El oro y la bacteria
DAVID CASAS
El oro y la bacteria
Laura estaba intentando aflojar con una llave la válvula del tanque y su esfuerzo de varios minutos empezaba a dar sus frutos ya que la maneta que cerraba el flujo empezaba a moverse. De nada servían los sistemas dobles de regulación de caudal si fallaban los dos al mismo tiempo y si el robot que tenía que repararlo estaba siendo utilizado en otra reparación más importante. Al final tenía que ser el primate que inventó el fuego y conquistó el Sistema Solar el que se manchara las manos arreglando sus avanzadas creaciones. Sin embargo Laura no era sólo Laura. Era más que eso, era el resultado de toda la ciencia del siglo XXI que desplegaba todo su potencial a principios del siglo XXII. Aunque se parecía físicamente mucho a su bisabuela, tal y como ésta aparecía en una foto del año 2006, un siglo atrás, internamente eran muy diferentes. Su bisabuela no hubiera podido mover la maneta de desbloqueo de la válvula usando sólo una herramienta manual. Laura, no obstante, estaba modificada genéticamente de forma que tenía unos músculos más fuertes sin que tuvieran que ser más gruesos. Con la apariencia de una mujer normal albergaba en su cuerpo la fuerza de un culturista del siglo XX. Tampoco su bisabuela hubiera podido trabajar en el ambiente de la planta de reciclaje, cargado de bacterias, hongos y una fauna microbiana hostil si no hubiera dispuesto de un traje estanco. Laura, sin embargo, sólo necesitaba una mascarilla de oxigeno para algunos ambientes cargados de gases y su traje de trabajo era un mono impermeable. Su sistema inmunitario la protegía de cualquier agente patógeno de su puesto de trabajo y si no podía, las nanomáquinas que recorrían su torrente sanguíneo se encargaban de ello, aparte de servir para reparar pequeños daños internos. Tras arreglar la válvula volvió a su puesto de trabajo habitual, redactó el informe y se dirigió a su taquilla a cambiarse, ya que había acabado su jornada laboral. Estaba en la sección de los metales pesados y tóxicos del reciclaje de residuos electrónicos. Procesaban células fotovoltaicas, circuitos y nanocircuitos de oro, diamante sintético y semiconductores de todo tipo, etc. Se usaban muchos tipos distintos de microorganismos en la vasta planta de reciclaje donde trabajaba, pero sus 1
favoritas eran las bacterias del oro. Las observaba con su cámara de visión microscópica construir colonias tubulares porosas usando el oro como materia prima, creando minúsculos corales dorados. Cogió el autobús que iba a su barrio y escucho música para distraerse. Seleccionó mentalmente su grupo preferido, de mediados del siglo XXI, y los nanotubos conectados a sus nervios auditivos le enviaron las canciones a un volumen que no amortiguase del todo los sonidos externos. Tuvo que interrumpir la reproducción cuando recibió una llamada de su madre. Aunque estaba sentada y quieta sin mover los labios ni las cuerdas vocales, mantenía una conversación contestando sólo con pensar las palabras. Algo la distrajo, arrugó la nariz, su olfato genéticamente mejorado olía una fuga de gases de combustión imperfecta del etanol debido, probablemente, a que el motor estaba mal ajustado. Prefería los autobuses de hidrógeno y célula de combustible, más silenciosos, pero en su comarca el bioetanol era un subproducto abundante de la industria agraria y salía más barato usar éste. Cuando llegó a su casa, besó a Pablo, su compañero legal y se felicitaron el aniversario: Tres licencias anuales renovadas consecutivamente de su contrato civil de emparejamiento (lo que su abuela seguía llamando matrimonio) Como la mayoría de las parejas prefería la renovación automática. Los que optaban por la renovación voluntaria tenían que contactar con Administración Central, autentificar su identidad con clave electrónica y escáner infrarrojo de retina y repetir verbalmente el contrato civil ante el juez virtual. Fueron a cenar a un restaurante para celebrarlo, donde hablaron y rieron sobre su relación. Cuando tuvieron que comentar algunos detalles privados pasaron a comunicarse inalámbricamente a través de sus ordenadores cerebrales mediante un canal protegido. Mientras tanto una subrutina de IA movía sus labios y cuerdas vocales hablando de un tema banal prefijado, como la liga local de fútbol. Cuando volvieron a casa Pablo se conectó a la universidad para continuar con el master en el que estaba matriculado. El servidor remoto anotó la hora (era de asistencia obligatoria) y procedió a generar al profesor y aula virtual dentro de su mente. Aunque el tiempo psicológico se podía
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acelerar y una clase que parecía durar tres horas en realidad sólo duraba una hora de reloj, después el cerebro acababa cansadísimo. Por eso Pablo las recibía antes de acostarse. El sueño y un medicamento suave para la memoria le ayudaban a recordar lo aprendido. Laura, en cambio, prefirió ver un poco las noticias mientras se aplicaba una crema con una vacuna sintética para eliminar una alergia cutánea. Tenía que reprogramar mensualmente su sistema inmunitario con vectores víricos genéticos porque de vez en cuando desarrollaba alguna extraña alergia. Ese era el precio que tenía que pagar por tener unas defensas tan potentes. Si existiese una máquina del tiempo podría retroceder a la época de la Peste Negra, o sin ir tan atrás en la Historia, a la Gran Pandemia de Gripe que no le pasaría absolutamente nada, ni siquiera pillaría un resfriado. En las noticias se hablaba de la construcción de un acelerador gigantesco de partículas en el espacio para generar, aparte de partículas exóticas, agujeros de gusano. El periodista decía que serviría para viajes más rápidos por el espacio y quizás para viajes en el tiempo. ¿Sería eso posible? Laura tenía un Postgrado a Distancia en Microbiología, pero no sabía casi nada de Física avanzada. Apago el canal de noticias, fue al servicio y aunque se acostó en la cama no tenía sueño. Miró la esfera de cristal que tenía en el cabecero de la cama. Estaba rellena de agua y dentro tenía un coral dorado, antigua colonia de las bacterias de su trabajo. Al agitarlo copos de oro se arremolinaban en su interior. Tomó una decisión. Cerró los ojos y pidió un enlace a un canal científico. Quería descargarse un módulo de divulgación sobre los agujeros de gusano. El servidor tardó un poco más de lo habitual. Se dio cuenta que mucha gente había visto la misma noticia y tenían la misma curiosidad que ella. Llegó la señal de carga finalizada y procedió a ejecutar la simulación. La IA tomó la forma de un viejo profesor canoso que empezó a explicarle con diagramas y animaciones todo lo referido a ese tema. Una vez que lo hubo visto entendió que no podía viajar a un tiempo anterior al de la construcción de las dos bocas del agujero. Por tanto su sueño de viajar a la Europa Medieval para comprobar su resistencia a la Peste Negra era solo una fantasía. Dio las gracias al profesor virtual, apagó la simulación y se durmió. Su subconsciente le regaló su sueño preferido en
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el que buceaba desnuda entre corales dorados y las aguas eran cristalinas como la de los mares tropicales.
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