hombre blanco se echó a reír. El sonido era débil. —La Compañía de las Indias Orientales es generosa. —Me hizo señas para que volviera al carruaje. Me acerqué. El hombre blanco me hizo señas para que abriera mi mano.

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Lo hice. Puso algo frío y brillante en ella. Me repugnó la textura seca de su piel. —Déjala comprarse algo lindo —dijo hacia el Hombre de Azul. —Sí, señor. ¿Cuál es su nombre? —No lo sé. Mis guías han tratado de engatusarla para que lo diga, pero se rehúsa a hablar con ellos. —¿Ella entiende? —Asiente o niega con la cabeza en respuesta a preguntas hechas en Hindi y Sánscrito, así que sí lo creo, sí. Tiene unos ojos inteligentes. Aprenderá rápido el Inglés, creo. —Será una novia encantadora. El hombre blanco rió, más fuerte esta vez. —Creo que mi esposa se opondría. No, la muchacha será mi pupila. —¿Cuándo volverá por ella? —Voy en un barco hoy para Londres, y el negocio allí me mantendrá ocupado por al menos seis meses. Pero espero regresar prontamente después, quizás con mi esposa e hijo. —El hombre tosió. —¿Agua? La tos del hombre blanco se hizo más fuerte, pero negó con su mano. —¿Estará lo suficientemente bien para el viaje? El hombre blanco no respondió hasta que su ataque hubo terminado. Entonces dijo: —Sólo es la Enfermedad del Río. Simplemente necesito agua limpia y descanso. —¿Quizás mi esposa podría hacer una tintura para usted antes de que se vaya? —Estaré bien, gracias. Estudié medicina después del Seminario Militar en Croydon. Ahora entonces, debo irme. Cuídese, y a ella.

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El Hombre de Azul asintió, y el hombre blanco se retiró de regreso en la oscuridad. La puerta del carruaje se cerró. El Hombre de Azul caminó hacia el frente entonces, hacia los caballos, y habló con el hombre sentando arriba en su propio lenguaje. El nuestro. —Haz para él una mezcla de ajo seco, jugo de limón, miel, tamarindo13, y cúrcuma14 salvaje. Haz que la tome cuatro veces cada hora. —Entonces le entregó al hombre dos brillantes círculos de la bolsa negra. El cochero, lo había llamado el hombre blanco. Asintió una vez y levantó las riendas. —Espera. —El Hombre de Azul levantó su mano. El cochero esperó. —¿Estabas presente cuando encontraron a la chica? Los negros ojos del cochero cambiaron hacia los míos, entonces se alejaron rápidamente. Negó con su cabeza lentamente. —No. Pero mi amigo, un portero en su grupo, estaba. —No dijo nada más pero extendió su mano hacia el Hombre de Azul, quien suspiró y puso dos discos más sobre la mano callosa del cochero. El cochero sonrió, revelando que le faltaban varios dientes. Sus ojos se movieron rápidamente hacia los míos. —No me gusta que esté escuchando. El Hombre de Azul se giró hacia mí. —Puedes ir a explorar —dijo, y me apuró hacia los barcos.

Sí, asentí, y fingí irme. Me apegué contra el otro lado del carruaje en cambio. No podrían verme. Esperé y escuché. El Hombre de Azul habló primero. —¿Qué escuchaste? 13 14

Tamarindo: Tipo de árbol. Cúrcuma: Tipo de planta con grandes usos medicinales.

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La voz del cochero era baja. —Estaban cazando un tigre hace unos días en un viaje desde Prayaga. Lo siguieron entre los árboles sobre las espaldas de sus elefantes, pero sin advertencia, las bestias se detuvieron. Nada las podía hacer avanzar, ni dulces ni palos. Este idiota —dijo, dando un golpecito sobre el carruaje—, insistió en que continuaran a pie, pero sólo tres hombres podrían acompañarlo. Uno era un extraño, el guía del hombre blanco quizás. Otro era el cocinero. El último era un cazador, el hermano del portero, mi amigo. —Continúa. —Siguieron las huellas del animal hacia un mar de hierba alta. Todos los cazadores saben que la hierba alta oculta la muerte, y el hermano, el cazador, quería regresar. El otro hombre, el extraño, los alentaba para que siguieran, y el blanco escuchó. El cocinero los siguió, pero el cazador se negó y se fue solo. Nunca se le volvió a ver. —¿Qué sucedió? —El Hombre de Azul sonaba curioso, no asustado. —Los tres hombres siguieron las huellas del tigre por horas, hasta que desaparecieron en una piscina de sangre. —¿De una muerte reciente? —No —dijo el cochero. Los caballos patearon y resoplaron inquietamente—. Si hubiera habido un tigre muerto, debería haber habido huellas saliendo de la piscina de sangre. Hubiera habido huesos y carne, piel y pelo. Pero no había nada. Ni cuerpo. Ni escondite. Y ninguna mosca lo tocaba. Rodearon la piscina y examinaron la hierba. Ahí fue cuando vieron las pisadas. Pisadas de una niña, bañadas en sangre. —¿Y los condujo hacia esta chica? —Si —dijo el cochero—. Estaba acurrucada en las raíces de un árbol, dormida. Y en su puño tenía un corazón humano.

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M

17

is ojos se abrieron de golpe. Los vivos colores de mi pesadilla fueron arrastrados por la blancura.

Estaba en cama, mirando al techo. Pero no estaba en mi cama; no estaba en casa. Mi piel estaba húmeda de sudor y mi corazón estaba corriendo. Me estiré por el sueño, traté de atraparlo antes de que se alejara. —¿Cómo te sientes? Los últimos vestigios de este se disolvieron con la voz. Dejé escapar un lento suspiro y me apoyé en los rígidos y rechinantes codos, para ver a quién pertenecía. Un hombre con una cola de caballo marrón emergió en mi campo de visión. Lo reconocí, pero no recordaba su nombre. —¿Quién eres tú? —pregunté con cautela. El hombre sonrió. —Soy Patrick, y te desmayaste. ¿Cómo te sientes? —preguntó de nuevo. Cerré los ojos. Me sentía cansada de sentirme enferma. —Bien —le dije. La Dra. Kells apareció detrás de Patrick entonces. —Nos asustaste, Mara. ¿Tienes hipoglucemia? Mis pensamientos todavía estaban lentos, pero mi corazón todavía corría. —¿Qué? —Hipoglucemia —repitió ella.

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—No lo creo. —Levanté mis piernas a un lado de la pequeña cama dura. Negué con la cabeza, pero eso sólo intensificó el dolor—. No. —Está bien. El análisis de sangre nos permitirá saber con seguridad. —¿Análisis de sangre? Ella miró hacia mi brazo. Un pedazo de algodón estaba pegado a la parte interior de mi codo; alguien me había quitado mi sudadera con capucha y la había colgado a los pies del catre. Presioné mi mano contra la piel sensible de allí y traté de no parecer asustada. —Fue una emergencia. Estábamos preocupados por ti. —La Dra. Kells sintió la necesidad de explicar. Lo cual significaba que aparentemente lucía asustada—. Llamamos a tu madre, envió a tu padre aquí para recogerte temprano. Estoy segura que no es nada, pero es mejor prevenir que lamentar. Aguanté en silencio hasta que él llegó. Sonrió ampliamente cuando me vio, pero me di cuenta que estaba preocupado. Se inclinó hacia mí. —¿Cómo te sientes? Agitada ya que me habían sacado sangre. Enojada porque me desmayé. Asustada de que volviera a suceder, porque ocurrió antes. Sucedió antes de un recuerdo en la exposición de arte a la que Noah me llevó, y después de una búsqueda a medianoche por mi hermano. Sucedió después de que bebí sangre de pollo en una tienda de Santería que ya no parecía existir. Y en cada oportunidad me desmayé, las fronteras de la realidad se borraban, dejándome confundida. Desorientada. Insegura de lo que era real. Hacía difícil confiar en mí misma, y eso era difícil de soportar. Pero por supuesto no podía decirle a mi padre nada de esto, y él estaba esperando una respuesta. Así que sólo dije: —Me sacaron sangre. —Y lo dejé así. —Tenían miedo por ti —dijo—. Y resulta que la azúcar en tu sangre estaba baja. ¿Quieres ir por un helado en el camino a casa?

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Se veía tan optimista, así que asentí en su beneficio. Él esbozó una sonrisa. —Fantástico —dijo, y me ayudó a levantarme del catre. Tomé mi sudadera y nos dirigimos hacia la salida; busqué a Jamie en el camino, pero no estaba en ninguna parte a la vista. Mi padre se inclinó sobre un aparador junto a la puerta y sacó un paraguas de mango grueso de un recipiente. —Hay un diluvio allí fuera —dijo, asintiendo a través del cristal. Capas de lluvia golpeaban el pavimento y mi papá luchó con el paraguas mientras abría la puerta. Abracé mis brazos sobre mi pecho, mirando hacia el estacionamiento desde nuestro refugio bajo el alero. Me pregunté qué hora era; el único otro auto en el estacionamiento además del de mi padre era una vieja camioneta blanca. El resto de los espacios estaban vacíos. Mi padre hizo un gesto de disculpa. —Creo que vamos a tener que hacer una carrera para llegar. —¿Estás seguro de que puedes correr? Acarició el punto debajo de su caja torácica. —Estoy sano como un roble ¿Estás segura de que puedes correr? Asentí. —De lo contrario puedes tener el paraguas. —Estoy bien —le dije, mirando la lluvia. —Está bien. A la cuenta de tres. Uno —comenzó, doblando la rodilla delante—. Dos... ¡Tres! Nos lanzamos hacia el diluvio. Mi padre trató de sostener el paraguas sobre mi cabeza, pero no tenía sentido. Para el momento en que abrimos nuestras respectivas puertas del auto, estábamos empapados.

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Mi padre sacudió la cabeza, esparciendo gotas de lluvia sobre el salpicadero. Sonrió, y fue contagioso. Quizás el helado era una buena idea después de todo. Puso en marcha el auto y empezó a retirarse del puesto de estacionamiento. Por reflejo, comprobé mi reflejo en el espejo lateral. Tenía el cabello pegado a la cara, y estaba pálida. Pero me veía bien. Tal vez un poco delgada. Un poco cansada. Pero normal. Entonces mi reflejo me guiñó un ojo. A pesar de que yo no lo había hecho. Presioné los talones de mis manos en mis ojos. Estaba viendo cosas porque estaba estresada. Con miedo. No era real. Estaba bien. Traté de obligarme a creerlo. Pero cuando abrí los ojos, una luz destelló en el espejo, cegándome. Sólo unos faros. Sólo los faros del auto detrás de nosotros. Me giré en mi asiento para ver, pero la lluvia era tan fuerte que no podía ver nada excepto las luces. Mi padre salió del estacionamiento y entró en la carretera, y los faros nos siguieron. Ahora me daba cuenta de que pertenecían a una camioneta. Una camioneta blanca. La misma del estacionamiento del centro comercial. Me estremecí y me acurruqué en mi sudadera con capucha, luego me estiré y encendí la calefacción. —¿Tienes frío? Asentí. —Esa sangre de Nueva Inglaterra está desapareciendo muy rápido —dijo mi padre con una sonrisa. Le ofrecí una débil de las mías a cambio. —¿Estás bien, nena?

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No. Miré en el vidrio empañado del espejo lateral. Los faros todavía se cernían detrás de nosotros. Me di la vuelta para ver mejor a través de la ventana trasera, pero no podía ver quién estaba conduciendo. La camioneta nos siguió en la autopista. Me sentía enferma. Me limpié mi frente sudorosa con mi antebrazo y apreté los ojos con fuerza. Tuve que preguntar. —¿Es esa la misma camioneta del estacionamiento? —Traté de no sonar paranoica, pero necesitaba saber si él también la veía. —¿Hmm? —Detrás de nosotros. Los ojos de mi padre se posaron en el espejo retrovisor. —¿Qué estacionamiento? —En Horizontes —dije lentamente, con los dientes apretados—. El que dejamos hace diez minutos. —No sé. —Sus ojos se movieron de nuevo a la carretera. Obviamente él no se había dado cuenta, y no pensaba que fuera un asunto particularmente importante. Tal vez no lo era. Tal vez el estrés de las fotos, de la entrevista, provocó el desmayo, lo que desencadenó mi alucinación de un reflejo desobediente en el espejo. Tal vez la camioneta detrás de nosotros era sólo una camioneta ordinaria. Comprobé el espejo lateral de nuevo. Podría haber jurado que los faros estaban más cerca.

No pienses en ello. Me quedé mirando hacia delante a nada en particular, escuchando la hipnótica arremetida mecánica de los limpiaparabrisas. Mi padre estaba en silencio. Se estiró para encender la radio cuando oímos un chirrido de neumáticos. Nuestras cabezas se irguieron de golpe cuando fuimos inundados en luz. Mi padre hizo girar el volante a la izquierda cuando la camioneta detrás de nosotros entró en el carril de la derecha, cerca de golpear la parte trasera del lado del pasajero.

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Mi padre estaba gritando algo. No, diciéndome algo. Pero no podía escucharlo, porque cuando la camioneta se detuvo junto a nosotros, mi mente bloqueó todo menos la vista de Jude detrás del volante. Grité a mi padre. Tenía que mirar. Tenía que ver. Pero él estaba gritando también. —¡Sostente! Había perdido el control del auto. Una ola de pánico oscura amenazó con derrumbarme con ella mientras el auto giraba debajo de nosotros en el pavimento resbaladizo por la lluvia. La camioneta atravesó varios carriles a la vez y se adelantó. Mi corazón tronó contra mis costillas y me agarré a la consola central con una sola mano. La bilis subió por mi garganta, iba a vomitar. Nos íbamos a estrellar. Jude nos siguió y ahora nos íbamos a estrellar… Al segundo que lo pensé, nos sumimos en el silencio. —¡Imbécil! —gritó mi padre. Miré hacia él… sudor se había formado en su frente, las venas de su cuello estaban tensas. Fue entonces cuando me di cuenta de que no nos estábamos moviendo.

No nos estábamos moviendo. No nos estrellamos. Permanecíamos inmóviles en el carril del extremo izquierdo: el carril de transporte colectivo. Autos se desviaban en torno a nosotros y tocaban la bocina. —¡Nadie sabe cómo conducir en esta maldita cuidad! —Dio un puñetazo en el salpicadero y salté. —Lo siento —dijo rápidamente—. Mara… ¿Mara? —Su voz era frágil por la preocupación—. ¿Estás bien? Debía verme terrible, porque la expresión de mi padre se transformó de furia en pánico. Asentí. No sabía si podía hablar. Mi padre no lo vio. No vio a Jude. Yo era la única que lo había hecho.

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—Vamos a casa —murmuró para sí mismo. Puso en marcha el auto y fuimos extremadamente lento el resto del camino. Incluso los jubilados en sus Buick azul pálido nos tocaron la bocina. A papá no podía importarle menos. Nos detuvimos en nuestro camino de entrada vacío y él corrió para abrirme la puerta, sosteniendo el paraguas por encima de nuestras cabezas. Nos apresuramos a la casa, mi padre buscando a tientas su llave hasta que finalmente abrió la puerta principal. —Voy a hacer un poco de chocolate caliente. ¿Posponemos el helado? —dijo, con una sonrisa que no llegó a sus ojos. Estaba en serio preocupado. Me obligué a hablar. —Chocolate caliente, sí. —Me froté los brazos cuando una vibrante lluvia azotó la gigante ventana de la sala de estar, sorprendiéndome. —Y voy a apagar el aire… está helado en esta casa. Una sonrisa falsa. —Gracias. Me agarró entonces y me abrazó con tanta fuerza que pensé que podría romperme. Me las arreglé para abrazarlo de vuelta, y cuando nos separamos se dirigió a la cocina y empezó a hacer un montón de ruido. No fui a ninguna parte. Me quedé en el vestíbulo, rígida. Miré en el espejo dorado que colgaba encima de la mesa antigua de nogal cerca de la puerta principal. Mi pecho subía y bajaba rápidamente. Mis fosas nasales estaban dilatadas, mis labios pálidos y sin sangre. Era un hervidero. Pero no de miedo. De furia. Mi padre podría haber sido herido. Asesinado. Y esta vez no fue mi culpa. Era de Jude.

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M

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inutos o segundos después, me despegué del espejo y me dirigí a mi habitación. Pero cuando abrí la puerta de mi dormitorio, me sentí muy perturbada al descubrir unos ojos mirando en mi dirección.

Una muñeca se encontraba plácidamente en mi escritorio, su cuerpo de tela apoyándose contra una pila de mis libros viejos. Su sonrisa cosida curvadamente feliz. Sus ojos negros eran ciegos, pero estaban extrañamente centrados en mi dirección. Era la muñeca de mi abuela, mi madre me lo había dicho cuando era pequeña. Me la había dejado cuando era sólo un bebé, pero nunca jugué con ella. Nunca la nombré. Ni siquiera me gustaba; la muñeca tomó residencia debajo de un surtido en rotación de otros juguetes y animales de peluche en mi baúl de juguetes, y mientras crecía, se trasladó desde el baúl de los juguetes a un rincón olvidado de mi armario, para ser eclipsada por zapatos y ropa de fuera de temporada. Pero ahora aquí estaba ella, sentada en mi escritorio. No se movía. Parpadeé. Por supuesto no se movía. Era una muñeca. Las muñecas no se mueven. Pero ella se había movido, sin embargo. Porque la última vez que la vi, estaba empacada en una caja, apoyada contra pilas de viejas fotos y cosas de mi habitación en Rhode Island. Una caja que no había abierto desde… Desde la fiesta de disfraces. Regresé a la memoria de aquella noche. Me vi caminando a mi armario, preparándome para quitarme el vestido verde esmeralda de mi abuela, sólo para encontrar una caja de cartón abierta en el piso de mi armario. No recordaba haberla bajado. No recordaba haberla abierto.

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Rebobiné la memoria. Me vi a mí misma caminando hacia atrás fuera del armario, vi los tacones de mi madre puestos de nuevo en pies. Vi el agua de la bañera fluyendo de nuevo dentro del grifo… La noche en que vi la muñeca fue la noche en que fui quemada. La piel se erizó en mi nuca. Había sido una mala noche para mí. Estaba estresada por Anna y me sentía humillada por Noah y corrí de regreso incluso antes, cuando llegué la primera vez a casa. Me vi acercarme a abrir la puerta delantera, pero… Se abrió antes de que la tocara. Pensé que estaba alucinando esa noche, y lo estaba. Imaginé los pendientes de mi abuela en el fondo de la bañera cuando estuvieron en mis orejas todo el tiempo. Asumí que olvidé haber bajado la caja al suelo de mi armario también. Eso fue antes de que supiera que Jude estaba vivo. Si él estuvo en mi habitación la noche anterior, pudo haber estado en mi habitación esa noche. Mis manos se cerraron en puños. Él bajó la caja de mi armario. Él la abrió. Y quería que yo lo supiera. Que estaba pasando por todas mis cosas. Mirándome mientras dormía. Contaminando mi habitación. Contaminando mi casa. Y cuando lo dejé, persiguió a mi padre y a mí de nuevo. Yo estaba temblando antes, pero ahora estaba febrilmente caliente. Me sentía fuera de control, y no podía dejar que mi padre me viera así… él estaba bastante asustado. Contuve mi ira, miedo y arrojé mis ropas encharcadas, luego las tiré en el lavabo. Abrí la ducha e inhalé profundamente mientras mi cuarto de baño se llenaba de vapor. Me metí en el agua caliente y la dejé correr sobre mi piel, dispuesta a alejar mis pensamientos con ella. No funcionó. Traté de recordarme a mí misma que no estaba sola en esto. Que Noah me creía. Que él iba a venir más tarde y cuando lo hiciera le diría todo.

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Repetí las palabras una y otra vez, esperando que me calmaran. Me quedé en la ducha hasta que se heló. Pero cuando salí, miré a mi escritorio para encontrar que la muñeca ya no estaba sonriendo. Estaba mirando de reojo. Mi piel se puso de gallina mientras estaba allí, envuelta en nada más que una toalla, frente a frente con ella mientras mi corazón latía con fuerza en mi pecho. No, no ella. Esta. Arrebaté la muñeca de mi escritorio. Me dirigí a mi armario y la metí de nuevo en una de mis cajas. Yo sabía, yo sabía que la expresión de la muñeca no había cambiado. Mi mente estaba jugando trucos en mí porque estaba estresada, asustada y enojada, que era lo que Jude quería. Abrí el cajón de mi escritorio, arranqué un trozo de cinta adhesiva, y sellé la caja, aprisionando la muñeca adentro. No, no aprisionando. Empacando. Empacando la muñeca adentro. Y luego me vestí y me dirigí de nuevo donde mi padre como si no hubiera pasado nada en absoluto, porque no tenía otra opción. El tiempo se supone que cura todas las heridas, ¿pero cómo podía cuando Jude seguía recogiendo la sarna?

Era temprano en la tarde y Daniel, Joseph y mi madre habían vuelto a casa. Hablaban en voz alta el uno al otro mientras mi padre se apoyaba contra los gabinetes de la despensa, sosteniendo una taza agrietada con ambas manos. —¡Mara! —Mi madre corrió y me envolvió en un abrazo al instante en que me notó. Daniel bajó su vaso. Nuestros ojos se encontraron por encima del hombro de mi madre. —Gracias a Dios que estás bien —susurró—. Gracias a Dios.

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El abrazo duró un tiempo incómodamente largo y cuando mi mamá me soltó, sus ojos estaban húmedos. Rápidamente se secó las lágrimas y se zambulló en el refrigerador. —¿Qué te sirvo? —Estoy bien —dije. —¿Qué tal algunas tostadas? —No estoy tan hambrienta. —¿O galletas? —Ella sostuvo un paquete de masa preparada para galletas. —¡Sí, galletas! —dijo Joseph. Daniel hizo un gesto que interpreté que significaba: Di que sí. Forcé una sonrisa. —Galletas sería genial. Al segundo de que las palabras salieron de mi boca, Joseph sacó una bandeja para galletas de la gaveta debajo del horno. También el papel de aluminio. Agarró el paquete de masa para galletas de mi madre y precalentó el horno antes de que ella pudiera llegar a él. —¿Qué tal un poco de té? —preguntó mi madre, aferrándose a algo, cualquier cosa para hacer. Daniel asintió con su cabeza, mirándome fijamente. —Me encantaría un poco —dije, siguiendo su señal. —Hice chocolate caliente —mi papá le recordó. Mi madre frotó su frente. —Cierto. —Sacó una taza del armario con puerta de cristal y vertió el contenido de una olla en esta, luego me la pasó. —Gracias, mamá.

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Ella se metió un mechón de su cabello corto y liso detrás de su oreja. —Estoy tan contenta de que estés bien. —Miami tiene los peores conductores del mundo —murmuró mi padre. Los labios de mi madre formaron una línea delgada mientras se ocupaba de hacer una taza de café. Mis ojos se posaron en la ventana de la cocina y buscaron nuestro patio a través de la lluvia. Yo estaba buscando a Jude, me di cuenta con una acompañante picadura de vergüenza. Él me estaba haciendo paranoica. Y no quiero serlo. —¿Oye, mamá? —pregunté. —¿Hmm? —¿Sacaste mi muñeca? —Existía la posibilidad de que ella, no Jude, la hubiera movido, y tenía que estar segura. Mi madre levantó la vista de la cafetera, confundida. —¿Qué muñeca? Exhalé por la nariz. —La que he tenido desde que era un bebé. —Oh, ¿la muñeca de la abuela? No, cariño. No la he visto. Eso no es lo que había preguntado, pero tenía mi respuesta. Ella no la tocó. Yo sabía quién lo hizo, y esto no podía continuar. Miré el reloj del microondas, preguntándome cuándo llegaría Noah aquí. Tenía que comportarme de forma normal hasta que llegara. —Entonces, ¿cómo fue el primer día de las vacaciones de primavera? —le pregunté a Daniel entre sorbo y sorbo de chocolate caliente. El líquido era cálido, pero no me calentó. —Fuimos al Acuario Marino de Miami.

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Casi me ahogo. —¿Qué? Daniel se encogió de hombros. —Joseph quería ver a la ballena. —Lolita —dije, bajando mi bebida. Mi padre le disparó a mi hermano una mirada. —Espera, ¿qué? —Es el nombre de la ballena asesina —explicó Daniel. —¿Cómo fue? —preguntó mamá. Joseph se encogió de hombros. —Un poco triste. —¿Por qué? —La frente de papá se arrugó. —Me sentí mal por los animales. Mi turno. —¿Noah fue con ustedes? —No me importaba honestamente. Sólo quería saber la respuesta a mi pregunta real sin realmente tener que preguntarlo o llamarlo. Es decir: ¿dónde estaba ahora, e iba a volver? —No, pero llegará en una hora —dijo Daniel—. Mamá, ¿puede quedarse a cenar? —Él me guiñó un ojo detrás de la espalda de mi madre. Gracias, Daniel. —¿Por qué le preguntas a ella y no a mí? —preguntó mi papá. —Papá, ¿puede quedarse Noah a cenar? Él se aclaró la garganta.

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—¿Su propia familia no quiere pasar algo de tiempo con él? Daniel hizo una mueca. —No lo creo, en realidad. —¿Quién quiere galletas? —preguntó mamá. Capté la mirada que intercambió con mi padre cuando abrió el horno y el olor a cielo llenó la cocina. Mi padre suspiró. —Por mí está bien —dijo, y me dio su celular—. Ve a llamarlo. Retrocedí lentamente de la cocina, y luego corrí hacia mi dormitorio. Marqué el número de Noah. —¿Hola? Su voz era cálida, rica y mi hogar y mis ojos se cerraron en alivio al oír el sonido de la misma. —Hola —le dije—. Se supone que debo decirte que estás invitado a cenar. —¿Pero…? —Algo pasó. —Mantuve mi voz baja—. ¿Qué tan pronto puedes llegar hasta aquí? —Me estoy montando en el auto ahora mismo. —¿Noah? —¿Sí? —Planea pasar la noche.

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U

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na hora más tarde, Noah aún no había aparecido. Estaba inquieta y no quería estar en mi habitación contaminada.

Daniel me sorprendió acechando en la sala de estar, fingiendo leer uno de los libros de mis padres de la universidad que había encontrado en el garaje. Estaba esperando a Noah, pero no había necesidad de ser obvio. —¿Qué pasa, hermanita? —Nada —dije, mirando a la página amarillenta. Daniel se acercó a mí y tomó el libro en sus manos. Volteando el lado derecho hacia arriba. Maldita sea. —Tienes uno de esos días del demonio —dijo en voz baja. —He tenido mejores —le dije—. Y peores. —¿Quieres hablar de ello? Quería, pero no podía. No con él. Negué con la cabeza y apreté los dientes para contener el dolor que sentía en la garganta. Se sentó en el esponjoso sillón con patrones en negro y dorado frente a mí. —No te preocupes por la llave, por cierto —dijo casualmente. Levanté la vista del libro. —¿Qué llave?

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—¿Mi llave de la casa? —Él arqueó una ceja—. ¿Aquella que estaba en mi llavero y tomaste sin permiso? ¿Aquella por la que te pregunté cuando estabas en el... mientras estabas fuera? —Tu llave estaba perdida —dije lentamente. —Eso es lo que he estado tratando de comunicarte, sí. Pero papá le hizo una copia hoy, así que no te preocupes. Aunque, ¿por qué la sacaste del llavero? Pero ya no lo estaba escuchando. Estaba pensando en las fotos tomadas con mi cámara. La muñeca en mi escritorio, sacada de su caja. Las palabras escritas en mi espejo. Las puertas cerradas con llave desde el interior.

No tomé la llave de Daniel. Jude lo hizo. Así fue como vino y entró sin irrumpir, y él podía hacerlo cuando quisiera ahora. La idea desgarró mi mente y el horror se debió haber mostrado en mi rostro porque Daniel me preguntó si estaba bien. La forma en que preguntó, como si todo lo que quería hacer en el mundo era ayudarme, casi me derribó. Él era mi hermano mayor, me ayudaba con todo, y deseaba tanto poder tener su ayuda con esto. Daniel era la persona más inteligente que conocía; si tan sólo pudiera tener su cerebro de mi lado. Pero entonces esta expresión se apoderó de su rostro. Tentativo. Inseguro. Como si no supiera qué decirme. Como si lo estuviera asustando. Se apagó cualquier chispa de esperanza que podría haber tenido. —Sí —dije con una leve sonrisa—. No me acuerdo de la llave. —Me encogí de hombros tímidamente—. Lo siento.

Odiaba mentirle a él, pero después que lo hice, Daniel se relajó visiblemente y eso me hizo querer llorar. Daniel ladeó la cabeza. —¿Estás segura de que no quieres hablar? No. —Sí —le dije.

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—Haz lo que quieras —dijo a la ligera, y volvió a su cuaderno. Entonces comenzó a escribir. Ruidosamente. Y comenzó a tararear. Cerré mi libro de golpe. —¿Te estoy molestando? —preguntó inocentemente. Sí. —No. —Bien. —Volvió a sus garabatos, rasgando furiosamente su lápiz contra el papel, pasando las páginas de su libro con un incomparable nivel de ruido. Estaba claro que no iba a dejarme sufrir en la soledad. Me di por vencida. —¿Qué estás escribiendo? —Un artículo. —¿Sobre qué? —Los pasajes autorreferenciales en Don Quijote. —Estás en vacaciones de primavera. —Es para la próxima semana —dijo, y miró hacia arriba—. Y me divierte. Puse los ojos en blanco. —Sólo tú encontraría la tarea divertida. —Cervantes comenta en la narración dentro de la narración misma. Creo que es divertido. —Hmm —dije, y volví a abrir mi libro. El lado derecho hacia arriba, esta vez. —¿Qué es lo que no estás leyendo? —preguntó. Arrojé mi libro a él en respuesta. —Las Memorias Privadas y Confesiones de un Pecador Justificado: Escrito por Él Mismo, ¿de James Hogg? Nunca he oído hablar de él.

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—Eso no es algo que oigo a menudo. —Y a pesar de todo, trajo una sonrisa a mis labios. —Así es —dijo, estudiando el libro. Le dio la vuelta, y luego comenzó a leer el resumen en la parte posterior—. “En parte novela gótica, en parte misterio psicológico, en parte metaficción, en parte sátira, en parte estudio de caso totalitario del pensamiento, Las Memorias explora las teorías psicológicas primitivas de la doble conciencia, bla, bla, bla, la teoría de la predestinación, bla bla bla, la obra maestra de James Hogg es un estudio psicológico del poder del mal, una imagen aterradora de la sutil conquista del diablo de un hombre con justicia propia. —Hizo una mueca—. ¿Dónde encontraste esto? —En el garaje. Parecía interesante. —Sí, estás claramente entretenida. —Se puso de pie y me lo devolvió—. Pero eso no es lo que deberías estar leyendo. —¿No? —No. No te muevas. —Desapareció en su dormitorio y regresó un minuto después, con un libro. Me lo entregó. Hice una mueca al leer el título en voz alta. —¿Mil Palabras Oscuras en el SAT? —Mejor que pongas manos a la obra —dijo mi hermano—. Sólo quedan un par de meses. —¿Hablas en serio? Fui expulsada de la escuela. —Temporalmente. Por razones de salud. Lo cual, por cierto, es como papá logró que el director cambiara tu F en Español a un Incompleto, por lo que esta cosa de Horizontes no es una pérdida total de tiempo. Puedes comenzar tu examen SAT ahora y llevarlos en junio, en caso de que quieras volver a retomarlos en octubre. No dije nada. Cosas como las calificaciones y los SAT parecían completamente ajenas frente a mis problemas actuales. Y odiaba que pudiéramos hablar tan fácilmente, de forma tan natural, sobre los libros, la escuela y todo, excepto lo que realmente estaba pasando conmigo. Vi a mi hermano escribir, las palabras

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fluyendo de su lápiz sin dudarlo. Denle a Daniel un problema abstracto, y lo puede resolver en cuestión de segundos. Esto me dio una idea. —Sabes —dije lentamente—, hay algo que quería hablar contigo. Él levantó sus cejas. Poniendo su cuaderno de notas hacia abajo. —No te muevas —le dije, y luego salí disparada a mi habitación. Tomé un cuaderno y una pluma de mi escritorio y volví corriendo a la sala de estar. No podía decirle a mi hermano sobre mis verdaderos problemas porque mi hermano no creía que fueran reales. Pero si le decía que no eran reales, tal vez de hecho podría ayudar.

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R

20 egresé a la sala y miré hacia afuera por el enorme ventanal. Todavía sin señales del auto de Noah. Bien. Él nunca iría a por esto. Me senté en el sofá y coloqué el cuaderno de espiral visible en mí regazo.

—Entonces —le dije a mi hermano casualmente—. En Horizontes, ellos nos dieron este trabajo —empecé, mi mentira comenzando a desarrollarse—, para, eh, actuar nuestros… problemas. —Eso sonaba bastante bien—. Dijeron que la escritura es catártica. —Palabra favorita de mamá. Mi hermano rompió en una sonrisa. —Eso suena… ¿divertido? Levanté las cejas. —Está bien, quizás divertido es la palabra equivocada. —“Estúpido” sería más apropiado —le dije, agregando un rodar de ojos—. Ellos quieren que las cosas funcionen en un espacio seguro y creativo. No lo sé. Mi hermano asintió con la cabeza lentamente. —Tiene sentido. Una especie de terapia de títeres para niños pequeños. —No sé qué es eso, y me alegro. Daniel se echó a reír. —Mamá me dijo sobre eso una vez, el terapeuta utiliza una marioneta para direccionar indirectamente los sentimientos del niño de una manera impersonal, el

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niño transfiere sus sentimientos a la marioneta. Tu tarea suena como la versión adolescente. Seguro. —Exactamente. Así que ahora tengo que escribir esta historia sobre mí, pero sin ser yo, y necesito ayuda. —Sería un placer extremo. —Daniel se inclinó hacia delante y se frotó las manos. Él estaba dentro—. Así que. ¿Cuál es tu premisa? ¿Por dónde empezar? —Bueno… algo extraño está pasando con esta chica… Daniel puso su mano en su barbilla y levantó la vista hacia el techo. —Bastante estándar —dijo—. Y familiar. —Sonrió. —Y ella no sabe qué es. —Está bien. ¿Es algo sobrenatural raro, o algo normal raro? —Sobrenatural raro —dije sin vacilar. —¿Qué edad tiene? —Una adolescente. —Sí, claro —dijo con un guiño—. ¿Alguien más sabe lo que está pasando con ella? Sólo Noah, pero él estaba perdido en esto tanto como yo. Y todos los demás a los que traté de decírselo no me creyeron. —Ella se lo dijo a la gente, pero nadie la cree —le dije. Daniel asintió sabiamente. —El efecto Cassandra. Maldecida por Apolo con visiones proféticas que siempre se cumplieron, pero nunca fueron creídas por nadie más. Lo suficientemente cerca.

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—Correcto. —Así que todo el mundo piensa que tu “protagonista” está loca —dijo, haciendo comillas en el aire con sus dedos. A todo el mundo parece. —Más o menos. Una sonrisa apareció en los labios de Daniel. —¿Pero ella es una poco fiable narradora que está diciendo la verdad? Eso parece. —Sí. —Está bien —dijo—. Así que, ¿qué es lo que realmente está pasándote… quiero decir, a ella? —No lo sabe, pero ella tiene que saberlo. —¿Por qué? Porque ella es una asesina. Debido a que está perdiendo la cabeza. Debido a que está siendo atormentada por alguien que debería estar muerto. Estudié a mi hermano. Su postura estaba relajada, sus brazos envueltos casualmente sobre cada lado de la butaca de patrones negros y dorados. Daniel no creería las cosas que estaban ocurriéndome, las cosas que podía hacer, eran reales —aparte de Noah, ¿quién lo haría?— pero era importante asegurarme de que él pensaba que yo no creía que eran reales tampoco. Tenía que asegurarme de que no creía que yo creía mi propia ficción, o pondría en marcha sus alarmas. Así que colgué mi cabeza hacia atrás y miré al techo. Mantente casual, permanece vaga. —Hay alguien detrás de ella… —Su antagonista, bien… —Y se está poniendo peor. Ella tiene que averiguar lo que está pasando.

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Daniel apoyó la barbilla en su mano y levantó las cejas. —¿Qué tal un Obi-Wan/Gandalf/Dumbledore/Giles? —¿Giles? Daniel sacudió la cabeza con tristeza. —No me gusta que nunca logré convencerte para ver Buffy. Es un defecto en ti, Mara. —Agrégalo a la lista. —De todos modos —continuó—, tira un personaje sabio y misterioso para lanzarse en picada y ayudarte… quiero decir, a tu heroína, en su búsqueda, ya sea ofreciendo una guía muy necesaria o llevándola como su discípula. Debería ser tan afortunada. —No hay ningún Dumbledore. —O ir a esa muy vieja escuela y tirar de un Tiresias —dijo, asintiendo para sí mismo—. De Edipo. Le lancé una mirada. —Sé quien es Tiresias. Pero Daniel me ignoró. Estaba emocionándose. —Hazlo ciego, pero capaz de “ver” más de lo que puede. Me gusta eso. —Sí, Daniel, lo entiendo, pero no hay ninguna figura misteriosa. Movió la mano con desdén. —Acabas de empezar a trabajar en ello, Mara. Haz uno. Apreté los dientes. —Espera un segundo —dijo Daniel rápidamente, frotándose las manos—. ¿Vas a hacerla huérfana?

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—¿Por qué? —Bueno, si no lo haces, puedes tener la ayuda de su familia —dijo, y sonrió—. Podrías darle un profundo, perspicaz y conocedor hermano mayor. Si mi hermano mayor profundamente perspicaz y conocedor me creyera. —Creo que podría ser un poco demasiado transparente —le dije, cada vez más frustrada—. Es una tarea de escritura creativa, no un libro de memorias. —Criticona, criticona —dijo, poniendo los ojos—. Escribe los requisitos de la escena en Google, entonces. Podía verlo ahora: La búsqueda para "niños con poderes" generaría alrededor de un billón de visitas sobre X-Men y novelas derivadas y películas. —Ella ni siquiera sabría qué buscar en Google —dije, y me dejé caer en el sofá. Esto no estaba saliendo como yo esperaba. Daniel se frotó la barbilla, entrecerrando los ojos. —¿Qué tal un sueño significativo y portentoso? Claro, voy a chasquear los dedos. —¿Es un poco… pasivo? —Eso es justo. ¿No es Mara una vampiresa o una criatura de algún tipo pero simplemente no lo sabe aún? En serio, espero que no. —Yo no lo creo… ella tiene, como… un poder. —¿Al igual que la telepatía? —No. —¿Telequinesis? ¿Yo no lo creo? Negué con la cabeza. —¿Profecía?

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—No. —No quería decirle lo que ella… lo que yo hice—. No conoce el grado de él todavía. —Tiene que probarlo. Probar cosas diferentes. —Sería peligroso. —Hmm… ¿Cómo si dispara rayos láser de sus ojos? Sonreí con ironía. —Algo así. —Así que podría ser una súper heroína o súper villana. Hmm. —Él dobló una pierna debajo de él—. ¿Es una situación de Peter Parker o de Clark Kent? —¿Qué quieres decir? —Como, ¿tu personaje nació con esta cosa a la Superman o la adquiere como Spider-Man? Una excelente, excelente pregunta, que no sabía cómo responder. —La rareza comenzó… ¿Cuándo? ¿Cuándo comenzó? Mi cumpleaños número diecisiete no fue cuando esto comenzó, fue justo cuando me acordé de lo que hice. Lo que hice en el manicomio. ¿Así que era el manicomio el principio? ¿Cuando murió Rachel? ¿Cuando yo la maté? Escuché su voz en mi mente, entonces.

«¿Cómo voy a morir?» Mi cabello roza la parte de atrás de mi cuello. —Ella jugó con una tabla Ouija. —¡BUM! —Daniel bombeó su puño—. Su personaje está poseído.

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Tenía la garganta apretada. —¿Qué? —Deberías habérmelo dicho antes, la tabla Ouija lo cambia todo. Me froté la frente. —No lo entiendo. —Las tablas Ouija son un conducto para el mundo de los espíritus —explicó Daniel—. Ellas son siempre, siempre malas noticias. Si tu protagonista jugó con una y luego comienzan a sucederle cosas extrañas, ella está poseída. Has visto El Exorcista. Tú —dijo, señalando—, tienes una historia de terror en tus manos. Negué con la cabeza. —Yo no creo que ella esté poseída… —Ella está poseída —dijo Daniel a sabiendas—. Me gusta. Va a conseguir ponerse de una manera peor antes de que mejore, si ella se pone mejor. Muchos conflictos, y puedes golpear todos los tropos del género. Una buena manera de tratar el tema de súper heroína/súper villana también. —Faros aparecieron en nuestro camino de entrada y Daniel se puso de pie. —¿Qué quieres decir? —le dije rápidamente. Tenía que escuchar esto. —Si ella es una heroína, va a usar sus poderes para el bien y derrotarlo. Si es una villana, va a ceder a ello. Quédate en ello. Y quién quiera que sea el héroe probablemente la derrotará. —Se metió su cuaderno bajo el brazo—. Pero probablemente deberías ir por el ángulo de la heroína, o de lo contrario tus terapeutas pueden preocuparse por ti, quiero decir, por ella. —Él miró por la ventana—. Parece que tu héroe ha llegado —dijo con una sonrisa de satisfacción mientras su teléfono sonaba. Lo sostuvo hasta su oreja—. ¿Hola? —Espera… —Es Sophie, te ayudaré más tarde, ¿de acuerdo? —Daniel se giró para salir. —¿La novia antes de la hermana?

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Daniel agitó su mano y me guiñó un ojo, luego desapareció en su habitación. Me quedé allí, paralizada, todavía tratando de procesar todo lo que dijo mi hermano cuando su cabeza asomó desde la puerta. —Deberías escribir en primera persona, tiempo presente, por cierto, entonces nadie va a saber si ella sobrevive a la posesión, a pesar de que crea un problemático espacio narratológico. —Él desapareció de nuevo. —Pero ella no está poseída —dije en voz alta. —Entonces ella es una vampiresa —gritó mi hermano desde su habitación. —¡Ella no es una vampiresa! —¡O una mujer lobo, son populares también! —¡ELLA NO ES UNA MUJER LOBO! —¡TE AMO! —gritó, y luego cerró la puerta. Observé a Noah subir hacía nuestra casa, su modo de andar lánguido a pesar de la lluvia. Yo estaba en la puerta antes de que pudiera golpear, y al segundo que lo vi, le tiré dentro. Se quedó en el vestíbulo, con el cabello mojado rizándose en sus ojos y gotas de lluvia cayendo de su empapada camiseta en el suelo de madera brillante. —¿Qué pasó? Yo no le contesté. En su lugar lo llevé a mi habitación. Abrí mi bolsa de mensajero y le entregué la fotografía de mí, la que Jude hizo. Y entonces empecé a hablar.

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oah se tensó mientras me escuchaba, sus músculos estaban visiblemente rígidos bajo su camiseta. Se pasó la mano por el cabello más o menos húmedo, empujándolo hacia atrás y retorciéndolo hacia arriba. Le mostré la cámara, también, y navegó por cada fotografía. Cuando Noah finalmente habló, su voz tenía un tono peligroso. —¿Dónde encontraste esto? —En Horizontes, hoy. La cámara estaba en mi bolso. Las fotos, también. —¿Son de ayer por la noche? —preguntó él, sin levantar la vista. —Sí. —¿Estaban las puertas cerradas? ¿Las de tus ventanas? Asentí con la cabeza. —Pero él tiene una llave. —¿Cómo? Miré al suelo. —Hay prácticamente un día completo que no recuerdo —le dije—. Tenía las llaves de Daniel conmigo en la estación de policía, pero después de eso, estoy en blanco. —Mi enfado crecía, pero ahora, conmigo misma—. Podría haber tomado la llave de la casa entonces, de camino a la unidad de psiquiatría, en la unidad de psiquiatría... no lo sé. Noah miró las fotos.

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—Esta fue tomada desde el pie de tu cama —dijo mecánicamente. Sus ojos se posaron en mi armario—. Debe de haber estado allí. Me acerqué a Noah y lo miré mientras él estudiaba la foto, y después pasaba a la siguiente. Yo estaba de perfil, mi brazo tirado por encima de mi cabeza y la manta por mi cintura. Hablé, esta vez. —Estaba de pie en mi ventana cuando tomó esta. —Las palabras, el pensamiento, lleno de mis venas de hielo. ¿Cuánto tiempo había estado allí Jude? ¿Mirándome? Noah abrió la puerta de mi dormitorio. Señaló uno de los conjuntos de puertas francesas del pasillo, a sólo cinco metros de distancia. —Eso es probablemente por donde él… ¿Mara? Levanté la vista hacia él. Sus ojos estaban oscuros por la preocupación. —¿Estás bien? —preguntó. Fue entonces cuando me di cuenta que no estaba respirando. Un puño apretaba mis pulmones. Noah me llevó de vuelta a mi habitación y cerró la puerta. Me apoyó contra él, colocando sus fuertes manos en mi cintura. —Respira —susurró. Lo intenté. Pero con la presión de sus dedos sobre mi piel, con sus grises y tormentosos ojos fijos en los míos, con su calidez y proximidad a pocos centímetros de distancia, me resultaba difícil por otros motivos. Asentí con la cabeza de todos modos. Y Noah se apartó. —Llamé a la empresa de seguridad después de que te fueras ayer, pero la persona que quería para ti está comprometido hasta mañana. No pensé… —Él cerró los ojos, en un furioso silencio—. Nunca debí haber salido.

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—No es tu culpa —le dije, porque no lo era—. Pero me alegro de que te quedes esta noche. Me miró, y había algo duro de su mirada. —¿De verdad pensabas que no lo haría? ¿Después de lo que acabas de decirme? Me encogí de hombros. —Estoy un poco preocupado por tus dudas —dijo Noah—. Te dije que no dejaría que Jude te hiciera daño y lo dije en serio. Si no me quisieras en la casa, estaría durmiendo en mi auto. Sus palabras dibujaron una sonrisa de mis labios. —¿Cómo te las has arreglado para convencer a mis padres y quedarte? —Voy a pescar con Joseph mañana. Todo está arreglado. —¿Eso es todo? —le pregunté. —A las cinco y media de la mañana. —Aún así —le dije, dándole una larga mirada—. Estoy impresionada. —¿Por? —Tienes mi madre en la palma de tu mano… —Me va bien con las mujeres mayores, la verdad. —Y todo el mundo te adora —le dije. Ante esto, Noah se detuvo. —Creo que a tu padre le gusto menos con cada día que pasa. —No sabe que le salvaste la vida. Noah no respondió, sino que volvió a estudiar las fotografías en su lugar. —Tus ojos en esta...

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Ah. Obra de Phoebe. —Eso no fue Jude —le dije—. Hay una chica en Horizontes… está en serio loca, Noah, no sólo, como, neurótica o maníaca o… ella dijo que la foto se cayó de mi bolso, y luego me la entregó sin más. Sostuvo la foto contra la luz de la lámpara blanca de mi abuela. —¿Estás segura de que fue ella quien la rayó? Asentí con la cabeza. —Lo admitió. Dijo que ella los “arregló". —Eso es bastante preocupante —dijo e hizo una pausa—. ¿Es horrible allá? Me encogí de hombros. —Jamie ayuda. —Espera… ¿Jamie... Roth? —Así es. Lo llevaron allí después de la expulsión. —Intrigante —dijo Noah, antes de que continuará relatando lo que había sucedido. Lo observé atentamente mientras le hablé del gato muerto, la escritura en mi espejo, el casi accidente, y la muñeca. Pero después de su reacción inicial con las fotos, ahora parecía… impasible. Cuidadoso. Cuando retransmití mi conversación con Daniel, incluyendo el hecho de que mi hermano pensaba que yo estaba poseída, Noah parecía comprender. —¿Poseída con… emoción? —preguntó lentamente. Entrecerré los ojos hacia él. —Poseída, poseída. —Y él lo cree, ¿por qué, exactamente? —Se volvió hacia mi cuarto de baño—. ¿Puedo conseguir una toalla?

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—Claro —le dije, dejándome caer sobre mi cama cuando Noah desapareció—. Le dije lo que me está pasando. Salió con la cabeza baja, pasándose una toalla por el pelo. Cuando se paró con la espalda recta, vi que estaba sin camisa. La arquitectura atrajo mis ojos como un imán. Noah estaban construido con líneas limpias y fuertes, y sus jeans colgaban bajos, dejando al descubierto unos finos huesos en su cadera que me dieron ganas de tocar. Yo había visto mucho de él antes, pero no en mi habitación, no así. Esto trajo una oleada de calor a mi piel. —¿Pensé que habíamos decidido evitar una situación de confinamiento? —Colgó la toalla en el pomo de la puerta de mi cuarto de baño—. ¿Puedo tomar prestada una camisa? Me tomó unos segundos serenarme antes de que pudiera responder. —No creo que las mías te sirvan —le dije, mis ojos aún permanecía en su cuerpo— . Pregunta a Daniel. La mirada de Noah se deslizó hasta la puerta de mi dormitorio. —Me gustaría, pero no creo que sea prudente salir de tu habitación así. Correcto. —Bien —dije. Fui y regresé arrojando a Noah una de las camisas de Daniel. Y él la extendió sobre su cabeza y sus músculos delgados se movieron bajo su piel, dejándome fascinada. —Entonces —dijo finalmente, por desgracia vestido y con la espalda apoyada en mi escritorio—, ¿le dijiste a tu hermano lo que ha estado pasando? —Más o menos… le dije que en Horizontes nos dieron una misión estúpida para ficcionalizar nuestros problemas y luego describir lo que le estaba pasando a mi protagonista falso. —Ah, bien —dijo Noah, asintiendo con seriedad—. Tenía miedo de que fueras obvia.

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Rodé mis ojos. —Lo compró porque es obvio. Ficcionalizar mis problemas con fines terapéuticos es creíble. Que tenga la capacidad de matar a la gente con mi mente, no tanto. Noah inclinó la cabeza. —Punto justo. —De todos modos —continué—, su conclusión es que estoy poseída y creo que hay algo de ello, Noah. Se pasó los dedos por su caótico cabello una vez más. —Mara, no estás poseída. —Pero estoy perdiendo el tiempo y jugué con un tablero de Ouija. —Yo nunca he jugado con un tablero de Ouija —dijo Noah. —Pero yo lo hice. Y predijo la muerte de Rachel. Predijo que la mataría. Noah se deslizó en mi silla del escritorio y escuchó. —Rachel preguntó cómo iba a morir seis meses antes de que el manicomio colapsara —le expliqué—. Y este deletreó mi nombre. Ni siquiera pensé en ello entonces. —Dramática ironía. Entrecerré los ojos hacia él. —Mara —dijo perezosamente—. Hay un millón de explicaciones para el escenario que acabas de describir. —¿Un millón? —Está bien, un millón, no. Dos. Una que Claire, Rachel, o ambas movieran la pieza por ellas mismas. —Pensé que Claire estaba haciéndolo para…

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—La otra es que tal vez la moviste por ti misma. Crucé los brazos sobre mi pecho. —¿Por qué habría de hacer eso? Noah se encogió de hombros. —Tal vez estabas molesta con Rachel, y subconscientemente escribiste tu propio nombre. No dije nada, pero mi expresión debió de ser asesina porque Noah se irguió y siguió adelante. —De todos modos, hay algo de mierda aquí, pero no creo que estés poseída. —¿Por qué no? —Por varias razones, la más obvia es la mierda que nos estás sucediendo a ambos… aunque con manifestaciones diferentes, si yo no estoy poseído, entonces, tu probablemente no estés poseída. Levanté la barbilla. —¿Cuál es tu teoría, entonces? —He considerado varias. —Pruébame. Noah puso tono aburrido mientras las recitaba. —Mutación genética, desechos tóxicos, isótopos radiactivos, hormonas de crecimiento en la leche… —¿Pero no posesión? —Mis cejas se levantaron—. ¿Qué hay acerca de la reencarnación? —Por favor —dijo con desprecio divertido. —Lo dice que la persona que acaba de intentar explicar esto con hormonas de crecimiento en la leche. ¿En serio?

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—Yo no he dicho que fueran buenas teorías. Y son más probables que cualquiera de las suyas. Me dejé caer sobre mi espalda y se quedó mirando mi techo. —¿Quién hubiera pensado que Daniel sería más útil que tú? Los dos estábamos en silencio mientras la lluvia tamborileaba en el techo. —Está bien —dijo Noah finalmente—, ¿qué más tiene él que decir? Volví la cabeza para mirar a Noah. —Me sugirió que consiguiera una figura sabia y misteriosa que ayudara a mi personaje en su búsqueda. —Fantástico, excepto por el hecho de que no parece haber ninguna figura sabia y misteriosa. ¿Siguiente? —Espera —le dije mientras se me ocurrió una idea. Recordar el tablero de Ouija del cumpleaños de Rachel me hizo recordar lo que hice en el mío. Recordé… —Lukumi —dije lentamente. —¿El sacerdote? ¿El sacerdote de Santería? Estamos de vuelta allí, ¿verdad? —Suenas escéptico. —Bueno, tengo dudas, sí, pero supongo que debía haberlo visto venir. —Recordé lo que tenía que recordar, Noah. Como él dijo que haría. —Lo que podría explicarse por el efecto del placebo15. Sostuve la mirada de Noah. —Creo que deberíamos buscarlo.

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Placebo: Es una sustancia farmacológicamente inerte que se utiliza como control en un ensayo clínico. El placebo es capaz de provocar un efecto positivo a ciertos individuos enfermos, si éstos no saben que están recibiendo un medicamento falso y que creen que es uno verdadero.

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—Lo hicimos, Mara —dijo con calma—. Volvimos a La Pequeña Habana y no encontramos ninguna respuesta allí. —Exactamente —dije, inclinándome hacia adelante—. La tienda desapareció. Algo pasó con él. —Tenía curiosidad por saber —dijo Noah, con las piernas estiradas lánguidamente delante de él—, así que lo busqué. Las botánicas son establecimientos que no permanecen en el negocio mucho tiempo, debido a problemas de crueldad hacia los animales. Si los propietarios piensan que puede ser un fracaso, limpian y se desvanecen. De ahí los pollos callejeros que vagaban a lo largo de Hialeah. ¿Satisfecha? Sacudí mi cabeza, cada vez más y más frustrada. —¿Por qué te mantienes del lado de la ciencia? —¿Por qué te mantienes del lado de la magia? —Debemos buscarlo —dije de nuevo, con petulancia. —La Santería no es precisamente la Iglesia católica, Mara. Preguntar a los lugareños, “Discúlpeme, ¿podría darme el número de móvil del doctor brujo?” probablemente resulte inútil. Estaba a punto de replicar cuando Daniel abrió la puerta. Miró a ambos. —Uh, los iba a invitar cenar conmigo y Sophie, pero el ambiente aquí es un poco intenso. ¿Todo bien? —¿A dónde vamos? —le pregunté rápidamente. Tenía que salir de esta casa. —Sophie estaba pensando en Cubana —dijo Daniel con cautela. Noah y yo rompimos en sonrisas gemelas. Luego me miró a los ojos y dijo: —Conozco el lugar.

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ntes de irnos, mi madre hizo jurar a Daniel y a Noah observarme cada segundo y también me hizo tomar el celular de mi padre, por si acaso. Me habría equipado con un monitor de tobillo si hubiera podido, pero a mí no me importaba, estaba encantada de ir.

Recogimos a Sophie de camino hacia al restaurante, prácticamente saltó en el auto y besó a Daniel en la mejilla. Él se ruborizó completamente. Y ella estaba totalmente radiante. Eran adorables juntos, tenía que admitirlo. La perfecta pareja hablaba sobre algún concierto que un famoso violinista iba dar en el Centro de Artes Escénicas la próxima semana y apoyé mi mejilla contra el frío cristal de la ventana del Civic de Daniel. Las carreteras mojadas pasaban rápidamente junto a nosotros. Las lámparas de la calle proyectaban conos amarillos de luz sobre las casas debajo de ellos, las cuales iban desde las costosas en el vecindario de Sophie hasta las deterioradas, a medida que nos acercábamos al restaurante. En un semáforo en rojo, noté un gato mirándonos desde el auto aparcado de alguien. Cuando me vio, retiró sus encías en un siseo. Tal vez me lo imaginé. El restaurante se encontraba iluminado con luces blancas de Navidad afuera y el olor de masa friéndose invadió el aire húmedo. —De lo que sea que provenga ese aroma —dijo Sophie cuando entramos—, es lo que quiero. —Churros —dijo Noah—. Es un postre. Sophie metió su cabello corto rubio detrás de las orejas.

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—No me importa. Ese olor es demencial. —También la fila —dijo Daniel, mirando la multitud reunida. Docenas de personas paradas, riendo, conversando, todas esperando un asiento. —Siempre está ocupado —dije. —¿Ya has estado aquí? —preguntó Sophie. —Dos veces. —Una vez en mi cumpleaños. Y después la primera vez… la primera vez que Noah y yo salimos. Sonreí ante el recuerdo, justo cuando Noah dijo: —Ya vuelvo. La multitud nos presionó contra la barra. —Oh, Dios mío —chilló Sophie, mirando la vitrina de remeras promocionales verde y blanco del restaurante detrás del mostrador—. Son tan lindas. —¿Quieres una? —le preguntó Daniel. —¿Sería cursi si digo que sí? —Sí —dijo mi hermano, pero sonreía. Ella arrugó la nariz. —Me encanta lo cursi. A mí también, pero en pequeñas dosis. Avanzó discretamente lejos de ellos hacia la vitrina de postres. No me importaba la comida; mis ojos vagaron por encima de la pared unto a ella, sobre los volantes clavados en una cartelera gigante. Así fue como encontré la primera vez a Abel Lukumi. Quizás tuviera suerte otra vez. Analicé cientos de palabras tan rápido como pude cuando Daniel nuevamente apareció a mi lado. —La mesa está lista —dijo—. Ven.

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—Dame un segundo. —Mi hermano suspiró y fue a sentarse con Sophie. Pero como prometió, no me dejó sola. —¿Encontraste algo? —La voz de Noah fue aterciopelada y cálida junto a mi oído. Sacudí la cabeza, pero entonces cuatro letras captaron mi atención.

kumi. Se asomaba por debajo de la esquina de otro volante. Doblé el de encima, sintiendo una ráfaga de esperanza… La palabra complete era Lukumi, pero cuando entrecerré los ojos para intentar leer la letra pequeña, me di cuenta que estaba teniendo problemas para entender la oración. Pero el contexto estaba mal usado, o mi español ya estaba desapareciendo por el desuso. —Es una iglesia —dijo Noah, leyendo el texto junto a mí—. Iglesia de Lukumi. Me mordí el labio. —Bueno, es un sacerdote… ¿tal vez sea su iglesia? Noah sacó su iPhone y escribió algo en él. —Claro —dijo, sonando resignado. —¿Qué? Me mostró la pantalla. Había cientos de miles de resultados, la mayoría refiriéndose a la Iglesia de Lukumi y un caso de la Corte Suprema llevando su nombre. —Es otro nombre para Santería —dijo y se encontró con mis ojos—. Para la religión. Cual sea que fuera el nombre de ese hombre, no era Abel Lukumi. Había usado un nombre falso.

Intenté no dejar que la decepción se mostrará mientras comía, pero fue raro. Sin embargo, Sophie no pareció notarlo y Daniel fingió no hacerlo. Cuando

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terminamos de cenar, dejamos el edificio cargado con cajas de espuma de poliestireno llenas de plátanos y frijoles de sobra. —Fue increíble —dijo Sophie, su voz soñadora—. No puedo creer que haya vivido a veinte minutos de distancia y nunca supe sobre él. —Buena elección —estuvo de acuerdo Daniel, dándole una palmada en el hombro a Noah. Todos regresamos para subir al auto, Sophie conectó su iPod al puerto, sonó una tensa y oscura pieza que quería que Daniel y Noah escucharan. Pero mientras la música aumentaba a un crescendo, algo pequeño golpeó el parabrisas y se deslizó hacia abajo. Sophie gritó. Daniel paró de golpe con un chirrido. Las ruedas patinaron un poco sobre el pavimento mojado y nos encontramos bajo un foco de luz. La farola iluminó una mancha sangrienta sobre el cristal y los limpiaparabrisas descendieron, extendiendo la mancha. Todavía no habíamos salido de la Calle Ocho, pero era tarde, llovía y no había nadie detrás de nosotros, así que mi hermano salió del auto. Noah se encontraba justo detrás. El auto estaba en silencio pero mis latidos rugían en mis oídos. Estuvieron afuera por menos de un minuto antes de que las puertas del auto se abrieran nuevamente. —Era un ave —dio Noah, deslizándose en el asiento trasero junto a mí. Entrelazó sus dedos entre los míos y empecé a calmarme. —Un cuervo —aclaró mi hermano. Sonó agotado y culpable. Sophie extendió su mano y la colocó sobre su brazo. —Lo siento —dijo con suavidad. Mi hermano se quedó sentado allí, detenido en la carretera. Sacudió la cabeza. —Nunca he golpeado nada en toda mi… Su oración fue cortada por otro suave golpe, esta vez sobre el techo.

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Esta vez, el auto no se estaba moviendo. —¿Qué dem…? —empezó a decir Daniel. Pero antes de que pudiera terminar la frase, el golpe fue seguido por docenas más. Y no sólo a nuestro auto, sino también en la carretera, en los autos estacionados alineados en la calle. Nos quedamos sorprendidos en silencio mientras una masacre de cuervos caía desde el cielo.

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D

23 espués de que dejamos a Sophie. Daniel y Noah intercambiaron teorías durante el camino a casa. La tormenta. Enfermedad. Había un montón de posibilidades científicas, pero una sensación me carcomía. Una sensación de que había algo más.

Los segundos parecieron vidas mientras esperaba a que Noah viniera a mi habitación esa noche. Me quedé mirando el reloj en mi mesita de noche, pero las horas pasaban y no aparecía. No me había dicho que lo haría, pero lo asumí. Tal vez asumí mal. ¿Tal vez se quedó dormido? Tiré la manta y salí de mi habitación. La habitación de invitados se encontraba en el lado opuesto de la casa, pero estaba segura de que podía hacer silenciosamente mi camino y ver si todavía estaba despierto. Sólo para comprobar. Me detuve afuera de la puerta de la habitación de invitados y escuché. Ningún sonido. Abrí una rendija. —¿Sí? —La voz de Noah. Completamente despierto. Abrí la puerta por completo. Una pequeña lámpara estaba sobre una mesa circular decorativa en la esquina de la habitación, pero Noah estaba pintado en la sombra. Todavía estaba vestido y estaba leyendo, su rostro completamente oscurecido por un libro. Lo bajó sólo lo suficiente para revelar sus ojos. —Hola —dije.

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—Hola. —Hola —dije de nuevo. Noah bajó más su libro. —¿Está todo bien? Entré y cerré la puerta detrás de mí. —Sólo vine a decir buenas noches. —Buenas noches —dijo, y volvió al libro. No tenía ni idea de qué estaba pasando, pero no me gustaba. Medio me giré hacia la puerta, entonces me detuve. Miré de nuevo a Noah. Él arqueó una ceja. —¿Qué? Sólo voy a decirlo. —Sólo voy a decirlo. Esperó. —Pensé que ibas a venir a mi habitación. —¿Por qué? Bueno, eso dolió. Llegué a la puerta. Noah suspiró. —No puedo, Mara. —¿Por qué no? Noah dejó el libro que estaba leyendo y cruzó la habitación. Se detuvo junto a mí pero miró por la ventana. Seguí sus ojos.

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Podía ver el pasillo ridículamente largo que llevaba a mi habitación desde aquí, y los tres juegos de puertas francesas que se extendían por su longitud. La luz del pasillo estaba encendida, lo cual hacía casi imposible ver nada afuera. Pero si alguien entraba, Noah no se lo perdería. ¿Por eso es que no vino? —Puedes mantener un ojo en mi habitación desde mi cama también, ya sabes — dije. Noah levantó su mano a mi mejilla; no estaba esperándolo y mi aliento se detuvo. Luego pasó su pulgar sobre mi piel y hacia mi mandíbula, inclinando mi cara hacia arriba, atrayendo mis ojos a los suyos. —Tu madre confía en mí —dijo en voz baja. Una sonrisa traviesa curvó mi boca. —Exactamente. —No, Mara, ella confía en mí. Si soy atrapado en tu cama, no se me permitirá estar aquí. No así. Y tengo que estar aquí. Me tensé, recordando las palabras que le había dicho hacia una semana, antes de que supiera que Jude estaba vivo. Antes, cuando sólo tenía miedo de mí misma.

—Quiero un novio, no una niñera. Las circunstancias habían cambiado, pero el sentimiento no. —No tienes que estar aquí —dije—. No tienes que hacer nada que no quieras hacer. —Quiero estar aquí. —¿Por qué? —No puedo dejar que algo te pase. Cerré mis ojos en frustración. O Noah no entendía lo que trataba de decir, o estaba ignorándolo.

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—¿Debería irme? Su mano estaba todavía en mi cara, y su toque era imposiblemente suave. —Deberías. No iba a rogar. Me aparté de él y llegué a la puerta. —Pero no lo hagas —dijo, justo cuando la toqué. Lo enfrenté y di un paso de regreso a la habitación. Cerró la puerta detrás de mí. Mi espalda estaba contra la madera y Noah se encontraba casi encima de mí. Fui en busca de Noah con toda la intención de sólo dormir cuando lo encontré. Pero ahora el latido de mi sangre, de mi deseo, transformó el aire alrededor de nosotros. Estaba consumida por la lenta elevación de las comisuras de su boca y la necesidad de degustar su sonrisa. Quería meter mis dedos por debajo del borde de su camisa y explorar la línea suave de pelo que desaparecía en sus jeans. Sentir su piel bajo mis dientes, su mandíbula sombreada en mi cuello. Pero aquí, ahora, con él a sólo centímetros de mí, y nada que nos detenga, no me moví. —Quiero besarte —susurré en su lugar. Inclinó su rostro más cerca, hacia el mío. Pero no a mi boca. A mi oído. —Lo permitiré. Sus labios rozaron mi piel y de repente era demasiado. Agarré un puñado de su camisa y tiré de él contra mí lo más cerca que pude, pero todavía no estaba lo suficientemente cerca. Mis manos quedaron atrapadas entre la dureza de su abdomen y la suavidad del mío, estaba casi sin aliento de deseo, temblando con él. Pero Noah estaba quieto. Hasta que su nombre salió de mis labios en un gemido suave y desesperado. Y entonces sus manos hallaron mis caderas, su boca mi piel, me levantó y me envolví alrededor de él. Estaba apoyada de espaldas contra la puerta y los botones de

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cobre de los jeans de Noah presionándome y el dolor era delicioso y no era suficiente, en absoluto. Su mejilla áspera electrificó la curva entre mi cuello y hombro, me incliné hacia atrás, completamente sin sentido. Agarró mi cintura, me movió hacia arriba y luego sus labios rozaron los míos. Suave. Tentativo. Esperando a que yo los besará. Un recuerdo destelló, nosotros juntos en su cama, un enredo de extremidades, lenguas y cabellos. Noah envuelto a mí alrededor mientras me desenvolvía con su boca. Nuestras bocas eran fluidas en el idioma del otro y nos movíamos con una mente y compartíamos el mismo aliento. Hasta que Noah dejó de respirar. Hasta que él casi murió. Como Jude debió hacerlo. Como deseaba que hubiera hecho. Me estremecí contra la boca de Noah y mi corazón tronó contra su pecho. No me lo imaginé casi muriendo. Lo recordaba. Y tenía miedo de que sucediera de nuevo. Noah me deslizó hacia abajo. Estaba sin aliento e inestable sobre mis pies. —¿Qué? —No estás lista —dijo mientras se alejaba. Tragué. —Pensaba sobre ello. Pero entonces tú sólo… te detuviste. —Tu ritmo cardíaco estaba fuera de control. —Tal vez porque me gustaba. —Tal vez porque no estás lista —dijo Noah—. Y no voy a presionarte. Después de un minuto que transcurrió en silencio, finalmente dije: —Tengo miedo.

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Noah estaba en silencio. —Tengo miedo de besarte. —Tengo miedo de que vaya a herirte. Noah alisó suavemente mi cabello de mi rostro. —Entonces no tienes que hacerlo. —Pero quiero hacerlo. —Nunca había sido más cierto. Sus ojos eran suaves. —¿Quieres decirme de qué tienes miedo? Mi voz era clara. —De que voy a hacerte daño. Matarte. —Si me besas. —Sí. —Debido a ese sueño. Cerré mis ojos. —No fue un sueño —dije. Sentí los dedos de Noah en mi cintura. —Si no fue un sueño, entonces ¿qué crees que pasó? —Ya te lo dije. —¿Cómo funcionaría eso? Estudié su rostro, buscando por cualquier rastro de diversión. No lo encontré. —No lo sé. Tal vez sea parte de… mí —dije, y supe que él sabía lo que quería decir. —¿Sólo besando? Me encogí de hombros.

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—¿No sexo? —Nunca he tenido sexo. —Soy consciente. Pero si recuerdo correctamente, no parecías estar preocupada por ello esa noche en mi habitación. —El más mínimo atisbo de una sonrisa levantó la comisura de su boca. Sabía exactamente a cuál noche se refería. Fue la noche en que por fin se dio cuenta de lo que podía hacer, cuando maté a todo ser vivo en la casa de los insectos en el zoológico, todos excepto a nosotros. Pensé que debía dejarlo entonces, para mantenerlo a salvo. Pensé que debería dejar a todos los que amaba. Pero Noah no me dejaría y estaba agradecida porque no quería dejarlo ir. Lo quería cerca, tan cerca como él posiblemente pudiera llegar. No estaba pensando con claridad. No estaba pensando mucho, en absoluto. —No lo sé —dije, retrocediendo hacia la cama—. ¿Cómo se supone que lo sepa? Noah siguió mis pasos y desplegó el colchón, atrayéndome hacia abajo con él. Mi columna estaba presionada contra su pecho y el colgante de plata que siempre llevaba estaba frío contra mi piel, expuesta en mi camiseta de tirantes. El latido de su corazón estabilizó el mío. Noah trazó la longitud de mi brazo y sostuvo mi mano. —No tenemos que hacer nada, Mara —dijo suavemente mientras mis ojos comenzaban a cerrarse. Quería acurrucarme en su voz y vivir allí—. Esto es realmente suficiente. Tuve un pensamiento final antes de deslizarme en el sueño.

No para mí.

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24 Antes

India. Provincia desconocida.

E

l Hombre de Azul bajó la mirada hacia a mí mientras los caballos se alejaban conduciendo el carruaje, levantando polvo. —¿Cómo te llamas?

Lo miré fijamente. —¿Me entiendes? Asentí. —No sé lo que te ha dicho tu guardián, pero estás bajo mi cuidado ahora. Tendremos que darte un nombre. Estaba callada. Dejó salir un pequeño suspiro. —Tenemos un viaje por delante de nosotros. ¿Te estás sintiendo bien? Asentí de nuevo, y nuestro viaje comenzó. Estaba triste por dejar los barcos. Viajamos a pie y en elefante de vuelta dentro del bosque y aún así era casi el atardecer cuando llegamos a la aldea. La tierra bajo mis pies estaba seca y el aire silencioso y quieto. Olía humo; había muchas pequeñas cabañas que se repartían por el terreno, pero no había gente.

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—Entra —dijo el Hombre de Azul, y me hizo gestos hacia dentro de una de las cabañas. Mis ojos lucharon con la oscuridad. Algo se movió cerca de mí; una figura emergió de la oscuridad. Sólo podía ver una piel suave, marrón y sin imperfecciones pegada a una menuda silueta de una chica. Era más alta que yo, pero no podía ver su rostro. Cintas de cabello negro caían delicadamente bajo sus hombros. —Hija —le dijo el Hombre de Azul a la niña—. Tenemos una invitada. La chica se acercó a la luz, y finalmente pude verla. Era poco atractiva, pero había una amabilidad, una calidez en su rostro limpio que la hacía bonita. Me sonrió. Le sonreí de vuelta. El Hombre de Azul apoyó su mano en el hombro de la chica entonces. —¿Dónde está madre? —Una mujer entró en trabajo de parto. El Hombre de Azul se vio confundido. —¿Quién? La chica sacudió su cabeza. —No de aquí. Una extraña, el marido, vino por madre. Dijo que volvería tan pronto pudiera. Los ojos del Hombre de Azul se entrecerraron. —Debo hablar contigo —le dijo a ella. Luego se giró hacia mí. —Espera aquí. No salgas. ¿Entiendes? Asentí. Se llevó a la chica lejos, fuera de la cabaña. Escuché susurros pero no pude entender las palabras. Momentos después, la chica entró de nuevo. Sola. No habló conmigo. No al principio. Se acercó un paso hacia mí, luego giró sus palmas hacia arriba. No me moví. Tomó otro paso, lo suficientemente cerca para que pudiera sentir su olor, a tierra e intenso. Me gustó y me gustó su calidez.

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Extendió su brazo entonces, y la dejé tocarme. Se agachó en una esquina y me sentó junto a ella. La chica me llevó contra su limpio vestido con la familiaridad de alguien que sabía justo la forma en que encajaría. Me moví, intentando ponerme cómoda. —No debes salir allá afuera —dijo ella, malinterpretando mi movimiento. Me quedé quieta. —¿Por qué? —Para que puedas hablar —dijo la chica con una pequeña sonrisa—. No es seguro —agregó. —Está demasiado silencioso. —La gente está enferma. El sonido los lastima. No entendí. —¿Por qué? —¿Nunca has estado enferma? Sacudí mi cabeza. Sonrió y me mandó una sabionda mirada. —Todos se enferman. Estás siendo traviesa. No entendí lo que quería decir, así que pregunté: —El Hombre de Azul, ¿es tu padre? —¿El Hombre de Azul? —preguntó ella, con sus ojos brillando—. ¿Así es como lo llamas? No dije nada. La chica asintió. —Sí, lo es. Pero puedes llamarlo Tío y a mi madre Tía, cuando vuelva. —Se detuvo—. Y puedes llamarme Hermana, si quieres.

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—¿Mi padre y mi madre se enfermaron? —pregunté, a pesar de que no recordaba a mi padre ni a mi madre. No recordaba siquiera tener. —Tal vez —dijo la chica en voz baja, y me acercó de nuevo a ella—. Pero estás con nosotros ahora. —¿Por qué? —Porque cuidaremos de ti. Su voz era dulce y suave, y de pronto tuve miedo por ella. —¿Estás enferma? —No todavía —dijo, luego se levantó. La seguí rápidamente. No era como los otros. Quería que se quedara. Miró hacia atrás. —No me estaba yendo —me aseguró. —Lo sé —dije, pero la seguí de todas formas. No fuimos lejos. Simplemente doblamos dentro de otra pequeña habitación, esta con varios tapetes en el piso de paja embarrada. La chica se agachó detrás de uno y sostuvo un montón de tela en su mano, además de una aguja e hilo. Sacó un frasco lleno de algo oscuro y retiró un cúmulo de eso en su puño. Dobló la tela alrededor de la pelusa y tarareó una simple canción —consistía en sólo unas pocas notas— mientras comenzaba a coser. Estaba hipnotizada por sus manos. —¿Qué es eso? —Un regalo. Algo para que juegues, para que nunca te sientas sola. Sentí algo como el miedo. —Quiero jugar contigo. Sonrió, cálida y brillante.

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—Todos podemos jugar juntos. Esto me hizo feliz y me acomodé en el tapete, calmada por la melodía y el ritmo de sus dedos. Pronto, la figura sin forma en sus manos se volvió algo más; encontré una cabeza al principio, luego dos brazos y piernas. Le crecieron ojos y pestañas y una delgada sonrisa negra, luego hileras de puntadas de cabello negro. Entonces la chica mayor hizo un vestido para esta, y lo deslizó sobre su cabeza de peluche. Cuando terminó, me apoyé en la curva de su brazo. —¿Te gusta tu muñeca? —La sostuvo arriba en un rayo de luz. Había una mancha de color rojo en la parte inferior de su brazo, donde ella la sostuvo. Donde la articulación de la muñeca habría estado. No le respondí. —¿Qué es eso rojo? —pregunté en su lugar. —Oh. —Me pasó la muñeca y examinó su dedo—. Me pinché. —Llevó su dedo a su boca y succionó. Estaba asustada por ella. —¿Estás herida? —No, no te preocupes. Sostuve la muñeca cerca. —¿Cómo se llama? —me preguntó suavemente. Estuve en silencio por un momento. Luego dije: —Tú la hiciste. Tú elige. —A ella —me corrigió—. No puedo elegir eso por ti. —¿Por qué? —Porque te pertenece a ti. Allí está el poder en un nombre. Tal vez una vez que la conozcas mejor, ¿serías capaz de decidir?

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Asentí, y la chica mayor se puso de pie, levantándome con ella. Mi estómago hizo un sonido. —Tienes hambre. Asentí. Acarició la coronilla de mi cabeza, alisando mi grueso cabello oscuro. —Todos tenemos hambre —dijo en voz baja—. Puedo agregarle más agua a la sopa. ¿Te gustaría un poco antes de la comida? —Sí. Asintió y me analizó. —¿Eres lo suficientemente fuerte para buscar agua de un pozo? —Soy muy fuerte. —La manivela es muy pesada. —No para mí. —Es un pozo muy profundo… —Puedo hacerlo. —Quería demostrárselo, pero también quería salir. El aire cerrado de la cabaña estaba presionando, y mi piel se sentía tensa. —Entonces te diré el secreto para llegar allá, pero debes prometer no ir más lejos dentro de los arboles. —Lo prometo. —Y si ves a alguien, debes prometer no decirles donde está. —Lo prometo. La chica sonrió, y empujó la muñeca de vuelta a mi mano. —Llévala contigo, donde quiera que vayas.

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Agarré la muñeca con fuerza y la llevé a mi pecho antes de que la chica me mostrara. Sus ojos me siguieron mientras corría dentro de la decadente luz del sol. El olor a carne chamuscada llenaba mis orificios nasales, pero el olor no era desagradable. Una gruesa bruma de humo colgaba en el aire y escocía en mis ojos aún cuando se levantaba sobre los árboles. Seguí el camino que me dijeron. El pozo estaba algo lejos, y casi escondido por gruesos arbustos. Era grande también; tuve que pararme en mis dedos del pie para ver dentro de él. Estaba oscuro. Sin fondo. Tuve una urgencia de lanzar la muñeca dentro. No lo hice. La bajé junto a la usada piedra y mis delgados brazos comenzaron a trabajar la subida del agua cuando escuché una tos. Cerca. Estaba tan sorprendida que solté la manivela. Recogí la muñeca y la sostuve fuertemente mientras me arrastraba al otro lado del pozo. Una mujer mayor se sentaba apoyada contra el tronco de una palmera datilera, sus arrugas eran profundas, doblándose entre ellas. Sus ojos negros estaban desenfocados y acuosos. Estaba débil. Y no estaba sola. Alguien estaba agachado sobre ella, un hombre con ondas de cabello negro y perfecto, hermosa piel. Sostenía un vaso contra los labios de la mujer y agua goteaba por su barbilla. Ella tosió de nuevo, sobresaltándome. Sus ojos de obsidiana revolotearon a los míos, y algo brilló detrás de ellos. Algo que no sabía o entendía. La mujer siguió su mirada y se concentró en mí. Su mirada me pegó al suelo mientras sus ojos se ensanchaban, la blancura mostrándose alrededor de sus irises. El hombre apoyó una mano tranquilizadora en su hombro, luego me volvió a mirar fijamente. Sentí un enrollo de enfermedad en lo profundo de mi vientre y me doblé. Rojo se arremolinaba en los bordes de mi visión. Mi cabeza nadó. Y tragué por aire y lentamente, lentamente me levanté.

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La mujer comenzó a temblar y a susurrar. El hombre —sorprendido, curioso, pero no asustado— inclinó su cabeza a la de ella. Sin darme cuenta, tomé un paso más cerca también. Ella susurró más y más fuerte. Era la misma palabra, sólo una palabra, que repetía una y otra vez. Su delicado brazo se levantó, su dedo me apuntó como una acusación. —Mara —susurró, de nuevo y de nuevo y de nuevo. Y luego comenzó a gritar.

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—M

25 ara —dijo una voz, calentando mi piel. Mis ojos se abrieron, pero los árboles habían desaparecido. La luz del sol había desaparecido. Sólo había oscuridad.

Y Noah, junto a mí, con sus dedos sobre mi mejilla. Una pesadilla. Sólo una pesadilla. Dejé escapar un lento suspiro y luego sonreí, aliviada, hasta que me di cuenta de que no estábamos en la cama. Estábamos de pie junto a la puerta de la habitación de invitados. Yo la había abierto… mi mano descansaba en el pomo. —¿Adónde vas? —preguntó Noah en voz baja. Lo último que recordaba era quedarme dormida a su lado, a pesar de que no debería. Mi casa estaba corrompida, pero en los brazos de Noah, me sentía segura. Pero lo dejé durante la noche. Lo dejé. Había estado sonámbula. Los detalles del sueño colgaban en mi mente, espesos como el humo. Pero no desaparecieron con la conciencia. No sabía a dónde iba en mi sueño ni por qué, pero ahora que estaba despierta, tenía que ver algo antes de que se me olvidara. —A mi habitación —le respondí, con voz clara. Necesitaba ver esa muñeca. Llevé a Noah detrás de mí y me deslicé silenciosamente en mi habitación. Noah me ayudó a desembalar la muñeca de la caja donde la había enterrado, sin hacer

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preguntas. No dije nada mientras la miraba, mi piel se sentía tensa mientras la sostenía. Su sonrisa negra estaba un poco deteriorada: por el desgaste o el lavado, no sabía; y el vestido que llevaba parecía nuevo, pero todavía rígido. Definitivamente, hecho a mano. ¿Por lo demás? Por lo demás era inquietantemente similar a la muñeca en mi sueño. Quizás más que similar. Me acordé de algo entonces.

Había una mancha de color rojo en la parte inferior de su brazo, donde ella la sostuvo. Levanté la manga de la muñeca. «¿Qué es eso rojo?» le había preguntado a la chica mayor. «Oh dijo, y me tendió la muñeca. Examinó su dedo. Me pinché». Mirando la muñeca ahora, vi una oscura mancha marrón rojiza en la parte inferior de su brazo. Donde había estado su mano. Mi carne se sentía muerta donde mi piel se unía a la muñeca. No sabía lo que significaba el sueño, en todo caso, pero no me importaba. Estaba empezando a odiar esta cosa y quería deshacerme de ella. —La voy a tirar —le susurré a Noah. Él pareció confundido. Se lo explicaría por la mañana. No podíamos ser atrapados, y cuanto más hablaba, más nos arriesgábamos. Observó cómo me puse los zapatos, salí a la calle, y tiré la muñeca en la parte superior de las bolsas de basura en el cubo que mi padre había llevado ya a la acera. Se lo llevarían pronto, y entonces no pensaría, ni soñaría o sería torturada por Jude con ella de nuevo.

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Volvimos a la cama de Noah; la muñeca y la pesadilla me inquietaban, y no quería dormir sola. Apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos, arrullada por la sensación de su silenciosa y pacífica respiración bajo mis manos. Cuando me desperté de nuevo, todavía estaba oscuro. Pero Noah seguía a mi lado, y todavía estábamos en la cama. Estaba cansada pero aliviada. —¿Qué hora es? —No lo sé —dijo Noah, pero su voz no estaba cargada de sueño. Me eché hacia atrás para mirarlo. —¿Estabas despierto? Fingió estirarse. —¿Qué? No. Me di la vuelta a un costado y sonreí. —Lo estabas totalmente. Estabas mirándome dormir. —No. Eso sería escalofriante. Y aburrido. Mirarte en la ducha, tal vez... Le di un puñetazo en el brazo, luego me acurruqué más profundamente entre las sábanas. —Por mucho que esté disfrutando de esto —dijo Noah, mientras rodaba por encima de mí, apoyándose en sus brazos—, y créeme, lo estoy —agregó, mirándome a los ojos mientras una sonrisa pícara se formaba en sus labios—, me temo que tengo que irme. Negué con la cabeza. Él asintió. —Todavía está oscuro. —Puse mala cara. —Pesca. Con Joseph. Tienes que volver a tu habitación antes de que se despierte. Suspiré dramáticamente.

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—Lo sé —dijo, su sonrisa cada vez más amplia—. No querría dormir sin mí tampoco. Puse los ojos en blanco y me deslicé de debajo de él. —Ahora lo has arruinado. —Tal y como me propuse —dijo, recostándose contra las almohadas. Sus ojos me siguieron hasta la puerta. Torturados. Abrí la puerta. —¿Mara? —¿Noah? —Ponte ese pijama de nuevo. —Tonto —le dije, sonriendo. Luego me fui. Llegué a mi habitación, pasando por las puertas francesas del pasillo, la noche todavía negra más allá de ellas. Apreté el paso, odiando que me recordaran lo que no podía ver. A quién no podía ver. Sin embargo, ya era casi el amanecer. Jude no se arriesgaría a entrar con la luz del día tan cerca. La idea me tranquilizó y me deslicé en mi cama. Cerré los ojos. No tuve problemas para conciliar el sueño. El problema comenzó cuando me desperté. A eso de las ocho, mi padre llamó a mi puerta para asegurarse de que estaba despierta. Me levanté de la cama y fui hacia mi tocador para recoger la ropa para Horizontes. Pero cuando abrí el cajón de mi ropa interior, la muñeca de mi abuela estaba dentro. Todo lo que podía hacer era no gritar. Me aparté del tocador y me encerré en el cuarto de baño, deslizándome por la pared de azulejos hasta el suelo de baldosas frías. Apreté un puño contra mi boca.

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¿Estaba Jude observándome anoche? ¿Me vio tirarla a la basura y luego la puso de vuelta en mi habitación mientras yo estaba dormida con Noah? Mi carne se puso de gallina y mi piel estaba resbaladiza por el sudor. Pero no podía dejar que mi padre supiera que algo andaba mal. Tenía que vestirme, fingir y actuar como si todo fuera normal. Como si estuviera sana y Jude estuviera muerto y nada de esto estuviera sucediendo. —Levántate —me susurré a mí misma. Permanecí en el suelo durante un segundo más, y luego me levanté. Giré la llave del agua, puse mi mano bajo el chorro de agua y me la llevé a los labios, mirando mi reflejo en el espejo mientras me enderezaba. Me quedé helada. Los contornos de mi rostro parecían extraños. Sutilmente desconocidos. Mis pómulos eran más nítidos, mis labios estaban hinchados como si hubiera estado besando, mis mejillas estaban rojas y mi cabello pegado a la parte trasera de mi cuello como si fuera pasta. Estaba paralizada. El agua se deslizó a través de mis dedos. El sonido del agua golpeando el lavabo de porcelana me trajo de vuelta. Me dolía la garganta. Giré la llave de nuevo, tomé otro puñado de agua y lo bebí con avidez de mi palma. Me enfrió desde dentro hacia fuera. Me miré en el espejo de nuevo. Todavía parecía diferente, pero me sentí un poco mejor. Estaba cansada, asustada, enojada, frustrada y, obviamente, estresada. Tal vez estaba enfermando, también. Tal vez por eso parecía extraña. Rodé mi cuello, estiré los brazos por encima de mi cabeza, y luego volví a beber. Mi piel se erizó, como si estuviera siendo observada. Eché un vistazo a mi tocador. La muñeca estaba todavía dentro. —¿Casi lista? —preguntó papá desde el pasillo. —Sí —le grité de vuelta. Di la espalda al espejo y me puse la ropa. Lancé una última mirada a mi tocador antes de salir de mi habitación. La muñeca tenía que irse.

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—B

26

uenos días —dijo mi padre cuando finalmente aparecí en la cocina.

—Buenos días. —Tomé dos barras de granola y una botella de agua de la despensa, tragando la mitad de ella mientras papá terminaba su café. Nos dirigimos juntos hacia el auto. Bajó las ventanas una vez que estuvimos dentro. Estaba extraordinariamente hermoso afuera: todo azul y sin nubes, no había calor en absoluto, pero el interior de mi piel quemaba, de todos modos. —¿Cómo te sientes, nena? Le lancé una mirada. —¿Por qué? —Pareces un poco cansada. —Gracias... —Oh, ya sabes lo que quiero decir. Oye, ¿sabes qué película alquilé? —Um... ¿no? Hizo una pausa significativa. —Liberen a Willy —dijo con una sonrisa gigante. —Está bien... —Te encantaba esa película; solíamos verla todo el tiempo, ¿recuerdas?

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Cuando tenía seis años. —Y a Joseph le gustan las orcas ahora, así que pensé que podríamos verla juntos, como una familia —dijo. Luego agregó—: Apuesto que a Noah le gustaría. No pude evitar sonreír. Estaba claramente haciendo un esfuerzo. —Está bien, papá. —Es alentador. —Está bien, papá. —Transformacional… —Está bien, papá. Él sonrió y encendió la estación de rock clásico y los dos nos sentamos en silencio. Pero estar de vuelta en su auto una vez más, me encontré a mí misma reflexivamente mirando hacia atrás en el espejo lateral. Estaba buscando la camioneta, me di cuenta. Estaba buscando a Jude. Me pasé todo el viaje a Horizontes preocupada por si lo vería detrás de nosotros, pero no lo hice. Papá me dejó y fui muy bien recibida por Brooke, quien me presentó al terapeuta de arte con el que estaría trabajando un par de días a la semana. Me hizo dibujar una casa, un árbol, y mi familia; una especie de prueba, sin duda, y una vez que lo hice para su satisfacción, llegó el momento del Trabajo de Grupo. La mitad de los estudiantes tenían que compartir sus temores. Estuve muy contenta de estar en la otra mitad. Phoebe se mantuvo distanciada de mí ese día, y Jamie me hizo reír como siempre lo hacía. Las horas pasaron remarcablemente rápido pero me encontré mirando a escondidas afuera en cada oportunidad que tenía, esperando que la camioneta blanca apareciera en el estacionamiento. Nunca lo hizo.

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Cuando mi padre y yo llegamos a la casa por la tarde, el auto de mamá ya estaba en el camino de entrada. Más importante aún, también el de Noah. Sentí una ráfaga de alivio. Tenía que contarle lo de la muñeca en mi habitación esta mañana, acerca de Jude en mi habitación anoche mientras dormíamos. Casi me arrojo del auto mientras estaba aún en movimiento. —Dile a tu mamá que voy a trabajar en su lista —dijo papá, rodando los ojos—. Voy a estar de vuelta pronto. Asentí y cerré la puerta. No arrancó hasta que estuve dentro de la casa. El sonido de una ametralladora entró en erupción desde nuestra sala de estar, y al entrar encontré a Noah y Joseph encorvados en el suelo con los controles en sus manos, y sus ojos pegados a la televisión. Nuestra conversación tendría que esperar. —¿Cómo estuvo la pesca? —pregunté, con voz casual, que no se ajustaba a mi estado de ánimo. Caminé a través del arco a la cocina y abrí el refrigerador. Tenía hambre, pero no vi nada apetecible. —De hecho, no fuimos a pescar —respondió Noah, todavía entrecerrando los ojos a la pantalla. —¿Qué? ¿Por qué? Joseph se balanceó hacia delante, agarrando su control ferozmente. Él no dijo nada. —Joseph no quería matar a los peces, a pesar de que parece no tener problema asesinándome… bastardo. Algo explotó ruidosamente y mi hermano dejó caer el control, levantando ambas manos en el aire. —El campeón está invicto. —Dirigió una sonrisita desagradable a Noah. —Bien por ti —le dije. Noah me lanzó una mirada.

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—¿Dónde está la lealtad? —Me refiero a los peces, aunque también por el juego. —Choqué los cinco con mi hermano y luego le dirigí una sonrisita desagradable—. La sangre es primero que los chicos. —Ambos son malvados. —Voy a ser vegetariano —me dijo Joseph. —Mamá va a pensar que fue por mi culpa. —Yo no había comido carne desde el show de cumpleaños de Santería; cada vez que la miraba, sentía el sabor de la sangre en mi boca. Me dejé caer en el sofá. —Entonces, ¿qué hicieron si no pescaron? —Salimos en el barco y observamos a los delfines —dijo Joseph. —Estoy celosa. ¿Vieron alguno? Noah asintió. —Una banda pequeña. Tuvimos que ir bastante lejos. —El barco era tan genial —dijo Joseph—. Puedes venir con nosotros la próxima vez. Sonreí. —Eso es muy generoso de tu parte. —Bueno —dijo Noah, poniéndose de pie y estirándose. Sus dedos buscando el techo—. No sé tú, pero después de dejar a tu hermano vencerme, me muero de hambre. Joseph disparó su mirada a Noah. —Mentiroso. —Demuéstralo —replicó Noah.

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—Puedo demostrarlo. —Está bien —dije—, esta rivalidad está un poco intensa. Sí, Noah, tengo hambre. —Entonces, si me perdonas, enemigo —dijo a Joseph—. Haremos la revancha otro día. —Aun así vas a perder. La esquina de la boca de Noah se levantó mientras se dirigía a la cocina. Me reuní con él y lo vi hurgar en el refrigerador. —¿Te apetece un... pepino? —dijo, sosteniendo uno. —No eres muy bueno en esto. —Bien, entonces. Comida para llevar será. Miré hacia atrás, hacia el pasillo. —¿Dónde está mi madre? Noah negó con la cabeza. —Una de sus amigas la recogió para tomar un café, eso creo. —¿Daniel? —Salió con Sophie. Soy responsable por el bienestar de todos, hasta que vuelva. —Dios nos ayude —le dije con una sonrisa, pero me alegré. Bajé la voz—. Así que anoche… —¡Pizza! —gritó Joseph. —¿Tenemos que hacerlo? —gritó Noah en respuesta. Se volvió para mirarme—. ¿Qué quieres? —No pizza —estuve de acuerdo—. Me siento un poco asquerosa. —Asquerosa. En efecto. ¿Puedes pensar en cualquier otro alimento en particular que te haría sentir menos asquerosa?

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Me encogí de hombros. —¿No lo sé… sopa? —¿Sopa de guisante, tal vez? —Te odio. —Pero lo pones tan fácil. ¿Comida china? Negué con la cabeza y miré por la ventana. Realmente no me importaba. Sólo quería hablar. —No te preocupes, estás haciendo esto muy difícil. ¡Joseph! —llamó Noah. —¿Qué? —¿Dónde están Daniel y Sophie? —¡Avigdor! —gritó mi hermano. Noah me miró con las cejas levantadas. —Me parece bien —le dije. —¿Qué tipo de alimento es? —preguntó Noah. —¡Israelí! —¿Tienen sopa? —¡Sushi también! —gritó Joseph. —¡Basta de gritar! —grité, y luego me dejé caer en una silla de la cocina. Puse mi cabeza entre mis manos mientras Noah ordenaba y mandaba un mensaje a Daniel para que trajera la comida a casa con él. Con el tiempo, Joseph abandonó el videojuego y fue a su habitación. Dejándonos solos. Abrí la boca para hablar, pero Noah me interrumpió antes de que pudiera. —¿Qué hiciste en tu lugar hoy?

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—Compartimos nuestros miedos. Escucha, anoche… —Eso suena apropiadamente infernal. —No tuve que hablar, nos dividieron en dos grupos. Mi turno es mañana… —Daniel está ansioso por verlo —dijo Noah, interrumpiéndome de nuevo—. ¿Dijo que irías a una cosa de terapia familiar en unos días? Debe ser una delicia. —Sí —dije—. Quiero decir, no. Noah… ¿te quedarás esta noche? —De hecho, he arreglado para que nos reúnanos con tu nuevo protector. ¿Por qué? —Iba a sugerir que durmieras en mi habitación, en esta ocasión. Noah me lanzó una mirada astuta. —No es que esté necesariamente oponiéndome, pero ¿por qué? Las palabras: “Jude estuvo en mi habitación” se congelaron en mi lengua. Cuando por fin hablé, mi voz sonó diferente. Aterrorizada. Lo odiaba. Odiaba que tuviera miedo de él. Y odiaba la forma en que Noah se tensaba cuando lo veía. Así que tragué saliva. Luego hice salir mi voz. —Me dejó un regalito en el cajón de mi ropa interior —dije casualmente, trabajando duro para fingir indiferencia. Los ojos de Noah nunca dejaron los míos, pero su cuerpo se relajó ligeramente. —¿Me atrevo a preguntar? —La muñeca —le expliqué—. Él me debe haberme visto tirándola a la basura. —Mara… Negué con la cabeza. —Probablemente estaba viéndonos de manera espeluznantemente desde unos arbustos o algo así.

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—Mara —dijo Noah más fuerte. —Las cercas del vecino son muy altas —continué—. ¿Qué pasa con él? —Mara. —¿Qué? —No fue Jude —dijo Noah en voz baja. —¿Qué no fue Jude? —La muñeca en tu dormitorio. Él no la puso ahí. Parpadeé, no lo entendía. —Entonces, ¿quién lo hizo? Se sintió como una eternidad antes de que Noah finalmente hablara. —Tú.

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—¿D

27 e qué estás hablando? —Mi voz sonó acallada. Temblorosa—. La tiré. Noah asintió.

—Y más tarde te despertaste y saliste de la cama. Sin decir nada, así que supuse que te fuiste a tomar un trago o algo así, pero teniendo en cuenta los acontecimientos recientes, cuando no regresaste, te seguí. Saliste por la puerta trasera. Dedos invisibles se apretaron alrededor de mi garganta. —¿Por qué no me despertaste? —Pensé que estabas despierta —dijo Noah, su voz moderada y uniforme—. Te pregunté qué estabas haciendo y tú dijiste que cometiste un error… que tiraste algo que querías conservar. Parecías completamente determinada; caminaste hacia fuera y te vi tomar la muñeca de la basura y llevarla adentro. Fuiste a tu habitación y entonces casi regresaste a la cama cuando te sugerí que lavaras tus manos primero. Te echaste a reír, lo hiciste, luego regresaste a la cama y pronto te quedaste dormida. ¿No recuerdas nada de esto? Negué con la cabeza porque no estaba segura que pudiera hablar. Nada como esto me había pasado antes; tenía pesadillas, seguro, y me desmayé antes, sí. Pero esto era nuevo. Diferente. Igual que mi reflejo en el espejo. Tragué con fuerza.

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—¿Me veo diferente para ti? La frente de Noah se plegó. —¿Qué quieres decir? —Esta mañana, después… después de que encontré la muñeca en mi cajón —dije. No dije después de haberla puesto ahí—. Me miré en el espejo y sentí como… como que me veo diferente. —Eché un vistazo a Noah, preguntándome si él lo veía, pero se limitó a negar con la cabeza—. Mira otra vez. Noah tomó mi rostro entre sus manos y luego me acercó. Tan cerca que pude ver las manchas azul marino, verde y doradas en sus ojos mientras estudiaba los míos. Su mirada era penetrante. Perforante. —¿Y? —pregunté en voz baja. Noah no dijo nada. Porque tenía razón. —Tengo razón, ¿cierto? Sus ojos se estrecharon hasta que todo lo que pude ver eran rendijas de azul. —No te ves diferente —dijo Noah—. Simplemente... —Simplemente diferente. —Me aparté. Estaba frustrada. Ansiosa. Miré en dirección a mi habitación, en dirección a la muñeca—. Algo me está pasando, Noah. Estuvo angustiosamente callado. Noah sabía que me veía diferente. Sólo se negaba a decirlo. No sabía por qué y en ese momento, no me importaba. Había una cosa en mi mente y sólo una cosa. Me puse de pie. —¿Dónde están tus llaves? —¿Por qué? —preguntó, alargando la palabra. —Porque quiero quemar esa muñeca.

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Mis padres se desconcertarían si me vieran encender un fuego en nuestro patio trasero y quemar una muñeca que he tenido desde que era un bebé, así que necesitábamos un lugar más para hacerlo. —Tienes una chimenea, ¿verdad? —pregunté mientras me dirigía hacia la puerta principal. —Varias, pero no podemos salir. Cerré los ojos. —Joseph. —Maldición. —Y tú. Si no estamos aquí cuando tus padres regresen... estoy seguro de que no necesito recordarte tu reciente estadía en la sala de psiquiatría. Como si pudiera olvidarlo. Noah se pasó una mano por la mandíbula. —Ellos confían en mí aquí, con Joseph, por una hora, tal vez. Pero no puedo llevarte fuera a solas. —Así que estoy atrapada aquí indefinidamente. —A menos que... —¿A menos qué? —A menos que los lleváramos con nosotros. Me quedé mirando a Noah, esperando por lo último del chiste. Eso era todo, aparentemente. —No puedes estar hablando en serio. —¿Por qué no? Con una invitación a la residencia Shaw, recorrerías un largo camino con tu madre. Está desesperada por conocer a mi familia… Ruth puede distraerla mientras nosotros encendemos una fogata y cantamos.

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—No es gracioso. Una media sonrisa apareció en los labios de Noah. —Sí lo es —dijo—. Un poco —añadió, cuando mis ojos se estrecharon hasta convertirse en rendijas—. Pero si prefieres que ellas no se conozcan, podría quemar la muñeca por ti… —No. —Negué con mi cabeza. Noah no lo entendía, y ni siquiera le importaba. Estaba dispuesto a todo, como siempre. Pero yo necesitaba ver con mis propios ojos que ya no estuviera—. Quiero estar ahí. —Entonces es la única manera —dijo Noah con un encogimiento de hombros. —¿No estás preocupado por perder la tarjeta de simpatía? —¿Perdón? —Si tus padres encantan a mis padres, podrías no ser bienvenido aquí como mucho. Una expresión inescrutable cruzó el rostro de Noah. —Tu madre es inteligente —dijo, su voz baja—. Verá las cosas por lo que son. —Se puso de pie y sacó el celular del bolsillo trasero de sus jeans—. Haré que Ruth la invite en la mañana. Para un té de damas. —¿Tu papá no estará allí? Noah arqueó una ceja. —Muy improbable. Y si lo está, me aseguraré de que reprogramemos. —Pero yo quiero conocerlo. —Me gustaría que no lo hicieras —dijo mientras se desplazaba a través de su iPhone. —¿Por qué? ¿Estás avergonzado? Había un toque amargo en la sonrisa de Noah, y respondió sin levantar la vista hacia mí.

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—Por supuesto. Empecé a sentirme un poco incómoda. —¿Por mí? —Por él. —¿Así de malo? —No tienes ni idea.

Cuando mi madre llegó a casa, Noah me instruyó a preguntarle si podía ir a dar un paseo con él. Permanecí nerviosa bajo su mirada mientras me consideraba. —Regresen en media hora —dijo finalmente. Sonreí abiertamente, sorprendida. —Está bien. —Y no dejen la cuadra. —Está bien. Mi madre me dio su celular. —Estoy confiando en ti —dijo tranquilamente. Asentí, luego Noah y yo salimos. Él trotando con gracia por delante; su zancada era tan larga, que casi tuve que correr para mantener el ritmo. —Entonces ¿adónde vamos realmente? —A dar un paseo —insistió, mirando al frente. —Sí, capté eso. ¿Adónde? Noah señaló a lo lejos de la calle en un auto negro estacionado debajo de un enorme roble vivo.

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—Hay alguien que quiero que conozcas. Cuando nos acercamos, un hombre de aspecto promedio salió del asiento del conductor del auto. Esbozó una suave sonrisa hacia nosotros. —John —dijo Noah con un movimiento de cabeza—. Me gustaría presentarte a tu asignación. John tendió su mano. —Mara Dyer —me dijo, mientras yo la sacudía—, encantado de conocerte. Noah me miró. —John ha estado trabajando con una empresa de seguridad tan segura que no tiene un nombre por… ¿cuánto tiempo, una vez más, John? —Desde antes de que fueras un concepto —dijo el hombre, sin dejar de sonreír. Su respuesta me sorprendió: no parecía tan mayor. Y no era alto, fornido o similar a un guardaespaldas en forma alguna. Todo acerca de él era común y corriente, desde su ropa nada memorable hasta su rostro fácil de olvidar. —Él estará cambiando turnos con su pareja. Entre ellos, han protegido a cuatro presidentes, siete miembros de la Familia Real, y nueve príncipes sauditas. —Y ahora a ti —dijo John. Noah deslizó una mano alrededor de mi cintura y levantó la otra a mi cuello, mi mejilla, inclinando mi mentón con su pulgar. Su voz fue suave cuando habló. —No dejarán que te pase nada —dijo.

No dejaré que te pase nada, quiso decir. Y podría haber estado en lo cierto, si de Jude fuera todo lo que tuviera que preocuparme. Pero nadie podía protegerme de mí misma.

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N

28

oah ofreció encontrar una excusa para quedarse esa noche pero tenía mis dudas de abusar de la benevolencia de mis padres. Él no podía quedarse todas las noches, obviamente, pero más importante aún, yo necesitaba saber que estaría bien por mi cuenta.

Y esa noche, lo estuve. Me metí en la cama y me quedé allí hasta la mañana. Nada estaba fuera de lugar cuando desperté. La normalidad levantó mi ánimo; Noah se había llevado la muñeca de mi abuela con él antes de irse y hoy más tarde se habría ido para siempre. John estaba cuidando mi casa. Noah confiaba en John y yo confiaba en Noah, y a pesar de que odiaba admitirlo, esa mañana fue la primera vez sin él que en realidad me sentí a salvo. Comprobé por Jude sólo una vez en el camino a Horizontes, y estuve inusualmente alegre mientras los consejeros me ponían a prueba. El día pasó en un borrón de dicha casi mundana, considerando que mi situación no era remotamente mundana, y en realidad fui capaz de preocuparme por algo relativamente normal por una vez. Es decir: mi madre y la madrastra de Noah tomando el té. Él había tenido razón sobre la invitación; mamá realmente no podía esperar para conocer a Ruth. En el camino a la casa de Noah esa tarde, sus padres eran todo sobre lo que ella podía hablar. No escapó a mi atención que ella estaba más apurada y arreglada de lo habitual. Casi me hizo sentir culpable por usarla como una diversión. Casi. Mi madre se quedó en silencio justo cuando tuve ese pensamiento. Giré para ver qué justificaba el silencio, y no me sorprendió encontrar que habíamos entrado al vecindario de Noah.

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Los ojos de mi madre recorrieron cada mansión que pasábamos, una completamente distinta de la siguiente. Cuando llegamos a la puerta de hierro desplazable que anunciaba la entrada a la casa de Noah, le dije que condujera hasta ella. Una pequeña cámara giró en nuestra dirección. Mi madre me lanzó una mirada. —¿Ésta es la casa de Noah? —No era bastante visible detrás de los árboles, no hasta que la alta puerta se abrió y condujimos a través de ella. —Vaya —dijo en voz baja. Era la palabra correcta. El exuberante césped estaba bordeado por estatuas blancas y anclado por una enorme fuente en el centro: un dios griego abrazando a una chica quien parecía convertirse en un árbol. Diminutos setos bajos brotaban en senderos, formando intrincados diseños contra la hierba. Y luego allí estaba la casa. Grande e imponente, arquitecturalmente hermosa y grandiosa. Mi madre estaba extasiada, pero no la veía completamente de la forma que ella lo hacía, no ahora que sabía lo mucho que Noah no podía soportarlo. Llegamos al rellano donde Albert, el mayordomo de los Shaw o valet o como sea que fuera llamado, nos saludó con una sonrisa remilgada que coincidía con su remilgado traje. Medio esperaba que Noah estuviera esperando en la puerta por nosotras pero he aquí, era la misma Ruth. —Dra. Shaw —dijo mi madre, sonriendo ampliamente. La madrastra de Noah negó con su cabeza. —Por favor, llámame Ruth. Es un placer conocerte —dijo efusivamente. Ruth alisó el vestido de lino que cubría su pequeña figura y nos hizo pasar mientras mi madre le aseguraba que no, el placer era todo suyo. No más formalidades fueron intercambiadas, sin embargo, debido a que al segundo que mis pies con tenis tocaron el suelo estampado de mármol, fui atacada por Ruby, la fiera pug de los Shaw. Quien aparentemente era feroz sólo conmigo. La gruñona salchicha peluda ignoró a mi madre completamente, pero incluso después de que Noah se abalanzó y la levantó en sus brazos, ella continuó gruñéndome.

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—Chica mala —dijo Noah con cariño. La besó en la cabeza mientras ella enseñaba sus dientes diminutos y torcidos. Me alejé a una distancia saludable. —¿Dónde está Mabel? —pregunté. Sería bueno volver a verla, toda feliz, sana y segura. —Ocupada —dijo él a la ligera. Ocultándose, quiso decir. Ocultándose de mí. Mi madre no pareció notar nada extraño, sin embargo, ni siquiera cuando el perro se esforzaba por llegar a mi yugular; la madrastra de Noah y su casa tenían su completa e indivisible atención. —He oído mucho de ti —le dijo a Ruth mientras pasábamos debajo de una lámpara de araña gigante goteando con cristales. Ruth levantó una ceja. —¿Sólo buenas cosas, espero? —Ajustó un jarrón lleno de rebosantes rosas blancas en una mesa de piedra que probablemente pesaba más de quinientos kilos—. No importa —dijo maliciosamente—. No respondas eso. Mamá se rió. —Por supuesto —mintió, tan fácilmente como yo solía hacer. Impresionante—. Realmente es un placer finalmente ser capaz de conocer a la familia de Noah. Nos encanta tenerlo alrededor. ¿Está su esposo aquí? —preguntó inocentemente. Sabiendo muy bien que no estaba. La sonrisa de Ruth no vaciló, pero negó con la cabeza. —Me temo que David está en Nueva York en el momento. —Tal vez en otro momento, entonces. —A él le encantaría —dijo Ruth. Mentía tan bien como Noah. Noah se inclinó y dijo:

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—Sabes, esto rápidamente se está volviendo tan doloroso como indicaste que sería. —Te lo dije. —Bien, entonces —dijo Noah en voz alta—. Estoy seguro de que ustedes, damas, tienen mucho que discutir y preferirían hacerlo en privado, ¿cierto? Ruth miró a mi madre por una señal. Mamá ondeó su mano hacia nosotros. —Adelante. Noah le entregó el perro retorciéndose a Ruth. —Te daré el recorrido —dijo ella, y alejó a mi madre.

No tenía idea de cuánto tiempo el recorrido, su conversación o esta reunión duraría, así que insté a Noah por la escalera ancha y curvada, y corrí detrás de él a su habitación, sin tomar tiempo para disfrutar de la vista. Sin embargo, una vez que llegamos no pude evitar mirar. A su cama moderna baja y simple, una isla en el medio de un ordenado mar de libros. A sus ventanas del piso al techo que salpicaban de luz ámbar en las estanterías que se alineaban en su habitación. Se sentía como una eternidad desde la última vez que estuve aquí, y me lo perdí. —¿Qué? —preguntó Noah, cuando notó que no me había movido. Entré. —Ojalá pudiera vivir aquí —dije. Ojalá pudiera quedarme. —No, no lo haces. —Bien —dije, mis ojos atraídos por todos los lomos de los libros—. Desearía tener tu habitación. —No es un premio de consolación terrible, lo admitiré.

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—Desearía que pudiéramos hacerlo en tu cama. Noah suspiró. —Al igual que yo, pero me temo que tenemos un ritual de quema que realizar. —Siempre hay algo. —¿No lo hay entonces? Noah recuperó la muñeca de su escritorio en la alcoba, y finalmente arranqué mis ojos de los libros, lista para poner este espectáculo en el camino. Noah me llevó a una de las, probablemente, una docena de salas de estar sin usar; las paredes eran de color verde menta y salpicadas con adornos de apliques de bronce; había algunos muebles, pero todos estaban cubiertos con sábanas. Noah me entregó la muñeca y empezó a buscar en la habitación. Inmediatamente la coloqué en el brazo de lo que parecía ser una silla. No quería tocarla. —¿Qué estás haciendo? —le pregunté. —Me estoy preparando para iniciar un fuego. —Estaba abriendo y cerrando cajones. —¿No sigues fumando? —No alrededor de tus padres —dijo Noah, hurgando aún—. Pero sí. —¿No tienes fósforos contigo? —Un encendedor, por lo general. —Entonces Noah levantó la vista, medio en cuclillas—. Mi padre tenía las chimeneas recableadas para el gas. Estoy buscando el control remoto. La declaración hizo añicos mi fantasía de echar un fósforo en la ordinaria muñeca y verla arder. Hasta que me acerqué a la chimenea, es decir. Los troncos se veían extremadamente reales. —Um, ¿Noah? —¿Qué?

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—¿Estás seguro de que es de gas? Se acercó a la chimenea y luego retiró la pantalla. —Aparentemente no. Mierda. —¿Qué? —Ellos podrían oler un fuego real hasta allí abajo. No lo sé. No me importaba. Quería terminar con esto. —Pensaremos en algo. —Levanté la muñeca de la silla con dos dedos, pellizcando su muñeca. La tendí delante de mí—. Enciéndela. Noah lo consideró por un momento, pero sacudió su cabeza y giró para irse. —Espera aquí. Dejé caer la muñeca en el suelo. Por suerte, no tuve que esperar mucho tiempo; Noah volvió en breve con líquido para encendedor y fósforos de cocina en un brazo. Se acercó a la chimenea y encendió un fósforo. El olor a azufre lleno el aire. —Adelante —dijo, una vez que prendió el fuego. Hora del espectáculo. Levanté la muñeca del suelo y la arrojé a las llamas, llenándome de alivio mientras la consumían. Pero entonces el aire se llenó de un olor amargo y familiar. Noah hizo una mueca. —¿Qué es eso? —Huele como… —Me tomó unos segundos para finalmente identificarlo—. Como cabello quemado —dije finalmente. Los dos permanecimos en silencio después de eso. Vimos el fuego y esperamos hasta que los brazos de la muñeca se fundieron en nada, la cabeza ennegreció y se desprendió. Pero entonces noté algo curvado entre las llamas. Algo que no parecía tela. —Noah…

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—Lo veo. —Su voz era resignada. Di un paso más cerca. —¿Eso es…? —Es papel —dijo Noah, confirmando mi miedo. Maldije. —¡Tenemos que sacarlo! Noah se encogió de hombros con languidez. —Habrá desaparecido para el momento en que traiga el agua. —¡Ve de todos modos! Jesús. Noah giró sobre sus talones y se fue mientras yo me ponía en cuclillas cerca de la chimenea, tratando de ver más claramente. El papel dentro de la muñeca aún estaba ardiendo. Me incliné aún más cerca; el calor encendió mi piel, trayéndole color a mis mejillas mientras me movía más cerca… —Muévete —dijo Noah. Me aparté y Noah apagó las llamas. Vapor se elevó y siseó de los troncos. Inmediatamente llegué hacia las brasas agonizantes, esperanzada de que tal vez alguna parte del papel escapara ileso, pero Noah puso una mano firme en mi cintura. —Cuidado —dijo, atrayéndome hacia atrás. —Pero… —Lo que sea que fuera —dijo firmemente—, se ha ido ahora. Me picaba de arrepentimiento. ¿Y si era algo importante? ¿Algo de mi abuela? ¿Y si tenía algo que ver conmigo?

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Cerré mis ojos y traté de dejar de castigarme. No había nada que pudiera hacer sobre el papel ahora, pero al menos la muñeca se había ido. No tendría que mirarla más, y Jude ya no sería capaz de asustarme con ella. Eso era algo que valía la pena. Eso valía mucho. Finalmente, el fuego se apagó y me cerní sobre él, convencida de que no quedó nada. Pero entonces algo llamó mi atención. Algo plateado en la ceniza. Miré más de cerca. —¿Qué es eso? Noah lo notó, también. Se inclinó hacia abajo para mirarlo conmigo. —¿Un botón? Negué con la cabeza. —No habían botones. —Me estiré por la cosa, lo que sea que fuera, pero Noah retiró mi muñeca y negó con su cabeza. —Todavía está caliente —dijo. Pero luego Noah se agachó y llegó el mismo a las cenizas. Me moví para detenerlo. —¿Pensé que todavía estaba caliente? Echó un vistazo por encima de su hombro. —¿Lo has olvidado? ¿Que él podía sanar? No. Pero… —¿No te duele? Un encogimiento de hombros indiferente fue mi única respuesta mientras Noah metía su mano en el fuego apagado. No se inmutó mientras tamizaba a través de las cenizas.

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Noah cuidadosamente extrajo la cosa brillante. La puso en su palma abierta, sacudió el hollín y se levantó. Era de una pulgada de largo, no más grande. Una línea delgada de plata… la mitad de ella martillada en la forma de una pluma, la otra mitad una daga. Era interesante y hermoso, al igual que el chico que siempre lo llevaba. Noah estaba imposiblemente quieto mientras bajaba el cuello de su camiseta. Miré el talismán alrededor de su cuello, el que nunca se quitaba, y luego miré de vuelta al talismán en su mano. Eran exactamente iguales.

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¿Q

29 ué demonios estaba pasando? —Noah —dije, mi voz tranquila. Él no respondió. Seguía mirando fijamente.

Necesitaba sentarme. No me molesté con muebles. El suelo estaría muy bien. Noah no se había movido. —Noah —dije de nuevo. No hubo respuesta. Nada.

—Noah. Finalmente me miró. —¿De dónde vino tu colgante? —le pregunté. Su voz fue baja y fría. —Me lo encontré. En las cosas de mi madre. —¿Ruth? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta. Noah negó con la cabeza, justo como esperaba que hiciera. Sus ojos se clavaron en el colgante de nuevo. —Fue justo después de que nos mudamos aquí. Había reclamado la biblioteca como mi habitación y había sacado mi guitarra cuando... no sé. —Se pasó una mano por la mandíbula—. Fui hasta abajo sintiendo como si tuviera que desempacar, a pesar de que tenía jet-lag, estaba agotado y tenía previsto dormir

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durante una semana. Pero me dirigí directamente a esta caja; dentro había un pequeño cofre lleno de la joyería de mi madre… Naomi. Empecé a poner la plata a un lado por ninguna razón aparente y luego puse el cofre aparte. Debajo del cajón que contenía los cuchillos, allí estaba —dijo, señalando con la cabeza al talismán—. Empecé a usarlo ese día. Noah se inclinó, para entregarme el talismán, creí, pero en su lugar me levantó del suelo y hacia el sofá cubierto con una sábana a su lado. Me entregó el colgante. Mis dedos se cerraron alrededor de éste, justo cuando Noah preguntó: —¿De dónde sacaste esa muñeca? —Era de mi abuela —le dije, mirando mi puño cerrado. —Pero, ¿de dónde vino? —Yo no… Estaba a punto de decir que no lo sabía, pero entonces recordé los bordes borrosos de un sueño. Voces bajas. Una choza oscura. Una chica amable, cosiéndome una amiga. Tal vez lo sabía. Tal vez observé mientras la hacían. Por imposible que lo fuera, le dije a Noah lo que recordaba. Escuchó con atención, entrecerrando los ojos mientras hablaba. —Sin embargo, nunca había visto el talismán —dije cuando terminé—. La niña nunca lo puso en su interior. —Podría haber sido cosido dentro después —dijo él, su voz plana. Con lo que sea que era ese papel también. —¿Crees que… crees que realmente pasó? —pregunté—. ¿Crees que el sueño podría ser real? Noah no dijo nada. —Pero si fue real, si eso realmente sucedió... —Mi voz se apagó, pero Noah terminó la frase.

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—Entonces no fue un sueño —dijo para sí—. Fue un recuerdo. Los dos estuvimos callados mientras yo trataba de procesar la idea. No tenía ningún sentido. Para recordar algo, tienes que experimentarlo. —Apenas he dejado los suburbios —dije—. Nunca he visto selvas ni aldeas. ¿Cómo podría recordar algo que nunca he visto? Noah miró fijamente a la nada y se pasó la mano lentamente por su cabello. Su voz fue muy tranquila. —Memoria genética.

Genética. Mi mente evocó la voz de mi madre.

«No eres tú. Podría ser químico, de comportamiento o incluso genético…» «Pero, ¿quién en nuestra familia ha tenido algún tipo de…?» «Mi madre» había dicho. «Tu abuela». Eso fue justo antes de que se refiriera a los síntomas de mi abuela. Los síntomas de mi abuela. La muñeca de mi abuela. ¿Los recuerdos de mi abuela? —No —dijo Noah, sacudiendo la cabeza—. Es una tontería. —¿Lo es? Noah cerró los ojos, y habló como si fuera de memoria. —La idea de que algunas experiencias pueden ser almacenadas en nuestro ADN y transmitidas a las generaciones futuras —dijo—. Algunas personas piensan que explica la teoría de Jung sobre el inconsciente colectivo. —Abrió los ojos y levantó la comisura de su boca—. Soy parcial a Freud, debo decir. —¿Por qué sabes de esto?

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—Lo leí. —¿Dónde? —En un libro. —¿Qué libro? —pregunté rápidamente. Noah tomó mi mano y nos dirigimos a su habitación. Una vez dentro, recorrió sus estantes. —No lo veo —dijo al final, con los ojos aún en las estanterías que cubrían la longitud de su habitación. —¿Cómo se llama? —Nuevas Teorías de la Genética. —Sacó a medias un libro grueso, y luego lo recolocó—. Por Armin Lenaurd. Me incorporé en la búsqueda. —No alfabetizas —le dije mientras mi mirada viajaba sobre los lomos. —Exacto. No había orden para cualquiera de los títulos, al menos ninguno que pudiera discernir. —¿Cómo puedes encontrar algo? —Sólo recuerdo. —Sólo… recuerdas. —Había miles de libros. ¿Cómo? —Tengo buena memoria. Incliné mi cabeza. —¿Fotográfica? Se encogió de hombros. Así que por eso nunca tomaba notas en la escuela.

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Los dos continuamos buscando. Transcurrieron cinco minutos, luego diez, y luego Noah se rindió y se dejó caer en su cama impecablemente acomodada. Levantó la guitarra de su estuche y comenzó a tocar los acordes sin rumbo. Me quedé mirando. No esperaba que el libro tuviera todas las respuestas, o alguna, la verdad, pero quería saber más acerca de esto y estaba levemente molesta de que a Noah no pareciera importarle. Pero justo cuando mi espalda comenzó a doler de estar en cuclillas leyendo los títulos en el estante más inferior, lo encontré. —Lo tengo —susurré. Incliné el volumen con mi dedo y lo saqué por completo; el libro era sorprendentemente pesado, con letras de oro desvanecidas en la portada encuadernada en tela y lomo. Noah frunció el ceño. —Es extraño —dijo él, mirándome levantarme—. No recuerdo haberlo puesto ahí. Llevé el libro hasta su cama y me senté a su lado. —¿No es exactamente lectura ligera? —Los mendigos no pueden elegir. —¿Qué significa? —Fue todo lo que tuve en el vuelo de regreso de Londres a Estados Unidos. —¿Cuándo fue eso? —En las vacaciones de invierno. Volvimos a Inglaterra para ver a mis abuelos… los padres de mi padre —aclaró—. Accidentalmente dejé el libro que estaba leyendo con mi equipaje, y esto estaba en la valija del asiento delante de mí. El libro ya se estaba haciendo pesado en mi regazo. —No parece que encajaría. —Primera clase. —Por supuesto. —Mi padre compró el avión.

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Hice una mueca. —Aceptaría por completo e imitaría tu desdén, pero tengo que decir, de toda la basura inútil en la que gasta el maldito dinero, esa es de la que no estoy para nada arrepentido. No hay filas. No hay seguridad miserable. No hay prisa. Eso en realidad parecía valer la pena. —No tienes que quitarte los zapatos o la chaqueta o… —O ser manoseado por una entusiasta agente de la TSA16. Ni siquiera tienes que mostrar una identificación.... mi padre emplea el piloto y la tripulación. Literalmente, sólo nos presentamos en el aeropuerto privado y entramos. Es extraordinario. —Suena que lo es —murmuré, y abrí el libro. —Voy a tener que llevarte a alguna parte, en algún momento. Oí una sonrisa en su voz, pero lo único que hizo fue frustrarme. —Ni siquiera me dejan venir a tu casa sin supervisión de un adulto. —Paciencia, Saltamontes. Suspiré. —Es fácil para ti decirlo. —Empecé a pasar las páginas, pero mis ojos seguían aterrizando en el argot—. ¿Qué más piensa el Sr. Lenaurd? —No me molesté en leer toda la cosa; era absolutamente aburrido. Lo que dijiste simplemente me recordó a esto… el autor considera que algunas de las experiencias que nunca hemos tenido pueden ser transmitidas genéticamente. Parpadeé lentamente como si una llave encajara en su lugar. —Superman —dije para mí. —¿Cómo dices? 16

TSA: Siglas en ingles de “Transportation Security Administration” o Agencia de Seguridad de Transporte.

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Levanté la vista de las páginas hacia Noah. —Cuando Daniel estaba tratando de ayudarme con el ensayo falso de Horizontes, me preguntó si la cosa que tiene mi personaje falso, lo que yo tengo, fue adquirido o si existió desde el momento en que ella, yo, nació. El Hombre Araña o Superman —dije, y cerré el libro de golpe—. Soy Superman. Noah parecía divertido por esto. —A pesar de lo agradable que me parece el concepto, me temo que nuestros atributos innaturales deben haber sido adquiridos. —¿Por qué? Dejó la guitarra en el suelo, y luego me miró a los ojos. —¿Cuántas veces has deseado a alguien muerto, Mara? ¿Alguien que se te atravesara en el camino, etcétera? Probablemente más de lo que debería pensarlo. Contesté con un evasivo: —Mmm. —Y cuando eras pequeña, probablemente también le gritaste a tus padres que deseabas que estuvieran muertos, ¿cierto? Es posible. Me encogí de hombros. —Y sin embargo, todavía están aquí. En cuanto a mí, mi capacidad no podría haber pasado inadvertida cuando yo era un niño; tuve que recibir inyecciones y cosas como todos los demás. Seguramente alguien se habría dado cuenta que podía curarme, ¿no? —Espera —dije, inclinándome hacia adelante—. ¿Cómo te diste cuenta de que podías curarte? El cambio en la actitud de Noah fue sutil. Su postura lánguida se tensó aun cuando estaba tendido en su cama, y había algo distante en sus ojos cuando me centré en ellos.

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—Me corté, y no hubo rastro de ello al día siguiente —dijo en tono aburrido—. De todos modos —continuó—, tiene que ser adquirido. De lo contrario, nos habríamos dado cuenta hace mucho tiempo. —Pero dijiste que nunca has estado enfermo… —En lo que deberíamos estar pensando es en por qué demonios el mismo colgante bastante inusual estaría en el cofre de plata de mi madre y cosido en la espeluznante muñeca de tu abuela. El rostro de Noah fue allanado en una máscara ilegible, aquella que se reservaba para los demás. Había algo que no me estaba diciendo, pero presionarlo ahora no me llevaría a alguna parte. —Está bien —le dije, dejándolo pasar por el momento—. Así que tu madre y mi abuela tenían la misma joyería. —Y la escondieron —añadió Noah. Retiré el talismán de plata de mi bolsillo trasero y lo puse extendido en la palma de mi mano. El detalle era intrincado, me di cuenta, a medida que lo examinaba. Impresionante, teniendo en cuenta el tamaño. Miré a Noah. —¿Puedo ver el tuyo? Dudó tal vez una fracción de segundo antes de pasar el fino cordón negro sobre su cabeza. Lo puso en mi mano; el colgante de plata estaba todavía caliente de su piel. Los comparé a los dos con los ojos de un artista: las líneas de la pluma, los contornos de la daga de empuñadura media. Los dos colgantes parecían iguales, pero algo me molestaba. Giré el talismán, mi talismán, otra vez, y entonces me di cuenta de lo que era. —Son imágenes de espejo. Noah se inclinó sobre mi mano abierta, luego me miró desde debajo de sus pestañas.

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—De hecho lo son. —Y no son idénticos —le dije, señalando las pequeñas imperfecciones que distinguían uno del otro—. Parecen hechos a mano. Y el diseño es un poco… es un poco crudo, ¿verdad? En cierto modo me recuerda a las ilustraciones de bloques impresos que encuentras en los libros antiguos. Y los símbolos… —Mierda —dijo Noah, apoyando su cabeza en la cabecera. Sus ojos se cerraron y negó con la cabeza—. Símbolos. Ni siquiera lo pensé. —¿Qué? —Nunca me molesté en pensar en ello en ese contexto —dijo, levantándose de la cama mientras le devolvía su colgante—. Sólo lo vi, supe que era de mi madre, y me lo puse ya que era de ella. Pero tienes razón, podría significar algo… sobre todo porque hay dos. —Se dirigió a la alcoba. —Estaba a punto de decir que me recuerdan a los símbolos en un escudo familiar. Noah se detuvo a media zancada, y se volvió muy lentamente. —No estamos relacionados. —Lo sé, pero… —Ni siquiera lo pienses. —Lo entiendo —le dije mientras Noah deslizaba su computador portátil fuera de su escritorio y la llevaba hasta su cama. ¿Qué fue lo que Daniel había dicho acerca de Google? —Por lo tanto, la preponderancia de éxitos para “significado símbolo pluma” nos trae a la diosa egipcia Ma'at —leyó Noah—. Al parecer, ella juzgaba las almas de los muertos al pesar sus corazones en contra de una pluma; si consideraba un alma como indigna, esta era enviada al inframundo para ser consumida… por esta extraña criatura cocodrilo-león-hipopótamo, al parecer. —Movió la pantalla para que yo pudiera ver; era, de hecho, extraño—. De todos modos, si el alma era buena y pura, enhorabuena, te has ganado el paso al paraíso. —Noah escribió otra cosa. —¿Qué hay de “daga coma símbolo”?

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—Abrí otra pestaña pero por desgracia, dicha búsqueda no ha generado mucho. —¿Has intentado “pluma y símbolo daga” juntos? —Así es. No hay nada ahí. —Noah cerró su portátil de golpe. —¿Cuántas visitas dijiste que la cosa de pluma produjo? —Nueve millones o más. Más o menos. Suspiré. —Pero la mayoría de las primeras iban todas referidas a la diosa egipcia —dijo Noah alegremente—. Eso es algo. —No… en realidad. —Bueno, estamos más adelantados de lo que estábamos ayer. Levanté las cejas. —Ayer cuando me desperté para descubrir que había estado de sonámbula. —Cierto. —Ayer, cuando estaba dispuesta a culpar a mi acosador “debería estar muerto” por el incidente de la espeluznante muñeca en el cajón de la ropa interior. —Ya veo adónde vas con esto. —Bien —dije, entregándole el colgante de mi abuela—. Estaba empezando a preocuparme de que no te importara. —Es eso lo que piensas —dijo Noah con frialdad. Luego—: ¿Por qué me das esto? —No lo quiero perder —le dije. Pero tampoco quería usarlo. Noah me estudió con atención, pero sus dedos se cerraron en torno al talismán. —Tengo a alguien buscando en el tema de Jude —dijo entonces, su voz plana—. Un investigador privado con el que mi padre ha trabajado. Está tratando de averiguar dónde vive, lo cual está resultando difícil ya que está completamente

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fuera de la red, y al parecer no es tan estúpido como para usar los canales de inmigración ilegal en busca de ayuda. Me froté la frente. —Él fue un poco estúpido. —Bueno, no está actuando como tal. —¿Tal vez tiene ayuda? Noah asintió. —Lo he considerado, pero ¿quién además de ti sabe que está vivo? —Otra pregunta —gemí. Me dejé caer en la cama y luego volví mi mejilla para hacer frente a Noah—. ¿Por qué no me dijiste que estabas buscándolo? —No te digo todo —dijo con indiferencia. Las palabras picaron, pero no tanto como la forma en que las dijo. —En cualquier caso —dijo—, sobre el colgante, por lo menos ahora sabemos que en algún momento, tu abuela y mi madre se cruzaron a través de quien los hizo. Voy a mirar a través de sus cosas y ver si puedo encontrar cualquier otra cosa. Permanecí inmóvil. —¿Mara? Negué con la cabeza. —No debería haber quemado la muñeca, Noah. Debería haber buscado una costura o algo así... —No podías saberlo. —Había un pedazo de papel también. —Lo vi. —Podría haber sido la respuesta a todo esto.

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Noah metió ligeramente un mechón de cabello detrás de mi oreja. —No tiene sentido preocuparse por eso ahora. —¿Cuándo sería un buen momento para preocuparse por eso? Noah me lanzó una mirada. —No hay necesidad de ponerse insolente. Me mordí el labio, y luego dejé escapar un suspiro. —Lo siento —dije, mirando a su techo, siguiendo un patrón de remolinos en el yeso—. Es sólo que… estoy preocupada por esta noche. —Mi voz se apretó—. No quiero ir a dormir. No sabía en dónde estaría cuando me despertara.

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N

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oah de repente se levantó, y cruzó la habitación. Cerró la puerta mientras se encontraba con mis ojos. —Arriesgado —dije. Noah estaba en silencio.

—¿Qué pasa con nuestros padres? —No te preocupes por ellos. —Él se movió de nuevo a su cama y se puso de pie a un lado, mirándome—. No me preocupo por ellos. Dime qué hacer y lo haré — dijo—. Dime lo que quieres y es tuyo. Quiero cerrar mis ojos por la noche y no tener miedo de abrirlos y ver a Jude. Quiero despertarme por la mañana, a salvo en mi cama y no preocuparme de haber estado en algún otro sitio. —No lo sé —dije en voz alta, y mi voz tenía ese tinte horrible y desesperante—. Tengo miedo, tengo miedo de perder el control. Tengo miedo de perderme a mí misma. La idea era una astilla en mi mente. Siempre ahí, siempre punzante, incluso cuando no era consciente de ello. Aún cuando no estaba pensando en eso. Al igual que Jude. Noah sostuvo mi mirada. —No dejaré que eso ocurra. —No puedes evitarlo —dije, mi nudo en la garganta tensándose—. Todo lo que puedes hacer es observar.

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Pasaron unos segundos antes de que Noah finalmente hablara. —Lo hago, Mara. —Su voz era agresivamente vacía. Mis ojos se llenaron de exasperantes lágrimas. —¿Qué ves? —pregunté. Yo sabía lo que veía cuando me miraba a mí misma: una extraña. Horrorizada, afligida, y débil. ¿Era eso lo que él había visto también? Me preparé a mí misma. —Dime —dije, mi voz con bordes de acero—. Dime lo que ves. Porque yo no sé qué es real y qué no lo es, o lo que es nuevo o diferente y no puedo confiar en mí misma, pero confío en ti. Noah cerró los ojos. —Mara. —¿Sabes qué? —dije, cruzando mis brazos sobre mi pecho, sosteniéndolos firmemente juntos—. No me lo digas, porque podría no recordar. Escríbelo, y luego tal vez algún día, si alguna vez mejoro, déjame leerlo. De lo contrario voy a cambiar un poco cada día y nunca sabré quién era hasta después que me haya ido. Los ojos de Noah aún estaban cerrados y los rasgos de su rostro eran suaves, pero me di cuenta de que sus manos se habían cerrado en puños. —No puedes imaginar cuanto odio no poder ayudarte. Y él no podía imaginar lo mucho que odiaba necesitar ayuda. Noah dijo antes que yo no estaba rota, pero lo estaba, y él estaba aprendiendo que no me podía arreglar. Pero yo no quería ser el pájaro herido que necesita curación, la chica enferma que necesitaba simpatía. Noah era diferente como yo, pero él no estaba roto como yo. Él nunca estuvo enfermo ni asustado. Era fuerte. Siempre en control. Y a pesar de que había visto lo peor de mí, no me tenía miedo. Desearía no tener miedo de mi misma. Quería sentir algo más. Noah se quedó de pie al lado de su cama, su cuerpo rígido por la tensión.

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Quería sentir control. Quería sentirlo a él. —Bésame —dije. Mi voz fue clara. Los ojos de Noah se abrieron, pero él no se movió. Me estaba examinando. Tratando de medir si lo decía en serio o no. Él no quería presionarme antes de que estuviera lista. Así que tenía que demostrarle que lo estaba. Le atraje con fiereza hacia su cama blanda y él no protestó. Me moví debajo de él y se apoyó sobre sí mismo y sus brazos eran una jaula perfecta. Estábamos frente a frente. Desde este punto de vista, era imposible ignorar la longitud de sus pestañas, la forma en que rozaban sus mejillas cuando él parpadeaba. Era imposible pasar por alto la forma de su boca, la curva de sus labios cuando dijo mi nombre. Era imposible no querer probarlos. Arqueé mi cuello y mis caderas y mi cuerpo se estiró hacia él. Pero Noah puso una mano en mi cintura y me empujó suavemente hacia abajo. —Lentamente —dijo. La palabra provocó un escalofrío en cada nervio de mi cuerpo. Noah se inclinó ligeramente hacia abajo, sólo un poco, y dejó que sus labios acariciaran mi cuello. Mi pulso se aceleró ante su contacto. Noah se retiró. Podía oírlo, recordé. Cada latido. La forma en que mi respiración cambiaba o no. Él pensaba que mi corazón latía por el miedo, no por el deseo. Tenía que demostrarle que estaba equivocado. Arqueé mi cuello fuera de la almohada, y dirigí mis labios hacia su oído y le susurré: —Sigue adelante. Para mi completa sorpresa, lo hizo.

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Noah trazó la línea de mi mandíbula con su boca. Él estaba situado sobre mí y tocándome en todas partes. A continuación, apresó con su dedo el cuello de mi camiseta y tiró de ella hacia abajo formándose una pequeña V, dejando al descubierto un triángulo de piel. Besó el hueco de la base de mi garganta. Luego bajo. Y siguió bajando. Me sentía mareada. Presa en su colchón sin espacio entre nosotros, pero estaba desesperada por estar más cerca, desesperada por sentir su boca sobre la mía. —¿Ahora? —No —susurró contra mi piel. Su boca me hacía sentirme adolorida, dulce y furiosa. Me era imposible permanecer quieta, pero cuando mi cuerpo instintivamente se curvó hacia él, él se apartó. —¿Ahora? —Suspiré. —Todavía no. —Sus labios encontraron mi piel otra vez, esta vez la piel bajo mi oreja. Justo cuando pensaba que no podía aguantar más, Noah bajó su boca a la curva de mi hombro, y sus dientes rozaron mi piel. Me sentía arder, en fuego, inundada de calor y lista para suplicar. Creí ver el más mínimo indicio de una media sonrisa en su boca, pero ya se había ido antes de que pudiera estar segura. Ya que la mirada de Noah cayó de mis ojos a mi boca, y luego sus labios rozaron los míos. El beso fue tan ligero que no lo hubiera creído posible si no lo hubiera visto. Sus labios eran como suaves nubes y quería sentirlos más. Más duros. Más feroces. Pasé mis dedos entre su pelo perfecto y envolví mis brazos alrededor de su cuello. Entrelazándolos allí. Manteniéndolo preso. Pero a continuación él los desenlazó. Se apartó y se incorporó sobre sus rodillas moviéndose hasta quedarse de nuevo a los pies de la cama.

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—Todavía estoy aquí. —Lo sé —dije, frustrada y sin aliento. Una sonrisa perezosa y gloriosa elevó la comisura de su boca. —Entonces, ¿por qué estás tan enojada? —Porque… —comencé—. Porque siempre mantienes el control. Y yo no. No cuando estoy a tu alrededor. Me sentía y probablemente me veía algo salvaje, mientras que Noah estaba allí arrodillado como un príncipe arrogante. Como si el mundo fuera suyo, en caso de que eligiera extender la mano y tomarlo. —Estás tan tranquilo —dije en voz alta—. Es como si no lo necesitaras. —Como si no me necesitaras, aunque no lo dije. Pero me di cuenta por la forma en que su sonrisa delincuente se suavizó que sabía lo que quería decir. Noah se movió hacia delante, hacia mí, para quedarse a mi lado, los esbeltos músculos de sus brazos flexionándose con el movimiento. —No estoy seguro de que puedas apreciar lo mucho que quiero extenderte ante mí y hacerte gritar mi nombre. Mi boca se abrió por completo.

¿Entonces, no lo harás?, quise preguntar. —¿Por qué no lo haces? Noah llevó su mano a mi nuca. Trazando con su dedo un camino hacia abajo por mi espina dorsal, lo cual me estremeció ante su toque. —Porque parte de ti todavía tiene miedo. Y no quiero que sientas eso. No en ese momento. Quería argumentar que ya no tenía miedo. Nos besamos y él todavía estaba aquí y tal vez si soñé que casi murió, tal vez no era real. Pero no podía decir ninguna de esas cosas, porque no las creía.

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Este beso no fue nada como aquél. Cuando nos besamos antes, yo no sabía lo suficiente siquiera para tener miedo. De mí misma. De lo que podía hacerle a él. No sabía lo suficiente como para refrenarme. Ahora era demasiado consciente, súper consciente, y el miedo me encadenaba. Y Noah lo sabía. —Cuando tienes miedo, tu pulso cambia —dijo—. Tu aliento. Tus latidos. Tu sonido. No puedo ignorar eso y no lo haré, ni siquiera aunque creas que me quieres. Era insoportable, sentir el deseo y el miedo, y me sentía desesperada. —¿Qué pasa si tengo miedo por siempre? —No lo tendrás. —Su voz era suave, pero segura. —¿Qué pasa si lo tengo? —Entonces esperaré por siempre. Sacudí la cabeza con fuerza. —No. No lo harás. Noah se apartó el pelo de la cara. Me hizo mirarlo antes de hablar. —Llegará un momento en que no haya nada que desees más que nosotros. Juntos. Cuando seas libre de todo temor y no haya nada en nuestro camino. —La voz de Noah era sincera, su expresión seria. Quería creerle—. Y entonces te haré gritar mi nombre. No pude evitar sonreír. —Tal vez yo te haré gritar el mío.

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U

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na sonrisa lenta y arrogante se formó en los labios de Noah. —Reto aceptado. —Se apartó y abrió la puerta—. Me encantan los retos. —Es una pena que no sea el único.

—De acuerdo. —Inclinó la cabeza hacia el pasillo—. Vamos. Me levanté, pero antes de salir de su habitación, cogí el libro. —¿Puedo tomar prestado esto? —Sí —dijo, sosteniendo la puerta abierta para mí—. Pero debo advertirte que me quedé dormido en la página treinta y cuatro. —Estoy motivada. Noah me condujo por el largo pasillo, nuestros pasos amortiguados por las alfombras orientales de felpa bajo nuestros pies. Doblamos varias esquinas antes de que finalmente nos detuviéramos frente a una puerta, sacó algo largo y delgado de su bolsillo trasero, y luego procedió a abrir la cerradura. —Eso es muy útil —le dije mientras ésta hacía un clic. Noah abrió la puerta. —Tengo mis habilidades. Nos paramos ante una pequeña habitación que en realidad parecía más como un armario enorme. Había pilas de sobreseimiento provisional y cajas que se alineaban en las paredes. Mi mirada se deslizó sobre las pilas.

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—¿Qué es esto? —Las cosas de mi madre —dijo Noah, tirando de una cuerda que colgaba del techo. Una antigua lámpara de cristal iluminó el espacio—. Todo lo que poseía está en algún lugar en esta sala. —¿Qué estamos buscando? —No estoy seguro. Pero dejó el colgante para mí, y tu abuela dejó el mismo para ti, tal vez encontremos algo al respecto en una carta o una foto o algo. Y si hay una conexión entre tu talento y tu abuela entonces tal vez… La voz de Noah se fue apagando, pero él no tenía necesidad de terminar la frase porque entendí. Podría haber una conexión entre su madre y él. Me di cuenta de que esperaba que fuera cierto. Noah abrió una caja y me entregó un fajo de papeles. Empecé a leer. —¿Qué estás haciendo aquí? Me sorprendió la voz con desconocido acento inglés. Los papeles cayeron al suelo. —Katie —dijo Noah, sonriéndole a la chica—. ¿Te acuerdas de Mara? Desde luego, yo recordaba a Katie. Era igual de guapa que su hermano, con la misma melena oscura, con destellos dorados, y los huesos finos y características elegantes de Noah. Las pestañas y las piernas exuberantemente largas. Fascinante era la palabra que venía a mi mente. Katie me miró deteniéndose por un momento, y luego le dijo a Noah: —Así que ahí es donde has estado pasando las noches. La expresión de Noah se endureció. —¿Qué pasa contigo? Katie lo ignoró. —¿No estabas en un hospital mental o algo así? —me preguntó.

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Me quedé sin habla. —¿Por qué eres así? —preguntó Noah bruscamente. —¿Qué estás haciendo aquí? —respondió ella también con brusquedad. —¿Qué te parece? —Parece que estás hurgando a través de la mierda de mamá. Papá te va a matar. —Sin embargo, tendría que volver a casa para hacer eso, ¿no es así? —dijo Noah, su tono disgustado—. Ve a comer algo, hablaremos más tarde. Ella puso los ojos en blanco. Luego se despidió de mí. —Encantada de verte de nuevo. —Vaya —dije una vez que ella se había ido—. Eso fue… Noah se pasó la mano por el pelo, retorciendo las hebras hacia arriba. —Lo siento. Ella siempre ha sido un poco estirada, pero ha sido insoportable en las últimas semanas.

«Así que ahí es donde has estado pasando las noches». —Has estado muy ausente en las últimas semanas —le dije. Tal vez no era la única que necesitaba a Noah cerca. Él hizo caso omiso de la implicación. —Ha estado pasando mucho tiempo con su mejor amiga Anna estas últimas semanas. No es una coincidencia —dijo Noah con voz apagada—. Ella no está actuando así porque he estado contigo. Pero sentí una punzada de culpabilidad de todos modos. —Mi familia… no es igual que la tuya —dijo. —¿Qué quieres decir? Hizo una pausa, midiendo sus palabras antes de hablar.

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—Somos desconocidos que resulta que viven en la misma casa. La voz de Noah fue suave, pero había dolor detrás de las palabras que yo podía sentir, mas no oír. Sin embargo, haberse ido tanto tiempo no podía estar ayudando con su situación familiar. Y no importa lo que dijera, ambos sabíamos que yo era la razón. —Debes quedarte en tu casa esta noche —le dije. Él negó con la cabeza. —No es por eso. —Deberías quedarte aquí por unos días. —Me costó, pero no quise admitirlo. Noah cerró los ojos. —Tu madre no me permitirá quedarme en las noches durante la semana una vez que Croyden comience de nuevo. —Ya se nos ocurrirá algo —le dije, aunque yo no lo creía. Y entonces oí una voz demasiado familiar llamándome desde abajo. —¿Lista para irnos, Mara? —gritó mi mamá. No lo estaba, pero no tenía otra opción.

Mi madre estaba muy tranquila en el viaje a casa, lo que era inmensamente frustrante, porque por primera vez en mucho tiempo, yo en realidad quería hablar con ella. Pero a cada pregunta que le hacía me respondía brevemente, verbal o no: —¿Sabes si la abuela me dejó algo más, además de esa muñeca? Una negación con la cabeza. —¿Ella te dejó algo cuando murió? —Dinero. —¿Qué hay de… cosas? —No quería ser demasiado obvia.

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—Sólo los pendientes de esmeraldas —dijo—. Y algo de ropa. Y el colgante que dejé con Noah, y del que mi madre no parecía saber nada. —¿Ni cartas ni nada? ¿Cuadernos? Otra negación con la cabeza mientras miraba a la carretera delante de nosotras. —No. —¿Qué hay de fotos? —Odiaba las fotos —dijo mi madre en voz baja—. Ella nunca me dejaba tomarle ninguna. La que está en la sala es la única que tengo. —La de ella el día de su boda —le dije, una idea floreciendo. —Sí. —De cuando se casó con mi abuelo. Una pausa. —Sí. —¿De verdad él murió en un accidente de auto? Mi madre respiró hondo. —Sí. —¿Cuándo? —Cuando yo era niña —dijo. —¿Tuviste tías o tíos? —Solo éramos mi madre y yo. Traté de imaginar cómo sería. Solitario era la palabra que venía a mi mente. Era extraño, darme cuenta de lo poco que sabía acerca de la vida de mi madre antes de nosotros. Antes de papá, incluso. Me sentía culpable por nunca haber

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pensado en ella como algo más que mamá. Quería saber más… no sólo por la rareza con mi abuela, a pesar de que fue el catalizador. «Somos desconocidos que resulta que viven en la misma casa» había dicho Noah sobre su familia. Mi madre se sentía un poco como una extraña también. Y ahora mismo, yo no quería que lo fuera. Pero cuando abrí mi boca para hacer otra pregunta, me interrumpió antes de que pudiera. —Ha sido un día largo, Mara. ¿Podemos hablar de esto otro día? —Está bien —dije en voz baja, y luego traté de cambiar de tema—. ¿Qué piensas de la madrastra de Noah? —Ellos están… tristes. —Fue todo lo que dijo, y lo dejó así. Estaba increíblemente curiosa, pero estaba claro que ella no estaba en un estado de ánimo para compartir. Nuevas Teorías en Genética hacía peso sobre mi regazo, traté de empezar a leerlo en el auto, pero me dieron náuseas. Tendría que esperar, lo que estaba bien. Todo parecía bien, aunque parezca mentira. Sí, Katie fue grosera. Sí, lo del collar era extraño. Pero Noah me besó. Nos besamos. No pasaría la noche, pero lo vería mañana después de Horizontes. Y entonces sería el fin de semana, y podríamos buscar respuestas juntos. Y tal vez también besarnos. Cuando llegamos a nuestra calle casi no veo a John sacando a pasear a una mezcla de terrier por la manzana. Al verlo me sentí aún más ligera. Jude quería asustarme, y lo había hecho, pero eso se había acabado ahora. Él tendría que encontrar algo más en qué ocupar su segunda vida.

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—E

32 stá bien, todo el mundo —dijo Brooke, aplaudiendo dos veces—. Finalmente vamos a terminar esta ronda de compartir con Mara, Adam, Jamie, Stella y Megan. Vamos todos a sacar nuestros diarios de miedo.

La falta de entusiasmo entre mis compatriotas de Horizontes fue palpable, pero yo era la reina de la apatía hoy. Teóricamente, Noah estaba vagando en la Pequeña Habana en busca de respuestas y excavando a través de las cosas de su madre. Quería estar con él, pero en cambio estaba aquí, y eso me molestaba. Algunos estudiantes sacaron cuadernos de composición de pequeños bolsos que tenían con ellos. Otros se acercaron a la estantería a retirar los suyos. Phoebe fue una de los caminantes. Se sentó a mi lado. Sentí la necesidad de moverme. —¿Quién quiere ser el primero? —preguntó Brooke, mirándonos a cada uno de nosotros a su vez. No hagas contacto visual. —¡Oh, vamos! —Balanceó su dedo—. ¡Todos van a pasar eventualmente! Silencio rotundo. —Mara —dijo Brooke—. ¿Qué tal tú? Por supuesto. —Todavía no estoy... clara... sobre... los parámetros de este… ejercicio —dije. Brooke asintió.

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—Es mucho para procesar, lo sé, ¡pero lo has estado haciendo muy bien en los últimos días! No te preocupes, te voy a guiar a través de esto. Entonces, lo que vamos a hacer es formar una lista de las situaciones que nos ponen ansiosos o temerosos. Luego las vamos a clasificar: uno para las cosas que nos ponen muy poco ansiosos, y diez para las situaciones que nos ponen extremadamente ansiosos. —Brooke se puso de pie y caminó hasta una estantería baja en la esquina de la habitación. Sacó un cuaderno de composición—. Y con la terapia de exposición, nos enfrentaremos a nuestros miedos poco a poco. Es por eso que llevamos un diario con nosotros, para escribir sobre nuestros sentimientos e inquietudes para que podamos ver lo lejos que hemos llegado desde que empezamos, y para encontrar un terreno común con nuestros compañeros durante el Grupo —terminó Brooke. Miró a mi regazo, luego al bolso de mensajero debajo de mi silla, revisado recién en busca de contrabando, y no hallando nada—. ¿Dónde está tu diario? Negué con la cabeza. —Nunca tuve un diario. —Por supuesto que sí. En tu primer día, ¿no te acuerdas? No. —Um. —Revisa tu bolso. Lo hice. Busqué a través de él y vi el pequeño cuaderno de bocetos que mantenía conmigo para mi terapia de arte junto con unas cuantas libretas de espiral, pero no uno de composición. —¿Está segura? —preguntó. Asentí, mirando a través de éste de nuevo. Nada estaba fuera de lugar, excepto una pieza perdida de papel en el fondo. Brooke suspiró. —Bien, de acuerdo, toma un cuaderno en blanco para hoy —dijo, y me entregó uno con una pluma—. Pero trata de encontrarlo, ¿por favor?

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Luego se volvió hacia el grupo. —Muy bien, chicos —continuó—, quiero que den la vuelta a la página más reciente en sus diarios de miedo. Mara, ya que no estás segura de dónde está el tuyo, sólo empieza a enumerar algunas ansiedades y clasifícalas de la manera que he descrito, ¿de acuerdo? De hecho, vamos todos a tomarnos cinco minutos para mirar por encima de nuestras listas y ver si podemos encontrar algo más que queramos decir. Adam tosió, y eso sonó muy parecido a “tonterías”. —¿Había algo que querías decir, Adam? —Dije que esto es una tontería. Lo hice en Lakewood. Es estúpido. Brooke se levantó y ladeó la cabeza, indicando que Adam debería levantarse y seguirla. Él lo hizo, y se movieron a un lado. Brooke habló en voz baja y con paciencia, pero no pude entender sus palabras. Deseaba que Jamie estuviera sentado más cerca para así poder preguntarle qué era Lakewood. Tristemente, él estaba en el lado opuesto de la habitación. Pero Stella estaba a mi lado. «Casi podría pasar por normal» había dicho Jamie sobre ella. Lo que la hacía más normal que yo. Tal vez podría hacer una nueva amiga. Me acerqué a ella y le pregunté: —¿Qué es Lakewood? —Una cárcel —dijo ella, tronando sus nudillos. La miré sin comprender. —¿Un centro de tratamiento residencial seguro? Todavía nada. Ella suspiró.

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—¿Sabes cómo este lugar es un afluente para el programa de hospitalización de Horizontes? —¿Más o menos? —Somos evaluados aquí, en el programa de día, y luego les dicen a nuestros padres si creen que estamos lo suficientemente cuerdos para salir de aquí o si piensan que nuestros problemas son lo suficientemente graves como para requerir tratamiento hospitalario. —Ella enroscó un mechón de cabello rizado alrededor de su dedo—. El CTR17 Horizontes es de hospitalización, pero puedes moverte alrededor, entrar y salir de tu habitación y esas cosas… el refugio está surgiendo, ya verás. De todos modos, así es un CTR normal. En los CTR seguros, eres básicamente encerrado en tu habitación a menos que vengan por ti. Eres seguido a todas partes. Lakewood está en el medio de la nada; prácticamente todos los CTR lo están, pero sin la buena comida y los consejeros a quienes realmente les importa. Es casi la última parada antes del estado de institucionalización. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Eres nueva en esto de adolescente con problemas, ¿verdad? Miré a Adam con nuevos ojos. —Al parecer. —Veterana —dijo Stella, y se encogió de hombros. Tenía curiosidad del por qué estaba aquí, pero no lo ofreció voluntariamente y esta no era exactamente una prisión. —Bueno, Adam —dijo Brooke en voz alta—. Si no deseas participar, voy a tener que hacérselo saber a la Dra. Kells y tendrás que hacer esto con ella. —Él no pertenece aquí —dijo Stella en voz baja mientras Adam y Brooke volvían a entrar en nuestro círculo. Quería preguntarle más, pero Brooke ya estaba lista para seguir adelante. Devuelta a mí. Conseguí con éxito evitar mencionar cualquiera de mis reales —y válidos— temores de Jude y de las variedades sobrenaturales al recitar un montón de los 17

CTR: Abreviatura para Centro de Tratamiento Residencial.

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benignos y normales, como insectos y agujas. Jamie trató de hacer estallar la paciencia de Brooke con respuestas como “bancarrota intelectual”, y "monos marinos”, mientras que Megan ofreció sinceramente cada fobia de las que jamás había oído hablar y varias que nunca supe que existían —“Dorafobia” es el miedo a las pieles—. Esto le valió un comentario desagradable de Adam, el cual Jamie luego acusó de tener miedo a las “deficiencias materiales” de una naturaleza muy privada, lo que dio lugar a lo que creí que fue un regaño injusto de parte de Brooke y también provocó otro enfrentamiento Jamie-Adam. Estaba apoyando a Jamie para que lanzara un golpe bien merecido a la cabeza brutal de Adam, pero el enfrentamiento terminó antes de que llegara a ponerse demasiado emocionante. Stella consiguió salir adelante sin participar en absoluto. Suertuda. Sin ninguna intención, capté un vistazo de su diario de miedo, pero sólo vi una palabra — “voces”— antes de que rápidamente desviara la mirada. Hmm. Cuando terminamos, todos le entregamos de nuevo nuestros cuadernos a Brooke y ella entonces pidió voluntarios para una “sesión de crecimiento”. La mano de Megan se elevó, Dios la bendiga, y tuve el no placer de ver a la pobre chica de ojos grandes y marrones explayarse con terror cuando Brooke le habló a través de escenario tras escenario en el que ella los encontraría para luego ser confinada en espacios reducidos. Brooke le habló a través de ello; primero Megan se sentó allí y se imaginó acercándose a un armario. Luego se imaginó caminando a su lado. Después en él. Entonces Brooke la guió más y más cerca a uno en la vida real. Cuando el miedo amenazaba con superarla, ella decía una palabra que le indicaba a Brooke que no podía aguantar más, y luego retrocedían. Sin embargo, Megan se entregó por completo; una Verdadera Creyente. Ella realmente parecía querer mejorar. Admirable. Cuando la sesión terminó, todos aplaudieron y nos ofrecieron aliento: “¡Así se hace!” “¡Buen trabajo!" "¡Eres tan fuerte!" Signos de exclamación incluidos. Interrumpimos para la merienda entonces —¡igual que en el jardín infantil!—, y saqué mi cuaderno de bocetos para trabajar en un proyecto estúpido que me había sido asignado: escoger una emoción y dibujarla. Quería dibujar un dedo

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medio levantado, pero dibujaría a un gatito en su lugar. La gente normal ama los gatitos. Pero cuando rebusqué en mi bolso por mi cuaderno de bocetos, mi mano se cerró sobre esa pieza perdida de papel. La saqué. La desdoblé. Leí lo que decía a medida que el vello en la parte trasera de mi cuello se erizaba:

Te veo.

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J

33 ude, mi mente susurró, mientras mis venas maldecían con miedo. Me di la vuelta, y mis ojos lo buscaron por voluntad propia. Él no estaba aquí.

No podía estar. Y no pudo haber estado en mi casa anoche, no con John observándolo. Entonces recordé mi primer día en Horizontes. Phoebe robando la foto de mi bolsa. Tachando mis ojos. Se había sentado a mi lado en el Grupo hoy. Jude no escribió la nota. Fue ella. Pero, ¿por qué? Tacha eso. Ella estaba loca. Por eso. Tomé la nota y la empujé furiosamente en mi bolsillo trasero, y esperé que continuara la segunda parte del Grupo, recostándome en mi silla y presionando las palmas de mis manos contra mis ojos. Mi vida estaba jodida lo suficiente sin añadir la mierda de Phoebe a la pila. Wayne se acercó con los medicamentos para algunos de nosotros —incluida yo— y los tomé en el pequeño vaso de papel de un trago. El sabor era amargo, pero no me molesté en lavarlo. Sólo miré el reloj y conté los segundos hasta tener la oportunidad de confrontarla. Brooke regresó rápidamente con una taza llena de lo que probablemente era café orgánico comprado y una pila de hojas de cálculo. Empezó a repartirlas mientras todos encontrábamos nuestras sillas, incluida Phoebe. Miró la habitación y se sentó tan deliberadamente lejos de mí como pudo.

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Tomé el papel de Brooke demasiado fuerte. Tenía filas de ridículos dibujos animados en frente de ellos, contorsionados en diversas expresiones exageradas y, supuse, sus correspondientes “sentimientos”. Un niño con los ojos entrecerrados sacando la lengua de una de las esquinas de su boca mientras sonreía, con un cabello rebelde en puntas con la connotación de “astuto”, una chica de rostro tranquilo, y cabello rubio trenzado con los ojos cerrados y los brazos cruzados por encima de la palabra “seguro”. Había un predominio de lenguas fuera y ojos saltones. Brooke empezó a repartir los marcadores. —Quiero que todos ustedes hagan un círculo en la cara y el sentimiento que mejor describa su estado de ánimo hoy. —Me miró—. Se llama comprobación de sentimientos. Esto lo hacemos dos veces por semana. Quité la tapa del marcador y empecé hacer los círculos: enojada, recelosa, enfurecida, furiosa. Le entregué de vuelta la hoja. Mis sentimientos deben haber sido evidentes en mi rostro porque fui el foco de más de una docena de miradas. No de Phoebe, sin embargo. Que estaba mirando al techo. —Parece que tienes un montón de sentimientos interesantes en estos momentos, Mara —dijo Brooke alentadoramente—. ¿Quieres compartirlos primero? —Me encantaría. —Levanté mis caderas y saqué la nota de mi bolsillo trasero. Se lo entregué a Brooke—. Alguien puso esto en mi bolsa esta mañana —le dije, hablándole a Brooke pero mirando hacia abajo a Phoebe. Brooke abrió la nota y la leyó. Mantuvo su actitud tranquila. —¿Cómo te sientes acerca de esto? Entrecerré los ojos. —¿No era ese el punto de la comprobación de sentimientos? ¿Por qué no me dices lo que piensas al respecto? —Bueno, Mara, creo que es algo que claramente te molesta. Me reí sin humor.

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—Sí, claramente. Adam levantó la mano. Brooke se volvió hacia él. —¿Sí, Adam? —¿Qué dice? —Te veo —dije—. Dice “te veo”. —¿Y qué piensas de eso, Mara? —preguntó Brooke. Si Phoebe no iba a admitirlo, yo la llamaría y dejaría que las fichas caigan como puedan. —Creo que Phoebe lo escribió y lo puso en mi bolsa. —¿Por qué piensas eso? —Tal vez porque está completamente loca, Brooke. Jamie aplaudió lentamente. —Jamie —dijo Brooke con calma—. No estoy segura de que eso sea productivo. —Yo estaba aplaudiendo a Mara por su uso extraordinariamente apropiado del término “completamente loca”. Brooke empezó a molestarse. —¿Tienes algo que te gustaría compartir, Jamie? —No, eso más o menos lo cubre. —Mi codo duele —intervino Adam. —¿Por qué lo escribiste, Phoebe? —pregunté. Lucía tan escurridiza como siempre. —Yo no lo escribí. —No te creo —dije.

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—Yo no lo escribí —gritó. Luego se dejó caer al suelo y comenzó a mecerse hacia atrás y hacia adelante. Fantástico. Me froté la mano por la cara mientras Brooke se acercaba a la pared y presionaba un botón que nunca había notado antes. Phoebe seguía meciéndose en el suelo, pero cuando Brooke estaba de espaldas, me miró. Luego sonrió. —Tú pequeña mierda —le susurré en voz baja. Brooke se volvió. —¿Has dicho algo, Mara? Entrecerré los ojos a Phoebe, que se había cubierto los oídos ahora. Cola de caballo Patrick había aparecido y estaba tratando de coaccionar a Phoebe fuera de la alfombra. —Ella está fingiendo —le dije, sin dejarla de mirar fijamente. Brooke le echó un vistazo a Phoebe, pero me di cuenta de que no me creyó. Levantó la vista hacia el reloj. —Bueno, no nos queda mucho tiempo de todos modos. Patrick —le preguntó—. ¿Llevarías a Phoebe de vuelta con la Dra. Kells? —Y luego, en voz baja, añadió—: Puedo llamar por altavoces a Wayne si crees que lo necesita para relajarse. Y mira eso. Phoebe estaba fuera del suelo. Magia. —Todos los demás, agarren sus diarios y tómense unos minutos para escribir sobre sus sentimientos. Vamos a hablar más sobre lo que pasó hoy, después, ¿de acuerdo? Y no se olviden, mañana es el día de la familia. Todos ustedes deberían estar trabajando en su lista de las diez cosas que su familia no sabe de ustedes, pero desearían que lo hicieran. Y con eso, todo el mundo se levantó y recuperó sus diarios para escribir. Sólo pretendí hacerlo. Todavía estaba furiosa. Phoebe podía engañar a Brooke, a la Dra. Kells y al resto de ellos —sabía por experiencia que no era tan difícil— pero no podía engañarme. Ella escribió la nota, y le haría admitirlo.

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Y justo antes del final del día, tuve mi oportunidad. La encontré en una pequeña sala de estar, escribiendo algo en su diario con robótica e benigna concentración. Miré a mi alrededor. No había nadie en el pasillo, pero no quería hablar demasiado alto. Mantuve mi voz baja. —¿Por qué lo hiciste? —pregunté. Ella me miró, toda inocencia. —¿Qué? —Escribiste la nota, Phoebe. —No lo hice. —En serio —dije, mi temperamento ardiendo—. Realmente no vas a ir a la policía por esto. Ni siquiera me importa, Dios sabe que tienes suficientes problemas, sólo quiero escucharte decirlo. —Yo no la escribí —dijo robóticamente. Agarré el marco de la puerta con una mano y lo apreté. Tenía que irme o lo perdería. —No la escribí —dijo Phoebe otra vez. Pero su tono había cambiado, me hizo mirarla. Estaba mirándome directamente ahora, con los ojos enfocados y claros. —Te escuché. Phoebe bajó la vista de nuevo a su diario. Una sonrisa avanzó en sus labios. —Pero sí la puse ahí.

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e me heló la sangre. —¿Qué acabas de decir? Phoebe comenzó a tararear.

Caminé junto a ella y me agaché así podría mirarla a los ojos. —Dime lo que has dicho. Ahora mismo. O se lo voy a decir a la Dra. Kells. Justo. Ahora. —Mi novio me lo dio —dijo ella con voz cantarina. —¿Quién es tu novio, Phoebe? —Tú eres mi rayo de sol, mi único rayo de sol, tú me haces feliz cuando los cielos están grises —cantó, y luego volvió de nuevo a su tarareo. Quería separar su cabeza de su columna vertebral. Mis manos se cerraron en puños. Me llevó todo lo que tenía por correcto entonces no pegarle. Casi, casi quería matarla. Cerré mis ojos. Después de un minuto de parálisis, me di la vuelta y me alejé. Digamos que es un progreso. Estaba muy preparada para que el día inútil terminara. Cuando llegué a casa, quería tratar de descifrar Las Nuevas Teorías de la Genética, y también ver si Noah tuvo un poco de suerte recorriendo la Calle Ocho por su cuenta. Pero Joseph me arrastró a una guerra de videojuegos antes de que llegara a mi habitación, y cuando llamé a Noah después de perder tres veces, sonaba extraño.

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Me preguntó si me encontraba bien. Le dije que sí, y entonces inmediatamente lo ataqué con preguntas. Pero él me interrumpió rápidamente, diciendo que hablaríamos mañana. Me quedé con la sensación un poco incómoda y me odiaba a mí misma por ella, por sentirme insegura. Habíamos estado pasando casi todos los momentos juntos y yo era incluso la que le sugirió que pasara más tiempo en su casa, más tiempo separados. Pero su voz sonaba tan apagada y estábamos tratando con tanto —yo estaba tratando con mucho— esa parte de mí no podía evitar sino preguntarse si mi equipaje podría volverse demasiado pesado para que él quiera cargarlo más. Cuando el último día de mi primera semana en Horizontes llegó, me encontraba a punto de deshacerme de algo de dicho equipaje en frente de mi hermano mayor. Era el día de Terapia Familiar y estaba completamente nada emocionada de tener a Daniel siendo testigo de todo el escenario a todo color de la hermana sicópata. Fuimos saludados por el Consejero Wayne, quien nos llevó a la zona común donde fuimos divididos en grupos reducidos. La mayoría de la gente trajo a sus padres, pero unos pocos, como yo, llevaron hermanos mayores o menores. Y cuando se nos distribuyó en salas más pequeñas, y Jamie entró seguido de cerca por un viejo, y una chica pecosa tan fría que no la reconocí, mi boca se abrió cuando me di cuenta que Jamie era uno de ellos. La chica detrás de él debe ser la infame hermana. El que Jamie dijo que Noah profanó en algún tipo de retorcido juego de venganza. Esto podría ser interesante. Jamie se sentó en una silla de plástico, con sus recientemente largas piernas cruzadas en frente de él. Su hermana se sentó a su lado con una postura idéntica. Sonreí a pesar de que Jamie no dejaba de mirar a la puerta. Debido a la forma en que nos separamos, había una posibilidad de que acabáramos con Wayne o alguien más para “facilitar” el día de hoy, y yo esperaba que lo hiciéramos. Brooke era inocente pero implacable. —¡Hola a todos! —Brooke entró como en un vals. Por desgracia, no hubo suerte.

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—Estudiantes de Horizontes, ¡que maravillosa mañana! Miembros de la familia, muchas gracias por estar aquí. Vamos todos en círculo y presentémonos a nosotros mismos, ¿suena bien? Porque todos somos familia aquí. Miré a Daniel. Parecía estar dando a Brooke una mirada de reojo. Lo amaba tanto. Ella señaló a Jamie primero. —¿Por qué no comienzas? —¡Hola, soy Jamie! —dijo, burlándose de su entusiasmo. —¡Hola, Jamie! —dijo Brooke, no dándose cuenta. Su hermana —si eso en verdad era ella— contuvo sus labios en lo que supuse era un intento de contener la risa. —¿A quién has traído contigo hoy, Jamie? La chica respondió y levantó su mano en una ola. —Stephanie Roth. Soy la muy afortunada hermana de Jamie. —Hola, Stephanie —dijimos todos. Y así siguió hasta que todos nos presentamos a nosotros mismos y a nuestra gente. Brooke nos tenía leyendo nuestras listas de cosas que deseábamos que nuestros miembros de la familia presentes supieran sobre nosotros, pero no lo hacían. La mía era una mierda más o menos, por lo que me quedé muy sorprendida cuando Daniel comenzó a leer la suya. Al parecer, nuestra gente de la familia había recibido el encargo sin nuestro conocimiento con la creación de una lista idéntica. —Me gustaría que Mara supiera que estoy celoso de ella. Me di la vuelta para mirarlo. —No puedes estar hablando en serio. Brooke sacudió su dedo. —No hay interrupciones, Mara.

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Mi hermano se aclaró la garganta. —Me gustaría que supiera que creo que ella es la persona más divertida en la Tierra. Y que cada vez que ella no está en casa, me siento como que estoy perdiendo a mi socia en el crimen. Tenía la garganta apretada. No llores. No llores. —Me gustaría que supiera que ella es realmente la favorita de mamá… Negué con la cabeza aquí. —… la princesa que siempre quiso. Esa a la que mamá solía vestir como una muñeca y desfilar alrededor de ella como si Mara fuera su mayor logro. Deseo que Mara supiera que nunca me importaría, porque ella es mi favorita también. Un temblor de barbilla. Maldición —Me gustaría que ella supiera que yo siempre he tenido conocidos en vez de amigos, porque me he pasado cada segundo que no estoy en la escuela estudiando o practicando piano. Me gustaría que supiera que ella es, literalmente, tan inteligente como yo: su coeficiente intelectual es de UN PUNTO más bajo — dijo, alzando los ojos a los míos—. Mamá nos había probado. Y que ella podría obtener los mismos grados, si no fuera tan perezosa. Me acomodé en el asiento, y pude o no pude haber cruzado los brazos sobre mi pecho defensivamente. —Me gustaría que supiera que estoy realmente orgulloso de ella, y que siempre lo voy a estar, no importa lo que pase. —¿Pañuelos de papel? —Brooke me alcanzó una caja. Nooooooo. Parpadeé furiosamente las lágrimas que emborronaban mi visión y sacudí la cabeza. —Estoy bien —le dije con voz ronca. Oh, sí. Muy bien.

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—Eso fue maravilloso, Daniel —dijo Brooke—. ¿Por qué no todos les aplaudimos a Mara y Daniel? Inserte aplausos aquí. —Y podemos tomar un pequeño descanso para darnos un segundo para ponernos al día con nuestros sentimientos. TAN HORRIBLE. Salí corriendo al baño. Me eché un poco de agua en la cara y cuando me secaba, Stephanie Roth estaba recargada contra el mostrador. Ella sonrió. —Oye —dijo—. Yo soy… —Sé quién eres —le dije. Mi voz estaba ronca todavía. Me aclaré la garganta—. Lo sé. —Cierto, las presentaciones. No exactamente. —He oído hablar mucho de ti —le dije en cambio, después de darme cuenta del hecho de que a) no era cierto y b) lo que había oído no era necesariamente halagador. —Y yo de ti, Mara Dyer —dijo ella, con una sonrisa enigmática—. Jamie me dijo que eres la novia de Noah Shaw. Levanté las cejas. —¿Él dijo eso? —En realidad, sus palabras exactas fueron “nueva pieza de Noah”. Sonreí y tiré la toalla de papel. —Suena más como él. —Bien por ti. Uh-oh.

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—Uhm… —Quiero decir, acerca de Noah. Entrecerré los ojos en ella. —¿Eso qué detecto es sarcasmo? Ella negó con la cabeza. Su expresión era seria. —No. —Porque Jamie, como, que lo odia. Se recogió el cabello rubio en una cola de caballo. —Lo sé. Me preguntaba hasta dónde podía empujar esto, porque seguro como el infierno que estaba curiosa. —Él lo odia por lo que Noah... te hizo a ti —dije finalmente. Y luego su expresión cambió. Stephanie me miró desconfiada, de repente. Su postura se enderezó y dijo: —¿Noah te dijo lo que pasó? —Jamie lo hizo. —¿Pero no Noah? —Le pregunté si debía creer en Jamie, y él dijo que sí. Stephanie me dio una mirada lenta y persistente. —Pero no lo hiciste. —Stephanie cruzó sus atléticos brazos mientras me examinaba. Estaba completamente insegura de qué decir a continuación. Así que traté de huir. —Nos vemos allí, supongo —le dije mientras me dirigía a la puerta.

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Pero Stephanie extendió su brazo para detenerme. —Tuve un aborto. —Uhm. —Yo estaba segura que emitía esa mirada de ciervo-encandilado-por-losfaros. Miré desesperadamente a la puerta—. No estoy realmente calificada para… —Noah vino conmigo. Me quedé helada. —Era él… Stephanie sacudió la cabeza con vehemencia. —No. No era él. Pero eso es más o menos... —Ella hizo una pausa, mirando hacia el techo—. Eso es algo de lo que empezó. No dije nada. Quiero decir, ¿qué puedes decir? —Noah me invitó a salir —comenzó ella—. Tenía sólo quince años, aunque no lo parecía, y me pareció que era un poco divertido, así que me fui a pesar de que había estado saliendo con otro chico en otra escuela por un tiempo. Una vez que estuvimos juntos, Noah totalmente admitió que él me preguntó porque pensaba que Jamie estaba jugando con su hermana. Tú jodes con mi familia, yo jodo con la tuya; ese tipo de cosas. Asentí con cautela. Eso encaja con lo que sabía. —Y, no sé, pensé que Jamie no debería estar haciéndolo en público con una de octavo grado, eran de la misma edad, pero aún así. Así que seguí el juego, que en realidad no envolvía todo, pero pretendiendo adular a Noah con Jamie en la cena y todo eso. Pero estaba con este otro tipo. Vamos a llamarlo Kyle —dijo, y su voz se volvió aguda—. Habíamos estado saliendo como por seis meses en total secreto. Mis padres lo habrían odiado —dijo, casi en voz baja—. Y estábamos teniendo sexo. Lo que mis padres también habrían odiado. —Ella echó un vistazo a la puerta del baño—. Larga historia corta, en algún momento, probablemente me salté una píldora, entonces tuve un retraso, y luego bum, dos líneas rosas. Le dije a Kyle, quien dijo que no era su problema, que yo era fácil, y debía haber estado “durmiendo por ahí”. —Rodó sus ojos—. Un ganador, claramente.

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—Suena como eso —le dije en voz baja. Ella sonrió a medias. —Yo sabía que no estaba lista para un bebé y que la adopción no era para mí, sabía lo que quería, estaba segura, pero me sentía… sola. —Se apoyó contra la pared y me miró fijamente—. No confiaba en mis amigos para mantener el secreto, mis padres se habrían vuelto locos si se enteraban, y la idea de ir a Planificación Familiar era insoportable para mí. Sosteniendo todo eso sólo me hizo sentir, me sentía fastidiada. —Sus ojos se endurecieron y miró al suelo—. Noah me vio llorando por las máquinas expendedoras en la escuela, yo era un lío y le solté todo al pobre chico. —Sonrió ante el recuerdo—. Pero él fue realmente genial. Utilizó sus conexiones y tenía una cita hecha con un gineco-obstetra privado y fue conmigo. De todos modos, yo lloré mucho después, odiaba sentirme como si eso fuera un feo secreto a pesar de que era lo que quería y estaba aliviada. —Sus labios se adelgazaron en una dura línea—. Noah me vio en camino a comer unos días después y me preguntó cómo estaba y me eché a llorar. Jamie pasaba, Noah se alejó, Jamie sacó sus propias conclusiones y pensó que Noah me dejó, y yo estaba demasiado alterada para corregirlo. No podía quedarme tranquila ya. —¿Así que sólo dejaste que todo el mundo piense que él te folló de nuevo? ¿Después de que te ayudó? Stephanie sacudió la cabeza. —Llamé a Noah tan pronto como llegué a casa esa noche y le dije que le diría a Jamie otra cosa, inventar una mentira diferente, pero él dijo que no le importaba ¿y la manera en que lo dijo? Le creí. Es gracioso —dijo, aunque no sonrió—. Creo que parte de él realmente quiere ser odiado. Únicamente te muestra lo que quiere que veas. Es tan cerrado, me hizo sentir como que nunca lo diría. —Nunca lo dijo —dije lentamente—. Pero, ¿por qué me lo estás contando? —No es que no lo agradeciera, porque lo hacía. Su sonrisa de Mona Lisa apareció de nuevo.

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—A veces los más grandes secretos sólo se pueden compartir con un extraño. —Se apoyó contra la pared pintada de gris y ladeó la cabeza. Analizándome—. No me importa lo que pienses de mí, tomé la decisión correcta para mi vida y no me arrepiento. Si piensas que soy una persona horrible y una asesina y que me voy a ir al infierno, nunca tendremos que vernos la una a la otra de nuevo. Pero eso le haría daño a mis padres si sabían, y Jamie, él es maravilloso, y la persona más leal que he conocido. Pero es un poco... —Se rascó la nariz—. Él es crítico. Santurrón. Lo amo a muerte, pero él tiene esta visión del mundo en blanco y negro. Como, tú le gustas mucho, pero se burló de ti antes por estar con Noah aún sabiendo que vas a tener tu corazón roto, él se aferra a las cosas para siempre. Noah definitivamente tiene sus momentos de ser un cabrón, y hay mucha oscuridad allí, he oído que ha hecho algo de mierda seriamente jodida. Tal vez te romperá el corazón, no soy un oráculo. —Ella se encogió de hombros—. ¿Pero en el erróneo caso de Noah Shaw contra Stephanie Roth? Él no es culpable —dijo, dirigiéndose hacia la puerta. Puso la mano en la empuñadura—. Sólo, te observé por ahí, con tu hermano —comenzó ella. Con un abandonado encogimiento de hombros—. Sólo quería que lo supieras. —Espera —dije, y su mano bajó a su lado—. ¿Por qué no sólo le dices a Jamie ahora? Ya han pasado años. —Él tiene otra mierda con que tratar, y está tomando toda esta cosa de Horizontes bastante duro. O más bien, él está tomando el hecho de que nuestros padres no creen una palabra de lo que dice bastante duro. Yo sabía lo que era. —Además, él es adoptado, y creo que podría molestarlo. Negué con la cabeza. —Yo no lo creo. Creo que él querría saber la verdad. —No hay verdad —dijo Stephanie misteriosamente—. Sólo perspectivas. Filosofía 101 —dijo con un guiño. Pero a pesar de su tono ligero, me di cuenta de que se estaba mordiendo el interior de su mejilla.

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—Yo no quiero que lo sepa, ¿de acuerdo? —dijo después de una pausa. Me miró a los ojos—. Así que no se lo digas. —Y entonces Stephanie salió por la puerta. Me quedé detrás de ella. Jamie pensaba que estaba siendo leal por odiar a Noah, que en realidad sólo había ayudado. Y Stephanie no estaba molesta por su elección, estaba asustada de lo que su hermano pensaría de ella por hacerlo. ¿Yo era tan diferente? Pensaba que no había nada que pudiera hacer para cambiar la forma en que mi familia me veía. No había nada que no pudiera decir. Pero ahora sabía que no era cierto. Caminaría siempre con historias dentro de mí que la gente que más amo nunca puede oír.

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obreviví a mi primera semana en Horizontes sin matar a nadie o terminar muerta, y para el momento en que llegó la tarde del viernes, estaba relativamente encantada. Noah llamó y preguntó si quería que él pasara el fin de semana, a lo que, obviamente, respondí afirmativamente a pesar del hecho de que todavía sonaba un poco apagado. Así que convenció a Ruth de salir de la ciudad e hizo que llamara a mi madre para preguntar si podía alojarlo. Mamá dijo que sí sin vacilar… estuve sorprendida, pero a caballos regalados no se le miran los dientes. Ya sabes. La mitad de la familia estaba en casa y la mitad fuera cuando Daniel y yo llegamos de nuestra sesión de hermanos en Horizontes, y ya que no había mucho planeado y no tenía nada que hacer, recogí: “Nuevas Teorías en la Genética”, el cual estaba convenientemente sobre mi escritorio, y lo llevé al salón familiar para leer. —¿Mara? Era la voz de Daniel. Su mano en mi hombro. Abrí mis ojos para encontrar que mi mejilla estaba aplastada contra la sexta página. Me quedé dormida. Fantástico. Limpié mi boca en caso de que hubiera estado babeando. —¿Qué hora es? —Ni siquiera las cinco. Interesante elección de almohada. ¿Título? Le pasé a Daniel el libro. Entornó los ojos hacia él. Luego hacia mí. —¿Qué? —Nada. Sólo parece una elección inusual.

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—Para mí, quieres decir. —No sabía que estabas interesada en la genética, eso es todo. Me senté y doblé mis piernas debajo de mí. —¿Qué pasó con el asunto de “desearía que Mara supiera que es tan inteligente como yo”? —Nada. Todavía es cierto. ¿Pero que desató el repentino interés? —Noah dijo algo sobre la memoria genética y me dio curiosidad. Dijo que leyó sobre eso aquí. —Incliné mi cabeza hacia el libro—. Pero las únicas cosas que extraje de la introducción fueron referencias al Evemerismo y arquetipos Jungianos… —Evemerismo, vaya. Qué forma de desencadenar un recuerdo del octavo grado de Inglés avanzado. —En serio… —Tuviste a O’Hara también, ¿cierto? ¿A ustedes les hizo hacer ese proyecto donde tenías que elegir un mito e inventar una interpretación “histórica”? —Sí… —Creo que terminé haciendo algo sobre Afrodita y la heteronormatividad… no recuerdo realmente mucho excepto que fue brillante, aún para mí —dijo con una sonrisa—. ¿Por qué estás leyendo esto de nuevo? —Para lograr la iluminación sobre la memoria genética. Tengo sólo seiscientas páginas por delante. Daniel hizo una mueca, y rascó su nariz. —¿Qué? —No es para, como, desmotivarte o algo, pero la memoria genética es ciencia ficción, no un hecho científico. Le lancé una mirada de cansancio.

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—Lo siento, pero lo es. No puede ser correctamente estudiada o probada… —Eso no significa que es imposible. —Significa que es improbable. Pensé en todo lo que había pasado y todas las cosas por las que todavía pasaba, ninguna de ellas podía probar. —Sólo porque no puedas probar algo no significa que no sea real. —Me estiré por el libro. Daniel se alejó del alcance y lo volteó abriéndolo en la primera página. —Tal vez le dé una lectura de todas formas. Me estiré por él de nuevo, flexionando mis dedos. —Puedes pedirlo después de mí. —Pero tú no lo estás leyendo. Estás durmiendo sobre él. Lo pondré en mi habitación; puedes tenerlo cuando quieras. Oh, y pregúntale a Mamá sobre Jung, a ella le gustará eso. —Daniel… —¡HAY UN COCODRILO EN LA PISCINA DE MAX! —gritó Joseph desde el vestíbulo. Entró corriendo a la sala de estar, su rostro encendido con emoción. —¿Qué tan grande? —preguntó Daniel, y movió el enorme libro detrás de su espalda. —Grande —dijo Joseph, con los ojos abiertos de par en par—. Realmente grande. Mi turno. —¿Lo viste? Joseph sacudió su cabeza. —Me envió un e-mail. Están llamando a ese tipo para que venga y lo saque. —¿Qué tipo? —preguntó Daniel.

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—Espera, ¿ese tipo de Animal Planet? —pregunté. Joseph asintió frenéticamente. —Me invitó para que vaya a mirar. Su mamá está enloqueciendo porque tienen un gato que vive afuera y no lo han encontrado todavía. Hielo atravesó mis venas mientras recordaba…

El cuerpo inmóvil de un gato gris yacía a centímetros de donde había estado parada, su carne abierta, su pelaje manchado de rojo. Mi madre apareció en la cocina. —¿El gato de Max está perdido también? Daniel arqueó una ceja. —¿También? Tenía que mantenerme calmada. Tenía que continuar con el espectáculo. —Los Delaney acaban de preguntarme si alguno de nosotros ha visto a su gata. — Su casa bordeaba la nuestra por atrás—. Ha estado perdida desde el domingo. Desde que vine a casa. Las cejas de Joseph descendieron. —Eso fue cuando el perro de Jenny huyó.

«¿Quién es Jenny?» le modulé a Daniel. —Angelo —dijo Daniel—. Al otro lado de la calle y a la izquierda. Joseph miró de vuelta a mamá. —Mamá, ¿me llevarías donde Max? —Estoy algo cansada, cariño. Joseph miró a Daniel y luego a mí. Dijimos simultáneamente:

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—Ni lo pienses. Joseph juntó sus manos en una imitación de rezo. —¡POR FAVOR llévenme! Jamás les pediré algo de nuevo, lo juro. —Mara tiene que quedarse y ayudarme con la cena —dijo mamá. Mi turno para hacer una mueca, aún cuando estaba espectacularmente aliviada. —¿Tengo que hacerlo? —Daniel, llévalo ¿por favor? —preguntó ella. Daniel ya estaba buscando sus llaves. —Gracias. Joseph golpeó al cielo con un puño, pero se giró hacia mí antes de irse. —Vas a venir a la feria esta noche, ¿cierto? Levanté una ceja. —¿Qué feria? —Hay una feria afuera en Davie —dijo mamá—. Pensé que sería entretenido que todos fuéramos. —Volveré pronto —dijo Daniel mientras se iba de la cocina y dejaba “Nuevas Teorías” en el mostrador. Luego asomó su cabeza de vuelta para una final mirada de me debes. Sí le debía. Recordar al gato me alteraba, aún cuando sabía que John estaba afuera, vigilando nuestra casa. Jude no se había aparecido desde que John había estado aquí y los animales perdidos podían ser una coincidencia, pero me ponían nerviosa y… Y mi madre me estaba mirando. Le sonreí. Exageradamente. —¿Qué puedo hacer? —pregunté, toda entusiasmo y alegría. —¿Te molestaría poner la mesa?

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—¡Claro! —Comencé a descargar el lavaplatos mientras mi madre comenzó a hurgar en la despensa. —¿Cómo ha ido todo en Horizontes? —preguntó. Así que ésta es la razón de que se me concediera un indulto. —¡Es genial! —¿Qué tipo de cosas estás haciendo allá? ¿Aparte de hacer nuevos enemigos? —Um, ayer en terapia teatral elegimos monólogos de viejos libros y luego los actuamos. —¿Te gustó? Asentí en serio. —Sí, me gustó. —¿En serio? —Es divertido pretender ser alguien más. —¿Qué libro elegiste? —Um, Jekyll y Hyde. —¿Qué papel interpretaste? Hyde. —Jekyll. Puso algo en el horno, escondiendo su rostro. —¿Cómo están las cosas con Noah? Ah. Eso era de lo que realmente quería hablar. —Están bien. —Creo—. Igual, ¿sabes?

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—¿Qué hacen juntos? ¿Aparte de evadir a mi acosador y quemar muñecas? —Hablamos. —¿Sobre qué? Memoria genética. —Libros. —Posesión—. Películas. —Jude—. Gente que no nos agrada. —¿Hablan sobre lo que pasa contigo? Intenté recordar la conversación que escuché de mis padres, justo después de mi temporada en la sala psiquiátrica. Mamá dijo que era bueno que yo tuviera alguien que escuchara… —Es bueno escuchando —dije. —¿Hablan sobre lo que está pasando con él? ¿Qué? —¿A qué te refieres? Se giró para enfrentarme, sus rasgos neutros y su mirada directa. Buscó algo en mis ojos, pero lo que fuera, no lo encontró porque continuó. —Los padres de Noah saldrán de la ciudad este fin de semana y enviaron a su hermana a la casa de una amiga, así que dije que podía quedarse aquí. Asentí. —Lo sé… —Esperé por el resto. —Sólo quiero asegurarme de que no tengo que preocuparme sobre ustedes dos. Sacudí mi cabeza enérgicamente. —Nop. Sin preocupaciones. Ella mezcló algo en un tazón y luego lo apoyó en el mostrador.

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—¿Qué tan serios son? —No lo suficientemente serios para que te preocupes —dije con una sonrisa ligera, buscando una manera de distraerla antes de que la conversación se pusiera en serio incómoda—. Oye, mamá —comencé, recordando mi conversación con Daniel—. ¿Qué sabes sobre los arquetipos Jungianos? —La mejor evasión de los tiempos. Ella lució apropiadamente sorprendida. —Vaya, no había pensado en eso desde la universidad… podría decirte más sobre Jacques Lacan que Carl Jung; él estuvo un poco más allá de lo mío, pero veamos — dijo, arrastrando la palabra mientras sus ojos revoloteaban al techo—. Recuerdo que está el Yo, y la Sombra. —Los apuntó con sus dedos—. La Persona… estoy en blanco sobre los otros dos principales… Hay otras figuras arquetípicas, sin embargo: la Gran Madre, el Diablo, el Héroe… —Su voz disminuyó por un segundo antes de que su rostro se iluminara—. ¡Oh! Y el Sabio y el Embaucador, también… y estoy recordando algo sobre Edipo, pero ¿podría estar inmiscuyéndose por Freud? Y Apolo, tal vez… —dijo antes de ser interrumpida por un toque en la puerta. Ya estaba en mi camino fuera de la cocina cuando ella me pidió que viera quien era. Abrí la puerta para encontrar a Noah de pie allí en una camiseta simple de manga larga y jeans oscuros, con lentes puestos que enmascaraban sus ojos. Lucía perfectamente despeinado y perfectamente en blanco.

Él sólo te muestra lo que quiere que veas. —¿Dónde están todos? —preguntó sin alterar la voz. Empujé las palabras de Stephanie lejos. —Mamá está en la cocina —dije—. Y Daniel y Joseph fueron a ver a alguien sacar un cocodrilo de una piscina. Las cejas de Noah se elevaron sobre los lentes oscuros. —Lo sé. Él suspiró.

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—Supongo que tendré que esperar. —¿Para? Noah miró hacia la cocina. Ni un rastro de mi madre. Él sacudió su cabeza. —A la mierda. —Se llevó una mano a su bolsillo trasero y me pasó un pedazo de papel. No. No un pedazo de papel. Una foto. Una descolorida fotografía de dos chicas; una rubia y efervescente, usando la media sonrisa de Noah, y la otra… —Santa mierda —susurré. La otra era mi abuela.

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36 —N

oah —dijo mi madre, saliendo de la cocina y secando sus manos con un paño—. Te extrañamos. Metí la fotografía en mi bolsillo trasero tan furtivamente como

pude.

—Gracias por invitarme —dijo Noah—. Tengo algo para ti, de mis padres… Mamá sonrió y negó con la cabeza. —Totalmente innecesario. —Sólo está en el auto, iré a buscarlo —dijo Noah. Se fue y corrí a mi dormitorio, escondí la fotografía antes de que mi madre la viera, yo le derramara agua encima o estallara en llamas espontáneamente. Cuando regresé, Noah y mi mamá estaban hablando en la cocina. —Entonces, ¿qué lugares solías visitar en Londres? —le preguntó mientras él agitaba lo que pensé podría ser aderezo para ensaladas. —Oh, ya sabes, lo de siempre. —Ella se encogió de hombros desde el lavadero—. El Palacio de Buckingham, el Big Ben, ese tipo de cosas. —¿Tu madre creció allí? Cien puntos para Noah Shaw. Estuve a punto de levantar la mano para me diera los cinco. Mamá asintió. —¿Qué hacia ella?

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—Era una estudiante —dijo, su voz entrecortada. —Eso es muy interesante... ¿qué universidad? —Mi madre puso la ensaladera delante de Noah—. ¿Cambridge? Nuestras miradas se encontraron. —Universidad Darwin —continuó—. Ella estaba en la escuela para su doctorado en Filosofía, pero nunca lo terminó. Creo que siempre le molestó. Muy bien, ustedes dos —dijo ella, sonriéndonos—. Gracias por ayudarme, son libres de irse. Esta era la única vez en mi vida que prefería estar hablando con mi madre que llevar a mi novio a mi habitación. —No es ningún problema —dijo Noah. Al parecer, sentía lo mismo. Mi madre sacudió sus manos en el aire. —Ya terminé. No hay nada más que hacer. Vamos —dijo ella, sacándonos de la cocina y terminando por completo la conversación. Sucedía que ella ofrecía un gran gesto de confianza cuando lo que yo realmente quería era más respuestas de ella. Pero Noah y yo habíamos sido despedidos y si nosotros no nos íbamos, ella podría sospechar. Una vez que estuvimos solos en mi habitación, cerré la puerta completamente, me vuelvo hacia Noah y digo: —Santa mierda. —Bien dicho. Estaba completamente abrumada, me apoyé sobre el respaldo de mi cama. —¿Dónde la encontraste? —En una de las cajas de mi madre. Froté mi frente. —Así que ellas se conocían. —Eso parece. ¿Dónde está la foto?

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Fui a mi escritorio y la saqué del cajón, luego se la entregué a Noah. —¿Cómo supiste que era mi abuela? —le pregunté. Levantó la vista hacia mí, claramente perplejo. —¿En serio? —Sí... —¿Qué no ves el parecido? Miré hacia la fotografía de nuevo. Algo me molestaba de ella, pero no era eso. —¿Cuándo la tomaron? Le dio la vuelta a la fotografía para ver el reverso. —1987. —Hizo una pausa—. Mi madre habría estado en la universidad en esa fecha —dijo—. En Cambridge. —Espera —dije mientras pensaba en una idea—. Tus padres fueron allí juntos, ¿no? —Sí —dijo Noah lentamente. —¿Puedes preguntarle a tu papá? Tal vez él recuerda esto. —Señalé la fotografía. —No hablará de ella. —La voz de Noah fue plana. —Pero… —No lo hará —dijo de nuevo. Luego agregó—: Podría intentar con Ruth, tal vez. Ella estaba ahí también. Una mirada a él me dijo que no conseguiría nada más, no a menos que insistiera, y no estaba segura si debería. No acerca de su familia. Regresé la mirada hacia la fotografía en mis manos. Entonces deambulé fuera de mi habitación y en el pasillo. Noah me siguió. Eché un vistazo hacia abajo a la fotografía y luego hacia el retrato de mi abuela que colgaba en la pared y entonces me di cuenta de que era lo que estaba mal. —Se ve exactamente igual —dije.

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Los ojos de Noah siguieron los míos. Pasó un largo tiempo antes de que alguno de los dos hablara. —No podrían haber estado estudiando ahí al mismo tiempo —dije, una vez que estuvimos de regreso en mi habitación. Volví a sentarme en mi cama—. Mi abuela habría estado viviendo en los Estados Unidos cuando tu madre estaba en la escuela. —Pero ella solía ir a Londres todos los años cuando tu mamá estaba creciendo. ¿Tal vez se conocieron en uno de esos viajes? —Supongo, pero parecen ser... íntimas, ¿cierto? —dije, mirando fijamente la fotografía—. Como amigas. —Todo el mundo se ve de esa manera en las fotografías. Froté mi frente. —¿Por qué tomarte una fotografía con alguien que apenas conoces en absoluto, entonces? Es extraño. Noah frunció el ceño. —¿Es posible que ella haya ido a Londres más veces de lo que tu madre supiera? Suspiré. —A este punto, cualquier cosa es posible —dije y me detuve—. Tal vez ella era inmortal. A eso, Noah sonrió. —Yo iba a sugerir “viajera del tiempo”, pero, seguro. —Estiró los brazos detrás de su cabeza casualmente, dejando al descubierto una pequeña porción de estómago por encima de la cintura baja de sus jeans. Tortura. Me aclaré la garganta y miré de nuevo la fotografía. —Mi mamá dijo que el retrato es la única imagen que ella tiene de mi abuela. Moriría si viera la tuya.

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La sonrisa de Noah desapareció. Su expresión hizo que quisiera hablar de otra cosa. —¿Todavía tienes el colgante? —pregunté. —Sí. —La expresión de su rostro se suavizó—. ¿Lo quieres de vuelta? No quería. —Está más seguro contigo —le dije—. Tengo miedo de perderlo. —O tirarlo a la basura—. ¿Estaba sólo preguntándome si tal vez descubriste algo más? Negó con la cabeza sólo una vez antes de preguntar: —¿Cuál es el apellido de soltera de tu madre? —Sarin, ¿por qué? —Voy hacer que Charles investigué sobre esto —dijo, señalando la fotografía. —Y Charles sería... —El investigador privado. —¿Averiguó algo sobre Jude? Noah aparto la mirada. —Callejón sin salida tras callejón sin salida. ¿Encontraste las respuestas que estabas buscando en ese libro? —No he tenido la oportunidad de leerlo todavía —dije con indiferencia. Una media sonrisa tiró de la boca de Noah. —Te quedaste dormida, ¿no? Levanté la barbilla. —No. —¿Qué página?

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—No me dormí. —¿Qué página? Derrotada. —Seis —dije—. Pero estaba realmente cansada. —No te juzgo. Apenas pude pasar a través de esa introducción exageradamente pomposa. —¿Qué paso con la situación de Lukumi? —dije, cambiando de tema—. ¿Hubo suerte? La voz de Noah se animó un poco. —La hubo en realidad, volví a la Pequeña Habana mientras estabas en Horizontes, y busqué las botánicas, justo como lo pediste. —¿Y bien? —Bueno —dijo lentamente—. Imagina por un momento cuán receptivos fueron cuando yo entré allí y empecé a hacer preguntas. —¿Qué? Tu español es perfecto. Él arqueó una ceja. —Una mirada hacia mí y sus mandíbulas se cerraron visiblemente. El propietario pensó que estaba con el Departamento de Salud y empezó a mostrarme los alrededores del lugar, repitiendo: “No hay cabras, No hay cabras”. Sonreí. —Me alegra que te divierta. —Consigo mis golpes donde puedo en estos días. Hablando de Horizontes, casi tuve un… accidente. —¿De qué naturaleza? —preguntó Noah con cuidado.

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—Esta chica, Phoebe… siguió presionándome. Casi perdí el control con ella. — Recordarlo me llenó de frustración—. ¿Y si alguien me molesta y les digo que salten de un puente? Noah negó con la cabeza. —Nunca dirías eso. —Oh, ¿en serio? —Les dirías que fueran a morir en un incendio. —Muy útil. Gracias. Noah continúo entonces, y se unió a mí en mi cama. —Sólo lo dije porque estoy seguro de que no es así como funciona. —¿Cómo es que funciona? —pregunté en voz alta, mientras mis dedos se cerraban en la manta. Estaban casi tocándose. Mis ojos viajaron hasta su rostro—. ¿Cómo sanas las cosas? Creí ver un débil matiz de sorpresa en la expresión de Noah por el repentino cambio en la conversación, pero él respondió de manera uniforme. —Sabes que todo el mundo tiene huellas dactilares, obviamente. —Obviamente. —Para mí, todo tiene una huella sonora también. Un tono individual. Y cuando alguien, o algo, está enfermo o herido, el tono es apagado. Roto. Yo sólo... innatamente sé cómo corregirlo. —No entiendo. —Porque no eres musical. —Gracias. Se encogió de hombros.

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—No es un insulto. Daniel lo entendería. Si tu madre no estuviera en la cocina, te mostraría. —¿Cómo? —Tienes un piano. De todos modos, es como... —Se quedó mirando al frente, buscando las palabras—. Imagina la melodía de una canción que conoces bien. Entonces imagina una nota de esa canción siendo cambiada a la tecla equivocada, o a una nota completamente diferente. —Pero, ¿cómo lo arreglas? —Si le preguntaras a un jugador de baloncesto cómo lanzar un tiro libre perfecto, no sería capaz de describir el proceso fisiológico que lo hace posible. Él sólo... lo hace. Inhalé. —Pero hay tanta gente. —Sí. —Y animales. —Sí. —Debe ser algo ruidoso. —Lo es —dijo Noah—. Te lo dije antes, he aprendido a desconectarlo a menos que quiera centrarme en un sonido en particular. —Sonrió—. Prefiero —dijo, arrastrando un dedo por mi brazo—, escucharte a ti. —¿Cómo me escucho? —pregunté, con la voz más entrecortada de lo que pretendía. Dios, tan predecible. Consideró su respuesta durante un momento antes de que él contestara. —Disonante —dijo finalmente. —¿Qué significa? Otra larga pausa.

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—Inestable. Hmm. Negó con la cabeza. —No en la forma en que estás pensando —dijo, con la sombra de una sonrisa en sus labios—. En la música, los acordes consonantes son puntos de llegada. Silencios. No hay tensión —trató de explicar—. La mayoría de los enganches de la música pop son consonantes, razón por la cual es que a la mayoría de las personas les gusta. Son pegadizos pero intercambiables. Aburridos. Los intervalos disonantes, sin embargo, están llenos de tensión —dijo sosteniendo mi mirada—. No puedes predecir en qué dirección van a ir. Poniendo a las personas limitadas incómodas… frustradas, porque no entienden el punto, y la gente odia lo que no entiende. Pero quienes lo consiguen —dijo, levantando una mano a mi rostro—, lo encuentran fascinante. Hermoso. —Trazó la forma de mi boca con su pulgar—. Como tú.

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us palabras me calentaron aún mientras él retiraba su mano. Estaba segura que mi rostro se ensombreció. —Tus padres —dijo, con una mirada a la puerta.

Lo entendía. Pero aún así. —Me gusta oír de tu habilidad —dije, mis ojos en su boca—. Dime más. Su voz fue plana. —¿Qué quieres saber? —¿Cuándo lo notaste por primera vez? Cuando su expresión cambió, me di cuenta que le había hecho esa pregunta antes; reconocí esa mirada cerrada. Estaba retrocediendo otra vez. Cerrándose. Sacándome. Algo estaba pasando con él, y no sabía lo que era. Estaba haciéndose más distante, pero no se había ido todavía. Así que rápidamente dije algo más. —Me viste en diciembre, después de que el manicomio colapsara, ¿cierto? —Sí. —Cuando estuve herida. —Sí —dijo él nuevamente. Para alguien más, habría sonado aburrido. Pero estaba aprendiendo, y ahora reconocía algo más en su voz. Algo que nunca faltaba en esos insensatos, descuidados, labios. Precaución.

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Estaba presionando contra algo crudo, y quería saber lo que era. —Has visto a otras personas que han estado heridas —seguí, manteniendo mi tono uniforme—. ¿Cuatro? Noah asintió. Mantuve mi tono ligero. —Incluyendo a Joseph. Él asintió otra vez. Y entonces tuve una idea. Pellizqué mi brazo. Observé a Noah para ver si había alguna reacción. No la hubo, por lo que podía decir. Lo pellizqué otra vez. Entrecerró los ojos. —¿Qué, exactamente, estás haciendo? —¿Me viste cuando me pellizqué? —Es un poco difícil ignorarte. —La primera vez que me dijiste que me viste —comencé—, en diciembre, en el manicomio… dijiste que viste lo yo estaba viendo, a través de mis ojos. Y cuando Joshep estuvo drogado, lo viste a través de los ojos de alguien más; la persona que lo drogó, ¿cierto? Pero no tuviste una… una visión justo ahora, ¿verdad? Así que hay otro factor aparte del dolor —dije, estudiando su rostro mientras hablaba—. ¿No quieres saber qué es? —Por supuesto —dijo indiferentemente. —¿Lo has puesto a prueba? Sus ojos se agudizaron entonces. —¿Cómo podría? Eres la única a la que he visto que sabe. Sostuve su mirada.

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—Podemos ponerlo a prueba juntos. Noah sacudió su cabeza inmediatamente. —No. —Tenemos que hacerlo. —No. —La palabra fue sólida y definitiva, mezclada con algo que no pude identificar—. No tenemos. No hay absolutamente nada en juego, salvo información. —Pero tú eres quien dijo que lo que sea que me está pasando a mí, también está pasándote a ti, ese fue tu argumento del por qué no puedo ser poseída, ¿cierto? —También porque es estúpido. Lo ignoré. —Así que descifrando cómo funciona tu habilidad puede ayudarme a entender la mía. Y nadie saldría herido… La expresión de Noah se hizo más seria, y su voz se hizo peligrosamente tranquila. —Excepto tú. —Es ciencia… —Es una locura —dijo. Estaba completamente quieto pero completamente al borde—. Nunca me he lamentado haberte dicho la verdad. No me hagas comenzar. —¿No quieres saber lo que somos? Algo destelló detrás de sus ojos, y se había ido antes de que pudiera identificarlo. —No importa lo que somos. Importa lo que hacemos. —Su mandíbula se tensó—. Y no te dejaré hacer eso.

¿Dejar? —No es sólo sobre ti.

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No hubo nada más que apatía en su voz cuando finalmente habló. —Me iré. —He escuchado eso antes. —En el momento en que esas palabras salieron de mi boca deseé tomarlas de vuelta. La expresión de Noah fue tan suave y sin color como el vidrio. —Lo siento —comencé a decir. Pero entonces, poco segundo más tarde, cuando la expresión de Noah todavía no había cambiado, dije—: En realidad, no lo hago. ¿Quieres irte porque no estoy de acuerdo contigo? Ahí está la puerta. —Lancé mi mano dramáticamente, para hacer énfasis. Pero Noah no se fue. Mi arrebato descongeló lo que sea que lo había inmovilizado, y su mirada se deslizó a la mía. —Desearía que tuvieras un perro. —¿Oh sí? —Levanté mis cejas—. ¿Por qué es eso? —Para que pudiera sacarlo a dar una vuelta. —Bueno, nunca tendré un perro, porque los perros me temen o me odian, y no me ayudarás a entender… —Cállate. —Los ojos de Noah se cerraron. —Tú cállate —dije en respuesta, muy madura. —No… detente. Di eso otra vez. —¿Decir qué otra vez? —Acerca de los perros. —Sus ojos estaban aún cerrados. —¿Que me temen o me odian? —Luchar o huir —dijo Noah como si algo claramente encajara en su lugar para él—. Eso es. —¿Eso es qué?

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—La diferencia entre los humanos y los animales que tú has… ya sabes —señaló—. Cuando fuimos al zoológico y los insectos murieron, fue porque casi te obligué a tocar a aquellos que te aterraban más. Pero una vez que estuvieron muertos, no pude presionarte más.

Huir. Él pasó una mano sobre su boca. —En los Everglades estabas aterrada de que no llegaríamos a Joseph a tiempo, así que eliminaste a lo que estaba en tu camino, reaccionaste, sin necesidad de pensar. —Pasó sus dedos por su cabello—. Estabas siendo empujada, así que empujaste de vuelta inconscientemente. Sabía lo que venía a continuación y me adelanté. —Pero con Morales… —No tenías miedo —dijo. —Estaba enojada. —Huir. —Hay diferentes reacciones bioquímicas que se producen en respuesta a las diferentes emociones, como el estrés… —Adrenalina y cortisol, lo sé —dije—. También tomé biología de noveno grado. Noah me ignoró. —Y son procesadas de forma diferente por el cerebro… deberíamos leer más acerca de esto. —Bien —dije. Pero todavía estaba frustrada; Noah logró cambiar nuevamente la conversación hacia mí, evitando así lo que quería saber de él. Así que dije: —Todavía creo que tenemos que poner a prueba tu habilidad. Los ojos de Noah se estrecharon, estaba incómodo otra vez.

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—¿Quieres hacer esto científicamente? Ven —dijo Noah, y se puso de pie. Cruzó la habitación y tomó una botella de Tylenol que había dejado en mi estantería. La puso en el piso—. Usaremos el método científico: Mi hipótesis es que tú puedes manipular cosas con tu mente. Desviándose otra vez. Él en realidad no creía que pudiera hacerlo; sólo estaba tratando de distraerme. Le seguí la corriente; por ahora. —¿Telequinesis? —No lo creo, exactamente, pero a fin de averiguar lo que puedes hacer, podría ser de ayuda saber lo que no puedes hacer. Así que ven, mueve eso. —Con mi mente. —Con tu mente —dijo él calmadamente—. Y sabré si no lo estás intentando. Lo miré fijamente. Él asintió. —Adelante. Bien. Haría esto, y entonces sería mi turno de obligarlo a él a hacer algo. Me dejé caer al suelo, crucé mis piernas y me incliné hacia delante, mirando a la botella. Alrededor de veinte segundos después de silencio, sin dar frutos, Daniel golpeó y empujó la puerta de mi habitación a su paso. —Estoy aquí para anunciar que vamos a partir a la feria en aproximadamente veinte minutos. —Hizo una pausa. Lo sentí bajar la mirada hacia mí, luego a Noah, luego de vuelta a mí—. Eh, ¿qué están haciendo? —Mara está tratando de mover una botella de Tylenol con su mente —dijo Noah casualmente. Lo fulminé con la mirada, luego miré de vuelta a la botella. —Ah, sí —dijo Daniel—. Lo intenté una vez. Sin embargo, no con Tylenol. —¿Qué fue lo que usaste? —preguntó Noah.

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—Un centavo. También traté ese juego de “ligero como una pluma, tieso como una tabla”, el de levitación, ¿sabes? —le dijo a Noah—. Y tablas de Güija, por supuesto —me dijo a mí, añadiendo una mirada melodramáticamente significativa. —¿Jugaste con una tabla de Güija? —pregunté lentamente. —Por supuesto —dijo Daniel—. Es un rito que tienes que pasar en la infancia. —¿Con quién la jugaste? —Dane, Josh. —Se encogió de hombros—. Esos chicos. —¿Era tuya? —Sentí nerviosismo sin saber exactamente por qué. Daniel me miró desconcertado. —¿Estás bromeando? —¿Qué? —preguntó Noah. —Nunca mantendría una en la casa —dijo Daniel, sacudiendo su cabeza con vehemencia—. Conduce al mundo espiritual, Mara, te lo dije. Noah esbozó una sonrisa irónica. —En realidad no crees eso, ¿cierto? —Oye —dijo Daniel—. Incluso hombres de ciencia como nosotros tienen derecho a ponerse nervioso de vez en cuando. De cualquier manera —dijo, con una sonrisa arrastrándose a sus labios mientras señalaba a la botella de Tylenol—, es lindo verte dándole a algo al estilo de la vieja escuela una oportunidad, Mara. Aunque mi cerebro es más grande, así que si yo no tuve alguna suerte… Me volví a enfocar en la botella y dije: —Vete. —¿Algún progreso en la historia de vampiros? —VETE. —¡Buena suerte! —dijo alegremente.

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—Te odio —dije mientras Daniel cerraba la puerta. —¿Qué historia de vampiros? —preguntó Noah. Todavía estaba mirando a la botella. El frasco no se había movido. —Es su otra teoría acerca de mi falso alter ego —expliqué—. Una alterna a la posesión. —Bueno, eres terriblemente pálida. Exhalé lentamente. Negándome a levantar la mirada. Él tomó mi pie desnudo y apretó mis dedos. —Y fría. Alejé mis pies. —Mala circulación. —Puedes morderme siempre, sólo para probar. —Por cierto, te odio a ti también. Sólo para que sepas. —Oh, lo sé. Sugeriría sexo de reconciliación, pero… —Es una lástima que tienes escrúpulos —dije. —Ahora sólo estás siendo cruel. —Me gusta empujar tus botones. —Lo disfrutarías más si los deshicieras primero. Sálvenme. —Creo que deberías irte y ayudar a Daniel. —¿Con qué? —Lo que sea. Noah se puso de pie. Había una sonrisa maquiavélica en sus labios cuando se fue.

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Me quedé viendo la botella de Tylenol por otros pocos minutos y traté de imaginarla en movimiento, pero no fue a ningún lado y me dio dolor de cabeza. La abrí y tomé dos, luego me dirigí a la cocina y me senté en la mesa frente a mi madre, quien estaba sentada con su laptop. Apoyé mi cabeza sobre mis brazos y suspiré dramáticamente. —¿Qué pasa? —preguntó. —¿Por qué los chicos son tan molestos? Ella se echó a reír. —¿Sabes lo que mi madre solía decir? Negué, todavía en mi posición. —Los chicos son estúpidos y las chicas son problemáticas. Palabras más ciertas nunca antes dichas.

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ritos de alegría atravesaron el aire mientras atracciones mecánicas de feria se arremolinaban, parpadeaban y giraban sobre mi cabeza. Caminé con mi hermano mayor a través de la multitud; habían pasado años desde que estuvimos por última vez en una feria, y en el momento en que llegamos, papá arrastró a mamá a la rueda de la fortuna y Joseph huyó con mi novio para conquistar alguna atracción, dejándonos a Daniel y a mí, solos. Estuve inundada de sonidos y aromas: mantequilla artificial y risitas. Masa para freír y gritos. Se sentía bien estar fuera de esta manera. Normal. —Sólo tú y yo, hermana —dijo Daniel mientras pasábamos entre las cabinas—. ¿Qué vamos a hacer? Una niña pequeña pasó delante de nosotros llevando globos suficientes para hacer que me preguntara cuántos más hacían falta para que se elevara. Le sonreí, pero al segundo en que se encontró con mis ojos, ella se alejó corriendo. Mi sonrisa desapareció. Pasamos por debajo de una fila de muñecos de peluche colgados. —Podría ganar un osito de peluche para ti —le dije. Mis pies crujieron sobre las palomitas desechadas y esquivé un charco gigante que dejó una llovizna anterior. Él negó con la cabeza. —Los juegos están manipulados. Noah y Joseph volvieron a aparecer entre la multitud entonces. Mi hermanito estaba pálido y tembloroso. Los ojos azules-grises de Noah estaban iluminados con diversión. —¿Cómo estuvo el paseo? —le pregunté.

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Joseph levantó la barbilla y se encogió de hombros. —Estuvo bien. —Fue muy valiente —dijo Noah. Una sonrisa tiró de la comisura de su boca. Los cuatro paseamos hasta que Joseph nos detuvo y señaló hacia arriba: una amenazante cara de payaso enorme se alzaba sobre la entrada de un edificio, pintada de colores chillones. —¡El Salón de los Espejos! ¡Sí! No. Daniel debió notar mi desazón porque puso su brazo alrededor de los hombros de Joseph. —Yo me encargo —nos dijo a Noah y a mí—. Ustedes diviértanse. —¡No hagan nada que yo no haría! —gritó Joseph, y la gente se los tragó. Una leve sonrisa apareció en los labios de Noah. Mi favorita. —Parece que estamos por nuestra cuenta —dijo. Cierto. —Así es. —¿Qué vamos a hacer con esta nueva libertad? Las luces parpadeantes acentuaban los ángulos de sus altos pómulos. El cabello castaño de Noah era un revoltijo magníficamente desordenado.

Estoy segura de que podemos pensar en algo, pensé. Estaba a punto de decirlo cuando oí una voz detrás de nosotros. —¿Quieren los jóvenes amantes que su fortuna les sea dicha? Nos volvimos para encontrar a una mujer con el traje tradicional: Falda larga y fluida, correcto. Blusa campesina, correcto. Cabello ondulado negro derramándose

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fuera de un pañuelo en su cabeza, correcto. Exceso de maquillaje, correcto. Aretes de oro reglamentarios, correcto. —Creo que pasamos —le dije a Noah. No teníamos necesidad de tentar a la suerte—. A menos que tú quieras. Él negó con la cabeza. —Gracias de todos modos —le dijo mientras nos alejábamos. —No tienes que ir allí —dijo en voz alta detrás de mí. Sentí una oleada de familiaridad, sus palabras hicieron cosquillas en la parte trasera de mi mente. —¿Qué acabas de decir? —Había oído esas palabras antes. La adivina me miró con ojos vigilantes, y una expresión misteriosa. —Ven conmigo y te lo explicaré. Noah suspiró. —Mira… —Está bien —le dije, levantando la mirada hacia él—. Quiero ir. Noah arqueó una ceja, su expresión algo divertida. —Como quieras —me dijo, y comenzamos a caminar. Seguimos a la mujer mientras ella entretejía un camino a través de las personas a una carpa pequeña de rayas. Sostuvo la solapa abierta; había luces parpadeantes, bolas de cristal, manteles y tapices variados colgando. Adornando el pequeño espacio sin ironía. Noah y yo dimos un paso dentro. La adivina sacudió la cabeza hacia Noah. —Puedes esperar afuera —le dijo—. Mi hija te mostrará dónde. ¡Miranda! —llamó. Una chica de aspecto hosco con mechones rosas en el cabello apareció desde detrás de una cortina de cuentas.

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—Por favor, ofrécele a este joven un poco de té. Muéstrale dónde sentarse. La chica, que tenía unos trece o catorce años, parecía que estaba a punto de poner los ojos en blanco hasta que miró a Noah: su largo cuerpo apoyado descuidadamente contra el marco, la leve sonrisa sarcástica en su boca perfecta. Su actitud cambió al instante y se irguió. —Vamos —le dijo, e inclinó la cabeza hacia la cortina. Él miró hacia mí. —Voy a estar bien —le dije, asintiendo—. Ve. Una vez que se fueron, la adivina hizo un gesto hacia una silla plegable de plástico junto a una mesa a juego redonda que estaba envuelta en tela barata. Me senté. Había una pila de cartas frente a mí. De tarot, supuse. —El dinero primero —dijo, y tendió la mano. Por supuesto. Metí la mano en mi bolsillo y saqué su pago. Ella guardó el dinero en efectivo en los pliegues de su falda y luego me miró por un instante, como si estuviera esperando algo más. No tenía ni idea de qué. Al ver que no dejaba de mirarme, dije: —Así que debo cortar la baraja, señorita… —Madame. —Madame... ¿qué? —Madame Rose. —Madame Rose —le dije con fingida seriedad. Eché un vistazo a la bola de cristal en un estante—. ¿Es el seudónimo un requisito, también? Su expresión era seria. —Hay poder en el nombre. Las palabras llenaron mi corazón de hielo. Hicieron eco en mi mente, pero con la voz de otra persona. Parpadeé, y sacudí la cabeza para despejarme.

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—¿Tienes alguna pregunta? —inquirió, rompiendo el silencio. Tragué saliva y volví a centrarme en Madame Rose. —¿Qué quieres decir? —Una pregunta a la que busques una respuesta. Una sonrisa amarga torció mis labios. Tenía un montón de preguntas. Todo lo que tenía eran preguntas. ¿Qué me está pasando? ¿Qué soy yo? —Tengo un montón de preguntas —dije finalmente. —Piensa con cuidado —me advirtió—, si haces las preguntas equivocadas, obtendrás las respuestas equivocadas. Luego asintió hacia las cartas. Llegué hasta ellas, pero me detuve antes de que mis dedos hicieran contacto. Mi corazón tronó contra mis costillas. Madame Rose notó mi vacilación y bajó la cabeza, capturando mis ojos. —Puedo hacer otro tipo de lectura, si lo deseas. —¿Diferente cómo? —Dame tus manos —dijo. De mala gana coloqué mis manos en las suyas, con las palmas hacia arriba. Ella sacudió la cabeza y sus pendientes sonaron con el movimiento; ella giró mis manos poniendo las palmas hacia abajo. Luego rodó su cuello, su cabello largo cubrió su rostro como un velo. No dijo nada. El silencio se prolongó incómodamente. —¿Cuánto tiempo…? —Calla —susurró ella. La adivina levantó la cabeza y examinó mis manos. Las estudió durante unos momentos, y luego cerró los ojos fuertemente, sombríos. Me senté allí mientras ella sostenía mis manos y esperé, por ¿qué? No lo sabía. Después de otro período de tiempo, no sé cuánto, sus labios rojos se entreabrieron. Sus párpados temblaron. Inclinó la cabeza ligeramente hacia arriba y

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hacia la izquierda, con la frente arrugada por la concentración. Sus dedos se crisparon en torno a los míos y me apretaron entonces. Me estaba asustando y casi aparto las manos, pero antes de que pudiera hacerlo, sus ojos se abrieron. —Tienes que dejarlo. —Sus palabras cortaron el aire. Pasaron unos segundos antes de que encontrara mi voz. —¿De qué estás hablando? —El muchacho de los ojos grises. El de afuera. —¿Por qué? —le pregunté con cautela. —El chico está destinado a la grandeza, pero contigo, él está en peligro. Estás vinculada, ambos lo están. Debes dejarlo. Esto es lo que he visto. Mi frustración creció. —¿Está en peligro por mi culpa? —Él va a morir antes de tiempo contigo a su lado, a menos que lo dejes ir. ¿Andanza o azar? ¿Casualidad o destino? No puedo decírtelo. —Su voz se había vuelto suave. Suave y triste. Un puño se cerró alrededor de mi corazón. Traté de dejarlo ir antes. No funcionó. —No puedo —fue todo lo que dije, en voz baja. —Entonces lo amarás hasta destruirlo —dijo, y soltó mis manos.

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lla retiró el dinero de su bolsillo y me lo ofreció. —No puedo tomar esto de ti, y tú no debes decirle lo que he dicho. —Eso es conveniente —murmuré en voz baja.

—Si lo dejas, cuéntaselo —dijo con un encogimiento de hombros—, sin falta. Pero sólo si lo dejas ir. Si él conoce su destino y los dos permanecen juntos, eso sellará su destino. —Gesticuló hacia la puerta. No me moví. —¿Eso es todo? —No te puedo ayudar más —dijo. Mis fosas nasales se dilataron. —No me has ayudado en absoluto. —Mi voz fue cortante, pero luego se debilitó—. ¿No hay algo que pueda hacer? Cruzó el pequeño espacio y se paró en la puerta. —Sí. Hay algo que puedes hacer. Puedes dejarlo ir. Si realmente lo quieres, lo dejarás ir. Mi garganta se apretó mientras miraba hacia ella. Entonces salí de la tienda. Noah estaba esperando fuera e igualó mi ritmo mientras yo pisoteaba por el camino de tierra. —¿Malas noticias? —preguntó, claramente divertido. Me sequé los ojos con el dorso de la mano y seguí caminando.

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—Espera —dijo, alcanzando mi mano y dándome la vuelta—. ¿Estás llorando? Me alejé. —No. —Para —dijo Noah, y se detuvo en el camino. Me apresuré adelante y aumenté mi ritmo en un trote. Antes de darme cuenta estaba corriendo. Estábamos casi de vuelta en el Salón de los Espejos cuando Noah me alcanzó. Sentí una mano en mi hombro y me di la vuelta. —Mara —dijo en voz baja—. ¿Por qué huyes de mí? Y eso me deshizo. Las lágrimas llegaron más rápido de lo que podía enjuagarlas. Noah tomó mi mano y me llevó detrás de uno de los puestos de juego, luego me envolvió en sus brazos. Acarició mi cabello. —¿Qué te dijo? —No puedo decírtelo —dije entre sollozos. —Pero es la razón por la que estás llorando, ¿cierto? Asentí en su suave camiseta. Se sentía tan sólido bajo mi mejilla. No quería dejarlo ir. Pero Noah dio un ligero paso hacia atrás, alejándose, y ladeó mi rostro en alto con su mano. —Esto va a sonar mezquino, pero no pretendo que sea así. —Sólo dilo —lloriqueé. —Eres ingenua, Mara —dijo en voz baja, y su voz fue amable—. Un blanco fácil. Hace unas semanas fue la hipnosis y Santería. Ahora es la posesión y el tarot. —No hizo una lectura de tarot. Noah suspiró y bajó la cabeza.

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—No importa lo que hizo. Lo que importa es lo que tú crees. Y eres muy sugestionable, escuchas algo de improvisto y de repente piensas que es una explicación que lo abarca todo. Lo miré fijamente, pero no había calidez detrás. —Al menos, estoy tratando de encontrar una. Los ojos de Noah se cerraron. —He estado tratando de encontrar una durante años, Mara. No me ha llevado a ningún lado. Mira —dijo mientras abría los ojos, tomando mi mano y entrelazando sus largos dedos con los míos—. Iremos directamente a donde ella y doblaré su dinero para que admita la verdad y te dirá que se inventó todo el asunto. Para hacer un buen espectáculo. No voy a dejar que algún estafador te moleste de esta manera. —No tomó mi dinero —dije en voz baja—. No tenía nada que ganar al mentir. —Nunca se sabe lo que otra persona espera ganar o perder por nada. —Me llevó de vuelta al camino—. Vamos.

Cuando conseguimos llegar de nuevo a su tienda, un letrero estaba colgado sobre la entrada que decía: DE VUELTA EN UNA HORA. Noah lo ignoró y abrió la tela. La hija de la adivina estaba sentada en un pequeño sillón mullido leyendo una revista. Había un tablero de Güija en la mesa delante de ella. Aparté la vista. —¿Dónde está tu madre, Miranda? —Los ojos de Noah vagaron por la pequeña tienda. La chica chasqueó su chicle y me miró. Sopló una gorda burbuja rosa, luego la atrajo de nuevo en su boca. —Ella te hizo sufrir, ¿eh? Noah arqueó una ceja hacia mí. —¿Qué quieres decir? —le pregunté.

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—¿Te tragaste su mierda de Madame Rose? —me preguntó—. Mira, su verdadero nombre es Roslyn Ferretti y es de Babilonia, Long Island. Podrían obtener mejores predicciones de una Bola Ocho Mágica —me dijo. Luego volvió a su revista. Noah ladeó la página hacia abajo con un dedo. —¿Dónde podemos encontrarla? Miranda se encogió de hombros. —Colándose probablemente, detrás del Hombre Muerto Gritando. —Gracias —dijo Noah, y salimos de la tienda. Sostuvo mi mano y caminó como si supiera a donde estábamos yendo—. ¿Ves? —dijo amablemente—. No es real. No respondí. No confiaba en mi voz. Una intimidante alta torre se elevaba ante nosotros, justo al lado de la rueda de la fortuna. Un pequeño auto ascendía lentamente en el aire, asumí que finalmente caería en una ascensión. Nos escabullimos detrás del recorrido, buscando a la mujer mientras caminábamos. Noah me llevó alrededor de una explanada de tierra; deambulamos hasta que se convirtió en hierba y luego, finalmente, la vimos. Madame Rose, alias Roslyn Ferretti, estaba sentada encaramada a una roca, el dobladillo de su falda agrupado a sus pies. Fumando un porro, justo como su hija había predicho. —Oye —gritó Noah. La mujer tosió y apresuradamente movió su mano detrás de su espalda. Tenía los ojos inyectados en sangre y desenfocados. Cuando me reconoció, negó con la cabeza. —Ya te he devuelto tu dinero. —¿Por qué dijiste esas cosas? —pregunté en voz baja. Sus ojos vagaron sobre nosotros dos. Levantó el cigarrillo a su boca e inhaló hondo.

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—Porque eran verdad —dijo luego, exhalando las palabras en una nube de humo empalagosa. Sus ojos empezaron a cerrarse. Noah hizo chasquear los dedos en su cara. Ella empujó su mano lejos. —Escucha atentamente —dijo él—. Te daré cien dólares para que admitas que te lo inventaste. Ella me miró a mí entonces, sus ojos repentinamente afilados. —¿Se lo has contado? Abrí mi boca para insistir que no lo había hecho, pero Noah habló antes de que tuviera oportunidad. —Mil dólares —dijo misteriosamente. Ella le dio una larga mirada. —No puedo tomar tu dinero. —No me jodas —dijo Noah—. Sabemos que eres un fraude, Roslyn, así que por favor hazte un favor a ti misma y admítelo. Su cabeza cayó, y ella negó. —Esa chica, te juro. —Roslyn. Echó su cabeza hacia atrás, como si esto fuera algún tipo de inconveniente gigante. —Él me pagó, ¿está bien? El vello se levantó en la parte de atrás de mi cuello. Noah y yo intercambiamos una mirada. —¿Quién te pagó? —pregunté. Ella se encogió de hombros. —Un hombre.

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—¿Qué aspecto tenía? —empujó Noah. —Alto. Moreno. Guapo. —Ella sonrió, y trató de tomar otra calada. Noah le quitó el porro de los dedos y los sostuvo frente a él, justo fuera de su alcance. —Sé específica —dijo. Ella se encogió de hombros perezosamente. —Tenía una incidencia. —¿Una incidencia? —preguntó Noah—. ¿Una cojera? ¿Una prótesis? ¿Qué? —Hablaba gracioso. Noah puso los ojos en blanco. —Un acento. Claro. ¿Qué tipo de acento? —Extranjero —dijo con voz espesa, y se puso a reír. —Esto es inútil —dije. Pero al menos no había descrito a Jude. Un pequeño alivio, pero aun así. —No nos vamos hasta que nos diga exactamente qué pasó —insistió Noah—. ¿Su acento era como el mío? —le preguntó. Ella negó con la cabeza. —¿Qué te dijo? Ella suspiró. —Me dijo que te trajera a mi tienda —dijo para mí—. Me dijo qué decirte. —Luego levantó su cabeza hacia Noah—. Y dijo que me ofrecerías dinero y que no podía tomarlo. —¿Cuándo fue esto? —le pregunté. —Unos diez minutos antes de que te viera. Noah pasó su mano por su mandíbula.

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—¿Supongo que no te dio un nombre? Ella negó con la cabeza. —¿Estás segura? —presionó—. ¿No hay una cantidad de dinero que podría ofrecerte para que nos lo digas? Una sonrisa triste y frágil apareció en sus labios. —Dios sabe que podría usarlo, querido, pero no puedo tomar dinero de ninguno de los dos. —¿Por qué no? Su mirada se desvió hacia la oscuridad. —Él me dijo que no podía. —¿Y qué? —preguntó Noah—. ¿Por qué escucharle? Su voz quedó en silencio. —Porque él es el verdadero negocio. —Luego extendió la mano. Noah le devolvió el porro, y ella se levantó. —De verdad lo siento —me dijo mientras pasaba, dejándonos a Noah y a mí solos. La torre por encima de nosotros estaba a punto de caer; pero aunque todo el mundo dentro de él sabía lo que iba a venir, cuando cayó, todavía gritaron. Noah encajó las manos en la curva de mi cintura. —Dime —dijo. Se veía inhumanamente hermoso bajo las luces. Casi dolía mirar hacia él, pero habría dolido más mirar a otro lado. —Dime —dijo otra vez. Había necesidad en su voz, y yo no tenía la fuerza para negarme. —Dijo que tendría que dejarte ir.

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Me atrajo más cerca. Apartó un mechón de cabello de mi cara, pasó los dedos a lo largo de la curva de mi cuello. —¿Por qué? Cerré los ojos. Las palabras dolieron mientras salían por mi garganta. —Porque morirás a mi lado si no lo hago. Noah deslizó sus manos alrededor de mí y me puso contra él. —No es real —susurró en mi cabello. Tal vez no lo fuera. Pero aunque lo fuera… —Soy demasiado egoísta para dejarte —dije. Noah se echó hacia atrás para que pudiera ver su sonrisa. —Yo soy demasiado egoísta para dejar que lo hagas.

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uando nos encontramos de nuevo con mi familia, puse mi expresión más feliz. Estaba todavía obsesionada con lo que Roslyn había dicho y la idea de que alguien le pagó para decirlo, pero cuando me las arreglé para tener un minuto a solas con Noah después de que llegáramos a casa, dijo que haría que el Hombre Investigador lo comprobara, me besó en la frente, y lo dejó así. Mi rostro se ensombreció, pero Noah no lo vio. O lo ignoró. Noah intentaría averiguar quién le había pagado, lo sabía. Confiaba en él. Pero no estaba segura de que él confiara en mí. Yo era sugestionable, dijo, y Noah era todo lo contrario. Eternamente escéptico y arrogante al respecto. Sí, él procedía con todo lo que yo quisiera, sin importar cuán extraño: las cosas de Santería, quemando esa muñeca. Y esta noche, con el negocio de la fortuna; cedió a eso por mí también, aunque pensara que Roslyn estaba simplemente drogada, y que sus palabras no tenían más peso que un horóscopo. Noah consentía cada uno de mis caprichos, pero eran más que eso para mí. Lo que me hizo desear tener la libertad de buscar respuestas por mí cuenta. Sabía que debería estar agradecida de no estar ya encerrada en un hospital psiquiátrico y lo estaba, pero era difícil no sentirse como una prisionera en mi propia casa en su lugar. Y no estaba sólo bajo la observación de mis padres… estaba bajo la de John, también. Lo quería vigilándome y a la casa, por supuesto. Pero aunque me sentía más segura ahora, no me sentía libre. Eso no era culpa suya, y no era de Noah. Era de Jude.

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Noah me pidió que fuera a su habitación después de que todos se durmieran esa noche, y aunque estaba frustrada, cansada y todavía pensando en mi horrible destino, fui. Obviamente. Cuando abrí la puerta de la habitación de invitados, Noah estaba en la cama, todavía vestido y leyendo. —¿Qué libro? —pregunté, cerrando la puerta y apoyándome contra ella. Me enseñó el título: “Invitación a una Decapitación”. Sonreí, pero no llegó a mis ojos. —Te recomendé ese. —Lo hiciste. —¿Y? —Es triste —dijo, colocando el libro en la cama. Mis cejas se juntaron. —Pensé que era divertido. —Cincinnatus se encuentra en una prisión de su propia creación. Lo encuentro triste. —Inclinó la cabeza hacia mí—. Todavía estás molesta. No era una pregunta, pero asentí de todas formas. —En ese caso, tengo una propuesta. —Estoy escuchando. —Has estado haciendo terapia de exposición en Horizontes, ¿no? —Sí… —Para superar tus miedos. Asentí otra vez. —Y una de las cosas de las que estás asustada es de hacerme daño.

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—Matarte —dije en voz baja. —Si nos besamos. Si pierdo el control. —Si permanecemos juntos —dije, pensando en las palabras de Roslyn. —¿Quieres hacer las dos cosas? —preguntó Noah sin alterar su voz. Tanto. —Sí. —Entonces mi propuesta es esta: vamos a abordarlo de la forma en que lo harías con cualquier otro miedo. Primero, imaginarás un encuentro con la fuente de la fobia. —Una media sonrisa apareció en sus labios. Vi a dónde iba con esto. —¿Quieres que imagine besarte? —Te guiaré a través de ello. —¿Luego qué? —Luego —dijo—, te acercarás más a la fuente, pero no lo enfrentarás todavía. —¿Y cómo se traduce eso exactamente? —Estoy seguro de que se me ocurrirá algo. —El timbre de su voz me despertó. —¿Cuándo quieres empezar? —pregunté. Me miró desde la cama. —Ven aquí. Obedecí. Noah me sentó frente a él para que nos diéramos la cara el uno al otro. Sus pestañas casi barrían sus pómulos y se mordió el labio inferior, mi aliento se quedó atorado mientras miraba.

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Con calma, así. —Cierra los ojos —dijo Noah, y lo hice—. Quiero que nos imagines en algún lugar que te guste. Asentí. —Algún lugar seguro. La habitación se evaporó alrededor de nosotros mientras él hablaba. Caminé por los pasillos de mi mente y abrí la puerta de la casa donde crecí. Donde jugaba con mis antiguos juguetes en el suelo. Donde tenía fiestas de pijamas con Rachel y me reía de sus chistes, y le contaba mis secretos. —¿Dónde estamos? —preguntó, su voz suave. —Mi antigua habitación. —Descríbela. —Hay muebles antiguos de madera oscura que solían ser de mi mamá cuando era más joven. Es antiguo. Bonito, pero un poco rayado. —¿Qué más? —Las paredes son rosas, pero no puedes ver mucho de ellos bajo los bocetos y dibujos y fotografías. —Fotografías de… —De mí. Mi familia. Rachel —dije, mi voz apenas elevándose. Tomé una respiración profunda—. Paisajes y cosas. Clavaba todo a la pared. —Lo recordaba perfectamente—. Los papeles se aleteaban cuando abría o cerraba la puerta, como si las paredes respiraran. —Háblame de tu cama —dijo Noah, la insinuación de una sonrisa en su voz. —Es doble —dije, la insinuación de una sonrisa en la mía—. De roble, como el resto de los muebles, con dosel. —¿Sábanas?

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—Un edredón realmente pesado. Era de mi abuela. Plumas de ganso y realmente grueso. —¿De qué color es? —Feo. —Sonreí—. Una extraña impresión geométrica marrón y blanca de los años sesenta, creo. —¿Dónde estás en la habitación ahora mismo? —Simplemente… de pie en medio de ella, supongo. —Está bien. Si yo estuviera en la habitación, ¿dónde sería? Lo vi con una vívida claridad: Noah en mi entrada. —Ahí de pie, en la entrada —dije, aunque nuestros cuerpos ahora estaban a pocos centímetros de distancia. —Estoy ahí, entonces —dijo en esa cálida, lenta y melosa voz—. Está oscuro fuera, es de noche. ¿Hay alguna luz en tu habitación? —La lámpara en mi mesita de noche. —Muy bien. Entro en tu habitación. ¿Debería cerrar la puerta? Sí. —Sí —dije, mi respiración acelerándose. —Cierro la puerta. Cruzo la habitación y me encuentro contigo en el centro. ¿Entonces qué? —Pensé que tú eras el que me guiaba a través de esto. —Creo que deberías tener alguna participación también. —¿Cuáles son mis opciones? —Podrías leer poesía oscura mientras yo toco el triángulo, supongo. O podemos ahogarnos en mantequilla de maní y aullar a la luna. Usa tu imaginación. —Bien —dije—. Tomas mis manos y retrocedes hacia la cama.

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—Excelente elección. ¿Luego qué? —Te sientas, y me llevas hacia abajo contigo. —¿Dónde estás tú? —preguntó. —Me pones en tu regazo. —¿Dónde están tus piernas? —Alrededor de tu cintura. —Bien —dijo Noah, su voz ligeramente áspera—. Esto se está volviendo interesante. Así que estoy en el borde de tu cama. Te estoy sosteniendo en mi regazo mientras te sientas a horcajadas sobre mí. Mis manos están a tu alrededor, abrazándote para que no te caigas. ¿Qué estoy usando? Sonreí. —La camiseta con todos los agujeros. —¿En serio? —Sí, ¿por qué? —Pensé que habría estado usando un esmoquin en tus fantasías o algo así. —¿Cómo James Bond? Eso suena como tú fantasía —dije, aunque la imagen de Noah con un esmoquin pulcro con su ingeniosamente desordenado cabello, su pajarita desecha, colgando alrededor de su cuello, tragué. Mi sangre ardía bajo mi piel. —Katie lo odia. —¿La camiseta? —Sí. —Ella es tu hermana. —¿Así que debería conservarla? —Sí.

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—Muy bien. Estoy usando la camiseta. ¿Y bajo eso? —¿Qué sueles llevar normalmente para la cama? —pregunté. Noah no dijo nada. Abrí los ojos para arquear una ceja y una sonrisa taimada. Oh Dios mío. —Cierra. Los. Ojos —dijo. Lo hice—. Ahora, ¿por dónde íbamos? —Estaba a horcajadas sobre ti —dije. —Correcto. Y estoy usando… —Pantalones con cordón —dije. —Esos son bastante finos, sabes. Estoy al tanto. —Vaya —dijo, y sentí la presión de sus manos sobre mis hombros. Abrí mis ojos. —Te has tambaleado un poco —dijo, dejando caer sus manos—. Pensé que te podrías caer de la cama. Me ruboricé. —Tal vez deberíamos llevar esto al suelo —dijo, y se levantó. Se estiró, y fue imposible ignorar la fuerte línea de él, de pie a pocos centímetros de distancia. Me levanté demasiado rápido y me tambaleé sobre mis pies. Él sonrió y tomó una almohada de la cama y la colocó en el suelo, indicándome que debería sentarme. Lo hice. —Bien —dijo—. Así que, ¿qué llevas tú puesto? —No lo sé. Un traje espacial. ¿A quién le importa? —Creo que esto debería ser tan vívido como sea posible —dijo—. Para ti —aclaró, y me reí—. Ojos cerrados —me recordó—. Voy a tener que establecer un castigo para cada vez que tenga que decírtelo. —¿Qué tienes en mente? —pregunté maliciosamente.

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—No me tientes. Ahora, ¿qué llevas puesto? —Una sudadera con capucha y pantalones con cordón también, supongo. —¿Algo debajo? —Normalmente no suelo andar por ahí sin ropa interior. —¿Normalmente? —Sólo en ocasiones especiales. —Cristo. Quería decir bajo tu sudadera. —Una camiseta sin mangas, supongo. —¿De qué color? —Camiseta blanca. Sudadera negra. Pantalones grises. Estoy lista para seguir adelante ahora. Lo sentí más cerca, sus palabras cerca de mi oído. —¿A la parte donde me recuesto y te llevo abajo conmigo? Sí. —¿Sobre mí? —dijo. Mierda. —¿La parte donde te digo que quiero sentir la suavidad de los rizos en la nuca de tu cuello? ¿Saber cómo se sentiría el hueso de tu cadera contra mi boca? — murmuró contra mi piel—. Memorizar la pendiente de tu ombligo y el arco de tu cuello y la hinchazón de tu… oye. Sentí sus cálidas manos en mis hombros. Abrí mis ojos. Debía haber estado moviéndome hacia él mientras mis ojos estaban cerrados, porque estaba casi en su regazo. —Deberías quedarte en tu almohada —dijo. Pero no quiero.

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—No quiero —dije en respuesta. Mis dedos dolían con la necesidad de tocar. —No deberíamos apresurar esto. Pero yo quiero. —¿Por qué no? —pregunté. Él me miró. A mi boca. —Porque quiero besarte otra vez —dijo—. Pero no si alguna parte de ti todavía tiene miedo. ¿Hay alguna parte de ti que todavía tenga miedo? ¿De que pudiera hacerle daño? ¿Matarlo? ¿Si nos besábamos? ¿Si seguíamos juntos? —No tengo miedo de ti, Noah —dije en voz alta. —No conscientemente. —De ninguna manera —dije, desplazándome hacia atrás y cruzando las piernas. Él inclinó la cabeza. No habló. —Tengo miedo de… mí misma —aclaré—. No… no siento como si tuviera en control contigo. Frunció el ceño. Podía ver los engranajes girando en su mente. —¿Qué estás pensando? —pregunté. —Nada. —Mentiroso. Nunca estas pensando en nada. —Me estoy preguntando qué te haría sentir como si tuvieras el control. Qué podría hacerte confiar en ti misma conmigo. —¿Ha habido suerte? —Te lo haré saber.

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—Bien. —Eché un vistazo al reloj—. Tenemos unas pocas horas antes de que tengamos que estar levantados otra vez. —Deberíamos dormir —dijo, pero no se movió de vuelta a su cama. Sonreí. —Deberíamos ir de nuevo a mi habitación. Ahí fue cuando se levantó. —La cual está justo entre la de Joseph y tus padres. ¿Y pensé que te acababa de decir que no creo que debamos apresurar nada? Puse los ojos en blanco. —Quería decir mi antigua habitación. —Ah. Me levanté y entrelacé mis dedos con los suyos. —Noah —dije, mi voz suave. Se volvió y me miró. La sombra de una sonrisa apareció en su boca. —Mañana —dijo. Debí de haber sido incapaz de ocultar mi decepción, porque puso su dedo bajo mi mentón y lo inclinó hacia arriba. —Mañana —dijo otra vez, y pude oír la promesa en su palabra. Asentí. A medida que la adrenalina se disolvía en mi sangre, Noah presionó sus labios contra mi frente y me dirigió a su cama. Deseaba con todo mí ser poder hundirme en el sentimiento de Noah envuelto alrededor de mí mientras dormía. Pero a pesar de sus palabras esta noche, todo lo que oía eran las palabras de Roslyn mientras estaba en sus brazos, despierta en la oscuridad.

Lo amarás hasta destruirlo. Si lo hacía, sería la destrucción de los dos.

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is ojos parpadearon hasta abrirse. Estaban desenfocados, mi visión era borrosa mientras miraba al techo. No el techo de la habitación de invitados.

El techo de la habitación de Noah. Estaba en la casa de Noah. Estaba en su cama. Estaba soñando, me di cuenta. Y entonces, el colchón se hundió a mi lado. La palabra pesadilla vino a mi mente espontáneamente, y de repente, tuve miedo. Pero sólo era Noah, de espaldas a mí, mirando las hileras de libros que se extendían a lo largo de su habitación. Un poco de luz se filtraba por las cortinas, haciendo sombra de su hermoso rostro en ángulos agudos. Él nunca podría ser una pesadilla. Me arrodillé con cautela, con miedo de que un movimiento equivocado hiciera que el sueño se disolviera. Extendí mi mano y con cuidado eché su cabello hacia atrás. Se sentía tan real, aunque no se movió, ni respondió a mi toque. Pasé mis dedos por su cabello porque cuando estaba despierta, temía que eso fuera demasiado. Pero esto no era real, así que no tenía nada que temer. Pasé mi dedo, mi mano, a lo largo de su mandíbula, disfrutando de su roce contra mi piel. Tocarlo se sentía natural pero posesivo, y no estaba segura de qué tan lejos me dejaría llegar. No tan lejos, aparentemente. Noah miró hacia mí con ojos translúcidos. Su mirada era desolada y sin esperanza. —¿Qué está mal? —susurré, pero él no respondió. Su expresión me asustó. Mirando hacia su rostro y ojos, todo lo que quería era hacerlo sentir algo más.

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Con un atrevimiento que mi yo en vigilia no tenía, tomé su rostro en mis manos, inclinándolo hacia mí, y besándolo. No profundamente. Ligero. Fresco. Suave. Él no se movió hacia mí, no al principio. Cerró sus ojos, los apretó fuertemente como si lo estuviera lastimando. Me sonrojé, con escozor, y retrocedí. Pero entonces. Él alejó el cabello de mi cara, cepillándolo detrás de mis hombros. Con la palma de su mano me empujó suavemente contra el colchón. Se movió sobre mí, presionando suaves besos contra mi piel, incitándome con su boca. Lo escuché susurrar en mi oído pero no pude escuchar sus palabras, mi propio aliento era muy fuerte. Deslizó sus manos entre las mías entonces, y besó mis labios ligeramente, una última vez. Entonces él se retiró, dejando algo en mi palma abierta. Era pesado pero suave y encajaba perfectamente en mi mano. No podía ver lo que era en la oscuridad, así que lo llevé a mi pecho. Lo seguí a él hacia el balcón, fuera de su habitación. Pero cuando di un paso afuera, mis pies tocaron nada. No tenía peso. Me volteé para mirar a la casa de Noah, pero las oscuras enredaderas se arrastraban sobre ella. Árboles brotaron en la tierra y agrietaron el techo. No quería ver esto. Cerré mis ojos. Despierta, me dije a mí misma. Despierta. Pero los abrí justo a tiempo para ver la bahía penetrar en el suelo. Los edificios eran aplastados y se desplomaban en segundos bajo el peso de la selva. La jungla había entrado, y ahora no había nada que pudiera hacer. Cerré mis ojos y me retorcí por dentro. Deseaba que la pesadilla terminara. Pero entonces oí voces. Pasos. Estaban acercándose, pero mis párpados estaban pesados como plomo, no podían abrirse. No hasta que sentí el roce de una pluma en mi mejilla. Mis pulmones se llenaron de aire y mis ojos se abrieron, empapando mi mundo con color. Cuando desperté, no era yo. Un hombre se arrodilló delante de mí; lucía familiar, pero no sabía su nombre. Retiró la pluma de mi mejilla y la colocó en una de mis manos. Mi pulgar acarició los bordes. Era suave. —Muéstrame lo que hay en la otra —dijo él amablemente.

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Lo obedecí. Estirando mis dedos para revelar lo que había dentro. Era el corazón de Noah.

Me desperté en la cocina, frente a la oscura ventana sobre el fregadero. Noah estaba junto a mí. Había estado sonámbula de nuevo, pero estuve inundada de alivio cuando miré a su pecho: estaba muy entero, y él estaba bastante vivo. La pesadilla no había sido real. Noah estaba bien. Pero cuando miré a sus ojos, estaban desolados. Sin esperanza. Era la expresión que llevaba en mi sueño, antes de que me diera su corazón. —¿Qué está mal? —le pregunté, presa del pánico. —Nada —dijo, y su mano encontró la mía—. Vuelve a la cama.

Noah me despertó pocas horas después e insistió que fuera a mi propia cama antes de que el resto de la casa se despertara. Me fui porque tenía que hacerlo, pero estaba inquieta y no quería estar sola. Me sentía enferma. Mis músculos estaban tensos y adoloridos, y mis vértebras crujieron cuando estiré mi cuello. Mi piel se sentía caliente y el roce de mi ropa contra mi piel quemaba. Me sentía mal, como si alguien me hubiera vertido en un cuerpo diferente durante la noche. ¿Qué me estaba pasando? Caminé hacia mi baño y encendí la luz, me sorprendió lo que vi. Viéndome a mí misma en el espejo era como mirar una foto de mí en el futuro, como si hubiera envejecido en una hora… todavía era yo, pero no la misma. Las curvas de mis mejillas parecían hundidas, y mis ojos parecían hundidos también. ¿Era la única que podía verlo? ¿Noah lo veía?

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«Todo lo que puedes hacer es mirar» le había dicho a él, en su cama pero recostada sola.

«Lo he hecho, Mara.» Si eso era verdad, entonces tenía que haber visto mi cambio, y lo que sea que había visto, yo tenía que saberlo. Noah parecía tan angustiado cuando desperté en la cocina: había caminado sonámbula antes, pero él nunca me había visto de esa forma antes… Estaba profundamente inquieta. Me subí a la cama, pero pasó demasiado tiempo antes de que finalmente me quedara dormida.

—Buenos días, dormilona —dijo mi madre, su rostro mirándome a escondidas detrás de mi puerta—. Es casi medio día. Mis ojos se sentían como si estuvieran pegados. Me empujé sobre mis codos y gemí. —¿Te estás sintiendo bien? Asentí. —Sólo cansada. —¿Quieres regresar a la cama? Quería, pero no debería. —No. Saldré pronto. —¿Debería prepararte algún almuerzo? Desayuno, quiero decir. No estaba realmente hambrienta, pero sabía que debía comer de todas formas. —Gracias. Mi madre sonrió, luego se fue. Me puse de pie lentamente y me apoyé sobre mi tocador, arqueando mi espalda.

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Seguía viendo a Noah en mi mente. La forma en que lucía anoche, en la cocina y en el sueño. Algo estaba realmente mal. Necesitábamos hablar porque no podía encontrarle sentido por mi cuenta a todo esto: el sueño, los colgantes, mi abuela, la fotografía. Estaba cayendo a pedazos, y todas mis piezas se estaban dispersando en el viento.

Cuando me vestí e hice mi camino a la cocina, Joseph estaba comiendo un sándwich, pero aparte de mi madre, él era el único que estaba ahí. —¿Dónde está… todo el mundo? —pregunté. No quería ser demasiada obvia. —Papá está jugando golf —dijo Joseph entre bocados. Siguiente. —Daniel fue a escuchar el ensayo de Sophie para un recital que tendrá en un par de semanas. Siguiente. Excepto que ninguno de ellos mencionó a Noah. Me senté a la mesa y me serví un poco de jugo. Miré al teléfono. Lo llamaría. —Noah fue a recoger algo a su casa —dijo mi madre, con una sonrisa en su voz—, estará de vuelta más tarde. Así que era demasiado obvia. Excelente. —¿Tostada? —Gracias —dije. —¿Qué quieren hacer hoy? —me preguntó. —Montar a caballo —respondió Joseph, a medio mordisco. —Ni siquiera estoy segura de a dónde ir para eso. —Noah lo hace —dijo Joseph—. Él sabe todo.

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—Veo que tenemos un poco de culto al héroe por aquí. —Mi madre me dio un plato de tostadas mientras ella le daba a Joseph una mirada de complicidad—. Creo que tal vez deberíamos dejar a Noah para que tenga un poco de espacio hoy, y que él haga lo que quiera hacer. ¿Por qué no vemos una película? Mi hermano suspiró. —¿Cuál? —La que sea que te guste… Joseph esbozó una sonrisa maliciosa. —Que no esté clasificado más alto que PG-1318. Su expresión decayó. Luego volvió a brillar. —¿Qué hay acerca de Aftermath? Mi madre entrecerró sus ojos. —¿Es aquella acerca de la peste? Joseph asintió con vehemencia. Mi madre miró hacia mí. —¿Está bien contigo? Particularmente, no quería ir a ningún lado. De hecho, no pude pensar en nada más que preferiría hacer que tener la casa para mí sola por un rato. Tal vez tratar de leer más de Nuevas Teorías, o investigar los símbolos colgantes, la pluma… o algo. Pero mi mamá nunca acordaría en dejarme sola, y si decía que no quería salir, podría preguntarse por qué. Y al cuestionárselo la haría preocuparse, lo que sólo haría menos probable que me liberara de su cautiverio a corto plazo. Así que asentí. Podía hacer a Joseph feliz, al menos.

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PG-13: Guía Paternal Estricta. Algunos materiales pueden ser inapropiados para niños menores de 13.

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La película no empezaba en más de una hora, así que me encontré con tiempo que matar. Casi llamé a Noah para preguntarle acerca de anoche, pero mi madre estaba en lo cierto. Él se merecía un poco de espacio. Que es por lo que mis entrañas se revolvieron con culpabilidad cuando me encontré de pie en la puerta de la habitación de invitados. No sabía lo que estaba buscando hasta que mis ojos lo encontraron. No toqué sus cosas. No hurgué a través de su bolsa negra de nylon. La habitación estaba tan limpia como si nunca hubiera dormido, como si nunca nadie hubiera estado dentro. Todo lo suyo había sido guardado cuidadosamente. Pero justo antes de que me diera la vuelta para marcharme, noté la esquina de algo asomándose a través de la grieta entre la pared y la cama. Un cuaderno. Noah no tomaba notas. Di un paso más en la habitación. Tal vez no era suyo. Tal vez Daniel o Joseph lo habían dejado ahí olvidado, o tal vez, ¿pertenecía a alguno de sus amigos? Podía mirar a la primera página. Sólo para comprobar. No. Me marcharía de la habitación y tomaría el teléfono para llamar a Noah. Le preguntaría si era suyo, y si lo era, él sabría que lo había encontrado pero no traicionaría su confianza al mirar en su interior. Este era mi monólogo interno mientras marcaba su número, mientras su teléfono continuaba sonando. Eventualmente, escuché un click, pero era sólo su buzón de voz. No contestó. En unos momentos, me encontré de vuelta en la habitación. Probablemente el cuaderno ni siquiera era suyo. Nunca lo había visto con uno, nunca, y de cualquier forma, no había ninguna razón para que él trajera uno a mi casa. Y muchos menos en vacaciones de primavera. Sólo vería a través de él para saber de quién era; no leería lo que estuviera en su interior.

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Un enigma de Gollum/Sméagol19. ¿Prevalecería el bien o el mal? Di un paso hacia la cama. Si el cuaderno era de Noah, las leyes del universo dictaban que sería atrapada. Pero era más fácil pedir perdón que pedir permiso. Di otro paso. Otro. Entonces alcancé el cuaderno, me tragué la culpa, y comencé a leer.

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Gollum/Sméagol: Personajes del libro del Señor de los Anillos de J. R. R. Tolkien.

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A

sí comienza el registro no ilustrado de las observaciones y reflexiones de un tal Noah Elliot Simon Shaw en la medida en que se relaciona con una Mara (segundo nombre aún desconocido, debiéndose remediar) Dyer y su supuesta

metamorfosis. Mara se acaba de ir. Hemos inmolado la muñeca de su abuela, la cual parece haber sido (penosamente) rellenada de cabello humano, así como de un colgante idéntico al que poseo. Ambos estamos justificadamente perturbados por este acontecimiento, aunque ha proporcionado una nueva vía de exploración de por qué demonios ambos somos tan profundamente extraños. Además, la besé. A ella le gustó. Naturalmente. Si hubiera alguien con quién hablar, habría estado sin palabras. Parpadeé fuerte, y luego me quedé mirando a la página, a las palabras, su letra, sólo para asegurarme de que estaban realmente allí. Lo estaban. Y entonces supe cuándo había empezado a escribir. Fue después de que le dijera que tenía miedo de perder el control. De perderme a mí misma. Después de decirle... Que lo único que podía hacer era mirar. Mi propia voz resonó en mis oídos con dureza.

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«Dime lo que ves. Porque no sé qué es real y qué no lo es, o qué es nuevo o diferente y no puedo confiar en mí misma, pero confío en ti.» Él había cerrado los ojos. Dicho mi nombre. Y entonces dije...

«¿Sabes qué? No me digas, porque podría no recordar. Escríbelo, y luego tal vez algún día, si alguna vez mejoro, déjame leerlo. De lo contrario voy a cambiar un poco cada día y nunca sabré quién era hasta después de que me haya ido.» Mi garganta se sentía apretada. Estuvo escribiendo esto para mí. Podría dejar de leer ahora. Devolver el cuaderno, decirle que lo encontré y admitir haber leído el principio. Podría decirle que sólo quería comprobar a quién le pertenecía y una vez que vi que era suyo, dejé de leer de inmediato. Pero no lo hice. Di vuelta a la página.

Ruth me informa que cuando mi padre vuelva a casa, se esperará que regrese a la escuela y asista a clases sin falta. Escucho pacientemente pero puedo sentirme a mí mismo desconectar mientras lo veo en exquisito y miserable detalle: Me quedo mirando con indiferencia detrás de las cabezas a los profesores mientras los escucho hablar de las cosas que ya conozco. Me salto la clase y me recuesto sobre una mesa de picnic debajo del monstruoso tiki20 y yazco allí, completamente inmóvil. Un grupo de chicas pasan por ahí, mirando por encima del borde de la mesa. Estoy envidioso de los camaleones. Abro los ojos, entrecerrándolos, y las chicas corren lejos. Ellas ríen y sonríen, y oigo susurrar a una de ellas: "demasiado perfecto". Quiero sacudirlas por su ignorancia y gritar que su Capilla Sixtina está llena de grietas.

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Tiki: Es el nombre que se le da en las culturas de Polinesia Central en el Océano Pacífico a estatuas de gran tamaño con forma humana. A menudo sirven para delimitar lugares sagrados.

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En mi vida anterior, porque parece de esa forma aunque apenas han pasado unos meses, coquetearía, o no, con cualquiera que pareciera remotamente interesante en un día determinado. Habría una candidata, si tuviera suerte. Luego contaría las horas, minutos y segundos hasta que por fin otro día más sin sentido terminara. Y luego me iría a casa. O iría a un club nuevo con Parker o algún otro idiota que usara un cárdigan alrededor de los hombros y levantara el cuello de su maldita polo. Me encontraría con dos bellas chicas, sin rostro agarrando mi cintura, el ruido sordo de la música en la casa sin alma igualando el latido sordo en mis sienes, evidente incluso a través de la bruma ligera de éxtasis y alcohol, y bebería y no sentiría nada, me reiría y no sentiría nada, y miraría mi vida por los siguientes tres, cinco, veinte años y la detestaría. La imagen de ello me aburre tan profundamente que estoy dispuesto a morir, ahora mismo, sólo para sentir algo más. Cuando las palabras terminaron, me di cuenta de que ya no estaba de pie; me había apoyado sobre la cama. El cuaderno, el diario, estaba extendido y abierto sobre la cama, y mi mano izquierda había cubierto mi boca. Oí la voz de Noah cuando leí sus pensamientos, pero había una amargura en ellos que no recordaba haber oído nunca en voz alta. Di vuelta a la página.

Lo mejor que el dinero puede comprar es nada. Nada sobre Lukumí o quienquiera que sea, y nada sobre Jude. Incluso la búsqueda de su familia ha resultado infructuosa, nada de Claire Lowe o Jude Lowe o los padres William y Deborah desde el derrumbe. Hubo un obituario en el periódico de Rhode Island con instrucciones de donación y eso, pero los padres se mudaron después del accidente… o incidente, diría yo. E incluso con las conexiones IP de Charles, nada. Las personas pueden desaparecer… pero no de personas como él. Es como si mientras más lejos busco, más lejos de la verdad me encuentro. Odio

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que no haya nada más que pueda hacer. Iría a la Providence yo mismo, pero no quiero dejar atrás a Mara. Podría decirle algo cuando la vea; aunque por el momento parece preocupada por algún psicópata en Horizontes. No soy el único que no funciona bien con los demás. Tal vez por eso nos llevamos tan bien. Esas fueron las primeras palabras que me hicieron sonreír. Las siguientes hicieron que mi sonrisa desapareciera.

Examino cuidadosamente a través de las cosas de mi madre muerta. Han pasado años desde que me he molestado y me siento vacío mientras exploro las cajas llenas en su mayoría, repletas de libros maltratados, con páginas marcadas y resaltados. Singer y Ginsberg, Kerouac y Hoffman, filosofía y poesía, el radicalismo y el Beat. Las páginas están gastadas, muy leídas, y hojeo a través de ellas. Me pregunto si es posible conocer a alguien a través de las palabras que amaban. Hay fotografías atascadas en algunos de los libros. Mayormente personas que no reconozco, pero hay unas cuantas de ella. Se ve feroz. Un libro que no parece pertenecer aquí me llama la atención, Le Petit Prince 21. Lo abro y una fotografía en blanco y negro se desliza… ella de espaldas, mirando hacia abajo, sosteniendo la mano de un niño rubio. Mi mano, me doy cuenta. Mi cabello se oscureció mientras crecí.

21

Le Petit Prince: El Principito, publicado el 6 de abril de 1943, es el relato corto más conocido del escritor y aviador francés Antoine de Saint-Exupéry. Ha sido traducido a ciento ochenta lenguas y dialectos, convirtiéndose en una de las obras más reconocidas de la literatura universal.

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Una mancha de color rojo destiñe a través de la imagen y se extiende, cubriendo sus dedos, los míos. Oigo quejidos, gritos y la voz de un chico pidiéndole que regrese. El texto terminaba allí y no continuó otra vez hasta la siguiente página. Mi garganta dolía y mis dedos temblaban, no debería estar leyendo esto, pero no podía parar.

Otra pelea. Ya estaba molesto por la situación del fraude de Lukumi cuando oí a alguien al azar en la Calle Ocho decirle algo vagamente insultante a la chica con la que estaba. Dije algo profundamente insultante en respuesta. Esperaba desesperadamente que girara. Él lo hizo. Hay una libertad sin precedentes en luchar. No puedo ser herido y por eso no tengo miedo de nada. Ellos pueden, por lo que tienen miedo de todo. Eso hace que sea fácil, y por eso gano siempre. Mara llama. Está esperanzada por respuestas, pero no tengo ninguna y no quiero que lo sepa. Debe de haber escrito las entradas el jueves, cuando no vino. Después de que lo llamé y colgó, y me quedé preocupada, preguntándome por qué parecía tan distante. Estaba fascinada.

Cuando no la veo, su fantasma pasea por mis venas. Y cuando vi a Mara hoy después de un día separados, luce diferente. La palabra se filtra en mi sangre.

Es sutil, tan sutil que no lo hubiera notado por mí mismo hasta que ella lo mencionó; tal vez estoy demasiado cerca. Pero ahora, el tiempo separados arroja los cambios al relieve y

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la miro de cerca, así puedo recordar. Ella es todavía hermosa —siempre— pero sus pómulos son más prominentes. Su clavícula es de forma romboidal aguda. La suavidad que amo está siendo lentamente reemplazada por algo en el interior o en el exterior, no lo sé. No quiero decirle. Se deshizo por nada en la feria, después de que algún artilugio alimentara sus frases sobre el destino y la suerte. Las cosas están lo suficientemente precarias como están. Escribió eso ayer. Traté de unir las cosas que pensó con los momentos en que pudo haberlos pensado, momentos en que él estaba conmigo. Las palabras se alzaron de nuevo en la parte inferior de la misma página.

No puedo olvidar el beso. Es gracioso. Apenas la toqué, pero fue dolorosamente íntimo. Ella se arqueó hacia mí, pero yo puse mi mano en su cintura y ella se quedó quieta debajo de mi palma. No creo que jamás haya parecido tan peligrosamente hermosa como lo hizo en ese segundo. Ella no es la única cambiando. Cada día me transforma en algo más. Definitivamente soy un marica. Compartir una cama con ella es una propia tortura exquisita. Me enrosco a su alrededor como el musgo en una rama; nuestros latidos se sincronizan y nos convertimos en una cosa retorcida co-dependiente. Ella hace que pierda el control con sólo una mirada y escucho un doloroso violín, un grave de un violoncelo subiendo. Zumba debajo de mi piel; y no quiero nada más que devorarla, pero no hago otra cosa que apretar mi mandíbula,

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presionar mis labios sobre su cuello, y saborear el temblor de su acorde. Después de un rato, suaviza las notas mientras se desliza hacia el sueño. Su sonido es el canto de una sirena, llamándome a las rocas. Ella piensa que no la deseo y es casi ridículo lo equivocada que está. Pero tiene que luchar contra sus demonios antes de que pueda demostrárselo, no sea que me convierta en uno de ellos. Escucha el nombre de Jude y su sonido se tensa, se eleva; su respiración y su corazón se aceleran con el miedo. Él fracturó algo dentro de ella y Dios sabe que le haré pagar. No puedo matar a su dragón, porque no puedo encontrarlo, así que por ahora me mantengo cerca. No es suficiente. Mi dragón. Mis demonios. Noah creía que lo que Jude me hizo era lo que me hacía temer besarlo. Que si todavía estaba asustada y Noah dejaba a las cosas ir demasiado lejos, eso me perseguiría de la manera en que Jude lo hace ahora. No confió en mí cuando le dije que no tenía miedo de él. No entendió que estaba únicamente asustada de mí misma. Entonces no hubo nada durante las cinco o siete páginas siguientes. En la página trece, había más:

Mi teoría: que Mara puede manipular los acontecimientos de la manera en que puedo manipular las células. Pero sin embargo, no tengo idea de cómo cualquiera de nosotros puede hacer cualquiera de esas cosas.

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Trato de hacerla imaginar algo benigno, pero ella se queda mirando fijamente y concentrada mientras su sonido nunca cambia. ¿Su habilidad está vinculada al deseo? ¿Es que no quiere nada bueno? Pesadilla: El sol se inclina a través de las ventanas de mi habitación, iluminando a Mara mientras dibuja en mi cama. Lleva mi camisa… una cosa sin forma a cuadros blanco y negro que normalmente no notaría, pero con Mara dentro de ella es hermosa. La piel de su muslo desnudo hace que desvié la mirada de mi brazo mientras se desplaza en mis sábanas. Mi mano sostiene un libro: Invitación a una Decapitación. Estoy tratando de leerlo, pero no puedo pasar este pasaje: "A pesar de todo, te he amado, y continuaré amándote… de rodillas, con los hombros echados hacia atrás, mostrando mis talones al verdugo, y extendiendo mi cuello de cisne, incluso entonces. Y después —quizás sobre todo después— te amaré, y un día vamos a tener una explicación real, que lo abarque todo, y entonces tal vez de alguna manera encajaremos juntos, tú y yo... uniremos los puntos... y tú y yo constituiremos ese único diseño que anhelo.” No puedo pasarlo porque me sigo preguntando cómo se sentiría el muslo de Mara contra mi mejilla. Su lápiz de grafito raya el grueso papel y es la banda sonora de mi felicidad. Eso, y su sonido: disonante y dolorido. Su respiración, su ritmo cardíaco y su pulso son mi nueva sinfonía favorita; estoy empezando a aprender cuáles notas se reproducirán cuándo, y a

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interpretarlas. Hay ira y alegría, miedo y deseo… pero nunca ha dejado que el último llegue demasiado lejos. Todavía. El sol canta en su cabello mientras su cabeza se inclina, cae hacia la página. Se arquea hacia adelante, su forma ligeramente felina mientras lo hace. Mi corazón palpita su nombre. Echa un vistazo por encima del hombro y sonríe como si pudiera oírlo. Suficiente. Arrojo el libro en el suelo —una primera edición, no me importa— y me inclino sobre ella. Tímidamente se mueve para bloquear su cuaderno de bocetos. Bien. No es eso lo que quiero, de todos modos. —Ven aquí —susurro en su piel. La doy vuelta para mirarme. Retuerce sus dedos en mi cabello y mis párpados caen ante su toque. Y entonces me besa primero, lo que nunca sucede. Es ligero, fresco y suave. Cuidadoso. Todavía piensa que puede hacerme daño, de alguna manera; no comprende aún que no es posible. No tengo ni idea de lo que está pasando en su mente, pero incluso si le llevara años dejarlo ir, valdrá la pena. Esperaría por siempre por la promesa de ver a Mara, desatada. Retrocedo para mirarla de nuevo, pero algo está mal. Apagado. Sus ojos están vidriosos y confusos, brillando con lágrimas. —¿Estás bien? Niega con la cabeza. Una lágrima se derrama, rueda por su mejilla. Sostengo su rostro entre mis manos.

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—¿Qué? Mira el cuaderno detrás de ella. Se mueve fuera del camino. Lo levanto. Es un dibujo de mí, pero mis ojos están muertos. Estrecho los míos hacia ella. —¿Por qué dibujarías esto? Ella niega. Me frustro más. —Cuéntame. Abre su boca para hablar, pero no tiene lengua. Cuando me despierto, Mara ya no está en la cama. Yazgo solo, mirando hacia el techo, luego al reloj. Tres minutos después de las dos de la mañana. Espero cinco minutos. Después de diez, me levanto para ver a dónde se ha ido. La encuentro en la cocina. Está mirando su reflejo en la ventana oscura con un largo cuchillo apretado contra su pulgar, y de repente no estoy en Miami, sino en Londres, en el estudio de mi padre; tengo quince años y estoy entumecido por completo. Rodeo el escritorio en el que mi padre nunca se sienta y alcanzo su cuchillo. Lo arrastro a través de mi piel... Alejo el recuerdo y susurro el nombre de Mara en desesperación. Ella no responde, así que cruzo la cocina, tomo su mano y suavemente bajo el cuchillo. Ella sonríe y está vacía, y eso congela mi sangre porque he visto esa sonrisa en mí. A la mañana siguiente, ella no recuerda nada.

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Es 29 de marzo. No pude respirar cuando leí la fecha. Hoy es 29 de marzo.

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E

43 ra un caldero hirviente de pensamientos, de los cuales no pude procesar ninguno antes de escuchar a Daniel llamándome.

Me apresuré a poner de regreso el cuaderno donde la había encontrado y me escabullí fuera de la habitación de invitados y entré en la cocina. Daniel estaba girando sus llaves. —Vamos a salir —dijo. Miré al pasillo. —Realmente no me siento con ganas de… —De quedarte en casa. Confía en mí. —Daniel destelló una sonrisa críptica—. Me lo agradecerás más tarde. Lo dudaba. Necesitaba quedarme quieta, a solas, y sólo pensar. Sobre lo que le diría a Noah cuando finalmente lo viera. Lo que le diría después de lo que leí. Las entradas sobre mí eran una cosa. Noah las escribió para mí, con la intención de que las viera, algún día. Pero el resto. El resto era suyo. De él. Me sentí enferma. —Te voy a hacer zafar de que veas esa horrorosa película con mamá y Joseph. Ven —dijo Daniel con un movimiento exagerado de su mano—. VEN. Fue implacable, así que lo seguí con malhumor al auto. —¿Adónde vamos? —pregunté, intentando sonar casual. Intentando sonar tranquila. —Vamos a salir por tu cumpleaños.

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—Lamento decepcionarte, pero llegas un poco tarde. Se acarició el mentón. —Sí, sí, veo que podría parecer así desde tu ignorante perspectiva. Pero de hecho, viendo cómo tu cumpleaños técnico resultó de la manera que de aquí en adelante llamaremos tu “Período Oscuro”, fue discutido y luego acordado que deberías tener un segundo intento. Le lancé una mirada de reojo cuando giró en la autopista. —¿Discutido y acordado por…? —Por todos. Todos en el mundo entero. No hay otro tema de discusión que no sea Mara Dyer, ¿no recibiste el memo? Suspiré. —No vas a decirme a dónde vamos, ¿verdad? Daniel imitó cerrarse los labios con llave. —Correcto —dije. Fue difícil no reír, a pesar de que no estaba de humor. Mi hermano estaba intentando hacerme feliz. Era mi culpa que me sintiera miserable, no de él. Finalmente, nos detuvimos en el puerto, lo cual, obviamente, no esperaba. Salí del auto, mis pies crujiendo sobre la grava, pero Daniel no se movió de allí. Di la vuelta hasta su ventana y él la bajó. —Aquí es donde te dejo —dijo con un saludo. Miré hacia atrás a la entrada. El cielo estaba empezando a cambiar, y nubes de rosa platino aparecieron bajas sobre los altos mástiles. Nadie se encontraba allí. —¿Se supone que tengo que hacer algo? —Todo será revelado en su debido momento. Claramente había un plan, un plan que probablemente involucraba a Noah, lo cual me hizo querer sonreír y llorar al mismo tiempo.

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—¿Mamá lo sabe? —fue todo lo que pregunté. —Más o menos… no realmente. —Daniel… —Vale la pena, te lo mereces. ¡Oye, mira detrás de ti! Me di la vuelta. Un hombre con una especie de uniforme náutico caminaba por el estacionamiento desde una larga dársena, una bolsa de prendas sobre sus brazos. Cuando volví a mirar a Daniel, él había subido la ventana. Me guiñó un ojo y se despidió. Un nudo se formó en mi garganta cuando le devolví el saludo. No lo merezco a él. El hombre uniformado habló. —Si fuera tan amable de venir conmigo, señorita Dyer, la llevaré al barco. Sonreí, pero no alcanzó mis ojos. Pensé que Noah me atraparía leyendo su diario, tal vez. Se enojaría. Pelearíamos. Le explicaría, nos reconciliaríamos, seguiríamos adelante. Pero ahora mientras caminaba hacia lo que estaba segura que sería un gran gesto de la clase más grande, noté que lo había contaminado por mi traición. Tenía que decirle; cuanto más tiempo esperara, peor sería. El hombre se presentó como Ron y me llevó hacia el final del muelle. El aire olía a salmuera, algas y el agua chapoteaba debajo de nuestros pesados pasos. Finalmente, nos detuvimos ante un barco elegante e impresionante. Fui ayudada a subir la escalera y me pidieron quitarme los zapatos; la madera dorada de la cubierta brillaba bajo mis pies descalzos, resplandeciendo e impecable. Una vez que llegamos a bordo, Ron se giró hacia mí y me preguntó si me gustaría algo de beber. Dije que estaba bien, aunque no lo estaba. Un frenesí de actividad empezó detrás de mí. Los nudos estaban siendo desatados como si nos estuviéramos preparando para zarpar. —¿Adónde vamos? —le pregunté.

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—No será un viaje largo —dijo con una sonrisa. Miré el cielo; ya era casi la puesta del sol, y me pregunté cuándo aparecería Noah. Ron me entregó la bolsa de prendas. —He sido instruido para decirle que no necesita cambiarse, pero esto fue hecho para usted si desea usarlo. De cualquier manera, es suyo. Algo revoloteó en mi pecho y en mi mente cuando tomé la bolsa con cautela. —Pero si desea, ¿puedo mostrarle la cabina? Le agradecí y me condujo hacia abajo a una ubicación mitad escalera pequeña y estrecha, y mitad escalera de mano. Bajamos a un pasillo abreviado que daba a unos cuartos separados; un hombre con gorro de chef trabajaba en la cocina, y pasamos dos habitaciones antes de que me mostrara la tercera. Busqué a Noah en todos ellos. No estaba allí. —Déjeme saber si hay algo que necesite —dijo. —Gracias. Inclinó su cabeza y cerró la puerta detrás de él, dejándome sola. Pude haber estado en un hotel de lujo. Lujosas sábanas blanca adornaba la cama que predominaba la habitación, dos soportes de candelabros gemelos flanqueaban ambos lados de la cabecera de cuero. Había una pequeña barra construida en la pared debajo de una fila de ventanas redondas. Desparramé la bolsa de ropa sobre la cama y la abrí. Un trozo de paño azul oscuro, casi negro, se asomó, y cuando saqué el largo vestido escotado de fiesta —el gran vestido, en serio— de la bolsa, la tela se sintió como agua bajo mis dedos. Era extraordinario; tan suave y perfecto que no se sentía real. Deslicé el vestido sobre mí, y miré en el espejo de la pared. Fue como si estuviera usando la noche en sí misma. El color hacía que mi piel pareciera crema; impecable, en vez de sólo pálida. El vestido se ceñía suavemente a cada curva como si hubiera sido enseñado a cómo hacerlo por alguien que conocía cada línea, curva y arco de mi cuerpo. El acto de usarlo fue íntimo, y mi piel se inundó de calor.

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Pero lo más sorprendente de todo fue cuando miré mi reflejo, se parecía más a mí de lo que había sido por semanas. Cuando finalmente aparté mis ojos, abrí el armario para ver si había zapatos. No había. Busqué en algunos lugares donde pensé que los zapatos podrían estar, pero no vi ninguna caja. O, más exactamente, no vi una caja de zapatos. Mientras mis ojos recorrían la habitación, noté una pequeña caja en la mesita de noche empotrada que era parte de la cama. Una pequeña y negra caja aterciopelada. Una caja de joyería. Descansaba encima de un sobre color crema. Lo abrí con dedos temblorosos y desdoblé la nota tan cuidadosamente como pude. Contuve el aliento en mi garganta a medida que leía las palabras escritas por Noah.

Esto perteneció a mi madre, pero estaba destinado para ti. Mi corazón estalló contra mis costillas y mi pulso revoloteó debajo de mi piel cuando finalmente bajé la nota y miré en el interior.

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L

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a joya oscura era del color de la medianoche y brillaba como el fuego. Cien diamantes o más rodeaban el zafiro en un bucle y se extendían en una larga cadena, la cual desenrollé en mi palma. Nunca había sostenido nada tan precioso. Estaba casi asustada de ponérmela.

Casi.

Eché un vistazo a la puerta. Medio esperaba que Noah apareciera para abrocharlo alrededor de mi cuello, pero no lo hizo, así que lo hice yo. El collar era pesado, pero de alguna forma se sentía bien el peso alrededor de mi garganta. Recogí mi cabello hacia atrás en un moño, y luego salí de la habitación. Mis pies descalzos encontraron soporte en la estrecha escalera mientras subía hasta el muelle donde sabía que iba a ver a Noah. El corazón me latía con fuerza y me mordí el labio cuando salí. Él no estaba allí. Fue desconcertante. Lentamente solté el aliento que no me di cuenta que había estado conteniendo y miré alrededor. Estábamos lejos del puerto ahora, flotando en una gran extensión turquesa oscuro de agua salpicada con muchos otros barcos. Marañas de algas flotaban en la superficie, y la espuma de la estela de otro barco se aferraba al agua. Habían personas, también; algunos flotando en salvavidas, otros volando cometas en las cubiertas de sus barcos. Un anciano flotaba cerca de nosotros en un fino flotador de espuma naranja, con gafas de sol verde neón en su cara enrojecida y una cerveza de brillante color rosa acomodada en su mano. Un estudiante universitario de muy buen gusto en pantalones cortos a cuadros y un sombrero de paja un poco tonto tripulaba un brillante yate que embestía el aire con letras de canciones tontas y un pulsante ritmo oficioso. Arrojó la colilla de su cigarrillo en el agua. Imbécil.

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Y entonces, mientras navegábamos debajo de un hermoso y antiguo puente levadizo color blanco salpicado con las luces de la calle, el paisaje a nuestro alrededor cambió. Pasamos junto a un campo de golf lleno de palmeras, por un lado, y hermosas casas alineadas en la orilla opuesta. Los patios estaban llenos de árboles de durazno y olivos, o rosales con pérgolas rodeando canchas de tenis completamente. Una trama solitaria de escalera de mano estaba en un patio, ahí para adornar una colección de arbustos con forma de animales. La casa más allá del jardín era enorme y de estilo toscano, con arcos escalonados abarcando la longitud del piso al techo. Apoyé mis brazos contra la proa, observando las lujosas mansiones; el vidrio moderno, las monstruosidades de acero y el intento encantador de las extensas casas antiguas. El barco se mecía suavemente bajo mis pies descalzos. Pasé tanto tiempo sintiéndome enferma estos días que me sorprendió un poco no sentirme mal en el barco. Una explosión de música a todo volumen asaltó mis oídos y levanté la mirada. Alguien en una de las casas había encendido un masivo sistema de altavoces al aire libre. Oí el furioso aullido de guitarras y electrónica chocando en el fondo, y un cantante gruñón gritó acerca del daño, del abuso y de salvarte a ti mismo. Pasamos junto a una casa enorme en forma de caja, un retroceso a los años sesenta, supuse, y luego flotamos cerca de una gran mansión, blanca, con ventanas que daban a la creciente de agua. Estatuas griegas bordeaban el intrincado paisaje del césped, y algo sobre ello se sintió... Familiar. Porque era la casa de Noah. Casi no la reconocí desde aquí; había estado siempre en el interior mirando hacia afuera, pero ahora estaba desde afuera, mirando hacia dentro. Pero no vi o sentí ninguna señal de que estuviéramos deteniéndonos. Al parecer, ese no era el lugar adonde íbamos. Curioso. Las casas pronto dieron paso al bosque. Una enorme higuera de bengala se inclinaba alejada de sus raíces, saturada de musgo español que besaba el agua. El sol poniente se reflejaba en la superficie, proyectando sombras ondulantes debajo

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del árbol. Las palmeras a ambos lados de nosotros se inclinaban y balanceaban, cargadas de cocos. Entonces, el bosque se hizo menos denso. Pasamos junto a postes sin nada atado a ellos, su madera erosionada expuesta a media marea. Una palmera con la parte superior cortada se alzaba firme a nuestra derecha, sólo un tocón alto que perforaba el aire. Y entonces, por fin, vi hacia dónde nos dirigíamos. Una pequeña isla apareció delante de nosotros, habíamos pasado muchas, pero sentí, y supe, que Noah estaba en ésta. Esperando por mí. Navegamos alrededor de un angosto muelle que se adentraba en el océano. La tripulación ancló el barco, y Ron me ayudó a bajar, pero no se me unió. Él sólo asintió hacia el final del pequeño muelle, y empecé a caminar. El viento había desatado mi cabello y ahora colgaba suelto en ondas oscuras sobre mis hombros desnudos. La madera bajo mis pies estaba suave y desgastada por el aire y el agua. Me levanté el dobladillo del vestido —moriría si tropezaba— y me pregunté hacia dónde estaba yendo. No tuve que preguntármelo mucho tiempo, al final del muelle, pequeñas antorchas se levantaban del suelo, y sus llamas guiaron mi camino. Las seguí por la playa hasta que finalmente lo vi. Era difícil apreciar cuán bella era la silenciosa y secreta playa con Noah allí de pie, luciendo sexy en un esmoquin de corte esbelto, viéndose delgado, alto y extravagantemente atractivo. Dejé caer el dobladillo del vestido, junto con mi mandíbula, mis pensamientos y todo lo demás. —Estás aquí —dijo. El sonido de su voz y la vista de él se robaron mis palabras. Noah atravesó la arena con gracia y bajó la cabeza para mirarme a los ojos. —¿Mara? Aún sin palabras. Noah sonrió con esa sonrisa torcida suya, y pensé que podría derretirme.

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—¿Debería estar preocupado? Me las arreglé para sacudir mi cabeza. Dio un leve paso hacia atrás y me consideró. Sentí sus ojos deslizarse sobre mi piel. —Tú sí. Rompí en una sonrisa brillante. —Tú también —dije, mi voz extrañamente ronca. —Mencionaste un esmoquin en tu fantasía, así que... —En realidad —logré decir—, creo que tú mencionaste un esmoquin en tú fantasía. Porque era demasiado limitada para comprender cómo se vería en uno. Adoraba al Noah no-me-molesto-en-preocuparme-por-mi-vestuario de camisas y jeans desgastados, pero esto... no había palabras. —Mmmm —dijo pensativo—. Tal vez tienes razón. Mi sonrisa se ensanchó. —Tengo razón. —Bueno —dijo, con la voz serena mientras observaba de nuevo hacia el muelle—. Supongo que si prefieres regresar a tu casa... Negué con la cabeza con vehemencia. —¿Esto lo hará, entonces? Podría hacerlo siempre. Asentí. —Excelente. Oliver estará contento. —¿Oliver? —El sastre que rara vez tengo la oportunidad de usar. Estaba muy emocionado cuando lo llamé, a pesar de que tuvo que dejar todo para hacerlo en dos semanas.

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—Suena caro. —Cinco mil dólares, pero por esa mirada en tu cara, habría pagado diez. ¿Vamos? Seguí la línea del gesto de Noah a lo largo de la playa. Había una manta anclada más adelante en la extensa arena blanca, rodeada de antorchas. Una pieza de tela brillante estaba envuelta entre dos árboles. Él caminó en dirección al océano y se situó a la orilla donde las olas humedecían la arena. Lo seguí casi todo el camino, con cuidado de evitar el agua. La luz del sol había desaparecido y nubes grises se perseguían unas a otras a través de un cielo perforado, oscuro como tinta. —Esto es lo que debería haberte dado para tu cumpleaños —dijo, su voz aterciopelada, pero atravesada por algo que no pude identificar. Luego se volvió hacia mí y sus ojos se posaron en mi garganta. Dio un paso más cerca, casi alineando mi cuerpo con el suyo. Sus elegantes dedos se trasladaron a mi cuello. Vagaron por la joya—. Y esto. Trazaron mi piel, por debajo del collar, y luego hacia arriba. —Y esto —dijo, a medida que sus dedos se detenían debajo de mi mandíbula, inclinando mi rostro hacia el suyo. Su pulgar siguió la curva de mi boca, y su hermoso y perfecto rostro se ángulo hacia abajo en dirección al mío. —Y esto —dijo, sus labios a escasos centímetros de los míos. Iba a besarme. Iba a confiar en mí. En algún lugar entre el barco, el vestido, la playa y el cielo me había olvidado de lo que había hecho. Pero ahora rugió de nuevo con fuerza en mis oídos; si no se lo decía ahora, nunca podría. Las mentiras nos hacen ver como otra persona, pero con Noah, tenía que ser yo misma. Las palabras quemaron en mi garganta. —Yo... Noah se apartó un poco al sonido de mi voz. Sus ojos tradujeron mi expresión.

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—No —dijo, y apretó un dedo a mis labios—. Sea lo que sea. No lo digas. Pero lo hice. —Lo leí. —Las palabras se llevaron mi aliento con ellas. La mano de Noah dejó mi piel. Mienten, sabes. No es fácil pedir perdón. Ni siquiera un poco.

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—L

45 o siento —empecé a decir—. Yo no... —Sí, lo hiciste —dijo Noah, su voz fría. Miraba hacia el océano. No hacia mí. —Sólo pensé...

—¿Tenemos que hacerlo? ¿Tenemos que hacer esto? —¿Hacer qué? —pregunté en voz baja. —Esto. —La palabra fue un chorro de ácido—. Esto… lo que sea. —Su voz se había deslizado nuevamente en la llanura—. Me dijiste que escribiera lo que vea. Lo hice. Entonces lo lees sin preguntar. Está bien. —Dejó caer un encogimiento de hombros brutalmente indiferente—. Supongo que una parte de mí no lo habría dejado allí si no hubiera querido que lo hicieras. Así que, hecho. Se acabó. —Él miró al frente en la oscuridad—. No importa. —Sí lo hace. Se volvió hacia mí con gracia depredadora. —Está bien, Mara. —Su voz laceró mi nombre—. ¿Quieres oír cómo me enteré de mi habilidad? ¿Acerca de cómo me fue dicho que nos estábamos mudando a otra miserable casa dos días antes de marcharnos por la secretaria de mi padre, porque él no se molestó en decirme por sí mismo? ¿Acerca de sentirme tan adormecido a ello y a todo de modo que estaba seguro de que en realidad no podría existir? ¿Que debí ser hecho de la nada para sentir más "nada", que el dolor que el cuchillo extrajo de mi piel fue lo único que me hizo sentir de verdad? Su voz se volvió salvajemente en blanco.

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—¿Quieres saber que eso me gustaba? ¿Que quería más? ¿O quieres saber que cuando me desperté al día siguiente no encontré ningún rastro de cualquier corte, ningún indicio de formación de una cicatriz, y lo único que podía sentir era una aplastante decepción? No había nada más que el sonido de las olas engañosamente tranquilas y mi aliento en la tranquilidad antes de que él lo rompiera de nuevo. —Se convirtió en una especie de juego, entonces, para ver si había algún daño que realmente pudiera hacerme. He buscado por todas las partes que te puedas imaginar —dijo, subrayando la palabra todas con una estrecha mirada para asegurarse de que entendía lo que quería decir—. Completamente sin consecuencias. Quise perderme y no pude. Estoy persiguiendo el olvido que nunca encontraré. —Y entonces sonrió. Una cosa oscura, rota y vacía—. ¿Has oído lo suficiente? Fue terriblemente frío, pero yo no tenía miedo. No de él. Di un paso hacia él. Mi voz fue tranquila, pero firme. —No importa. —¿Qué no tiene importancia? —preguntó con voz apagada. —Lo que hiciste antes. —No he cambiado, Mara. Lo miré fijamente, a su expresión. Todavía quiero perderme, dijo. Y empecé a comprender. Noah ansiaba peligro porque nunca estaba en él, era descuidado porque no creía que realmente pudiera hacerse daño. Pero quería. No tenía miedo de mí, no sólo porque creía que no podía hacerle daño, sino porque incluso si lo hiciera, él le daría la bienvenida al dolor. Noah aún estaba persiguiendo el olvido. Y en mí, él lo encontró. —Quieres que te haga daño. —Mi voz era apenas un susurro. Dio un paso hacia mí. —No puedes.

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—Podría matarte. —Las palabras fueron afiladas en acero. Otro paso. Sus ojos desafiaron los míos. —Inténtalo. Mientras permanecía allí de pie en sus ropas exquisitas, sus facciones perfectas mirándome, todavía parecía un príncipe arrogante. Pero sólo ahora pude ver que su corona estaba rota. El aire a nuestro alrededor estaba cargado mientras permanecíamos de pie uno frente al otro. Sanador y destructora, el mediodía y la medianoche. Estábamos silenciosamente en un punto muerto. Ninguno de nosotros se movió. Me di cuenta entonces que Noah nunca se movería. Él nunca daría marcha atrás porque no quería ganar. Y yo no lo perdería. Así que lo único que podía hacer era negarme a jugar. —No voy a ser lo que quieres —dije entonces, mi voz baja. —¿Y qué crees que es? —Tú arma de autodestrucción. Él se quedó inmóvil. —¿Crees que quiero usarte? ¿No era así? —¿No quieres? Noah inhaló lentamente. —No, Mara. —Mi nombre fue suave ahora, en su boca—. No. Nunca quise eso. —Entonces, ¿qué quieres? —Quiero... —Se detuvo. Atravesó los dedos por su cabello—. No importa lo que quiero. —Su voz estaba más tranquila, ahora—. ¿Qué quieres tú? —A ti. —Siempre a ti.

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—Me tienes —dijo él, sus ojos se encontraron con los míos—. Habitas en mí. —Su rostro era de piedra pero las palabras salían de su boca en una súplica—. ¿Quieres saber lo que quiero? Quiero que seas tú la única queriéndome primero. Empujándome primero. Besándome primero. Sin tener cuidado conmigo —dijo—. Porque no voy a tener cuidado contigo. Mi corazón empezó a correr. —No puedes hacerme daño de la manera en que crees que puedes. Pero ¿incluso si pudieras? Prefiero morir con tu sabor en mi lengua que vivir y nunca tocarte otra vez. Estoy enamorado de ti, Mara. Te amo. Sin importar lo que hagas. Mi respiración quedó atrapada en mi garganta. Sin importar lo que hagas. Las palabras eran una promesa, una promesa que no sabía si alguien podía mantener. —Tenemos sólo diecisiete años —dije en voz baja. —A la mierda los diecisiete años. —Sus ojos y su voz eran desafiantes—. Si tuviera que vivir mil años, te pertenecería en todos ellos. Si tuviéramos que vivir mil vidas, querría hacerte mía en cada una. Noah sabía lo que era yo, lo que había hecho, y me quería de todos modos. Él me veía. Todo de mí. Mi piel expuesta, mi corazón desnudo. Estaba de cabeza por él y temblando. —Lo único que quiero es a ti —dijo—. No es necesario que me elijas ahora o alguna vez, pero cuando elijas, quiero que seas libre. Algo dentro de mí se agitó. —Eres más fuerte de lo que crees. No permitas que el miedo se apropie de ti. Aprópiate de ti misma. Hice dar vueltas las palabras en mi mente. Aprópiate de ti misma. Como si fuera tan fácil. Como si pudiera alejarme del dolor, la culpa y el miedo y dejar todo atrás. Lo quería. Yo quería. —Bésame —susurré.

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Los dedos de Noah trazaron la columna de mi espina dorsal, expuesta en el vestido. El calor floreció bajo mi piel. —No puedo. No así. Noah comenzó esta persecución y me paré frente a él, esperando a ser atrapada. Él podría tenerme, pero se negó a moverse. Sólo ahora me doy cuenta de por qué. Él quería ser atrapado. Estaba esperándome para perseguirlo a él. Me abalancé sobre su camisa y lo empujé hacia mí. Contra mí. Mis manos se convirtieron en puños sobre la tela, pero las suyas eran de piedra a cada uno de los lados de mi caja torácica; ellas subían y bajaban con cada respiración acelerada que tomé pero no se movieron. Las mías lo hicieron. Mis dedos vagaron por debajo de su camisa; su respiración se aceleró cuando ellas encontraron su piel dorada pálida. Viajaron a través de las crestas de sus músculos y tendones, duros y calientes debajo de mis palmas. Traté de alcanzar su boca con la mía, pero él era demasiado alto y no iba a agacharse. Así que me eché hacia atrás en la arena. Y lo tiré hacia abajo conmigo. El dobladillo de mi vestido tocó el agua, pero no me importó, no entonces. La tierra cedió debajo de mi cuerpo mientras Noah se movía sobre mí y deslizaba su rodilla entre las mías, avivando mi fuego. Su brazo se deslizó por debajo de mi espalda y su boca se movió sobre mi cuello, sus labios rozando mi clavícula y el hueco debajo de mi oreja. Mis brazos entrelazados alrededor de su cuello, mis puños enroscados en su cabello. Mi pulso era salvaje. El suyo estaba todavía tranquilo. Y luego me deslicé sobre él. Por encima de él. Sus costillas se movían debajo de mis manos, ahora. Su cintura estaba entre mis piernas. Estaba respirando con dificultad y sintiéndome imprudente. Noah me miraba, y si no lo conociera tan bien como lo hacía, no habría sabido que había algo inusual en todo esto. Pero sí lo conocía, y aún a pesar de que estaba allí, había algo diferente en la forma en que me miraba ahora. Puse mis manos sobre su pecho. Su corazón latía más rápido. Su control se estaba escapando.

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Persecución. Me incliné más cerca, mis manos moviéndose más abajo en su estómago, mi espalda arqueada sobre él. Besé su garganta. Escuché una inhalación brusca. Sonreí contra su piel, moví mis labios a lo largo de su mandíbula, su garganta, maravillada por el punto en el que la aspereza se convertía en suavidad. Mis manos vagaron lentamente a su cintura y él deslizó mi vestido hacia arriba, sus dedos calientes sobre mi piel desnuda, dejándome sin aliento. Haciéndome doler. Me presioné contra él más fuerte, mi cuerpo doblado, una cuerda apretada sobre él. Su boca estaba a milímetros de la mía. —Mierda —murmuró contra mis labios. La sensación, la palabra, envió una pequeña descarga de calor a través de mi columna vertebral. Se deslizó por mis venas y bailó a través de cada nervio. Y entonces rocé sus labios con los míos. Sabía que Noah adoraba a Charlie Parker y que su cepillo de dientes era verde. Que no se molestaría en abotonar sus camisas correctamente, pero siempre haría su cama. Que cuando dormía se enroscaba en sí mismo y que sus ojos eran del color de las nubes antes de llover, y sabía que él no tenía ningún problema comiendo carne, pero sutilmente salía de la habitación cuando los animales comenzaban a matarse unos a otros en el Canal Discovery. Sabía cien pequeñas cosas acerca de Noah Shaw, pero cuando me besaba yo no podía recordar ni mi propio nombre. Estaba hambrienta por él, por esto. Era una criatura empapada de necesidad… de sensaciones y sin aliento. Había una punzada, furiosa y feroz, y una parte de mí estaba asustada por ella, pero otra parte, respiraba un grave, profundo y oscuro sí. Noah susurró mi nombre como una plegaria, y fui libre. Removí la chaqueta de sus hombros. Fuera. Desabroché los botones de su camisa en cuestión de segundos, aflojé la corbata de su cuello. Su piel estaba ardiendo bajo las manos que recorrían sus esbeltos músculos y huesos debajo de ellas por voluntad propia. Por encima de su abdomen, su pecho. Sobre las dos líneas delgadas de plata que descansaban contra su garganta...

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Colores irrumpieron en mi mente. Verde, rojo y azul. Árboles, sangre y el cielo. La arena y el mar desaparecieron; fueron reemplazados por la selva y las nubes. Había una voz, cálida y familiar, pero estaba muy lejos.

Mara. La palabra llenó mis pulmones con una ráfaga de aire y respiré en madera de sándalo y sal. Luego hubo una fuerte presión sobre mis caderas, desplazándome lejos. Abajo. Ojos grises me inmovilizaron en la tierra y el cielo cambió de nuevo por encima de ellos; el azul perseguido por el negro, las nubes perseguidas por las estrellas. Noah estaba encima de mí, su respiración acelerada, sus pupilas dilatadas. Bajó la vista hacia mí. De manera diferente. Mis pensamientos eran confusos y fue difícil hablar. —¿Qué? —logré decir. Los ojos de Noah estaban cerrados, y había una tormenta debajo de ellos. —Tú... —empezó a decir, pero se detuvo—. Sentí... —¿Qué? —pregunté de nuevo, esta vez más fuerte. —Te creo —dijo finalmente. El calor subió por debajo de mi piel mientras comprendía lo que quería decir. —¿Te he hecho daño? —le pregunté en un apuro—. ¿Estás bien? Una leve sonrisa apareció en su boca. —Todavía estoy aquí. —¿Qué pasó? Consideró sus palabras. —Sonabas diferente —dijo Noah lentamente—. Estaba escuchando por un cambio y lo escuché pero no supe lo que significaba; nunca te he oído de esa manera antes. Dije tu nombre pero no respondiste. Así que nos detuvimos.

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No sabía lo que significaba tampoco y no me importaba. —¿Te hice daño? —le pregunté de nuevo; eso era lo que me importaba. Eso era lo que necesitaba saber. Noah me ayudó a ponerme de pie y nos levantamos de la arena juntos. Sus palabras y sus ojos fueron suaves. —Todavía estoy aquí. —Entrelazó sus dedos con los míos—. Vayamos a casa. Noah me condujo a lo largo de la costa, mirando hacia adelante, no hacia mí. Lo estudié de cerca, todavía insegura de si estaba bien. Cuando llegué a la playa, Noah estaba impecable. Ahora su corbata estaba suelta, sus mangas desarregladas, la arena y el mar habían arruinado su traje de cinco mil dólares, y su cabello había sido devastado por mis manos. Sus ojos de zafiro grises estaban ardiendo y sus labios de terciopelo estaban hinchados por los míos. Este era el chico que amaba. Un poco desordenado. Un poco arruinado. Un hermoso desastre. Justo como yo.

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entí como si el peso de mi mundo se disolviera con ese beso. No fue ligero como una pluma, como los otros. Fue salvaje y oscuro. Fue increíble. Y Noah todavía estaba aquí.

Llevé la más ridícula sonrisa en el auto de regreso al puerto; no podía dejar de sonreír y no quería hacerlo. Después de que los dos nos hubiéramos cambiado a nuestra ropa normal y devolviera el collar de su madre para que pudiera estar a salvo, lo que decidimos fue esto: Yo tenía razón. Algo cambió en mí cuando nos besamos. Pero Noah también tenía razón. No lo lastimé en la forma en que estaba segura que lo haría. No sabía si fue porque él estaba escuchando por algo esta vez, por ese cambio, quizás, o si fue porque realmente no podía lastimarlo, tal como dijo. Estaba emocionada de que él estuviera bien, obviamente. Tan delirantemente. Pero sacudió mi confianza un poco en mi memoria… no podía evitar preguntarme si tal vez, después de todo esto, había soñado, imaginado o alucinado ese primer beso en su cama. Se lo dije a Noah tantas veces, pero él tomó mis manos y me miró a los ojos y me dijo que confiara en mí misma, y que confiara en mis instintos, también. Traté de convencerlo un poco más, pero entonces me besó de nuevo. Creo que podría pasarme el resto de mi vida besándolo.

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Estuve optimista el resto del fin de semana. Habíamos contestado a una pregunta de un millar, pero fue una respuesta feliz. Quería creer que después de todo lo que había tenido que pasar, me lo merecía. Noah parecía diferente, también. Me dijo que negoció un acuerdo para comprar las cintas de seguridad de la gente de la feria para resolver de una manera u otra si Roslyn Ferretti fue sobornada, y de ser así, por quién. Él también quería volar a Providence y tratar de averiguar algo más que su investigador, para ver si podía aprender más acerca de Jude por sí mismo. Estaba feliz de dejarlo ir. Nada había pasado desde que John comenzó a vigilar la casa, y no necesitaba estar unida a Noah a cada segundo. Las palabras de la adivina falsa fueron menos importantes para mí ahora que sabía que no podía lastimarlo, y por lo tanto me preocupaba menos por ellas. No sentía miedo. Me sentía libre. Las manos de Noah permanecieron en mi cintura cuando él me dio un beso de despedida en la noche del domingo, y sonreí a los dos talismanes que ahora colgaban alrededor de su cuello. Amaba que él estuviera usando el mío por mí.

Mi buen humor era evidente para todos, incluyendo a mis padres, aparentemente. —Estamos muy orgullosos de ti, Mara —dijo mi padre en el viaje a Horizontes en la mañana del lunes—. Tu mamá y yo estábamos hablando del retiro de esta semana y decidimos que si no quieres ir, no tienes que hacerlo. El retiro de Horizontes: parte de la evaluación a la que estaba inscrita… para ver si sería más adecuada para el programa residencial que como paciente externo. Había olvidado todo sobre él, pero creo que ahora eso no importaba porque no tenía que ir. Estuve sorprendida pero encantada por este avance. —¿A qué viene esto? Papá negó con la cabeza.

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—Nunca quisimos que vivieras en otro lugar. Nos encanta tenerte en casa, nena. Sólo te queremos sana y salva. Una respuesta digna. No tuve ninguna protesta. Sin embargo, el asunto de la felicidad, es que nunca dura. Cuando entré a Horizontes me entregaron una hoja de trabajo, la que resultó ser una prueba. Una prueba sociópata, si las preguntas eran de alguna indicación. Era obvio qué respuesta debías seleccionar cuando te solicitan elegir... siempre son así esas pruebas… así que contesté benignamente, cada vez un poco más incómoda por el hecho de que la mayoría de mis respuestas reales no eran particularmente agradables. ¿Mientes o manipulas a los demás cuando eso se adapta a tus necesidades o para conseguir lo que quieres? A) A veces B) Rara vez C) A menudo D) Nunca A menudo.

“Rara vez", marqué. ¿Crees que las reglas de la sociedad no se aplican a ti, y las violarías para lograr tus objetivos? A veces.

"Nunca", escogí. ¿Te es fácil hablar de los métodos que usas para salir de problemas sin culpa? A menudo.

"Rara vez".

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¿Has matado a animales en el pasado? A veces, fui reacia a admitir.

“Nunca", escogí. Y así fue todo lo demás, pero traté de no dejar que eso amargara mi estado de ánimo. Cuando me senté con el Grupo, fui capaz de mantener mi burbuja de oro por un poco más de tiempo, aunque las diminutas miserias de todo el mundo continuaron presionándome contra ella. Apreté la boca contra mi observación sarcástica y me aseguré de que mi monólogo interior quedara interior; no quería nada que desencadenará mi Salida a un Pase de Tratamiento de Hospitalización Gratuito. Jamie parecía que estaba teniendo un rato muy duro con todo el compartir de hoy como yo lo estuve después del estándar de diatribas narcisistas de Adam, así que cuando nos separamos para la merienda me acerqué a él. —Odio a ese chico —dije, agarrando una galleta. —Sí —fue todo lo que obtuve de él, muy extrañamente. Llenó un vaso con agua y bebió un sorbo muy lentamente. Me senté en el sofá junto a él. —¿Quién se murió? —pregunté. Había una fina capa de sudor en su frente, que se limpió con el dorso de su manga. —Anna Greenly. —Espera… ¿Anna de Croyden? —Exactamente la misma. Lo miré fijamente durante un instante, esperando el resto del chiste. Entonces me di cuenta que no era ninguno. —¿En serio? —pregunté en voz baja. —Se cayó de un puente. Borracha.

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—Estoy... —Pero no sabía cómo estaba. No tenía ni idea de qué decir. Tú dices que lo sientes cuando alguien pierde a una persona que aman. No a una persona que odian. —Sí —dijo Jamie, aunque no había dicho nada. No se veía bien. —¿Estás bien? —pregunté suavemente. Él se encogió de hombros. —Estoy mal del estómago. No te acerques. —Bueno, ahora has echado todo a perder —dije casualmente, trabajando duro para fingir—. Estaba planeando seducirte en el armario de escobas. —Señalé—. Ahí mismo. Una sonrisa triste apareció en los labios de Jamie. —Estamos demasiado jodidos para un maldito triángulo amoroso. Ese es mi Jamie. Tras un minuto de silencio, dijo: —¿Sabes cómo de vez en cuando hay una noticia sobre chicos siendo intimidados al suicidio? Lo hacía. —Siempre hay alguien que dice: “Los chicos son malos." "Los chicos serán siempre chicos". Lo que implica que el chico abusivo dejará de serlo algún día. —Los músculos de su mandíbula se tensaron. Su mirada estaba desenfocada y muy lejos—. No creo que lo hagan. Creo que los chicos abusivos se convierten en adultos abusivos y me molesta que esperen que me sienta triste porque uno de ellos se ha ido. Anna era como… como una terrorista social —dijo, mirando al suelo—. Aiden también. —Sus fosas nasales se dilataron—. Estuve en ese pozo negro de estupidez con ellos durante siete años y había muchos… lo que sea. Sólo digamos que darme palizas y haberme expulsado injustamente de la escuela no fue lo peor de todo eso. —Una oleada de algo cubrió su rostro, pero no dijo nada más.

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Traté de llamar su atención. —La miseria no es divertida si te la guardas para ti mismo. —Esa no es la verdad —dijo, pero no levantó la mirada—. Mis padres me preguntaron si quería ir a otro lugar para el noveno grado, pero… —agitó su mano—… sabes que no importa. Siempre hay uno, dos o cinco de ellos y yo era bajito, un nerd y una minoría mayor en todos los sentidos y eso es motivo más que suficiente para ser escogido repetidamente. —Exhaló por la nariz—. ¿Pero sabes cuál era su verdadero problema conmigo? Nunca quise ser uno de ellos. Eso es lo que más les molesta a los bravucones. Jamie se quedó mirando el vaso casi vacío en su puño, agarrándolo con fuerza. —Por supuesto, no puedes decir nada de esto en voz alta, o la gente agarrará sus joyas y te llamaran un monstruo. Pensé en mis menos que honestas respuestas en la asignación de esta mañana y le di un golpecito a mi amigo con mi hombro. —Yo no. Tomé la prueba sociópata esta mañana. Sólo obtuve tres de diez resultados no sociópata. —Eso es suficiente. —Jamie esbozó una débil media sonrisa, profundizando su hoyuelo, luego continuó—. Estoy seguro que ella tenía una cualidad redentora o dos y su familia y amigos aduladores la extrañarán cariñosamente. Y si estuviera sentada aquí ahora hablando de mí, me gustaría probablemente la característica en su narrativa de cómo un Moro quiere robar a todas las damas blancas. —Se encogió de hombros—. Simplemente no puedo reunir la energía suficiente para sentir una mierda. Realmente no quiero. Ella no habría querido mi pena, incluso si lo hubiera hecho. ¿Sabes? —Sí —dije, porque lo sabía. Miró a la pared delante de nosotros, a un cartel motivacional ridículo con un águila rozando el agua, sosteniendo triunfalmente un pescado en sus garras. —¿Un poco oscuro para el querido pequeño Jamie? —No —dije.

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—¿No? —Tu amor por el Ébola me alertó —expliqué—. Y no eres tan pequeño, tampoco. Inclinó ligeramente la cabeza, con una sonrisa para igualar. Luego se puso de pie. —Voy a ir a vomitar ahora. Disfruta de tu galleta. Jamie se fue pero yo sólo me quedé allí sentada, sintiéndome vagamente con náuseas. Sus palabras desbloquearon algo dentro de mí y las imágenes de cadáveres flotaron en mi mente. Morales. ¿La habría matado por fallarme si hubiera sabido lo que estaba haciendo? No. Pero ¿Estaba triste de que ella estuviera muerta? La respuesta brutal y honesta era no. Me daba pena que podría haberla matado, pero apenas pensaba en ella en absoluto. Y el propietario de Mabel. Si él estuviera vivo, ella no lo estaría. O ella estaría sufriendo todavía, con heridas abiertas en su cuello infestadas por gusanos mientras su cuerpo se consumía en sí mismo, mientras moría lentamente bajo el calor miserable. ¿Pero debido a que él estaba muerto? Ella era mimada, gorda, feliz y amada. Su vida valía más que la de él. Y entonces, por supuesto, estaba Jude. Quién me perseguía. Me empujaba. Me forzaba, y me torturaba, ahora que no estaba muerto después de todo. No estaba arrepentida de haber tratado de matarlo. Me daba pena que aún estuviera vivo. Yo intentaría matarlo de nuevo si tuviera la oportunidad.

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amie fue enviado a casa temprano después de que unos de los consejeros lo escuchó vomitando en el baño. Yo no tuve tanta suerte. En el almuerzo, me senté al lado de Stella, quien picoteó ociosamente su cargado sándwich. Empecé a olfatear el mío; las galletas de la hora de la merienda estaban rancias y compradas en la tienda, pero la comida que se servía en el comedor era adictiva. Pero entonces Phoebe se sentó frente a nosotras y comenzó a mirarme fijamente. Escribió en su diario, mordiéndose las uñas mientras borraba, creando una pequeña pila sobre la mesa. Apetito ido. —Eso es asqueroso, Phoebe. —Es para la muñeca vudú —respondió ella, su sonrisa extendiéndose como una mancha—. Se ve justo igual que tú. No puedes responder a una afirmación como esa. Simplemente no hay nada que decir. Una mirada extraña se apoderó de la extraña cara de Phoebe y ella se inclinó hacia delante. —Dame tu cabello —me dijo. Stella se paró de repente, y me alejó de la mesa. —¡Se lo voy a decir a mi novio! —gritó Phoebe tras nosotras.

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Era todo tan jodido que fue casi gracioso. Se lo dije a Stella tan pronto como dejó caer mi brazo. Fue entonces cuando me di cuenta de la contusión. Un mancha de aceite de colores, asomándose por debajo de su manga. —¿Estás bien? —le pregunté, mirando la mancha. Ella tiró de su manga hacia abajo, y cuando me encontré con sus ojos, su rostro era una máscara. —No es nada —dijo ella con la mirada vacía—. ¿Estás bien? Debía haber parecido confundida, porque asintió con la cabeza hacia la mesa. —Phoebe… —dijo ella. —Oh. Me estoy acostumbrando a sus travesuras, creo. —Me encogí de hombros. Stella no dijo nada. Entonces: —Se estaba volviendo intensa. —Phoebe definitivamente no es una de mis personas favoritas. Stella me miró por un instante y dijo: —Sé cuidadosa, ¿de acuerdo? Estaba a punto de preguntarle qué quería decir, pero la Dra. Kells apareció detrás de nosotras y dijo mi nombre. —Mara. Justo la persona que quería ver. —Miró de mí a Stella y luego de vuelta a mí—. ¿Están ocupadas en este momento? Stella ofreció una despedida con su mano, y se alejó. Maldita sea. —No —le dije. Ojalá lo estuviera. —¿Puedes ir a mi despacho por un momento? Vamos a terminar con esto. —Quería hablar contigo —dijo la Dra. Kells con una sonrisa benévola—. ¿Cómo van las cosas? —Se dejó caer en su silla.

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—Bien. —No dije nada más. Ella no dijo nada más. Un truco común de los psicólogos, la conocía, quien habla primero pierde. Era una experta en este juego ahora. Sentí el impulso de bostezar. Traté de ahogarlo, pero finalmente la biología se hizo cargo. —¿Cómo estás durmiendo? —preguntó la Dra. Kells. —Bien. —Era en cierto modo verdad. Me había despertado en mi propia cama dos días seguidos. Eso debería contar para algo. Estudió mi rostro. —Te ves muy cansada —dijo ella. Me encogí de hombros. Una respuesta negativa. —Y delgada. ¿Estás haciendo dieta? —me preguntó. Negué con la cabeza. —¿Tal vez estás teniendo dificultades para adaptarte? ¿Crees que podrías usar algo para ayudarte a descansar? Quería tirar mi cabeza hacia atrás y gemir. —Ya estoy tomando un montón de pastillas. —Necesitas dormir. —¿Y si me vuelvo adicta? —La desafié. No funcionó. —Las pastillas que te prescribiré no crean hábito, no te preocupes. ¿Cómo están funcionando tus otros medicamentos para ti, por cierto? —Genial. —¿Alguna alucinación?

Ninguna que te vaya a contar.

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—¿Pesadillas?

Ninguna que vaya a compartir. La Dra. Kells se inclinó hacia delante. —¿Nada inusual en lo absoluto? —No —dije, sonriendo—. Completamente normal. —Una completa mentira. —¿Y qué hay con estar aquí en Horizontes? ¿Qué te gusta de nuestro programa? —Bueno —le dije, fingiendo seriedad—, realmente me gusta la terapia de arte. —Eso es maravilloso, Mara. ¿Has estado escribiendo en tu diario? ¿El diario que ni podía recordar haber recibido? Admitir eso significaba admitir el perder el tiempo. Desmayarme. Grandes banderas rojas de que no estoy bien. También podría tatuarme la frente con las palabras: INSTITUCIONALÍZAME. Así que le dije a la Dra. Kells que se había perdido. La gente normal pierde cosas todo el tiempo. Nada importante. —¿Has sido más olvidadiza últimamente? —preguntó. —No —dije, actuando sorprendida por la pregunta. —Bueno, algunos de los medicamentos podrían ser responsables de ello. Quiero que prestes atención y veas si hay alguna otra cosa por el estilo que hayas notado. —Empujó sus gafas sobre su nariz—. Incluso si no crees que algo es importante. Creo que tal vez ajustaré algunas de tus dosis —dijo, escribiendo eso en su bloc de notas—. ¿Qué hay con lo emocional? —¿Qué quieres decir? —¿Cómo te está yendo con los otros estudiantes? —Bien. La Dra. Kells se recostó en su silla y cruzó sus piernas; sus pantimedias se arrugaron sobre sus rodillas como una segunda piel artificial.

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—¿Qué hay de Phoebe? Así que era hacia allí que iba su línea de interrogatorio. Suspiré. —No diría que somos amigas. —¿Por qué dices eso? —¿Tiene Phoebe algún amigo? —le pregunté. —Bueno, Mara, estoy más interesada en saber por qué tú y ella no se llevan bien. —Porque está certificablemente loca. Y es una mentirosa. —Parece que no te gusta mucho. Me froté la barbilla. —Eso es bastante exacto, sí. —Phoebe dijo que la amenazaste. —¿Dijo que la amenacé? —le dije a la Dra. Kells sobre la siniestra nota Te veo, que Phoebe dejó en mi bolsa, pero: “Tendré una charla con ella”, fue todo lo que la Dra. Kells dijo. Entonces ella preguntó: —¿Qué hay de Adam? Me moví incómodamente. Tampoco podía soportarlo. —¿Has hecho algún amigo aquí, Mara? El aire acondicionado se encendió ruidosamente sobre el silencio estirado. —Jamie —sugerí. —Ustedes dos se conocían desde Croyden, ¿no? —Sí... —¿Qué hay de Tara?

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¿Quién diablos era Tara? —¿Megan? —preguntó la Dra. Kells esperanzada. Megan. Megan la de las fobias extrañas. Apenas si habíamos hablado la una a la otra, pero cuando la veía decía hola, decidí asentir en respuesta a la pregunta de la Dra. Kells, y arrojé el nombre de Stella como buena medida. La Dra. Kells no pareció especialmente impresionada. —Está bien —dijo entonces, y agitó la mano hacia la puerta de su oficina—. Eres libre de irte. Hablaremos de nuevo antes del retiro. —De hecho —le dije, alargando la palabra—. Puede que no vaya. —Traté de no sonar petulante. —Eso es realmente triste. —La Dra. Kells parecía decepcionada—. Nuestros estudiantes tienden a encontrarlo gratificante. ¿Tal vez te nos unas en el siguiente? —Definitivamente —dije antes de agarrar mi bolso, dándole las gracias por la charla, y haciendo mi escape.

Habría sido agradable si la muerte de Anna y las uñas de las manos de Phoebe hubieran sido lo peor de mi día. Papá me llevó a casa y la casa estaba en silencio cuando llegamos, la escuela había empezado de nuevo para Daniel y Joseph, y aún no estaban en casa. Mamá probablemente estaba todavía trabajando. Con Noah en Rhode Island hasta mañana, me encontré confinada en la casa sin nada qué hacer. Así que me decidí por la investigación. Pasé el retrato de mi abuela en el pasillo de camino a mi habitación y decidí darle a Nuevas teorías en Genética el trato de la vieja escuela, como Daniel había dicho. Seiscientas condenadas páginas. Pero no estaba en mi estantería. O en mi armario.

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Comencé a bajar las cajas de los estantes de mi armario, preguntándome si tal vez lo puse en una de ellas para mantenerlo seguro y simplemente no lo recordaba. Pero incluso después de vaciar su contenido en el suelo, nada. Estaba cada vez más frenética hasta que recordé que la última vez que lo vi fue en la sala de estar antes de la feria, y que antes de que lo dejara allí, Daniel insistió en pedirlo prestado. Probablemente sólo estaba en su habitación. Me sentí un poco aliviada y un poco tonta por enloquecer. La gente normal olvida cosas como esa todo el tiempo. Entré en la habitación de Daniel y revisé sus estantes; había algunos libros que faltaban en uno, dejando los lomos restantes inclinados uno contra otro en un ángulo agudo. No habría notado el cuaderno de composición de lo contrario. No habría notado el hecho de que mi letra estaba en la portada. Deletreando mí nombre. El cuaderno era completa y totalmente desconocido para mí, y la realidad grabó mi mente con miedo. Recordé las palabras de Brooke:

«Mara, ¿dónde está tu diario?» «Nunca tuve un diario.» «Por supuesto que sí. En tu primer día, ¿no lo recuerdas?» No lo hacía, pero ahora lo estaba mirando directamente. Lo abrí. No había nada en la primera página, y casi sentí alivio. Pero luego le di la vuelta. El pánico se apresuró, en oleadas y feroz, arrastrándome a lo lejos. Mis rodillas casi se doblaron debajo de mí. Me senté en la cama de Daniel, encorvándome mientras miraba. Cada línea en la segunda página estaba llena de palabras. Cientos de palabras en trece líneas, dispuestas en la más breve de las oraciones.

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Ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame Las palabras se detuvieron en el centro de la línea. Yo me desmayé.

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48 Antes

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Puerto de Calcuta, India

eguí detrás del Hombre de Azul, mis pequeñas piernas corriendo para coincidir con su larga zancada.

Siete días habían pasado desde que me llevó por primera vez a la aldea vacía, desde que comencé a vivir con Hermana en la cabaña. Estaba feliz de estar fuera de nuevo. Estaba feliz de ver los barcos de nuevo, de pie y atestado con hombres. Pero extrañaba a Hermana. Me hubiera gustado que estuviera aquí. Aferré la muñeca a mi pecho. No había elegido aún su nombre. El Hombre de Azul me llevó a un gran edificio, y entramos a conocer a un hombre blanco con discos de cristal en la nariz. El Hombre de Azul le entregó una bolsa de color negro. El hombre blanco la llenó y se la devolvió. —¿Está hablando? —preguntó el hombre blanco en un idioma nuevo que estaba empezando a aprender. Empujó los discos de cristal más arriba en su rostro. —No a mí —dijo el Hombre de Azul—. Pero habla en hindú y sánscrito a mi hija. —¿Ningún otro idioma?

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—No hemos probado. —¿Qué es eso, allí, lo que sostiene? —señaló con un dedo huesudo a mi muñeca. La apreté con fuerza. El hombre blanco vio, y escribió algo. —Mi hija la hizo para ella y no irá a ninguna parte sin ella ahora. Están unidas. —Ya veo. —El hombre blanco escribió otra cosa. Sus ojos se dirigieron de atrás a adelante entre el papel y yo, hasta que finalmente, se le permitió al Hombre de Azul llevarme afuera, de vuelta a la luz del sol ahumada. —Tengo asuntos que tengo que hacer antes de irnos —dijo él hacia mí—. Pero siempre y cuando no te me pierdas de vista, puedes explorar el puerto. —Extendió su brazo a lo largo del tramo bullicioso de tierra cerca del agua. Asentí. Él hizo un gesto con su mano, despidiéndome. Corrí. Había estado confinada durante demasiado tiempo y me deleité en la libertad. Absorbí cada olor: barro y salmuera, especias y almizcle; y mis ojos bebieron en los colores de las personas, los edificios y los barcos. Corrí hasta que oí un sonido aflautado repitiendo en sí una melodía rítmica, hipnótica. Desaceleré mis pasos y me arrastré a la fuente. Un anciano estaba sentado con las piernas cruzadas delante de una canasta, soplando en un palo largo que se hinchaba hasta convertirse en un bulbo. La gente rodeaba la canasta, mirando como una serpiente surgía de las profundidades, balanceándose hacia adelante y hacia atrás. La gente aplaudía. No entendía su deleite. ¿El animal vivía en la canasta? ¿Estaba atrapado allí, o vivía en la oscuridad? Me deslicé más cerca. Era lo suficientemente pequeña como para pasar a través de la multitud sin ser notada. Me acerqué hasta que susurros ansiosos se elevaron a un fuerte murmullo, hasta que el anciano detuvo la música y me gritó para que yo retrocediera.

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Le entendí pero no escuché. ¿Qué tengo que temer de las serpientes? Me maravillé de la suave armadura del animal, de la lengua rubí que sacudía para saborear mi olor. Cuando extendí mi brazo para tocarla, arqueó su largo cuerpo hacia atrás… —¡Alto! —gritó el Hombre de Azul. Mi piel picó por su bofetada. Agarró mi muñeca dolorida y me arrastró rápidamente lejos. Mi brazo dolía en su agarre, pero después de cierta distancia, me dejó ir. —¿Estás loca, niña? No sabía qué responder. Él se suavizó ante mi confusión. —¿Te gustan los animales? —preguntó, su voz cálida, ahora. Gentil. Asentí. Sí. Sus mejillas se plegaron en una sonrisa y su agarre en mi muñeca aflojó. Encajó sus dedos en los míos y me condujo a lo largo del puerto. Nos detuvimos ante uno de los barcos grandes, pero eso no fue lo que me robó el aliento. Cientos de animales estaban atrapados dentro de una fila de jaulas brillantes. —Mantén tus manos lejos de los barrotes —dijo, mientras pasábamos a aves parloteando, gritando batiendo sus alas pero sin poder volar. Un mono hosco, grande y marrón, agarrado a los barrotes de su jaula con dedos humanos. Me miró con ojos humanos. Una serpiente gigante estaba enroscada en una bola, retrayéndose de todos, retrayéndose de la vida. La vista se negó a tener sentido. Nací viendo monos saltar a través de las copas de los árboles. Era arrullada al dormir por el sonido del llamado de un pájaro. No pertenecían a este lugar, en este lugar de humo. No éramos los únicos observadores. Un grupo de muchachos burlones sacudían largas varas a lo largo de la jaula más grande. Un tigre rugiente se paseaba dentro, sus rayas de color naranja y negro ondeando detrás de las rejas. El tigre lanzó su poderoso cuerpo contra la jaula, hacia los chicos, pero ellos se rieron y bailaron de nuevo.

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—Ahora bien —dijo el Hombre de Azul, arrodillándose—. Tienes que quedarte aquí. ¿Los animales te van a mantener entretenida?

Entretenida. No conocía la palabra. —Voy a volver en breve. No causes problemas —dijo, y luego se fue. Me acerqué a un muchacho delgado, con ojos pequeños y penetrantes al margen del grupo. —Ayúdame —le susurré. Sus ojos negros me consideraron con recelo. ¿Tal vez no lo entendió? Intenté en otra lengua. —Ayúdame —le dije de nuevo. —¿Ayudarte en qué? —preguntó. Señalé a los animales. —A sacarlos.

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uando abrí los ojos, estaba en la habitación de mi hermano, todavía sosteniendo el cuaderno mientras él llamaba a su puerta. —Esto es casi retrógrado —dijo, claramente preguntándose por qué estaba ahí.

Los contornos del sueño-recuerdo-desvanecimiento se agitaron en mi mente. Traté se aferrarme a ello. —¿Mara? Parpadeé y se puso borroso. No podía recordar a dónde había ido. —Sí —dije, un poco perdida. Todavía estaba sosteniendo el cuaderno, no podía haberme ido por mucho. ¿Minutos tal vez? ¿Segundos? Estaba sudorosa, y mi ropa se pegaba a mi piel. —¿Tomaste el libro? —le pregunté a mi hermano, tratando de mantener mi voz serena—. Estaba buscándolo. —¿El de genética? Sí —Daniel fue a su armario y lo abrió—. Lo siento, lo puse aquí; no quería que se revolviera con mis cosas. ¿Estás bien? —me echó un vistazo. Falsifiqué una sonrisa. —¡Sí! Mirada extraña. —¿Estás segura? Escondí el cuaderno de composición detrás de mí. ¿Por qué había puesto eso en su habitación?

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—No, sí, realmente lo estoy —dije, de pie—. ¿Puedo tener el…? —¿Esa es la historia? —dijo Daniel, mirando al cuaderno detrás de mi espalda. ¿Qué historia? Miré hacia abajo. —Um. —¿Cómo está yendo la asignación? ¿Constructiva? ¿Purgante? —guiñó un ojo. Ah. Él pensaba que era la historia de Horizontes. La asignación que inventé para obtener su ayuda. Miré al cuaderno, luego de vuelta a Daniel. No tenía ni idea de por qué lo había puesto en su habitación o cuándo, pero era afortunada de que él no lo hubiera notado, considerando lo que había dentro. Mis entrañas se retorcieron. Necesitaba hablar con Noah. Pero mi hermano estaba esperando por una respuesta. Así que dije: —Ella no está poseída. Daniel esperó. Escuchando. —Alguien más lo está… hay alguien más con un… un poder —dije—. Y él nunca ha jugado con un tablero de la Güija. Daniel reflexionó un segundo. —Así que el tablero de la Güija era una pista falsa —asintió sabiamente—. Hmm. —Me tengo que ir —dije, dirigiéndome a la puerta. —El libro. —Daniel extendió su mano y me lo ofreció; llevó mi brazo hacia abajo. Sonreí antes de huir y arrojar Nuevas Teorías y mi cuaderno a mi habitación. Entonces me forcé a caminar calmadamente hacia la cocina, donde tomé el teléfono, me lo llevé a mi habitación, y marqué el número de Noah con dedos temblorosos. Él respondió al segundo timbre. —Estaba a punto de llamarte… —comenzó. Lo corté. —Encontré algo.

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Pausa. —¿Qué? No pude obligarme a abrir el cuaderno. —En Horizontes, me dieron un cuaderno para que lo usara como un diario. —Muy bien… —Aunque no recuerdo que me lo dieran. —Bien… —Pero acabo de encontrarlo en la habitación de Daniel. La cubierta tiene mi nombre. Y yo escribí en él, Noah. Era mi letra. —¿Qué fue lo que escribiste? —Ayúdame. —Estaré de vuelta mañana por la mañana. Iré directo a ti... —No, eso fue lo que escribí, Noah. “Ayúdame”. Una y otra vez por casi toda una página completa. Silencio. —Sí —dije con voz temblorosa—. Sí. —Trataré de conseguir un vuelo esta noche… —hizo una pausa. Podía imaginar su rostro; su mandíbula apretada, su expresión cuidadosa y calmada, tratando de no mostrarme lo preocupado que estaba. Pero podía oírlo en su voz—. Hoy sólo hay dos vuelos más saliendo de Providence, y no lograré entrar en ninguno de ellos ahora. Pero hay uno de Boston para Ft. Lauderdale a medianoche. Estaré en él, Mara. —Estoy sintiéndome, realmente… —no pude terminar la oración. Luché por las palabras, pero nada más vino. Noah no fue condescendiente conmigo diciéndome que no entrara en pánico, o diciendo que todo estaría bien. No lo estaba, y él lo sabía.

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—Estaré ahí pronto —dijo—. Y John acaba de registrar que no hay novedades. Todo lo demás está bien, así que simplemente quédate con tu familia y cuida de ti misma, ¿de acuerdo? —Está bien. —Cerré mis ojos. Esto no era nuevo. Me había desmayado antes. Perdido tiempo. Tenido sueños extraños. Esto no era nuevo. Podía vivir con esto. Podía vivir con ello si no pensaba en eso. Cambié el tema. —¿Ibas a llamarme? —Sí. —¿Por qué? —Yo sólo… te extrañaba —dijo, una mentira en su voz. Ese pensamiento trajo una pequeña sonrisa a mis labios. —Mentiroso. Sólo dímelo. Él suspiró. —La dirección que me diste, ¿la de Claire y los padres de Jude? Crucé la referencia con la que Charles, el investigador, encontró y fui ahí para hablar con ellos. Para ver si algo parecía… fuera de lugar. Había estado conteniendo la respiración. —¿Y? —Había un auto en la entrada, así que sabía que había alguien en casa. Toqué, no hubo respuesta, y entonces toqué el timbre. Un hombre abrió la puerta y pregunté si era William Lowe. Dijo: “¿Quién?” Lo repetí, y él dijo que su nombre era Asaf Ammar, que, obviamente, no es para nada igual. —Bueno, sabemos que los Lowe se mudaron después… después de lo que pasó, ¿cierto? —Cierto. Así que le pregunté si él sabía dónde vivían William y Deborah Lowe, y él dijo que nunca había escuchado de ellos. A lo que le dije que era extraño, porque alrededor de cuatro meses atrás, ellos estaban viviendo en esa casa. —Noah

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tragó—. Él se rió y dijo que eso era imposible. Sorprendido, le pregunté por qué sería eso. —Noah hizo una pausa—. Mara, él dijo que compraron la casa de la madre de su esposa, Ortal. Hace dieciocho años. Retrocedí en mi cama. Mi garganta estaba apretada. Sellada, así que no podía hablar. —Es un error, obviamente —dijo Noah rápidamente—. Es la dirección equivocada. —Espera —le dije mientras llevaba el teléfono hasta mi armario. Saqué mis cajas de Rhode Island. Saqué un cuaderno de mi vieja clase de historia de mi antigua escuela. Rachel me había pasado una nota un día, diciéndome que la encontrara con Claire después de la escuela. Le di mi libreta mientras el profesor seguía hablando, y ella garabateó una dirección en el interior. 1281 Live Oak Court —¿A qué dirección fuiste? —le pregunté. —Uno, dos, ocho, uno, Live Oak Court —dijo Noah. La dirección no estaba mal. Otra cosa lo estaba.

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e dije a Noah exactamente eso. —Tus padres fueron a los funerales, ¿no? —preguntó—. Averigua si tu madre sabe algo.

Intenté tanto, tan duro no perder los estribos. —La gente no desaparece —dijo él. —¿Qué hay de Jude? Noah se quedó en silencio. Entonces dijo: —No lo sé, Mara. Deseo… deseo saberlo. Pero John está al cruzar la calle justo ahora. Nada va a pasarte a ti, o a Daniel, Joseph o a cualquier persona, ¿de acuerdo? —Su voz fue fuerte—. Te lo prometo. Apreté mis ojos ya cerrados. —Anna murió —dije después de un silencio demasiado largo. —Lo sé. —No fui yo —le dije. —Lo sé. Aguanta, Mara. —Mis padres piensan que estoy mejorando —continué—. Dijeron que no tengo que ir al retiro para ser evaluada para el programa residencial. —Bien —dijo, sonando calmado de nuevo—. Están impresionados contigo. Lo estás haciendo bien.

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—Excepto por el hecho de que es una completa mentira. No estoy mejorando. Pensé que tal vez lo estaba haciendo pero no lo estoy. —No estás loca. —A duras penas ocultaba su enojo—. ¿De acuerdo? Algo está sucediéndote. A los dos. Yo… yo vi a alguien hoy —dijo en voz baja—. Algún imbécil agarró a una chica, retorció su muñeca. Pensé que iba a rompérsela. Casi lo hizo. —¿Quién era la chica? —No lo sé. Nunca la había visto en mi vida —dijo Noah—. Pero está bien. No habría dicho nada, excepto que… no estás sola en esto, Mara. No estás sola. Recuerda eso. Era difícil respirar. —Está bien. —Voy a regresar pronto. Aguanta, Mara. —Está bien —le dije, y colgamos. Me quedé mirando al teléfono durante cinco, diez segundos, luego me obligué a hacer otra cosa. Llené un vaso de agua desde el lavabo de mi baño. Bebí la mitad. Sentándome en mi cama hasta que Joseph entró a toda prisa. —¿Vienes? —preguntó sin aliento. Tomé una respiración profunda y cuidadosamente me recompuse. —¿Adónde? —Cena. Me froté los ojos y miré el reloj. —Sí —dije, mucho más alegre de lo que me sentía. Me puse en pie y empecé a salir. Joseph miró a mis pies. —Um, ¿zapatos?

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—¿Por qué? —Vamos a salir. Sólo quería ir a dormir y despertar con Noah de vuelta en Miami, de vuelta en mis brazos. Pero mis padres pensaban que estaba mejorando, y tenía que hacer que lo creyeran. De lo contrario, sería enviada lejos por problemas que no tenía. Estaba tomando sus medicamentos, dibujando sus imágenes, pasando sus pruebas y todo sería en vano si era enviada lejos ahora. No podría soportarlo. No cuando me separaría de la única persona que me creía. La única persona que sabía la verdad. Dejé el vaso sobre la mesa. Me puse los zapatos y una gran sonrisa falsa. Sonreía en el exterior mientras gritaba por dentro. Mi cuerpo estaba en el restaurante, pero mi mente estaba en el infierno. Y luego regresamos a casa. Daniel y Joseph estaban hablando, mis padres estaban bromeando, y me sentí un poco mejor, hasta que entré en mi habitación. Bebí más agua del vaso que había llenado antes de ir a comer y me preparé para la cama, tratando de no tener miedo. El miedo es sólo un sentimiento, y los sentimientos no son reales. Pero el disco que encontré bajo mi almohada esa noche sí lo era.

Mis dedos se cerraron alrededor de él en la oscuridad. Empecé a oír las sirenas de pánico resonar en mi cerebro, pero me obligué a excluirlas. Me levanté lentamente y encendí mi luz. El CD no tenía nada, estaba sin marcar. El guardia de seguridad de Noah, John, estaba fuera. ¿Tal vez hice el disco para mí misma? ¿Y simplemente no lo recuerdo? ¿Como escribir en el diario? Eso tenía que ser. Miré el reloj: era medianoche. Noah estaría en el avión. Toda mi familia estaba en casa y en sus habitaciones, si no dormidos. No podía vaporizar la fachada saludable de adolescente normal al despertarlos y perder los estribos, así

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que vacié el vaso de agua, apreté los dientes, y puse el disco en mi ordenador. No podía entrar en pánico. Todavía no. Moví el ratón y me cerní sobre el icono del archivo esperando un destello de reconocimiento, pero era sólo una serie de números: 31281. Hice doble clic en él, y una aplicación de DVD se abrió. Presioné reproducir. La pantalla estaba granulosa y negra, y luego se iluminó un destello de luz… —Se supone que debe estar aquí, vamos —dijo una voz desde el ordenador. La voz de Rachel. Mi boca formó su nombre pero no salió ningún sonido. —¿Podríamos estar en la sección equivocada? —La voz de Claire, desde detrás de la cámara de vídeo—. No lo sé. Me incliné más cerca de la pantalla, el aire desapareciendo de mis pulmones cuando el manicomio apareció. La pintura de las paredes de mi dormitorio empezó a pelarse, crisparse, y despegarse a mí alrededor como nieve sucia. Las paredes de mi dormitorio parecieron derretirse y otras, unas viejas, surgieron en su lugar. El techo sobre mi cabeza se quebró y el suelo bajo mis pies se pudrió y estuve en el manicomio, justo al lado de Rachel y Claire. —¿Qué pasa si no hay tiza? —preguntó Claire. La luz de su cámara de video giró violentamente sobre el pasillo. Sin enfoque. Sin dirección. Rachel sonrió a Claire, y sostuvo algo en alto en su guante. —Yo traje. Pasos amortiguados resonaron a un lado del viejo aislamiento. Otra luz destelló: era Rachel, tomando una foto. Mis ojos se llenaron de lágrimas y no pude apartar la mirada. —Espera… creo que es ésta. —Rachel sonrió ampliamente y mil agujas atravesaron mi pecho—. Esto es tan espeluznante.

Oh Dios, oh Dios, oh Dios.

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—Lo sé. —Claire siguió a Rachel en la habitación, su luz reposando sobre una pizarra vieja, enorme, cubierta de nombres y fechas escritas por decenas de manos diferentes. —Te lo dije —dijo Rachel con aire de suficiencia—. Espera… ¿dónde está Mara? ¿Y Jude? La imagen en la pantalla se zarandeó. Claire debe haberse encogido de hombros. Traté de gritar, pero no salió ningún sonido. —Debería buscarla —dijo Rachel, saliendo del marco. Me amordacé. Me faltaba el aire, eché hacia atrás el cabello de mi cara, me tapé la boca con las manos y seguí tratando de hablar, de decirles, de advertirles, de salvarlas, pero estaba muda. Entumecida. En silencio. —Voy a… escribir mi nombre, ¿de acuerdo? Toma la cámara. Rachel le guiñó un ojo. —Está bien. Caí de rodillas. Luego tomó la cámara de vídeo de Claire, no pude verla más, y apuntó a la pizarra. Estudió todos los nombres. Empezó a silbar. Su respiración salía en vapor blanco. El sonido retumbó en las paredes cavernosas y llenó mis oídos y mente. Me agaché en el suelo y abracé mis rodillas contra mi pecho, incapaz de respirar, hablar o gritar. El roce de la tiza en la vaporosa pizarra desgastada, mezclado con el silbido de Rachel y mi mente procesando nada más hasta que pasos se acercaron. La toma giró de vuelta fuera de la pizarra hasta el rostro de Claire. —Los tortolitos están disfrutando de un momento de intimidad. —¿En serio? —preguntó Rachel. La cámara se balanceó lejos de Claire. Más empujones y caos, entonces apuntó a Rachel de nuevo—. ¿Mara está bien? —Mmm-hmm. —Chica mala —dijo Rachel sugestivamente.

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Una risa. La de Claire. Y luego un crujido, tan fuerte que pude sentirlo. —Qué fue… —Un susurro aterrorizado. Rachel. Se oyó un crujido metálico. Luego el repicar de sucesivos golpes, de miles de kilos de hierro enmarcados. —Oh Dios… —Jadeos. Gritos. Interferencia y polvo nubló mi visión; el siseo y el pico de estática llenó mis oídos. Letras blancas aparecieron en la oscuridad que se arremolinó en sí sobre las palabras ARCHIVO DAÑADO. Luego silencio. La imagen de la pantalla se quedó en negro. La escena en mi mente se quedó a oscuras. Pero justo cuando pensaba que había terminado la grabación, escuché la suave cadencia de la risa. Sin lugar a dudas la mía. No sabía cuánto tiempo había pasado. Todo lo que sabía era que cuando grité de nuevo, no hubo sonido pero sí un ruido amortiguado. Traté de forzar mis ojos para ver, pero estaba atrapada en la oscuridad; no había suelo bajo mis pies, ni techo sobre mi cabeza. Porque no estaba en el manicomio. No estaba en mi habitación en casa. Estaba atada, amordazada y en el maletero del auto de alguien.

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o sé cómo llegué allí.

Un segundo estaba en mi habitación, viendo imágenes de la cámara de Claire, escuchándome a mí misma reír, luchando por mantenerme en la tierra y no dejar que el recuerdo me llevará como el agua. Y al siguiente, estaba cubierta de sombras mientras una tela áspera raspaba contra mi mejilla, mientras si mis pulmones eran sofocados por el calor. Pero sí sabía esto: Jude era la única persona con alguna razón para querer hacerme daño, y lo había intentado antes. Lo que significaba que él debe estar conduciendo. Cuando el auto pasó sobre un bache, me mordí la lengua. La sangre llenó mi boca. Traté de escupirla pero mi boca estaba cubierta: por qué, no lo sabía. Envié mensajes a mis brazos y piernas, rogándoles que se movieran, que lucharan, pero no pasó nada. Me Imaginé contorsionando mis miembros, arqueándome y retorciéndome contra lo que sea que los contuviera, pero no tenía fuerzas. Una muñeca lanzada en el baúl de juguetes de un niño aburrido, incapaz de moverse. Él debió haberme sacado de casa, de mi habitación, mientras mi familia dormía, sin sospechar nada. ¿Qué le había pasado a John? Las lágrimas caían por las esquinas de mis ojos. La textura del interior de la camioneta hacia que mi piel picara y ardiera. Los músculos de mis brazos y piernas no se movían, lo que significaba que debía estar drogada. Pero, ¿cómo? Comimos en el restaurante, no en casa. Rebobiné la última hora en mi mente, pero mi memoria estaba borrosa y no podía recordar. No podía.

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El auto se detuvo. Fue entonces cuando mi lento y perezoso corazón finalmente cobró vida. Golpeaba contra cada centímetro de mi piel. Estaba empapada en sudor. Una de las puertas del auto se cerró de golpe. Unos pasos crujieron sobre la grava. Me quedé allí, impotente y sin esperanzas, pegajosa y miserable. El miedo me hizo un animal y mi cerebro primitivo no podía hacer otra cosa que hacerse el muerto. Abrieron el maletero; lo escuché, sentí y luego me di cuenta de que todavía no podía ver, lo que significaba que tenía los ojos vendados. Escuché… había agua alrededor de nosotros. Sonaba algo cercano. Sentí unas manos grandes y carnosas sobre mi cuerpo, el cual estaba completamente inerte. Encadenado por el terror. Fui sacada del maletero y sentí músculos abultados y gruesos contra mi carne. —Es una pena —susurró una voz entonces—. Es mucho más divertido cuando luchas. Era Jude, absolutamente. La presión creció en mi cabeza, debía estar al revés. Gemí débilmente, pero el sonido no fue a ninguna parte. Y entonces fui puesta de nuevo boca arriba, apoyada y dispuesta en una silla con los brazos a mi espalda, escociendo contra el respaldo. Mis rodillas, muslos y pantorrillas estaban doloridos. Los olores y sonidos: disolvente y sal, putrefacción y agua; eran agudos, pero era complicado pensar. Me quitaron la venda entonces, y lo vi. Parecía más viejo de lo que recordaba, pero por lo demás, igual. Ojos verdes brillantes. Cabello rubio oscuro. Hoyuelos. Y dos manos enteras, intactas. Tan inofensivas. Mis ojos se empaparon de los detalles de mi entorno y los absorbieron como una esponja. Estábamos en alguna especie de cobertizo. Habían salvavidas apilados contra una pared, dos kayaks que yacían uno contra el otro, y una vieja señalización oxidada que decía: VELOCIDAD AL RALENTÍ, SIN ESTELA apoyada en un rincón. Estaba bien cuidado, con una gruesa capa de pintura gris aplicada

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apresuradamente, oscureciendo cualquier defecto. Había una puerta. Jude estaba frente a ella. Recorrí la habitación salvajemente en busca de algún tipo de arma. Entonces me acordé: yo era una. Era él o yo. Me lo imaginé siendo destruido, un corte de sangre extendiéndose a través de su estómago. Lo imaginé agonizando. —Entonces —dijo Jude. Quise escupirle en la cara al oír el sonido de su voz. Lo haría, decidí, si me quitaba la mordaza. —¿Me extrañaste? Asiente para un sí, agita tu cabeza para un no. —Su sonrisa era una herida abierta. Un sabor agrio cubrió mi lengua, pero tragué, e imaginé a mi miedo yéndose con él. Jude suspiró entonces, y sus hombros se hundieron con el movimiento. —Este es el problema. Quisiera hablar contigo, pero si te quito la mordaza, gritarás. Ciertamente, lo haría. —No hay nadie alrededor que pueda escucharte, y aunque lo disfrutaría, me sacará de quicio después de un tiempo. Así que, ¿qué hago? —Miró hacia el techo. Pasó su mano por su barbilla—. ¿Podría decir que si gritas, cortaré la garganta de Joseph en su cama cuando hayamos terminado aquí? —Él sacó algo de su bolsillo. Una navaja. Su reloj brillaba en la baja luz. Era como si hubiera sido golpeada en el estómago. Tosí. —Calma, tigresa —dijo él, y me guiñó un ojo. Él tenía que morir. Tenía que hacerlo. Volqué la imagen en mi mente. Jude, sangrando, muriendo. La rebobiné, una y otra vez. Por favor.

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—Sí, eso debería funcionar. —Tomó algo de su bolsillo, una llave. La sostuvo en alto—. Además, recuerda que puedo entrar y salir de tu casa cuando quiera. Puedo drogar a toda tu familia y matarlos mientras duermen. ¿O hacer que tus padres me vean matar a Daniel y Joseph? De todos modos, no lo sé, hay un montón de opciones y odio la opción múltiple. Así que simplemente digamos que: hay mucho que podría hacer y haré si gritas; secuestrarte fue tan fácil que podría reír. —Una sonrisa apareció y un hoyuelo saludable se profundizó en su mejilla suave como la de un bebé. Estaba disgustada con él e indignada conmigo. ¿Cómo llegué aquí? ¿Cómo deje que esta cosa con piel humana se metiera en mi vida? ¿Cómo pasé por alto esto? ¿Cómo pude no saberlo? —¿Entiendes? Asiente para sí, si entiendes. Asentí, mis ojos llenos de lágrimas. —Si gritas sin mi permiso, matarás a tu familia. Asiente para sí, si entiendes. Asentí y sentí que la bilis subía por mi garganta. Me iba a ahogar. —Está bien —dijo sonriendo—, aquí vamos. Esto podría doler un poco. Y luego arrancó la cinta adhesiva de mi boca. Vomité en el suelo de listones: ahí fue cuando me di cuenta de que había agua debajo de ello. ¿El océano? ¿Un lago? El océano. Olí la sal. Jude negó con la cabeza. —Asqueroso, Mara. —Me miró en la forma que lo harías a un cachorro cuando ensucia un periódico—. ¿Qué voy a hacer contigo? —Jude miró alrededor de la habitación. Sus ojos se fijaron en algo. Un trapeador. Se levantó y limpió el lío de los listones de madera a la intemperie. Tratar de matarlo era inútil. Estaba vivo después del derrumbamiento, de alguna manera, y cualquier cosa que intentara fallaría. Jude lo sabía, porque cuando me miró, no tenía miedo de nada.

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Pero incluso si no podía matarlo, no estaba impotente. Oí la voz desafiante de Noah haciendo eco en mi mente.

«No dejes que tu miedo te posea,» había dicho él. «Poséete a ti misma.» Jude quería algo de mí, de lo contrario ya estaría muerta. Fuera lo que fuera, no podía dejar que lo consiguiera. —Te hice una pregunta —dijo Jude, cuando hubo terminado—. Puedes responder. Él quería que respondiera, así que me quedé en silencio. Algo en su rostro se endureció y me alegré, porque finalmente se veía de la manera en que alguien que ha atado, amordazado y secuestrado a alguien, se supone que se vea. —¿Qué voy a hacer contigo? —preguntó de nuevo, su voz más silenciosa e infinitamente más horripilante—. Mírame —dijo entonces.

Poséete a ti misma. Aparté la vista. Entonces él se acercó y me pellizcó la mejilla. —Mírame. Cerré mis ojos. —Te ves muy bien, Mara —dijo en voz baja. Por favor, por favor déjenlo morir. Por favor. —Tu opinión —susurré—, significa muy poco para mí, Jude. —Abrí mis ojos. No pude evitarlo. La sonrisa de Jude se había extendido. Él se echó hacia atrás en su silla. —Apuesto a que esa boca te mete en todo tipo de problemas. Expuso más de la cuchilla que estaba sosteniendo, sonriendo todo el tiempo, y un escalofrío instintivo y primitivo me recorrió el cuerpo. Levantó su mano, mirando perversamente el borde afilado.

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—¿Qué quieres? —Me sorprendí con la fuerza en mi voz. Me fortificó. Jude me miró como si fuera un rompecabezas que estaba a punto de resolver. —Quiero que Claire no esté muerta. Cerré mis ojos y vi las palabras que él escribió para mí con sangre.

POR CLAIRE. Me dolían los huesos, la boca y los brazos por mi posición. —También quiero que Claire no esté muerta. —No digas su nombre. —Su voz fue afilada como hojas de afeitar. Pero entonces, segundos más tarde, se calmó—. ¿Vas a traerla de vuelta? Él sabía lo que había hecho. Que la había matado. Y ahora me estaba castigando; me había estado castigando todo el tiempo. Esta era su venganza. No tenía ni idea de qué hacer. No veía una salida; estaba atada, atrapada y había tratado de matarlo, pero no moría. ¿Debería mentir? ¿Fingir que no entendía? ¿O admitir lo que hice puesto que él ya lo sabía? ¿Pedir disculpas? No podía decidirlo, por lo que ignoré la pregunta. —Pensé que también estabas muerto. —Tragué saliva. Miré sus manos—. ¿Cómo estás vivo? Se balanceó hacia delante en su silla, hasta que estuvo a centímetros de mí. Sentí su aliento en mi cara. Él quería que retrocediera, así que me quedé quieta. —¿Decepcionada? —preguntó. Quería que dijera que sí, así que le dije—: No. Sus cejas se elevaron. —¿En serio?

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No pude evitarlo. —No. En ese momento, una sonrisa tóxica se extendió de un lado a otro de su boca. —Ahí lo tienes —dijo en voz baja—. Un poco de honestidad, finalmente. No te preocupes, no sostendré eso en tu contra. —Fue un accidente —le dije, antes de siquiera saber que lo había dicho. Jude me consideró por un momento, y luego dio una simple sacudida de su cabeza. —Ambos sabemos que eso no es verdad. —El edificio era viejo y se derrumbó —le dije, tratando desesperadamente de no sonar muy desesperada y falsa. Él chasqueó la lengua. —Vamos, Mara. No crees eso. No lo hacía, pero ¿cómo sabía él lo que yo creía? —Yo tampoco lo creo —dijo—. Viste el video. —Negó con la cabeza—. Dios, esa risa, Mara. Realmente espeluznante. —¿Cómo lo conseguiste? —le pregunté—. ¿Cómo saliste? —¿Cómo activaste el sistema de poleas? —me preguntó, acercándose—. ¿Cómo hiciste que las puertas se cerraran? ¿Simplemente pensaste en ello y pasó? ¿Fue así como lo hice? —Oí el chillido de las palancas y luego corrí hacia las puertas, pero se cerraron en mis manos —dijo. Sus ojos estudiaron mi rostro—. En realidad, me sonreíste cuando giré para mirarte. Sonreíste. El recuerdo destelló en mi mente.

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En un segundo, me había presionado tan profundamente contra la pared que pensaba que me disolvería en ella. Al siguiente, él era el atrapado, en el interior de la habitación de algún paciente, conmigo. Pero yo ya no era la víctima. Él lo era. Me reí de él en mi furia enloquecida, lo que sacudió los cimientos del manicomio y lo derrumbó. Con Jude, Claire y Rachel dentro. —¿Qué clase de persona hace eso? —preguntó, casi para sí mismo.

Poséete a ti misma. Mis labios estaban secos y amargos. Mi lengua era como una lija, pero encontré mi voz. —¿Qué clase de persona hace esto? ¿Qué clase de persona trata de forzar a alguien? Sus fosas nasales se dilataron. —No finjas que no lo querías —dijo bruscamente—. Me quisiste durante meses. Claire me lo dijo. —Jude se agachó junto a mí, su mejilla junto a mi oreja. Levantó la navaja delante de mis ojos—. Podemos hacer esto de dos maneras. Una, lo haces por ti misma. Dos, lo hago yo por ti. Y si me haces hacerlo por ti, me voy a tomar mi tiempo. La navaja estaba tan cerca de mis ojos que los cerré con fuerza. —¿Por qué me estás haciendo esto? —Porque te lo mereces —susurró en mi oído.

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52 a impotencia y el miedo se mezclaban con el odio y el desafío; no sabía qué hacer ni qué decir, pero cuanto más tiempo lo mantuviera hablando, más tiempo estaría viva.

—Te tienen grabado —le dije, aferrándome a cualquier cosa—. Sabrán que hiciste esto. Él se echó a reír. —¿En la comisaría? ¿Les dijiste que era yo? —Tomó mi barbilla en su mano—. Lo hiciste. Puedo decirlo con sólo mirarte. Déjame adivinar… tienen en las cámaras a un tipo que llevaba mangas largas, ropa holgada y una gorra de béisbol. ¿Y pensaste que iban a creer que era tu novio muerto? No es de extrañar que ellos piensen que estás loca. —Él mordió su labio inferior—. Y seamos honestos, más o menos lo estás. Pero eso hace esto más fácil —dijo, mirando hacia abajo, a la navaja—. Menos sucio. Se levantó de su silla y mis venas se inundaron de adrenalina, mostrando todo con más claridad. Me sentí exprimida y desorientada, pero mis muñecas estaban menos adormecidas. Mis piernas menos débiles. Las drogas estaban desapareciendo. —¿Por qué fuiste a la estación de policía? ¿A la escuela? —le pregunté. Supliqué. —Quería que supieras que estaba vivo —dijo, y estaba tan agradecida de escuchar salir esas palabras de su boca, que podría haber llorado de alivio—. Pensé que me habías visto en… ¿cómo se llama? —¿Qué? —Tu vieja escuela.

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—Croyden —le dije. Él chasqueó los dedos. —Así es. Corriste —dijo con una sonrisa. Una sonrisa de serpiente, reptil y fría—. ¿Y en la comisaría? No sabía por qué irías allí. Pero estaba… —Hizo una pausa, considerando sus palabras—. Preocupado. Quería distraerte. Funcionó. —Podrías haberme matado cien veces antes de ahora. ¿Por qué esperar? Jude sonrió en respuesta. No dijo nada. Levantó el cuchillo. Oh, Dios. —¿Qué hay de tu familia? —le susurré. Habla, Jude. Habla. —Claire era mi familia. —La voz de Jude era diferente ahora. Menos dura. Él tragó saliva y respiró hondo—. ¿Sabes lo que encontraron? —preguntó mientras se movía calmadamente detrás de mí—. Ella estaba tan destrozada que tuvieron que dejar el ataúd cerrado. —Rachel también —dije en voz baja. Fue la peor cosa que pude decir. Jude se agachó junto a mí, su mejilla cerca de mi oreja. —Por favor —dijo, y tomó mi mano. Y este sentimiento, este terror, fue algo nuevo. No había experimentado nada igual. No antes, ni en el baúl, ni en el manicomio. —¿Por qué debería ayudarte a matarme? —Mi voz era poco más que un suspiro. Apenas un susurro. Estaba cerca de nuevo. Tan cerca. Detrás de mí, al lado de mi oreja. —Puedes elegir, Mara. ¡Tu vida, o la de dos de tus hermanos! —Giró a mí alrededor y sostuvo la hoja del cuchillo contra mi mejilla. Recordándome lo que podía hacer. Y recordándome otra cosa.

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Su reloj, su Rolex, el mismo que Noah había visto en su visión, estaba a escasos centímetros de mi cara. —Bonito reloj —le susurré. Sigue hablando. Sigue hablando. —Gracias. —¿De dónde lo sacaste? —Abe Lincoln —se burló. —¿Por qué te llevaste a Joseph? Jude no dijo nada. —Tiene doce años. —Mi voz sonó como un lamento. La mirada de Jude fue de hielo. —Un hermano por una hermana. Mi odio aumentó, una masa sin forma que devoró mi miedo. —Solías hablar de fútbol con él en mi casa. Jude se echó a reír entonces, y la palabra que resonaba en mi cabeza era: enfermo. —Tenía todo este plan —dijo, sonando exasperado—. Iba a llevar a Daniel a una fiesta… no te preocupes, no iba a herirlo tampoco. Tú lo harías. Habría sacudido mi cabeza, pero la cuchilla estaba demasiado cerca. —Yo nunca le habría hecho daño. —Nunca digas nunca —dijo seriamente. Su voz se tornó silenciosa—. Puedo obligarte a hacer lo que yo quiera. —Entonces suspiró—. Pero alguien tenía que ir y ser un héroe —puso sus ojos en blanco—. Y ahora aquí estamos. —Yo no soy un… Jude se rió entre dientes.

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—¿Crees que me refiero a ti? —dijo, arrugando la nariz y acercándose. Su aliento rozaba mi oído, haciéndome cosquillas—. Tú no eres ningún héroe, Mara Dyer. Harías cualquier cosa para conseguir lo que quieres. Lo que te hace justo. Como. Yo. Entonces se puso delante de mí para que pudiera verlo. Se irguió en toda su estatura. Era ancho, enorme e inmóvil ante mí. Sus ojos recorrieron mi cuerpo. —En cierto modo, una pena. —Pasó el dorso de su mano por mi brazo desnudo, y mi carne murió.

Hazle hablar. Me aferré a las palabras, a algo. —¿Por qué llevarte a Joseph a los Everglades? —Ya te lo dije. Si vas a deshacerte de un cuerpo en Florida, en realidad no hay un mejor lugar. Pero el cobertizo… la propiedad pertenecía a un cliente de mi padre. A Leon Lassiter. —¿Por qué allí? —Fue una sugerencia. Le di vueltas. —¿De quién? —Un amigo en común —dijo, mientras inspeccionaba mis muñecas. Las giró. Echó un vistazo al cuchillo. Mi familia podría creer muy bien que me había suicidado. Después de todo lo que ha pasado, era posible. Pero… —¿Por qué vendría aquí? —pregunté con urgencia. Dime dónde estamos. —No querrías que te encontraran en tu casa, ¿verdad? Donde Joseph podría ser el que encontrara tu cuerpo. No, tú lo harías en algún lugar del camino. Algún lugar donde te encontraran bastante rápido, pero no por alguien conocido. Por cierto, tomaste el auto de Daniel esta noche.

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Sonaba tan orgulloso de sí mismo. Me daban ganas de cortarle la lengua. Jude se movió detrás de mí. Arrastró mi silla al fondo de la sala, y fue entonces cuando me di cuenta que, de hecho, había otra puerta; había sido pintada del mismo color que las paredes y no tenía pomo, así que no la había notado ahí, hasta que la empujó para abrirla, arrastrándome a través de ella. —Sabes, siempre pensé que una vez que te tuviera así, lo que más desearía sería matarte por lo que hiciste. Pero me pregunto si podría haber algo peor. —Sus ojos se deslizaron por mi piel. No podía soportar que me mirara de esa manera. Apreté los ojos cerrados. Él sacudió la silla y mis dientes castañearon. —Oye. —Sacudió—. Mírame. —Él estaba justo delante de mi cara y tomó mi barbilla con su mano—. Mírame. No había nada que pudiera hacer. Estaba sola. Mis ojos se abrieron. Pero mientras miraba de frente a Jude: anormalmente oscuro, considerando las luces brillantes en el cobertizo; las palabras quemaron a través de mí, palabras que no eran mías.

«No estás solo en esto.» Palabras que Noah me había dicho apenas unas horas antes. Noah encontró a Joseph cuando había sido secuestrado… ahora sabía que por Jude; cuando mi hermano estaba drogado y en peligro. Sintió un eco de lo que Joseph sintió, y supo adónde Jude lo había llevado porque Noah lo vio a través de los ojos de Jude. Noah me escuchó cuando estaba herida y atrapada en el manicomio. Yo me atrapé a mí misma, por lo que él vio a través mis ojos. Si me hiriera ahora, él podía ver a través de ellos de nuevo. Él no estaba en Miami, así que no podría salvarme. Pero podía asegurarme de que supiera la verdad. Me mordí la lengua tan fuerte que me quejé. Mira, deseé.

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—¿Vas a hacer esto tú? —susurró Jude en mi oído—, ¿o lo hago yo? La sangre llenó mi boca y sollozos silenciosos sacudieron mi pecho. El agua se extendía delante de nosotros, negra y sin fin. Estábamos en el extremo de un muelle. Volví la cabeza para tratar de encontrar algo que me diera una pista sobre dónde estaba; una señal, algo… pero mi visión se empapó. ¿Por el dolor? ¿Por las lágrimas? Sí, lágrimas. Cuando se despejó un poco, vi que el muelle se desviaba a la derecha en un camino estrecho hacia una agrupación de barcos, lejanos. Pero no había gente. Nadie. Jude agarró mi cabeza con fuerza entre sus manos, como si fuera una pelota de baloncesto. Él me miró a los ojos. —No estás lo suficientemente motivada. No tenía ni idea de si Noah podía ver esto. Recordé que no era sólo el dolor lo que le hacía ver; había otra cosa. Pero nunca nos dimos cuenta de qué. Cuando escupí sangre en el muelle, Jude me golpeó. No lo suficiente para dejar un moretón, pero lo suficiente para picar. —No lo hagas. No jodas todo. Vas a matar a tu familia, Mara. —Se inclinó hacia abajo—. Mírame y dime que estoy mintiendo.

Mírame, rogué en silencio. Ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame. —Está bien —dije en voz alta—. Está bien, lo haré. Voy a hacer lo que quieras. —¿Así de simple? —Sí. —Si tratas de correr, no olvides que tengo la llave de tu casa. —No lo haré —le susurré. —Y siempre podría cortar los frenos del auto de Daniel. O el de tus padres.

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No podía respirar. Un sollozo escapó de mi garganta. Estaba más que aterrorizada por ellos. Más allá de la razón. —Tú controlas si ellos se lastiman, ¿entiendes? —Sí —le dije. Agarró mi cabeza más fuerte—. Sí. Gemí. Podía hacer cualquier cosa por ellos siempre y cuando estuvieran bien. Incluso esto. —Lo haré. Jude cortó la cinta adhesiva de mis pies y mis muñecas. Me sostuvo por la cintura de mis jeans, tal y como lo hacía antes. —Dame tu mano. Mis pensamientos eran un rugido. Apenas podía soportarlo. Su cuchillo tocó la parte interior de mis muñecas, localizando la vena. Entonces royó mi piel. Grité. —Quieta. La sangre brotaba y corría, y el olor cobrizo hizo que mi estómago se enturbiara. Trazó una línea horizontal de sangre a lo largo de mi muñeca, no profunda. Luego me entregó la cuchilla. —Corta profundamente, exactamente donde yo corté. Entonces hazlo en la otra mano. No te olvides de lo que le haré a Joseph. Pero la línea era horizontal. No vertical. No era mortal. Mi corazón se disparó por un segundo. Hasta que volteé a mirar a Jude y me di cuenta… Él lo sabía.

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J

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ude no quería matarme. Él quería algo más.

Algo que no podía imaginar mientras liberaba la sangre de mi cuerpo, el olor metálico mezclándose con la sal del agua bajo nosotros, alrededor de nosotros, en frente de nosotros. Jude estaba parado frente a mí, sosteniendo mis antebrazos sin moverse mientras me cortaba, manteniéndome de pie. No podía alejar la mirada de los profundos cortes en mis muñecas. Estaba temblorosa y débil, y dejé salir un bajo gimoteo. —¿Hola? Mi cabeza se levantó al mismo tiempo que la de Jude. Mi visión se volvió borrosa; por el vértigo ahora, no lágrimas, pero una forma más ligera se acercó a nosotros. Traté de gritar, pero nada salió. Estaba débil y asustada, apenas podía ver y no podía siquiera gritar por ayuda. Jude dejó ir uno de mis brazos y tomó mi rostro en una gran mano. —Ni siquiera pienses en ello. —Tomó la navaja, escondiéndola, y acomodándose de modo que estuviera parado entre mí y la voz. —¿Qué está pasando por allí? La voz del hombre se volvía más fuerte. Cercana. Escuché pasos precipitados resonar contra la madera a mi derecha. —Todo está bien —dijo Jude con calma.

Clap clap. —¿Necesitas…?

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Una pausa. Un jadeo. —Oh Dios mío —dijo el extraño. —Todo está bajo control —dijo Jude, volviendo a toda la fuerza de su encanto. Estaba transformado, podía oírlo. Si no supiera sobre la corrupción en su interior, eso podría haberme recordado por qué estuve atraída por él en primer lugar. La voz del hombre cambió, imbuida de autoridad. —¿Llamaste a una ambulancia? Traté de hablar, de formar palabras, pero no tenía voz. —Están en camino —dijo Jude. Mi visión se aclaró un poco mientras más lágrimas caían. El hombre se estiró por algo en su cadera. —Puedo tenerlos aquí en minutos. Policía —dijo. Y entonces algo cambió debajo de la expresión de Jude. Sacó la navaja y mi mente gritó con terror. El policía sólo había encendido su radio cuando Jude abrió la navaja. Los ojos del hombre se ampliaron. —¿Qué estás…? Jude iba a abrirlo como filete. Giró la navaja en su mano justo mientras el policía se abalanzaba por ella. Y entonces Jude se apuñaló a sí mismo en el costado. No podía procesar lo que estaba viendo. Tampoco el policía. Arrebató la navaja de la mano de Jude. —¿Qué demonios… qué está mal contigo? Jude cayó sobre sus rodillas, haciendo una mueca de dolor. El policía encendió la radio.

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—Pronto, envíen apoyo a… Pero el hombre dejó caer la radio antes de poder terminar la oración. Una expresión de exquisito dolor tragó su confusión. Entonces dejó caer la navaja de Jude. A sólo a unos pocos pasos. Me dejé caer y me arrastré hacia ella porque estaba demasiado débil o demasiado asustada para pararme. El dolor carcomía a través de mis nervios. Mi visión estaba bordeada de negro y rojo. Me arrastré de todos modos. —Ni… te molestes —jadeó Jude. Sólo se quedó allí de rodillas, medio inclinado, mirando hacia abajo, su cabeza pesada y sus brazos lacios. Me moví hacia él incluso a pesar de que todo en mí lo repelía completamente. Quería parar. Seguí andando. Había gemidos, pero no eran míos ni de Jude. Era el hombre, el policía. No podía verlo u oír qué estaba diciendo o ver lo que estaba pasando. Tenía una cosa en mente y era la navaja. Me estiré por ella, pero mis músculos no estaban bajo mi control; se sacudieron, estaba débil y cuando mis dedos empujaron el mango de plástico, cayó a través del muelle. Se había acabado. Estaba deshecha. Mis piernas y hombros colapsaron, y no podía levantarme o moverme hacia cualquier lugar. Mis ojos estaban abiertos aún y todavía estaba consciente pero había tanto dolor que deseé no haberlo estado. Sentí la vibración de un cuerpo golpeando el muelle. Era el policía; podía verlo fuera de mi vista periférica. Sus ojos estaban abiertos. Vidriosos. Su respiración superficial. Oí una diminuta voz en algún lugar a mi izquierda. ¿Su radio? El único otro sonido era el agua debajo de mí. La madera estaba áspera contra mi mejilla. Miré hacia abajo. El agua golpeaba los postes mientras la corriente entraba lentamente. Era más ruidoso de lo que habría esperado. La luz de luna brillaba en la superficie del agua. Pacífica. Pero entonces noté las formas allí abajo. Las sombras, las cosas, estaban chocando húmedamente contra los postes. No eran sólo las olas.

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En una ráfaga de enfoque antes de perder la conciencia, me di cuenta que el agua no estaba vacía. Estaba llena de cientos de peces muertos y moribundos.

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54 El tiempo no existía más para mí. Podrían haber sido segundos o años antes de que escuchara otro sonido.

Beep. Intenté abrir mis ojos, pero el mundo no tenía ningún color. Alguien lo había raspado todo.

Hiss. «Es muchísimo más divertido cuando luchas.» La voz de Jude en mi oído. Intenté patear pero estaba enredada en algo. Atrapada e indefensa, inmóvil. —Está despertando. —Una nueva voz, extraña, confusa y poco familiar. Intenté hablar pero di una arcada en su lugar. Pisadas se acercaron rápidamente. —Shh, calma. Sólo relájate. —Una mano en mi hombro, pesada y de alguna manera tranquilizadora. Mis ojos se abrieron y luz abrazó mi visión. Los cerré por un minuto, o tal vez cinco. Luego intenté de nuevo. Una mujer se inclinaba sobre mí, borrosa en los bordes, sin mirar mis ojos. Vi la parte baja de su mandíbula, su cuello y su gran pecho mientras se estiraba sobre mí. —¿Quién eres? —pregunté con voz ronca, una voz que no sonaba como la mía.

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Pensé que capté una sonrisa. —Mi nombre es Joan, cariño. —Espera… ¿está ella…? Mara, oh Dios, Mara, ¿estás despierta, cariño? La voz de mi madre se acercó rápidamente, llenándome con calidez. Algo arañó y abrió mi pecho, y fue difícil respirar, entonces me di cuenta de que era un sollozo. Estaba llorando. —Oh, cariño. —Sus manos en mí, delicadas pero sólidas. Intenté concentrarme. Era como mirar el mundo a través del vidrio esmerilado, pero finalmente, finalmente vi dónde estaba. Tejado industrial de techo. Luces fluorescentes por encima. Máquinas. El hospital. Al segundo que lo pensé, más sentimientos se anunciaron a sí mismos; el tubo bajo mi nariz. La presión en mis manos, mis brazos, donde más tubos salían de mi piel. Quería sacarlos y gritar pero todo estaba tan apretado: mi pecho, mis brazos, todo. No me podía mover. —¿Por qué no me puedo mover? —pregunté. Bajé la mirada a mi cuerpo, el cual estaba cubierto completamente por una manta con aspecto áspero. Mi madre apareció en mi visión. —Es para mantenerte segura, nena. —¿De qué? Mi madre levantó la mirada al techo, buscando las palabras. —No recuerdas —dijo, como para ella misma. Recordé a Jude sacándome de mi habitación y llevándome a un muelle para abrir mis venas. Lo recordé amenazando con asesinar a mi familia si no obedecía. Mi madre sacó algo de su bolsillo entonces. Era un pedazo de papel, doblado muy pequeño; lo abrió en frente de mí.

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—Dejaste esto en tu habitación antes de que tomaras el auto de Daniel —dijo, luego me mostró el pedazo de papel—. Estaba en tu diario. El diario que no recordaba tener. Una página de palabras que no recordaba escribir:

Ayúdame ayúdame ayúdame ayúdame El rostro de mi madre estaba roto. Estaba pálida y demacrada, y lucía como si hubiera estado llorando durante cien años. —Te cortaste las muñecas, Mara —dijo, y se atragantó con un sollozo—. Cortaste tus muñecas. —No. —Sacudí mi cabeza con firmeza—. No entiendes. —Intenté sentarme y moverme pero no podía. Todavía estaba atrapada, lo que me envenenaba con pánico—. Quiero sentarme —dije con desesperación. Mi madre asintió y la mujer que no conocía: Joan, una enfermera, aparentemente, vino y apretó un botón, elevando la cama. Quería ajustar la almohada bajo mi cabeza pero desde mi nueva ventajosa posición vi porque no podía. Mi pecho, brazos, y piernas estaban atados. Con amarras. —¿Qué es esto? —Las palabras estaba atrapadas entre un llanto y una maldición. Mi madre caminó a mi cama, bajó las sábanas. Miró de reojo a la enfermera, quien asintió, luego desabrochó las esposas de tela que ataban mis muñecas. Estaban envueltas en gasa blanca. En el momento justo, noté que dolían. Respiré profundamente, intentando no desmoronarme por las costuras pero era difícil. Tan difícil. —¿Todo bien aquí? Mis ojos se dispararon a la puerta, la cual ahora estaba abierta. Un oficial —¿o guardia de seguridad?— se imponía allí, su mano en la cintura. —Todo bien, oficial —dijo Joan, sonando exasperada—. Lo tenemos todo bajo control.

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Mis ojos se movieron frenéticamente entre ella y mi madre, pero mi mamá apenas podía mirarme. Debí haber lucido como me sentía —como si estuviera a punto de gritar— porque la enfermera comenzó a soltar las ataduras de mis piernas, mi pecho. Eran complicadas. —Perdiste un montón de sangre anoche, cariño, estuviste mayormente inconsciente. Pero después de la transfusión, despertaste y ¿con todas las drogas que estábamos poniéndote? Te volviste un poco salvaje. Pero estás bien ahora. —¿Por qué hay un policía afuera? Joan se detuvo, dudó, sólo por un momento, luego se ocupó revisando los monitores al lado de mi cama. —Alguien más fue traído contigo desde el puerto —dijo mi madre. El mundo se detuvo. ¿Un hombre? Mi madre sabía cómo lucía Jude. ¿Por qué no sólo dicho Jude…? —Un hombre de mediana edad. Cabello blanco, corpulento. —Sus ojos buscaron los míos—. ¿Lo conoces, Mara? El recuerdo abrazó mi mente.

El hombre dejó caer la radio antes de que pudiera terminar la oración. Una enorme expresión de dolor se tragó su confusión. Sacudí mi cabeza, registrando la rigidez en mi cuello, el dolor en mi boca. ¿Cómo murió? —¿Qué ocurrió? —pregunté. —No lo sabemos —dijo mi mamá suavemente—. No estaba… él estaba… muerto… cuando la policía llegó allí. Quieren hacerte algunas preguntas, cuando estés lista. ¿Y qué sobre Jude? ¿Qué sobre Jude? Mi madre cerró sus ojos. —Jude está muerto, Mara.

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Debo haber hablado en voz alta. Por un segundo mi corazón amenazó con explotar de alegría. —Murió en el manicomio. Ella no entendía. —No. No. —El edificio colapsó. La recordé diciendo esas mismas palabras en otra habitación de hospital, en otro estado. Un grito se estaba construyendo en mi garganta. —Jude no lo logró. Tampoco Rachel o Claire. —No, sólo escucha… —Mis palabras estaban desesperadas y chamuscadas en mi garganta. —La Dra. Kells estará aquí pronto —dijo mi madre—, ellos van a cuidar de ti. —¿Qué? —En Horizontes, cariño. —Mi madre se sentó con cuidado en el lado de mi cama, y su mirada rompió mi corazón—. Mara, nena. Te amamos demasiado pare dejar que te lastimes. Esta familia te necesita. Sacudí mi cabeza violentamente. —No entiendes. —Cálmate, cariño —dijo Joan. Sus ojos encontraron los de mi madre. —Yo no hice esto —rogué, sosteniendo en alto mis muñecas. Joan estuvo en un borrón de movimiento junto a mi cama. Ella tomó mis brazos con cuidado pero me encogí. Su agarre se apretó—. No me toques. Mi madre retrocedió. Cubrió su boca con su mano. —¡No están escuchando! —Un ruido vacío pulsó en mis orejas. Me encorvé hacia delante.

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—Estamos escuchando. Estamos escuchándote, cariño. La habitación comenzó a desvanecerse. —Sólo déjenme explicar —dije, pero las palabras fueron arrastradas. Intenté mirar a mi madre pero no podía enfocar, no podía encontrar sus ojos. —Toma una respiración profunda, eso es, buena chica. —Alguien frotó mis hombros. Mi madre estaba dejando la habitación. Joan sostuvo mi cabeza. —Respira, respira. Ellos no me escucharían. Sólo una persona lo haría. —Noah —susurré dentro del nubarrón. Y luego una sombra oscureció la ventana en la puerta de la habitación de hospital. Levanté la mirada antes de que una corriente negra entrara, rezando en silencio para que fuera él. No lo era. Era Abel Lukumi, y estaba mirando directamente hacia mí.

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L

55 a siguiente vez que desperté, los tubos estaban desconectados de mi piel. Todavía estaba en el hospital, en una habitación diferente, sin embargo. Y estaba sin restricciones.

Un día había pasado, me enteré. Doctores, enfermeras y psicólogos entraban y salían de repente de la habitación en una confusión de pruebas y preguntas. Pasé por el movimiento, respondiéndoles lo mejor que pude sin mirarlos a la cara y gritar acerca de Jude. Acerca de la verdad. Acerca de Lukumi. ¿Cómo me encontró?

¿Por qué? No podía permitirme pensar en ello porque una pregunta daba lugar a más y me estaba ahogando en ellas, y no podía entrar en pánico porque no se me permitiría ver a Noah si lo hiciera. Los medicamentos y los tubos me hacían perder los estribos, siempre, pero sin ellos ahora podía componer mi cara en una máscara inexpresiva para esconder la furia debajo. El buen comportamiento me compraría tiempo, tuve que recordar. Con la ayuda de mi padre, incluso pude hablar con un detective acerca del policía que fue encontrado muerto en el muelle justo a mi lado. Resultó que tuvo un derrame cerebral. No fue mi culpa. Incluso si lo hubiera sido, no estaba segura de que me hubiera importado. No entonces. Lo único que quería era a Noah. Sentir sus manos en mi rostro, su cuerpo envuelto alrededor del mío, oír su voz en mi oído, escucharlo decir que él me creía. Pero otro día pasó, y él todavía no aparecía. Joseph no vino, tampoco. No se lo habían permitido, me contó Daniel cuando por fin me visitó. Se sentó encorvado sobre una lata de soda, volteando la lengüeta hacia adelante y hacia atrás. —¿Qué pasa con Noah? —pregunté en voz baja.

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Daniel negó con la cabeza. —Tengo que hablar con él. —Traté de no sonar desesperada. —Estás en otra espera —dijo Daniel, con su voz débil—. Sólo están permitiendo a la familia inmediata. Noah vino directamente aquí desde el aeropuerto cuando se enteró de que fuiste ingresada y no se fue hasta hace unas pocas horas. Así que él estuvo aquí y se fue. Me deprimí. —Nos asustaste horriblemente, Mara. Cerré los ojos, tratando de no sonar tan furiosa como estaba. Esto fue culpa de Jude, pero ellos eran los que tenían que pagar. —Lo sé —le dije uniformemente—. Lo siento. —La disculpa me supo inmunda, y sentí la necesidad de escupir. —Sólo sigo… ¿y si la policía te hubiera encontrado una hora más tarde? —Daniel se frotó la frente—. Sigo pensando en ello. —Su voz tembló, y finalmente rompió la lengüeta de la lata de soda. La dejó caer dentro y aterrizó con un clink. Sus palabras me hicieron pensar. —¿Quién los llamó? —le pregunté—. ¿Quién llamó a la policía? —La persona que llamó nunca dejó un nombre.

Esta ésta mirada que la gente te da cuando piensan que estás loca. En el ferry hacia el Centro de Tratamiento Residencial Horizontes en la isla Sin Nombre a la mañana siguiente, la conseguí. El viento chocó contra mi piel y desplomó mi cabello delante de mi cara. Lo alisé hacia atrás con ambas manos, exponiendo los vendajes idénticos en mis muñecas. Fue entonces cuando el capitán, que había estado hablando con mi padre acerca de la ecología del Keys, se dio cuenta de que nos estaba llevando al glorificado hospital mental, no el centro vacacional que compartía la isla. Una lenta cautela se deslizó en su expresión, mezclándose con miedo y lástima. Era una mirada a la que

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iba a tener que acostumbrarme, los médicos me dijeron que mis muñecas tendrían cicatrices. —No nos falta demasiado por avanzar —dijo el capitán. Señaló a un terrón indistinguible de tierra en el océano abierto, y me sentí exageradamente pequeña—. La isla Sin Nombre está justo allí, hacia el este. ¿La ven? Lo hacía. Se veía... desolada. Recordé las palabras de Stella.

Lakewood es... intenso. Está en el medio de la nada, como Horizontes, prácticamente todos los CTR lo están. —¿Te gusta la astronomía? —me preguntó el capitán. En realidad no había pensado en ello. —Mira hacia arriba en la noche, a las estrellas. La isla está fuera de la red eléctrica, aunque la compañía eléctrica está presionando fuertemente para cambiar eso. La mayor parte de los residentes de la isla Sin Nombre no la quieren, sin embargo. No podía imaginarme no querer electricidad. No podía imaginarme no teniéndola. Dije justamente eso. Él se encogió de hombros. Debí parecer asustada, porque mi madre se acercó y me acarició la espalda con su mano. —Horizontes es alimentado por energía solar y generadores. Hay suficiente energía eléctrica, no te preocupes. Cuando nos acercamos a la isla, un pequeño muelle apareció ante nosotros, con sólo unas pocas rampas para embarcaciones y un letrero: EL ÚLTIMO FERRY SALE A LAS SEIS DE LA TARDE, NO HAY SALIDAS CON MAL TIEMPO. El capitán alzó la vista hacia el cielo gris y entrecerró los ojos. —Podrían estar cambiando las cosas más tarde hoy —dijo—. Esas nubes no son amigables.

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—Para eso es que son las cabinas —le dijo mi madre, asintiendo en dirección de la parte cubierta del barco. No le gustaba que le dijeran que tenía que dejarme antes de que ella estuviera lista. Me miró, y me di cuenta de lo mucho que le dolía dejarme en absoluto. El capitán negó con la cabeza. —No es la lluvia, son las olas. Se vuelven picadas en las tormentas. Lo mejor es seguir, de lo contrario tendrán que pasar la noche aquí. —Gracias —le dijo mi padre al capitán—. Volveremos pronto. —Desembarcamos, mis padres en silencio portando el equipaje que ni siquiera llegué a empacar por mi cuenta mientras salíamos del ferry. No llegué a ver a Noah antes de irnos, tampoco. Serían doce semanas antes de que lo volviera a ver. El pensamiento me revolvió el estómago. Lo aparté. Fue entonces cuando noté un carrito de golf puesto en ralentí cerca del muelle. El consejero de admisiones de Horizontes, Sam Robins, me asintió condescendiente. —Bueno, Mara, ojalá estuviera viéndote de nuevo bajo circunstancias diferentes. Bajo ninguna circunstancia. —Vamos —le dijo a mis padres—. Súbanse. Lo hicimos. El carrito de golf pasó zumbando alrededor de un camino empedrado rodeado de altos juncos y hierbas. Paramos frente a un grupo de edificios blancos con brillantes azulejos españoles de color naranja en la azotea. Era una maravilla, con paisaje silvestre en el patio, evocando los temas de mi mamá de Vida Rural. Cayenas moradas y lirios blancos bordeaban un pequeño estanque lleno de peces dorados que flotaban perezosamente cerca de la superficie. Había setos forrados alineados con una especie de flores silvestres rosadas y margaritas amarillas por todas partes. Se sentía inapropiadamente alegre y lo odiaba. Los cuatro entramos en el inmaculado edificio, el principal, supuse, ya que estaba en la parte delantera. Las paredes eran de estuco blanco y el piso era de azulejo blanco. Pedestales con una estatua o figura en la parte superior salpicaban las

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ocasionales esquinas, y ollas de terracota llenas de plantas podadas artísticamente y cuidadas flanqueaban las puertas. Pero aparte de eso, el espacio y la decoración hacían eco de la contraparte externa de Horizontes casi exactamente. —Hermencia revisará tus maletas y tu ropa, Mara. Y por suerte para ti, es el fin de semana de retiro, así que todos tus amigos están aquí. El retiro. Terminé en él después de todo. Al menos Jamie estaría aquí para lanzarme a mi sentencia obligatoria antes de que él pudiera irse a casa. Eso era algo. Mis padres se fueron a firmar el papeleo y yo fui conducida a una habitación por una mujer que llevaba una expresión neutral bajo una mata espesa y corta de cabello oscuro. La mujer asintió secamente. —Tengo que comprobar si hay algo peligroso. —Está bien. —¿Estás usando joyas? Negué con la cabeza. —Necesito que te quites la ropa. Parpadeé estúpidamente. —¿Está bien? —me preguntó. Yo simplemente me quedé allí. —Necesito que te quites la ropa —repitió. Mi barbilla tembló. —Está bien.

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Se quedó mirándome, esperando. Abrí la cremallera de mi sudadera con capucha y me la quité. Se la entregué. Ella puso sus brazos a través de ella y la colocó en una mesa. Bajé la mirada al suelo y levanté mi camiseta sin mangas por encima de mi cabeza. Cayó suavemente sobre la baldosa. Me quedé allí, respirando con fuerza en sólo mi sujetador y mis jeans. Mi columna estaba doblaba y mis brazos inconscientemente se habían acercado a mi pecho. —Tus pantalones también —dijo la mujer. Asentí pero no me moví durante un minuto. Dos. —¿Necesitas ayuda? —preguntó. —¿Qué? —¿Necesitas que te ayude? Negué con la cabeza. Apreté los talones de mis palmas de las manos en mis ojos e inhalé. Sólo ropa. Era sólo ropa. Me desabroché los jeans y cayeron alrededor de mis tobillos. Me quedé quieta, expuesta al aire mientras la habitación comenzaba a girar lentamente. Ella inspeccionó la ropa con sus manos y mi cuerpo con sus ojos y preguntó si tenía algún piercing que no pudiera ver. No los tenía. Finalmente, puso mi ropa de nuevo en mis manos. Las apreté contra mí y luego casi tropecé mientras me apresuraba a ponérmelas de nuevo. Cuando terminamos, mis padres habían firmado el papeleo y entonces tuve que firmar más papeles, reconociendo las normas y reglamentos que me encerraban en mi nueva vida. Tres meses sin contacto con el exterior. Las llamadas telefónicas a familiares estaban permitidas, pero sólo después de treinta días. Firmé, y sentí como si estuviera sangrando en la página. Luego llegó el momento de decir adiós. Mi madre me apretó con demasiada fuerza. —Es temporal —dijo, tratando de tranquilizarme. O tranquilizarse.

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—Lo sé —susurré mientras me empujaba incluso más cerca. Quería aferrarme a ella y apartarla. Alisó mi cabello por mi espalda. —Te amo. Mi garganta ardía con las lágrimas que quería llorar pero no lo haría. Sabía que ella me amaba. Simplemente no me creía. Entendí por qué, pero me dolía profundamente al mismo tiempo.

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espués de que mis padres se fueron, me llevaron a un recorrido por el recinto; cuatro edificios que conectaban con el jardín Zen en el centro. Vagué a través de las habitaciones sin prestar mucha atención; la disposición no importaba, y realmente no me preocupaba. Yo estaba aquí. Noah y mi familia estaban fuera. Jude estaba allí afuera. Podía hacer cualquier cosa que quisiera. Recé para que lo hubiera hecho ya. Porque mi familia estaba a su merced. No tenía idea de qué le había pasado a John; cómo Jude había sido capaz de sacarme sin que lo supiera. Pero tenía que creer que de alguna forma, Noah podría asegurarse de que mi familia estuviera a salvo. La alternativa… No podía pensar en eso. Estaba programada para terapia intensiva inmediatamente, y responder todas las preguntas de rutina del nuevo consejero. Entre mis nuevas sesiones de terapia de comportamiento cognitivo y una cita con los nutricionista de Horizontes, hojeé la pequeña biblioteca de autoayuda en la sala común mientras el resto de los “estudiantes” de Horizontes: los permanentes —con sentencias de tres meses o más, como yo— y los temporales —como Jamie, Stella, y Phoebe— desafortunadamente, se dedicaban a sus actividades de construcción de equipo, o lo que sea. Estaba excusada de la mayoría de ellas, gracias a mi “atentado suicida”. El sudor y las suturas no se mezclan. Suerte la mía. Barney, uno de los consejeros del personal de la residencia, me vigilaba a corta distancia. Era grande, como la mayoría de los empleados masculinos —¿para contenernos más fácilmente, quizás?— pero parecía amigable cuando trataba de engancharme en una conversación. No era condescendiente, como Robins, o

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inapropiadamente entusiasta como Brooke. Era agradable; sólo que yo no quería hablar. Pasaba ociosamente las páginas de un libro bizarro titulado: ¿Qué es normal? Cuando mis compatriotas se filtraron. Debían venir de alguna clase de juego, así lucían, porque estaban divididos en tres grupos vistiendo colores diferentes de camisetas: blanco, negro y rojo. Megan estaba de rojo. Sus pálidas mejillas estaban enrojecidas, y mechones de cabello se curvaban por su rostro, creando un halo enmarañado. Rogaba por un baño y fue enviada con un compañero. Adam entró después y también vestía de rojo. Sus abultados antebrazos cruzados sobre su hinchado pecho, luciendo como si acabara de perder cualquiera que fuera el juego que hubieran jugado, y dolorosamente. Entonces Jamie danzó dentro, vestido de negro. Me vio y vino en línea recta. —Esto es tú culpa. Cerré el libro. —Hola, Jamie. Es bueno verte también. Me disparó una mirada. —No es bueno verte, realmente, considerando por qué estás aquí. —Gracias por no endulzar nada. He estado realmente enferma de que todos me traten con guantes de niño. —¡El sarcasmo está que arde! Rodé mis ojos. Jamie se encogió de hombros y dijo: —Mira. —Se inclinó hacia abajo—. Me negué a reconocer tu intento de suicidio porque no se ajusta con todas mis preconcebidas nociones de ti, ¿de acuerdo? Además estoy feliz de ver que aún tienes sentido del humor, al menos. Reí, no pude evitarlo.

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—Ahí está. Entonces —dije, alegre por no tener que hablar sobre mi fraudulenta razón para estar aquí—, ¿qué hice esta vez? —Interesante elección de palabras —dijo Jamie, y miró sobre su hombro a la entrada. Seguí la línea de su mirada y vi a… Noah.

Aquí. Estaba parado cerca de cuatro metros de distancia, su camiseta gris, húmeda y aferrándose a su cuerpo delgado y musculoso, gotas de lluvia cayendo del estuche de su guitarra sobre el prístino piso de azulejos. Cuando Noah encontró mi mirada, me quedé sin palabras. Se giró alejándose. —¿Dónde pongo esto? —le preguntó a Barney, bajando el estuche ligeramente. —Por aquí —dijo Barney—. Te mostraré tu habitación. Y entonces Noah caminó justo frente a mí. Como si ni siquiera estuviera allí.

Me senté catatónica en el sofá. Los asientos se llenaron y la buena y vieja Brooke, se sentó frente a mí, sus brazaletes tintineando con cada gesto. Enderezó la banda de su cabeza y dijo: —Empezaremos en cinco minutos, chicos. Si quieren tomar algo de agua o hacer una rápida carrera a los servicios, ahora es el momento. —Entonces se inclinó hacia adelante para decirme hola y palmear mi brazo con una mirada de lástima dejándome para conseguirse algo de agua. Entonces entró Noah. Pasó sus dedos a través de sus mechones de cabello aún húmedos y se sentó en algún lado lejos de mí, sus largas piernas estiradas lánguidamente en frente de él mientras se encorvaba en una silla de plástico demasiado pequeña. No dijo una palabra: ni a mí ni a nadie más. Parecía… diferente.

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Lo estudié, tratando de averiguar por qué. Lucía perfectamente imperfecto en jeans rasgados y una camiseta clásica, su cabello un hermoso revoltijo sobre su ilegible rostro. Todo en él era lo mismo, excepto… Su collar. Se había ido. Froté mis ojos. Noah aún estaba allí cuando los abrí. Jamie lo saludó. También Barney. Esa normalidad podría haber sido suficiente para convencerme de que era real. Pero cuando todos te dicen que estás loca y nadie te cree cuando juras que no lo estás, una pequeña parte de ti siempre se pregunta si tienen razón. Entonces cuando Stella se paró para conseguir una bebida, me paré con ella. —Hola —dije. Se apartó el cabello de su piel color aceituna mientras presionaba la llave del enfriador de agua. —Hola. ¿Cuál es la forma apropiada de preguntarle a alguien si estás alucinando la apariencia de tu novio en tu glorificado hospital mental? —¿Ves al chico de allí? —pregunté, asintiendo ligeramente hacia Noah, que ahora había cruzado sus brazos tras su cabeza. Stella enredó un rizo en su dedo mientras miraba de atrás hacia adelante, de él a mí. —¿El chico caliente? Ese debía ser él, sí. —Sip —dije. Sus labios llenos se dividieron en una sonrisa. —¿Ese real, realmente caliente?

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En efecto. Miré hacia él, pero no encontró mi mirada. —Sí. Stella miró también. —Alto, con perfecto cabello castaño oscuro. —Alguien le dijo algo a Noah, provocando una sonrisa arrogante—. Increíble sonrisa —dijo Stella mientras él miraba en nuestra dirección—. ¿Ojos azules? —Sí —dije, aún mirando al glorioso e inexpresivo chico que me dijo que me amaba unos días atrás, y ahora ni siquiera me reconocía. —Sí, lo veo —dijo Stella, y tomó un sorbo de agua—. No creo que me importe ver más de él. Espera —dijo, levantando su cabeza hacia mí—. ¿Lo conoces? Consideré mi respuesta. ¿Realmente puedes conocer a alguien? —No lo sé —dije. Me miró, entonces se volvió a sentar. También yo, aún aturdida. Jamie se dejó caer en la silla junto a mí, y me pellizcó en el brazo. —Auch —dije frotándolo. —Oh, bien, estás viva. Temía que tuviera que hacerte RCP. —Redujo sus ojos hacia mí—. Si no lo supiera mejor, diría que estas sorprendida por este desarrollo. Tomó un esfuerzo monumental responderle a Jamie cuando aún no podía quitar mis ojos de Noah. Pensé que no lo vería por meses. Que tendría que esperar para decirle lo que Jude hizo y sobre Lukumi en mi habitación de hospital, y las imágenes de la cámara de Claire que Jude había dejado para mí. Pero Noah estaba aquí. No tendría que esperar del todo, y podría haber llorado de alivio. —Sorprendida —dije finalmente—. Sí. —¿Como si no supieras que se nos uniría aquí en la isla de los niños inadaptados? —¿Qué? —Arranqué mis ojos de Noah y encontré los de Jamie—. No lo sabía.

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—Correcto —dijo Jamie—. Me están haciendo compartir habitación con él, Mara. Te odio. —¿Crees que yo hice esto? —Por favor. —Jamie me disparó una mirada marchita—. Como si pudiera resistirse a una damisela en apuros. —No le pedí que viniera —dije, pero nunca estuve más feliz de verlo en mi vida—. Y antes de que te quejes de tu compañero de habitación, fui informada por el Sr. Robins que tengo que dormir en la misma habitación que Phoebe. Jamie lució apropiadamente horrorizado. —Sí —dije. Me quejé inmediatamente, por supuesto, pero dijeron que tenía que arreglarlo con la Dra. Kells. Y no estaba en el retiro ahora, sólo venía unas pocas veces a la semana, me dijeron, para supervisar al personal residencial. Así que hasta que la viera de nuevo, estaba atascada. Brooke aplaudió. —Bien, ¿Todos regresaron? ¡Genial! Bien, parece como si tuviéramos otro nuevo miembro en la familia Horizontes, ¡todos! Démosle una gran bienvenida a Noah Shaw. —Hola, Noah —dijeron todos en coro. —Noah está aquí por el retiro este fin de semana, para ver si se adapta. ¿Por qué no les hablas a todos sobre ti, Noah? —Nací en Londres —dijo con completo desinterés—. Mis padres se mudaron aquí desde Inglaterra hace dos años. Mi boca se abrió. —No tengo un color favorito, pero realmente detesto el amarillo. Increíble. —Toco la guitarra, me gustan los perros, y odio Florida.

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Y entonces Noah finalmente encontró mi mirada. Estaba esperando una patentada media sonrisa, pero cuando me miró, sus ojos estaban vacíos. Mi corazón se rompió. —Es muy agradable conocerte, Noah. ¿Te sentirías cómodo diciéndonos por qué estás aquí? Sonrió, pero no había calidez en su sonrisa. —Me han dicho que tengo un problema de manejo de ira. Todos compartieron sus falsos sentimientos por una hora, y entonces nos separamos para el almuerzo. Noah me alcanzó en el pasillo. Me miró hacia abajo. Lucía destrozado. —Eres una chica difícil de agarrar —dijo tranquilamente. Solté una carcajada, pero Noah cubrió mi boca con una gentil mano. Mis párpados cayeron ante su toque. Podía Sentirlo. Él era real. Todo lo que quería en el mundo era sostenerlo y ser sostenida por él. Pero cuando levanté mis manos hacia su cintura, dijo: —No. Parpadeé, y entonces pensé que podría llorar, y Noah debió haberlo visto porque se apresuró a hablar. —No saben que estamos juntos. Si lo descubren, tratarán de separarnos y no seré capaz de soportarlo. Asentí bajo su mano y él la levantó, mirando por encima de su hombro. El pasillo estaba vacío, pero ¿quién sabía por cuánto tiempo? —¿Cómo entraste? —pregunté. El fantasma de una sonrisa tocó su boca. —Es una larga historia que envuelve copiosas cantidades de alcohol y Lolita.

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Mis cejas se juntaron con confusión. —¿El libro? —La ballena. Me dio una sonrisa, a pesar de todo. —¿Quiero saberlo? —Probablemente no —dijo con voz apagada. Evitó mis ojos. Algo estaba mal. Quería preguntarle qué era, pero estaba tan nerviosa de modo que le pregunté dónde estaba su collar. Noah suspiró. —Tuve que quitármelo durante la encantadora revisión casi al desnudo que ofrecen aquí. Hermencia lo disfrutó bastante, supongo. Le enviaré la cuenta. Sonreí otra vez, pero Noah no lo hizo. No sabía qué había cambiado o por qué, pero lo necesitaba. Incluso si no me gustaba la respuesta. —¿Qué pasó? —le pregunté. Levantó mi mano, mi muñeca y la tendió en respuesta. —Creen que traté de matarme —dije. Noah cerró sus ojos. Por primera vez, lucía como si estuviera dolido. —¿Y tú? —le pregunté. Los músculos en su garganta trabajaron. —No —dijo—. Yo vi… lo vi todo. Vi a Jude. Cuando abrió los ojos, su expresión estaba vacía otra vez. Una suave e ilegible máscara. Me recordaba a una conversación diferente que habíamos tenido en circunstancias muy diferentes: «¿Y si algo pasa y no estás aquí?» le había preguntado, miserablemente, preocupada y horrorizada después que regresamos del zoológico.

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«Estaré allí» había dicho Noah, su voz clara y segura. «¿Pero y si no estás?» «Entonces será mi culpa.» ¿Era eso lo que era? Levanté la mirada hacia él ahora y sacudí mi cabeza. —No es tu culpa. —En realidad —dijo con incomparable amargura—, lo es. Antes de que Noah pudiera decir algo más, un consejero nos interrumpió, y fuimos separados.

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o tuvimos tiempo a solas el resto del día. Noah fue trasladado de una cosa sin sentido a otra con Adam, Stella, Megan y los otros temporales mientras yo me quedaba para soportar más terapia de conversación y por lo general languidecer en soledad. Conocí a algunos permanentes, quienes no parecían obviamente perturbados. No tan mal como Phoebe, de todos modos, en absoluto. Cuando finalmente nos sentamos para cenar, me dejé caer en un asiento frente a Noah. Unos pocos chicos que no conocía muy bien compartían la mesa, pero no estaban muy cerca. Estaba desesperada por hablar con él. Tenía tanto que quería decir. Él estaba tan cerca, pero demasiado lejos para tocarlo. Las puntas de mis dedos dolían por la necesidad de sentirle: sólido, caliente y real bajo mis manos. Dije su nombre, pero Noah dio una única sacudida de su cabeza. Mordí mi labio. Podía gritar por la frustración y quería hacerlo. Sentía como si estuviera flotando a la deriva y necesitaba que él me amarrara a la tierra. Pero luego escribió algo en una servilleta con un crayón —debió haberlo robado del estudio de arte que tenían aquí— y me la entregó. Miré hacia arriba, luego alrededor, luego hacia abajo hacia el mensaje tan discretamente como pude.

Estudio de música. 1 a.m. —Pero… —susurré.

Confía en mí, articuló Noah.

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Lo hice. Deseaba que la luz del sol se alejara mientras terminaba de cenar esa tarde enfrente de una silenciosa e inusualmente hosca Stella. Ella picaba en su comida y de vez en cuando, sus ojos barrían la habitación. Cuando le pregunté qué estaba mal se excusó, dejándome sola. No podía esperar a que cayera la noche, y miraba por las gruesas y distorsionadas ventanas en cada oportunidad. La oscuridad mordía los talones de la puesta de sol, esperando tragarlo. Los sonidos de tintineo de los cubiertos contra los platos de cerámica se desvanecieron mientras el sol se hundía en el horizonte. El Consejero Wayne vino con los medicamentos de la noche de todos en pequeños vasos de papel, al igual que en Miami. Stella tragó los suyos enfrente de mí, su camiseta blanca subiéndose ligeramente con el movimiento. Levanté la vista y vi a Jamie, quien también bebió el contenido de su improvisado vaso. Su nuez de Adán se balanceó, y Wayne siguió adelante. Luego era mi turno. Había dos pastillas adicionales dentro de mi vaso de hoy. Ovalada y azul. —Conoces el procedimiento, Mara —dijo Wayne. Lo hacía. Pero no podía haber estado más desinteresada sobre tomarlos. ¿Y si me hacían estar cansada? Mis ojos se movieron hacia arriba, tratando de encontrar a Noah en el pequeño mar de caras en el comedor. No estaba ahí. —Mara —dijo Wayne, cálidamente pero con un toque de impaciencia. Maldita sea. Tomé el vaso en mis manos y tragué las pastillas, persiguiéndolas con un sorbo de agua. —Abre —dijo. Abrí la boca y le enseñé mi lengua. Wayne sonrió y se movió a la siguiente persona. Me levanté de mala gana y llevé mis platos al mostrador, luego seguí la línea de chicas andando por el pasillo a sus

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respectivas habitaciones. Tomé mi pequeño bolso con mi champú y jabón en el, amablemente empacado por mi madre como si me enviara a un campamento de verano, y me dirigí al baño de las chicas para ducharme. Había compartimientos, por suerte, pero teníamos que valernos de un baño tipo spa en grupos o parejas. Mi compañera era Phoebe, por supuesto. A ese punto, estaba demasiado acostumbrada a que mi vida apestara para importarme. Cuando terminé, mis extremidades se sentían débiles con agotamiento y casi se me cae la toalla antes de deslizarme en mi bata. Me las arreglé para no avergonzarme a mí misma, apenas, luego seguí los estúpidos pasos de Phoebe fuera del baño y de nuevo por el pasillo. Abrió la puerta de nuestra habitación blanca sin adornos, ocupada con un par de idénticas camas dobles blancas. Phoebe se sentó en una en el otro extremo de la habitación, dejándome a mí la cama más cercana a la puerta. Perfecto. Phoebe estaba callada. No me había dicho nada en todo el día, de hecho, y me contaba afortunada. Me observó por un minuto, luego se levantó y apagó la luz principal mientras yo revolvía mi tocador recientemente lleno para ponerme algo para dormir, aunque no tenía planes de hacerlo. Le lancé una mirada molesta, que no notó o ignoró. Luego se deslizó bajo las sábanas y yo me cambié y me deslicé bajo las mías. Cada habitación tenía un reloj de escuela posicionado en la pared entre las dos camas. El nuestro daba las diez, luego las diez y media, luego las once. Los segundos pasaban a medida que escuchaba roncar a Phoebe. Luego, en la oscuridad, dos palabras: —Despiértate ya. Una áspera voz femenina llegó a mi cerebro. Quería apuñalarla. Mis ojos se abrieron lentamente. Phoebe rondaba cerca de mi cama. Empecé a sentarme, pero estuve sorprendida de encontrar que ya estaba sentada. Estuve más sorprendida de ver que tenía los pies en el suelo, la superficie de azulejo pulido frío bajo ellos.

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—Estabas saliendo de la cama —dijo Phoebe mecánicamente. —¿Qué? —Mi voz estaba áspera por el sueño. —Te levantaste —me dijo—. Ibas a salir de la cama. Descansé mi frente en una mano. Mis ojos viajaron al reloj. Las cuatro a.m. Me lo perdí. Me perdí a Noah. Era demasiado tarde. —¿Quieres conseguir un poco de agua? —preguntó Phoebe. Mi garganta estaba seca, mi boca y lengua recubiertas con una envoltura. Asentí, sin saber muy bien por qué Phoebe estaba siendo tan extrañamente agradable, pero no realmente con el suficiente ánimo como para preguntar. Me levanté en pies inestables y seguí a Phoebe hacia el pasillo poco iluminado. Hicimos nuestro camino sin hacer ruido al cuarto de baño, pasando a Barney quien ahora estaba en su escritorio consola. —Vamos al baño —anunció Phoebe. Él asintió hacia nosotras, sonrió, y volvió a su libro. El Silencio de los Inocentes. Una vez dentro, Phebe abrió el grifo. Estaba desesperada por agua; me abalancé hacia el lavabo y tomé un puñado, elevándolo a mi boca. Bebí profundamente, aunque la mayoría del líquido se derramó a través de mis dedos, y rápidamente me lancé a tomar otro trago, y otro. No creía que pudiera beber lo suficiente hasta que, finalmente, el estancamiento en mi garganta se suavizó, y el ardor se apagó. Miré al espejo. Estaba pálida y mi piel estaba húmeda. Mi cabello colgaba alrededor de mi cara, mis ojos con la mirada perdida en el cristal plateado. No me veía como yo misma. No me sentía como yo mima. —Bloody Mary —dijo Phoebe. Salté. Casi había olvidado que estaba junto a mí. —¿Qué? —pregunté, todavía centrada en la extraña en el cristal. —Si dices “Bloody Mary”, tres veces después de la medianoche, ella vendrá a ti en el espejo y desgarrará tus ojos y garganta —dijo Phoebe.

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La miré fijamente en el espejo. Ella estaba mirando al techo. —Sólo he dicho su nombre dos veces. —Sonrió. El grifo goteaba. —Ella tuvo abortos —continuó Phoebe—. Dicen que la hicieron volverse loca, así que roba bebés de otras mujeres. Pero entonces, morían también. Ella los mataba. —Phoebe se encontró con mis ojos en el espejo, completamente asustándome. ¿Qué se suponía que tenía que decir? Tomé el último puñado de agua y lo eché en mi cara en lugar de mi boca. —¿A quién mataste? —dijo Phoebe. Su voz fue fría y clara. Me congelé. El agua goteaba desde mi cara y mis dedos al suelo de baldosas. —Cuando saliste de la cama, dijiste que no tenías intención de matar a Rachel y Claire. Pero no lo sentías por los otros. Eso es lo que dijiste. —Era una pesadilla. —Mi voz era temblorosa y ronca. Cerré el grifo. —No parecía una pesadilla —dijo. Le ignoré y me di la vuelta para irme. Phoebe se puso delante de mí. —¿Quiénes son Rachel y Claire? —preguntó, penetrándome con la mirada. Se veían huecos en su rostro blanco como la luna. —Sólo fue una pesadilla —dije otra vez, mirándola. Traté fuertemente de no dar ninguna señal exterior de que lo que ella repitió tenía alguna base en la realidad, ¿pero por dentro? Por dentro estaba desmoronándome. —Dijiste que te alegrabas de haber matado al hombre, que deseaste haber podido aplastar su cráneo con tus propias manos. —Basta —dije, empezando a temblar. —Me contaste sobre el manicomio —dijo, retrocediendo un poco—. Me lo contaste todo. —Las comisuras de su boca se curvaron en una sonrisa perturbada—. Sé sobre él —dijo Phoebe, su sonrisa extendiéndose—. Lo mucho

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que le deseas. Lo mucho que lo amas. Lo desesperada que estás. Pero él no te ama —dijo con voz cantarina. ¿Le conté acerca de Noah? Cerré mis ojos y mis fosas nasales se dilataron. Quería gritar en su cara, decirle que cerrara su demasiado-ancha boca, pero no podía. No sin delatarme. —Me voy de vuelta a la cama —dije, caminando alrededor de ella. Mi voz tembló cuando hablé. Esperé que ella no lo notara. Phoebe siguió cerca detrás de mí. Demasiado cerca. Hicimos nuestro camino de vuelta a nuestra habitación sin hablar. Phoebe se metió en la cama, luciendo una sonrisa de satisfacción. Quería golpearla fuera de su cara, pero en el fondo de mi mente, sabía que la persona con la que estaba más furiosa era conmigo. Perder el tiempo, escribiendo en cuadernos… asustaba sí, pero no me había hecho daño. No todavía. Y mientras no se lo contara a nadie, tal vez esto sólo sería temporal, y podría salir. Y encontrar a Jude. Asegurarme de que él nunca pudiera hacerme daño otra vez. Pero Phoebe no podía saber esas cosas que dijo a no ser que yo se las contara. Lo que significaba que mi ya tenue auto-control se estaba escapando. Atraje la manta hasta mi barbilla y me quedé mirando a la pared. Mi mente no se callaba, y yo no podía dormir. Así que yací despierta hasta que la oscuridad se volvió luz del día, y luego a las siete a.m., me puse de pie para enfrentar el día. Phoebe empezó a gritar. —¿Qué está mal contigo? —le susurré. Ella no paraba. Los residentes comenzaron a agruparse junto a la puerta. Un consejero se abrió paso justo cuando me encontré con los ojos de Noah.

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Wayne se apretujó hasta quedar justo en la puerta de nuestra habitación. —¿Qué está pasando aquí? Phoebe de alguna manera pareció encogerse hacia atrás contra la pared y dio sacudidas hacia delante con su acusación al mismo tiempo. —¡Ella estaba de pie junto a mí mientras dormía! Los ojos de Wayne se movieron hacia mí con sospecha. Levanté mis manos defensivamente. —Está mintiendo —dije—. Sólo estaba levantándome para cambiarme. —Me desperté y ella estaba justo ahí —dijo muy entusiasta. Luché contra una oleada de furia. —¡Iba a hacerme daño! —Cálmate, Phoebe. —¡Me va a hacer daño si no la detienes! —¿Puede todo el mundo retroceder por un segundo? ¡Barney! ¡Brooke! —llamó Wayne, sus ojos en mí todo el tiempo. —Estamos aquí. —La profunda voz de Barney resonó desde algún lugar detrás de mí. Entraron. Estaba clavada en el suelo, a un pie de distancia de mi cama. —Bien, Phoebe, intenta relajarte —dijo Brooke, flotando hacia ella y sentándose a su lado en la cama. Phoebe había empezado a balancearse hacia adelante y hacia atrás—. Quiero que hagas los ejercicios de respiración sobre los que hablamos, ¿está bien? Y la cuenta. Escuché a Phoebe empezar a contar hasta diez. Mientras tanto, Wayne y Barney estaban centrados en mí. Wayne había dado un paso más cerca. —¿Qué pasó, Mara? —preguntó Wayne.

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—Nada pasó —dije, y estaba diciendo la verdad. —¡No puedo vivir con ella! —Phoebe —dijo Wayne—. Si no paras de gritar, vamos a tener que llevarte a la habitación. Se calló instantáneamente. Brooke me miró desde la cama de Phoebe. —Mara, ¿por favor simplemente cuéntame lo que pasó anoche? ¿Con tus propias palabras? Luché contra el impulso de levantar mis ojos hacia la puerta y buscar a Noah. Tragué. —Comí la cena con todos los demás. —¿Con quién te sentaste? —preguntó. —Yo… —No lo recordaba. ¿Con quién me había sentado?—. Stella —dije finalmente. Miré hacia la entrada y ella estaba en el borde al lado de Noah. Él la miró y una extraña expresión cruzó su rostro. Brooke dijo mi nombre y llevé mis ojos de vuelta a los de ella. —Así que cenaste con Stella. ¿Luego qué pasó? —Me duché y luego volvimos a nuestra habitación. Me puse mi pijama y fui a la cama. —Las dos se despertaron como a las cuatro —dijo Barney. Asentí. —Phoebe vino conmigo. —No digas mi nombre —murmuró silenciosamente. Puse los ojos en blanco. —¿Eso es todo? —Sí.

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—¿Alguna vez has sido sonámbula antes? —me preguntó Brooke. No le contesté, por supuesto, porque la respuesta era sí.

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espués de una estricta instrucción de hablar con la Dra. Kells en mi próxima cita con ella, Brooke nos dejó para cambiarnos antes de reunirnos en la sala común para una improvisada sesión de grupo. Rodeé a Phoebe una vez que nos quedamos solas.

—¿Por qué les estás mintiendo? Me sonrió. Quería tanto pegarle. Casi lo hice. Cerré los ojos y respiré hondo en su lugar, tratando de sacármela de encima. Cuando salí de la habitación, Noah estaba cerca de uno de los estudios que flanqueaban el pasillo. —¿Qué pasó? —preguntó, su voz baja y cautelosa. —Me quedé dormida —dije. Quería golpearme a mí misma—. Phoebe me despertó en medio de la noche. Dice que yo… que le hablé de Rachel y Claire. De todo. Noah no comentó. Sólo preguntó: —¿Quién es esa chica? Seguí sus ojos hasta que aterrizaron en Stella, quien se había doblado en una silla en la sala común. Chasqueó sus nudillos luego frotó distraídamente la desvanecida rodilla izquierda de sus jeans. —Stella —dije—. Es agradable. Un poco malhumorada a veces, tal vez. ¿Por qué? —La vi —dijo Noah.

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—La viste… —Alguien le hizo daño. —Su mirada cayó a mis manos—. Agarró su muñeca. Casi la rompió. Sentí la garganta seca. —¿Por qué ella? Noah se frotó la frente. —No lo sé. —¿Eso cuánto es? —le pregunté. —Cinco, ahora. —Yo, Joseph, los dos que no conoces, y ahora… Stella. —¡Vamos adentro, todo el mundo! —llamó Brooke. Noah y yo compartimos una última mirada antes de instalarnos en la habitación. Me senté junto a Jamie, quien estaba extrañamente callado. Brooke asintió hacia Wayne y se acercaron a la periferia del círculo. —Está bien, todo el mundo —nos dijo—. Todos sabemos que hubo un pequeño evento esta mañana. No es gran cosa, pero hemos decidido que sería un buen día hacer algunos ejercicios de confianza. Fuerte gemido. Stella murmuró unas pocas de las únicas palabras que yo parecía recordar en Español, las cuales eran encantadoramente inapropiadas. —No importa cuántos hagamos —exclamó Phoebe—. No pueden confiar en Mara. Jamie se echó a reír en silencio. Le pisé el pie. —Phoebe, creo que conseguimos un sentido de tus sentimientos acerca de esto antes; así que a menos que tengas algo específico que quieras compartir, me gustaría avanzar.

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Phoebe se concentró en mí mientras hablaba con Brooke. —Sí que tengo algo específico que me gustaría compartir. No me gustó cómo sonaba eso. —Todos creen que Mara es esta chica inocente que sólo ha tenido mala suerte. No lo es. Quiere hacerme daño. Quiere hacernos daño a todos. Jamie lo perdió por completo. Su risa hubiera sido contagiosa. Pero a pesar de la melodramática presentación de Phoebe, lo que dijo era molesto. No porque fuera verdad. Porque era calculado. Ella estaba loca, pero era astuta. Phoebe estaba diciendo estas cosas a propósito con un propósito, y yo no podía averiguar lo que era. —Phoebe, ¿por qué crees que Mara quiere hacerte daño? —Porque así lo dice mientras duerme. Mierda. Brooke me miró, y luego miró de nuevo a Phoebe. —¿Cuándo fue esto, Phoebe? —Anoche. Bueno, eso era posible. Ella era asquerosa, molesta y limitada, pero inteligente en esa manera de chica-demonio malvada. Sin embargo, aunque podría haber murmurado algo acerca de matarla, tal vez, en realidad no la quería muerta. No como a los otros. No lo había visualizado. No conscientemente. ¿Inconscientemente? ¿Podría haber soñado con su muerte? ¿Qué pasaría si lo quisiera mientras dormía? ¿Moriría ella? —No puedo compartir habitación con ella, Brooke —dijo Phoebe en voz baja. Su barbilla comenzó a temblar.

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Aquí vamos. —Tengo miedo —añadió, por si acaso. —Es por eso que vamos a hacer estos ejercicios de confianza, Phoebe. —¡No ayudarán! —No lo harán si no les das una oportunidad —la reprendió Brooke—. Muy bien, todos, quiero que se levanten, Wayne, ¿puedes leer la lista de parejas para esto? Wayne leyó las parejas. Fui emparejada con Phoebe, para sorpresa de nadie. Jamie estaba con Noah. Una chica que reconocí de Horizontes Miami estaba con Megan, y Adam fue emparejado con un permanente. Los emparejamientos parecían que eran todos compañeros de cuarto con compañero de cuarto. ¿Tal vez para evitar una revolución de pacientes? —Bien, chicos. La primera cosa que vamos a hacer se llama una caída de confianza. Vamos a empezar en orden alfabético, eso significa que si tu nombre empieza con una letra que viene antes en el alfabeto que la de tu compañero, vas a “caer” primero, y tu pareja te atrapará. Todo el mundo empezó a moverse a sus parejas. Me di cuenta entonces de que habían trasladado los cojines al suelo y las alfombras de yoga a la sala común. ¿Por seguridad, tal vez? —Cuando cuente hasta tres, la primera persona de cada pareja va a caer. Esa sería yo. Miré a Phoebe detrás de mí. Estaba sonriendo. Esto no iba a ir bien. —Será mejor que me atrapes, Phoebe —susurré. Ella me ignoró. —Uno —empezó Brooke. —Lo digo en serio —dije, mientras retrocedía hacia ella. —Dos. Phoebe tenía sus brazos hacia fuera, y no me había contestado.

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—Tres. Caí. En mi trasero. —¡Hija de…! —¡Ella dijo que iba a cortarme las venas! —se quejó con Brooke—. ¡Lo susurró cuando no estabas escuchando! Brooke miró hacia mí y suspiró. —Esto no es productivo para su relación de habitación. Phoebe empezó a llorar. Grandes y gordas lágrimas de cocodrilo. —No puedo estar con ella. Simplemente no puedo. Me levanté y miré a Jamie, quien me lanzó una mirada de simpatía. Noah estaba estudiando a Phoebe. Él sabía que algo estaba pasando con ella también. Brooke estaba frustrada. Y luego dijo algo que no esperé escuchar. —¿Alguien estaría dispuesto a cambiar de habitación y ser el nuevo compañero de cuarto de Mara? Grillos. Levanté mi mano. —¿Sí, Mara? —Creo que puedo manejarme sin un compañero de cuarto. —De ninguna manera —dijo, sus ojos parpadeando a mis muñecas—. Lo siento. Chicos, ¿están seguros de que ninguno de ustedes está dispuesto a cambiar? Creo que ayudaría mucho las cosas… Nadie levantó su mano. Traté de llamar la atención de Stella, pero ella evitó por completo mi mirada y me dio la mirada fija al frente en respuesta a mi súplica visual. Era como ser escogido al último para balón prisionero, sólo que mucho peor. De repente, hubo un estrépito de cerámica golpeando piedra detrás de nosotros.

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Me di la vuelta. Phoebe estaba de pie cerca de un pedestal derribado; un jarrón se había hecho añicos en el suelo. Su cara estaba roja y su cabello húmedo pegado en mechones sudorosos a sus mejillas. Se podía escuchar caer un alfiler. Todo el mundo estaba absolutamente callado mientras Phoebe tragaba unas cuantas respiraciones, luego tomó uno de los trozos. —¡Phoebe! —gritó una voz de adulto. En poco tiempo, había más adultos en la habitación de lo que recordaba haber visto en Horizontes individualmente. —Nadie me está escuchando —se lamentó, pero antes de que pudiera agarrar uno de los trozos del jarrón destrozado, Wayne había logrado sostenerla. La levantó y se alejó. —Llama por el altavoz a Kells, luego consigue su diario —escuché a Brooke susurrarle a él. Phoebe se retorcía salvajemente pero luego Berney apareció y se puso frente a ella, bloqueando mi vista. Los gritos de Phoebe se apagaron. Cuando la vi luego, estaba flácida como una muñeca de trapo en los brazos de Wayne. Él la llevó afuera. Jamie y yo hicimos contacto visual. —Bicho raro —dijo. —Eufemismo —contesté. Jamie se inclinó y susurró: —¿Cómo está tu trasero? —Sobreviviré. —Lo vi venir a un kilómetro de distancia. —Yo también. ¿Pero esa cosa de compañero de cuarto? Lo peor. De todo. Él levantó una ceja. —Soy la chica espeluznante. En un psiquiátrico. Sonrió. —Nadie es perfecto.

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abía una ventaja definitiva en la sedación de Phoebe: por el resto del día, no tendría que escucharla hablar. ¿Y esta noche? No tendría que preocuparme de que se despertara.

Le pasé una nota a Noah, imitando la suya de ayer:

¿Esta noche a la una en el estudio de música? ¿Puedes hacer que pase? Cuando llamé su atención durante la cena, él asintió. Cada segundo disminuía a medida que el reloj se deslizaba hacia adelante. Deseaba, necesitaba, que todo el mundo durmiera. Conjuré imágenes mentales de pasillos vacíos. De Barney en la sala común, dormido delante de la televisión con sus auriculares puestos. De Brooke en la cama. Nadie necesitaba usar el cuarto de baño. Nadie sintió como que tenía que vigilar los pasillos. Imaginé que podía escuchar los sonidos de todo el mundo dando vueltas en la cama, haciendo crujir sus sábanas, respirando tranquilamente en sus almohadas. Y entonces llegó el momento. Me quité la sábana y me puse mi sudadera con capucha. Tiré de ella sobre mi cabeza y cerré la cremallera hasta acallar el sonido de mi corazón latiendo con ferocidad. Cuando me moví para levantarme, el colchón crujió y mis ojos se clavaron en el otro lado de la habitación. Phoebe estaba durmiendo. Fui de puntillas hasta la puerta y la abrí tan suavemente como pude. Al segundo en el que lo hice, alguien en alguna parte tosió y mi corazón saltó a mi garganta. Esperé ahí en la entrada durante lo que parecieron horas. Nada.

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Salí de la habitación. Caminé por el pasillo. Y cada vez que pasaba por una entrada, mi corazón se paraba. Cuando doblé la esquina de la sala común, directamente en frente de la mesa del consejero, me preparé mentalmente para ser dirigida de vuelta a la cama. Pero no había nadie ahí. Prácticamente corrí el resto del camino al estudio. ¿Dónde estaba todo el mundo? ¿En el cuarto de baño? ¿Durmiendo? Realmente no me importaba y realmente no me preocupaba, porque Noah estaba de pie en el silencioso pasillo esperándome, y no quería nada más que volar a sus brazos. No lo hice. Me detuve. —Lo conseguiste —dijo con una sonrisa. Se la devolví. —Tú también. —Alcancé la puerta de la sala de música, pero me di cuenta del teclado numérico. —¿Hablas en serio? —susurré entre dientes. Noah me hizo callar, luego presionó una serie de números en el teclado. Le miré con incredulidad. —Todo el mundo tiene un precio —dijo, mientras la puerta en frente nuestro se abrió con un clic. Sostuvo la puerta abierta para mí, y entré.

La oscuridad era impenetrable. Los dedos de Noah se entrelazaron con los míos mientras me guiaba hacia delante. Mis ojos empezaron a ajustarse un poco a la oscuridad de la habitación. Había una pequeña ventana en la esquina, dejando entrar una franja de luz de luna que iluminaba los planos y ángulos de su rostro inexpresivo.

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Se sentó con su espalda contra la pared, como una estatua inmóvil y fría. Retiró su mano de la mía. Extendí la mano para tomarla de nuevo, pero dijo: —No lo hagas. —Su voz estaba mezclada con desprecio. Venenosa. —¿Que no haga qué? —pregunté monótonamente. Su mandíbula se cerró, me miró con los ojos vacíos. —¿Qué está mal? —Yo no… —empezó—. No sé qué… —Miró hacia abajo. A mis muñecas. Así que eso era de lo que se trataba. Noah no estaba furioso conmigo. Estaba furioso consigo mismo. Aun así, era difícil de reconocerlo, porque yo era todo lo contrario. Me revolvía externamente con ira. Noah se revolvía internamente. Puse mis manos a ambos lados de su rostro, no gentil y no suave. —Basta —dije, mi voz áspera—. Tú no eres el que me hizo daño. Deja de torturarte a ti mismo. La expresión de Noah no cambió. —No estuve ahí. —Estabas intentando ayudar —dije—. Estabas intentando encontrar respuestas… Sus ojos azul pizarra parecieron de hierro en la oscuridad. —Juré que estaría allí para ti y no lo estuve. Juré que estarías a salvo, y no lo estuviste. —Yo… —Estabas aterrorizada —dijo, interrumpiéndome—. Cuando me llamaste, nunca olvidaré tu voz. —Noah.

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—Me contaste sobre el cuaderno que no recordabas haber escrito y nunca te había oído… nunca te había oído sonar así. —Su voz se hizo más distante—. Me apresuré a llegar a Boston para hacer el otro vuelo en el segundo en el que colgamos. Lo hice, y estuve atrapado en ese maldito avión mientras él te forzaba… Noah no terminó su frase. Casi vibraba con ira, por el esfuerzo que le tomó no gritar. —Te sentí morir bajo mi piel —dijo, su tono hueco—. Llamé a Daniel desde el avión, marqué una y otra vez hasta que se levantó. —Noah se encontró con mis ojos—. Le dije que ibas a matarte a ti misma, Mara. No sabía de qué otra manera explicar… lo que vi. —Su cara estaba dibujada con furia. Quería dibujar otra cosa. Mis dedos trazaron los finos y elegantes huesos de su rostro. —Está bien.

—No está bien —espetó—. Iban a hacer que te suicidaras. Te enviaron aquí por lo que les dije. —Por lo que Jude hizo. Rió sin humor. —Tu madre dijo que no podía verte, que tenían que tratar con esto como una familia ahora, y que iban a enviarte a algún lado para obtener ayuda adecuada. No podía comprenderlo, que la última vez que escuchara tu voz por meses, estaría plagada de terror mientras rogabas por tu vida. —Cerró sus ojos—. Y yo no estuve ahí. —Estabas en el hospital —dije, rozando mi pulgar sobre su hermosa boca—. Daniel dijo que no te marchaste. Noah abrió sus ojos pero evitó los míos. —Me las arreglé para verte, una vez. —¿En serio?

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Dio un leve asentimiento. —Estabas inconsciente. Estabas… te pusieron restricciones. —No dijo nada por lo que pareció un tiempo muy largo. No teníamos suficiente. Había muchas cosas que todavía no sabíamos. —Vi a Abel Lukumi —dije. Las cejas de Noah se juntaron. —¿Qué? —En el hospital. El segundo día, creo. Cuando me desperté, mi madre me dijo que estaba ahí y yo… Me asusté. Me asusté, y me sedaron. —Intenté explicarle a ella qué había pasado, con Jude, pero yo… lo perdí —dije—. Antes de que los medicamentos me noquearan, vi a Lukumi por la puerta de la habitación del hospital. Noah estaba callado. —No fue una alucinación —dije firmemente, porque tenía miedo de que lo estuviera pensando—. No le viste en el edificio, ¿verdad? —No —fue todo lo que dijo. Claro que no. Seguí contándole a Noah acerca de todo lo que pasó esa noche: acerca de encontrar el disco sin nombre en mi habitación, y lo que había en él. Le conté acerca de ver a Rachel, observarla a través de la lente de la cámara de vídeo de Claire. Ver el derrumbamiento del manicomio. Omití la parte de escuchar una risa después de que pasara. Cuando terminé, Noah dijo: —Nunca debí haberte dejado. —Negó con la cabeza—. Pensé que John sería suficiente. —Confiabas en él. Vigiló la casa durante días, y todo estaba bien. —Hice una pause, luego pregunté—: ¿Qué pasó?

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—Tuvo un derrame cerebral. Sentado allí, en el auto. Me sentí como si me hubiera bañado en hielo. Traté de no sonar tan asustada como me sentía. —También lo tuvo el oficial. —¿Qué oficial? —Cuando Jude… en el muelle —dije, eligiendo mis palabras cuidadosamente—. En el puerto, antes de desmayarme, había un hombre, un policía fuera de servicio, que vino a ayudar al verme herida. Trató de llamar para pedir ayuda, pero entonces Jude… Jude se apuñaló a sí mismo en el costado. Todavía no podía darle sentido a eso, las imágenes en mi memoria interferían unas con otras, y los sentimientos también. El terror y la rabia, el miedo y el pánico. Así que describí lo que pasó en el muelle a Noah, él lo había visto, pero desde una perspectiva diferente. Tal vez juntos, podíamos conectar los puntos. —Habían peces muertos bajo el muelle —le dije mientras sus ojos se afilaban—. Flotando en el agua.

Como en los Everglades, pensé, recordando las palabras de Noah. Habíamos quedado atrapados en el arroyo. Tenía que llegar hasta Joseph pero no podía. Sólo había dos opciones: luchar o huir, y no podía escapar. Estaba acorralada en una esquina. Así que sin pensar, mi mente luchó. Mi miedo mató todo en el agua que nos rodeaba. Caimanes. Peces. Todo. Tenía miedo en el puerto, también. Estaba aterrorizada de Jude. Él no murió, pero al tratar de matarlo, ¿maté también todo lo que me rodeaba? ¿Maté al oficial de policía? ¿El que trató de ayudar? Mi garganta ardió con el pensamiento y me estómago se retorció por la culpa. Pero entonces recordé… John. También murió de un derrame cerebral. Y yo ni siquiera lo había visto esa noche. Podría ser responsable del resto, pero no de él.

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Mi mente se revolvió, intentando trabajar en ello. Eché un vistazo a Noah, preguntándome qué estaría pensando, así que se lo pregunté. —Yo no estaba allí —respondió, con esa misma mirada vacía. Me acerqué a él entonces. Deslicé mis brazos alrededor de su cuello y lo atraje contra mí. Noah se estremeció ante el contacto. Lo ignoré. Ahora que estábamos tan cerca, pude ver lo que no me di cuenta antes. Noah actuaba como si no sintiera nada porque lo sentía todo. Parecía que no le importaba porque le importaba demasiado. Sonreí contra sus labios. —Estás aquí ahora.

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60 a voz de Noah cortó el aire como la hojilla de una espada cuando habló. —Estoy aquí porque estás viva, Mara. Si él te hubiera matado…

—No lo hizo —dije, y las palabras quedaron colgadas en mi boca—. Él no me mató —repetí, y apoyé mi espalda contra la pared a medida que las palabras me transportaban al puerto. Me vi a mí misma acostada boca abajo y sangrando en el muelle.

No podía apartar la vista de la profundizad de los cortes en mis muñecas. No es fatal. Pero Jude lo sabía. Me di cuenta por la forma en que miraba a los cortes mientras sostenía mis antebrazos, estudiándolos. Para asegurarse de que sangrara, pero no demasiado. No quería matarme. Quería algo más. —Jude me dejó con vida —dije en voz alta—. A propósito. ¿Por qué? Noah se pasó una mano por su mandíbula sombreada. —¿Para que vivas y pueda torturarte otro día? —Sonrió, y el gesto estuvo lleno de malicia—. Si tan sólo hubiera tenido más tiempo en la central para hacer amigos. Levanté la vista, sorprendida. —¿Estuviste en la cárcel? Noah se encogió de hombros, moviendo su hombro contra el mío. —¿Cuándo fue eso?

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—Cuando me enteré de que estaban enviándote aquí y no había nada que pudiera hacer. La situación exigía algo... —Noah buscó la palabra correcta—… Extravagante. Tuve que convencer a mi padre que iba a ser una vergüenza para él, una pública, cada segundo que no pudiera estar contigo. —Espera… ¿esto fue después del incidente de Lolita? Noah dio un breve asentimiento. —Noah —dije con cautela—. ¿Qué le hiciste a esa pobre ballena? Él esbozó una sonrisa de verdad, entonces. Finalmente. Quería hacerle sonreír así durante el resto de mi vida. —Ella está bien —dijo—. Sólo empujé a alguien en su tanque. —No lo hiciste. —Un poco, sí. Sacudí la cabeza con fingido desdén. —Él estaba animando a su hijo psicópata a cernirse para golpear el vidrio —dijo Noah, su voz como si nada. —¿Qué estabas haciendo incluso ahí? —Buscaba una pelea. Necesitaba algo que apareciera en las noticas. —Oh, Dios mío, ¿lo hizo? —Estuve así de cerca —dijo, y sostuvo su dedo pulgar y dedo índice a una fracción aparte—. Desplazado por un político corrupto. —Fuiste robado. —Así es. Mi padre les pagó, creo. Miré a Noah de cerca cuando le hice mi siguiente pregunta. —Así que, ¿tu padre sabe lo nuestro, entonces? —Sí —dijo Noah uniformemente—. Lo sabe.

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—¿Y? Noah levantó las cejas. —¿Y qué? Chicos. Tan imposibles. —¿Qué piensa? Noah parecía que no entendía la pregunta. —¿Como si eso importa? Ah. Él entendió la pregunta, simplemente no sabía por qué la estaba haciendo. —Sí que importa —le dije—. Cuéntame. —Él cree que soy un idiota —dijo Noah simplemente. Traté de no mostrar lo mucho que eso dolía. Aparentemente fallé, porque Noah tomó mis manos en cada una de las suyas. Era la primera vez que me tocaba así, como si le importara, desde antes que Jude me secuestrara. Su tacto fue increíblemente suave cuando desenvolvió los vendajes de mis muñecas, pero todavía dolían y empecé a protestar. Él me calmó. Se llevó mis manos a su boca. Sus labios tan suaves como pétalos rozaron mis nudillos, mis palmas. Noah miró a mis ojos y se apropió de mí. Y entonces besó mis cicatrices. —No importa —murmuró contra mi piel. Sus dedos trazaron los cortes, sanando las venas debajo de ellos—. Sólo hay una cosa que importa. —¿Qué? —susurré. Me miró a través de sus largas y oscuras pestañas, con mis manos todavía en las suyas. —Matar a Jude.

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61 as manos de Noah fueron gentiles y su voz suave, lo que hizo que sus palabras de alguna manera fueran incluso más escalofriantes. Quería matar a Jude. Lo había pensando muchas veces. Pero esas palabras en su boca sonaron mal.

Noah dejó ir mis manos. —Hice arreglos antes de venir aquí para que más personas observaran a tu familia, pero no creo que Jude vaya a ir tras ellos —dijo, mirando directamente al frente—. Todo lo que ha hecho… ha sido para llegar hasta ti. Él dijo que había secuestrado a Joseph porque quería hacerte que te lastime, sabiendo que así te torturaría más. Tragué saliva. —Pero ahora estoy aquí. Y tú también. Noah se quedó en silencio por un momento. Luego dijo: —No para siempre. Algo en su voz me asustó, e hizo que levantara la mirada. Noah era hermoso, siempre, pero ahora había algo oscuro en esos rasgos perfectamente tallados. Algo nuevo. O quizás siempre estuvo ahí, y simplemente nunca lo había visto. Mi pulso empezó a correr deprisa. Noah se giró hacia mí, un movimiento fluido y grácil. —La chica que vi… Stella, ¿cierto?

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Asentí. —¿Qué sabes de ella? —Sonó como él otra vez, y me sentí aliviada sin saber muy bien por qué. —No mucho —admití—. Jamie dijo algo sobre ella pasando casi como una persona normal, pero no sé por qué está aquí. —Me sentí un poco mal ahora porque no me había molestado en averiguarlo, pero en mi defensa, había estado un poco preocupada—. ¿Por qué? Noah se pasó los dedos por el cabello. —¿Has notado algo diferente en ella? —Diferente como en… —Como nosotros. —Nada obvio —dije, con un encogimiento de hombros. Noah arqueó una ceja. —Nuestras habilidades no son exactamente obvias. Cierto. —¿Entonces crees que es como nosotros? —Me pregunto. Tiene que haber alguna clase de razón por la cual te haya visto a ti y a ella. Piensa en esto… hay millones de personas heridas y enfermas en todas partes. Pero sólo he visto cinco. Lo único que puedo pensar de eso conectándonos es que… —Pero eso significaría… Joseph. —No podía imaginarlo compartiendo esta miseria. —Creo que lo que sea que tenemos es adquirido —dijo Noah cuidadosamente; debió haber adivinado mi miedo—. Si Stella está aquí, tiene un archivo como cualquier otro, y en él mencionará sus síntomas. ¿Quizás comparte algunos de los tuyos? Y de mi abuela.

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Pero si mi abuela y yo nacimos diferentes de la misma manera, esto tenía que ser hereditario, lo que significaba que Noah se equivocaba. Todo esto también podría sucederle a Joseph. Noah se pasó una mano por la mandíbula. —Podría haber alguna clase de conexión… algo que hemos ignorado.

Algo que hemos ignorado. Las palabras destellaron una imagen de Phoebe llorando y golpeando el suelo mientras Brooke la tranquilizaba, luego sonriendo detrás de la espalda de Brooke. —También deberíamos revisar el de Phoebe —dije, aunque la idea de ella siendo como nosotros era un pensamiento horrible. Y tuve un pensamiento igual de horrible: si Stella y Phoebe eran como Noah y yo, había otra cosa que teníamos en común. Todos estábamos aquí. Miré a la ventana pequeña del estudio de música. Las ramas se agitaban con el viento, pero a pesar del caos afuera, la habitación estaba tranquila. El cielo aún estaba oscuro. —Deberíamos irnos ahora —le dije a Noah, y nos levantamos del suelo juntos—. ¿Cómo vas a obtener sus archivos? —De la misma forma que nos metí en esta habitación —dijo, destellando su sonrisa torcida—. Con un soborno.

Noah me levantó y guió fuera del estudio hacia el pasillo. No quería arriesgar un susurro, no especialmente frente a la puerta de la Dra. Kells. Ésta tenía un teclado idéntico, noté. ¿Pero y si ella estaba ahí? Noah sacudió la cabeza cuando hice la pregunta en voz alta. —Ella sólo está aquí unas cuantas veces a la semana, y definitivamente no estará ahí a esta hora. —Presionó una serie de números diferentes esta vez. Menos. La puerta abrió con un clic.

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—Bueno, bueno, ¿qué tenemos aquí? Casi me salí de la piel. Noah y yo nos giramos al mismo tiempo. Para ver a Jamie parado en el pasillo, sólo a unos centímetros de distancia. —Si no es otro que Noah Shaw —dijo en voz baja, imitando el acento de Noah—. Seductor de vírgenes, fresco de hacer música hermosa con su hermosa conquista en el estudio de música. METÁFORA —susurró. —Jamie… —siseé. Iba a hacer que nos atraparan. —Lo que está bien —dijo, elevando las manos defensivamente—. Es un país libre. Pero a menos que estén a punto de engancharse en algún juego de rol ejecutivosecretaria… —Jamie. —O, oh Dios mío, ¿juego de rol psicólogo-paciente? Por favor díganme que eso no es lo que estaban a punto de hacer, o vomitaré en sus rostros. Simultáneamente. —Estás perturbado —dije bruscamente. —Eso es lo que ellos dicen —dijo Jamie con un guiño—. Entonces, ¿no hay juego de rol? —Ninguno —dijo Noah. —Entonces quiero entrar. —Bien —dijo Noah—. Pero por el amor de Dios, cállate. —Abrió la puerta, y los tres nos encontramos en el despacho de la Dra. Kells. —¿Qué estás buscando? —le pregunté a Jamie mientras Noah cerraba la puerta. —Mi archivo —dijo Jamie, como si fuera obvio. Luego inclinó su cabeza hacia mí—. ¿Y tú? —Parece que tenemos similares objetivos —mintió Noah. Jamie se movió alegremente por la habitación oscura. Se sentó en el borde del escritorio de la Dra. Kells.

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—¿A quién le pagaste? —Wayne —dijo Noah. Jamie asintió sabiamente. —Él parecía de ese tipo. —Hay muy pocas cosas que el dinero no pueda comprar —dijo Noah, mientras sus ojos recorrían un gabinete de archivos alto en la esquina. —Eso no es cierto —dijo Jamie—. ¿Has entrado a la habitación sin un teclado? Lo miré. —¿Qué habitación? Jamie sacudió la cabeza. —¿Qué clase de delincuente juvenil eres, Mara? —preguntó—. Intenté abrirla —le dijo a Noah—, pero no hubo suerte. Si pudiéramos poner las manos en la llave maestra y en una barra de jabón y un encendedor, Noah, podríamos hacer una copia de ésta. Noah no respondió… ya estaba abriendo los cajones suavemente. Jamie y yo captamos la indirecta y seguimos su ejemplo. Mis ojos escanearon las carpetas de archivos por nombre, pero todo lo que vi fueron números. ¿Años, quizás? Retiré una de las carpetas de manila y la abrí. Archivos financieros de alguna clase. Huh. Dejé la carpeta. Trabajamos en la habitación oscura en silencio por un rato, con nada excepto el sonido de cajones y carpetas abriéndose y cerrándose en el fondo. Habría sido demasiado fácil con algo de luz, pero en estas circunstancias, eso probablemente no habría sido sabio. —Bingo —dijo Jamie, asombrándome—. Están organizados cronológicamente. Tomó tres archivos en sus manos.

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—Dyer —dijo, y me lo entregó—. Shaw —dijo, poniéndolo en las manos de Noah—. Y Roth. —Abrazó el último archivo contra su pecho. Miré abajo al mío, si sólo eso fuera lo que realmente quería. Noah tomó la silla de la Dra. Kells y destelló una sonrisa perezosa hacia mí fingiendo seguir todo esto. Me moví para sentarme en su regazo. —Consigan un prado —masculló Jamie. Reí y Noah sonrió y ninguno se movió. Él abrió su archivo, pero yo simplemente miré fijamente el mío. No estaba completamente segura que quisiera saber qué decía, pero considerando que no podía tener otra oportunidad… Que se jodieran. Abrí el mío. La primera página eran mis estadísticas. En lo que estaba interesada estaba en la segunda página:

La paciente admite tener pensamientos pasados y presentes de dañarse a sí misma o a otros, también experimenta alucinaciones visuales y auditivas. La paciente no dudó en describir las circunstancias que la llevaron a su episodio en el Departamento de Policía Metro Dade. Sus pensamientos fueron organizados y coherentes. La paciente admite tener fobias específicas, a saber de, sangre, agujas y alturas. Negó tener obsesiones específicas o compulsiones. Admitió tener problemas de concentración. Las alucinaciones y pesadillas parecen ser del estrés e inducidas por el miedo. La paciente también experimenta insomnio extremo y ataques de pánico. Ha tenido pensamientos recurrentes e incidentes de auto-mutilación (ver registros adjuntos) y de acuerdo a la paciente y su familia, sufre de culpa extrema, posiblemente derivado de su doble trauma; un ataque sexual la noche del evento TEPT (colapso del edificio) y el evento TEPT en sí. La paciente fue la única sobreviviente de un colapso en el cual su mejor amiga, novio y hermana del novio murieron. La paciente dice que el novio la atacó, y está preocupada con la ilusión de que él aún está vivo. La paciente tiene una historia psiquiátrica de

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escuchar voces que otros no pueden y exhibe ideación paranoide. La paciente exhibe evitación social: tiene una falta demostrable de amigos cercanos o relaciones con otros además de sus familiares de primer grado, aunque parece muy amigable con el paciente masculino J. Roth. Una mayor animosidad se observa entre la paciente y la paciente femenina P. Reynar. Ausencia de afectividad plana. Indicaciones posibles de superstición mayor, pensamiento mágico, y preocupaciones por los fenómenos paranormales a probabilidad de: TEPT con posible Desorden del Estado de Ánimo (Bipolar: Grave, con síntomas sicóticos). Desorden Esquizofreniforme (1-6 meses de duración). Esquizofrenia (si los síntomas persisten hasta los dieciocho años de edad) a diferencia del Trastorno Delirante. Seguirá en observación antes de un diagnóstico final. —Mara. Escuché la voz de Noah cerca de mi oído. Medio me giré en su regazo. Noah rozó mi mejilla con su pulgar. Estaba sorprendida de sentir que estaba húmeda. Había estado llorando. —Estoy bien —dije con una voz estrangulada. Me aclaré la garganta—. Estoy bien. Llevó una hebra de cabello detrás de mi oreja. —Lo que sea que dice ahí, no eres tú. Sí, lo era.

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—No lo has leído —dije, alejando la mirada. Jamie estaba absorto en su propio archivo. Estaba en silencio. Noah trazó un patrón con sus dedos en mi costado, bajo mis costillas y sobre mi camiseta mientras me sostenía en su regazo. —¿Quieres que lo haga? No estaba segura. —No estoy segura —dije. Noah me había observado pasar por mucho, y aún estaba aquí. Pero verlo en papel así, ver lo que todos los demás creían… —¿Quieres leer el mío? —preguntó Noah. Su voz baja pero cálida. No podía mentir; quería. Y el hecho de que estuviera dispuesto a mostrármelo significaba algo. Me sentí extrañamente nerviosa mientras Noah me entregaba la carpeta. Abrí la primera página.

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N

OMBRE DEL PACIENTE: Noah Elliot Simon Shaw. EDAD: Diecisiete. El paciente presentado como adolescente masculino, saludable, de altura superior a la media y delgado, cuerpo musculoso constituido. Aparenta

más edad de la que señala. La simpatía no se estableció con facilidad. El paciente no fue natural o interesado. El paciente tiene un patrón en marcha no cooperativo, desafiante, hostil y de comportamiento agresivo hacia figuras de autoridad y compañeros, de acuerdo con la familia y profesores. Atípicamente, esto no afectó el desempeño del paciente en la escuela, donde el paciente mantiene un promedio perfecto. El paciente no ha demostrado hiperactividad o ansiedad, pero ha estado comprometido en múltiples confrontaciones violentas con otros. Sus padres reportan muchas características insensibles-no emocionales y el paciente está calificado en lo alto de las tres sub-escalas. Sin embargo, sus padres establecen que el paciente nunca ha demostrado ninguna crueldad hacia los animales y de hecho es un excepcional protector de ellos, demostrando una particular facilidad con los animales fieros y peligrosos en sus prácticas en la veterinaria de su madrastra, no compatible con Desorden de Personalidad Antisocial y otros tipos de sociopatías como potenciales diagnósticos. Ambos, el padre del paciente y la escuela, reportaron la

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destrucción intencional y vandalismo a la propiedad por parte del paciente en el pasado, además, de un comportamiento engañoso (mentir) y burlar de las normas sociales. Las restricciones de la escuela son repetidamente ignoradas y el castigo ha demostrado ser ineficaz. Su madrastra reporta incidentes en el pasado de alcohol y abuso de drogas, pero nada en el historial reciente. Cuando se le confronta con los reportes de sus padres y profesores, las preguntas fueron recibidas con respuestas arrogantes, cínicas y manipulativas, y los profesores reportan historias de búsqueda de sensaciones (reconocida reputación sexual) e impulsividad. El paciente demostró una autoestima arrogante y encanto superficial; incapacidad para tolerar el aburrimiento; es seguro de sí mismo, voluble, y tiene facilidad verbal. Continuar vigilando por posible Trastorno de Oposición Desafiante; posible diagnóstico eventual de Desorden de Conducta o Desorden de Personalidad Narcisista. Cerré la carpeta sin ceremonia y se la tendí de regreso a Noah. —¿Por qué tienes dos segundos nombres? —pregunté. —¿Esa es tu pregunta? ¿Después de leer eso? —Noah retrocedió buscando algo en mis ojos. Disgusto, quizás. O miedo. —No eres tú —dije suavemente. Las comisuras de la boca de Noah se elevaron en una lenta sonrisa. Una triste. —Sí. Lo es. Ambos estábamos en lo cierto, decidí entonces. Nuestros expedientes eran parte de nosotros… las partes que la gente quería reparar. Pero no era todo sobre nosotros. No era quienes somos. Sólo nosotros podíamos decidirlo. Levanté mi pierna por encima de la cintura de Noah y me senté a horcajadas sobre él.

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—Quizás la parte de no cooperativo es verdad. Eres tan… —rocé con mis labios los suyos—… frustrante. Jamie se aclaró la garganta. Casi olvido que estaba ahí. —¿Estás bien? —le pregunté. —Si bien significa: “pesimista, inestable y manipulador,” entonces, seguro —dijo Jamie animadamente—. El paciente demuestra sarcasmo extremo y amargura perdurable; ve las cosas en términos extremos, lo que quiere decir que todo es bueno o todo es malo. Su impresión de los demás cambia rápidamente; conduciendo a intensas e inestables relaciones —recitó de memoria—. El paciente demuestra conflictos de orientación sexual y se preocupa por las historias sexuales de otros. Demuestra el clásico patrón de disturbio de identidad, una no clara e inestable autoimagen, así como también impulsividad e inestabilidad emocional — dijo, repentinamente sonando cansado. Cerró su expediente, lo lanzó como un frisbee contra la pared opuesta, y se recostó con los brazos sobre su cabeza—. Damas y caballeros, Jamal Feldstein-Roth. Parpadeé. —Espera, ¿Jamal? —Jódete —dijo con una sonrisa—. Mis padres eran judíos liberales de Long Island, ¿está bien? Querían que tuviera una conexión con mi herencia. —Jamie hizo comillas en el aire con sus dedos. —No estoy juzgando, mi segundo nombre es Amitra. Sólo estoy sorprendida. —Amitra —reflexionó Noah—. Misterio resuelto. —¿Qué es? —preguntó Jamie. —¿Sánscrito? ¿Hindú? —Me encogí de hombros. —¿Aleatorio? Sacudí la cabeza. —Mamá es de la India.

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—¿Qué significa? —preguntó Jamie. —¿Qué significa Jamal? —le pregunté. —Buen punto. —Probablemente tenga la misma conexión con mi herencia India que la que tú tienes con tu herencia Africana —dije—. La comida favorita de mi madre es el sushi. —Latkes22. —Jamie sonrió por un segundo, pero entonces vaciló—. Esto es una mierda —dijo repentinamente—. Somos adolescentes. Se supone que somos sarcásticos. —Y nos preocupa el sexo —intervine. —Y somos impulsivos —agregó Noah. —Exactamente —dijo Jamie—. ¿Pero estamos aquí adentro y ellos allá fuera? — Sacudió lentamente la cabeza—. Todo el mundo es un poco loco. La única diferencia entre ellos y nosotros es que lo ocultan mejor. —Hizo una pausa—. ¿Esto… en cierto modo me da como ganas de incendiar este lugar? —Alzó las cejas—. ¿Soy sólo yo? Reí. —No sólo tú. Jamie se levantó y me palmeó el hombro. Entonces bostezó. —¿Lluvia de ideas? Estoy derrotado. ¿Se quedan? Miré a Noah. Aún no habíamos empezado lo que veníamos a hacer. Cuando nuestros ojos se encontraron, era obvio que pensaba lo mismo. —Sí —dije. Jamie levantó su expediente y lo devolvió al gabinete apropiado. Se dirigió a la puerta. 22

Latkes: Pasta de patatas frita, típica de la gastronomía judía, que se emplea como acompañamiento de otros platos.

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—Gracias por la diversión. Hagámoslo pronto otra vez. Me despedí. Jamie cerró la puerta. Entonces Noah y yo nos quedamos solos.

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oah se recostó en la silla de la Dra. Kells y me observó. Aún estaba en su regazo. Y de repente muy consciente de ello. —¿Qué? —pregunté mientras me sonrojaba.

—¿Estás bien? Asentí. —¿Estás segura? Pensé en ello, en lo que estaba en mi archivo y lo que significaba. —No del todo —dije. No creyendo que Jude siempre me heriría. Noah apretó sus brazos a mí alrededor, sólidos y cálidos. —Puedes leerlo —decidí. Negó con la cabeza, su cabello me hizo cosquillas en la piel. —Te mostré el mío sin expectativas. No hace falta que me enseñes el tuyo. Levanté la vista hacia él. —Quiero que lo hagas. Noah acercó la mano a la carpeta en el escritorio detrás de mi espalda, y luego se recostó en la silla para leer conmigo aún en su regazo. Estuvimos en silencio. Sus dedos vagaron por debajo de mi camiseta, haciendo dibujos invisibles en mi piel. Distrayéndome, me di cuenta con una sonrisa. Estaba agradecida.

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Entonces dijo mi nombre, trayéndome de vuelta. —Mara, ¿has visto esto? Me incliné a mirar. Noah giró el archivo para que pudiera leerlo. Debajo de mis estadísticas, las únicas que intenté leer superficialmente, había una anotación escrita a mano debajo de una sección llamada CONTRAINDICACIONES que se leía:

Sarin, orig. portador; contraindicación sospechada, desconocida; midazolam administrado. El latido de mi corazón retumbó en mis oídos. —Sarin. El nombre de soltera de mi madre. El apellido de mi abuela. No estaba segura si Noah me había escuchado. Me entregó el archivo y me deslizó hacia arriba, fuera de su regazo. Se levantó al instante. El torrente de sangre era fuerte en mis oídos. —¿Qué es… qué es una contraindicación? —Es como —comenzó a decir Noah mientras empezaba a abrir cajones—. Es como si fueras alérgica a la penicilina, la contraindicación seria la penicilina —dijo—. No deberías tomarla a menos que el beneficio sea superior al riesgo. —¿Igual que una debilidad? —pregunté—. ¿Qué es el midazolam? —Lo usan en la clínica —dijo Noah, hojeando archivos en carpetas—. ¿Nunca te dijeron qué te lo estaban dando? —Espera, ¿qué clínica? ¿La clínica de animales? —pregunté, con mis ojos muy abiertos. —La mayoría de los medicamentos veterinarios comenzaron como medicamentos humanos, no al revés. Si es lo que creo que es, lo utilizan como sedación, antes de una cirugía. —¿Por qué necesitaría ser sedada? —La idea me hizo estremecer.

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Noah negó con la cabeza. —No estoy seguro —dijo—. A menos que haya una indicación humana de la que no sea consciente, lo cual es posible. —Echó un vistazo al reloj—. Empezarán a despertar pronto —dijo. Su silueta recortada en la oscuridad—. Busca el archivo de Phoebe, voy a buscar el de Stella. Lo miré sin palabras, porque no podía encontrar ninguna, no entonces. Seguí buscando, con cuidado ya que podía desorganizar algo mientras hacía un túnel a través de los gabinetes de los archivo y recorría los cajones del escritorio. En la parte inferior derecha, en lo alto de una pila de papeles, encontré algo. Pero no lo que había estado buscando. Retiré el fino cordón negro con los colgantes plateados —imágenes especulares, mías y suyas— que deberían haber estado colgando alrededor del cuello de Noah. —Noah —dije—. Tu collar. Se giró hacia mí, poniendo una carpeta de manila en el escritorio. Benicia, se leía en la etiqueta, el apellido de Stella. Le entregué el collar a Noah y lo colocó alrededor de su cuello. Luego me ayudó a buscar el archivo de Phoebe. Abrí todos los cajones, miré debajo de cada pila de papeles. Había un montón de cuadernos todos apilados en una estantería; busqué entre ellos, también, sacando cada uno y rebuscando a través de ellos, ¿tal vez su expediente estaba adentro? Él se deslizó en la silla de la Dra. Kells. —Sigue buscando —me dijo, y se ubicó frente al monitor del computador en su escritorio. Quise mantenerme tranquila a pesar del pánico que subyacía bajo la superficie, y reanudé la búsqueda física mientras Noah comenzaba una electrónica. Entonces, justo cuando mis ojos encontraron un cuaderno garabateado en la parte delantera con el nombre de Phoebe, escuché a Noah decir mi nombre con la voz más enajenada que había oído nunca.

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Su piel estaba pálida, iluminada por la luz del monitor, la cual parpadeaba en su rostro mientras miraba algo en la pantalla, completamente fascinado. Agarré el cuaderno de Phoebe y me trasladé a su lado para ver de qué se trataba. Lo que vi, enmarcado en el brillante monitor blanco, éramos nosotros. Un video de muy alta calidad en el monitor del computador de la Dra. Kells, de mí en mi cama. En mi dormitorio. En casa. De Noah sentado a horcajadas en la silla de mi escritorio, mirándome. Hablándome. Vi su astuta sonrisa. Mi sonrisa en respuesta. Y una fecha en la esquina, marcada por un contador. Indicaba que fue filmado la semana pasada. Noah hizo algo, hizo clic en algo, y vi con horror como aparecíamos y desaparecíamos de la pantalla en movimiento rápido, segundos, minutos, horas de metraje pasado. Noah volvió a hacer clic y se desplegó una ventana arriba, que contenía más archivos con más fechas. Los abrió en una rápida sucesión y vimos mi cocina. El dormitorio de Daniel. La habitación de invitados. Todas las habitaciones en mi casa. Otro clic. El sonido de la voz de Noah llegó a través de los altavoces y fuera del pasado.

«No dejaré que Jude te haga daño.» Noah respiró hondo. Avanzó rápido otra vez y vimos su delgado cuerpo desaparecer. Me vimos acelerar y salir de mi habitación, y, finalmente, cambiarme y prepararme para la cama. Luego vimos a Jude caminar a mi habitación esa noche. Lo vimos observarme mientras dormía. Jude me había hecho daño, una y otra y otra vez. Noah se culpó por no estar allí, pero no fue su culpa. Estaba tan perdido como yo, tan ciego en esto como yo. Sin embargo, la Dra. Kells no estaba ciega. Ella lo vio todo. Ella vio todo.

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—Ella sabía que él estaba vivo —dije, mi voz sonaba muerta—. Supo todo el tiempo que estaba vivo.

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oah estaba completamente en silencio. Mis ojos se endurecieron mientras miraba el monitor. —Evidencia —dije y Noah me miró, su expresión vaciló—. Necesitamos hacer copias, luego le decimos a todos qué está pasando.

Noah cliqueó en el ícono y una ventana electrónica se abrió: un dibujo con un triángulo amarillo rodeando un signo de exclamación apareció en el monitor con las palabras: SIN CONEXIÓN. —Bien, entonces —dijo Noah, y pateó la silla. Tomó mi mano—. Nos vamos. Pero no podíamos. —No sin pruebas —dije, pensando en mi archivo. Delirios. Pesadillas. Alucinaciones—. Si no tenemos pruebas de que Jude está vivo, que ella sabe, y nos vamos… podría ser enviada de regreso. Mi voz se quebró en la última palabra. Intenté tragar para alejar la presión en mi garganta y le tendí el diario de Phoebe a Noah, para poder seguir revolviendo el escritorio. Por CDs, una unidad portátil, o cualquier forma de grabarlo. Pero la voz de Noah me detuvo en frío. —Jesús —susurró, mirando dentro del cuaderno de Phoebe. Me incliné más cerca para ver. A penas podía leer sus trazos de gallina, pero vi mi nombre en varios lugares a lo largo de la página, junto con bocetos de un crudo retrato mío con mis entrañas desparramadas.

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—No eso —dijo Noah. En cambio señaló dentro de la cubierta. Donde Phoebe había dibujado corazones con las iniciales J+P adentro. Donde había escrito con letra florida en cursiva: Phoebe Lowe. El apellido de Phoebe era Reynard. El apellido de Jude era Lowe. J + P. Las palabras de Phoebe se precipitaron sobre mí, lo que había dicho después de plantar la nota en mi mochila, la que decía: Te veo. Cayeron y giraron en mi cerebro:

«Yo no la escribí» había dicho Phoebe, entonces bajó los ojos de regreso al diario. Y sonrió. «Pero la puse ahí.» Oí su voz en mi mente otra vez mientras la bilis subía a mi garganta.

«Mi novio me la dio» dijo con voz cantarina. «¿Quién es tu novio, Phoebe?» pregunté. Pero nunca creí que realmente tuviera uno. Sólo creí que jugaba alguna clase de juego loco. Cuando nunca respondió, cuando empezó a cantar, me hizo pensar que gané. Pero ahora sabía que no lo había hecho. Jude ganó. —Estaba usándola —dije, con miedo fresco y crudo—. Estaba usándola. La Dra. Kells sabía que Jude estaba vivo y conocía su conexión conmigo. Jude se encontraba con Phoebe, le decía quién sabía qué y le dejaba atemorizantes notas para que pasara. Phoebe y yo éramos pacientes de Horizontes. La Dra. Kells era la directora de Horizontes. ¿Y Jude? ¿Dónde demonios estaba él? —Qué se joda esto. —Noah cerró de golpe el cuaderno de Phoebe y tomó mi mano—. Nos vamos ahora. —Tiró de mí, jalándome hacia la puerta. A penas podía ordenarle a mis piernas moverse.

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—¿Qué están haciendo? —Susurré. —Lo descubriremos afuera, sólo vamos… Mi mente se disparó con miedo, confusión y sorpresa. No habría sabido qué dirección tomar si Noah no me hubiera conducido. Lo seguí fuera de la oficina de la Dra. Kells; la puerta se cerró tras nosotros con un clic. Los pasillos aún estaban vacíos y todas las puertas de los dormitorios aún estaban cerradas. Ninguno de los consejeros se había despertado aún. Debíamos ser capaces de deslizarnos afuera antes de que lo hicieran. ¿También ellos sabrían todo? Sin embargo, mientras corríamos a través del pasillo, me di cuenta que de hecho aún había una puerta abierta. Una que estaba segura haber cerrado más temprano en mi camino de salida. Mi puerta. Paré de golpe frente a ella, deteniendo a Noah conmigo. —Mi puerta —susurré—. La cerré, Noah. La cerré. —Mara… Empujé la puerta abierta, un débil rectángulo de luz cayó en la pared, por la cama de Phoebe. Donde había letras. Letras que formaban palabras. Palabras que estaban escritas con algo oscuro y húmedo. El olor a óxido salado asaltó mis fosas nasales y revolvió mi estómago. Noah presionó el interruptor de la luz, pero no encendió. Entró más en la habitación, pero no dejó ir mi mano. Phoebe estaba tumbada en su cama, las mantas cubrían su pecho. Sus brazos colgaban a los lados y dos oscuros y rojos globos de sangre brotaban de sus

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muñecas cortadas, manchando la blancura de las sábanas a cada lado de su cuerpo. Y en la pared, escrito con sangre había dos palabras. TE VEO Jude estaba aquí.

El sonido fue succionado de toda la habitación. Intenté tragar, gritar, pero no pude. Pasó una infinidad antes de oír mi nombre susurrado por la voz más familiar que conocía. Noah envolvió los brazos a mí alrededor, apretados como prensas y perfectos. Me envolvió en él, me levantó, su calor me calentó a través de mi camiseta empapada de sudor. Envolví mis piernas a su alrededor, enterré mi rostro en su cuello y sollocé silenciosamente. No dijo nada mientras me levantaba. Noah espió rápida y silenciosamente, a través del pasillo conmigo en sus brazos; no sabía cómo lo hacía y no me preocupaba. Si me bajaba, no estaba segura de ser capaz de sostenerme por mi propia cuenta. Entonces alcanzamos la entrada del frente. Y se inclinó hacia atrás mirando mis ojos. —La playa está a unos veinte minutos, si corremos. ¿Puedes correr, Mara? ¿Podía correr? El lobo estaba en mi puerta y había fuego a mis pies. Tenía que correr. Podía. Asentí, y Noah me bajó, con mi mano aún en su agarre. Alcanzó la puerta. Pero qué había de… —Jamie —susurré, mirando entre nosotros. Mirando de vuelta—. Jamie estaba con nosotros en la oficina. Estaba con nosotros. Estaba siendo vigilada y torturada. Phoebe había sido usada y había sido asesinada. Ninguno de nosotros estaba a salvo. Ambos estábamos aquí.

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Lo que significaba que Jamie tampoco estaba a salvo. Ninguno de los otros estudiantes lo estaba. Pero de ellos, Jamie era el único que me preocupaba más. Si tuviera elección, sería al único que sacaría. —Tenemos que sacar a Jamie —dije, con voz clara. Noah asintió una vez, su expresión dura. —Lo haré, lo juro, pero necesito ponerte a salvo, primero. Noah me estaba eligiendo. No vacilé. —No podemos dejarlo. —Mara…

—No podemos dejarlo —dije, e intenté alejarme. —No lo haremos —dijo Noah. Pero de todas formas puso la mano en la perilla, y no me dejó ir. Sin embargo, no hubiera importado que lo hubiera hecho, porque la puerta no se abrió. La perilla ni siquiera giró. Estábamos encerrados adentro. —Estamos atrapados —susurré. Odié mi voz. Odié mi miedo. Noah me alejó de la puerta y se encaminó a la izquierda. Sus zancadas eran rápidas y apenas podía mantenerlas. No tenía idea adónde nos dirigíamos; el lugar era como un laberinto. Pero la memoria perfecta de Noah nos venía bien, nos condujo a través del comedor vacío, el cual tenía vista al exterior, al océano. El amanecer había empezado a acercarse sombreando el negro horizonte a través de la ventana. Noah probó la puerta que conducía a la cocina. También estaba cerrada.

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Maldijo, y entonces regresó a mi lado. Miró afuera al agua oscura. Luego miró las mesas y las sillas. —Muévete —me dijo, urgiéndome a alejarme de la ventana. Retrocedí tropezando mientras Noah levantaba una silla. La lanzó con furia contra el vidrio. Rebotó. —Muy bien —dijo calmadamente, a nadie en particular. Entonces me dijo—: Vamos a despertarlos. Jamie. Stella. A todos, quería decir. Superábamos en número a los adultos, y juntos, quizás podíamos hacer más de lo que podíamos hacer solos. Quizás juntos, podíamos encontrar el camino de salida. Corrimos de regreso a las habitaciones de los pacientes. Noah intentó abrir la primera puerta. Cerrada. Tocó con el puño una vez, ordenando a quien quiera que estuviera adentro que se despertara. Se encontró con el silencio. Intentamos con otra puerta. Otra puerta cerrada. Ahí fue cuando me di cuenta que nunca vi cerraduras en ninguna de las puertas de los pacientes. No había pestillos que girar. Ni botones para presionar. Eso no significaba que no hubiera cerraduras. Sólo significaba que nosotros, los pacientes, no podíamos cerrarlas. Pero ahora estábamos encerrados adentro.

Atrapados, susurró mi mente. No habíamos visto ni oído otra alma viviente desde que dejamos la oficina de Kells. Ni consejeros, ni adultos. Nos dejaron ahí.

¿Por qué? Mi mente se revolvía confusa mientras Noah me empujaba a su habitación, la que compartía con Jamie. La puerta estaba abierta.

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Jamie no estaba adentro. Mis piernas se doblaron, ya no podía estar de pie. Me hundí, pero Noah me atrapó. Tiró de mí más cerca, tan cerca de él que se envolvió a mí alrededor hasta que cada punto de mi cuerpo hacía contacto con el suyo. Frente contra frente, pecho contra pecho, caderas contra caderas. Soltó sus brazos y quitó el enmarañado y húmedo cabello de mi rostro, de mi cuello. Intentó sostenerme, pero aún me sentía dividida. Después de que mi llanto sin sentido se suavizó en silencio, hablé. —Estoy tan asustada —dije.

Y tan apenada, no dije. Me siento tan débil. —Lo sé —dijo Noah, con la espalda contra el marco de su cama, sus brazos aún envueltos a mí alrededor. Sus labios rozaron mi oreja—. Pero tengo que encontrar a Jamie. Asentí. Lo sabía. Quería que lo hiciera. Pero parecía incapaz de dejarlo ir. Sin embargo, no habría importado. Unos segundos más tarde, oímos el grito.

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65 ste se interrumpió tan pronto como empezó. —Ese no fue Jamie —dijo Noah fuertemente contra mi sien. Metió mi cabeza bajo su barbilla, mi mejilla contra su pecho. Tenía razón. La voz había sido femenina.

Escuchamos, uno junto al otro en la oscuridad. El silencio era denso, dejando todo fuera excepto mis latidos. O los de Noah. Era imposible saberlo. Otro grito fue emitido… desde el centro del recinto. ¿Desde el jardín? No podía decirlo desde aquí. —Quédate aquí —me dijo Noah, su voz firme y clara. Él no podía no ir. Pero no podía dejarlo. —No —dije, sacudiendo mi cabeza—. No vamos a separarnos. —Mi voz se agudizó—. No vamos a separarnos. Noah exhaló lentamente. No respondió, pero tomó mi mano y me levantó. Nuestros pasos resonaron en los pasillos silenciosos y agarré sus dedos con fuerza, deseando que pudiéramos convertirnos en uno. Aferrándome a él, me di cuenta, mi muñeca ni siquiera dolía. El cielo de la madrugada todavía estaba muy oscuro, la negrura brillando sólo a un color morado más profundo. Un rayo parpadeó a través de las ventanas que no podían liberarnos y hacían monstruos de nuestras sombras contra la pared. Otro grito. Fuimos acorralados por éste. Arrastrados por éste. Ese era el punto.

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Caminamos hacia mi pesadilla juntos. Jude estaba parado en el jardín Zen, ancho e imponente en la arena. Parado entre tallos armoniosamente dispuestos de bambú y árboles de bonsái esculpidos. Jamie, Stella, Adam y Megan estaban arrodillados, dispuestos en la arena. Las cabezas inclinadas. Las manos atadas. Posicionados entre las rocas. Otra chica —no podía ver su cara— estaba yaciendo sobre su costado, inmóvil. Su camisa blanca estaba empapada de sangre, volviéndola roja. Había una tormenta afuera. Ésta rugía a través de la claraboya. Pero el jardín estaba en silencio. Nadie forcejeó. Nadie dijo una palabra. Ni siquiera Jamie. El cuadro era surrealista. Retorcido. Absolutamente aterrador. Luego la voz de Jude contaminó el aire. —¿Probaron las puertas primero? —nos preguntó, y sonrió—. ¿Las ventanas? Nadie habló. Jude hizo chasquear su lengua. —Lo hicieron. Puedo decirlo. —Su mirada vagó sobre cada uno de los cuerpos en la arena. Cuando levantó su mirada, ésta estuvo en Noah—. Aunque me alegro de que seamos capaces de conocernos al fin —dijo—. Quería evitar esto. Nada en la postura o expresión de Noah demostró que siquiera lo hubiera escuchado. Estaba tan quieto y tranquilo como una de las piedras en la arena. Ver adolescentes atados y arrodillados no pareció desestabilizarlo en absoluto. Lo que pareció desestabilizar a Jude. Él parpadeó y tragó, luego encontró mis ojos. —Traté de encontrarte, Mara, pero estabas escondida. Así que no tuve elección. Me hiciste tomarlos. —¿Por qué? —Mi voz rompió el silencio—. ¿Qué quieres? —Quiero a Claire de vuelta —dijo con simpleza. —Está muerta —dije, mi voz temblando—. La maté y desearía no haberlo hecho pero lo hice y está muerta. Lo siento.

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—Él cree que puedes devolverle la vida —dijo Stella, su voz ronca apenas más alta que un susurro. Siete pares de ojos se centraron en ella con precisión espeluznante. —¿Qué? —le pregunté. Jude se agachó en frente de Stella, una serpiente enroscada. Ella lo ignoró, no lo miró. En su lugar, me miró a mí. —Él cree que puedes devolverle la vida. Jude golpeó a Stella en la cara. Jamie hizo una mueca de dolor. Megan empezó a llorar. Adam observó a Jude con interés perspicaz… no miedo. Noah dio un paso adelante, lleno de violencia silenciosa. Pero cuando vi a Jude golpear a Stella, algo dentro de mí se elevó de la oscuridad. Me aferré aún más a Noah, pero dejé de temblar. —Devolverle la vida a Claire —dije lentamente. Stella asintió. —Eso es lo que él cree. —¿Cómo…? —empecé a preguntar. Luego me detuve, porque sabía. Stella era como nosotros. Diferente. La miré, a la expresión en su cara, y me di cuenta cómo. Ella sabía lo que Jude estaba pensando. Podía escuchar sus pensamientos. Si Jude creía que yo podía devolverle la vida a Claire, Claire quien había sido aplastada y destrozada en pedazos, quien fue enterrada en un ataúd cerrado en Rhode Island a tres metros bajo tierra, él estaba totalmente separado de la realidad. Completamente delirante.

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La única manera de salir de esto sería actuar como si su delirio fuera real. —Jude —dije, mi voz suplicante. Practicada—. Quiero devolverle la vida a Claire. Dime cómo hacerlo. Los músculos en su cara se retorcieron. —Tienes que estar motivada —dijo mecánicamente. Luego golpeo a Stella otra vez. Fuerte. Los músculos en los brazos de Noah se pusieron rígidos, tensos bajo mi agarre. Los ojos de Jude pasaron sobre Noah y una sonrisa se formó en sus labios. —Sí, únetenos —le dijo—. Puedes ayudar. Algo cambió en Noah, entonces. Se relajó. —¿Y cómo, precisamente, haría eso? —Su voz se había convertido en algo más que plana. Era aburrida. Stella tosió. Inclinada sobre el suelo, escupió sangre sobre la arena. Luego me miró, su mirada directa. —Tienes que estar asustada —me dijo—. Si estás lo suficiente asustada, cree él, que lo harás. Así que Jude me quería asustada. Todo lo que hizo estaba diseñado para asustarme. Apareciendo en la estación de policía de modo que así podía saber que estaba vivo. Robando la llave de Daniel para así poder ir y venir cuando quisiera, para así poder tomar fotos de mí mientras dormía, para así poder mover mis cosas, como la muñeca, y yo sabría que había estado allí, violando el lugar en el que debería sentirme segura. Mató al gato y me dijo por qué con un mensaje en sangre. Pero eso no fue suficiente. Quería que no me sintiera segura en ningún lugar, con nadie. Ni con mi padre, así que casi nos sacó del camino. Y no en Horizontes, así que usó a Phoebe para asustarme. Le dio la foto y la hizo arañarme los ojos, escribió esa nota y la hizo entregármela. Me usó como un instrumento y usó a

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Phoebe como una herramienta, para desestabilizarme, para presionarme, para asustarme cuando no podía estar cerca para hacerlo él mismo. Creí que todo era por venganza. Por Claire. Para castigarme por lo que les había hecho a los dos. Y no dudaba que esto fuera parte de eso. Pero en su mente, también era un medio para un fin. Un fin que yo no podría cumplir. Tenía que estar motivada, dijo él. Si estaba lo suficientemente asustada lo haría, creía. Pero yo estaba asustada. Estaba aterrorizada. Y aún así, Claire nunca iba a regresar a la vida. Ya no sabía cómo fingir otra cosa. —Jude —dije—, juro que lo haría si pudiera. Lo siento. Inclinó su cabeza. Me estudió. —No lo sientes —dijo llanamente—. Pero lo harás. Luego, en un movimiento tan repentino que casi no pude entenderlo, agarró un puñado de los rizos gruesos de Stella, levantándola y doblándola hacia atrás al mismo tiempo. Megan gritó. Jamie alejó la mirada. Adam hizo un ruido de sorpresa. Noah estaba al borde otra vez, podía sentirlo. Pero no se movió de mi lado. Yo era un hervidero. —¿Crees que si la torturas, le devolveré la vida a Claire? —pregunté, mi voz elevándose en furia—. Si pudiera hacerlo ya lo habría hecho… Jude dejó caer a Stella sobre sus rodillas. Bajó la mirada hacia ella. —Oh, Dios —susurró ella. Una sonrisa apareció en la boca de Jude.

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La manera en que ella sonó, la manera en que él sonrió, me pusieron los pelos de punta. —¿Qué? Jude levantó la mirada hacia mí, y su sonrisa se volvió más grande. —Diles —le dijo a Stella. Cuando ella no habló, haló su cabello—. Diles. —Ella… —Stella arrugó la cara, sus ojos observaron a Jude mientras él se agachaba a su lado—. Ella sabía —susurró Stella, mirándolo directamente—. Jude es parte de esto. Ella sabía… oh, Dios mío, ella sabía, sobre todos nosotros, todo el tiempo… él es parte de esto, ella le prometió que tú le devolverías la vida a Claire si él te traía aquí, le dijo cómo hacer que lo hicieras, y dejó al resto de nosotros aquí para ver lo que harías, oh, Dios… —¿Ella? —susurró Jamie. —Kells —dijo Noah. —¿Jude es parte de esto? —pregunté, mi voz frágil y quebrada—. ¿Es parte de qué? ¿Qué era él? ¿Qué éramos nosotros? —No puedo escuchar —gimió Stella—, ¡hay demasiadas voces! —Luego Stella susurró y masculló, sólo pude captar una palabra. Sonó como “seguros.” —¿Cómo salimos? —pregunté rápidamente. Eso era lo que necesitaba saber, antes de que Stella lo perdiera. Cómo salir. —No puedes —gimió Stella. —Me dejaron entrar —dijo Jude con calma. Sentí como si hubiera sido pateada en el pecho. La Dra. Kells dejó entrar a Jude. Todos los adultos se habían ido. No había alguien que nos ayudara, no había alguien que viniera. —Mató a Phoebe —dijo Stella, sus hombros temblando—. Pero parece como si lo hubieras hecho tú, Mara… eso es lo que van a decir. Te necesitan…

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Jude golpeó su mejilla. Stella se chupó los labios en su boca y miró hacia abajo a la arena. No iba a decir nada más. No podía entender la mayoría de lo que había dicho, pero una cosa que capté fue esta: la Dra. Kells le prometió a Jude que yo le devolvería la vida a Claire si él me traía aquí. Y estaba mintiendo. Ella me quería aquí por alguna otra razón y no podía empezar a sondear cuál era. No podía seguirle la corriente al delirio de Jude, pero quizás si le mostraba que él era sólo una pieza, un peón en el cualquier asunto retorcido que estaba pasando aquí, podría haber una oportunidad, aunque pequeña, de que nos dejara ir. No veía otra manera. Así que dije: —La Dra. Kells te está mintiendo. —No —me dijo Jude—, tú lo haces. Luego agarró la muñeca de Stella y la rompió. Todos escuchamos su chasquido. Megan gritó como un animal. Jamie maldijo. Adam sonrió. Me agité con rabia. Pero Noah. Noah no hizo ningún sonido. No dio un paso al frente. Ni siquiera se tensó. Después de un minuto, dijo: —Podrías querer dejarla ir —como si estuviera señalándole a Jude la dirección de la gasolinera más cercana. Los músculos en la cara de Jude se retorcieron. Él no entendía por qué Noah no estaba reaccionando, por qué no parecía importarle, y hasta ese segundo, yo tampoco. Jude nos quería fuera de balance. Nos quería asustados. Necesitaba esas cosas de mí mayormente, y pensé que estaba hiriendo a Stella para intentar asustarme incluso más. Pero no estaba funcionando. No estaba asustada. Estaba molesta, y Jude lo vio. Que es la razón por la cual no estaba intentado usar a Stella para provocarme… estaba usándola para intentar provocar a Noah. Pensando que él no podría resistirse ante una damisela en apuros.

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Quería que Noah tomara su lugar. Pero no estaba funcionando. Noah no se movió. Jude dejó caer la muñeca de Stella entonces. Ella cayó hacia atrás contra la arena ensangrentada y sentí un ligero segundo de alivio… Hasta que Jude apretó la nuca de Jamie. Todo cambió. Mi estómago se apretó con miedo. —Dejaré ir a este —dijo Jude con una sonrisa sana—, si Mara toma su lugar. Dejé escapar el aliento que no sabía que había estado sosteniendo. Jude me tuvo antes, en el puerto, y no me mató entonces. Entró en mi habitación y arruinó mi vida pero yo todavía estaba aquí. Todavía estaba viva. Jude no podía matarme, Stella había dicho que él creía que me necesitaba para tener a su hermana de vuelta. Si tomaba el lugar de Jamie no importaría que eso no fuera posible; Jude estaría ocupado conmigo, dándoles al resto una oportunidad de que todos nosotros saliéramos. Dejé ir el brazo de Noah.

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oah me lanzó una mirada que heló mi sangre. —No te atrevas. Luego Jamie habló. Su voz fue como el borde un diamante, brutalmente afilado e irresistible.

—Déjame ir —le dijo a Jude. Y para mi gran sorpresa, Jude lo hizo. Observé a Jamie caer en un movimiento lento, pero justo antes de que golpeara el suelo, Jude agarró su cuello de nuevo, levantándolo. Luego lanzó una brutal patada contra el estómago de Jamie. Jamie se acurrucó en la arena. —No hables otra vez —dijo Jude. Me sacudí con ira y odio. Jude me miró con interés clínico. —Así es como esto va a funcionar —dijo, contra el sonido de fondo de los sollozos ahora constantes de Megan—. Entre más me hagas esperar, Mara, más los harás sufrir. —Esto no tiene nada que ver con ellos —espeté. Jude asintió. —Exactamente —dijo—. Entonces, ¿vas a hacerlos pagar por algo que tú hiciste? Todo lo que tienes que hacer es tomar sus lugares. —Sonrió como un reptil y me miró como si yo fuera una rata—. De otra manera los matarás lentamente, y te haré observar.

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Noah puso una mano sobre mi estómago muy suavemente, manteniéndome atrás. —No vas a matar a nadie, Mara —me dijo. Noah miró directamente a Jude—. Él lo hará. Esa sombra había regresado a lo voz de Noah, a su rostro. Nunca jamás lo había visto perder el control, pero tenía la sensación que estaba a punto de verlo. Era aterrorizante. Jude arrastró su dedo a lo largo de la coronilla de la cabeza rubia húmeda por el sudor de Megan. La arena debajo de ella se oscureció con orina. —¿A quién escogerás primero? —me preguntó. Estaba muda. Paralizada. Jude hizo arrodillar a Megan lentamente. Luego Noah me movió gentilmente, sutilmente detrás de él. Jude tomó la cara de Megan en su mano grande y mientras lo hacía, Noah se movió tan silenciosa y rápido, que casi me lo perdí. Noah estaba en el jardín. Su puño encontró la cara de Jude con un crujido nauseabundo. Megan y Adam dejaron salir un jadeo doble e inarmónico, pero no me giré a ver. Yo estaba congelada, fascinada por lo que veía: Jude usó su tamaño como una bola de demolición, infligiendo dolor con manos y pies pesados. Pero Noah fue incisivo y rápido, ágil y feroz. Él sabía instintivamente qué lo heriría más, y eso era lo que hacía. Noah golpeó a Jude una y otra vez y yo no podía dejar de mirar. Pero entonces escuché mi nombre… en la voz de Megan. Justo antes de que ella y Adam se desplomaran exactamente al mismo tiempo. Un recuerdo destelló: Jude apuñalándose solo, cayendo sobre sus rodillas en un muelle de madera. Fui asaltada con recuerdos entonces. El hombre en el puerto que murió cuando intentó rescatarme de la tortura. John, mi guardaespaldas, que murió en su auto de un derrame cerebral. Recordé el pez muerto debajo del muelle y las aves muertas que cayeron del cielo.

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No fue mi culpa. Pero tampoco fue algo al azar. —Noah —susurré, mirando adelante y atrás entre Megan, Adam, y Jude. Finalmente, finamente entendí. Jude podía curarse a sí mismo como Noah… al matar cosas, como yo. Él no tenía que tocar a alguien para matarlos. Ni siquiera tenía que pensarlo. Simplemente tenía que ser herido, y si lo era, cualquier cosa y cualquier persona a su alrededor moriría. Como John. Como el policía fuera de servicio. Como el pez. Yo era letal, pero Jude era peor. Y los animales podían sentirlo, las mascotas de nuestros vecinos desaparecieron el día que volví a casa de la sala psiquiátrica, el mismo día que Jude empezó a acechar mi casa. Noah tenía a Jude boca abajo y bloqueado en la arena. Presionó su antebrazo sobre la garganta de Jude y se inclinó sobre su cara. —Te mataré —dijo calmadamente—. Y antes de que mueras rogarás por su perdón. Jude podría haber hecho un sonido pero no pude escucharlo porque Megan y Adam gimieron en angonía.

Seguros, había dicho Stella. El pecho de Jude exhaló y sus hombros se sacudieron. Estaba riéndose. —Los matará —dije, mi voz áspera y miserable—. Si lo hieres, ellos morirán. —Si no me matas —dijo Jude, su voz ronca—, cortaré a Mara en pedazos tan pequeños que no podrás… Noah soltó la garganta de Jude. Y rompió su rótula en un movimiento brutal. Hubo un grito, de Jude esta vez. Éste fracturó el aire. Jude se retorció sobre su costado, pero después de un minuto, estaba riendo otra vez. Inmóvil. Su risa y el latido de mi corazón eran los únicos sonidos que podía escuchar.

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—¿Quieres venganza? —preguntó Jude. Sus palabras hicieron eco en el espacio silencioso. Él movió su cabeza hacia Megan y Adam—. Tómala. Mis ojos se precipitaron hacia ellos, estaban inconscientes ahora, pero todavía respirando. El cabello de ella estaba mezclado con la arena, casi exactamente del mismo color. Partes de éste pegadas contra la cabeza rapada de Adam. Jamie y Stella, sin embargo, estaban despiertos. Estaban en silencio, pero sus ojos resplandecían con conciencia. Notando todo, igual que yo.

Igual que yo. Yo no estaba afectada. Ellos no estaban afectados. Lo que significaba que si Noah podía mantener ocupado a Jude, quizás podría liberarlos. Busqué frenéticamente un arma, algo afilado… —Ella tiene razón —dijo Jude, asintiendo hacia Stella—. No quiero matar a Mara. —Su voz fue tosca, pero mezclada con alegría—. Torturarla es demasiado divertido. Noah lo golpeó otra vez; presionándolo sobre su espalda. Arrodillado. Presionó su antebrazo contra su garganta otra vez. Eso era lo que Jude quería. Adam hizo un ruido húmedo; los tatuajes sobre sus brazos destacándose contra su piel ahora pálida. Megan no hizo ningún sonido en absoluto. —Estás matándolos —dijo Stella en voz alta. Noah pareció engañosa y escalofriantemente calmado pero yo sabía que estaba fuera de control. Sólo podía pensar en Jude muerto y yo a salvo, no en el precio que él o alguien más podría pagar por ello. Si Jude hubiera amenazado a alguien más, Noah podría haberse contenido. Pero no podía reaccionar cuando Jude me amenazaba. Yo era su debilidad. Noah nunca se perdonaría si sucumbía. Dije su nombre.

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La expresión de Noah había sido cruelmente vacía mientras esperaba que el oxígeno dejara los pulmones de Jude, pero ante el sonido de mi voz algo cambió. Se reclinó, sólo ligeramente, liberando algo de la presión en la garganta de Jude, lo suficiente para que pudiera respirar. Miré alrededor del espacio esperando encontrar algo, cualquier cosa, que nos ayudara. Pero el jardín estaba en el centro del recinto y las paredes alrededor de éste estaban desnudas y escasas. Sin muebles, sólo un pedestal forjado en la esquina sosteniendo una urna de porcelana verde. El objeto provocó un recuerdo… de Phoebe aplastando un florero contra el suelo. Y luego tuve una idea. —Sostenlo —le grité a Noah mientras corría hasta la esquina lejana de la habitación. Incliné el pedestal hacia adelante y la urna golpeó el suelo de piedra. Tomé uno de los fragmentos… ¿quizás podría liberarlos con él? ¿Era lo suficientemente grande? Pero entonces Stella gritó, rompiendo la escena en el jardín, rompiendo mis pensamientos. Jude estaba de pie. El costado de Noah estaba oscurecido con sangre. Una sonrisa lenta y lacerante apareció en los labios de Noah. Los dos estaban encerrados en un callejón sin salida silencioso y aquellos de nosotros que todavía estábamos conscientes observábamos. Yo estaba hipnotizada en mi infierno privado. Incluso sabiendo que Noah podía curarse, incluso viendo su sonrisa salvaje y sabiendo que el dolor no lo molestaba, que éste lo electrificaba, aún así, verlo herido me sumergió en ácido. Mis manos se curvaron en garras y sentí un dolor agudo en mi palma. El fragmento. Todavía estaba sosteniéndolo. Me obligué a alejar mis ojos del chico que amaba y me lancé hacia adelante para ayudar a mis amigos. Jamie era el más cercano. —Esto es tan jodido —dijo en voz baja mientras empezaba a rasgar el nudo apretado que rodeaba sus muñecas. La pieza dentada de porcelana estaba

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cortando mi piel pero seguí rasgando hasta que Stella gritó el nombre de Noah y entonces tuve que levantar la mirada. Jude se había reposicionado así que ahora estaba más cerca a mí de lo que Noah estaba; él se movió cuando yo me moví para intentar liberar a Jamie. —Corre —me dijo Noah, su voz casi un suspiro. Era suave y desesperada. No podía dejarlo. Habría sido inteligente, quizás, pero no podía hacerlo. Y tampoco podía dejar a Jamie y a Stella atrapados. Así que ignoré la petición de Noah y ataqué el nudo en las muñecas y pies de Jamie con un fervor aún más intenso. Éstos se liberaron. Jamie se puso de pie sorprendentemente rápido y Jude se lanzó hacia delante, hacia mí, justo cuando Noah se abalanzaba hacia él. Jude me tiró contra el suelo. El fragmento cayó de mis manos. —¡Sácalos de aquí! —le grité a Noah mientras los brazos de Jude se arrastraban alrededor de mi cuerpo. Mientras una hoja de acero se presionaba contra mi piel. No haría falta mucho para romper la carne. Para hundirla en mi cuello y hacerme desangrar como un animal en frente de Noah. Noah, quien me observó con una expresión que otros llamarían ira. Pero yo lo sabía bien. Era terror. Una lágrima caliente se deslizó por mi mejilla mientras Jude me levantaba y me sostenía apretadamente contra él, mi espalda contra su pecho ancho y terrible. Miré fijamente a Noah, su cara perfecta inmóvil, sus miembros irradiando tensión mientras nos miraba fijamente, quieto. Pero Jamie había liberado a Stella y ellos se pusieron de pie. Stella acunó su muñeca rota. Megan y Adam estaban inconscientes, pero vivos. Jamie levantó a Megan en sus brazos, arrastrándola hacia uno de los pasillos con Stella a su lado. Todavía estábamos encerrados en el edificio, pero Jude los dejaría en paz ahora que me tenía.

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—Vete —le dije a Noah, aún sabiendo que él nunca lo haría. Su mandíbula era acero y su mirada era fiera. Extrañaría eso. Estaba diciéndole adiós, me di cuenta. Noah lo vio en mi expresión y sacudió su cabeza lentamente. Su voz fue calmada y fuerte, sólo por mí. —Vas a estar bien —dijo.

Arreglaré esto, quiso decir. Pero el agarre de Jude se apretó, y la hoja se presionó contra mi cuello. La respiración que estaba sosteniendo escapó y él me agarró más fuerte. Un rastro de sangre cálida se deslizó hasta mi camisa. —Te daré cualquier cosa —le dijo Noah a Jude. Su voz era tranquila—. Cualquier cosa. Jude le habló a Noah, pero sus labios estaban en mi oído. Mi carne pudriéndose bajo ellos. —No hay nada que tengas que yo quiera. Ya no. Encontré los ojos de Noah y observé mientras algo en él moría. No podía soportarlo. Ya no estaba asustada por mí; sólo miserable y desesperadamente triste. —No me matará —le mentí a Noah—. Estaré bien. Jude nos acercó a una pared blanca, vacía y desnuda de Horizontes, aplastándome en sus brazos. Nos hizo girar lentamente hacia el pasillo, flanqueado por habitaciones de pacientes a cada lado. Estaba atrapada por él otra vez.

Atrapada. La palabra provocó un recuerdo. Recordaba… Un pasillo diferente. Iluminado por el flash de la cámara de Rachel.

Jude y yo caminábamos juntos detrás de Rachel y Claire, parados en la mitad de una sala cavernosa. Habitaciones de pacientes flanqueándola, y yo no quería ir a

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ningún lugar cercano a éstas. Cuando Rachel y Claire desaparecieron detrás de una esquina me apresuré, aterrorizada de perderlas en los pasadizos laberínticos. Había estado atrapada antes. Y escapé antes. Con nada más que un moretón en mi mejilla, el cual ni siquiera se debió al derrumbe. Recordaba ver el florecimiento de la mancha púrpura sobre mi mejilla en el espejo del hospital. Había sido de Jude. De cuando él me golpeó. Derrumbé el manicomio, pero salí de éste ilesa. A salvo.

Pero Jude también escapó, susurró mi mente. Sus brazos me agarraron más fuerte y supe que sus ojos estaban sobre los de Noah. La cuchilla bordeó mi piel y sentí un ataque de calidez y dolor. Jude estaba obteniendo cada última gota de felicidad maliciosa por herirme y ser capaz de hacer que Noah observara. También quería herirlo. Y quizás podía hacerlo. Sí, Jude escapó… pero sin sus manos. Lo que significaba que podía herirlo, pero no matarlo; había intentado tantas veces matar a Jude antes y nunca funcionó, pero escapé. Derrumbé el manicomio y quizás si derrumbaba este edificio, podría salir libre. Y Noah. Podría ser herido si el edificio colapsaba pero él era diferente, como yo… así que sobreviviría igual que yo. Incluso si salía herido cuando el edificio colapsara, se curaría. Siempre lo hacía. Noah estaría a salvo. ¿Pero Jamie? ¿Stella? Ellos también eran diferentes como nosotros. Como Jude. Lo que significaba que probablemente sobrevivirían, pero podrían resultar heridos. Sin embargo, Noah podría curarlos. Él curó a mi padre. Si hería a Jamie y Stella por intentar sacarnos de aquí, él los curaría. La respiración caliente de Jude hizo cosquillear mi cuello, haciendo girar mi cabeza antes de que alcanzáramos las sombras. Vi a la chica ensangrentada en el jardín. Vi a Adam tirado en la arena.

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Jamie, Stella, Noah y yo sobreviviríamos. Pero no éramos los únicos aquí. Adam probablemente todavía estaba vivo. Megan lo estaba cuando Jamie la arrastró. También podría haber otros encerrados en sus habitaciones detrás de las puertas. Si derrumbaba este lugar como al manicomio, cualquiera que no fuera diferente moriría como Rachel y Claire. Adam. Megan. Alguien más, alguien normal. Pero de todos modos podrían morir, me dije. Jude podría ir tras cada uno hasta que ellos —nosotros— estuviéramos todos muertos. Mi piel se tensó y la sangre se agolpó en mis oídos y sentí a Jude alejarnos aún más. Si giraba la esquina, Noah estaría fuera de visión. Estaba quedándome sin tiempo. Tendría que escoger aún cuando ninguna opción era buena. Quizás una heroína podría ver otra manera de salir de esto, pero yo no era una heroína.

Siempre tienes una opción, había dicho Noah una vez. Hice la mía. Usé cada pedacito de fuerza que tenía para golpearnos contra la pared. Jude no estaba esperando eso. Su cabeza crujió escabrosamente e imaginé fisuras extendiéndose donde ésta golpeó hasta elevarse al techo y abajo al suelo, y más abajo, a la base. Los brazos que rodeaban mi pecho se aflojaron mientras Jude caía al suelo. Pero no corrí. Me di la vuelta para encararlo. No podía escuchar nada excepto mi respiración, mi latido y pulso, y eran altos y rápidos pero no con miedo. Con furia pura, fría y asombrosa. Sentí un tirón fuerte y preocupante en mi mente, pero me rendí a él y algo se liberó. Empujé el cuerpo flojo de Jude contra la pared. Clavándolo, aplastándolo contra ésta tan firmemente que pedacitos de yeso parecieron sacudirse y caer al

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suelo. Yo era más fuerte de lo que sabía. No podía matar a Jude con mi mente pero podía matarlo con mi cuerpo y él merecía morir. Sabía que Noah estaba detrás de mí pero él no se movió para ayudar. Vio que yo no lo necesitaba. Jude estaba inconsciente y blando, y el tiempo pareció ralentizarse mientras manchas negras y rojas llenaban mi visión, mientras un olor sin color invadió el aire. Aplasté la garganta de Jude con manos gráciles que no parecían mías. La visión trajo un subidón de alegría salvaje. Me sentí sonreír.

Mara. Escuché mi nombre susurrado en una voz encantadora y familiar, pero estaba demasiado lejos y no escuché. No pararía hasta que esta cosa bajo mi agarre estuviera muerta… no permitiría que escapara o sanara. Quería observarlo morir, convertirse en carne. El pensamiento me llenó con placer cálido. Las puertas todavía estaban bloqueadas y todavía estaba encerrada en el interior pero derrumbaría este lugar, me agarraría a él con mi mente y mis dedos si tenía que hacerlo. Sacaría de aquí al chico que amaba. Me liberaría. Ese fue el último pensamiento que tuve antes de que todo se pusiera negro.

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67 Antes

L

Puerto de Calcuta, India

a multitud creció y se hizo más densa alrededor de las criaturas salvajes en el puerto, donde ellas no pertenecían. Una explosión fuerte sonó de uno de los barcos y pequeños monos chillaron y gritaron. Un hombre golpeó la parte superior de una jaula con su puño, un ave grande y de colores brillantes chilló en el interior. Él sonrió y miró de cerca mientras el ave batía sus alas contra los barrotes y plumas del color de las joyas caían al suelo. Otro hombre metió un palo a través de una jaula diferente en la que estaba un gran mono marrón. Éste retiró sus labios y mostró sus colmillos. El chico pequeño con pequeños ojos negros al que le había pedido ayuda se había lanzado hacia los otros, que siguieron metiendo palos a lo largo de la jaula del tigre y siguieron retirándose rápidamente. El chico más grande, vestido de rojo mate, le escupió al tigre. Éste rugió. Las personas rieron. Mi respiración era rápida y mi pecho pequeño se elevaba y caía con ésta. Mi corazón estaba palpitando rápido, y aplasté la muñeca en mi puño.

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El chico grande se inclinó. Recogió unas piedras… una, dos, tres. El resto de los niños hicieron lo mismo. Luego cada uno de ellos balanceó sus brazos hacia atrás y tiraron las piedras al tigre. Golpeando su jaula. Golpeando su piel. Me llené de repugnancia, rebosada de ésta. Pensamientos oscuros se arremolinaron en mi mente y el tiempo se ralentizó a un andar de tortuga mientras el tigre gruñía y se encogía contra su jaula. Los chicos rieron y las personas animaron. El animal no merecía esto. Deseé que pudiera salir y lo vi en mi mente: los barrotes de metal brillante cayendo al suelo. Garras y dientes encontrando piel en lugar de rocas encontrando piel de animal. Cerré mis ojos porque esa era la imagen que prefería ver. Un grito los hizo abrirse. La criatura había empujado contra la parte posterior de su jaula, la cual cayó. Observé mientras éste arremetía contra el chico más cercano, el grande. Sus garras abrieron su costado en un tajo grande y rojo. El otro chico, el de ojos pequeños, se había puesto blanco y estaba quieto. No estaba mirando al tigre. Me estaba mirando, y su boca formó la forma de la palabra que un día sería mi nombre.

Mara. El tigre empujó al chico grande al suelo y él gritó otra vez. Se movió sobre él, agarró su garganta en su boca, y mordió. Los gritos del chico se detuvieron. Otros gritos empezaron, pero eso no importó. El animal estaba libre.

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68

M

Después e desperté en la mañana de algún día en algún hospital para encontrar a la Dra. Kells sentada en mi habitación.

Todo era claro: la base de la vía intravenosa se elevaba por encima de mi cama. Las sábanas de algodón blanqueadas y ásperas. El techo de azulejos como de comercial y las luces fluorescentes incrustadas. Podía escucharlas zumbar. Pero era como si estuviera viendo la habitación antiséptica y todo en ella a través de un vidrio. Y entonces, en un torrente, todo volvió. Jude, flácido mientras yo drenaba la vida de él con mis manos. Stella y Jamie, heridos, amoratados y sacando a Megan del jardín de tortura. Y Noah, observándolo morir por dentro mientras yo le mentía, cuando le dije que todo estaría bien. Pero no fue una mentira. Me quité de encima los brazos de Jude y Noah estuvo cerca de mí, a mi lado, antes de que me desmayara. Él dijo mi nombre. Lo escuché. Lo recordaba. ¿Dónde estaba él ahora? ¿Dónde estaban ellos? ¿Dónde estaba yo? Traté de sentarme, salir de la cama, pero algo me contuvo. Bajé la mirada a mis manos, que descansaban sobre la manta de algodón azul claro cubriendo la cama y miré a mis pies, esperando ver las restricciones.

468

Pero no había ninguna. Aún así, mis manos no se movieron. —Buenos días, Mara —dijo la Dra. Kells—. ¿Sabes dónde estás? Sentí un miedo abrumador de levantar la mirada y ver las palabras en la pared informándome que estaba en una unidad psiquiátrica en algún lugar. Que nunca me había ido. Que nada de las últimas dos semanas, seis semanas, seis meses, había sucedido. Eso era lo único que podía decirme, después de todo lo que sobreviví, que me haría deshacerme. Pero fui capaz de girar la cabeza a ambos lados y mirar alrededor. No había ventanas en esta habitación. Ni carteles. Nada excepto la base de la vía intravenosa, y un gran espejo en la pared detrás de la cabeza de la Dra. Kells. Puede que no hubiera sabido dónde estaba pero recordaba lo que ella hizo. La observé sentada allí plácidamente en la silla plástica al lado de la cama y repasé recuerdo tras recuerdo de ella mintiéndome a la cara. Vi imágenes de Jude en mi habitación, observándome cuando dormía mientras la Dra. Kells lo grababa. Ella había sabido que él estaba vivo. Sabía lo que él estaba haciéndome. Lo había dejado entrar en Horizontes y nos sometió a todos a un infierno. Su expresión no había cambiado, pero la vi con ojos nuevos. —¿Sabes quién soy? —preguntó la Dra. Kells. Eres la persona que traicionó mi confianza. Eres la persona que me alimentó con mentiras y drogas fingiendo hacerme sentir mejor cuando todo lo que realmente querías era hacerme sentir peor. Sé exactamente quién eres, traté de decir. Pero cuando abrí mi boca, todo lo que salió fue la palabra: —Sí. Fue como si estuviera presionada entre dos paneles de cristal. Podía ver todo, podía escuchar todo, pero estaba fuera de mí misma. Separada. No paralizada, podía sentir mis piernas y las sábanas rasposas que rozaban mi piel. Podía lamer mis labios y lo hice. Podía hablar, pero no las palabras que quería decir. Y cuando traté de ordenarle a mi boca que gritara y a mis piernas que patearan, fue como si el deseo fuera imposible de alcanzar.

469

—Tengo algunas cosas de las que me gustaría hablar contigo, pero primero, quiero hacerte saber que se te ha dado una infusión de una variedad de amital sódico. ¿Has escuchado hablar del amital sódico? —No —respondió mi lengua envenenada. —Coloquialmente, lo llaman el suero de la verdad. No es completamente exacto, pero puede ser usado para aliviar ciertos tipos de sufrimiento. Algunas veces lo usamos en psiquiatría experimental para darles a los pacientes un respiro de un episodio maniático o catatónico. —Se inclinó más cerca de mí, y dijo en un tono de voz suave—: Has estado sufriendo, Mara, ¿no es así? Hervía en esa cama, en mi cuerpo, y quería escupirla en la cara. Pero no podía. Dije: —Sí. Ella asintió. —Creemos que la variedad que hemos desarrollado te ayudará con tus… problemas únicos. Estamos de tu parte. Queremos ayudarte —dijo de manera uniforme—. ¿Nos permitirás ayudarte? —Miró sobre su hombro hacia el espejo.

No, gritó mi mente. —Sí. —Me alegra. —Sonrió, y se estiró hacia el suelo. Cuando levantó su mano, había un control remoto en ésta—. Déjame mostrarte algo —dijo, y luego gritó hacia el aire—. Pantalla. Una pantalla blanca delgada bajó mecánicamente del techo mientras una parte de la pared cercana al vidrio se retractó. Exponiendo una pizarra que tenía una lista garabateada. —Monitores —gritó la Dra. Kells antes de que pudiera leerla. Escuché sonar algo al lado de mi cabeza, igualando el ritmo de mi latido. —Luces —dijo otra vez, y la habitación se oscureció. Luego levantó su mano y el control remoto, y presionó reproducir.

470

Observé las secuencias borrosas de la cámara de Claire mientras ella se giraba y grababa el manicomio, por encima de Rachel. Observé la escena que Jude dejó para mí en mi habitación para que la viera antes. La imagen se oscureció. Me escuché reír. Pero donde el vídeo se detuvo antes, la imagen siguió ahora. La grabación de Jude fue dividida. En esta grabación, esta pantalla, ahora veía que alguien estaba levantando la cámara. Y justo antes de que la imagen se cortara, hubo un destello de luz. Iluminando la cara de la Dra. Kells. Ella había estado en el manicomio. Estuvo allí. Mi mente quería revelarse, pero mi cuerpo estuvo perfectamente quieto mientras las luces se encendían. La Dra. Kells señaló la pizarra. —Mara, ¿puedes leer lo que está escrito allí? Le eché un vistazo a las palabras mientras mi sangre palpitaba en mis oídos. La máquina, el monitor, sonó más rápido.

Doble Anonimato S. Benicia, manifestado (portadora G1821, origen desconocido). Efectos secundarios(?): anorexia, bulimia, auto-mutilación. Sensible a los productos farmacéuticos administrados. Contraindicaciones sospechosas pero desconocidas. T. Burrows, no-portador, fallecido. M. Cannon, no-portador, sedado.

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M. Dyer, manifestándose (portadora G1821, original). Efectos secundarios: TEPT conminante, alucinaciones, auto-mutilación, subtipo de esquizofrenia/paranoide. En respuesta al midazolam. Contraindicaciones: ¿sospechosa de n.e.s.s.? J. Roth, manifestándose (portador de G1821, sospechoso original), inducido. Efectos secundarios: trastorno límite de la personalidad, posible desorden de humor. Contraindicaciones sospechosas pero desconocidas. A. Kendall: no-portador, fallecido. J.L.: manifestado artificialmente, protocolo Lenaurd, inducción temprana. Efectos secundarios: desorden de múltiple personalidad (no responde), desorden de personalidad antisocial (no responde); migrañas, agresión extrema (no responde). Contraindicaciones no conocidas. C.L.: manifestado artificialmente, protocolo Lenaurd, inducción temprana, fallecido. P. Reynard: no-portador, fallecido. N. Shaw: manifestado (portador original de G1821). Efectos secundarios(?): automutilación, posible trastorno de oposición desafiante (no responde), ¿desorden de conducta? (no responde); probado: una clase de barbitúricos (no responde), clase b (no responde), clase c (no responde); no responde a todas las clases; (prueba m.a.d.), fallecido. Efectos secundarios generalizados: náusea, temperatura elevada, insomnio, pesadillas. —Has sido una participante en un estudio anónimo, Mara —dijo la Dra. Kells—. Eso significa que la mayoría de tus doctores tratantes y consejeros han estado inconscientes de tu participación. Tus padres también están inconscientes. La razón

472

por la que has sido seleccionada para este estudio es porque tienes una condición, un gen que está dañándote.

Portadora. —Éste te hace actuar de una manera que está convirtiéndote en un peligro para ti misma y para los demás.

Efectos secundarios. —¿Entiendes? —Sí —respondió mi lengua traidora. Entendía. —Algunos de tus amigos también son portadores de este gen, lo que ha estado interrumpiendo sus vidas normales. Stella. Jamie. Noah. Sus nombres estaban en la lista, igual que el mío. Y junto a J.L. Jude Lowe. Había querido saber qué éramos y ahora lo sabía. No éramos estudiantes. No éramos pacientes. Éramos sujetos. Víctimas, y unas perfectas. Si levantábamos una falsa alarma, la Dra. Kells hablaría de locura, y había cientos de páginas de registro psiquiátrico para respaldarla. Si alguno de nosotros decía la verdad, el mundo lo llamaría ficción. El manicomio, Jude, Miami… las personas que había matado, el hermano que Jude había tomado. Todo llevaba a este momento. Porque había sido calculado de esa manera. Estaba planeado. No fui enviada a Horizontes… había sido traída. Mis padres no tenían idea de lo que era este lugar; ellos simplemente querían ayudarme a mejorar y la Dra. Kells les hizo creer que así sería. Cuando creyeron que estaba poniéndome mejor, decidieron no hacerme ir al retiro; eventualmente me sacarían del programa completamente.

473

Y el día que decidieron no hacerme volver fue la noche en que Jude hizo que me cortara las muñecas. Pero no para matarme. Para hacerme regresar. Escuché la voz de Stella, sólo un suspiro en mi mente.

«Ellos te necesitan.» ¿Ellos? ¿La Dra. Kells y Jude? La Dra. Kells interrumpió mis pensamientos acelerados. —Tu condición ha causado dolor a las personas que amas, Mara. ¿Quieres causarles dolor a las personas que amas? —No —dije, y era la verdad. —Sé que no —dijo seriamente—. Y de verdad siento que no fuéramos capaces de ayudarte antes de ahora. Habíamos esperado ser capaces de sedarte antes de que hicieras colapsar el edificio. Intentamos salvar a todos tus amigos. Mi corazón se detuvo. La habitación se quedó en silencio por unos segundos antes de que el monitor sonara otra vez. —No anticipamos que las cosas sucederían de la manera en que lo hicieron… como lo fue, fuimos afortunados de ser capaces de sacar a Jamie Roth, Stella Benicia y Megan Cannon antes de que fueran seriamente perjudicados. Simplemente no pudimos sacar a Noah Shaw. La escuché mal. Eso era. Calmadamente, lentamente volví a mirar el tablero, y obligué a mi mente a convertir las letras en palabras, unas que pudiera entender, unas que tuvieran sentido. Pero todo lo que pude procesar cuando las leí ahora fue:

Fallecido. Escrito bajo el nombre de Noah. Mi mente repitió las palabras de la mujer a la que Noah una vez había llamado mentirosa.

474

«Lo amarás hasta destruirlo.» Todo el dolor que alguna vez había sentido era sólo práctica para este momento. —El techo cedió alrededor tuyo, pero no sobre ti, Mara. Noah estaba demasiado cerca, y fue aplastado.

«Él morirá antes de su tiempo contigo a su lado, a menos que lo dejes ir.» —Lo siento muchísimo —dijo la Dra. Kells. Lo que estaba diciendo era imposible. Imposible. Noah se curaba cada vez que era herido, siempre. Él juró que yo no podía herirlo una y otra y otra vez. Noah no mentía. No a mí. Pero la Dra. Kells lo hacía. Me mintió sobre Jude. Le mintió a Jude sobre mí. Les mintió a mis padres sobre Horizontes. Le mentía a todo el mundo, a todos nosotros. Y estaba mintiéndome ahora. Una lágrima escapó de todas maneras. Sólo una. Ésta bajó por mi mejilla ajena. —Queremos asegurarnos de que nada como esto suceda otra vez, Mara, y creemos que podemos, si tenemos tu consentimiento. La Dra. Kells esperó por mi respuesta, como si yo tuviera la habilidad de decir algo más excepto sí. Sabía que no podía consentir, lo que significaba que esto era alguna clase de exhibición, alguna clase de espectáculo. Para el beneficio de alguien, pero no el mío. Estaba furiosa. —Queremos ayudarte a mejorar, Mara. ¿Quieres mejorar? Sus palabras sacudieron el polvo de un recuerdo.

«¿Qué quieres?» me había preguntado la Dra. Kells, en mi primer día a su cuidado. «¿Mejorar?» le había respondido.

475

Mi respuesta entonces había sido honesta. Después del manicomio, el dolor estaba carcomiéndome. Después de que Jude llegara a la estación de policía, estuve tiranizada por el miedo. Dolor y culpa, miedo por mi familia y por mí. De mí misma. Éste me regía. La Dra. Kells manipuló eso. Jude también lo hizo. No sabía qué parte estaba jugando él en esto, o en qué se beneficiaría la Dra. Kells por aterrorizarme, torturarme, y mentirme. No sabía por qué me necesitaban o por qué había sido traída aquí o dónde estaba este aquí o si estaba sola. Pero ya no estaba asustada. Había otros nombres en la lista, si estaban aquí conmigo, los sacaría de aquí y veríamos a las personas que amábamos otra vez. Vería al chico que amaba otra vez. Todo en mí lo sabía. La Dra. Kells repitió su pregunta. —¿Quieres mejorar, Mara? Ya no. Algo inactivo volvió a la vida dentro de mí. Se extendió, se puso de pie, y extendió una mano. —Sí —mintió mi lengua. Mi respuesta puso una sonrisa plástica en sus labios pintados. Esto era lo que sabía: estaba atrapada en mi cuerpo, en esta cama, en este momento. Pero incluso mientras miraba a través de las ventanas de mis ojos, a través de los barrotes de mi prisión, sabía que no estaría atrapada para siempre. Ellos hacían traquetear mi jaula para ver si mordería. Cuando me liberaran, verían que la respuesta era sí.

Fin del Segundo Libro 476

Sobre la Autora A los dieciséis años, Michelle Hodkin perdió los derechos sobre su alma en un juego de póker con piratas al sur de Natchez. Poco después, se unió a una compañía de actuación y viajó por el mundo realizando hazañas de asombro y picardía. Ha sido vista en escenarios de todo el país y obtuvo críticas muy favorables por su interpretación como única mujer en Titus Andronicus antes de escribir The Unbecoming of Mara Dyer, su primera novela, ahora disponible al público. Su secuela, The Evolution of Mara Dyer, llega a las estanterías en general el 23 de octubre de 2012, y el tercer libro de la trilogía, The Retribution of Mara Dyer, se espera que llegue en Otoño de 2013. Michelle actualmente vive con sus 3 perros y puede o no ser una narradora fiable de su propia vida.

477

Para más Lecturas, Visita

http://www.bookzingaforo.com

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