De niñas lo compartieron todo. Con los años se han convertido en mujeres divertidas, sexis e independientes. Y han montado una empresa donde cada una pone lo mejor de sí para convertir una boda en el día perfecto. El éxito está asegurado si Parker se ocupa de la organización, Laurel del banquete, Mackensie de las fotos y Emmaline de las flores. Si alguien sabe cómo planear la mejor boda es este cuarteto de amigas. Aunque organizar varios enlaces a la semana no garantiza encontrar el amor, que siempre aparece cuando y donde menos lo esperas… como le acaba de suceder a Emmaline Grant. De arreglos florales y ramos de novia, Emma sabe un rato largo. Y de hombres, también. Vaya a donde vaya, a los cinco minutos ya los tiene a todos revoloteando a su alrededor. En opinión de sus tres mejores amigas es la rompecorazones del cuarteto; pero Emma ha soñado siempre con encontrar a esa persona que lo cambiaría todo y está decidida a seguir buscándolo. Lo que nunca imaginó es que pudiera tenerlo tan cerca: ¿Puede la amistad transformarse en amor? Y ese nuevo camino que Jack y ella han empezado a recorrer, ¿estará sembrado de rosas o de espinas?

Nora Roberts

Rosas sin espinas Cuatro bodas 2 ePUB v1.0 Mapita 28.07.13

Título original: Bed of roses Nora Roberts, 2009 Traducción: Silvia Alemany Vilalta Nº de páginas: 271 Editor original: Mapita (v1.0) Colaboran: Enylu, Mística y Natg {Grupo EarthQuake} ePub base v2.1

Para las amigas. Y albergo la confianza de que cada flor disfrute del aire que respira. WORDSWORTH

El amor es como una amistad en la que el fuego ha prendido. BRUCE LEE

Prólogo

E

hacía que ser mujer fuera algo especial. El amor volvía hermosas a las mujeres, y a los hombres los convertía en príncipes. Una mujer que sintiera amor vivía con la grandeza de una reina, porque su corazón era como un tesoro. Flores, velas encendidas, largos paseos a la luz de la luna en un jardín privado… la idea misma le arrancaba un suspiro. Mejor bailar a la luz de la luna en un jardín privado… eso, en su escala de valores, era la culminación de lo romántico. No le costaba imaginarlo: el aroma de las rosas en verano, la música colándose por las ventanas abiertas de una sala de baile, el modo en que la luz plateaba el perfil de los objetos, como en las películas… La manera en que le latiría el corazón (la misma en que le latía entonces al imaginarlo). Anhelaba bailar a la luz de la luna en un jardín privado. Tenía once años. Veía tan claro cómo tendría que ser esa escena (cómo sería), que se la describió, con todo detalle, a sus mejores amigas. Las noches en que se reunían todas para dormir en casa de alguna de las cuatro hablaban sin cesar durante horas de esto y de aquello, escuchaban música o veían películas. Tenían permiso para estar levantadas el tiempo que quisieran, incluso para pasar despiertas la noche entera. Aunque ninguna de ellas lo había conseguido. Todavía. Cuando dormían en casa de Parker, les dejaban quedarse a jugar en la terraza de su dormitorio hasta medianoche, si el tiempo lo permitía. Le encantaba estar en esa terraza en primavera, la mejor época del año para salir, y desde allí oler los jardines de la propiedad de los Brown y sentir la fragancia de la hierba si el jardinero había segado ese día. La señora Grady, el ama de llaves, solía traerles leche y galletas. O a veces magdalenas. Y la señora Brown se asomaba de vez en cuando para ver qué se traían entre manos. Casi siempre, sin embargo, estaban las cuatro solas. —Cuando sea una ejecutiva famosa y viva en Nueva York, no tendré tiempo para el amor. —Laurel, con su pelo rubio claro veteado de verde tras un tratamiento casero de acondicionador mezclado con polvos de saborizante artificial Kool-Aid de sabor a lima-limón, daba un toque moderno a los cabellos rojo intenso de Mackensie. —Pero hay que vivir el amor —insistió Emma. —Ni hablar. —Laurel, con la lengua asomando entre los dientes, convertía un mechón del cabello de Mac en una larga y fina trencita—. Yo seré como mi tía Jennifer, que le cuenta a mi madre que no tiene tiempo de casarse y que no necesita a ningún hombre para sentirse realizada y todo eso. Vive en el Upper East Side y va a fiestas con Madonna. Papá dice que es una rompepelotas. Pues bien, yo también seré una rompepelotas e iré a fiestas con Madonna. —Como si lo viera —espetó Mac con sorna. El breve tirón que notó en la trencita le arrancó unas risas—. Bailar es divertido, y supongo que el amor está muy bien si no te vuelve imbécil. Mi madre solo piensa en el amor, y en el dinero, claro. En las dos cosas, supongo. Es como si siempre quisiera tener L AMOR, EN OPINIÓN DE EMMALINE,

amor y dinero a la vez. —Ese no es amor de verdad —le aclaró Emma dándole una palmadita cariñosa en la pierna—. Creo que el amor es cuando dos personas están pendientes la una de la otra porque se han enamorado. Ojalá fuéramos mayores y pudiéramos enamorarnos. —Suspiró abiertamente—. Creo que tiene que ser sensacional. —Tenemos que besar a un chico para averiguar de qué va la cosa. Todas se quedaron mirando a Parker, que, echada boca abajo sobre la cama, observaba a sus amigas jugando a peinarse. —Tenemos que elegir a un chico y conseguir que nos dé un beso. Estamos a punto de cumplir los doce. Hay que probar para saber si nos gustará o no. Laurel entrecerró los ojos. —¿Como en un experimento? —Pero ¿a quién le vamos a dar un beso? —se preguntó Emma. —Haremos una lista. —Parker rodó por la cama para tomar la libreta nueva que estaba encima de la mesilla de noche. En la tapa había un dibujo de un par de zapatos rosas abiertos por la puntera—. Escribiremos el nombre de todos los chicos que conocemos y luego los nombres de los que pensamos que vale la pena darles un beso. Y diremos el porqué. —No suena nada romántico. Parker le dedicó una breve sonrisa a Emma. —Por algo hay que empezar, y las listas siempre ayudan. Bueno, los familiares no nos servirán. Me refiero a Del —precisó Parker aludiendo a su hermano—, o a los hermanos de Emma, que, por otro lado, son demasiado mayores. —Abrió la libreta y buscó una página en blanco—. A ver… —A veces te meten la lengua en la boca. La frase de Mac les arrancó chillidos, bromas y más risas. Parker se levantó de la cama y fue a sentarse en el suelo, junto a Emma. —Bien, cuando hayamos hecho la lista principal, podemos dividirla. Sí y No. Luego elegimos un nombre de la lista del Sí. Si conseguimos que el chico nos bese, tenemos que contarles a las demás cómo ha ido. Y si nos mete la lengua en la boca, las otras también tendrán que saberlo. —¿Y si elegimos uno que no quiere besarnos? —¿Qué dices, Em? —Laurel, terminando ya la última trencita, hizo un gesto de incredulidad—. Cualquier chico va a querer darte un beso. Eres muy guapa y hablas con ellos como si fueran normales. Hay chicas que parecen estúpidas cuando andan chicos cerca, pero tú no. Además, te están creciendo los pechos. —A los chicos les gustan los pechos —informó Mac en plan entendida. En fin, si no te da un beso, se lo das tú. No creo que sea para tanto. Emma pensó que lo era, o al menos debería serlo. De todos modos, escribieron la lista, y solo eso ya les hizo reír. Laurel y Mac representaron qué táctica seguirían algunos de aquellos chicos para conseguir un beso y todas terminaron rodando por el suelo muertas de risa, hasta que el señor Fish, el gato, se fue indignado del dormitorio para ir a aovillarse a la salita de Parker. Parker camufló la libreta cuando la señora Grady entró con la leche y las galletas. Más tarde, la idea de interpretar a la Banda de las Chicas las tuvo revolviendo en el armario y las cómodas de Parker

buscando prendas que les sirvieran para subir al escenario. Se quedaron dormidas en el suelo, sobre la cama. Aovilladas, despatarradas. Emma se despertó antes del amanecer. La habitación estaba a oscuras, salvo por el resplandor que emitía la lamparilla de noche del dormitorio de Parker y los rayos de luna que se filtraban por los ventanales. Alguien la había tapado con una manta ligera y le había puesto una almohada debajo. Siempre había alguien que velaba por ellas cuando las niñas se quedaban allí a pasar la noche. La luz de la luna la atrajo y, todavía medio dormida, salió a la terraza. Un aire frío, denso con la fragancia de las rosas, le rozó las mejillas. Contempló los jardines de contornos plateados donde la primavera habitaba en tenues colores y dulces siluetas. Le pareció oír música, casi se vio bailando entre rosas y azaleas, entre peonías que aún conservaban los pétalos y el perfume en su prieta redondez. Creyó ver la silueta de su pareja, alguien que le hacía girar danzando. El vals, pensó con un suspiro. Tendría que ser un vals, como en los cuentos. Era eso el amor, pensó Emma cerrando los ojos para respirar el aire de la noche. Se prometió que un día sabría lo que era.

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E

confusos, que poblaban su mente que Emma se puso a revisar la agenda con la primera taza de café. Tener una consulta tras otra le daba el mismo subidón que un café cargado y dulce. Deleitándose en ello, se retrepó en la silla de su precioso despacho para repasar las notas de cada cliente que había ido añadiendo al margen. Por experiencia sabía que la personalidad de la pareja (o mejor dicho, de la novia) era algo muy útil para determinar el tono de la consulta, la intención que tenían los novios. En opinión de Emma, las flores eran el alma de toda boda. Elegantes o divertidas, elaboradas o simples, las flores simbolizaban el amor. Su trabajo consistía en obsequiar a los clientes con todo el amor y toda la pasión que deseaban. Suspiró, se desperezó y sonrió al ver el jarrón con rosas de pitiminí que había en su escritorio. No había nada como la primavera, pensó. La temporada de bodas había empezado a tope; eso significaba jornadas de días intensos y noches largas diseñando, arreglando y creando no solo para las bodas de esa misma primavera, sino también para las de la siguiente temporada. Le encantaba la continuidad tanto como el trabajo en sí. Eso era lo que Votos les había dado, a ella y a sus tres amigas íntimas: continuidad, un trabajo satisfactorio y la sensación de realizarse. Además podía dedicarse a combinar flores, vivir con flores y, prácticamente, nadar entre flores a diario. Se examinó las manos con aire reflexivo, los pequeños rasguños y diminutos cortes que había en ellas. Unos días se figuraba que eran heridas de guerra, otros, en cambio, le parecían medallas al valor. Esa mañana tan solo deseaba poder acordarse de que tenía que buscar el momento de hacerse la manicura. Echó un vistazo al reloj y calculó. Espoleada por un nuevo pensamiento, se levantó de golpe. Fue primero al dormitorio, eligió una sudadera escarlata con capucha y se la abrochó sobre el pijama. Tenía tiempo de pasarse por la casa principal antes de vestirse y arreglarse para el día. La señora Grady ya debía de estar preparando el desayuno, así que Emma podría ahorrarse cocinar o picotear cualquier cosa. Mientras bajaba a paso ligero por la escalera, pensó que en su vida todo eran ventajas. Cruzó la sala de estar que utilizaba como área de recepción y consulta y echó un rápido vistazo antes de salir. Humedecería las flores expuestas antes de la primera entrevista y… ah, ¡qué hermosos eran esos lirios orientales recién abiertos! Salió de la que había sido la casa de invitados de la propiedad de los Brown, y que ahora era su hogar y la sede de Centros Florales (su parte de Votos), inspiró hondo para notar el aire primaveral… y se echó a temblar. Maldita sea, ¿por qué no podía hacer más calor? Estaban en abril, caray; en la época de los narcisos. Si incluso los pensamientos que había plantado estaban preciosos, pensó negándose en redondo a aceptar que una mañana gélida (en la que, encima, empezaba a lloviznar) le pusiera de mal humor. Se arrebujó en la sudadera, asió con fuerza la taza de café, metió la mano que le quedaba libre en el bolsillo y se marchó caminando hacia la casa principal. A su alrededor, todo despertaba de nuevo a la vida. Por poco que se fijara, podía adivinar la RAN TANTOS LOS DETALLES, LA MAYORÍA

promesa del follaje en los árboles, los indicios de lo que serían las delicadas inflorescencias del cornejo y el cerezo. Esos narcisos querían abrirse, y el azafrán ya lo había hecho. Quizá caería otra nevada primaveral, pero lo peor ya había pasado. Pronto llegaría la época de cavar la tierra y sacar algunas de sus preciosidades del invernadero para dejarlas a la vista. Añadiría ramos, festones y guirnaldas, pero nada superaba a la madre Naturaleza cuando se trataba de crear el paisaje más cautivador para una boda. Y en su opinión, también, nada superaba a la propiedad de los Brown cuando se trataba de brindar el marco más adecuado para ello. Los jardines, que incluso entonces ya eran de exposición, pronto estallarían en colores, flores, aromas… e invitarían a pasear por los sinuosos senderos, a sentarse en un banco y relajarse al sol o a la sombra. Parker la había dejado al cargo de todo (en la medida en que Parker podía dejar a alguien al cargo) y cada año tenía que hacer combinaciones, plantar algo nuevo o supervisar a los paisajistas. Las terrazas y los patios conformaban hermosos espacios habitables al aire libre que resultaban perfectos para bodas y celebraciones: recepciones junto a la piscina y en las terrazas, ceremonias en el cenador de rosas o en la pérgola, o quizá un poco más lejos, junto al estanque que había bajo el sauce llorón. «Lo tenemos todo», pensó Emma. ¿Y qué decir de la casa? ¿Cabía la posibilidad de que fuera más grácil, más bella? El maravilloso azul tenue, los cálidos toques de amarillo y crudo… Los diversos perfiles del tejado, las ventanas en arco y los balcones forjados se sumaban a su elegante encanto. En realidad, el pórtico de la entrada estaba concebido para que lo invadieran un verdor exuberante o sofisticados colores y texturas. De niña pensaba que se encontraba en el país de las hadas, coronado incluso con un castillo. Ahora era su hogar. Se desvió hacia la casita de la piscina, donde su socia Mac vivía y tenía el estudio de fotografía. Al acercarse a la entrada vio que la puerta se abría. Emma esbozó una sonrisa y saludó con un gesto al larguirucho de pelo alborotado y chaqueta de tweed que salía en ese momento. —¡Buenos días, Carter! —Hola, Emma. La familia de Carter y la suya eran amigas desde que le alcanzaba la memoria. Ahora, Carter Maguire, antiguo profesor de Yale y actual catedrático de literatura en su instituto de toda la vida, se había prometido con una de sus mejores amigas. La vida no solo era buena, pensó Emma, sino también un excitante camino de rosas. Con ese pensamiento en la cabeza, ejecutó unos pasos de baile acercándose a Carter, lo agarró por la solapa, se puso de puntillas y le dio un sonoro beso. —¡Uau! —exclamó él sonrojándose un poco. —Oye, tú —Mackensie, con sueño en los ojos y la mata de pelo rojizo destacando en la penumbra, se apoyó en la jamba de la puerta—, ¿intentas pasar el rato con mi chico? —Ojalá. Te lo robaría, pero lo has hechizado y vampirizado. —Tú lo has dicho. —Bueno —Carter les sonrió azorado a ambas mujeres—, bonita manera de empezar el día. La reunión de profesores que me espera no será ni la mitad de agradable. —Llámalos y diles que te encuentras mal —susurró Mac casi con un ronroneo—. Yo sí te daré algo

agradable. —Ja, ja… Ya. En fin. Adiós. Emma, sin dejar de sonreír, lo vio alejarse con prisas hacia el coche. —Caray, es monísimo. —Sí lo es. —Y mírate a ti: la Chica Feliz. —La Chica Feliz y Prometida. ¿Quieres que te enseñe mi anillo otra vez? —Oooh… —exclamó Emma con amabilidad cuando Mac movió los dedos—. Ahhh… —¿Ibas a desayunar? —Ese es el plan. —Espera. —Mac se inclinó hacia un lado, agarró una chaqueta y luego cerró la puerta tras ella—. Solo he tomado un café, así que… Las dos acompasaron la marcha y, de repente, Mac frunció el ceño. —Esa taza es mía. —¿Quieres que te la devuelva ahora? —Ya sé por qué estoy alegre esta mañana de perros, y es por lo mismo por lo que no he tenido tiempo de desayunar. Se llama Duchémonos Juntos. —La Chica Feliz también es la Bruja Chula. —Y muy orgullosa de ello. ¿Por qué estás tan contenta? ¿Has metido a un hombre en casa? —Por desgracia, no. Pero tengo programadas cinco consultas para hoy, y eso es una manera fantástica de empezar la semana, que se suma a la preciosa manera en que terminó la anterior, con la merienda de ayer. Esa boda fue una delicia, ¿verdad? —Una pareja sexagenaria intercambiando los votos matrimoniales y celebrándolo con los hijos de él, los hijos de ella y los nietos. No solo fue una delicia, sino que creo que estas cosas dan seguridad. Era la segunda vez para los dos, y ahí los tienes, listos para repetir, deseando vivir juntos y en armonía. Saqué unas fotos fabulosas. En fin, me parece que a esos alocados jovenzuelos les va a ir bien. —Hablando de jovenzuelos alocados, habrá que organizar lo de tus flores. Aunque pienses que falta mucho para diciembre —dijo Emma temblando—, pronto lo tendremos aquí, y eso ya lo sabes. —Ni siquiera he decidido cómo van a ser las fotos de compromiso. No he mirado vestidos, ni he pensado en los colores. —A mí me sientan bien los tonos gema —dijo Emma parpadeando repetidas veces. —A ti te sienta bien una arpillera. ¿Y tú me llamas Bruja Chula? Mac abrió la puerta y, como la señora Grady ya había regresado de sus vacaciones de invierno, se acordó de restregar los zapatos en el felpudo antes de entrar. —Tan pronto como encuentre el vestido, haremos una puesta en común sobre lo demás. —Eres la primera de nosotras que se casa, la primera que celebrará su boda aquí. —Sí. Será interesante ver cómo nos las arreglamos para organizar la boda y formar parte al mismo tiempo. —Ya sabes que puedes contar con Parker para la logística. Si alguien es capaz de conseguir que todo vaya como una seda, esa es Parker. Las dos amigas entraron en la cocina, y se vieron sumidas en el caos.

Mientras la equitativa Maureen Grady trabajaba junto al fuego, con movimientos eficaces y expresión plácida, Parker y Laurel caminaban arriba y abajo discutiendo. —Hay que hacerlo —insistió Parker. —Y una mierda, y una mierda. —Laurel, esto es un negocio, y en los negocios hay que servir al cliente. —Deja que te diga lo que serviría yo a esta clienta. —Basta ya. —Parker, con su abundante melena color castaño recogida en una cola, iba vestida con el clásico traje de chaqueta azul oscuro que destinaba para las entrevistas con los clientes. Sus ojos, de un color parecido, echaban chispas de la impaciencia—. Mira, he hecho una lista con todo lo que ella ha elegido, el número de invitados, sus colores, la selección de flores. Ni siquiera tienes que hablar con ella. Yo haré de puente entre las dos. —Y ahora te diré lo que puedes hacer con tu lista. —La novia… —La novia es una borde. La novia es imbécil, una niña mimada y malcriada que dejó muy claro hace un año que ni necesitaba ni quería mis servicios personales. Que me muerda a mí si le apetece, porque lo que es a mis pasteles, a esos no les va a hincar el diente, aunque ahora se haya dado cuenta de que cometió una estupidez. Vestida con el pantalón del pijama y la camiseta sin mangas de algodón con los que había dormido, con el cabello todavía despeinado de la noche, Laurel se dejó caer en una silla de la mesita del rincón donde desayunaban. —Tienes que calmarte —dijo Parker agachándose para recoger una carpeta. Probablemente Laurel la habría tirado al suelo, adivinó Emma—. Todo lo que necesitas está aquí. —Dejó la carpeta sobre la mesa—. Ya le he asegurado a la novia que nos encargaremos de todo, así que… —Así que tú diseñas y horneas un pastel de boda de cuatro pisos entre hoy y el sábado, más el pastel del novio y una selección de postres. Para doscientas personas. Y lo haces sin tiempo de prepararlo bien, con tres celebraciones más durante el fin de semana y otra por la noche dentro de tres días. —Con una expresión de rebeldía pintada en el rostro, Laurel cogió la carpeta y la dejó caer deliberadamente al suelo. —Ahora estás comportándote como una cría. —Perfecto. Soy una cría. —Chicas, vuestras amiguitas han venido a jugar —canturreó la señora Grady con un tono de voz muy dulce y la mirada risueña. —Ah, me parece que mi madre me llama —dijo Emma intentando batirse en retirada. —¡No, no te vayas! —exclamó Laurel dando un salto—. ¡Escucha esto! El enlace de los Folk y Harrigan. El sábado por la noche. Estoy segura de que recuerdas que la novia rechazó que Glaseados de Votos se ocupara del pastel o de los postres, que se rio de mí y de mi propuesta e insistió en que su prima, una chef de repostería de Nueva York que ha estudiado en París y diseña pasteles para actos muy especiales, se ocupara de los postres. ¿Recuerdas lo que me dijo? —Esto… —Emma se desplazó porque Laurel apuntaba con el dedo justo a su corazón—. Las palabras exactas, no. —Bien, pues yo sí. Dijo que estaba segura (y lo dijo con esa sonrisilla socarrona) de que yo era

capaz de ocuparme de la mayoría de los banquetes, pero que ella quería lo mejor de lo mejor para su boda. Me lo soltó a la cara. —Y fue muy maleducada, sin duda —terció Parker. —No he terminado todavía —protestó Laurel entre dientes—. Ahora, a las quinientas, se descuelga diciendo que su brillante prima se ha fugado con uno de sus clientes. Gran escándalo, porque el cliente de marras conoció a la brillante prima cuando le encargó que diseñara un pastel para su propia fiesta de compromiso. Ahora están desaparecidos en combate y la novia quiere que me meta en faena para salvarle el día. —Que es a lo que nos dedicamos. Laurel… —No estoy hablando contigo —espetó la joven amenazando primero a Parker con un dedo y señalando luego a Mac y a Emma—. Hablo con ellas. —¿Qué? ¿Habías dicho algo? —preguntó Mac sonriendo de oreja a oreja—. Lo siento, debe de haberme entrado agua en los oídos al ducharme. No oigo nada. —Cobarde. ¿Em? —Ah… —¡El desayuno! Todas a sentarse. —La señora Grady trazó un círculo en el aire—. Tortilla de claras sobre una tostada de pan integral. Sentaos, sentaos. Comed. —No comeré hasta que… —Sentémonos. —Emma, interrumpiendo la parrafada de Laurel que se les avecinaba, adoptó un tono conciliador—. Dame un minuto para pensar. Sentémonos todas y… Oh, señora Grady, esto tiene una pinta increíble. —Cogió dos platos a modo de escudo, se dirigió al rincón donde estaba la mesa y se acomodó en una silla—. No hay que olvidar que somos un equipo. —A ti no te han insultado y no te han colgado ningún marrón. —En realidad, sí. O me lo colgaron, mejor dicho. A Whitney Folk podemos ponerle la coletilla «zilla» y llamarla Noviazilla. Podría contarte las pesadillas que esa mujer me provoca, pero esa historia la dejo para otro día. —Yo tengo más cosas que contar —terció Mac. —Veo que has recuperado el oído —musitó Laurel. —Es grosera, exigente, malcriada, complicada y desagradable —siguió explicando Emma—. Por lo general, cuando planificamos una ceremonia, sin olvidar los problemas que pueden surgir y lo extrañas que son algunas parejas, me gusta pensar que estamos ayudándoles a vivir un día que marcará el comienzo del «y fueron felices y comieron perdices». Pero con esta en concreto me sorprendería que llegaran a los dos años. Esa mujer fue muy grosera contigo, y no creo que te dedicara una sonrisilla socarrona, más bien creo que te sonrió con desprecio. No me gusta. Complacida por las muestras de apoyo, Laurel miró con aires de suficiencia a Parker y empezó a comer. —Dicho lo cual, comprendamos que somos un equipo, y las clientas, incluso las malas pécoras que se las dan de marquesas, tienen que quedar contentas. Y aunque son dos buenas razones —dijo Emma capeando la mirada de rabia de Laurel—, hay algo mejor aún. Vas a demostrarle a ese culo plano, grosero y desdeñoso, lo que sabe hacer una brillante chef de repostería, y bajo presión. —Parker ya ha intentado este argumento conmigo. —Oh. —Emma cortó un trocito de tortilla—. Vale, pero así están las cosas.

—Podría machacar a su prima robahombres con mis pasteles. —No lo dudo. Personalmente, creo que la novia tendría que arrastrarse a tus pies, al menos un poquito. —Me gusta la idea —consideró Laurel—, y que pida clemencia. —Podría mirar de arreglar eso —dijo Parker tomando su taza de café. También le dije que si aceptábamos de una manera tan imprevista, le cargaríamos un importe adicional. Añadí el veinticinco por ciento. Se agarró a ello como a un clavo ardiendo, y de hecho soltó unas lágrimas de agradecimiento. Los ojos azules de Laurel resplandecieron con una nueva luz. —¿Lloró? Parker inclinó la cabeza y arqueó una ceja en dirección a Laurel. —¿Y si es así? —Me reconforta mucho saberlo, pero aun así, tendrá que aceptar lo que yo le diga, y además tendrá que gustarle mi propuesta. —Por descontado. —Comunicadme vuestra decisión… cuando os hayáis decidido —dijo Emma—. Yo trabajaré en las flores y la decoración de la mesa. —Y entonces le dedicó una sonrisa compasiva a Parker—. ¿A qué hora te llamó para contarte todo esto? —A las tres y veinte de la mañana. Laurel se acercó a Parker para darle una palmadita en la espalda. —Lo siento. —Es mi parte del convenio. Saldremos de esta. Siempre lo conseguimos.

Siempre lo conseguían, pensó Emma mientras hidrataba los arreglos florales de su sala de estar. Y confiaba en que así sería siempre. Echó un vistazo a una fotografía que conservaba en un sencillo marco blanco en la que se veía a tres niñas jugando al «día de la boda» en un jardín, en verano. Ella fue la novia ese día y llevó el ramo de hierbas y flores silvestres, y también el velo de encaje. Además, se había sentido tan encantada e ilusionada como sus amigas cuando la mariposa azul se posó sobre un diente de león que había en su ramo. Mac también estaba allí, por supuesto. Tras la cámara, captando el momento. Era un auténtico milagro que hubieran podido convertir su juego preferido de la infancia en un próspero negocio. Los dientes de león habían quedado atrás, pensó mientras ahuecaba las almohadas. ¿Cuántas veces habría visto la misma mirada, encantada y estupefacta, en el rostro de una novia al ofrecerle el ramo que había hecho para ella? Para ella especialmente. Esperaba que la reunión que iba a comenzar terminase en boda a la primavera siguiente, y que esa misma mirada atónita se dibujara en el rostro de la novia. Dispuso sus carpetas, álbumes y libros y fue al espejo a comprobar cómo le quedaban el pelo, el maquillaje y la caída del traje pantalón que se había puesto. La imagen era una prioridad en Votos, pensó. Sonó el teléfono y, apartándose del espejo, fue a contestar la llamada. —Centros Florales de Votos —respondió con un tono alegre—. Sí, hola, Roseanne. Claro que me

acuerdo de ti. La boda es en octubre, ¿verdad? No, no es demasiado pronto para tomar estas decisiones. Mientras hablaba, Emma cogió una libreta de su escritorio y la abrió. —Podemos concertar una cita para la semana que viene, si te va bien. ¿Puedes traer una foto de tu vestido? Fantástico. Si has elegido los vestidos de las damas o los colores… ajá. Te ayudaré con todo eso. ¿Qué te parece el lunes próximo a las dos? Anotó la cita en su agenda y levantó la vista al oír el sonido de un coche que aparcaba. Una clienta al teléfono y otra acercándose a la puerta. ¡Adoraba la primavera!

Emma le mostró a la última clienta del día su exposición de arreglos y ramos de seda, así como diversas muestras, que tenía preparadas en varias mesas y estantes. —Hice esto cuando me enviaste por correo la foto de tu vestido y me diste una idea aproximada de cuáles eran tus flores y colores preferidos. Ya sé que me dijiste que preferías un ramo espectacular y en cascada, pero… —De un estante, Emma cogió un ramo de rosas y lirios unidos entre sí con una cinta blanca y entrelazada de perlas—. Quería que vieras esto antes de que tomaras una decisión en firme. —Es precioso, y además son mis flores preferidas; pero no me parece… cómo lo diría… bastante grande. —Dado el corte de tu vestido, la falda tubular y la hermosa pedrería del cuerpo, este ramo más moderno te quedaría espectacular. Pero quiero que elijas exactamente lo que quieres, Miranda. Esta otra muestra se parece bastante a lo que tienes en mente. Emma tomó un arreglo en cascada del estante. —¡Oh, es como un jardín! —Sí. Deja que te muestre un par de fotos —propuso Emma abriendo sobre el mostrador una carpeta de la que sacó dos fotografías. —¡Es mi vestido! Con los ramos. —Mi socia Mac es un hacha con el Photoshop. Con estas fotos te harás una idea de cómo combinan estos dos estilos con tu vestido. No hay que precipitarse. Es tu día, y cada uno de los detalles tiene que ser exactamente como desees. —Pero tienes razón, ¿no? —Miranda examinó los dos retratos—. El grande… es como si tapara el vestido; el otro, en cambio, le va como anillo al dedo. Es elegante sin dejar de ser romántico. Porque es romántico, ¿verdad? —Creo que sí. Los lirios, con un matiz rosado que contrasta con las rosas blancas, y unos toques de verde pálido. La cinta blanca colgando, el destello de las perlas… A mí me parece, si a ti te gusta, que podríamos reservar los lirios para tus damas, quizá atados con una cinta rosa. —Creo… —Miranda acercó el ramo de muestra a un antiguo espejo de cuerpo entero que había en un rincón. Su sonrisa se abrió como una flor al estudiar su reflejo—. Parece que lo hayan montado unos duendecillos laboriosos. Y me encanta. Emma anotó la composición en su libreta. —Me alegro. Trabajaremos con esa idea y montaremos los ramos en espiral. Pondré jarrones transparentes en la mesa de presidencia, así los ramos no solo se mantendrán frescos, sino que servirán como decorado durante la recepción. Veamos, para el ramo que tendrás que lanzar, se me ha ocurrido que

sea solo de rosas blancas, un poco más pequeño que este. —Emma cogió otra muestra diferente—. Y que vaya atado con unas cintas de color rosa y blanco. —Eso sería perfecto. ¡Está resultando mucho más fácil de lo que imaginaba! Complacida, Emma seguía anotando en su libreta. —Las flores son importantes, pero también tendrían que ser divertidas. No hay que precipitarse, recuérdalo. Después de todo lo que me has dicho, entiendo que el tono de la boda tendría que ser un romanticismo moderno. —Sí, eso es exactamente lo que busco. —Tu sobrina, la niña que llevará las flores, tiene cinco años, ¿verdad? —Los cumplió el mes pasado. Está nerviosísima por tener que esparcir pétalos de rosa por el pasillo central. —Ya lo imagino. —Emma tachó la idea de la almohadilla perfumada de su lista mental—. Podríamos usar este cesto tan elegante, forrarlo de satén blanco y entrelazarlo con rosas de pitiminí, y también ponerle unas cintas rosadas y blancas que cuelguen. Iría lleno de pétalos rosados y blancos. Podríamos hacer una diadema para la niña, con rosas de pitiminí rosadas y blancas. En función del vestido, y de tus gustos, podría ser un diseño sencillo o podríamos pasarle unas cintas que le colgaran por detrás. —Pongamos cintas, sin duda. Es muy coqueta. Estará encantada. —Miranda tomó la diadema de muestra que Emma le ofreció—. Oh, Emma, ¡es como una pequeña corona! Digna de una princesa. —Exacto. —Cuando Miranda se la puso en la cabeza, Emma rio—. Una niña presumida de cinco años se sentirá como en el cielo con ella. Y tú serás su tía favorita durante toda la vida. —Estará preciosa. Sí, sí a todo. El cesto, la diadema, las cintas, las rosas, los colores… —Magnífico. Me lo estás poniendo muy fácil. Ahora tenemos que ocuparnos de las madres y las abuelas. Podríamos hacer unos ramilletes, de los que se llevan en la muñeca o como un broche, con rosas, lirios o combinando ambas flores a la vez. Pero… Sonriendo, Miranda dejó a un lado la diadema. —Cada vez que dices «pero» acaba resultando fantástico. Dime, ¿pero qué? —Creo que podríamos modernizar el clásico porta ramilletes. —No tengo ni idea de lo que es. —Es un ramo pequeño, como este, que va en un recipiente diminuto para que las flores se mantengan frescas. Pondremos unos soportes en las mesas, en el lugar donde ellas se sienten, y eso también vestirá sus mesas un poco más que las del resto de los invitados. Usaremos lirios y rosas, en miniatura, pero podríamos invertir los colores. Rosas de color rosa y lirios blancos, con un toque de verde pálido. O si eso no combina con sus vestidos, flores blancas para todas. Y el porta ramilletes que sea pequeño, no muy sofisticado. Me decantaría por uno parecido a este, de plata, muy simple, sin decoraciones. Podríamos grabar en él la fecha de la boda, vuestros nombres o los nombres de ellas. —Es como si fueran a tener sus propios ramos. Como el mío, pero en miniatura. Oh, mi madre estará… Al ver que a Miranda se le ponían los ojos llorosos, Emma le alcanzó la caja de pañuelos de papel que siempre tenía a mano. —Gracias. Esto es lo que quiero. Aunque tengo que pensar en el monograma y me gustaría hablarlo con Brian.

—Tienes todo el tiempo del mundo. —Pero quiero eso. Y con colores invertidos, creo, porque así será como si los ramos les pertenecieran más. Voy a sentarme un rato. Emma la acompañó al rincón donde había unas butacas y dejó la caja de pañuelos cerca de Miranda. —Quedará precioso. —Ya lo sé. Lo veo. Es como si lo viera, y ni siquiera hemos empezado con los arreglos y los centros de mesa, por no hablar del resto. Pero puedo verlo. Tengo que contarte una cosa. —Dime. —Mi hermana… mi dama de honor, ¿sabes?, nos presionó mucho para que contratáramos a Felfoot. Siempre ha sido el lugar por excelencia de Greenwich, y es precioso. —Es una maravilla, y el trabajo que hacen es soberbio. —Pero Brian y yo nos enamoramos de este lugar, de su aspecto, del ambiente, del modo en que trabajáis las cuatro. Era justo lo que queríamos. Cada vez que vengo, o que me reúno con alguna de vosotras, me doy cuenta de que estábamos en lo cierto. Tendremos una boda increíble. Lo siento —dijo Miranda secándose los ojos una vez más. —No lo sientas. —Emma cogió un pañuelo para ella—. Para mí es un halago, y nada me hace más feliz que tener a una novia sentada junto a mí llorando de felicidad. ¿Qué tal si nos tomamos una copa de champán para calmarnos un poco antes de pasar a las flores de ojal? —¿Lo dices en serio? Emmaline, si no estuviera locamente enamorada de Brian, te pediría que te casaras conmigo. Soltando una carcajada, Emma se levantó. —Ahora mismo vuelvo.

Un rato después Emma despidió a la excitada novia y, cansada aunque relajada, se instaló en su despacho con una cafetera pequeña a mano. Miranda tenía razón, pensó mientras introducía todos los detalles en el ordenador. Su boda sería espectacular. Con muchísimas flores, de estilo moderno y con unos toques románticos. Velas y el brillo satinado de las cintas y la gasa. Rosados y blancos con notas de atrevidos azules y verdes para contrastar y potenciar el efecto. Plata bruñida y cristal transparente para matizar. Líneas alargadas y el capricho de unas luces de colores. Mientras escribía el borrador con todos los detalles del contrato, se felicitó por el día tan productivo que había tenido. Y como al día siguiente tenía que trabajar en los arreglos de la celebración que tocaba por la noche entre semana, decidió que se acostaría temprano. Resistiría la tentación de ir a ver lo que la señora Grady había hecho para cenar y se prepararía una ensalada, o puede que un poco de pasta. Se acurrucaría luego para ver una película u hojear un montón de revistas y llamaría a su madre. De ese modo tendría tiempo de terminarlo todo, pasar una velada descansada y estar en la cama antes de las once. Estaba sacando una impresión de prueba del contrato, cuando su teléfono sonó con los dos timbrazos rápidos de su línea particular. Echó un vistazo al visor y sonrió. —Hola, Sam. —Hola, preciosa. ¿Qué haces en casa cuando deberías estar conmigo? —Trabajar.

—Son más de las seis. Déjalo todo, cariño. Adam y Vicki dan una fiesta. Podríamos ir primero a picar algo. Te recogeré dentro de una hora. —Uau, espera. Le dije a Vicki que esta noche no me iba bien. Hoy he tenido un montón de entrevistas y todavía me queda otra hora más antes de… —Hay que comer, ¿o no? Y si has estado trabajando todo el día, mereces salir a jugar un rato. Ven a jugar conmigo. —Eres un encanto, pero… —No querrás que vaya a la fiesta solo. Nos dejamos caer por ahí, tomamos una copa, nos echamos unas risas y nos marchamos cuando quieras. No me partas el corazón. Emma alzó los ojos mientras veía esfumarse su plan de acostarse temprano. —No puedo salir a cenar, pero nos encontraremos allí sobre las ocho. —Puedo pasar a recogerte a las ocho. «Y entonces querrás entrar cuando me acompañes de vuelta a casa —pensó ella—. Y eso no va a ocurrir.» —Nos veremos allí. De ese modo, si quiero marcharme y tú te estás divirtiendo, no tendrás que acompañarme. —Me conformo con eso. Te veré allí.

2

«M

E GUSTAN LAS FIESTAS», SE REPITIÓ .

Le gustaba la gente y la conversación. Disfrutaba eligiendo el vestido que se pondría, maquillándose y peleándose con su pelo. Era una chica. Le gustaban Adam y Vicki… De hecho, fue ella quien hizo las presentaciones cuatro años antes, cuando le quedó claro que Adam resultaba mejor como amigo que como amante. Votos había organizado su boda. Le atraía Sam, pensó con un suspiro mientras aparcaba frente a un moderno edificio de dos plantas y bajaba el parasol para comprobar su maquillaje en el espejo. Le gustaba salir con él a cenar, ir a una fiesta o a un concierto. El problema era el chispómetro. El día que lo conoció, marcó un siete en firme, un siete alto. Además, lo encontró listo y divertido, y le encantó su físico y su seguridad. Sin embargo, el beso de la primera cita desplomó el chispómetro a un miserable dos. No había sido culpa de él, admitió Emma mientras salía del coche. Lo que pasaba era que faltaba «eso». Había probado con unos cuantos besos más (besar era una de sus actividades favoritas). Sin embargo, nunca superaron el dos… y eso, siendo generosa. No era fácil decirle a un hombre que no tenías intención de acostarte con él. Entraban en juego los sentimientos y los egos; pero lo había hecho. El problema, tal como lo veía Emma, era que él en realidad no se lo creía. Quizá en la fiesta encontraría alguien a quien presentarle. Entró en la casa, la envolvieron la música, las voces, las luces… y no tardó en ponerse de buen humor. Le encantaban las fiestas. Echó un vistazo rápido y vio que conocía a una docena de personas. Fue repartiendo besos y abrazos sin dejar de avanzar hacia los anfitriones. A cierta distancia reconoció a una prima política y la saludó con la mano. Addison, pensó, y le hizo un signo de que iría luego a hablar con ella. Soltera, divertida, espectacular; sí, Addison y Sam se caerían bien. Se aseguraría de presentarlos. Encontró a Vicki en la moderna y amplia cocina hablando con unos amigos y llenando una bandeja de comida para la fiesta. —¡Emma! Pensaba que no podías venir. —Solo me quedo un rato. Estás fantástica. —Y tú también. ¡Oh, gracias! —Vicki cogió el ramo de tulipanes veteados que Emma le ofreció—. Son preciosos. —Siguiendo la onda del «Mira por dónde, ya ha llegado la primavera», te he traído estas flores. ¿Te echo una mano? —Ni hablar. Te daré una copa de vino. —Media. He venido en coche y, de verdad, no puedo quedarme mucho rato. —Pues media copa de cabernet. —Vicki dejó las flores sobre la encimera para tener las manos libres

—. ¿Has venido sola? —En realidad, he quedado con Sam. —¡Aaah! —exclamó Vicki arrastrando la sílaba. —De hecho, no va por ahí. —Oh. —Mira… Dame, eso lo haré yo —dijo cuando Vicki sacó un jarrón para poner las flores. Se puso a arreglar el ramo y bajó la voz—: ¿Qué te parecen Addison y Sam? —¿Están juntos? No me había dado cuenta… —No, solo barruntaba. Creo que se gustarían. —Claro. Supongo. Hacéis muy buena pareja. Tú y Sam. Emma dejó escapar un suspiro esquivo. —¿Dónde está Adam? No lo he visto entre la gente. —Estará en la terraza tomando una cerveza con Jack. —¿Jack está aquí? —Emma procuró mantener las manos ocupadas y cuidó el tono de voz para que sonara despreocupado—. Tendré que ir a decirle hola. —Estaban hablando de béisbol hace un rato. Ya sabes cómo son. Vaya si lo sabía. Conocía a Jack Cooke desde hacía más de una década, desde que él y el hermano de Parker, Delaney, compartieron habitación en Yale. Y Jack había pasado mucho tiempo en la propiedad de los Brown. Hacía poco se había mudado a Greenwich y había abierto un pequeño despacho de arquitectura muy exclusivo. Había sido un punto de apoyo para Parker y Del cuando sus padres murieron en un accidente en su avioneta particular. Y fue como un salvavidas cuando las chicas decidieron empezar el negocio, porque diseñó las remodelaciones de la casa de la piscina y la casa de invitados para adecuarlas a las necesidades de la empresa. Prácticamente era de la familia. Sí, se aseguraría de saludarlo antes de irse. Con la copa de vino en la mano, se volvió en el momento en que Sam entraba en la sala. Qué guapo era, pensó. Alto y corpulento, con un brillo perenne en los ojos. Quizá un poquito estudiado, con el corte de pelo siempre impecable y la ropa siempre adecuada, pero… —Ahí está. Hola, Vic. —Sam le entregó a Vicki una botella de un buen cabernet (el detalle perfecto… como siempre), le dio un beso en la mejilla y le dedicó a Emma una sonrisa muy cálida—. Precisamente quien andaba buscando. —Y atrapó a Emma en un entusiasta beso que apenas alcanzó el nivel de agradable en la escala de la joven. Emma se las arregló para zafarse unos centímetros y ponerle una mano en el pecho por si a él se le hubiera metido en la cabeza besarla de nuevo. Luego le sonrió y añadió a su gesto una carcajada amistosa. —Hola, Sam. En ese momento Jack, con el pelo rubio oscuro alborotado por la brisa nocturna y una chaqueta de piel abierta sobre unos tejanos desgastados, entró por la puerta de la terraza. Arqueó las cejas al ver a Emma y sus labios dibujaron una sonrisa. —Hola, Em. No quería interrumpir. —Jack. —Emma le dio un pequeño codazo a Sam para apartarse aún más de él—. Conoces a Sam,

¿verdad? —Claro. ¿Qué tal? —Bien. —Sam cambió de posición y cogió a Emma por el hombro—. ¿Y tú? —No puedo quejarme. —Jack tomó una patata frita y la mojó en una salsa—. ¿Qué tal las cosas en la granja? —le preguntó a Emma. —Estamos liadas. En primavera tocan bodas. —En primavera toca béisbol. Vi a tu madre el otro día. Sigue siendo la mujer más hermosa que haya existido jamás. La espontánea sonrisa de Emma fue cálida como un rayo de sol. —Es verdad. —Sigue negándose a abandonar a tu padre por mí, pero no he perdido la esperanza. En fin, os veré luego. Sam. Cuando Jack se alejó, Sam volvió a cambiar de postura. Emma, que conocía de sobra la danza, también se movió. No quería quedarse atrapada entre él y la encimera. —Había olvidado cuántos amigos comunes tenemos Vicki, Adam y yo. Conozco a muchos de los que han venido a la fiesta. Tendré que recorrer unas cuantas bases. Ah, hay una persona que me gustaría mucho que conocieras. Emma tomó a Sam de la mano con un gesto alegre. —No conoces a mi prima Addison, ¿verdad? —No lo creo. —No la he visto desde hace meses. Vayamos a buscarla y te la presentaré. Emma lo arrastró hacia el tumulto.

Jack cogió un puñado de cacahuetes, se puso a charlar con un grupo de amigos y observó a Emma mientras esta guiaba al Joven Ejecutivo de Turno entre la gente. Estaba… irresistible, pensó. Irresistible no solo porque era sexy, tenía los ojos almendrados, era curvilínea, tenía una piel dorada, una melena ondulada y unos labios suaves y carnosos, cosas de por sí devastadoras, sino porque a eso había que añadir el calor y la luz que parecían emanar de ella. Menuda combinación la de esa mujer. Por otro lado, tuvo que recordarse, era la hermana honoraria de su mejor amigo. En cualquier caso, era raro verla sin su pandilla habitual de amigas, familiares o gente variopinta alrededor. O, como ahora, con algún que otro admirador. Cuando una mujer tenía el aspecto de Emmaline Grant, siempre la rondaba alguien de cerca. De todos modos, no hacía ningún daño por mirar. Jack era un hombre que valoraba las líneas y las curvas… tanto en los edificios como en las mujeres. A su juicio, Emma era casi perfecta arquitectónicamente. Por eso se dedicó a pelar cacahuetes fingiendo que seguía la conversación y la observó mientras se deslizaba y contoneaba por la sala. La manera en que se detenía, saludaba, hacía pausas, reía o sonreía parecía espontánea, pensó. Pero a lo largo de los años Jack había hecho una especie de estudio sobre ella y supo que Emma se movía con un propósito. Picándole la curiosidad, cambió de grupo para no perderla de vista.

Ese tipo, el tal Sam, no paraba de acariciarle la espalda y de cogerla por los hombros. Ella le sonreía mucho, le reía las gracias mirándole por debajo de aquellas largas pestañas pero, ah, en su lenguaje corporal (también había hecho un estudio de su cuerpo) no había acuse de recibo. Oyó que ella llamaba —«¡Addison!»— y que seguía caminando con esa risa suya que hacía hervir la sangre para ir a abrazarse con una rubia muy guapa. Las dos empezaron a charlar, sonriéndose como lo hacen las mujeres, acercándose la una a la otra para examinarse (sin duda) antes de decirse lo guapas que estaban. «Estás fantástica». «¿Has adelgazado?» «Me encanta tu pelo». Según tenía observado, ese ritual femenino en concreto tenía diversas variantes, pero el tema siempre era el mismo. En ese momento Emma se colocó de lado de tal manera que el hombre y la rubia quedaron frente a frente. Entonces lo comprendió, por la manera en que ella se desplazó unos centímetros, alzó una mano al aire y dio unos golpecitos en el brazo a Sam. Quería aparcar a ese tío y pensó que la rubia lo distraería. Cuando Emma se esfumó en dirección a la cocina, Jack levantó la cerveza brindando por ella. «Bien jugado, Emmaline —pensó—. Bien jugado».

Jack se marchó temprano de la fiesta. Tenía un desayuno de trabajo a las ocho y un día muy completo con inspecciones y visitas de obra. En algún momento de la jornada, o al día siguiente, tendría que buscar un hueco para sentarse a su mesa de dibujo y darle vueltas a la ampliación que Mac quería hacer en su estudio ahora que se había prometido a Carter y los dos vivían juntos. Sabía cómo hacerlo sin violentar las líneas y los volúmenes del edificio, pero quería poner todo eso sobre el papel y barajar un poco sus ideas antes de mostrarle el resultado a Mac. Le resultaba extraño que Mac fuera a casarse, y que además lo hiciera con Carter. Era imposible no simpatizar con él, pensó Jack. Apenas se habían movido en los mismos círculos cuando ellos dos y Del estudiaban en Yale. Pero el tipo le caía bien. Además, sabía poner un brillo especial en los ojos de Mac. Y eso decía mucho a su favor. Con la radio a todo volumen, repasó mentalmente las distintas ideas que se le habían ocurrido para crear un nuevo espacio para el despacho de Carter donde pudiera dedicarse… a lo que fuera que se dedicaban los catedráticos de literatura en los despachos de sus casas. Mientras conducía, la lluvia que durante todo el día había caído de forma intermitente se transformó en aguanieve. «Abril en Nueva Inglaterra», pensó. Sus faros iluminaron a un coche que estaba aparcado en la cuneta y a una mujer, de pie, frente al capó levantado y con los brazos en jarras. Jack se detuvo, salió del coche y, metiéndose las manos en los bolsillos, se acercó despacio a Emma. —Cuánto tiempo sin vernos. —Maldita sea. Se ha muerto. Se ha parado —protestó Emma con aspavientos y tan irritada que Jack dio un paso atrás con cautela para evitar que le diera con la linterna que blandía en una mano—. Además está nevando. ¿Te lo puedes creer? —Ya lo veo. ¿Has comprobado la manecilla de la gasolina? —No me he quedado sin gasolina. No soy imbécil. Es la batería o el carburador. O uno de estos manguitos, o estas correas…

—Sí, eso reduce el campo de acción. Emma suspiró hondo. —Maldita sea, Jack, soy florista, no mecánica. Su frase le arrancó una carcajada. —Esta sí que es buena. ¿Has llamado a la asistencia en carretera? —Ahora llamaré, pero he pensado que antes tendría que echar un vistazo por aquí, por si se trata de algo simple y fácil. ¿Por qué no simplifican lo que va metido ahí dentro para ahorrar problemas a los que conducimos? —¿Por qué las flores tienen unos nombres en latín tan extraños que son imposibles de pronunciar? Has dado con preguntas fundamentales. Anda, deja que eche un vistazo. —Jack tendió la mano para que ella le pasara la linterna—. Caray, Emma, estás temblando. —Me habría abrigado más si hubiera sabido que terminaría de pie y como una imbécil junto a la carretera, en plena noche y bajo una tormenta de nieve. —Apenas nieva —remató Jack quitándose la chaqueta y ofreciéndosela. —Gracias. Emma se arrebujó dentro de la prenda mientras él se inclinaba bajo el capó. —¿Cuándo fue la última vez que pasaste la revisión? —No lo sé. Hace tiempo. Jack la miró, y sus ojos grises humo la observaron con severidad. —Ese «hace tiempo» debe de ser nunca. Los cables de la batería están oxidados. —¿Qué significa eso? —Emma dio un paso adelante y metió la cabeza bajo el capó como él—. ¿Puedes arreglarlo? —Puedo… Jack volvió la cabeza y Emma también. Lo único que Jack alcanzó a ver fueron unos ojos castaños y aterciopelados y, por un momento, perdió la facultad del habla. —¿Qué? —dijo Emma, y su aliento se posó cálido sobre sus labios. —¿Qué? —Eso, ¿qué diablos estaba haciendo? Se irguió retirándose de la zona de peligro—. Lo que… lo que puedo hacer es arrancarlo con las pinzas para que llegues a casa. —Ah, vale. Bien. Me parece bien. —Luego tendrás que llevar este cacharro a que lo arreglen —dijo Jack. —Por supuesto. Será lo primero que haga. Te lo prometo. La voz de Emma sonaba algo trémula y ese detalle le recordó que hacía frío. —Métete en el coche mientras engancho las pinzas. No enciendas el motor, no toques nada hasta que yo te lo diga. Jack dio la vuelta a su coche hasta que este quedó situado frente al de Emma. Sacó las pinzas eléctricas y ella aprovechó para volver a salir del automóvil. —Quiero ver lo que haces —le explicó—. Por si alguna vez tengo que hacerlo yo. —Muy bien. Pinzas eléctricas, baterías. Polo positivo y negativo. Vale más que no los confundas porque si los conectas mal… —Jack enganchó una pinza a la batería, soltó una exclamación como si lo estrangularan y empezó a temblar. Emma, en lugar de ponerse a chillar, se rio y le dio un manotazo en el brazo.

—Idiota. Tengo hermanos. Conozco vuestros jueguecitos. —Tus hermanos habrían tenido que enseñarte a arrancar un coche sin batería. —Creo que ya lo hicieron, más o menos, pero no presté atención. Llevo un juego de esas pinzas en el maletero, y también otras cosas para emergencias. Pero nunca he tenido que utilizarlos. Lo que hay bajo tu capó brilla más que en el mío —añadió mirando con el ceño fruncido el motor. —Incluso el hollín brilla más que tu coche. Emma soltó un bufido. —Después de lo que acabo de ver, no te lo discutiré. —Entra y arranca. —¿Que arranque el qué? Era broma… —Ja, ja, ja. Cuando el motor arranque, en el supuesto de que lo haga, no apagues el contacto. —Entendido. —Emma se metió en el coche y cruzó los dedos antes de dar la vuelta a la llave. El motor tosió, roncó, le arrancó una mueca a Jack y se puso en marcha con un gruñido. Emma sacó la cabeza por la ventanilla y le sonrió. —¡Ha funcionado! A Jack le cruzó por el pensamiento la idea de que con toda esa energía, su sonrisa podría encender un centenar de baterías agotadas. —Dejaremos que cargue un rato y luego te seguiré hasta tu casa. —No es necesario. No te pilla de camino. —Te seguiré a casa para asegurarme de que no se te escacharra por el camino. —Gracias, Jack. Solo Dios sabe el mal rato que habría pasado aquí fuera si no hubieras aparecido tú. Estaba maldiciendo mis huesos por haber ido a esa endemoniada fiesta, porque lo que me apetecía hacer esta noche era relajarme con una peli y acostarme temprano. —¿Y por qué has ido? —Porque soy débil —respondió ella encogiéndose de hombros—. Sam no tenía ningunas ganas de ir solo y, en fin, a mí me gustan las fiestas. Por eso pensé que estaría bien quedar con él allí y pasar una horita juntos. —Ajá. ¿Cómo han ido las cosas entre él y la rubia? —¿Perdón? —La rubia que le has enchufado. —No se la he enchufado. —Emma apartó la vista y luego volvió a mirarlo a los ojos—. Vale, sí lo he hecho, pero solo porque pensaba que se gustarían. Cosa que ha ocurrido. Habría pensado que había valido la pena el esfuerzo de salir esta noche si no hubiera terminado averiada en la cuneta. No me parece justo. Y ahora me da un poco de vergüenza porque te has dado cuenta. —Al contrario, me has dejado impresionado. Eso y la salsa han sido las cosas que más me han gustado de la fiesta. Voy a quitar las pinzas. Veamos si ha recargado bien. Si funciona, espera a que entre en mi coche antes de ponerte a conducir. —Vale. Jack, te debo una. —Sí, me la debes. —Jack le sonrió. Al ver que el coche de Emma seguía en marcha, cerró el capó y luego bajó el suyo. Echó las pinzas de la batería en el interior del maletero, se acomodó tras el volante y encendió los faros para indicarle

que empezara a moverse. La siguió bajo el encaje de fina nieve mientras intentaba no pensar en ese momento en que, bajo el capó, su aliento le había rozado con calidez los labios. Emma tocó el claxon en señal amistosa cuando llegó al camino particular de la propiedad de los Brown. Jack aminoró la marcha y se detuvo. Se quedó contemplando los faros traseros de su coche, que, internándose en la oscuridad, desaparecieron tras la curva que conducía a la casa de invitados. Permaneció un rato allí, a oscuras, y luego dio la vuelta y se marchó a casa.

Emma vio por el retrovisor que Jack se detenía al principio del camino. Dudó, y se preguntó si no habría debido invitarle a entrar y que se tomara un café antes de dejar que diese media vuelta y regresase a su casa. Es lo que habría debido de hacer (lo mínimo que podía haber hecho), pero ya era demasiado tarde. Por otro lado, ya estaban bien las cosas de esa manera. No era prudente invitar a entrar a un amigo de la familia que marca un explosivo diez en tu chispómetro, sola y de noche por añadidura. Sobre todo cuando todavía notaba la punzada en el estómago de aquel absurdo momento bajo el capó del coche en el que le habían entrado ganas de besarlo. Se habría puesto en ridículo. No, no habría sido lo correcto. Deseó poder ir a contarle el maldito embrollo a Parker, Laurel o Mac. Mejor aún, a las tres juntas. Pero eso estaba fuera de lugar. Había cosas que no podían compartirse, ni siquiera con las mejores amigas del mundo. Sobre todo cuando estaba claro que Jack y Mac habían tenido una aventura unos años antes. Sospechaba que Jack se había enrollado con un montón de mujeres. No iba a echárselo en cara, pensó mientras aparcaba. A ella le gustaba la compañía de los hombres. Le gustaba el sexo. Y, a veces, una cosa llevaba a la otra. Además, ¿cómo alguien podía pretender encontrar el amor de su vida sin buscarlo? Apagó el motor, se mordió el labio y dio una vuelta a la llave del contacto. El coche hizo unos ruidos muy desagradables y pareció dudar, pero al final arrancó. Eso debía de ser una buena señal, decidió la joven apagando el motor. De todos modos, lo llevaría al taller… tan pronto como pudiera. Tendría que preguntarle a Parker, que siempre estaba enterada de todo, lo del mecánico. Entró en casa, tomó una botella de agua y se la llevó al piso de arriba. Por culpa de Sam y de la estúpida batería no lograría acostarse a la disciplinada hora de las once, pero podría hacerlo a medianoche. Y eso significaba que no tenía ninguna excusa para perderse la sesión de gimnasia que había planeado a primera hora de la mañana. Ninguna excusa, se advirtió a sí misma. Dejó el agua en la mesilla de noche, junto a un pequeño jarrón de fresias y, al ir a desnudarse, se dio cuenta de que todavía llevaba puesta la chaqueta de Jack. —Oh, maldición. Olía tan bien, pensó. El cuero y Jack. Ese aroma no le ayudaría a tener sueños apacibles. Por eso dejó

la chaqueta en el otro extremo de la habitación, en el respaldo de una silla. El paso siguiente sería devolvérsela, pero ya se ocuparía de eso más adelante. Quizá alguna de las chicas tendría que ir a la ciudad por algún asunto y podría acercársela. No era un acto de cobardía pasarle el marrón a otra. Era actuar con eficiencia. La cobardía no tenía nada que ver con aquello. Veía a Jack muy a menudo. Continuamente. Solo que no veía por qué tenía que hacer el viaje aposta si otra podía ir en su lugar. Seguro que él tenía alguna chaqueta más. Era improbable que necesitara esa en concreto, y a la mañana siguiente. Si fuera tan importante para él, no la habría olvidado. Era culpa de Jack. Pero ¿no había dicho que ya se ocuparía de eso más adelante? Se puso un camisón y entró en el baño para empezar su ritual nocturno. Desmaquillarse, tonificar e hidratar la piel, y luego cepillarse los dientes y el pelo. Esa rutina y su bonito cuarto de baño acostumbraban a relajarla. Le encantaban los colores alegres, su preciosa bañera aislada, el estante de botellas color verde claro, que siempre llenaba con flores, las que tuviera a mano. En ese momento eran unos narcisos diminutos en homenaje a la primavera, aunque sus alegres corolas parecían sonreírle con suficiencia. Malhumorada, apagó la luz de un manotazo. Siguiendo el ritual, quitó el conjunto de almohadones y los cojines bordados de la cama y esponjó las almohadas. Se acostó y se acurrucó para disfrutar de las sábanas suaves y blandas en contacto con su piel, del aroma de ensoñación de las fresias perfumando el aire y… «¡Mierda!» Todavía percibía el olor de su chaqueta. Suspirando, se puso boca arriba. ¿Y qué? ¿Qué había de malo en tener pensamientos lujuriosos con el mejor amigo del hermano de su mejor amiga? Ni que fuera un delito. Los pensamientos lujuriosos eran lo más normal del mundo. De hecho, era positivo tenerlos. Saludable incluso. Le encantaba tener pensamientos lujuriosos. ¿Por qué una mujer normal no podía tener pensamientos lujuriosos con un hombre sexy y fantástico que tenía un cuerpo impresionante y unos ojos como cuando el humo se confunde en la neblina? Estaría loca si no los tuviera. Ahora bien, ponerse manos a la obra… eso sí sería una locura. Pero tenía todo el derecho del mundo a soñar despierta. Emma se preguntó cómo habría reaccionado Jack si se le hubiera acercado unos centímetros más bajo el capó del coche y lo hubiera besado. Como todo hombre, supuso que le habría seguido la corriente. Y se lo habrían pasado de fábula en la cuneta, bajo la nieve, fundidos en un ardoroso abrazo. Los dos cuerpos febriles, el corazón latiendo con fuerza mientras la nieve caía sobre ellos y… No, no, ya empezaba a adornarlo. ¿Por qué siempre acababa así, convirtiendo la sana lujuria en una historia de amor? Aquel era su problema, y su origen sin duda era la maravillosa y romántica historia de amor que habían vivido sus padres. ¿Cómo no iba a desear algo parecido? «Olvídalo», se ordenó a sí misma. Con Jack no funcionaba lo de «y vivieron felices y comieron perdices». Valía más dejarlo todo en el plano de la lujuria. Estaban excitados, abrazándose en la cuneta, pero… Pero tras ese impulsivo beso, un beso electrificante, sin duda, se habrían sentido incómodos y avergonzados.

Se habrían visto obligados a disculparse o a bromear para quitar hierro al asunto. Y todo habría resultado extraño y forzado. Era demasiado tarde ya para tomar el camino de la lujuria. Ellos dos eran amigos, casi familia. Y una no trata de ligarse a sus amistades o a los miembros de la familia. Se sentía mejor, infinitamente mejor, si se guardaba para sí misma sus pensamientos mientras seguía buscando el amor verdadero. El amor que duraba toda la vida.

3

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ESENTIDA Y COMPADECIÉNDOSE DE SÍ MISMA ,

Emma se encaminó penosamente hacia el gimnasio particular de la casa principal. Su diseño reflejaba el estilo eficaz y el gusto indiscutible de Parker, cosas que, en ese momento, Emma detestó con amargura. La CNN sonaba de fondo en la pantalla plana mientras Parker, con un pinganillo en la oreja, tiraba millas en la bicicleta elíptica. Emma miró con el ceño fruncido la máquina de musculación Bowflex y se quitó la sudadera. Se volvió de espaldas a aquel aparato, a la bicicleta reclinable, al expositor de mancuernas y al estante de DVD con ejercicios amenizados por entrenadores animados o concienzudos, capaces de impartirle una sesión de yoga o pilates, de torturarla con la bola de ejercicios o intimidarla con el tai-chi. Desenrolló una colchoneta, se sentó en ella con la intención de hacer unos estiramientos para calentar… y terminó tumbándose. —Buenos días. —Parker la miró sin dejar de pedalear—. ¿Te acostaste tarde? —¿Cuánto rato llevas subida a eso? —¿La quieres usar tú? Casi he terminado. Estoy enfriando. —Odio esta sala. Aunque el suelo esté reluciente y la pintura sea preciosa, no por eso deja de ser una cámara de torturas. —Te encontrarás mejor después de haber pedaleado un par de kilómetros. —¿Por qué? —Desde su postura yacente, Emma alzó las manos—. ¿Quién lo dice? ¿Quién ha decidido que la gente, de repente, tiene que pedalear o correr varios kilómetros al día, o que retorcerse en posturas antinaturales es bueno para el cuerpo? En mi opinión son los que venden estas máquinas horribles y los que diseñan esos atuendos tan monos que tú llevas. —Emma miró airada los leggings a la última moda y el alegre top rosa y gris que vestía su amiga—. ¿Cuántos equipos monísimos como ese tienes? —Miles —respondió Parker con sequedad. —¿Lo ves? Y si no te hubieran convencido para que pedalearas kilómetros y te retorcieras en posturas antinaturales (y se te viera perfecta), no habrías gastado ese dineral en una ropita tan linda. Para variar, podrías haber donado los fondos a una causa digna. —Lo que ocurre es que estos pantalones de yoga me hacen un culo estupendo. —Desde luego. Pero aquí nadie te está viendo el culo aparte de mí. ¿Qué sentido tiene? —Satisfacción personal. —Parker aminoró la marcha y se detuvo. Saltó de la bicicleta y la limpió con una toallita impregnada con alcohol—. ¿Qué pasa, Em? —Ya te lo he dicho. Odio esta sala y todo lo que representa. —Eso ya lo sabía, pero conozco tu tono de voz. Estás molesta, y eso es raro en ti. —Estoy enfadada, y eso le puede pasar a cualquiera. —No. —Parker cogió una toalla, se secó la cara y bebió un poco de agua—. Casi siempre estás alegre y optimista, y tienes buen carácter, aun cuando te pones pesada. —¿Ah, sí? Jo, debo de ser un coñazo.

—Casi nunca. —Parker se fue a la máquina de musculación y empezó unos ejercicios de brazos y pectorales como si fueran de lo más fácil. Emma, sin embargo, sabía que requerían un gran esfuerzo. Sintió un nuevo amago de rabia y se incorporó. —Estoy cabreada. Esta mañana estoy cabreadísima. Anoche… Emma se interrumpió cuando vio entrar a Laurel con el cabello recogido de manera desenfadada y vistiendo un sujetador deportivo y unos pantalones de ciclista. —Voy a quitar la cnn porque me importa un rábano lo que digan —les avisó. Cogió el mando a distancia, apagó el televisor y puso la cadena de música con rock duro y retumbante. —Baja eso al menos —ordenó Parker—. Emma iba a contarnos por qué está tan cabreada esta mañana. —Em nunca se enfada. —Laurel cogió una colchoneta y la desplegó en el suelo—. Es un coñazo. —¿Lo ves? —Emma, como ya estaba en el suelo, decidió que se apuntaba a unos estiramientos—. Sois mis mejores amigas y durante todos estos años no me habéis dicho que soy una pelmaza con la gente. —Probablemente las únicas que lo notamos somos nosotras —dijo Laurel empezando una serie de abdominales—. Pasamos el día entero contigo. —Eso es cierto. En ese caso, jódete. Buf, ¿las dos hacéis esto cada día, en serio? —Parker viene todos los días, porque es obsesiva. Yo soy más bien de tres veces por semana, cuatro si llevo las pilas cargadas. Lo de hoy es extra, porque he dado con el diseño perfecto para la novia quejica y eso me ha dado alas. —¿Tienes algo para enseñarme? —preguntó Parker. —Lo que decía yo, obsesiva. —Laurel se puso a hacer unos roll-ups—. Luego. Ahora quiero escuchar la historia de este cabreo. —¿Cómo puedes con eso? —la interpeló Emma, muy enfadada—. Parece que alguien te levante con una cuerda invisible. —Abdominales de acero, querida. —Te odio. —No te culpo. Imagino, por tu enfado, que hay un hombre —siguió diciendo Laurel—. Así que te exijo que me des detalles. —En realidad… —Caray, ¿qué es esto? ¿El día de las Damas en el Gimnasio Brown? —exclamó Mac entrando en la sala y quitándose la sudadera con capucha. —Más bien es Cucurucho de Nata en el País de los Infiernos —comentó Laurel—. ¿Qué estás haciendo aquí? —Vengo de vez en cuando. —Lo que haces de vez en cuando es mirar una foto de esta sala y decides que eso ya es ejercicio suficiente. —He hecho borrón y cuenta nueva. Por mi salud. —No me vengas con esas —exclamó Laurel con una sonrisita. —Vale. He decidido que mi vestido de novia no lleve tirantes y quiero tener unos brazos y unos hombros espectaculares. —Volviéndose hacia el espejo, Mac hizo un estiramiento—. Tengo buenos brazos, y buenos hombros también, pero eso no basta. —Dejó escapar un suspiro y se quitó los

pantalones de chándal—. Me estoy convirtiendo en una novia quisquillosa y obsesiva. Me odio a mí misma. —Aunque te vuelvas quisquillosa y obsesiva, estarás preciosa con el vestido de novia —terció Parker—. Ven y fíjate en lo que estoy haciendo. Mac frunció el ceño. —Me he fijado, y me parece que no me va a gustar. —Tienes que mantener el ritmo y hacerlo con suavidad. Quitaré algo de resistencia, para que te resulte más fácil. —¿Estás sugiriendo que soy una quejica? —Quiero ahorrarme los gemidos y la llantera de mañana si empiezas a mi nivel. Yo practico tres veces a la semana. —Y tienes unos brazos y unos hombros fantásticos. —Además, según fuentes fidedignas, estos pantalones me hacen un culo fenomenal. En fin, como decía, suave y con ritmo. Tres tandas de quince. —Parker le dio unas palmaditas a Mac—. Veamos si, con suerte, esta es la última interrupción. Emma, empieza a cantar. —Que no cante —pidió Mac. —Chitón. Nos iba a contar algo. Emma se ha despertado enfadada esta mañana porque… —Anoche fui a casa de Adam y Vicki. Ya conocéis a los MacMillian. No era mi intención, porque ayer tuve un día muy ajetreado y hoy me toca una jornada dura. Sin embargo, todo fue de perlas en el trabajo, sobre todo la última entrevista. Pasé un rato redactando contratos y tomando notas y luego decidí que prepararía la cena, vería una película y me acostaría pronto. —¿Quién fue el que te llamó y te convenció para salir? —preguntó Mac torciendo el gesto al iniciar la primera tanda de ejercicios. —Sam. —Sam es el informático, aquel memo tan marchoso que es la excepción a la regla, a pesar de las gafas que lleva a lo Buddy Holly… o puede que debido a eso. —No. —Emma hizo un gesto de negación a Laurel—. Ese es Ben. Sam es el ejecutivo de publicidad, el de la sonrisa fantástica. —Aquel con el que decidiste que no volverías a tener una cita —añadió Parker. —Exacto. Y de hecho no fue una cita. No quise ir a cenar con él y le dije que tampoco viniera a buscarme, pero… sí, cedí en lo de la fiesta y quedamos en vernos allí. Le dije que no me acostaría con él hace dos semanas, se lo dejé clarísimo. Sin embargo, dudo que se lo creyera. En fin, vi a Addison en la fiesta. Es prima tercera mía, creo, por parte de padre. Un encanto, justo su tipo. Hice las presentaciones y se cayeron muy bien. —Tendríamos que ofrecer un paquete de cómo encontrar pareja —propuso Laurel empezando con los ejercicios de piernas—. Solo con los tíos que Emma quiere quitarse de encima, podríamos duplicar los beneficios. —Yo no me quito a los hombres de encima. Eso suena fatal. Yo reconduzco la situación. En fin, en la fiesta me encontré a Jack. —¿A nuestro Jack? —preguntó Parker. —Sí, y fue una suerte, porque no tardé en largarme y, a mitad de camino, mi coche se averió. Empezó a meter ruido, se ahogó y se paró. Fuera nevaba y estaba oscuro. Estaba congelándome, y ese tramo de la

carretera está desierto, claro. Al ver que los ejercicios de piernas no pintaban mal, Emma empezó a imitar los movimientos de Laurel. —Tienes que instalarte el sistema OnStar en el coche de una vez por todas. Uno de los botones es una conexión a proveedores de servicios de emergencia —le dijo Parker—. Te pasaré la información. —¿No os parece un sistema de seguridad algo siniestro? —preguntó Mac, resoplando mientras completaba la tercera tanda de ejercicios—. Permites que sepan exactamente dónde estás. Creo, y os lo digo en serio, que pueden oírte, aunque no hayas apretado el botón de ayuda. Te escuchan todo el rato. Estoy segura. —Porque les encanta oír cómo desafinan los demás cuando tararean las canciones de la radio. Les debe de alegrar el día. ¿A quién llamaste? —le preguntó Parker a Emma. —Al final no tuve que llamar a nadie. Jack apareció antes. Echó un vistazo y me dijo que era la batería. Logró que arrancara. Ah, y me dejó su chaqueta, que olvidé devolverle. O sea que en lugar de pasar una velada tranquila y agradable, tuve que esquivar los labios de Sam, buscarle a alguien para que se entretuviera y, al final, me quedé tirada en la cuneta con un frío glacial cuando lo único que quería era tomarme un gran plato de ensalada y ver una película romántica. Ahora tengo que llevar el coche al taller e ir a casa de Jack a devolverle la chaqueta. Para acabar de empeorarlo, hoy estoy de trabajo hasta las cejas y no voy a poder ir. Por eso estoy enfadada, porque… — Emma se escapó por la tangente mientras se daba la vuelta para ejercitar la otra pierna—. No he dormido bien pensando en cómo podría resolverlo todo hoy. Además, no he parado de meterme caña por haberme dejado convencer para salir. —La joven resopló—. Y ahora que ya os lo he contado todo, me doy cuenta de que no vale la pena seguir lamentándose. —Las averías son un latazo —dijo Laurel—, pero si tienes una avería en plena noche, cuando está nevando… No hay nada peor que eso. Tu enfado tiene un pase. —Jack recalcó que era culpa mía, y lo peor es que tiene razón, porque nunca he llevado a revisar el coche. Y eso me cabreó más. Aunque Jack me lo solucionó, y además me dejó su chaqueta. Luego me siguió hasta casa para asegurarse de que llegaba bien. En fin, ya ha pasado todo. Ahora tendré que procurar que revisen el coche y arreglen lo que deban. Alguno de los hombres de mi familia podría encargarse de todo, pero no me apetece que vuelvan a sermonearme sobre cómo descuido el coche, etcétera, etcétera. Así que… Parker, dime dónde lo llevo. —¡Yo te lo digo, yo te lo digo! —resopló Mac interrumpiendo su serie. Dáselo al tío que este invierno trajo una grúa para llevarse el coche de mi madre. El que le cae bien a Del. Quienquiera que sea capaz de enfrentarse a Linda en plena rabieta y decirle que se fastidie tiene mi voto. —Estoy de acuerdo —dijo Parker—. Y además Delaney Brown le ha dado su bendición. Del siempre es muy maniático con quien le revisa el coche. Es el Taller de Kavanaugh. Te daré el número y la dirección. —Malcom Kavanaugh es el dueño —añadió Mac—. Está buenísimo. —¿De verdad? Bueno, a lo mejor no habrá sido tan negativo quedarme sin batería. Intentaré llevar el coche la semana que viene. Mientras tanto, si alguna de vosotras va a la ciudad, ¿podría acercarse al despacho de Jack? Hoy no me puedo mover de aquí. —Devuélvesela el sábado —le propuso Parker—. Está en la lista de invitados a la boda que

celebraremos por la noche. —Ah, vale. —Emma miró con profundo desagrado la bici elíptica—. Ya que estoy aquí, mejor será que sude un rato. —¿Y yo? —preguntó Mac—. ¿No tengo bastante ya? —El resultado es espectacular. Los bíceps se contraen y trabajan —dijo Parker con voz autoritaria —. Te lo demostraré.

Antes de las nueve Emma estaba duchada, vestida y en el lugar donde debía estar: en su mesa de trabajo, rodeada de flores. Para celebrar las bodas de oro de sus padres, unos clientes le habían encargado que recreara la boda original y la recepción que siguió en el jardín. Y, a poder ser, que subiese el listón. Había clavado en un tablero unas fotos del antiguo álbum de boda y añadido unos bocetos de ideas y unos diagramas, junto con una lista de las flores, los receptáculos y los accesorios que utilizaría. En otro tablero había clavado un esbozo que había hecho Laurel de un pastel de boda de tres pisos, sencillo y elegante, rematado con unos narcisos amarillo intenso y unos tulipanes rosa pálido. Junto a él había colocado también una fotografía del adorno del pastel que la familia había encargado: una fiel reproducción de la pareja en el día de su boda que copiaba incluso el encaje que la novia había llevado en el dobladillo de la falda, acampanada hasta la rodilla. Cincuenta años juntos, pensó, mientras estudiaba las fotos. Día a día, noche tras noche. Cumpleaños y navidades. Nacimientos, muertes, discusiones y risas. Eso le parecía más romántico que un páramo azotado por el viento y los castillos de cuentos de hadas. Les obsequiaría con su jardín. Con un mundo lleno de jardines. Empezó con los narcisos y los plantó en unos maceteros rectangulares con una base de musgo, y luego añadió tulipanes, jacintos y otras variedades distintas de narcisos. Para completar el conjunto, plantó hierba doncella. Tuvo que llenar el carrito unas seis veces hasta transportar todas las plantas a la cámara frigorífica. A continuación, mezcló unos cuantos litros de agua con abono y, con esa solución, llenó unos cilindros alargados de cristal. Peló los tallos, los cortó bajo un chorro de agua clara y se puso a hacer los arreglos con espuelas de caballero, alhelíes, dragones, vaporosas nubes de jabonera y una esparraguera parecida a la puntilla. Agrupó los colores suaves y los más atrevidos, y luego los combinó a diferente altura para crear la ilusión óptica de un jardín en primavera. El tiempo pasó volando. Se detuvo para alzar los hombros, relajar el cuello y flexionar los dedos. Luego cogió un soporte de espuma previamente empapado en agua, clavó hojas de limonero alrededor del borde y las pulverizó con abrillantador de hojas. Ya tenía montada la base. Eligió unas rosas, limpió los tallos de hojas y espinas (apenas se quejó al pincharse) y los igualó de medida para poder utilizarlas en la primera de las cincuenta reproducciones que le habían encargado del ramo que la novia había llevado medio siglo antes. Por medio de una fijación adhesiva, clavó cada tallo en la base, trabajando del centro hacia fuera. Limpió, cortó, añadió… y aprobó la elección de rosas multicolores de la novia.

Era bonito, pensó, y alegre. Y cuando insertó la base en un jarrón chato de cristal, concluyó para sí: «Precioso». —Solo me quedan cuarenta y nueve. Decidió que empezaría a montar el resto después de tomarse un descanso. Llenó varias bolsas con los desechos de las flores y los transportó en un carrito hasta unos contenedores de compost. Luego se frotó los dedos y las uñas, que le habían quedado de color verde, en el fregadero. A modo de recompensa por la mañana de trabajo que acababa de completar, salió al patio a almorzar: Coca-Cola Light y pasta. Sus jardines no podían competir (todavía) con el que estaba creando. De todos modos, había que tener en cuenta que la feliz pareja se había casado en el sur de Virginia. «Dadme unas cuantas semanas más», pensó, satisfecha al ver que ya brotaban los bulbos primaverales y, que en las plantas perennes, apuntaban las hojas tiernas. La nieve de la noche anterior era un vago recuerdo comparada con el cielo azul y la suave temperatura. Divisó a Parker reunida con unos clientes potenciales a los que les enseñaba la finca y, en concreto, mostraba una de las terrazas de la casa principal. Parker señalaba hacia la pérgola, el cenador de rosas. Los clientes tenían que imaginarse la profusión de rosas y la exuberancia de las glicinas, pero Emma sabía que las urnas en las que había plantado pensamientos y vincapervincas rastreras daban el pego. Junto al estanque moteado por lechos de lirios, los sauces llorones empezaban a reverdecer. Se preguntó si esos futuros novios encargarían algún día a una atareada florista que creara cincuenta ramos para conmemorar su matrimonio. ¿Acabarían teniendo hijos, nietos y biznietos que los amaran tanto como para obsequiarles con una ceremonia parecida? Gimió al notarse los músculos, producto del ejercicio matinal y del trabajo de esa jornada, puso los pies en alto, sobre una silla que tenía delante, alzó el rostro al sol y cerró los ojos. Olió la tierra, el penetrante aroma a mantillo, y oyó los alegres trinos que un pájaro entonaba para celebrar el día. —Tienes que dejar de trabajar como una esclava. Emma se incorporó de golpe (¿se había quedado dormida?) y parpadeó al ver a Jack. Con la mente en blanco, lo vio enrollar la pasta y meterse el tenedor en la boca. —Está rica. ¿Tienes más? —¿Qué? ¡Ay, Dios mío! —Presa del pánico, miró el reloj y respiró aliviada—. Debo de haberme adormilado, pero solo un par de minutos. Me quedan cuarenta y nueve ramos por hacer. Jack frunció el ceño y, por debajo de las cejas, destacaron sus ojos color humo. —¿Celebráis una boda con cuarenta y nueve novias? —Mmm. No. —Emma sacudió la cabeza para aclararse las ideas—. Organizamos unas bodas de oro y tengo que hacer un ramo nupcial rememorando cada año. ¿Qué estás haciendo aquí? —Necesito la chaqueta. —Ah, claro. Lo siento, olvidé devolvértela ayer por la noche. —No pasa nada. Tengo una cita de trabajo por aquí cerca. —Jack tomó otro bocado de pasta—. ¿Tienes más? Me he perdido el almuerzo. —Sí, claro. Lo menos que puedo hacer es invitarte a comer. Siéntate. Te traeré un plato.

—Acepto, y me convendría un chute de cafeína. Caliente o fría. —Perfecto. —Emma lo observó mientras se arreglaba un mechón que se le había escapado de las horquillas—. Se te ve un poco machacado. —He tenido una mañana de perros. Y he de hacer otra visita a unas obras dentro de cuarenta y cinco minutos. Tú estabas a medio camino, así que… —Qué práctico. Ahora vuelvo. Era verdad que se sentía machacado, pensó Jack estirando las piernas. Y no tanto por el trabajo, ni por el careo de esa mañana con un inspector, del que habría salido mejor parado si no se hubiera pasado la noche en vela. Dar vueltas sin parar en la cama intentando apartar de su mente los sueños calenturientos que le inspiraba una dama de ojos hispanos machacaría a cualquiera. Eso explicaba que hubiera sido lo bastante imbécil y masoquista como para dejarse caer por su casa con la excusa de recoger la chaqueta. ¿Quién habría dicho que estaba tan sexy dormida al sol? Ahora ya lo sabía. Y eso no iba a ayudarle a conciliar el sueño. Lo que tenía que hacer era superarlo. Tendría que salir con una rubia o una pelirroja. Saldría a menudo con rubias y/o pelirrojas hasta que consiguiera devolver a Emma a la lista de «Prohibido el paso». Adonde pertenecía. Emma salió con la chaqueta en el brazo y una bandeja en las manos. Jack pensó que tenía esa clase de belleza que deja a un hombre sin resuello. Y cuando sonreía, como estaba haciendo en ese momento, esa mujer calaba por dentro como cuando a uno le cae encima un rayo. Intentó visualizar una señal de «Prohibido el paso». —Me queda un trozo del pan de aceitunas de mi tía Terry —le dijo ella—. Es buenísimo. Yo lo he tomado con café frío. —Me apetece mucho. Gracias. —De nada, es un placer. Me gusta tener compañía durante los descansos. —Emma se sentó de nuevo —. ¿En qué estás trabajando ahora? —Estoy metido en varias cosas —respondió él mordiendo el pan—. Tienes razón. Es buenísimo. —Es la receta secreta de tía Terry. Has dicho que tenías un trabajo por aquí cerca. —Tengo un par de proyectos por aquí. El que iré a ver ahora se está haciendo eterno. La clienta empezó conmigo hace dos años porque quería que le remodelara la cocina, que ha derivado en una renovación completa del baño principal, con bañera japonesa, bañera de hidromasaje empotrada y una ducha de vapor tan grande que caben seis personas en ella. Emma arqueó las cejas enmarcando sus preciosos ojos y tomó un bocado de pasta. —Qué divertido. —Casi esperaba que me pidiera otra ampliación para que cupiera una piscina portátil, pero entonces empezó a centrarse en el exterior. Decidió que quiere una cocina de verano junto a la piscina porque ha visto una en una revista y no puede vivir sin ella. —¿Quién podría vivir sin eso? Jack sonrió y siguió comiendo. —Tiene veintiséis años. Su marido, cincuenta y ocho; está forrado y le encanta satisfacer todos sus

caprichos. Y de caprichos, esta mujer tiene muchos. —Estoy segura de que la ama y, si puede pagarlo, ¿por qué no va a hacerla feliz? Jack se limitó a encogerse de hombros. —Por mí, estupendo. Me alimentaré de cerveza y nachos. —Eres un cínico. —Emma apuntó el tenedor hacia él y luego lo clavó en la pasta—. La ves como un trofeo, la esposa-niña, y a él como al madurito imbécil. —Supongo que eso es lo que debe de pensar su primera mujer. Yo los considero unos clientes. —No creo que la edad influya mucho en el amor o en el matrimonio. Cuentan más las personas y lo que sienten la una por la otra. Quizá ella le hace sentirse joven y vital, y ha despertado algo nuevo en él. Si solo se tratara de sexo, ¿por qué se habría casado con ella? —Lo único que digo es que una mujer con esa planta te aseguro que tiene un gran poder de persuasión. —Es posible, pero aquí hemos celebrado muchas bodas en las que había una gran diferencia de edad entre los novios. Jack movió el tenedor y lo clavó en la pasta imitando los movimientos de Emma. —No es lo mismo una boda que un matrimonio. Emma se recostó en la silla y tabaleó con los dedos en el reposabrazos. —Vale, tienes razón. Sin embargo, la boda es un preludio, el principio simbólico y ritual del matrimonio, así que… —Se casaron en Las Vegas. —Jack siguió comiendo con rostro inexpresivo, aunque advirtió que ella hacía esfuerzos para no reírse. —Mucha gente se casa en Las Vegas. Y eso no significa que no puedan vivir felices y satisfechos durante muchos años. —Los casó un travestí disfrazado de Elvis. —Vale, ahora te lo estás inventando. Pero aunque no fuera así, esta especie de… elección demuestra que ambos tienen sentido del humor y que son divertidos, factores esenciales, a mi modo de ver, para que un matrimonio funcione. —Buena argumentación. Y buena pasta. —Jack vio que Parker se había sentado en la terraza principal con los clientes potenciales—. Parece que los negocios van viento en popa. —Esta semana tenemos cuatro celebraciones en la finca y una despedida de soltera que coordinamos fuera. —Sí, yo asistiré a la boda del sábado por la noche. —¿Como amigo de la novia o del novio? —Del novio. La novia es un monstruo. —¡Y que lo digas! —Emma se apoyó en el respaldo y soltó una carcajada—. Me trajo una fotografía del ramo de su mejor amiga. No porque quisiera que le hiciera uno igual, porque eso, ni pensarlo. El de ella no tiene nada que ver, pero resulta que contó las rosas de su amiga y me dijo que quería que en su ramo hubiera al menos una más. Me advirtió que las contaría. —Y las contará. Te aseguro, sin miedo a equivocarme, que por muy bien que hagas tu trabajo, le encontrará fallos. —Sí, eso ya lo suponemos. Forma parte del oficio. Nos vemos obligadas a tratar con monstruos, ángeles y toda la gama intermedia. Pero hoy no hace falta pensar en ella. Hoy es un día feliz.

Jack notó que hablaba en serio. Se la veía relajada, toda ella resplandecía. Como en general solía sucederle. —¿Lo dices porque tienes que hacer cincuenta ramos? —Por eso y porque sé que a la novia de oro le van a encantar. Cincuenta años. ¿Te lo imaginas? —No puedo imaginarme cincuenta años en nada. —Eso no es verdad. Debes de imaginar que lo que construyes durará cincuenta años. Y esperemos que muchos más. —Has dado en el blanco —le concedió Jack—. Pero estamos hablando de construir. —El matrimonio también tiene que ver con eso. Con construir vidas. Hay que trabajarlo, cuidarlo y mantenerlo. Y la pareja que celebrará este aniversario demuestra que eso es posible. En fin, tengo que volver al trabajo. Se acabó el descanso. —Para mí también. Te ayudo con esto. —Jack cogió la bandeja y se levantó—. ¿Hoy trabajas sola? ¿Dónde están tus elfos? —Vendrán mañana. Y habrá follón cuando empecemos a preparar las flores para los actos del fin de semana. Hoy estoy sola, acompañada de unas tres mil rosas y un bendito silencio. —Emma le abrió la puerta. —¿Tres mil? ¿Lo dices en serio? Se te van a caer los dedos a trozos. —Mis dedos son muy fuertes. Y si lo necesito, una de las chicas vendrá un par de horas a ayudarme a limpiar los tallos. Jack dejó la bandeja en la encimera de la cocina pensando, por enésima vez, que la casa de Emma olía a prado. —Buena suerte esta tarde. Y gracias por el almuerzo. —De nada. —Lo acompañó a la puerta y Jack se detuvo en el umbral. —¿Y tu coche? —Oh. Parker me ha dado el nombre de un mecánico, de un sitio. El Taller de Kavanaugh. Lo llamaré. —Es muy bueno. No tardes en ir. Te veré el sábado. La imaginó regresando a sus rosas mientras él se dirigía al coche. Sentada, durante horas, sumida en su perfume, arrancando hojas y espinas a los tallos y… haciendo lo que fuera preciso para montar los arreglos que llevaban las mujeres al dar el gran paso. La recordó como la había visto al acercársele. Sentada al sol, con la cara vuelta hacia arriba, los ojos cerrados y sus deliciosos labios algo curvados, como si estuviera soñando en cosas agradables. Con su precioso pelo recogido y unos simples pendientes largos de plata en las orejas. Durante un breve e intenso momento, se le había pasado por la cabeza inclinarse y besar sus labios. Podría haber fingido que estaba bromeando e inventar un chiste sobre la Bella Durmiente. Emma tenía sentido del humor y a lo mejor se lo hubiera tomado bien. Pero también tenía genio. No lo mostraba a menudo, pero tenerlo, lo tenía. Daba igual, pensó, porque la oportunidad ya la había perdido. Una bandada de rubias y pelirrojas era preferible a esa comezón, cada vez más molesta, que sentía cuando aparecía Emma. Una amiga era una amiga, y una amante, una amante. Una amante podía convertirse en una amiga, pero te metías en arenas movedizas cuando una amiga se convertía en tu amante. Faltaba poco para llegar a la obra cuando se dio cuenta de que había olvidado la chaqueta en el patio.

—Mierda, ¡mierda…! Acababa de convertirse en uno de esos idiotas que, aposta, se dejan algo en casa de una mujer para tener la excusa de regresar y la oportunidad de intentar algo. Y no era eso. ¿O sí? Mierda. A lo mejor sí.

4

E

había formado a la tropa para que transformara los salones y convirtieran una alegre boda por la mañana de tema caribeño en el festejo al que ella secretamente llamaba Explosión Parisina. —Todo marcha como la seda —dijo Emma, que ya se había calzado sus zapatillas deportivas—. La novia quiere quedarse con los cestos, los jarrones y los centros que hayan sobrado. Habrá que ayudarles a cargar lo que no hayan regalado a los invitados. Beach y Tiffany, quitad las guirnaldas y las coronas, las de dentro y las de fuera. Empezad por el pórtico y luego seguid dentro. Tink, tú y yo empezaremos a decorar el salón principal. Cuando el pórtico esté preparado para colocar los nuevos arreglos, avisadme. Las suites de la novia y del novio ya están listas. Esperamos que la novia llegue a las tres y media para las sesiones de peluquería, maquillaje, vestido y fotos, que se harán en su suite. Necesitamos que la entrada, el vestíbulo y la escalera estén terminados antes de las tres y veinte, y el salón principal antes de las cuatro. Las terrazas, la pérgola y los patios a las cuatro cuarenta y cinco, y el salón de baile antes de las cinco cuarenta y cinco. Si necesitáis ayuda, venid a buscarme, a mí o a Parker. Pongámonos manos a la obra. Con Tink a su lado, Emma salió disparada como una flecha. Sabía que Tink era de fiar cuando quería, y eso equivalía a un setenta y cinco por ciento de las veces. A cambio, Emma únicamente debía enseñarle o explicarle las cosas una sola vez. Tink era una florista de talento… cuando quería. Además, en su opinión, tenía tanta fuerza que casi daba miedo. Tink, diminuta y fibrosa, con su pelo azabache y cortado a lo bruto ahora lleno de mechas de color rosa en honor a la primavera, se abalanzó sobre los adornos de la repisa de la chimenea como un torbellino. Descolgaron, embalaron, arrastraron, recogieron y se llevaron las velas naranja mango y blanco surf, las guirnaldas de buganvilias y los maceteros de helechos y palmeras. Tink mascaba su sempiterno chicle. Frunció la nariz y el aro que llevaba en ella centelleó. —Si alguien quiere palmeras y todo este rollo, ¿por qué no se va a la playa? —Si se hubieran ido a la playa, no nos habrían pagado para recrear una. —También es cierto. Emma abandonó el salón al recibir la señal y se dirigió al pórtico. Enroscó, drapeó y colgó kilómetros de tul blanco y esparció toneladas de rosas blancas hasta crear una entrada magnífica para la novia y sus invitados. Los coloridos maceteros con hibiscos y orquídeas dieron paso a unas enormes urnas blancas con millones de lilas. —Los novios número uno y todos sus invitados ya han salido —le dijo Parker. Llevaba un traje gris muy sencillo, la BlackBerry en una mano, el busca enganchado en el bolsillo y el pinganillo colgando—. Caray, Emma, esto es espectacular. —Sí, lo será. La novia Monstruosa rechazó las lilas. Unas flores demasiado sencillas para ella. Pero encontré una fotografía que la convenció. —Dio un paso atrás y asintió—. Sí, vale. Perfecto. —Llegará dentro de veinte minutos. L SÁBADO, A LAS DOS Y CUARTO, EMMA

—Lo conseguiremos. Emma entró corriendo en la casa. Tink y Tiffany estaban trabajando en la escalera. Más tul y rosas blancas, combinadas estas con farolillos, y largas guirnaldas de rosas colgando cada veinte centímetros. Perfecto. —Veamos, Beach, la entrada y los arreglos de la mesa de los regalos. Podemos cargar también con la primera de las piezas del salón principal. —Puedo enviarte a Carter —dijo Parker marcando en su busca—. Le he dicho que fuera al salón de baile a echarnos una mano, pero puedo pasártelo. —Es práctico que Mac se haya colgado de un tío corpulento y voluntarioso. Te tomo la palabra. Con el larguirucho de Carter y Beach, su salvavidas, Emma transportó tiestos, jarrones, cestas, hojas, guirnaldas, coronas y velas. —La nm está aparcando. —La voz de Parker salió por los auriculares de Emma y esta ahogó una risa sarcástica. La novia Monstruosa. Dio los últimos toques a la repisa de la chimenea, exuberante con velas blancas y plateadas, rosas blancas y lisianthus lavanda, antes de salir zumbando para ocuparse de los arreglos exteriores. Dispuso nuevas lilas en otras urnas, levantó a pulso unas enormes cestas plateadas con unos lirios de agua color berenjena y blanco nieve, colgó en las sillas que daban al pasillo central, forradas de blanco, unas esferas de flores de las que escapaban unas cintas plateadas y, al final, se bebió un botellín de agua como si hubiera estado en el desierto. —¿Solo eres capaz de hacer esto? Emma, sin dejar de frotarse las doloridas lumbares, se volvió. Jack estaba de pie, con las manos metidas en los bolsillos de un fabuloso traje gris y las gafas Oakley puestas para protegerse de la luz del sol. —Bueno, la novia quería algo sencillo. Jack se rio y sacudió la cabeza. —Es sorprendente, de una sofisticación afrancesada. —Sí. —Emma le apuntó con el dedo—. Ese era exactamente el plan. ¡Un momento! —El pánico hizo presa en ella como un terrier abalanzándose sobre un hueso—. ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Qué hora es? No es posible que sea tan tarde. Parker habría… —Emma se interrumpió al consultar su reloj—. Oh, gracias a Dios. Has venido muy pronto. —Sí. Parker le dijo a Del que como yo iba a venir a la boda, podría llegar antes y echaros una mano. Es decir, que he venido a ayudaros. —Ven conmigo. ¡Tink, necesito los ramos! Termina lo que estás haciendo, en diez minutos, y empieza en el salón de baile. —Ya voy. —Tú puedes ayudarme a cargar. —Emma se puso a hablar por el micrófono que llevaba conectado a los auriculares—. Ahora voy a buscarlos. Ah, métele un tranquilizante en el champán, Parker. No puedo ir más deprisa. Diez minutos. Dile a Mac que la entretenga. Emma llegó apurada a la camioneta que usaba para los transportes y se acomodó en el asiento del conductor. —¿Hacéis esto a menudo? —preguntó Jack—. Me refiero a lo de drogar a la novia.

—Nunca, pero algunas veces nos hemos quedado con las ganas. La verdad es que les haríamos un favor a todos. La de hoy quiere el ramo, y lo quiere ahora mismo. Si no queda prendada de él, nos lo hará pagar muy caro. Laurel se ha pasado por allí hace un rato y me ha dicho que Mac le ha contado que la NM ha hecho llorar a la peluquera y se ha peleado con su DDH. Parker ha suavizado la situación, claro. —¿Quién es la NM? —Piensa —lo incitó Emma saliendo disparada de la camioneta y metiéndose en su taller. Jack la imitó. —Novia Mala. Novia Metomentodo. No… la Novia Monstruosa. —Bingo. —Emma abrió la puerta de la cámara frigorífica—. Necesitamos todo lo que guardo en la derecha. Un ramo en cascada de rosas y doce ramos para las damas. Cuenta que estén los doce. —La joven tabaleó en una de las cajas—. ¿Sabes qué es esto? —Un ramo. Extraño y púrpura. Muy guay. Nunca había visto nada igual. —Es col rizada. —Anda ya… —La col rizada es ornamental, y estas son de las variedades púrpura y verde. Los colores de la novia son el púrpura y el plateado. Hemos trabajado con matices plateados y tonos que van del orquídea pálido al berenjena intenso, que hemos mezclado con toneladas de blanco y verde en los arreglos florales. —Joder, son ramos de col. No le habrás dicho lo que son. —Solo cuando conseguí que se enamorara de estas plantas. A ver, tenemos los ramos, los prendidos, las flores del ojal, las dos cestitas (para las dos niñas que le llevan las flores), las dos coronas de rosas blanco y lavanda y los jarroncitos de mano. Revisado y comprobado, dos veces. Llevémoslo todo a la camioneta. —¿No te cansas nunca de las flores? —le preguntó Jack mientras los dos cargaban con las cajas de ramos. —De ningún modo. ¿Hueles esa lavanda? ¿Y las rosas? —Es imposible no olerlas en estas circunstancias. Cuando un tío te pide para salir y te trae flores en vuestra primera cita, o en una ocasión especial, supongo que no eres de las que dicen: «Ah, flores. Fantástico». —Pienso que se ha marcado un detalle. Ay, no hay ni un solo músculo en todo mi cuerpo que no me pida a gritos una copa de vino y un baño caliente. —Emma estiró la espalda mientras Jack cerraba las portezuelas de la camioneta—. Bueno, vamos a dejar a la novia Monstruosa con la boca abierta. Oh, espera. Tu chaqueta. La que me dejaste. Está dentro. —Iré a buscarla luego. Dime, ¿llevará esta novia una rosa más que su amiga? Emma se quedó en blanco durante unos segundos, y entonces recordó que le había contado la anécdota de los ramos. —Diez más. Primero me hará una reverencia, y luego la lincharé. Sí, Parker, sí, ya estoy de camino. —Mientras hablaba, sonó el busca—. ¿Qué pasa ahora? ¿Puedes leer la pantalla tú? No alcanzo a verla con las manos en el volante. Llevo el busca prendido a la falda, justo debajo de la chaqueta, a tu lado. Jack levantó el dobladillo de la chaqueta y rozó la piel de su cintura al tocar el busca. Emma ahogó una exclamación y mantuvo la vista al frente. —Dice: «¡MALNM! Mac».

—¿MALNM? —Los nudillos de Jack seguían en el mismo sitio, en contacto con su cintura. Eso la distrajo—. Ah… Muerte a la Novia Monstruosa. —¿Alguna respuesta? ¿Vas a proponerle algún método? Emma esbozó una sonrisa. —De momento, no, gracias. —Bonita chaqueta —dijo él arreglándosela. Emma detuvo el vehículo delante de la casa. —Si me ayudas a subir todo esto, no te incordiaré ni le diré nada a Parker cuando te escabullas al salón principal para tomar una cerveza antes de la boda. —Trato hecho. Jack ayudó a Emma a transportar las cajas hasta el vestíbulo. Se detuvo unos instantes y echó un vistazo. —Has hecho un buen trabajo. Si no se inclina ante ti, es que es mucho más idiota de lo que yo creía. —Cállate —cuchicheó Emma sofocando una carcajada y poniendo los ojos en blanco—. A estas alturas nunca se sabe si anda cerca alguien de la familia o del cortejo. —Ya sabe que me resulta insoportable. Se lo dije. —Oh, Jack. —Emma, que empezaba a subir la escalera, no pudo evitar reírse—. No hagas ni digas nada que la altere. Piensa en la cólera de Parker antes de hablar. Manteniendo en equilibrio la caja que llevaba, Emma abrió la puerta de la suite de la novia. —Aquí estás… ¡al fin! Emmaline, por Dios, ¿cómo quieres que me haga los retratos oficiales sin el ramo? ¡Tengo los nervios de punta! Sabías que quería verlo antes para que pudieras hacer cambios si se me antojaba. ¿Sabes qué hora es? ¿Lo sabes? —Lo siento, pero ahora no te escuchaba. Me he quedado anonadada. Whitney, estás increíblemente espectacular. Al menos, eso era cierto. Con varios metros de falda, una miríada de perlas y cuentas centelleando en la cola y el cuerpo del vestido y el pelo rubio aclarado con expertos reflejos, recogido y adornado con una tiara, la novia Monstruosa estaba magnífica. —Gracias, pero he estado a punto de perder los nervios preocupada por el ramo. Si no es perfecto… —Creo que es exactamente lo que esperas. —Con sumo tiento, Emma sacó la enorme cascada de rosas blancas de la caja y se dio un aprobado mental al ver aturullada a la novia, aunque no se permitió abandonar el tono profesional—. He jugado con la temperatura para que las rosas solo se abrieran un poco. Y he añadido unos toques de verde y unas cuentas plateadas para que las flores resaltaran. Ya sé que me dijiste que querías que colgaran unas cintas plateadas, pero he creído que restarían importancia a las flores y a la forma del ramo. Ahora bien, puedo añadirlas en el último minuto si lo prefieres. —El tono plateado le daría más brillo… pero puede que tengas razón —dijo la novia aceptando el ramo. La madre de la novia, que andaba cerca, juntó las manos en señal de plegaria y se las llevó a los labios. Eso siempre era buena señal. Whitney se volvió, estudió su imagen en el espejo de cuerpo entero. Y sonrió. Emma se acercó a ella y le cuchicheó algo al oído. La sonrisa de la novia se hizo más

franca. —Puedes contarlas luego —le propuso Emma—. Ahora te dejo en manos de Mac. —Probemos entre estas dos ventanas, Whitney. La luz es maravillosa. —Mac levantó el pulgar hacia Emma sin que la novia la viera. —Veamos, señoras —dijo Emma—. Ahora les toca a ustedes. La joven repartió los ramos, los prendidos y los jarroncitos de mano. A continuación dejó a la MDNO a cargo de las cestas y de las niñas que llevarían las flores, dio un paso atrás y miró a Jack. —Uf. —Ese «puede que tengas razón», viniendo de ella, puede interpretarse como una reverencia. —Entendido. Con eso, ya me basta. Ve a tomarte esa cerveza. Carter ronda por aquí. Corrómpelo. —Ya lo intento, pero es un hueso duro de roer. —Voy a por las flores de ojal —dijo Emma dispuesta a marcharse—. Luego tendré que echar un vistazo al salón de baile. —Consultó el reloj—. Nos atenemos a la programación. Habría ido con retraso si no me hubieras ayudado a cargar la camioneta y a transportarlo todo. —Puedo encargarme yo de las flores de ojal. Así tendré la oportunidad de ver a Justin y hacerle un par de chistes malos sobre grilletes y cadenas. —Buena idea. Encárgate de eso. —Aprovechando los minutos que ganaba delegando esa gestión, Emma decidió pasar por el salón principal y salir a la terraza. Satisfecha tras dar los últimos retoques, subió al salón de baile y vio a su equipo enfrascado en la labor. Emma se arremangó y se unió a sus ayudantes. Sin dejar de trabajar, iba oyendo a Parker, que les informaba de vez en cuando por los auriculares, hasta que comenzó la cuenta atrás. «Los invitados van llegando. La mayoría están sentados o en la terraza». «La sesión de fotos oficiales ha terminado. Mac va a la siguiente posición». «Dentro de dos minutos hay que acompañar a los abuelos. Yo me encargo de que los chicos bajen. Laurel, prepárate para el pase». —Cambio y corto —respondió Laurel con aspereza—. Em, pastel montado y listo para la decoración de la mesa, cuando quieras. «Los chicos pasan a Laurel», anunció Parker algo después, cuando Emma hubo terminado de arreglar un pedestal de hortensias. «La MDNO entra acompañada del novio dentro de un minuto. La MDNA en posición. Su acompañante está con ella. Las damas, en fila. Cambio de música cuando dé la señal». Emma regresó a la puerta de entrada, cerró los ojos durante diez segundos y los abrió para captar de golpe la impresión del espacio. Respiró hondo y exhaló. Explosión Parisina, pensó, pero de estilo exuberante. Los blancos, los plateados, los púrpuras y unos toques de verde a modo de contraste se desbordaban resplandecientes bajo un cielo perfecto de abril. Vio que el novio y sus acompañantes se instalaban en su sitio, frente a una pérgola colmada de flores. —Chicas, así se hace. Somos la hostia. Perfecto. Y ahora id a la cocina a por la comida y las bebidas. Dio una última vuelta por el salón, a solas, mientras Parker les iba indicando a las damas que salieran de una en una. Suspiró, se masajeó la espalda y la nuca y se frotó las manos. Cuando Parker dio la entrada a la NM, decidió ir a cambiarse y a calzarse los tacones.

Jack no sabía cómo lo lograban, porque lo lograban siempre, de hecho. De vez en cuando le pedían que les echara una mano en una celebración. Cargar y transportar pesos, ocuparse del bar e incluso limpiar las mesas era su manera de arrimar el hombro. Como el pago a sus esfuerzos incluía invariablemente una comida sensacional, bebidas y música, no le importaba. Sin embargo, seguía sin entender cómo lograban coordinarlo todo. Parker conseguía con gran habilidad estar en todas partes a la vez, y por eso Jack imaginaba que en realidad nadie se daba cuenta de que podía estar enseñando al padrino qué debía decir en el brindis e inmediatamente después pasar un paquete de pañuelos de papel a la madre de la novia mientras coordinaba el servicio de mesas en el salón principal como un general dirige sus tropas durante la batalla. Mac también iba de aquí para allá, con la misma discreción, sacando fotos espontáneas del enlace o de los invitados o haciendo posar a los novios para una foto improvisada. Laurel entraba y salía, siguiendo las indicaciones recibidas por el micrófono conectado a los auriculares que todas ellas llevaban, o mediante alguna especie de señal secreta, supuso Jack. Quizá por telepatía. No desdeñaría esa posibilidad. Y por fin Emma, siempre atenta cuando un invitado derramaba vino sobre el mantel o el cansado y aburrido paje que llevaba los anillos empezaba a meterse con alguna de las niñas encargadas de las flores. Dudó que alguien se diera cuenta o entendiese que esas cuatro mujeres sostenían literalmente en pie la ceremonia haciendo malabares y pasándose las bolas las unas a las otras con la gracia y la pericia de unos quarterbacks de primera división. Tal como imaginaba, nadie conocía la logística y la estricta programación que se ocultaban tras el gesto de conducir a los invitados desde el salón principal al salón de baile. Jack se quedó con Emma y su equipo, que, junto con Laurel, se habían agrupado en torno a la mesa presidencial y recogían los ramos y los jarroncitos de mano. —¿Necesitáis ayuda? —le preguntó. —¿Eh? No, gracias, ya estamos. Tink, seis a cada lado y las cestas, al final. Lo dejamos todo unas dos horas y luego lo desmontamos y lo trasladamos. Beach, Tiff, soplad las velas y dejad encendidas la mitad de las luces de arriba. —Eso lo puedo hacer yo —propuso Tink al ver que Emma cogía el ramo de la novia. —Si rozamos ni que sea una sola rosa, la novia tendrá un ataque de nervios. Vale más que me estrangule a mí. En marcha, que empieza el primer baile. Mientras Emma subía las flores por la escalera trasera, Jack fue hacia la principal y entró en el salón de baile para ver el primero de los bailes oficiales. Los novios habían elegido lo que él consideraba una demasiado manida y orquestada «I Will Always Love You». En ese salón que olía a flores, los invitados estaban de pie o bien se habían sentado a unas mesas estratégicamente dispuestas alrededor de la pista. Las puertas de la terraza estaban abiertas para que los invitados se animaran a salir. Jack decidió que iría a dar un paseo tan pronto como consiguiera una copa de vino. Sin embargo, cuando vio que Emma se escabullía de nuevo, cambió de planes. Pidió dos copas de vino y bajó por la escalera trasera.

Emma se había sentado en el segundo peldaño y saltó como activada por un resorte al oír pisadas. —Ah, solo eres tú —exclamó ella volviendo a sentarse. —Aunque solo sea yo, te he traído vino. Emma suspiró y estiró la musculatura del cuello. —En Votos no aprobamos la bebida mientras estamos trabajando, pero… ya me aplicaré el sermón mañana. Pásame esa copa. Jack se sentó a su lado y le ofreció el vino. —¿Qué tal va? —Eso te lo debería preguntar a ti. Eres un invitado. —Desde el punto de vista de un invitado, es un éxito rotundo. Todo parece perfecto, sabe perfecto y huele perfecto. La gente se divierte y no tiene ni idea de que este tinglado cumple su horario con tanta eficacia que en Suiza arrancaría lágrimas de admiración a cualquier conductor de tren. —Eso es exactamente lo que pretendemos. —Emma bebió un sorbo de vino y cerró los ojos—. Ay, qué rico está. —¿Qué tal se porta la NM? —No demasiado mal. Cuesta ser una arpía cuando todos te dicen que estás preciosa y que se alegran por ti. Eso sí, se puso a contar las rosas del ramo y se quedó muy contenta. Parker ha capeado un par de crisis potenciales y Mac se ha ganado un gesto de aprobación gracias a las fotos de los novios. Si el pastel y los postres de Laurel cuelan, diría que hemos salvado todos los escollos. —¿Laurel ha preparado esas pequeñas créme brülées? —Claro que sí. —Valéis vuestro peso en oro. Las flores han suscitado muchos comentarios. —¿Ah, sí? —De hecho, he oído unas cuantas exclamaciones… positivas. Emma alzó los hombros. —Entonces todo esto ha valido la pena. —Ven. Jack se sentó un peldaño más arriba, la rodeó con las piernas y le aplicó los dedos en los hombros. —No tienes que… Qué más da… —Emma se dejó llevar por sus manos—. Sigue. —Parece que aquí tengas cemento, Em. —Resultado de una semana de sesenta horas. —Y tres mil rosas. —Ah, y contando las demás celebraciones, podríamos doblar esa cantidad. Fácilmente. Jack le pasó los pulgares por la base del cráneo y le arrancó un gemido. Con un nudo en el estómago, comprendió que se estaba metiendo en un buen lío. —Dime… ¿qué tal las bodas de oro? —Fue precioso, precioso de verdad. Cuatro generaciones. Mac sacó unas fotos maravillosas. Cuando la pareja se marcó el primer baile, todos lloraron. Esa va a quedar como una de mis celebraciones preferidas. —Volvió a suspirar—. Vale más que te detengas. Entre el vino y estas manos mágicas, acabaré echando una cabezada aquí mismo, en los escalones. —¿No has terminado aún?

—Ni mucho menos. Tengo que ir a buscar el ramo que la novia lanzará y ayudar a servir el pastel. Luego viene la lluvia de pompas de jabón, que esperamos que la hagan fuera. Dentro de una hora empezaremos a desmontar el salón principal y a embalar los centros de mesa y los arreglos florales. — La voz le sonó pastosa y algo soñolienta cuando Jack le trabajó el cuello—. Mmm… nos llevaremos eso y los regalos. Luego nos ocuparemos de los arreglos exteriores. Mañana tenemos una celebración por la tarde, por eso también desmontaremos el salón de baile. Jack se torturaba masajeándole los bíceps y regresando a sus hombros. —Deberías relajarte mientras puedas. —Y tú tendrías que estar arriba disfrutando de la fiesta. —Estoy bien aquí. —Yo también, y eso te convierte en una mala influencia, con tu vino y tus masajes en la escalera. Tengo que subir para relevar a Laurel como vigilante. —Se volvió y le dio unos golpecitos en la mano antes de levantarse—. Cortarán el pastel dentro de media hora. Jack se levantó cuando ella ya empezaba a subir. —¿Qué clase de pastel? Emma se detuvo, giró y quedó al mismo nivel que él. Sus ojos, sus profundos y aterciopelados ojos, parecían soñolientos e iban a tono con su voz. —Laurel lo llama Primavera en París. Es de un precioso azul lavanda pálido cubierto de rosas blancas, ramitas de lilas, una cenefa de un suave chocolate con leche y… —Me refería a lo que lleva dentro. —Oh, es su genovesa con crema de merengue italiano. No te lo pierdas. —A lo mejor desbanca a la créme brulée. Esa mujer olía como las flores. No supo adivinar cuáles. Era un ramo misterioso y exuberante. Sus ojos eran oscuros, dulces y profundos, y su boca… ¿sabría tan bien como el pastel de Laurel? A la mierda con todo. —Mira, esto puede que no esté en el guión, por eso te pido disculpas por adelantado. Jack la tomó por los hombros y la acercó hacia sí. Esos ojos oscuros, dulces y profundos se abrieron enormemente un instante antes de que sus labios se tocaran. Emma no dio un respingo ni se rio como quien es objeto de una broma. Al contrario, se le escapó el mismo suspiro que había hecho cuando le estaba masajeando la nuca… solo que se pareció más a una exhalación. Las manos de Emma lo asieron por la cadera, y sus lascivos labios se abrieron. Como su aroma, su sabor era misterioso y muy femenino. Oscuro, cálido y sensual. Cuando Emma deslizó sus manos por la espalda de Jack, él la besó con fuerza. Cambió de ángulo, el beso se intensificó y el placer que sintió Emma le arrancó unos quejidos. A Jack se le pasó por la cabeza llevársela al piso de arriba, entrar en la primera habitación que encontrara y consumar lo que su instantáneo impulso le dictaba. En ese momento, el busca que Emma llevaba en la cintura sonó y los dos se sobresaltaron. Ella ahogó un grito. —Oh, vaya —logró articular después. Con un movimiento brusco desenganchó el busca y se lo quedó mirando—. Parker. Eh… tengo que irme. Tengo que… irme ya.

Se volvió y subió corriendo la escalera. Jack, solo de nuevo, bajó los peldaños y apuró en un par de largos sorbos el vino que había olvidado. Decidió que se saltaría la recepción e iría a dar un largo paseo por el jardín.

Emma estaba agradecida de que el trabajo la mantuviera tan ocupada que no la dejase pensar. Ayudó a limpiar un destrozo tras un percance en el que se vieron implicados el paje de los anillos y unos éclairs de chocolate, entregó el ramo que la novia lanzaría, retocó la decoración de la mesa del pastel para que fuera más fácil servirlo y empezó a despojar de adornos el salón principal. Dejó listos los centros de mesa y los demás arreglos florales para su transporte, y cargó y supervisó el material para que estuviera debidamente embalado. Después de que soplaran las pompas de jabón y tras el último baile, inició el mismo proceso en los patios y las terrazas. No vio a Jack por ninguna parte. —¿Va todo bien? —le preguntó Laurel. —¿Qué? Sí, claro. Todo ha salido perfecto. Solo estoy cansada. —En eso, te doy la razón. Al menos, lo de mañana será pan comido comparado con lo de hoy. ¿Has visto a Jack? —¿Qué? —Emma dio un respingo como un ladrón al que se le dispara una alarma—. ¿Por qué? —Lo he perdido de vista. Tenía planeado sobornarle con unos pastelitos para que me ayudara a desmontar. Supongo que se ha escabullido. —Supongo que sí. No me he fijado. «Mentirosa, mentirosa». ¿Por qué le decía mentiras a su amiga? Aquello no podía ser buena señal. —Parker y Mac están despidiendo a los rezagados —comentó Laurel—. Ellas se encargarán de la comprobación de seguridad. ¿Quieres que te ayude a transportar esto hasta tu casa? —No, ya he terminado. —Emma cargó las últimas piezas sobrantes que luego dejaría en la cámara frigorífica. Donaría el grueso al hospital de la zona y, con el material sobrante, confeccionaría pequeños arreglos que colocaría en su casa y en las de sus amigas. Luego cerró las portezuelas de la camioneta—. Hasta mañana. Condujo hasta su casa, descargó la camioneta y metió las flores y las guirnaldas en la cámara. A pesar de que había le ordenado a su mente que se tranquilizara y se quedase en blanco, esta no paraba de martillearla con un único pensamiento. Jack la había besado. ¿Qué significaba eso? ¿Por qué tenía que significar alguna cosa? Un beso tan solo era un beso. Producto de un instante. Nada más. Hizo los preparativos para acostarse intentando convencerse de que no era nada más que eso. Sin embargo, cuando un beso dispara el chispómetro y da el máximo de numeración, es difícil describirlo como algo intrascendente. Tuvo que admitir que había algo más. Y no sabía qué hacer al respecto. Era irritante, porque Emma siempre sabía lo que había que hacer cuando se trataba de hombres, besos y chispas. Lo sabía. Se metió en la cama diciéndose que aunque no pudiera dormir, se quedaría acostada en la oscuridad

hasta dar con una solución. Y cayó dormida en pocos segundos, perdió la noción de todo de puro agotamiento.

5

E

, las consultas del lunes, y retocó los arreglos de las siguientes celebraciones porque las novias habían cambiado de idea. Canceló dos citas con dos hombres muy agradables con los que no le apetecía salir más de noche y pasó las veladas haciendo inventario y ordenando cintas, pinzas, recipientes y formularios. Durante todo ese tiempo no dejó de preguntarse si debería llamar a Jack y hacer algún comentario frívolo y desenfadado sobre el beso… o fingir que aquello no había pasado. Oscilaba entre las dos primeras opciones y una tercera también, que consistía en ir a su casa y abalanzarse encima de él. Terminó por no hacer nada, salvo armarse un lío en la cabeza. Enfadada consigo misma, llegó pronto a una reunión de empresa programada para la tarde. Acortó el camino entrando por la cocina de Laurel y vio a su amiga preparando una bandeja de galletas y una pequeña fuente con fruta y queso. —Me he quedado sin Coca-Cola Light —anunció Emma abriendo la nevera para coger una lata—. Estoy prácticamente en las últimas porque nunca recuerdo que mi coche no tiene batería. —¿Has llamado al taller? —Me he acordado de eso hace unos diez minutos. Después de confesar, sometida al experto interrogatorio del mecánico, que compré el coche hace cuatro años, que nunca lo he llevado a revisar, que no puedo recordar exactamente cuándo fue la última vez que le cambié el aceite, si es que se lo he cambiado alguna vez, ni cuándo comprobaron el chip del ordenador y otros temas automovilísticos que ya no recuerdo, el mecánico me ha dicho que vendrá a recogerlo para llevárselo al taller. Esbozando un mohín, Emma tiró de la arandela y bebió directamente de la lata. —Me siento como si hubiera secuestrado a mi propio coche y ahora ese hombre fuera a rescatar al rehén. Me ha hecho sentirme incluso más imbécil de lo que ya me sentí con Jack. Me apetece una galleta. —Tú misma. Emma cogió una. —Ahora estaré sin coche hasta que él decida devolvérmelo. Si es que me lo devuelve, cosa de la que no estoy tan segura. —Ya llevabas una semana sin coche porque la batería no funciona. —Es cierto, pero me hacía la ilusión de lo contrario porque lo tenía aparcado ahí delante. Supongo que tendré que coger la camioneta si quiero ir al mercado y a los trillones de lugares que me quedan pendientes. De hecho, estoy aterrada, porque he caído en la cuenta de que la camioneta tiene un año más que el coche. Y a lo mejor ahora le da por rebelarse. Laurel añadió unos preciosos caramelos mentolados con cobertura en tono pastel en la bandeja de las galletas. —No me tomes por loca, pero cuando te devuelvan el coche, podrías llevar a revisar la camioneta. Emma mordisqueó su galleta. —El tío del taller lanzó esa idea al vuelo. Necesito que me consuelen. ¿Qué tal si cenamos y vemos una peli esta noche? MMA SALIÓ AIROSA DEL ACTO DEL DOMINGO

—¿No tenías una cita? —La he anulado. No estoy de humor. Laurel se apartó el pelo de los ojos de un soplido, gesto que le permitió quedarse mirándola de la sorpresa. —¿No estás de humor para salir? —Mañana tengo que levantarme temprano. Me tocan seis ramos de mano, y con el de la novia, siete. Son seis o siete horas de trabajo. Le he dicho a Tink que venga media jornada, para ganar tiempo, y luego quedará todo el montaje de la celebración del viernes por la noche. Además, me he pasado casi toda la mañana clasificando flores. —Eso nunca había sido un problema para ti. ¿Seguro que te encuentras bien? Se te ve algo apagada. —No, estoy bien. Me encuentro bien. Es solo que… no estoy de humor para salir con hombres. —Eso no me incluye a mí, supongo. —Delaney Brown entró en la cocina, levantó en brazos a Emma y le dio un sonoro beso—. Mmm. Galleta azucarada. Emma se rio. —Coge una. Del cogió una galleta de la bandeja y le sonrió a Laurel. —Considera que es parte de mi minuta. Basándose en la experiencia, Laurel cogió una bolsa de cierre y empezó a llenarla de galletas. —¿Vienes a la reunión? —No. Tenía que resolver unas cuestiones legales con Parks —dijo Del. Y ya que estaba allí, y había una cafetera preparada, fue a servirse una taza. Tenía el pelo castaño oscuro y unos ojos azul intenso como Parker. Los refinados rasgos que Laurel distinguía en ambos hermanos resultaban un poco más toscos en él. Con su traje de rayas gris humo, los zapatos italianos y la corbata de Hermes, Del encajaba en la imagen de un abogado de éxito de Connecticut. El vástago de los Brown de Connecticut. Al terminar, Laurel se quitó el delantal de repostera y lo colgó de un gancho. Del se apoyó en la encimera. —He oído decir que la semana pasada metiste caña en la boda de los Folk. —¿Los conoces? —preguntó Emma. —Sus padres son clientes míos. No he tenido el placer (aunque, por lo que cuenta Jack, quizá eso sea exagerar) de conocer a la nueva señora Harrigan. —La conocerás cuando te pidan hora para el divorcio —intervino Laurel. —Siempre tan optimista. —Esa mujer es insoportable. Esta mañana le ha enviado una lista de críticas a Parker. Por correo electrónico, desde París. Y está en su luna de miel. —¡No puedo creerlo! —Emma, estupefacta, se quedó mirando boquiabierta a Laurel—. Pero si fue perfecto… Todo salió perfecto. —El champán no estaba lo bastante frío, el servicio de mesas fue un poco lento, el cielo podría haber sido más azul y la hierba más verde. —Sí, es una arpía. Y después de haberle puesto diez rosas más… No una, sino diez. —Emma hizo un gesto de impotencia—. Da igual. Todos los que asistieron, las personas que cuentan, saben que fue

perfecto. Y ella no podrá cambiar eso. —Así se habla. —Del brindó con la taza de café. —Por cierto, hablando de Jack, ¿lo has visto? Quiero decir si lo verás. —Mañana, de hecho. Iremos a la Gran Manzana a ver un partido de los Yankees. —Quizá podrías llevarle su chaqueta. Se la dejó, o más bien olvidé devolvérsela. Tanto da; tengo su chaqueta y es probable que la necesite. Si quieres, puedo ir a buscarla. Está en mi despacho. Iré ahora mismo. —Ya pasaré yo y me la llevaré cuando me vaya. —Bien. Ya que tienes que verlo… me harías un favor. —No te preocupes. Mejor me voy. —Del tomó la bolsa y la sacudió ligeramente ante Laurel—. Gracias por las galletas. —La docena de galletas recién horneadas, incluida la que te has comido, la deduciré de tu minuta. Del le sonrió a Laurel y salió disparado. Laurel esperó unos segundos y señaló a Emma. —Jack. —¿Qué? —Jack. —No —respondió Emma lentamente llevándose una mano al pecho. —Emma. Em-ma. No seas tonta, lo llevas escrito en la cara. Has insistido una pasada. —No es verdad. —Quizá sí lo fuera—. ¿Y qué? —Dime qué pasa entre tú y Jack. —Nada. Nada en absoluto. No seas ridícula. —Emma notó que la mentira le trababa la lengua—. No se lo digas a nadie. —Si no puedo decírselo a nadie, entonces es que pasa algo. —No es nada. Supongo que no es nada. Estoy exagerando. Maldita sea. —Emma se metió en la boca el trozo de galleta que le quedaba. —Comes con normalidad. Pero el ritmo habitual al que nos tiene acostumbrada Emma, falla. Confiesa. —Primero tienes que jurarme que no les dirás nada a Parker o a Mac. —Me pides algo muy difícil. —Laurel trazó una cruz en el pecho y alzó una mano—. Lo juro. —Me besó. O nos besamos. Pero empezó él, y no sé qué habría pasado a continuación porque Parker me llamó por el busca. Tuve que irme, y él se marchó. Eso es todo. —Espera, me he quedado sorda de la impresión cuando has dicho que Jack te besó. —Corta el rollo. Esto es serio. —Emma se mordió el labio—. O puede que no. ¿Lo es? —No parece que seas tú la que habla, Em. Eres una maestra manejando a los hombres y dirimiendo situaciones románticas o sexuales. —Ya lo sé. Solo que ahora se trata de Jack. No tendría que estar hablando de… —hizo aspavientos con los brazos—, manejos. Estoy sacando las cosas de quicio. Fue solo un momento, fueron las circunstancias. Pasó… y ya está hecho, por eso no tiene ninguna importancia. —Emma, sueles ponerte romántica cuando hablas de hombres y de relaciones potenciales, pero nunca te había visto tan afectada como ahora. Estás hecha un flan.

—¡Porque se trata de Jack! ¿Qué me dirías si estuvieras enfrascada en tus cosas, horneando pasteles, y Jack entrara, te besara e hicieras el papel de una imbécil? ¿O si lo hiciera Del? Ya verías si estarías hecha un flan. —La única razón por la cual ambos entran en mi cocina es para birlarme pastelitos. Como Del acaba de demostrar. ¿Cuándo pasó eso? ¿La noche de tu avería? —No, pero por poco. Durante un segundo… Creo que ese segundo fue el que provocó lo que pasó luego. Sucedió durante la recepción del sábado. —Vale, bien… Dices que Parker te llamó al busca. ¿Y qué sentiste? ¿Qué puntuación sacó Jack en el chispómetro patentado por Emmaline Grant? Emma dejó escapar un suspiro, alzó los pulgares y trazó una línea imaginaria. —Entró en la zona roja y luego rompió el chispómetro. Laurel, torciendo el gesto, asintió. —Siempre sospeché eso de Jack. Sus vibraciones alcanzan la zona de riesgo. ¿Qué vas a hacer ahora? —No lo sé. No lo he decidido todavía. Me siento descolocada. Necesito recuperar mi equilibrio y luego ya pensaré en lo que hago. O lo que no hago. —No olvides contármelo, y también dime cuándo me vas a sacar la mordaza de la boca. —De acuerdo, pero mientras tanto, ni una palabra. —Emma cogió la fuente de quesos y frutas—. Ahora actuemos como dos ejecutivas.

Votos tenía la sala de reuniones en lo que fuera antiguamente la biblioteca. Los libros seguían presidiendo la sala enmarcando la estancia, salvo en ciertos espacios destinados a fotografías y recuerdos. La biblioteca mantenía su calidez y elegancia, aun cuando sirviera para hablar de negocios. Parker, sentada a una imponente mesa labrada, abrió el ordenador portátil y la BlackBerry para tenerlos a mano. Dado que ese día las reuniones y las visitas que había tenido por la mañana ya habían terminado, la chaqueta de su traje descansaba en el respaldo de la silla. Mac estaba sentada frente a ella, estirando sus largas piernas, vestida con los tejanos y el mismo jersey que se había puesto para trabajar. Emma dejó la bandeja sobre la mesa y Mac se incorporó para coger un puñado de uvas. —Chicas, llegáis tarde. —Del nos ha entretenido en la cocina. Antes de que entremos en materia, ¿quién se apunta luego a cenar y ver una peli? —¡Yo, yo! —Mac levantó la mano—. Carter tiene una reunión de profesores y eso evitará que me ponga a trabajar para esperarle. Hoy he tenido un día a tope. —En cuanto a mí, tengo la noche libre. —Laurel dejó la bandeja de galletas junto a la fuente. Parker se limitó a descolgar el interfono y presionó un botón. —Hola, señora Grady. ¿Le va bien preparar la cena para las cuatro? Fantástico. Gracias. —Parker colgó—. Habrá pollo y alguna cosa más. —Por mí, bien —dijo Mac mordiendo una uva. —De acuerdo. El primer punto a tratar es Whitney Folk Harrigan, alias novia Monstruosa. Como Laurel sabe, me ha enviado un correo en el que precisa en qué asuntos deberíamos mejorar.

—Bruja. —Mac se incorporó en esa ocasión para untar un cracker de romero con queso de cabra—. Le dimos muchísima caña a esa celebración. —Lo que tendríamos que haber hecho era darle caña a ella —comentó Laurel. —Whitney cree, sin exponerlo por orden de importancia, que… —Parker abrió un dossier y leyó el correo que previamente había impreso—. El champán no estaba lo bastante helado, el servicio durante la cena fue lento, en los jardines faltaban flores y no había suficiente color, la fotógrafa pasó más tiempo del estipulado con los invitados cuando la novia merecía una mayor atención, y los postres expuestos en la mesa no eran tan variados ni estaban tan bien presentados como ella esperaba. Añade que se sintió presionada y/o abandonada por la programadora del acto en ciertos momentos de la celebración y espera que nos tomemos estas críticas con la intención con que nos las expone. —Mi respuesta es… —Mac enseñó el dedo corazón. —Sucinta —asintió Parker—. Sin embargo, le he contestado dándole las gracias por sus comentarios y deseándole que ella y Justin se lo pasen muy bien en París. —Pelota —musitó Laurel. —¡Por supuesto! Podría haberle escrito lo siguiente: «Querida Whitney, vete a la mierda», como fue mi intención inicialmente. Ahora bien, me controlé. De todos modos, se ha ganado un ascenso. Ahora se llama la novia Monstruosa y Arpía. —Debe de ser tan infeliz… Lo digo en serio —comentó Emma cuando sus amigas se quedaron mirándola—. Quienquiera que se dedique a boicotear una boda como la que le preparamos tiene que ser desgraciado por naturaleza. Me daría pena esa mujer si no me inspirara tanta rabia. Ya me dará lástima más adelante, cuando se me pase el enfado. —En fin, rabia, pena… o que se joda, la parte positiva es que gracias a esa celebración hemos concertado cuatro visitas guiadas. Y seguro que caen más. —Parks ha dicho «que se joda». —Mac sonrió y se comió otro grano de uva—. Está enfadadísima. —Se me pasará, sobre todo si nos contratan cuatro celebraciones más como resultado del espléndido trabajo que hicimos el sábado. Por ahora, voy a poner a Whitney en el nuevo Armario de la Fatalidad que he diseñado, y donde todo lo que se ponga la hará parecer gorda, los estampados son de lunares y los colores entre los que elegir son el pardusco y el beis mala cara. —Eso es un golpe bajo —opinó Laurel—. Me gusta. —Pasando a otra cosa —retomó la palabra Parker—. Del y yo nos hemos reunido para comentar algunos aspectos legales y financieros del negocio. El contrato de socias comanditarias está a punto de expirar y tendremos que renovarlo. Eso incluye el porcentaje que derivamos a Votos y que procede de los encargos individuales y externos. Si alguien quiere proponer algún cambio en el contrato, incluidos los porcentajes, ahora es el momento. —A mí me parece que funciona, ¿no? —Emma miró a sus socias—. No creo que ninguna de nosotras imaginase que llegaríamos a donde hemos llegado cuando empezamos con Votos. Y no me refiero solo al tema económico, que sin duda supera lo que yo habría ganado hasta ahora si hubiera podido abrir una tienda propia, sino, dejando de lado a la novia Monstruosa y Arpía, a la reputación que nos hemos labrado, juntas y por separado. El porcentaje es justo y lo cierto es que los dividendos que Del percibe como propietario de la finca son mucho menores de lo que debería. Todas trabajamos en lo que nos gusta y con personas a las que queremos. Además, nos ganamos bien la vida.

—Creo que lo que Em quiere decir es: firmemos. —Mac se metió en la boca otro grano de uva—. Y yo soy de su misma opinión. —Yo también —añadió Laurel—. ¿Por qué razón tendríamos que cambiar las cosas? —le preguntó a Parker. —No hablo por mí, pero Del me aconsejó, como asesor legal nuestro que es, que cada una de nosotras vuelva a leer el contrato y comunique cualquier duda o sugerencia a las demás antes de renovar. —Yo propongo que Del redacte los documentos, los firmemos y descorchemos una botella de Dom Pérignon. Mac señaló a Emma manifestando su acuerdo. —Secundo tu propuesta. —Y los síes ganan —anunció Laurel. —Se lo diré. También he hablado con nuestro contable. —Vale más que seas tú quien trate con él —comentó Laurel. —Estoy de acuerdo. —Parker sonrió y bebió un poco de agua—. Hemos tenido un primer trimestre muy bueno y vamos camino de aumentar el beneficio neto en un doce por ciento respecto al año pasado. Me ha aconsejado que valoremos la posibilidad de invertir una parte de los beneficios en el negocio. Por eso, si alguna de vosotras, o todas, tenéis la necesidad, el capricho o un deseo egoísta de renovar vuestro equipo, o alguna idea que Votos pueda aprovechar como empresa, podríamos decidir en qué vamos a gastarnos el dinero y qué cantidad deberíamos invertir. Emma levantó la mano antes de que las demás pudieran hablar. —He estado pensando en esta cuestión, sobre todo desde que revisé mis libros del último trimestre. El acto más importante hasta el momento se celebrará la primavera próxima: la boda de la joven Seaman. Solo las flores ya rebasan la capacidad de mi cámara frigorífica y por eso tendremos que alquilar otra durante unos días. Si comprara un modelo de segunda mano, a la larga resultaría más práctico que alquilarlo. —Me parece bien —dijo Parker tomando nota—. Pide precios. —Puede que también haya llegado el momento —siguió exponiendo Emma—, con esta celebración en perspectiva y el aumento del volumen del negocio, de adquirir otros artículos que solemos alquilar. Las sillas para exteriores, por ejemplo. De ese modo, cuando organicemos un acto al aire libre, seremos nosotras quienes se las alquilemos al cliente y nos embolsemos la cantidad. Además… —Ya veo que has estado pensando —comentó Mac. —Sí, en serio. Como Mac ya está haciendo reformas en su casa para ampliar la vivienda e instalar en ella al amor de su vida, ¿por qué no reformamos al mismo tiempo su espacio de trabajo, su estudio? Necesita más espacio para sus archivos y un vestidor de verdad, en lugar del pequeño tocador que tiene. Y, ya puestas, el cuarto de los abrigos que da a la cocina de Laurel no sirve para nada, porque ya tenemos un cuarto parecido. Si lo reestructurásemos, Laurel podría instalar una cocina auxiliar, un horno, una nevera industrial y un pequeño almacén. —Dejemos que Emma siga hablando —terció Laurel. —Parker necesita un sistema de seguridad informatizado para que pueda controlar todas las zonas públicas de la casa. Parker aguardó unos instantes.

—Creo que ya has gastado ese beneficio neto varias veces. —Ganar dinero solo es divertido si puedes gastarlo. Tú sigue en tu papel de Parker; eso evitará que las demás perdamos la cabeza. Sin embargo, creo firmemente que tendríamos que hacer algo de lo que he propuesto y dejar el resto pendiente para otra ocasión. —Bien, si he de actuar como Parker, diré que la cámara frigorífica tiene sentido. Mira a ver qué encuentras. Tendremos que hablar con Jack para saber cómo meterla en tu zona de trabajo, y podemos aprovechar para pedirle que nos dé alguna idea sobre cómo reestructurar el estudio de Mac y rehacer el cuarto de los abrigos. —Parker iba tomando notas a medida que hablaba—. Por mi parte, como ya había pensado en comprar el mobiliario, he empezado a mirar precios. Desarrollaré la idea para que veamos a donde nos lleva todo esto y luego ya decidiremos por dónde es más sensato empezar. Pasó página y planteó el siguiente punto de discusión. —Veamos: próximas celebraciones que contribuirán a financiar nuestros sueños y esperanzas. La ceremonia de compromiso. Hoy las novias me han pasado sus votos y el guión de la ceremonia. Me refiero a la del viernes por la noche. Hemos lanzado una moneda para decidir que Allison, a la que llamaremos novia Uno, llegará a las tres y media y Marlene, la novia Dos, a las cuatro. La novia Uno se instalará en la suite de la novia y la novia Dos en la del novio. Como comparten dama de honor, esta irá pasando de suite en suite. El hermano de la novia Uno será el padrino y usaremos el salón familiar del segundo piso para él, y también para el pdna, si fuera necesario. El padrino estará junto a la novia Uno durante la ceremonia, y la DDH, con la novia Dos. —Espera. —Mac levantó un dedo mientras tecleaba los detalles en su ordenador portátil—. Vale. —Estas mujeres saben exactamente lo que quieren y se ajustan al plan, así que por mi parte va a ser muy fácil tratar con ellas. La MDNA Uno y los hermanos de la novia Dos no están dando saltos de alegría porque ellas quieran formalizar su relación, pero colaborarán. Mac, quizá tendrás que convencerlos de que salgan en las fotos que las clientas quieren. —No te preocupes. —Bien. Emma, háblanos de las flores. —No han querido flores clásicas, pero sí muy femeninas. Ninguna de las dos quería llevar ramo y hemos decidido que Allison llevará un tocado y Marlene, peinetas con un detalle floral. La DDH, una corona y cuatro rosas blancas. Las novias se intercambiarán rosas blancas durante la ceremonia, justo después de que encendamos el cirio de la unión. Y cada una de ellas le regalará una rosa a su madre. Los hombres llevarán rosas blancas en el ojal. Será precioso. Emma cambió de pantalla para localizar los arreglos y dio un sorbo a su Coca-Cola Light. —Han querido que los arreglos y los centros florales resuman la frescura de un prado. Pondré mucha jabonera y margaritas de colores, crisantemos y gerberas, ramas de cerezo en flor, fresas silvestres… Un poquito de tul, y unas guirnaldas a las que estoy dando forma de margaritas trenzadas. Y durante la recepción, unos jarrones de flor única para las rosas. »Habrá farolillos y velas en el salón principal y en el salón de baile, cuyos arreglos seguirán el mismo estilo natural. Quedará sencillo y dulce, creo. Si una de vosotras puede ayudarme a transportar el peso, yo sola me puedo hacer cargo del montaje. —Cuenta conmigo —se ofreció Laurel—. El pastel que han elegido es el bizcocho de vainilla, que rellenaré con espuma de mora y cubriré con merengue italiano. También han querido añadir unas flores

muy sencillas, que hacen juego con las de Emma. No necesitaré ponerlas sobre el pastel hasta las cinco más o menos, y por eso estaré libre para el montaje. En cuanto al resto, quieren un surtido de galletas y caramelos mentolados con cobertura en tonos pastel. —Nos ceñiremos al programa estándar de los viernes por la noche —añadió Parker—, pero sin lanzar el ramo y la liga. El ensayo será el jueves por la tarde, así que si hay algún problema técnico, lo solucionaremos en ese momento. Y ahora pasemos al sábado…

Cada vez que Emma pensaba en sus padres y en el modo en que se habían conocido y enamorado, revivía la historia como si fuera un cuento de hadas. Había una vez una chica de Guadalajara que cruzó el continente para ir a la ciudad de Nueva York. Fue a trabajar con su tío, que se dedicaba a cuidar no solo de las casas, sino también de los hijos de las personas que lo necesitaban o así lo querían. Sin embargo, lo que Lucía deseaba era tener una bonita casa en lugar de un apartamento ruidoso, una casa entre los árboles y las flores en lugar de estar metida entre aceras. Trabajó sin descanso soñando que algún día tendría su propio hogar y quizá una pequeña tienda donde vendería objetos muy bonitos. Un día su tío le dijo que un hombre que vivía muy lejos, en un lugar llamado Connecticut, había perdido a su esposa, y que su hijo pequeño se había quedado huérfano de madre. El viudo se había marchado de la ciudad en busca de una vida más tranquila y, como pensó Lucía, quizá por los dolorosos recuerdos que le inspiraba la casa que había compartido con su mujer. Ese hombre se dedicaba a escribir libros y necesitaba un lugar tranquilo, y como a menudo viajaba, también necesitaba que alguien cuidara de su hijo pequeño cuando él no estaba. La mujer que se había encargado de eso desde hacía tres años, desde la desgraciada muerte de su esposa, quería volver a Nueva York. Y Lucía dio el gran salto: se marchó de la ciudad y entró a trabajar en la fantástica casa de Phillip Grant y su hijo Aaron. Lucía se dio cuenta de que ese hombre, apuesto como un príncipe, quería mucho a su hijo. La tristeza que adivinó en sus ojos la conmovió. El niño había vivido tantos cambios en sus cuatro años de vida que ella comprendió su timidez. Lucía preparaba las comidas, se ocupaba de la casa y cuidaba de Aaron mientras su padre escribía libros. Se enamoró del niño, y el niño de ella. A veces su comportamiento dejaba mucho que desear, pero a Lucía le habría disgustado que las cosas fueran diferentes. Por las noches Phillip y ella solían charlar de Aaron, de libros o de cualquier otra cosa. Y cuando él se marchaba de viaje por trabajo, añoraba sus conversaciones… y lo añoraba a él. A veces miraba por la ventana mientras Phillip jugaba con Aaron, y se le derretía el corazón. Lo que ignoraba era que él se encontraba en su misma situación. Porque también se había enamorado, como ella. Sin embargo, Phillip tenía miedo de decírselo porque no quería que Lucía los dejara. Y ella temía contárselo por si le ordenaba que se marchara. Un día de primavera, bajo las combadas ramas en flor de un cerezo, y mientras el pequeño al que los dos adoraban jugaba en el columpio, Phillip la tomó de la mano y la besó. Cuando las hojas de los árboles se tiñeron de los colores intensos del otoño, se casaron. Y vivieron felices y comieron perdices. ¿Qué tenía de extraño, pensó Emma mientras aparcaba la camioneta en uno de los dos abarrotados

caminitos de entrada de la casa familiar, que ella fuera una romántica nata? ¿Cómo se explicaría que alguien que hubiera crecido al amparo de esa historia, junto a esos personajes, no quisiera vivir un amor parecido? Sus padres llevaban treinta y cinco años amándose y habían educado a sus cuatro hijos en una vieja casa victoriana que había ido ampliándose con el tiempo. Se habían forjado una buena vida en ella, una vida sólida y duradera. Emma no tenía ninguna intención de conformarse con menos. Sacó de la camioneta el arreglo floral que había hecho y caminó deprisa para llegar a tiempo a la cena familiar. Se le había hecho tarde, pensó, pero ya les había avisado. Asiendo el jarrón con un brazo, empujó la puerta y entró en una casa saturada de color, el color que su madre necesitaba para vivir. Apresurándose hacia el comedor, la recibió una algarabía tan intensa como el color de las pinturas y las telas que allí había. Reunidos en torno a la gran mesa del comedor estaban sentados sus padres, sus dos hermanos, su hermana, sus cuñadas, su cuñado, sus sobrinas y sobrinos… y comida como para alimentar al pequeño ejército en que se había convertido la familia. —Mamá. —Emma se acercó a Lucía, le dio un beso en la mejilla, dejó las flores en el aparador y luego dio la vuelta a la mesa para besar a Phillip—. Papá. —Ahora sí que vamos a cenar en familia. —La voz de Lucía todavía conservaba el calor y la música de México—. Siéntate antes de que estos cerditos se lo zampen todo. El sobrino mayor de Emma lanzó unos gruñidos y le sonrió a la joven cuando esta se sentó a su lado. Emma tomó la fuente que Aaron le pasó. —Me muero de hambre —dijo asintiendo, e hizo un gesto a su hermano Matthew para que le sirviera vino de la botella que le ofrecía—. Seguid hablando, ya me pondré al corriente. —Primero, la gran noticia. —Al otro lado de la mesa su hermana Celia cogió a su marido de la mano. Antes de poder hablar, Lucía dejó escapar un grito de alegría. —¡Estás embarazada! Celia se rio. —No hay manera de dar una sorpresa en esta casa. Rob y yo estamos esperando el tercer, y os aseguro que último, descendiente para el mes de noviembre. Llovieron las felicitaciones, el miembro más joven de la familia golpeó la cuchara con entusiasmo contra la trona y Lucía se levantó de un salto para ir a abrazar a su hija y a su yerno. —Ah, la llegada de un bebé es la mejor noticia que pueda darse. Phillip, vamos a tener otro bebé. —Cuidado. La última vez que me dijiste eso, Emmaline nació nueve meses después. Lucía, con una carcajada y asiéndolo por la nuca, presionó su mejilla contra la de él. —Ahora les toca a los chicos trabajar duro, y a nosotros, divertirnos. —Em todavía no ha cumplido con su parte —apuntó Matthew moviendo las cejas. —Espera encontrar un hombre tan guapo como su padre y menos pesado que su hermano. —Lucía clavó los ojos en Matthew—. Y esa clase de hombres no crece en los árboles. Emma le dedicó una sonrisita sarcástica a su hermano y se sirvió cerdo asado. —Además, todavía ando buscando por los huertos —dijo con dulzura. Cuando los demás se marcharon, Emma se quedó para dar una vuelta por el jardín con su padre. Bajo

su tutela, había aprendido muchas cosas sobre las flores y las plantas, y había llegado a amarlas. —¿Qué tal va el libro? —preguntó. —Es una mierda. Emma rio. —Siempre dices lo mismo. —Porque siempre es así en esta fase. —Phillip la rodeó por la cintura y se pusieron a caminar—. Pero las cenas familiares y cavar la tierra me ayudan a apartar toda esa mierda de mi pensamiento. Luego, cuando vuelvo a retomar el libro, descubro que no estaba tan mal como creía. ¿Y tú, cómo estás, preciosa mía? —Bien. Muy bien. Tenemos mucho trabajo. Celebramos una reunión a principios de semana porque han aumentado nuestros beneficios. Doy gracias al cielo de la suerte que hemos tenido, que tengo, de poder dedicarnos a lo que nos gusta, y además entre buenas amigas. Mamá y tú siempre nos decíais que descubriéramos lo que nos gustaba, porque así trabajaríamos con ganas y alegría. Y eso es lo que he hecho. Emma se volvió y vio que su madre cruzaba el césped con una chaqueta en la mano. —Ha refrescado, Phillip. ¿Quieres coger un resfriado para poder quejarte luego? —Me has pillado. —Phillip se dejó embutir en la chaqueta. —Ayer vi a Pam —comentó Lucía hablando de la madre de Carter—. Está contentísima con la boda. Yo también estoy encantada, porque se han enamorado dos personas a las que aprecio muchísimo. Pam siempre fue una buena amiga para mí. Y muy valiente, porque muchos se escandalizaron cuando tu padre se casó con la asistenta. —No entendieron que era de listos tener la mano de obra gratis. —Así habla un yanqui práctico. —Lucía se arrebujó contra él—. Negrero. «Míralos —pensó Emma—. Son el uno para el otro». —Jack me dijo el otro día que eras la mujer más hermosa que ha conocido jamás, y que espera fugarse un día contigo. —Recuérdame que le dé una paliza cuando lo vea —comentó Phillip. —Ese chico es un encanto. Creo que vas a tener que pelearte por mí. —Lucía acercó el rostro al de su marido. —¿Qué tal si te doy un masaje en los pies? —Trato hecho. Emmaline, cuando encuentres a un hombre que te dé un buen masaje en los pies, ándate con ojo. Pasarás por alto muchos defectos por culpa de ese único don. —Lo tendré en cuenta. Pero ahora tengo que irme. —Los abrazó a ambos a la vez—. Os quiero. Tras alejarse unos pasos, se volvió y vio a sus padres cogidos de la mano, bajo las combadas ramas del cerezo aún sin florecer. Y entonces él la besó. No, pensó, no era de extrañar que fuera una romántica nata. No era de extrañar que quisiera eso para sí misma, o al menos algo parecido a eso. Subió a la camioneta y rememoró el beso que Jack le había dado en la escalera trasera. Quizá solo fue producto del coqueteo o de la curiosidad. Puede que solo fuera efecto de la química que existía entre los dos. Pero sería de imbéciles fingir que eso no había ocurrido, o dejar que él siguiera fingiendo.

Había llegado el momento de aclararlo.

6

J

segundo piso de una antigua casa urbana que había remodelado, estaba redefiniendo un proyecto en el ordenador. Cuando terminaba su jornada laboral, trabajaba en la ampliación del estudio de Mac y, dado que ni a ella ni a Carter les urgía, podía replantearse, imaginar de nuevo y revisar la estructura general y los detalles más peliagudos. Ahora que Parker le había encargado un segundo proyecto para ampliar la primera y la segunda plantas, necesitaba volver a plantearse no solo los detalles y el diseño, sino la estructura entera. A su entender, era preferible decidirse por una sola actuación, aunque eso significara dar un carpetazo a su proyecto original. Jugueteó con las líneas y con los cambios de luz como parte fundamental del espacio ampliado, que seguiría siendo el estudio. Remodelando el actual tocador y el archivo y aumentando los metros cuadrados de ambos, podría ampliar el cuarto de baño, añadir una ducha (la pareja sabría valorarlo en su momento), ofrecer a Mac el vestidor que deseaba para las clientas y doblar la zona actual de archivo. En cuanto al estudio de Carter en la segunda planta… Se retrepó en su asiento, bebió un sorbo de agua e intentó pensar como un catedrático de instituto de literatura inglesa. ¿Qué querría en su espacio de trabajo este profesional? ¿Qué necesitaría exactamente? Algo eficiente, con un aire tradicional… Se trataba de Carter. Una librería empotrada en la pared. Mejor aún, en dos paredes. Muebles cerrados con unos estantes superiores, decidió desplazándose en su despacho en forma de U, e hizo un rápido esbozo a mano. Además, unos armarios para guardar los artículos de oficina y los expedientes de los alumnos. Nada insustancial, ni excesivamente elegante. Carter no era de ese estilo. Madera oscura, pensó, imitando el estilo tradicional inglés. Y unos ventanales generosos que armonizaran con el resto del edificio. Inclinaría el tejado para truncar las líneas. Obtendría un par de lucernarios. Aislando una pared podría diseñar una hornacina. Convertiría el espacio en un lugar más interesante si incluía en él una zona de estar. El lugar en el que todo hombre se refugia de la cólera de su esposa o en el que se instala cuando quiere echarse una siesta por la tarde. Pondría una puerta en atrio y añadiría una terraza de dimensiones reducidas. Quizá el hombre querría tomarse un brandy y fumarse un puro. Era una posibilidad. Descansó un rato y volvió a enfrascarse en el partido que estaba viendo en la pantalla plana que tenía a su izquierda. Mientras iba dando forma a sus ideas, vio a los Phillies eliminar uno tras otro a los Red Sox. Qué mierda. Volvió al proyecto. Y pensó en Emma. Soltando un taco, se pasó una mano por el pelo. Había conseguido mantenerla al margen de su vida. Se le daba bien compartimentar sus distintas facetas. El trabajo, un partido… e ir cambiando de tarea ACK, EN EL DESPACHO QUE TENÍA EN EL

para dedicarse a otras cosas. Emma estaba metida en un compartimiento distinto, y se suponía que debía mantenerlo bien cerrado. No quería pensar en ella. No le favorecía en absoluto pensar en ella. Estaba claro que había cometido un error, pero aquello tampoco era el fin del mundo. Había besado a esa chica, y ya está. Y menudo beso, pensó. Un beso especial, de todos modos; un momento único. Esperaría unos cuantos días para que las reverberaciones se extinguieran y las cosas volvieran a la normalidad. Emma no era el tipo de mujer que fuera a guardarle rencor por ello. Por otro lado, ella le había ido a la zaga. Jack frunció el ceño y bebió más agua. Sí, sin duda no se había quedado corta. Por lo tanto, ¿por qué iba a sacar las cosas de contexto? Los dos eran adultos; y se habían besado. Fin de la historia. Si Emma estaba esperando sus disculpas, podía esperar sentada. Tendría que asumirlo… y retomar el trato con él. Jack era amigo íntimo de Del, y también era amigo, y muy buen amigo, de los otros miembros del cuarteto. Por si eso fuera poco, con las reformas que Parker le había comentado, durante los meses siguientes pasaría más tiempo que antes en la finca. Volvió a tocarse el pelo. Bien, si así estaban las cosas, los dos tendrían que asumirlo. —Diablos. Se restregó la cara y se ordenó mentalmente volver al trabajo. Frunciendo el ceño, se puso a estudiar el esquemático esbozo de su diseño. Y entonces entrecerró los ojos. —Espera un momento, espera… Si lo inclinaba todo, si basaba la estructura en los ángulos y concebía el estudio en un voladizo, le salía un espacio que podía servir como patio trasero y quedaba cubierto parcialmente. Eso permitiría a la pareja disfrutar de un espacio exterior, del que carecían, de intimidad y de la posibilidad de tener un pequeño jardín donde plantar unos arbustos. Emma le daría algunas ideas al respecto. El volumen y las líneas del edificio saldrían realzados, y aumentaría el espacio útil sin que el coste de la construcción se incrementara de manera significativa. —Eres un genio, Cooke. Estaba definiendo las directrices del nuevo proyecto cuando oyó que alguien llamaba a la puerta trasera. Con el dibujo todavía en mente, se levantó, salió de su estudio profesional y fue a la sala de estar de su vivienda. Dando por sentado que se trataría de Del o de alguno de sus amigos (confiaba en que trajeran su propia cerveza), abrió la puerta que comunicaba con la cocina. Y vio allí a Emma, bajo el resplandor que proyectaba la luz del porche. Olía como un prado en una noche de luna. —Emma. —Quiero hablar contigo. —Pasó junto a él como una exhalación, se echó el pelo hacia atrás y giró sobre sí misma—. ¿Estás solo? —Ah… sí. —Bien. ¿Qué demonios pasa contigo? —Si no me pones en antecedentes… —No intentes ir de gracioso. No estoy de humor para graciosillos. Flirteas conmigo, consigues que mi coche arranque, me das un masaje en los hombros, vienes a casa a comer pasta, me prestas tu chaqueta y entonces…

—Supongo que te podía haber saludado y dejado tirada en la carretera. O temblando de frío, hasta que te pusieras morada. La última razón es que tenía hambre. —Todo eso son vaguedades —le espetó Emma cruzando a zancadas la cocina y saliendo al amplio pasillo sin dejar de hacer aspavientos—. Además, has olvidado aposta el masaje en los hombros y el «y entonces». A Jack no le quedó otra alternativa que seguirla. —Se te veía estresada y contracturada. En ese momento te pareció bien. Girando en redondo, Emma le dedicó una mirada torva con sus aterciopelados ojos color castaño. —¿Y entonces? —Vale, hubo un «y entonces». Tú estabas allí, yo estaba allí, y por eso hubo ese «y entonces». No es que yo te forzara precisamente, o que tú intentaras resistirte. Solo nos… —De repente, «besamos» le pareció una palabra demasiado importante—. Nos dimos un pico en un momento dado. —Nos dimos un pico. ¿Tienes doce años o qué? Me besaste. —Nos besamos. —Empezaste tú. Jack sonrió. —¿Ahora eres tú la que tiene doce años? Emma resopló con tanta furia que a Jack se le pusieron los pelos de punta. —Tú diste el primer paso, Jack. Me trajiste vino, te pusiste cariñoso en la escalera masajeándome los hombros. Me besaste. —Soy culpable de todos los cargos. Pero tú me devolviste el beso. Y luego te marchaste en un arranque como si yo te hubiera chupado la sangre. —Parker me llamó al busca. Estaba trabajando. Fuiste tú el gallina. Y has actuado como un gallina desde entonces. —¿Un gallina? Me marché. Tú saliste corriendo como alma que lleva el diablo, y a Whitney no la trago, así que decidí marcharme. Además, curiosamente, resulta que tengo una profesión, igual que tú, y he estado toda la semana trabajando. No gallineando. Joder, no puedo creer que haya dicho eso. —Jack tuvo que recuperar el aliento—. Escucha, vale más que nos sentemos. —No quiero sentarme. Estoy demasiado furiosa para sentarme. Uno no hace esas cosas y luego se va por las buenas. Emma le plantó un dedo acusatorio, y Jack la acusó a su vez imitando su gesto. —Fuiste tú quien se marchó. —No es cierto, y tú lo sabes. El busca, Parker, mi trabajo… —exclamó Emma retomando sus aspavientos—. No me fui a ninguna parte. Me marché porque la nmya decidió que, para dignarse a lanzar el ramo, tenía que examinarlo primero, e insistió en que tenía que ser en ese preciso instante. Nos ha estado tocando las narices a todas, pero que conste que yo no me marché. —Emma le dio un leve palmetazo en el pecho—. Tú sí. Y eso fue muy grosero por tu parte. —Joder. ¿Ahora vas a reñirme? Sí, ya veo que me estás riñendo. Te besé, lo confieso. Tienes una boca que… la deseé. Fui muy claro en eso. —A Jack le brillaban los ojos, unas nubes tormentosas cargadas de truenos y de un intenso aparato eléctrico—. Como no te pusiste a chillar pidiendo ayuda, te besé. Que me cuelguen si es pecado.

—No es por el beso. Bueno, sí, pero no. Tiene que ver con el porqué, con el después de y con el qué. Jack se quedó mirándola. —¿Qué? —¡Sí! Tengo derecho a una explicación razonable. —Dónde, has olvidado el dónde, por eso lo incluyo. ¿Dónde está la pregunta razonable? Encuéntrala y haré todo lo posible por darte una respuesta razonable. Venga. Emma ardía de indignación. Jack no sabía que una mujer pudiera arder literalmente. Y lo encontró muy sexy. —Si no sabes hablar como los adultos, entonces… —Al diablo. Si iban a condenarlo por un solo crimen, mejor que lo condenaran por dos. Jack la agarró y la atrajo hacia sí hasta obligarla a ponerse de puntillas. Emma emitió un sonido que podía interpretarse como un qué o un por qué, pero antes de poder terminar lo que iba a decir, Jack se pegó a su boca. Le dio un mordisco rápido, de impaciencia, y Emma, al notar sus dientes, abrió los labios de la sorpresa, o quizá como reacción. Jack no estaba de humor para adivinarlo, y menos aún cuando se encontró con su lengua, cuando el sabor de esa mujer le penetró en los sentidos como un catéter penetra en la sangre. La asió por el pelo, salvaje y glorioso, y tiró de ella hasta inclinarle la cabeza hacia atrás. Alto. Emma quiso decirlo, quiso cumplirlo. Pero fue como zambullirse en pleno verano. En el calor y la humedad. La sensatez la abandonó cuando su cuerpo pasó de la rabia al asombro, y de la sorpresa a un estado febril. Jack alzó la cabeza y pronunció su nombre, pero ella se limitó a hacer un gesto de negación y lo atrajo hacia sí. Durante un salvaje instante las manos de Jack le recorrieron todo el cuerpo, incitándola, encendiéndola, hasta dejarla casi sin respiración. —Déjame… —Jack manipuló los botones de su blusa. —Bien. —Emma le habría dejado hacer cualquier cosa con ella. Cuando la mano de Jack cubrió su desbocado corazón, Emma lo arrastró hacia el suelo. Una piel suave, unos músculos duros y una boca hambrienta hasta la locura. Emma se arqueó debajo de él, rodó encima de él, tiró de su camiseta para quitársela y poder morderle el pecho. Con un quejido, Jack la cogió para devorar su boca, su garganta, con una frenética desesperación que en nada se diferenciaba del rapto de ella. Medio enloquecido, la echó hacia atrás dispuesto a arrancarle la ropa, pero en aquel momento Emma se golpeó el codo contra el suelo y se oyó algo parecido a un disparo. La joven vio las estrellas. —¡Ay! Oh… —¿Qué pasa? Emma… Mierda, joder. Lo siento. Deja que vea eso. —No. Espera. —Aturdida y sintiendo un hormigueo en el codo, aunque en absoluto paralizada, Emma consiguió incorporarse—. Ha sido en el hueso de la música. Ja, ja… Ay, oh… —Lo siento. Lo siento mucho. Ven. —Jack se puso a frotarle el antebrazo para aliviarle los pinchazos que imaginó dolorosos mientras, resollando, se esforzaba por recuperar el aliento. —Estás riéndote. —No, no. Estoy tan borracho de deseo y pasión que no puedo respirar bien.

—Estás riéndote. —Emma le apuntó al pecho con el dedo índice de la mano ilesa. —No, estoy controlándome como todo un hombre para no echarme a reír. —Jack pensó que seguramente debía de ser la primera vez que intentaba algo así en plena erección—. ¿Va mejor? ¿Estás mejor? —Y cometió el error de levantar la vista y mirarla a los ojos. La risa destellaba en ellos, como un reflejo dorado sobre un fondo marrón. Perdió la batalla y, abandonándose, cedió a las carcajadas. —Lo siento mucho. —¿Por qué? Has demostrado tener unos modales exquisitos. —Sí, eso es lo que dicen todas. Tú eres la única que ha preferido tirarse al suelo cuando, a tres metros, tengo un sofá fantástico, y en lo alto de la escalera, una cama fabulosa. Ya veo que no eres capaz de controlarte y dejar que te lleve hasta una superficie blanda. —Solo un pelele necesita practicar el sexo en una superficie blanda. Él se quedó mirándola con una sonrisa provocativa. —No soy ningún pelele, guapa —afirmó él incorporándose—. Vamos a probar otra vez. —Espera. —Emma le dio una palmada en el pecho—. Mmm, bonitos pectorales, por cierto. Pero espera. —Se apartó el pelo de la cara con el brazo que aún le dolía—. Jack, ¿qué estamos haciendo? —Si quieres mi opinión, yo no estoy dando la talla. —No, hablo en serio. Quiero decir que… —Miró su blusa desabrochada y el sujetador de encaje blanco que sobresalía de ella con picardía—. Míranos. Mírame. —Puedo asegurarte que no hacía otra cosa. Y quiero seguir mirándote. Tienes un cuerpo para volverse loco. Lo que quiero es… —Sí, eso lo he entendido, y yo deseo lo mismo, pero Jack, no podemos… Hemos perdido los papeles. —Estamos representando un papel, el papel que nos corresponde, desde mi punto de vista. Dame cinco minutos y haré que nuestros puntos de vista encajen. Uno. Dame uno. —Creo que no necesitarías ni treinta segundos, pero no —añadió Emma al ver su sonrisa—. De verdad. No podemos actuar así, de esta manera. Ni de ninguna otra. Supongo. —Todo en su interior le hablaba de la chispa de la pasión, del deseo—. No sé… Necesitamos pensar, reflexionar, darle vueltas al asunto, quizá valorarlo todo de nuevo. Jack, somos amigos. —Y yo estoy en relaciones amigables contigo. Emma, con una mirada cálida, le puso la mano en la mejilla. —Somos amigos. —Lo somos. —Es más, nuestros amigos son amigos entre sí. Tenemos muchos amigos comunes. Por eso, aunque me encantaría decir: «A la porra, probemos ese sofá, la cama y a lo mejor disputaremos el tercer round en el suelo»… —Emmaline. —Sus ojos eran profundos, de un color humo oscuro—. Me estás matando. —No es lo mismo practicar sexo que besarnos en la escalera trasera. Ni siquiera cuenta el beso increíble que nos dimos en la escalera trasera. Por eso tenemos que pensarlo dos veces antes de tomar una decisión. Me niego a dejar de ser amiga tuya, Jack, solo porque ahora mismo desearía verte desnudo. Me importas mucho.

Jack lanzó un suspiro. —Ojalá no hubieras dicho eso. Tú también eres importante para mí. Siempre lo has sido. —Entonces démonos un poco más de tiempo y pensemos en todo esto. —Emma se desasió y empezó a abrocharse la blusa. —No sabes lo desgraciado que me siento de verte hacer eso. —Sí lo sé. Tanto como yo por tener que hacerlo. No te levantes —dijo ella poniéndose en pie y recogiendo el bolso que había soltado cuando él la agarró—. Si te sirve de consuelo, pasaré una noche de mil demonios pensando en lo que habría sucedido si no nos hubiéramos puesto a pensar. —No me sirve de consuelo, porque a mí me va a pasar lo mismo. —Bueno… —Emma se volvió antes de salir por la puerta—. Tú has empezado.

A la mañana siguiente, tras la noche de mil demonios que había predicho, Emma buscó el consuelo de sus amigas y las tortitas de la señora Grady. Pero antes debatió consigo misma. Podía contar con ellas, eso estaba claro, pero solo sería digna de ganarse unas tortitas si primero se enfrentaba al temido gimnasio que tenían en casa. Se puso el equipo de deporte de mala gana e inició la caminata hasta la casa principal resentida y sin su dosis acostumbrada de cafeína. A medio camino, se desvió hacia el estudio de Mac. No veía por qué su amiga iba a librarse de su sufrimiento. Sin pensarlo, entró directamente y torció hacia la cocina. Allí estaba Mac, con unos pantaloncitos de algodón y una camiseta sin mangas, apoyada en la barra y sonriendo de oreja a oreja con una taza de café en la mano. Y Carter estaba frente a ella, imitando su postura y su misma sonrisa, vestido con su chaqueta de tweed. Tendría que haber llamado, pensó al instante. Tenía que acordarse de llamar ahora que Carter también vivía allí. Mac la vio entonces y alzó la taza saludándola con naturalidad. —Eh, hola. —Lo siento. —¿Te has vuelto a quedar sin café? —No, yo… —Hay de sobra —le dijo Carter—. He hecho una cafetera. Emma lo miró con tristeza. —No entiendo que vayas a casarte con ella y no conmigo. Carter se encogió de hombros, aunque no pudo evitar enrojecer hasta las orejas. —Bueno, si las cosas no salen bien… —Se cree muy gracioso —intervino Mac con aspereza—. Y lo malo es que lo es. —Se inclinó hacia delante y le tiró de la corbata. Fue un beso leve y dulce, en opinión de Emma. Ese beso matutino que se dan los amantes que saben que tienen todo el tiempo del mundo para nuevos besos, intensos y apasionados. Sintió una envidia terrible de la levedad y la dulzura. —Ve a la escuela, catedrático. Ilumina las mentes de los jóvenes. —Ese es el plan. —Carter asió el maletín y le alborotó el reluciente pelo a Mac—. Te veré esta

noche. Adiós, Emma. —Adiós. Abrió la puerta, miró hacia atrás y se golpeó el codo con la jamba. —Maldita sea —murmuró cerrando la puerta. —Hace eso cada dos por tres… ¿Sucede algo, Emma? —preguntó Mac—. Te has puesto roja. —Nada, nada… —contestó Emma, que se descubrió frotándose el codo y recordando lo sucedido—. Solo pasaba por aquí de camino a la cámara de torturas. He pensado suplicarle a la señora Grady que me prepare unas tortitas después del sufrimiento. —Dame dos minutos para cambiarme. Mac subió escopeteada la escalera y Emma se puso a caminar arriba y abajo. Tenía que existir una manera sencilla, sutil y sensata de explicarle lo que había ocurrido con Jack. Lo que estaba ocurriendo. Y de pedirle que prescindiera de la norma de «prohibido acostarse con los ex de las amigas». Mac y Jack eran amigos, y eso tenía que contar de alguna manera. Mucho más importante, crucial, era el hecho de que Mac estaba locamente enamorada de Carter. Iba a casarse con él, nada más y nada menos. ¿Qué clase de mujer impondría la norma de «prohibido los ex» a otra amiga cuando iba a casarse con el señor Adorable? Sería egoísta por su parte, mojigato y mezquino. —Vámonos antes de que cambie de idea. —Mac, con una sudadera de capucha encima de una camiseta de deporte y unos pantalones de ciclista, entró corriendo en la cocina—. Noto que los bíceps y los tríceps se me están fortaleciendo. ¡Preparaos, porque voy a conseguir unos brazos matadores! —¿Por qué te comportas así? —preguntó Emma. —¿Así? ¿Cómo me comporto? —Somos amigas desde que éramos pequeñas. No entiendo por qué tienes que molestarte tanto si no le quieres. —¿A quién? ¿A Carter? Sí le quiero. No has tomado café esta mañana, ¿verdad? —Si tomo café me despejaré y encontraré muchos motivos para no hacer ejercicio. Y eso es lo último que deseo. —Vale. ¿Por qué estás enfadada conmigo? —No estoy enfadada contigo. Eres tú quien se ha enfadado. —Entonces dime que lo sientes y te perdonaré. —Mac abrió la puerta y salió como una exhalación. —¿Por qué tendría que sentirlo? Fui yo quien paró —soltó Emma cerrando la puerta. —¿Qué fue lo que paraste? —Paré… —Gruñendo, Emma se presionó los ojos—. Es por la falta de cafeína. Tengo la mente confusa. Estoy empezando por la mitad, o quizá por el final. —Exijo saber por qué estoy enfadada contigo para intentar arreglarlo. No seas mala. Emma respiró hondo y contuvo el aliento. —Besé a Jack. Mejor dicho, me besó él a mí. Fue él quien empezó. Y luego se arrugó como un cobarde, por eso fui a su casa, para soltarle un sermón, y volvió a hacerlo. Y yo le correspondí. Rodamos por el suelo y nos empezamos a quitar la ropa hasta que me di un golpe en el codo. Muy fuerte. Y así recobré el sentido común. Por eso paré, y no tienes motivos para enfadarte. Mac, que había estado mirando boquiabierta a Emma desde la primera frase, era incapaz de cerrar la

boca. —¿Qué? ¿Qué? —Se golpeó una oreja con la palma de la mano y sacudió la cabeza como si quisiera sacarse agua de los oídos—. ¿Qué? —No voy a repetirlo. Lo importante es que paré, y que dije que lo sentía. —¿A Jack? —No… bueno, sí… pero me refería a ti. Te estoy diciendo que lo siento. —¿Por qué? —Por el amor de Dios, Mac, por la norma. —Vale. —Mac se quedó callada y se puso en jarras mirando al horizonte—. No, espera… sigo confundida. Veamos, probemos otra vez. —Hizo unos gestos exagerados con las dos manos simulando que borraba—. La pizarra ya está completamente limpia. Empecemos de nuevo. Jack y tú… uau… un minuto para asimilarlo… Ya está. Jack y tú os pegasteis un buen morreo. —Lo dices como si fuera algo asqueroso. Besa como nadie, como sabes muy bien. —¿Ah, sí? —No me arrepiento de haberlo besado. De hecho, no lo lamento porque fue del todo improvisado. Bueno, del todo no, porque se me hizo un nudo en el estómago cuando estuvimos bajo el capó. —¿Bajo el capó? ¿Qué…? Ah, el coche. Caray, solo quien te conozca de toda la vida sería capaz de interpretar lo que dices. —Ahora bien, lo que no me esperaba era que me traería una copa de vino mientras me tomaba un descanso sentada en la escalera trasera y pensaba en mis cosas. —Vino, escalera trasera… —musitó Mac—. La nmya. La boda. —Me dio un masaje en los hombros. Tendría que haberlo adivinado, pero me vi obligada a marcharme. Tenía que volver a la recepción. Estábamos ahí de pie, y él me besó. Parker me llamó por el busca y tuve que irme, y entonces me di cuenta de lo que había hecho. En realidad, no te he traicionado. Tú tienes a Carter. —¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —No me acosté con él, por suerte. Un pájaro pasó volando y trinando como un poseso. Sin dedicarle un vistazo siquiera, Emma se dio un palmetazo en las caderas y torció el gesto. —El beso fue una sorpresa, las dos veces. Y el rodar por el suelo fue por culpa del calentón del momento. Paré. Por eso, técnicamente, no transgredí la norma, pero de todos modos me disculpo. —Aceptaré tus disculpas alegremente si me dices qué demonios tiene que ver esto conmigo. —La norma de los ex. —La… ah, la norma de los ex. Sigo sin entender lo que yo… Espera. Crees que Jack y yo estuvimos… ¿Crees que practiqué el sexo con Jack? ¿Con Jack Cooke? —Claro, con Jack Cooke. —Nunca me acosté con Jack Cooke. Emma la apuntó con el dedo. —Sí te acostaste. Mac la apuntó a su vez. —No me acosté, y nadie mejor que yo sabe con quién he practicado el sexo y con quién no, y Jack y yo nunca llegamos tan lejos. Ni por asomo. No rodé por el suelo con él ni nos quitamos la ropa.

—Pero… —Estupefacta, y casi sin aliento, Emma dejó caer los brazos en un gesto de abandono—. Pero cuando empezó a dejarse ver por casa con Del, durante las vacaciones y las fiestas de la facultad, vosotros dos… —Flirteamos. Punto final. Fue algo que empezó y acabó pronto. Nunca hemos estado entre sábanas, ni rodando por el suelo, ni acabamos pegados contra la pared ni en ninguna otra superficie, y mucho menos desnudos. ¿Te ha quedado claro? —Siempre he pensado… Mac arqueó las cejas. —Habrías podido preguntármelo. —No, porque… maldita sea. Quería ser yo quien coquetease con él, y mientras tanto tú te lo ligabas. Por eso no pude actuar, y pensé lo que pensé. Luego, cuando quedó claro que volvíais a ser amigos, inventamos esta norma. Eso fue lo que pensé. —¿Y durante todo este tiempo sentías algo por Jack? —De vez en cuando. Lo canalicé hacia otra parte, o lo reprimí por culpa de la norma. Pero últimamente todo esto de la canalización y la represión me ha estado dando problemas. Ay. —Emma se llevó las manos al rostro—. Soy imbécil. —Oye, zorra —Mac, con una mirada dura, se cruzó de brazos—, has estado a punto de practicar el sexo con un hombre con el que nunca me acosté. ¿Qué clase de amiga eres? Emma inclinó la cabeza hacia delante y esbozó una tímida sonrisa. —Ya he dicho que lo sentía. —Quizá te perdone, pero solo después de que me lo cuentes todo… con coherencia y sin olvidar ni un solo detalle. —Mac echó a correr agarrando a Emma por el brazo hasta llegar a la casa principal—. Aunque eso tendrá que ser después del café, y después de hacer ejercicio. —Podríamos ahorrarnos el ejercicio y pasar directamente al café. —Tengo un compromiso con las pesas. —Mac entró por la puerta lateral y se dirigió a la escalera. Cuando las dos jóvenes llegaron al tercer piso, vieron que Laurel y Parker salían del gimnasio—. Em y Jack se han besado y han estado a punto de acostarse. —¿Qué? —exclamaron dos voces al unísono. —Ahora no os lo puedo contar. No he tomado café, y no puedo hablar de esto hasta que tome uno. Además, no pienso hacerlo si no hay tortitas. —Con una mueca de disgusto, Emma se subió a la bicicleta elíptica. —Tortitas. Se lo diré a la señora Grady —se ofreció Laurel saliendo disparada. —¿Con Jack? ¿Con Jack Cooke? —preguntó Parker. Mac flexionó los brazos y fue directa a la máquina de musculación. —Eso es lo que he dicho.

Las cuatro se instalaron en la mesa rinconera de los desayunos. Al ver que Emma ya asía su primera taza de café, Mac alzó una mano. —Deja que cuente yo la primera parte, porque iré más rápida y a ti todavía te quedará alguna neurona cuando acabe mi explicación. Emma está colada por Jack, pero se figura que Jack y yo nos habíamos

enrollado hace años, que habíamos practicado sexo. Por eso, siguiendo la norma de «prohibidos los ex», Emma sufre en silencio. —Yo no he sufrido durante todo este tiempo. —Déjame a mí contar esta parte. El día de la recepción de la nmya Jack prueba el truco de «oh, estás tan agotada que voy a darte un masaje en los hombros», le da un morreo bestial y entonces suena el busca de Parker. —Así que era eso lo que te pasaba… Gracias, señora Grady. —Parker le sonrió al ama de llaves y tomó una tortita de la fuente que esta había dejado sobre la mesa. —Anoche, tras esperar una semana entera, ella fue a su casa para cantarle las cuarenta. Una cosa llevó a la otra y los dos terminaron rodando por el suelo, desnudos. —Medio desnudos. Ni siquiera eso. Puede que nos quitáramos alguna prenda —puntualizó Emma—. Como mucho. —Esta mañana nuestra amiga se ha disculpado conmigo por haber estado a punto de acostarse con mi imaginario ex. —Como debe ser —intervino la señora Grady—. Ninguna amiga anda a la caza del novio de otra, aunque esta le haya dado la patada. —Pues eso es lo que sucedió más o menos —dijo Emma encorvándose ante la fría mirada de la señora Grady—. Le dije que lo sentía, y paré antes de que fuéramos a… —Eso es porque eres una buena chica y tienes un corazón de oro. Come un poco de fruta. Es fresca. El sexo resulta mejor comiendo sano. —Sí, señora. —Emma pinchó un trocito de piña. —Lo que no entiendo de entrada es por qué creíste que Mac se había acostado con Jack. —Laurel cubrió de sirope sus tortitas—. Si lo hubiera hecho, se habría puesto a fardar hasta morir asesinada por alguna de nosotras. —No es verdad. —Antes sí. Mac reflexionó sobre lo que acababa de oír. —Sí, tenéis razón. Me habría comportado así, pero he madurado. —¿Qué tal va tu calentón? —quiso saber Parker. —A tope. Jack se marcó un buen tanto en la escalera trasera. Y luego, fue a por el récord. Asintiendo, Parker siguió desayunando. —Besa como nadie. —Es verdad. Es… ¿cómo lo sabes? Parker se limitó a sonreír, y Emma se quedó boquiabierta. —¿Tú? ¿Tú y Jack? ¿Cuándo, cómo…? —Me parece de muy mal gusto —murmuró Mac—. Otra de mis mejores amigas ligando con mi ex imaginario. —Nos dimos un par de besos cuando cursaba mi primer año en Yale. Nos encontramos por casualidad en una fiesta y me acompañó hasta mi cuarto. Fue bonito. Muy bonito. Pero por muy bien que besara, fue como besar a mi propio hermano. Y por muy bien que besara yo, creo que él también pensó en mí como en una hermana. Y lo dejamos. Supongo que entre tú y Jack eso no pasa. —Lo que hicimos no tiene nada que ver con lo que hacen los hermanos. ¿Por qué no nos habías dicho

nunca que Jack y tú os habíais besado? —No sabía que teníamos que informar sobre los hombres a los que besábamos. Pero os podría hacer una lista. Emma estalló en carcajadas. —Seguro que sí. ¿Y tú, Laurel? ¿Algún incidente con Jack que no sepamos? —Me fastidia mucho, porque me deja en franca desventaja, confesar que no. Ni siquiera en mi imaginación. Ese hombre también podría haberme tirado los tejos alguna vez al menos en todos estos años. Será malvado… ¿Y usted, señora Grady? —Me dio un beso muy bonito bajo el muérdago, hace algunas Navidades. Pero como soy de las que no se comprometen, lo abandoné pronto para no romperle el corazón. —Pues yo diría que Em planea atarlo corto, y muy corto —apuntó Mac arqueando las cejas—. Y que él no conoce ninguna plegaria contra el temible poder de Emmaline. —No lo sé. Necesito pensar. Es complicado. Jack es amigo mío. Es amigo nuestro. Y el mejor amigo de Del. Del es tu hermano —le dijo Emma a Parker—, y es casi un hermano para las demás. Y todos somos amigos, además de socios. Del es nuestro abogado y Jack nos echa una mano cuando lo necesitamos. Además, se ocupa de las reformas. Todos nos relacionamos con todos, y nuestras relaciones influyen las unas en las otras. —Y nada enreda tanto las relaciones como el sexo —terció Mac. —Exactamente. ¿Qué pasará si tomamos ese camino y luego todo se va al traste? Nos sentiremos incómodos, y eso provocará que los demás os sintáis incómodos también. Hemos logrado un buen equilibrio, ¿no? No vale la pena estropear eso por culpa del sexo. —Entonces nunca lo practicarías —comentó la señora Grady, y luego meneó la cabeza—. La juventud piensa demasiado. Voy a fregar los platos. Emma se enfurruñó y se concentró en las tortitas. —Me ha tomado por una imbécil, pero lo que pasa es que no quiero que nadie salga herido. —Entonces impón tú las reglas del juego. ¿Qué esperáis el uno del otro y cómo vais a solucionar las complicaciones? —¿Qué clase de reglas son esas? Parker se encogió de hombros. —Eso te toca decidirlo a ti, Em.

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relajante música de fondo New Age, Emma organizaba un encargo. Había decidido que la despedida de soltera que se celebraría entre semana fuera de la finca sería divertida y femenina. Y las gerberas cumplirían con el objetivo. Visualizando el arreglo como si ya estuviera terminado, cortó el extremo inferior de los tallos bajo el chorro del agua. Frescas y preciosas, pensó la joven mientras colocaba las flores en una solución de agua, abono y conservantes. Trasladó la primera tanda a la cámara frigorífica para que se rehidratase. Y cuando ya empezaba con la siguiente, oyó que Parker la llamaba. —¡Estoy aquí dentro! Parker entró y echó un vistazo a las flores, las hojas, los cubos y las herramientas. —¿La despedida de soltera de McNickey? —Sí. Mira el color de estas gerberas. Van desde los tonos pastel a los más intensos. Quedarán perfectas. —¿Qué vas a hacer? —Añadirlas al centro de mesa, y colocaré tres arbustos podados geométricamente en unas macetas que cubriré con hojas de limonero. Trabajaré con flores de cera y acacia y les pondré unas cintas. La clienta quiere dos centros más: un arreglo más elaborado para la mesa de la entrada y otro con velas para ponerlo en la chimenea; y también algo delicado, fragante y bonito para el tocador. Tengo que montarlo todo antes de la consulta de las once. Estoy en ello. —Festivo y femenino —comentó Parker escrutando su espacio de trabajo—. Sé que tu programación está abarrotada, pero ¿puedes incluir otra celebración externa? —¿Cuándo? —El jueves próximo. Sí, lo sé —dijo Parker cuando Emma la miró con frialdad—. La clienta potencial llamó al número de la empresa y, como sabía que estabas metida hasta las cejas con un encargo, no te la pasé. Vino a la boda de los Folk-Harrigan. Me ha dicho que las flores fueron increíbles… y eso es otro punto a nuestro favor y contra la NMYA. —Dices eso para camelarme. —Sí. La clienta pensaba comprar unas flores cortadas y ponerlas en unos jarrones, pero ahora que ha visto tu trabajo, está obsesionada. No deja de pensar en lo bonitas que eran. —Basta. —En lo maravillosas, creativas y perfectas que eran. —Maldita seas, Parker. —No puede dormir, comer ni vivir con normalidad después de haber visto lo que puede hacerse con unas flores. —Te odio. ¿De qué clase de celebración se trata y qué es lo que busca? Parker logró esbozar una sonrisa petulante y compasiva a la vez, una de sus habilidades fundamentales en opinión de Emma. N SU MESA DE TRABAJO Y CON UNA

—Es una «baby shower», ya sabes, la merienda-fiesta para agasajar a una futura mamá y darle los regalos para ese bebé que nacerá pronto. Tienes que preparar algo parecido a lo que estás haciendo ahora… salvo en lo del arreglo para la chimenea. Y como el bebé será niña, a la clientela potencial le apetecería que hubiera mucho rosa. Ahora bien, me ha dicho que aquí confía en tu criterio. —Creo que nos viene muy justo. No sé si podré contar con mi mayorista. Y tendría que consultar la agenda de la semana que viene. —Ya lo he hecho yo por ti. Tienes el lunes completo, pero el martes por la tarde te quedan unas horas. El miércoles puedes dedicarte a planear la boda del viernes, y el jueves, la del sábado. Tink vendrá a ayudarte los dos días. ¿Es posible que entre las dos podáis ocuparos de esta celebración? Estamos hablando de su nuera —añadió Parker—, y de la que será su primera nieta. Emma suspiró. —Sabías que te diría que sí. —Sí —respondió Parker dándole unos golpecitos en el hombro sin sentir el menor remordimiento—. Si lo necesitas, puedes llamar a Tiffany o a Beach. —Tink y yo nos arreglaremos solas. —Emma llevó la siguiente tanda a la cámara frigorífica y luego regresó para finalizar la tarea—. Llamaré a la clienta tan pronto haya terminado con esto, para asegurarme de haber comprendido lo que quiere. Y luego me ocuparé de que todo salga bien. —He dejado su nombre y su número de teléfono encima de tu mesa. —Cómo no. Pero te lo voy a cobrar. —¿Cuál es tu precio? —Me han llamado del taller. El coche está arreglado, pero hoy no podré ir a buscarlo, y mañana tengo un día apretado. —Me encargo yo. —Sabía que lo harías. —Mirando una bandeja repleta, Emma se frotó la nuca—. La hora que me ahorraré gracias a ti la dedicaré a la futura abuela. —La llamaré para tranquilizarla y le diré que te pondrás en contacto con ella. Y hablando de contactos, ¿has hablado con Jack? —No, estoy en la fase de reflexión y meditación. Si ahora hablase con él, empezaría a pensar en lo mucho que me gustaría abalanzarme sobre él o que él se abalanzase sobre mí. Y ahora ya estoy pensando en eso por haber sacado el tema. —¿Necesitas unos minutos de intimidad? —Muy graciosa. Le dije que teníamos que reflexionar durante un tiempo, y eso es lo que estoy haciendo. —Frunció el ceño y habló con remilgo—: El sexo no lo es todo. —Como tú lo practicas más que yo, y tienes más ofertas para seguir practicándolo, me inclino ante tus superiores conocimientos. —Eso me pasa porque yo no intimido a nadie —protestó Emma mirando de reojo a Parker—. Y no te lo tomes como un insulto. —No me importa intimidar a los demás. Me ahorro tiempo. Y hablando del tiempo… —comentó mirando el reloj—. Voy a la ciudad a ver a una novia. Mac tiene que hacer una entrega. Iré a buscarla, a ver si la pillo antes de que se marche, y le diré que me deje en el taller. Volveré antes de las cuatro. No olvides que tenemos una consulta esta tarde. A las seis y media.

—Lo tengo anotado en la agenda. —Hasta luego. Gracias, Emma. Te lo digo de verdad —añadió Parker antes de salir corriendo. Una vez a solas, Emma limpió su zona de trabajo antes de aplicarse el antiséptico que usaba como otras usan la crema de manos. Cuando se hubo curado los pinchazos y los arañazos, se preparó para la consulta. Satisfecha con su elección de arreglos florales, álbumes de fotos y revistas, llamó al número que Parker le había dejado… e hizo muy feliz a una futura abuela. En el curso de la conversación fue tomando notas para calcular la cantidad de rosas de pitiminí y de lirios de agua que necesitaría. Las rosas serían de color rosa y los lirios, blancos. Y a continuación volvió a calcular mentalmente el material que necesitaría para diseñar un arreglo floral mayor. Calas berenjena, rosas Bianca y rosas para ramilletes de color rosa. Dulce, femenino, pero con unas notas elegantes… si había interpretado correctamente a la clienta. Anotó todo eso y también la hora y el lugar de la entrega, y le prometió a su clienta que le enviaría un contrato por correo electrónico y el pedido detallado a media tarde. Calculando el tiempo que le quedaba, hizo una llamada rápida a su mayorista y fue a quitarse la ropa de trabajo para ponerse un traje chaqueta. Se retocó el maquillaje pensando si Jack estaría reflexionando. Obedeciendo un impulso, se sentó al ordenador y le envió un correo. Todavía sigo pensando. ¿Y tú? Pulsó «Enviar» antes de poder cambiar de idea.

Jack estaba en su despacho revisando los cambios propuestos por su socio. El nuevo proyecto de construcción no paraba de cambiar en función de los caprichos de los clientes. Querían una casa regia, pensó, y la habían conseguido. También querían seis chimeneas. Hasta que decidieron que necesitaban nueve. Y un ascensor. El último cambio implicaba que la piscina que había proyectado pudiera usarse durante todo el año y se comunicara con la casa por medio de un pasadizo cubierto. Buen trabajo, Chip, pensó mientras realizaba un par de pequeños cambios. Tras examinar el resultado, se puso a repasar los dibujos del ingeniero de estructuras. Bien, decidió. Excelente. La dignidad del estilo colonial georgiano no quedaba comprometida. Y el cliente podría estar nadando unos largos en enero. Todos felices. Iba a enviarle los dibujos por correo electrónico para que este le diera su aprobación cuando se fijó en que tenía un mensaje de Emma. Al abrirlo, vio que consistía en una sola línea. ¿Hablaba en broma? Le resultaba francamente difícil pensar en algo que no fuera ella (sobre todo si se la imaginaba desnuda). El trabajo de esa mañana le había llevado el doble de tiempo de lo acostumbrado porque

estaba pensando en ella. Sin embargo, decidió que no tenía ningún sentido decírselo. ¿Qué podría responderle? Inclinó la cabeza y sonrió al pulsar la tecla de «Responder». Estoy pensando que tendrías que venir esta noche sin ropa, tan solo con una gabardina reforzada por los codos. Pulsó «Enviar», se retrepó en la silla e imaginó, con todo lujo de detalles, qué aspecto tendría Emma con una gabardina. Y quizá con unos tacones altísimos. Rojos. Y cuando le desabrochara el cinturón… —Tenía que volver. Mientras seguía desabrochando mentalmente esa gabardina corta y negra, Jack descubrió que tenía a Del delante. —Eh, ¿dónde demonios estás? —Ah… trabajaba. En unos dibujos. —Mierda. Intentó, como quien no quiere la cosa, activar el salvapantallas—. ¿No tienes trabajo? —Voy a los juzgados, y más te vale que hayas preparado café. Del se acercó a la máquina que había en el aparador y se sirvió. —¿Listo para perder? —¿Perder qué? —Es nuestra noche de póquer, tío, y noto que voy a tener suerte. —Nuestra noche de póquer. Del, arqueando las cejas, observó a su amigo. —¿En qué diablos trabajabas? Parece que estés en otro planeta. —Eso demuestra mi brillante capacidad para concentrarme en lo que tengo más a mano. Y eso es lo que haré esta noche con el póquer. Vas a necesitar algo más aparte de la sensación de paladear la victoria. —Te apuesto cien pavos a que no. —Hecho. Del le dedicó un brindis y dio un sorbo a su taza. —¿Cómo van las reformas del Cuarteto? —He hecho unos cambios para Mac y Carter que me gustan mucho. Pero quiero pulirlos un poco más. —Bien. ¿Te has puesto con lo de Emma? —¿Qué? ¿Ponerme con qué…? —Hablo de Emma y de su nueva cámara frigorífica. —Todavía no. Pero no creo que sea complicado. —¿Por qué resultaba complicado entonces?, se preguntó Jack. ¿Por qué se sentía como si estuviera mintiéndole a su mejor amigo? —Lo simple siempre funciona. Tengo que ir a hacer de abogado —dijo Del dejando la taza encima del aparador y dirigiéndose hacia la puerta—. Te veré esta noche. Ah, e intenta no llorar cuando me pagues los cien dólares. Resultará violento. Jack le mostró el dedo corazón y Del se marchó riendo. Esperó unos diez segundos prestando atención por si lo oía regresar y luego recuperó el correo

electrónico. Todavía no había respuesta por parte de Emma. ¿Cómo podía haber olvidado que esa noche tocaba póquer? Era una de las cosas que llevaba grabadas en el cerebro. Pizza, cerveza, puros y cartas. Solo hombres. Una tradición, un ritual quizá, que Del y él habían instaurado cuando todavía iban a la facultad. La noche del póquer era sagrada. ¿Y si ella le decía que iba a ir a su casa, que llamaría a su puerta esa misma noche? Pensó en Emma vestida con una gabardina negra y unos tacones rojos. Pensó en los amigos, en la cerveza fría y una buena baraja de cartas. Y supo que solo existía una respuesta posible. Si Emma se presentaba en su casa diciéndole que había ido a verlo, les explicaría a los demás lo que estaba pasando. Le diría a Del que padecía una gripe intestinal aguda. No existía ni un solo hombre en la Tierra que pudiese culparlo por ello.

Mac, conduciendo en dirección a Greenwich, observó a Parker. —Vale, ahora que estamos solas, dime qué te parece la historia de Emma y Jack. —Los dos son mayorcitos, solteros y gozan de buena salud. —Ya… ¿Qué piensas en realidad de lo de Emma y Jack? Parker dejó escapar un suspiro que culminó en una carcajada reticente. —No lo he visto venir, y siempre me he considerado buena en estas cosas. Si a mí me parece raro, a ellos les debe de parecer extrañísimo. —Extrañísimo… ¿en qué sentido? ¿Lo dices como algo malo? —No, no. En el sentido de raro. Nosotras somos cuatro, y luego están ellos dos: Jack y Del. Juntos sumamos seis. Bueno, siete con Carter, pero todo esto empezó antes de que apareciera Carter. Llevamos años participando de la vida personal y laboral de los demás. Para nosotras cuatro y para Del, eso equivale a decir desde siempre, y para Jack… ¿cuánto, doce años? Si piensas en un hombre como si fuera tu propio hermano, vas a tener que mentalizarte cuando te des cuenta de que no todas las personas de tu mismo círculo sienten lo mismo por él. Y eso resulta casi tan raro como si uno de nosotros le hubiera tomado ojeriza. —Por eso Emma está tan descolocada. —Lo sé. —Se han puesto cachondos, y me parece bien, pero luego el fuego se apaga. Uno de los dos se enfriará antes que el otro. Es extraño. —Mac miró por los retrovisores antes de cambiar de carril—. ¿El que siga sintiendo algo se sentirá herido o traicionado por el otro? —Los sentimientos son como son. No entiendo que la gente culpe a los demás por lo que siente. —Puede, pero esas cosas pasan. Y Emma es de una delicadeza exquisita. Es un hacha manejando a los hombres, y lo digo con infinita reverencia, pero lo lamenta mucho cuando… no siente lo mismo por ellos. Ya sabes lo que quiero decir. —Sí. —Se acercaban al taller y Parker se calzó los zapatos que se había quitado al subir al automóvil—. Acaba saliendo con un tío dos, tres e incluso cuatro veces a pesar de no estar interesada en él desde la primera cita porque no quiere herir sus sentimientos.

—De todos modos, ella sola sale más que las tres juntas. Antes de Carter, quiero decir —añadió Mac —. Y casi siempre consigue sacudírselos de encima sin dañarles el ego. Te digo yo que es muy hábil. —El problema es que es amiga íntima de Jack. Y le quiere. —¿Crees que…? —Todos le queremos —aclaró Parker. —Ah, de ese modo, es cierto. —Tiene que ser muy duro romper con alguien que te importa mucho. Y siendo Emma como es, habrá intentado solucionar ese problema antes de empezar la relación. Hacer daño a Jack no es algo que ella considere. Mac se quedó pensativa mientras esperaba a que cambiara el semáforo. —A veces me gustaría ser tan buena persona como Emma, solo de vez en cuando. Para mí representa demasiado esfuerzo. —Tú tienes tus momentos. Mírame a mí, intimido a los demás. Mac rio con socarronería. —Ah, sí. Me pones los pelos de punta, Parks —dijo Mac arrancando para cruzar el semáforo—. Resultas terrorífica cuando te disfrazas de Parker Brown, de los Brown de Connecticut. Y si encima, mueves la capa, caen muertos a tus pies. —Muertos, no. Puede que se queden noqueados durante un tiempo. —Dejaste a Linda para el arrastre —comentó Mac refiriéndose a su madre. —Eso lo hiciste tú. Enfrentándote con ella. Mac hizo un gesto de negación. —Ya me había enfrentado a ella antes. Quizá no como la última vez, no de un modo tan tajante y directo. Ahora bien, aunque empezara yo, tú la remataste por mí. Si encima entran en juego Carter y el hecho de que, por muy encantador que sea, que lo es, no se deja acosar… y si tenemos en cuenta a ese novio tan rico de Nueva York que se lo consiente todo, resulta que mi vida es mucho más sencilla desde entonces. —¿Se ha vuelto a poner en contacto contigo? —Es curioso que lo preguntes. Esta mañana precisamente, como si esa escena horrible nunca hubiera existido. Ari y ella han decidido fugarse. Más o menos. Los alocados muchachos saldrán hacia el lago Como el mes que viene y se casarán en la villa de uno de los mejores amigos de Ari una vez que Linda haya organizado todos los detalles. Supongo que para ella fugarse consiste en eso. —Caray, si estás hablando de George Clooney, que cuenten conmigo. —Ojalá. De todos modos, no creo que nos invite. Su intención al llamarme era que me enterara de que ha preferido a otra empresa en lugar de a Votos para organizar su boda. —¿Qué le has dicho? —Buona fortuna. —¿De verdad? —De verdad. Y me ha sentado de maravilla. Se lo he dicho en serio. Es cierto que le deseo buena suerte. Si es feliz con Ari, me dejará tranquila por una vez en la vida. Así que… —Mac giró, volvió a girar y se detuvo en el aparcamiento de Kavanaugh—. Todo perfecto. ¿Quieres que espere, por si acaso? —No, vete. Te veré en casa para la consulta de esta tarde.

Parker salió del coche, asió su maletín y miró el reloj. Puntual según lo estipulado. Vio un edificio que albergaba lo que parecían unas oficinas que se comunicaban con un gran taller y se quedó observando. Al acercarse reconoció el zumbido de una especie de compresor y, a través de las puertas abiertas del taller, vio las piernas, las caderas y casi todo el torso de un mecánico que trabajaba en un coche situado sobre un elevador. Divisó unos estantes en los que supuso que debían de guardar piezas y material diverso, y unas rejillas con herramientas. También vio depósitos, manguitos… Olía a aceite y a sudor, un olor para nada ofensivo en su opinión. Olía a trabajo, era un olor productivo. Todo aquello le pareció correcto, sobre todo cuando vio el automóvil de Emma bien aparcado, limpio y reluciente como los chorros del oro. Se aproximó al coche con curiosidad. Los cromados brillaban a la luz del sol, y a través de la ventanilla reconoció las señales del perfeccionismo llevado hasta la meticulosidad. Si la mecánica del coche era tan buena como su aspecto, pensó, haría la siguiente revisión allí en lugar de confiar en su concesionario. En el interior, en el extremo de un mostrador en forma de L, vio que una pelirroja de pelo prácticamente naranja estaba encaramada a un taburete y tecleaba con dos dedos en el ordenador. Tenía el ceño fruncido y torcía tanto el gesto que Parker comprendió que esa mujer y el ordenador estaban en guerra. La dependienta se detuvo y examinó a Parker por encima de unas gafas de leer verde claro. —¿Qué se le ofrece? —He venido a recoger el coche de Emmaline Grant. —¿Es usted Parker Brown? —Sí. —Su amiga llamó y dijo que vendría usted a recogerlo. Al ver que la mujer no hacía ningún ademán y seguía mirándola por encima de sus gafas, Parker le sonrió con amabilidad. —¿Quiere que le enseñe algún documento para identificarme? —No. Me dijo qué aspecto tendría usted, y me la ha descrito perfectamente. —Bien, ¿me da la factura? —Estoy en ello. —La mujer se revolvió en el taburete y tecleó de nuevo—. Siéntese aquí mismo. No tardaré mucho. Tardaría menos si pudiera hacerle un albarán a mano, pero Mal quiere hacer las cosas de esta manera. —Muy bien. —Detrás de la puerta hay una máquina de bebidas si desea tomar algo. Parker pensó en su clienta, en la distancia que había hasta la tienda de novias y en el tráfico. —Ha dicho que no tardaría mucho. —Y no tardaré. Solo decía que… ¿Qué diablos quiere de mí este monstruo de los infiernos? —La mujer se rascó con unas uñas largas y rojas su pelo crespo y naranja—. ¿Por qué no escupe la maldita factura? —Si me permite… —Parker se inclinó sobre el mostrador y examinó la pantalla—. Creo que ya entiendo cuál es el problema. Ponga el cursor aquí y pulse el ratón —le aconsejó dando unos golpecitos a

la pantalla. Bien. ¿Ve donde pone «Imprimir»? Pulse ahí. Ya está. Y ahora pulse en «Aceptar». Parker se apartó y la impresora se puso en marcha. —Ya está. —Pulse aquí, pulse allá… Nunca recuerdo dónde tengo que pulsar primero —dijo la empleada sonriéndole por primera vez. Tenía unos ojos tan atrevidos y magnéticos como la montura de sus gafas—. Se lo agradezco. —No se preocupe. Parker tomó la factura y se le escapó un suspiro al repasarla: una batería nueva, la puesta a punto, un distribuidor, un cambio de aceite, las correas del ventilador, la nivelación de los neumáticos y unas pastillas de los frenos. —No veo el precio de la limpieza del automóvil. —No está incluido. En la primera factura del cliente, corre a cuenta de la casa. —Qué detalle. —Parker pagó y metió la copia de la factura en un bolsillo del maletín. Luego recogió las llaves—. Gracias. —Un placer. Venga cuando nos necesite. —Esté segura de que así lo haré. Al llegar junto al coche de Emma, Parker desbloqueó la cerradura. —Eh, eh, espere. Parker se detuvo y se volvió. Reconoció las piernas, la cadera y el torso que había visto en el taller asomando por debajo de un coche. Sin embargo, en la nueva visión el hombre salía con pecho y hombros. Una suave brisa de primavera le revolvía el cabello oscuro (necesitado de un buen corte) y despeinado, fuera a causa del trabajo, fuese por negligencia. Sin embargo, todo eso armonizaba con los rasgos fuertes y afilados de su cara, y con una barba oscura que indicaba que no se había afeitado desde hacía un par de días. Captó todo eso en pocos segundos, y también que torcía el gesto y que sus intensos ojos verdes denotaban mal genio. Su reacción habría sido bajar la vista, pero ese hombre se le plantó delante. Parker alzó la cabeza, lo miró a los ojos y le dijo con un tono frío: —Dígame. —¿Cree que solo se necesita una llave y un carnet de conducir? —¿Cómo dice? —Los cables de la batería estaban corroídos y el aceite se había sedimentado. La presión de los neumáticos estaba baja y las pastillas de freno brillaban por su ausencia. Seguro que se unta usted cada día con una crema de las buenas. —¿Perdón? —Pero es incapaz de molestarse en revisar el coche. Señora, su coche estaba hecho una pena. Seguro que se ha gastado más dinero en estos zapatos que el que se ha gastado jamás en una puesta a punto. ¿En sus zapatos? ¿Qué diantre le importaban sus zapatos? Parker optó por conservar un tono de voz neutro, de una neutralidad insultante. —Valoro la pasión que pone en su trabajo, pero dudo que su jefe apruebe el modo en que trata a los clientes. —El jefe soy yo, y no veo que eso represente ningún problema.

—Ya. Bien, señor Kavanaugh, tiene una manera de dirigir su negocio muy interesante. Si me disculpa… —No hay disculpa que valga cuando se desatiende tanto un coche. Se lo he arreglado para que funcione, señora Grant, pero… —Brown —lo interrumpió Parker—. Es señora Brown. El mecánico la miró entrecerrando los ojos. —La hermana de Del. Habría tenido que darme cuenta. ¿Quién es Emmaline Grant? —Mi socia. —Muy bien. Dígale entonces lo que acaba de oír. Este es un buen coche y se merece que lo traten mejor. —Le aseguro que se lo diré. Parker fue a abrir la portezuela, pero él se le adelantó y la abrió antes. La joven entró en el coche, dejó el maletín en el asiento de al lado y se abrochó el cinturón de seguridad. Y entonces interpuso un muro de hielo entre ambos. —Gracias. Él sonrió, rápido como una centella. —Quiere decir que me vaya al infierno. Conduzca con prudencia —añadió luego, y cerró la portezuela. Parker dio la vuelta a la llave y se quedó algo decepcionada cuando el motor ronroneó como un gatito. Mientras se alejaba, miró por el retrovisor central y lo vio de pie, desnudo de cadera para arriba, observándola. «Es un grosero», pensó. Grosero hasta lo indecible. Pero sabía hacer bien su trabajo. Cuando aparcó cerca de la tienda de novias donde tenía que reunirse con su clienta, Parker sacó la BlackBerry y le envió un mensaje a Emma. Em, el coche ya está. El motor y la carrocería han quedado como nuevos. Me debes algo más que el precio de la factura. Ya hablaremos esta noche. P.

Emma estaba en casa y aprovechaba que disponía de un rato entre dos entrevistas para redactar unos contratos. Le encantaba la elección que había hecho la última clienta, que iba a casarse en diciembre. «Color, color y viva el color», pensó. Sería un placer trabajar en invierno con unas tonalidades tan cálidas y atrevidas. Le envió el contrato a la clienta para que esta diera su aprobación y le mandó una copia a Parker para que la archivara entre los documentos de Votos. Luego se le escapó una carcajada por lo bajo mientras leía en voz alta: —«Una gabardina reforzada por los codos.» Esta es buena. Veamos… Tendrás que elegir entre las coderas de encaje rojo y un conjunto de terciopelo negro. También podría sorprenderte. Me los probaré luego con mi colección de gabardinas. Mi favorita es negra y tiene una pátina que parece que esté… mojada.

Por desgracia esta noche no puedo salir. Pero eso nos da más tiempo a los dos para pensar. —Con esto, poco tiempo te concedo —murmuró Emma, y pulsó «Enviar».

8

E

MMA ENTRÓ EN LA COCINA A LAS SEIS

desde el cuarto de los abrigos mientras Parker accedía desde

el pasillo. —¡Qué cronometradas! Hola, señora Grady. —Pollo asado con ensalada César —anunció la señora Grady—. Sentaos en la rinconera del desayuno. No voy a poner la mesa del comedor cuando no paráis de ir arriba y abajo picoteando. —Como mande la señora. Estoy muerta de hambre porque me he saltado la hora de almorzar por culpa del trabajo. —Tómate eso con una copa de vino. —La señora Grady señaló con la cabeza a Parker—. Esta ha venido de mala uva. —No estoy de mala uva —protestó Parker, aunque aceptó la copa de vino que le sirvió la señora Grady—. Ten, la factura. Emma echó un vistazo al último renglón y esbozó una mueca de disgusto. —Uf. Supongo que me lo merezco. —Es posible, pero yo no me merecía el sermón colérico del propietario, que me ha confundido contigo. —Vaya. ¿A qué hospital lo han llevado? Tendría que enviarle unas flores. —Ha salido ileso. En parte porque tenía un compromiso y no me ha dado tiempo de pegarle una paliza. Por otro lado, te ha limpiado el coche de manera impecable, por dentro y por fuera, y gratis por ser la primera vez. Eso ha contado a su favor. Al margen. Parker hizo una pausa para tomar otro sorbo de vino. —Señora Grady, usted conoce a todo el mundo. —Por desgracia. Sentaos a comer. —Cuando se hubieron sentado alrededor de la mesa, la señora Grady se acomodó en uno de los taburetes con una copa de vino en la mano—. Quieres que te cuente cosas sobre el joven Malcolm Kavanaugh. Siempre ha sido un poco rebelde. Hijo de militar. Su padre murió en ultramar cuando él era un chiquillo. Tendría unos diez o doce años, y eso explica que se volviera un poco rebelde. Su madre se las vio y se las deseó para mantenerlo a raya. Solía trabajar de camarera en el local de Artie, el de la avenida. Artie era su hermano y por esa razón, al perder a su marido, ella se mudó aquí. La señora Grady tomó un sorbo de vino y se arrellanó para contar el resto de la historia. —Como quizá ya sabéis, Artie Frank es un inútil rematado y su esposa, una pedante remilgada. Dicen las malas lenguas que Artie decidió hacerse cargo personalmente del niño, pero que este supo estar a la altura y se lo sacudió de encima. Bien hecho —añadió encantada—. Se marchó, el chico, quiero decir, y se apuntó a las carreras de coches, de motos o algo parecido. Por lo que sé, hizo de extra en el cine rodando escenas peligrosas. Se ganaba bien la vida, según me contaron, y se aseguró de dejar a su madre bien provista. —Bueno, eso dice mucho a su favor, supongo —concedió Parker. —Un día rodaba una escena peligrosa y quedó destrozado. Le dieron una buena indemnización, y con

ella compró el taller que hay en la carretera Uno hará unos tres años. También compró una casita para su madre. La gente dice que su negocio es muy boyante, y que todavía sigue siendo aquel chico rebelde. —Doy por descontado que el negocio le ha ido bien porque es hábil con los motores, no porque tenga facilidad tratando con los clientes. —Te ha puesto de mal humor —comentó Emma. —Lo superaré, siempre y cuando siga haciendo bien su trabajo —sentenció Parker fijándose en Laurel, que entraba en ese momento—. Por los pelos. —He preparado café y unos dulces. Algunas no tenemos tiempo de sentarnos a comer y a chismorrear antes de una consulta —protestó Laurel frunciendo el ceño y atusándose el pelo—. Además, estáis tomando vino. —Parker estaba de mal humor porque… —Todo eso ya lo he oído. —Laurel se sirvió media copa escasa—. Dadme carnaza. ¿Cómo van las cosas con Jack? —Creo que ahora practicamos sexo virtual. Estamos todavía en la primera fase de los prolegómenos, y no sé a dónde nos llevará eso. —Yo nunca he practicado el cibersexo. Nunca he encontrado a alguien que me gustara tanto como para hacer eso. —Laurel inclinó la cabeza, pensativa—. Es curioso. Resulta que si me gusta un tío, practico sexo real con él, pero virtual, no. —Porque se trata de un juego. —Emma se levantó para ofrecerle a Laurel la mitad de su ensalada—. Un hombre puede gustarte para irte a la cama con él, pero no para jugar con él. —Eso suena rarísimo. —Laurel, asintiendo, pinchó la ensalada con el tenedor—. Siempre dices cosas raras hablando de hombres. —Lo que sí está claro es que Jack le gusta tanto que le apetece jugar con él —añadió Parker. —Jack tiene sentido del humor, y esa es una de las cosas que siempre me han gustado de él, que siempre he encontrado atractivas. —Emma esbozó lentamente una sonrisa franca—. Veremos hasta qué punto disfrutamos con el juego.

En la sala de recepciones, ante un café y los pastelitos dulces de Laurel, Parker dirigía una consulta con una pareja de novios y sus respectivas madres. —Como les contaba a Mandy y a Seth, Votos personalizará sus servicios para adaptarlos a sus necesidades. En la medida en que ustedes quieran. Nuestro objetivo, juntas y por separado, es ofrecerles una boda perfecta. Una boda perfecta y personalizada. Veamos, la última vez que hablamos no habían elegido la fecha, pero sabían que querían la ceremonia por la tarde y al aire libre. Emma escuchaba absorta mientras los demás deliberaban sobre las fechas. Se preguntaba si Jack habría recibido ya su correo electrónico. La novia quería que la boda fuera romántica. ¿No era eso lo que querían todas?, pensó. Sin embargo, le pareció interesante que la joven mencionara que se pondría el vestido de novia de su abuela. —Tengo una foto —anunció Mandy—, pero Seth no puede verla, así que… —Seth, ¿te apetece una cerveza? El novio miró a Laurel y sonrió. —Sí, claro.

—Acompáñame si quieres. Cuando hayas terminado, volveremos a la sala. —Gracias. —Mandy abrió una carpeta grande después de que Laurel saliera con Seth—. Sé que parecerá una tontería… —En absoluto. —Parker tomó la foto que le ofrecía y su expresión educada se volvió radiante—. Oh… oh, es precioso. Es espectacular. ¿De finales de los treinta o principios de los cuarenta? —¡Muy bien! —exclamó la madre de la novia—. Mis padres se casaron en 1941. Ella solo tenía dieciocho años. —De pequeña ya decía que llevaría el vestido de novia de la abuela cuando me casara. Hay que hacerle unos arreglos y repasarlo un poco, pero la abuela lo ha cuidado bien. —¿Has pensado en alguna modista en concreto? —Hemos hablado con Esther Brightman. Parker, examinando la fotografía, asintió con aire de aprobación. —Es un genio, y es exactamente la persona que recomendaría para algo así. Mandy, estarás fabulosa. Si quieres, podemos organizar la ceremonia en torno a este vestido. Glamour retro con clase, romanticismo con estilo. Chaqués en lugar de los previsibles esmóquines para el novio y los testigos. —Oh, uau. Vaya… ¿Le parecerá bien? —le preguntó la novia a su futura suegra. —A él le parecerá bien todo lo que tú quieras, cariño. Personalmente, me encanta la idea. Nos gustaría lucir unos vestidos retro o adoptar un estilo vintage en la despedida de soltera. Emma observó la fotografía cuando se la pasaron. Vio fluidez en ella, unas líneas de inspiración déco con una pátina que requería seda. Alzó los ojos y observó a Mandy. Esta novia llevaría el vestido con la misma elegancia que su abuela. —Puedo copiar el ramo —dijo casi entre dientes. —¿Qué? —Mandy se interrumpió a mitad de una frase y prestó atención a Emma. —El ramo… si quieres, puedo reproducirlo. Qué lista fue tu abuela, qué bien compensó las líneas largas y fluidas del vestido con una enorme cascada de lirios de agua. ¿Tienes el velo y el tocado? —Sí. —Por lo que veo, se lo tejieron con muguete. Haré lo mismo, si te gusta. Solo quería comentártelo antes de que Seth regrese, para darte algo en qué pensar. —¡Me encanta! ¿Qué dices tú, mamá? —Mi madre estará hecha un flan. Y yo también. Me encanta. —Hablaremos de eso con más detalle en la consulta individual. Mientras tanto, cuando elijáis los vestidos para las damas de honor, traedme unas fotos para que saque copias, o bien escaneadlas y pasádmelas en un correo electrónico para que pueda ver las flores que tu abuela eligió para ellas. Emma le devolvió la fotografía a Mandy. —Vale más que la guardes tú. —Mac, ¿por qué no le explicas a grandes rasgos a Mandy el tema del reportaje fotográfico? —En primer lugar, quiero reproducir contigo el retrato oficial de tu abuela. Es un clásico maravilloso. Sin embargo, esta noche tendríamos que comentar cómo os gustaría que os hiciera las fotos de compromiso. Fueron superando etapas, paso a paso, con un ritmo que habían ido perfeccionando con los años. Mientras hablaban de las fotografías, los pasteles y la comida, Emma anotaba las palabras clave que le

ayudarían a formarse una idea de la novia, del novio y de lo que ambos deseaban. Si sus pensamientos se desviaban hacia Jack de vez en cuando, se recordaba a sí misma que hacer varias cosas a la vez era algo que se le daba muy bien. Cuando las cuatro socias acompañaron a los clientes a la salida, Emma pensó que se escabulliría para comprobar si Jack había contestado su correo. —Buen trabajo. Voy a casa a abrir un dossier para la celebración. Bueno… —Queda otra cosa más —la interrumpió Parker—. Hoy he ido a la tienda de novias y he encontrado el vestido de Mac. —¿Qué? —Mac se quedó mirándola con incredulidad—. ¿Mi vestido? —Te conozco y sé lo que buscas. En esa tienda he visto un vestido con un cartelito donde ponía «propiedad de Mac». Aprovechando nuestros contactos lo he traído a casa para que le des tu aprobación. Quizá me equivoque, pero creo que al menos disfrutarás probándotelo. —¿Has traído a casa un vestido de novia para que me lo pruebe? —Mac miró a Parker entornando los ojos—. ¿No eras tú quien decía siempre que las novias tendrían que probarse un centenar de vestidos antes de encontrar el definitivo? —Sí, pero tú no eres como la mayoría de las novias. Sabes inmediatamente lo que te va y lo que no. Si no te gusta, no pasa nada. ¿Por qué no vamos a echarle un vistazo? Está arriba, en la suite de las novias. —Oh, tenemos que ir a verlo. —Emma, emocionada ante la perspectiva, agarró a Mac de la mano y tiró de ella—. Espera, necesitamos champán… pero Parker ya debe de haber pensado en eso. —La señora Grady lo habrá subido ya. —¿Champán y un vestido potencial de novia? —murmuró Mac—. ¿A qué esperamos? No te lo tomes mal si no me gusta —añadió mientras empezaba a subir la escalera. —Claro que no. Si te desagrada, eso solo indicará que mi gusto es infinitamente superior al tuyo. — Con una leve sonrisa burlona, Parker abrió la puerta de la suite de las novias donde la señora Grady estaba empezando a servir unas copas de champán. —Os he oído subir. —La señora Grady le guiñó el ojo a Parker cuando Mac se puso a contemplar el vestido que colgaba de una percha. —Es precioso —murmuró ella—. Es… —Escote bañera, porque creo que te sentará muy bien —retomó la palabra Parker—. Y el patrón un poco acampanado te hará buen tipo. Sé que te inclinabas por algo sin adornos, pero creo que te equivocas. Un tejido de organza sobre un forro de seda contribuye a dar un aire romántico y suaviza los contornos. Porque tú eres angulosa. ¿Te has fijado en la parte de atrás? Parker descolgó la percha y le dio la vuelta al vestido. —¡Me encanta! —Emma dio un paso adelante—. ¡Lleva una cola de volantes de organza! Es fabuloso, y algo pícaro. Además, te hará un culo fantástico. —Te lo marcará más —concluyó Laurel—. Pruébatelo si no quieres que me lo pruebe yo. —Dadme un segundo, este momento es especial. Sí, este es mi momento. —Mac se desabrochó los pantalones. Mientras se los quitaba, Emma hizo un movimiento circular con el dedo. —Vuélvete de espaldas al espejo. No te mires mientras te lo pones. Y luego, cuando te veas… tachán. —Mírala cómo tira la ropa por el suelo —comentó la señora Grady sacudiendo la cabeza y

recogiendo las prendas—. Igualita que siempre. Bueno, ayudadla a vestirse —ordenó a las chicas mientras se apartaba con una sonrisa. —Oh, voy a echarme a llorar. —Emma lagrimeó cuando Parker le ciñó la falda a Mac para que le quedara en su sitio. —No tenían tu talla y el vestido te irá un poco grande. —Por eso he venido yo —intervino la señora Grady mostrando su cojín de alfileres—. Haremos un par de pespuntes para que te siente mejor. Es una pena que siempre hayas sido tan feúcha. —Insúlteme pero no me pinche. —Por ahora servirá —dijo la señora Grady dando una vuelta para tocarle un poco el cuerpo y terminando por alisarle su pelirrojo cabello—. Hay que sacar partido de lo que se tiene. —Cuenta hasta tres, Mac, y luego date la vuelta. —Emma se llevó las manos a los labios—. Mírate. —Vale. —Mac respiró hondo, exhaló y dio media vuelta hasta ponerse frente al espejo de cuerpo entero en el que había visto a tantas novias observar su propio reflejo. Lo único que alcanzó a decir fue —: Oh… —Eso lo resume todo —dijo Laurel parpadeando para contener las lágrimas—. Es… como tiene que ser. Te sienta como un guante. —Es… soy… Mierda, soy una novia. —Mac se llevó las manos al pecho y se puso de lado—. Oh, mirad la espalda. Es divertida, femenina, y marco el culo. —Miró a Parker sin apartar los ojos del espejo—. Parks. —Soy buena. ¿A que sí? —Eres la mejor. Mi vestido de boda será este. Ay, señora Grady. La mujer se enjugó las lágrimas. —Estoy llorando de alegría porque ya no tendré a cuatro solteronas a mi cargo. —Y en el pelo, unas flores. Una diadema muy ancha de flores en lugar de un velo —propuso Emma. —¿De verdad? —Mac, frunciendo los labios, estudió su reflejo e intentó imaginárselo—. Eso podría quedarme bien. Podría quedarme muy bien. —Te mostraré un par de ideas. Creo que con la línea del vestido, lo mejor será un ramo largo, quizá atado a mano, puede que llevado en el brazo. —Emma dobló un brazo y, con la otra mano, se lo mostró con un gesto—. O bien en cascada, imitando el movimiento del agua. Unos colores exuberantes, cálidos, otoñales y… Me estoy pasando. —No. Dios mío, estamos planeando mi boda. Creo que necesito esa copa. Laurel le pasó su copa de champán y se quedó junto a ella. —Te queda mucho mejor que todos nuestros antiguos disfraces de novia. —Y además no pica. —Voy a hacerte un pastel que te caerás de espaldas. —Caray, se me hace la boca agua. —Volveos todas —ordenó la señora Grady sacándose una cámara del bolsillo—. Nuestra pelirroja no es la única que sabe hacer fotos. Arriba esas copas. Así me gusta —murmuró mientras plasmaba el momento.

Mientras las chicas tomaban champán y hablaban de las flores de la boda, Jack abría una cerveza y se preparaba para desplumar a los amigos al póquer. Intentaba no pensar en el último correo de Emma. —Como oficialmente es la primera noche de póquer para Carter, intentemos no humillarlo. —Del le dio un golpe amistoso en el hombro. Llevarnos su dinero es una cosa, dejarlo en ridículo, algo muy distinto. —Iré con mucho tacto —prometió Jack. —Si queréis, miro. —¿Y para quién dejáis la diversión y las ganancias? Yo pretendo divertirme y ganar —aclaró Del. —Ja —articuló Carter. Se habían reunido en el sótano de Del. Un espacio de ensueño para los hombres, en opinión de Jack, con una barra antigua de servir cervezas traída de un pub de Galway, una mesa de billar y un televisor de pantalla plana (el segundo, porque había otro incluso mayor en la sala de audiovisuales, al otro lado de la casa). El espacio contaba con una máquina antigua de discos, unos juegos de ordenador y dos clásicas máquinas del millón. Sin olvidar unas butacas de piel y unos sofás que quitaban la respiración. Y una mesa de póquer estilo Las Vegas esperando entrar en acción. No era de extrañar que Del y Jack fueran amigos. —Si fueras una tía, me casaría contigo —le dijo Jack. —No. Te acostarías conmigo y luego no me llamarías. —Probablemente tienes razón. Jack pellizcó un trozo de una pizza que vio por allí. Desplumar a los amigos le daba hambre. Mientras comía observó al grupo: dos abogados, un catedrático de instituto, un arquitecto, un cirujano, un diseñador de jardines… y el último jugador que acababa de entrar por la puerta, un mecánico. Un grupo interesante, pensó. Sus integrantes iban variando esporádicamente, porque se incorporaba alguno nuevo, como Carter, o porque alguno de ellos no había podido asistir. La tradicional noche del póquer arrancaba de la facultad, de los tiempos en que conoció a Del. Las caras habían ido cambiando, pero la esencia persistía. Comer, beber, contar mentiras y hablar de deportes. E intentar ganarle la pasta a los amigos. —Ya estamos todos. ¿Quieres una cerveza, Mal? —preguntó Del. —Ahora sí que te escucho. ¿Qué tal va todo? —le dijo Mal a Jack. —Tirando. Tenemos sangre nueva: Carter Maguire. Carter, él es Malcolm Kavanaugh. Mal asintió. —¿Qué hay? —Encantado. ¿Eres Kavanaugh, el mecánico? —Culpable. —Te llevaste con la grúa el coche de mi futura suegra. —¿Ah, sí? ¿Quiso ella que me lo llevara? —No. Es Linda Barrington. Mal entornó los ojos. —Sí, ya sé… La del bmw descapotable. El 128i.

—Mmm… supongo que sí. —Un buen viaje. Una mujer interesante. —Mal sonrió dándose aires de importancia y tomó otro trago de cerveza—. Buena suerte. —La hija no se parece a la madre —intervino Del. —Mejor para ti —le comentó Mal a Carter—. La conocí… a la hija, quiero decir. Mackensie, ¿no? Está buena. Se dedica a eso de las bodas y va con un Cobalt que acabo de revisar. —Esa es Emma —le corrigió Del. —Exacto. Tendrían que detenerla por maltratar vehículos. Conocí a tu hermana cuando vino a recogerlo —le explicó a Del, y sonrió—. También tiene un polvo. Aunque pone los pelos de punta. —Así que… ¿Emma no fue a recoger su coche? Mal observó a Jack. —No, vino la otra. La señorita Brown —recalcó antes de echar otro trago de cerveza—. La que dice «disculpe» cuando quiere decir «jódete». —Esa debe de ser Parker —confirmó Del. —¿La maltratadora de coches está tan buena como las otras dos? —Todas lo están —murmuró Jack. —Lamento habérmela perdido. —Vale más que echemos una partida, porque, si no, tendré que pegarle un puñetazo a Mal por tener pensamientos libidinosos con mis hermanas: la biológica y las honorarias —dijo Del. —Estoy con vosotros en un minuto. —Mientras los demás se acercaban a la mesa, Jack comprobó en su móvil si tenía correo.

Emma llegó a su casa cuando faltaba poco para medianoche. Haciendo planes y proponiendo ideas para la boda de Mac, el tiempo había pasado volando. Entró como una exhalación, estimulada por la velada y un poco mareada por el champán. La boda de Mac. Imaginaba que la novia estaría perfecta con su vestido de ceremonia y una cascada de flores en el brazo. Y Parker, Laurel y ella irían de damas de honor. Rojizo para ella, dorado viejo para Parker y calabaza para Laurel. Por no hablar de los arreglos florales que iba a inspirarle esa rica paleta otoñal. Sería un desafío, pensó Emma mientras subía la escalera. Parker había acertado planteando esa cuestión porque de ese modo podrían empezar a pensar en las posibilidades y a planificar la celebración. Organizar una boda era una cosa. Organizaría y tomar parte en ella, otra muy distinta. Necesitarían mucha colaboración, y ampliar el número de ayudantes, pero lo conseguirían, y con nota gracias a poder contar con la baza del jardín. Aprovechando su buen humor, Emma inició su ritual vespertino. Abrió el embozo de la cama, hizo un gesto de asentimiento y alisó las sábanas. Acababa de demostrar su madurez y su capacidad de control. Tras una noche con las amigas (de trabajo y placer), no descuidaría su rutina nocturna. Eso demostraba su adulta sensatez. Hasta que, cruzando los dedos de ambas manos, salió disparada hacia su despacho para mirar su correo.

—¡Lo sabía! —exclamó, y abrió el último mensaje de Jack. Veo que juegas sucio. Gracias. Me encantan las sorpresas. Sobre todo descubrirlas, por eso estoy deseando ayudarte con la gabardina. Me gusta demorar las sorpresas, crear cierto clima de suspense. Así que voy a quitártela muy despacio. Centímetro a centímetro. —Uf, vaya… —exclamó Emma. Y después, me apetecerá mirarte despacio, mirarte bien. Antes de tocarte. Centímetro a centímetro. ¿Cuándo, Emma? —¿Qué tal ahora mismo? Emma cerró los ojos e imaginó que Jack le quitaba esa gabardina negra y reluciente que ni siquiera tenía, que estaban en un dormitorio iluminado a la luz de las velas, mientras sonaba la música, una canción grave y sensual… y el ritmo del bajo palpitaba en sus venas. Sus ojos, peligrosos como unos vapores mefíticos, recorrerían su piel hasta empaparla de calor. Sus manos, fuertes, decididas, lentas, seguirían el rastro de su ardor bajándole el terciopelo por los codos hasta que… —Menuda tontería. —Se enderezó en la silla. Sería una tontería, pensó, pero había conseguido excitarse. Él lo había conseguido, mejor dicho. Había llegado el momento de reaccionar. Me gusta jugar, y no me importa ensuciarme. Las sorpresas son divertidas, y si me convierto en la sorpresa, mejor aún. En mi caso, a veces me gusta que me quiten la ropa despacio. Las puntas de los dedos deshacen el nudo del cinturón con paciencia, y luego las manos, con cuidado, con infinito cuidado, tiran de la gabardina hasta alcanzar lo que se oculta debajo. Otras veces quiero que esos dedos, y esas manos, aparten cualquier obstáculo. Con rapidez, glotonería, quizá con un poco de brutalidad. Pronto, Jack. Ya no estaban en el «si» condicional, pensó. Habían pasado al «cuándo».

Una vez hubo terminado de podar y dar forma a tres arbustos, y mientras Tink estaba enfrascada en preparar otro encargo, Emma echó un vistazo a sus notas y bocetos. —Seis ramos de mano incluido el que lanzará la novia en la boda del viernes. Seis arreglos florales de peana, dieciocho centros de mesa, una esfera de rosas blancas, guirnaldas y estandartes para la

pérgola —enunció cantando la lista—. Mañana te necesitaré tres horas al menos. Preferiría que fueran cuatro. —Esta noche tengo una cita y espero tener suerte. —Tink cruzó los dedos e hizo estallar el globo de su chicle—. A lo mejor mañana llego a mediodía. —Si puedes quedarte hasta las cuatro, perfecto. Y el jueves, te necesitaré cuatro horas. Cinco, si quieres. El jueves viene Tiffany, y Beach puede dedicarme todo el viernes. Puedo adaptarme al horario que mejor te convenga el viernes por la mañana. Podemos empezar a adornar los salones para lo del viernes a las tres. El sábado volvemos a tener doblete. Será preciso que comencemos a preparar la primera celebración a las ocho. De la mañana, Tink. Tink puso los ojos en blanco y siguió arrancando espinas. —Liquidaremos la primera boda a las tres y media, y necesitaremos haber preparado todo para la siguiente antes de las cinco y media. El domingo tenemos una gran celebración, un solo acto que empieza a las cuatro. O sea, que tendremos que empezar a las diez o a las diez y media. —Intentaré encajar en eso el resto de mi vida —comentó Tink afligida. —Lo conseguirás. Me llevaré lo que has clasificado a la cámara frigorífica y cogeré el material que necesitamos para los arreglos. —Emma recogió la primera caja y se volvió en el preciso instante en que Jack aparecía por la puerta—. Oh… hola. —Hola. ¿Qué tal, Tink? —Emma es una negrera. —Sí, no paro de maltratarla —comentó Emma—. Puedes consolarla mientras llevo esto a la cámara. Caray, pensó, qué guapo estaba con su ropa de trabajo: botas, unos tejanos gastados y la camisa remangada hasta el codo. Ojalá pudiera darle un bocado. —¿Por qué no te echo una mano? —Jack levantó con esfuerzo otro cubo y se marchó hacia la cámara. —Esta semana andamos como locas —aclaró Emma—. Tenemos un acto externo entre semana y cuatro celebraciones más durante el fin de semana. La boda del domingo va a ser bárbara, en el buen sentido de la palabra. —Dejó en el suelo la caja y le indicó a Jack con un gesto dónde debía poner su cubo—. Ahora necesito… Jack la cogió en brazos y la levantó del suelo con un movimiento rápido. Emma se agarró a su nuca en un acto instintivo y reflejo y reclamó su boca. El exuberante y salvaje perfume de las flores impregnaba el aire con la misma intensidad con que su cuerpo rebosaba de necesidad y de placer. Notó que por sus venas corría el ansia y la premura. «Le daré algo más que un bocado —pensó—, y pienso demorarme. Quiero saborear a este hombre sorbo a sorbo.» —¿Esta puerta cierra por dentro? Emma ensortijó los dedos en su pelo y lo atrajo hacia su boca. —¿Qué puerta? —Emma, no puedo más. Déjame… —Ah, esa puerta. No. Espera. A la porra. Dame otro. —Lo cogió por las mejillas y se entregó al beso, al perfume, al ansia. Y después se separó de él—. No podemos. Tink está aquí y… —A su pesar, suspiró y echó un vistazo alrededor—. Además, no tenemos espacio.

—¿Cuándo se marcha? Volveré más tarde. —No lo sé exactamente, pero… Espera. Jack la tomó por el rostro y la miró a los ojos. —¿Por qué? —No… no se me ocurre una razón, pero quizá es porque he perdido miles de neuronas durante el beso. No puedo recordar si tengo alguna cita esta tarde a última hora. Tengo la mente en blanco. —Volveré a las siete. Traeré algo para picar. A menos que me llames para decirme lo contrario, quedamos aquí a las siete. —Vale. De acuerdo. Consultaré la agenda cuando recupere la capacidad de raciocinio. Pero… —A las siete —repitió él, y volvió a besarla—. Si hemos de hablar, hablaremos. —Tendrá que ser con frases cortas y asertivas y con palabras de una o dos sílabas. —Eso se puede hacer. —Su sonrisa hizo que Emma sintiera calor en el vientre—. ¿Necesitas que saquemos algo de aquí? —Sí, pero no recuerdo lo que es. Dame un segundo. —Emma se pasó las manos por el pelo y cerró los ojos—. Muy bien, eso es. Esto y eso de allí. Luego tendrás que marcharte, en serio. No puedo trabajar si estoy pensando en ti, si pienso en todo esto. En el sexo. En todo. —Cuéntame eso más tarde. A las siete —repitió él ayudándola a cargar con las flores. —Ya, eh… volveremos al tema —le dijo Emma cuando él dejó las flores en la zona de trabajo—. Cuando no esté tan… ocupada. —Fantástico. —Los cálidos ojos grises de Jack se demoraron en ella más de lo preciso—. Hasta luego, Tink. —Y que lo digas. —Tink cortó unos tallos y los depositó en el contenedor mientras Jack salía por la puerta—. Dime, ¿cuándo habéis empezado Jack y tú? —¿Empezado qué? Oh, Tink. —Emma hizo un gesto de impotencia y se volvió hacia las estanterías para elegir un recipiente adecuado para el arreglo floral que había creado para la chimenea—. No hemos empezado nada. —Si vas a decirme que no te ha dado el gran morreo ahí dentro, mientes más que hablas. —No entiendo qué quieres decir. —«Tonta», se dijo Emma mientras cortaba un poco de espuma para las flores—. ¿Cómo lo sabes? —Porque has vuelto con los ojos vidriosos, y él parecía el típico tío que se tiene que conformar con unas migajas cuando lo que quiere es dar el gran mordisco. —El gran mordisco. Ja, ja. —¿Por qué no lo hacéis? Está como un tren. —Yo… nosotros… Mira, a mí el sexo no me vuelve loca. Quiero decir hablar de sexo, porque si practicar el sexo no te pone al menos un poquito nerviosa, es que falla algo. En cambio, esto sí me tiene descolocada. Emma siguió trabajando y Tink asintió con complicidad. —Pasar de ser amigos a algo más tiene la ventaja de que ya sabes delante de quién te desnudas. —Eso sí. Pero puede acabar siendo raro, ¿no? Después. —Solo si uno de los dos es memo. —Tink hizo estallar otra alegre pompa de su chicle—. Si quieres mi consejo, no seas mema.

—Por alguna extraña razón, parece un buen consejo. —Emma empapó la espuma—. Tengo que consultar una cosa en la agenda. —Muy bien. Yo apuntaría el polvo para esta noche —le dijo Tink alzando la voz—. Mañana estarás más fresca que una rosa. Otra buena razón, pensó Emma. Al abrir la agenda vio que se había dejado la tarde libre. Había escrito una gran X en esa fecha a partir de las cinco. Una manera de advertirse a sí misma de que no se dejara convencer para salir. Porque tenía demasiado trabajo programado para andarse con citas. De todos modos, aquello no era una cita en realidad. Jack iría a su casa, traería la cena y luego… ya verían. No tenía que cambiarse ni pensar en la ropa que debería ponerse ni… ¿A quién pretendía engañar? Claro que le preocupaba qué iba a ponerse. De ningún modo lo que fuera a suceder con Jack sucedería vestida con ropa de trabajo y las uñas verdes de revolver tallos y hojas. Además, necesitaría flores frescas y velas en el dormitorio. Y estaría más relajada si podía darse un agradable baño de espuma. Elegir la indumentaria era un elemento crucial en una noche como esa, y no se refería solo a lo que llevaría por fuera, sino a lo que iba a ponerse debajo. Cerró la agenda. Pensándolo mejor, una cita falsa exigía más esfuerzo que una real. Se apresuró a reanudar su trabajo con las flores. Tenía que terminar la jornada laboral y ofrecer lo mejor de sí misma a la clienta. Necesitaba disponer de mucho tiempo para arreglarlo todo antes de las siete sin dejar que se viera a las claras que se había tomado infinitas molestias.

9

S

E PUSO UN VESTIDO CON UN ESTAMPADO ALEGRE .

Se decidió por un estilo desenfadado, sencillo y bastante dulce combinándolo con un ligero jersey de punto. Lo que llevaba debajo era letal. Satisfecha del resultado, giró ante el espejo y se dispuso a echar el último repaso al dormitorio. Velas para que la luz fuera suave y romántica; lirios y rosas para que las flores desprendieran su romántica fragancia. El reproductor de CD preparado con una música tranquila y suave. Las almohadas ahuecadas y las cortinas cerradas. Había creado un reducto femenino de seducción. Un reducto del que se sentía muy orgullosa. Ahora solo le faltaba el hombre. Bajó al piso inferior para comprobar que allí también estuviera todo listo: vino, copas, velas y flores. Sin olvidar la música, baja, pero con un ritmo más marcado que la que los esperaba arriba. Conectó el aparato, ajustó el volumen y empezó a encender las velas que había distribuido por la sala. Pensó que beberían vino y charlarían. Luego cenarían y seguirían conversando. Nunca les había costado conversar. Aunque conocieran el rumbo que iba a tomar la noche (o quizá porque ya lo sabían), podrían hablar, relajarse y disfrutar mutuamente de la compañía antes de que… Giró en redondo, hecha un manojo de nervios, al oír que la puerta se abría. Era Laurel. —Hola, Em. ¿Puedes arreglarme un par de…? —Laurel se detuvo en seco y arqueó las cejas al ver la sala—. Tienes una cita. Tienes una cita sexual. —¿Qué? ¿A ti qué te pasa? ¿De dónde sacas que…? —¿Cuánto tiempo hace que te conozco? ¿Desde siempre? Has puesto velas nuevas, y suena música para los prolegómenos. —Pongo velas nuevas continuamente, y además resulta que me gusta esta música. —Déjame ver la ropa interior que llevas puesta. Emma ahogó una carcajada. —No. ¿Qué querías que te arreglara? —Eso puede esperar. Te apuesto veinte dólares a que llevas ropa interior sexy. —Laurel se acercó a ella con decisión y empezó a tirar de su vestido… hasta que su amiga la paró de un manotazo. —Basta, quieta. —Te has dado un baño de espuma en plan «Esta es la noche» —dijo Laurel olisqueándola—. Se huele de lejos. —¿Y qué? Tengo citas a menudo. Y a veces son sexuales. Soy una mujer adulta. No es culpa mía que no hayas practicado el sexo desde hace seis meses. —Cinco meses, dos semanas y tres días. Y eso que no lo cuento. —Laurel se quedó callada, y entonces suspiró profundamente—. Tienes una cita sexual con Jack. —Basta. ¿Quieres parar? Me va a dar un telele. —¿Cuándo llega? ¿Cuál es el plan? —Pronto, y el plan, todavía lo estoy montando. Lo que te aseguro es que tú no estás incluida. En

absoluto. Así que largo. Sin hacer caso de la orden, Laurel se cruzó de brazos. —¿Vas con la lencería blanca en plan «soy una niña buena, aunque puedo ser mala» o con la negra de «esto es lo único que llevo, arráncamelo, grandullón»? Necesito saberlo. Emma alzó la vista al cielo. —Llevo el conjunto rojo con rosas negras. —Voy a llamar a urgencias. Si mañana sigues entera, ¿podrás prepararme tres mini arreglos? Una combinación primaveral. Tengo una consulta y unas florecillas de primavera darán el tono que creo que desea la clienta. —Claro. Vete a casa. —Ya me voy, ya me voy. —Irás a ver a Mac para contárselo primero, y luego, cuando estés en casa, se lo dirás a Parker. Laurel se detuvo en la puerta y se apartó un mechón que le caía sobre la mejilla. —No sé… pero le pediré a la señora Grady que nos haga unos buñuelos para desayunar. Así recargaremos las pilas mientras nos das todos los detalles. —Mañana tengo un día muy ocupado. —Yo también. Si puedes, quedamos a las siete de la mañana. Desayuno y resumen sexual. Buena suerte esta noche. Resignada, Emma dejó escapar un suspiro y decidió que no esperaría a que llegara Jack para tomarse una copa de vino. El problema de las amigas, pensó mientras iba a la cocina, era que te conocían demasiado bien. Cita sexual, música para los prolegómenos y lencería sexy. No había secreto que valiera entre… Y entonces se quedó helada, botella en mano. Jack era amigo suyo. Jack también la conocía muy bien. ¿No pensaría que…? ¿Y si…? —¡Oh, mierda! Se sirvió una generosa copa de vino y, antes de poder tomar el primer sorbo, oyó que alguien llamaba a la puerta. —Demasiado tarde —murmuró—. Demasiado tarde para cambiar nada. Ha llegado el momento de descubrir lo que va a pasar, y de asumirlo. Dejó el vino y fue a abrir. Notó que él también se había cambiado. Llevaba unos pantalones de algodón en lugar de los tejanos y una camisa almidonada en lugar de una de chambray. En las manos, una gran bolsa del restaurante chino favorito de ella y una botella del cabernet que más le gustaba. Qué mono, pensó. Sin duda era otra de las ventajas de ser amigos. —Cuando dijiste que traerías la cena, lo decías en serio —comentó ella tomando la bolsa—. Gracias. —Sé que te gusta picar un poco de todo, que en general es muy poco. Por eso me he decantado por un surtido. —La tomó por la nuca y se inclinó para besarla—. Hola. —Hola. Acabo de servirme una copa de vino. ¿Quieres que te sirva una a ti? —Me parece bien. ¿Cómo va el trabajo? —preguntó Jack siguiéndola a la cocina—. Estabas hasta las cejas hace unas horas. —Ya hemos terminado. Los próximos días serán un no parar, pero también lo superaremos. —Emma

sirvió una segunda copa y se la ofreció—. ¿Qué tal tu cocina de verano? —Dará la nota. No sé si los clientes la aprovecharán demasiado, pero será fantástica. Tengo que hablar contigo de las obras de tu casa, de la segunda cámara frigorífica. Antes, viniendo hacia aquí, he dejado unos dibujos preliminares en casa de Parker sobre las reformas que ha propuesto, y los planos de Mac están terminados. Después de haber visto la cámara que tienes, es fácil comprender por qué necesitas otra. Me gusta tu vestido. —Gracias. —Emma dio un sorbo de vino sosteniéndole la mirada—. Supongo que tendremos que hablar de otras cosas. —¿Por dónde quieres empezar? —No dejo de pensar que son demasiadas, pero me he dado cuenta de que, en realidad, se resumen en dos, y que las dos surgen de lo mismo, de que somos amigos. Porque somos amigos, ¿verdad, Jack? —Somos amigos, Emma. —En primer lugar, creo que los amigos tendrían que decirse la verdad. Ser sinceros. Si tras esta noche nos damos cuenta de que no ha ido como esperábamos, o si alguno de los dos siente que sí, ha estado bien, pero la historia se ha acabado, tendríamos que ser capaces de decirlo. Sin resentimientos. Razonable, directa, sin trampa ni cartón. Perfecta. —Por mí, ningún inconveniente. —En segundo lugar, tendremos que seguir siendo amigos. —Emma lo observaba y, mientras hablaba, la preocupación asomaba a sus palabras—. Es lo más importante. Pase lo que pase, salga como salga, hemos de prometernos que continuaremos siendo amigos. No solo por el bien de los dos, sino por el de todos nuestros amigos. Aunque digamos que solo se trata de sexo, Jack, el sexo no es una tontería. O no tendría que serlo. Tú y yo nos gustamos. Nos importamos. Y no quiero que eso cambie por nada del mundo. Jack le acarició el pelo. —¿Juramento de sangre o palabra de honor? —preguntó haciéndole reír—. Te lo prometo, Emma, porque tienes razón. Amigos. —Se inclinó para besarla en ambas mejillas y luego le rozó los labios con la boca. —Amigos. —Ella repitió su mismo gesto y se quedaron el uno frente al otro, mirándose, separados apenas por su aliento—. Jack, ¿cómo es posible que no lo hayamos hecho hasta hoy? —No tengo ni idea. —Volvió a rozarle los labios y la tomó de la mano—. Estábamos en la playa — empezó a contarle él mientras subían por la escalera. —¿Qué? —Habíamos ido a la playa a pasar una semana. Todos juntos. Un amigo de Del nos prestó su casa de los Hamptons; supongo que sería de sus padres. Fue el verano antes de que montarais la empresa. —Sí, lo recuerdo. Lo pasamos muy bien. —Una mañana, muy temprano, no podía dormir y bajé a la playa. Y entonces te vi. Durante un minuto, un par de segundos en realidad, no me di cuenta de que eras tú. Llevabas una especie de pareo de muchos colores, de colores intensos, atado a la cintura, y se te movía al caminar. Debajo llevabas un bañador rojo. —Tú… —Emma tuvo que reprimir un suspiro—. ¿Recuerdas lo que llevaba puesto? —Sí. Y recuerdo que tenías el pelo más largo que ahora, que te llegaba a media espalda. Tus

indomables rizos al viento. Los pies, descalzos. La piel dorada, los colores salvajes, los rizos sueltos. Se me paró el corazón. Pensé que eras la mujer más bella que había visto jamás. Y quise tener a esa mujer, de un modo como jamás he deseado a ninguna otra. —Jack se detuvo y se volvió un poco. Ella no podía apartar los ojos de él—. Entonces me di cuenta de que eras tú. Caminabas por la playa y la espuma de las olas se arremolinaba en torno a tus pies descalzos, a tus tobillos y pantorrillas. Y te deseé. Pensé que iba a perder la cabeza. Emma comprendió que no podría aguantar la respiración durante más tiempo, que no sería capaz de pensar, ni siquiera de desear pensar. —Si te hubieras acercado a mí y me hubieras mirado como me estás mirando ahora, habría sido tuya. —Ha valido la pena esperar. —Jack le dio un beso largo e intenso, recreándose, y luego entraron en el dormitorio—. Qué bonito —comentó él al fijarse en las flores y las velas. —Hasta los amigos tendrían que juguetear un poco, me parece a mí. —Pensando que eso la tranquilizaría y crearía un ambiente más íntimo, empezó a encender las velas. —Mejor aún —comentó Jack cuando ella puso música. Emma se volvió hacia él desde el otro extremo de la habitación. —Seré sincera contigo, Jack, como te he prometido. Tengo debilidad por las historias de amor, por los rituales y los gestos. Aunque también tengo debilidad por la pasión, una pasión fulminante y loca. Quiero tenerte de las dos maneras. Esta noche puedes hacerme tuya, de la manera que quieras. Jack se quedó prendado de las palabras que Emma acababa de pronunciar, de pie y a la luz de las velas. Se acercó a ella, y ella a él, hasta que los dos estuvieron en el centro de la habitación. Jack ensortijó los dedos en su cabello para apartárselo de la cara, y acercó lentamente los labios a su boca. Esa noche haría todo lo que estuviera en su mano para explotar al máximo sus debilidades. Emma se abandonó, su cuerpo se rindió dulcemente al beso. La calidez fue cobrando terreno, el deseo quedó velado por la anticipación. Cuando la cogió en brazos para llevarla a la cama, sus oscuros ojos se tornaron soñolientos. —Quiero tocarte entera, donde siempre he soñado. —Deslizó lentamente la mano bajo su vestido y recorrió su muslo—. Por todas partes. Volvió a besarla, sintiendo crecer el ansia, el instinto posesivo, mientras posaba los dedos sobre su piel, sobre el encaje que apenas la cubría. Emma se arqueó en contacto con él, ofreciéndose. Jack recorrió su garganta con los labios, susurrándole, mientras le quitaba el jersey. Y con un gesto rápido y brusco, le dio la vuelta e insinuó un mordisco en su hombro. Cuando se puso a horcajadas sobre ella para bajarle la cremallera del vestido, Emma giró la cabeza. Su sonrisa ocultaba muchos secretos. —¿Necesitas ayuda? —Creo que podré solo. —Eso parece. En esta postura no voy a poder, así que quítate tú la camisa. Jack se desabrochó y se la quitó por la cabeza mientras ella lo contemplaba. —Siempre me ha gustado verte sin camisa cuando rondabas por aquí en verano. Pero esto todavía me gusta más. —Emma se dio la vuelta—. Desvísteme, Jack, y tócame. Tócame entera. Se movía debajo de él, caprichosa y perezosa, mientras él le quitaba el vestido por arriba, y sintió la comezón del placer cuando le recorrió el cuerpo con la mirada. —Eres espectacular. —Rozó las puntas de encaje rojo, los diminutos pétalos negros—. Esto puede

llevarnos un rato. —No hay prisa. Jack volvió a acercar sus labios y Emma paladeó la sensación de ser explorada. Centímetro a centímetro, le había dicho él, y estaba siendo un hombre de palabra. Jack palpó, saboreó y se recreó hasta que los estremecimientos de ella devinieron temblores y el perfume del aire se enrareció. Unas curvas generosas, la piel dorada a la luz de las velas, el pelo desparramado en exuberantes rizos de seda negra… Siempre había creído que era preciosa, pero esa noche Emma era un manjar con el que esperaba darse un magnífico festín. Cada vez que regresaba a esos labios suaves y fastuosos, ella se entregaba un poco más. La instó a erguirse, despacio, muy despacio, y notó cómo se elevaba para derrumbarse luego. La embargó una sensación dulce, excitante y fantástica. —Ahora me toca a mí. —Emma se enderezó, le pasó las manos por la nuca y presionó sus labios contra su boca. Se movió y se apartó un poco de él. Ahora era ella la que exploraba sus fuertes hombros, el pecho duro y el vientre firme, y la que le bajaba la cremallera para liberarlo. —Vale más que… —Yo me ocupo. Emma sacó un preservativo de la mesilla de noche y se demoró complaciéndolo antes de colocarle la protección. Con los labios y las manos le puso en tensión cada músculo del cuerpo hasta que él la agarró por el pelo y le hizo incorporarse. —Ahora. —Ahora. Emma se escurrió hacia abajo y se arqueó para que la penetrara. Un estremecimiento le recorrió el cuerpo, intenso, afilado como el metal, y notó que la sangre le bullía al empezar a moverse. Despacio, para exprimir a fondo el placer, y con los ojos fijos en él. La agarró por las caderas, debatiéndose por permitir que fuera ella quien imprimiera un ritmo torturador. Cuando Emma dejó caer las manos en glorioso abandono, la visión de esa mujer casi le dolió. Su piel resplandecía, como polvillo dorado que hubiese prendido en llamas, y sus ojos oscuros de terciopelo brillaban en la oscilante luz. A Jack el pulso le latía con furia mientras ella se procuraba placer y, cerrando los puños en torno a él, se estremecía al traspasar el límite. Jack, incorporándose un poco, la instó a recostarse de espaldas. Emma ahogó un quejido, y él le levantó las rodillas. —Ha llegado mi turno. Olvidó el control. Del placer soñoliento y centelleante pasó al frenesí. Emma gritó de la impresión mientras él la guiaba con unas sacudidas fuertes y rápidas. Perdida, impactada, satisfizo la irracional exigencia acompasando el ritmo. El orgasmo la asaltó y la colmó, y luego la dejó extenuada. Se quedó indefensa, y solo acertó a estremecerse cuando él, sin detenerse, llegó al orgasmo. Luego Jack se abandonó, deshecho. Sintió que ella temblaba debajo, el corazón latiéndole a golpes de martillo, y que, con todo, todavía reunía fuerzas para acariciarle la espalda en un gesto de cariño, muy

propio de ella. Jack cerró los ojos durante un instante. Había perdido el sentido, probablemente había perdido la cabeza. Siguió echado, respirando su aroma, absorbiendo la manera en que el cuerpo de ella, completamente relajado ya, se acoplaba debajo del suyo. —Bien, como hemos prometido que seríamos sinceros, tengo que decirte que no he estado a la altura —aclaró Jack. Emma, que seguía debajo, rio y le pellizcó el trasero. —Sí, es una vergüenza. Supongo que no hay química entre los dos. Jack sonrió y levantó la cabeza. —De química, nada. Por eso hemos hecho saltar el laboratorio. —A la porra el laboratorio. Hemos arrasado el edificio. —Emma suspiró profundamente, recreándose en el suspiro, y recorrió el cuerpo de él con las manos—. Tienes un culo precioso, si me permites el comentario. —Te lo permito, y tengo que decirte, cariño, que tú también. Emma le sonrió. —Mira cómo estamos. Él la besó con suavidad, y luego con cariño. —¿Tienes hambre? Yo me muero de hambre. ¿Te apetece una cena fría china? —Me apetece muchísimo.

Comieron sentados a la encimera de la cocina, pinchando directamente de la caja de cartón unos fideos, cerdo en salsa agridulce y pollo Kung Pao. —¿Por qué comes así? —preguntó él. —Así, ¿cómo? —En bocados microscópicos. —Verás… —dijo Emma demorándose con un fideo mientras él le llenaba la copa de vino—. Todo empezó como una estrategia para provocar a mis hermanos y luego se convirtió en una costumbre. Cada vez que nos daban alguna golosina, helado, caramelos, lo que fuera, ellos lo engullían todo, y luego sentían mucha rabia al ver que a mí todavía me quedaba. Empecé a comer despacio para que me durara más que a ellos, así les daba envidia. En fin, ahora como menos y lo disfruto más. —Ya lo veo. —Jack se metió en la boca su tenedor cargado con un montón de fideos—. ¿Sabes? Tu familia forma parte de tu encanto. —¿Ah, sí? —Creo que tu familia explica tu atractivo en parte, quiero decir que todos son… fantásticos — concluyó Jack no encontrando palabras mejores—. Fantásticos. —Tengo suerte. De las cuatro… bueno, de los seis, si os contamos a Del y a ti, soy la única que sigue con todo el lote. Los Brown eran increíbles. Tú no llegaste a conocerlos bien, pero yo pasé mi infancia aquí casi tanto como en casa. Eran asombrosos. Nos quedamos destrozados cuando murieron. —Del estaba hecho polvo. A mí me caían muy bien. Eran unas personas divertidas e interesantes. Gente que se implica. Perder a tus padres de repente, a ambos, de un día para otro, tiene que ser horrible. El divorcio es muy duro para un crío, pero…

—Es duro. Mac vivió una separación muy difícil, y luego volvió a vivir eso una y otra vez. A Laurel, en cambio, creo que le cayó del cielo. Era una adolescente cuando, de manera imprevista, sus padres se separaron. Apenas se ven. Para ti tampoco debió de ser fácil. —Fue complicado, pero podría haber sido peor. —Se encogió de hombros y siguió comiendo. No era un tema en el que le gustara prodigarse. ¿Por qué abundar en algo doloroso que era inevitable?—. Mis padres, los dos, se esforzaron mucho en no utilizarme como arma arrojadiza, y consiguieron divorciarse de una manera civilizada. Al final supieron mantener una relación cordial. —Ambos son buenas personas, y te quieren. Eso es lo que cuenta. —Nos llevamos bien. —Jack había aprendido que en ocasiones «bien» ya era suficiente—. Además, creo que la distancia ayuda. Mi madre tiene otra familia, y también mi padre —comentó con un tono despreocupado, a pesar de que él nunca había logrado conciliar el tema con la tranquilidad con que lo habían hecho sus padres al separar sus caminos y emprender una vida nueva—. Todo mejoró cuando me marché a la universidad. Y todavía más cuando decidí trasladarme aquí. Jack tomó un sorbo de vino sin dejar de observarla. —Tu familia, en cambio, es como una de esas pelotitas que tú mismo puedes fabricarte a partir de un núcleo sólido, al que vas ciñendo más y más bandas de goma multicolores —observó, y luego se quedó pensativo—. ¿Vas a contarles lo nuestro? Emma parpadeó. —Ah, no lo sé. Si me lo preguntan, sí, pero no veo por qué tendrían que preguntármelo. —Podría ser embarazoso. —Tú les caes bien. Y saben que practico sexo. Quizá se sorprenderían. Quiero decir, que la primera sorprendida soy yo. Pero no creo que esto vaya a ser un problema para nadie. —Bien, eso está bien. —A las chicas les parece bien. —¿A las chicas? —Los ojos grisáceos de Jack se abrieron de par en par—. ¿Les has contado a las chicas que íbamos a acostarnos? —Somos mujeres, Jack. —Es cierto. —Además, yo creía que Mac y tú habíais estado juntos. —¡Toma! —Bueno, eso es lo que creía; tenía que hablarlo con ella, porque así lo dicta la norma, y cuando solucionamos el tema, las demás ya se habían enterado de que, para mí, las palabras «Jack» y «sexo» salen en la misma frase. —Nunca me acosté con Mac. —Ya lo sé. Lo que no sabía, en cambio, es que besaste a Parker. —Eso fue hace mucho tiempo. Y en realidad no fue… bueno, sí que fue, pero no funcionó —explicó él pinchando un trozo de carne. —Tampoco olvido que le diste un beso a la señora Grady. Marrano… —Eso podría haber funcionado, ya ves. Creo que no nos dimos el tiempo suficiente. Emma le sonrió y picoteó un poco de pollo. —¿Qué piensa Del de todo esto?

—¿De que besara a la señora Grady? —No, de ti y de mí. De esto. —No lo sé. No soy una mujer. Emma se detuvo antes de llevarse la copa de vino a los labios. —¿No has hablado con él? Es tu mejor amigo. —Mi mejor amigo querría darme una patada en el culo si creyese que yo pensaba tan solo en tocarte. Imagínate si se entera de lo que acabamos de hacer arriba. —Él está enterado de que practico sexo. —No estoy muy seguro. Para él eso está en otra dimensión. La dimensión en la que Emma practica sexo. —Jack hizo un gesto de impotencia—. Tú… no crees que esté tan enterado. —Si vamos a seguir acostándonos, no voy a actuar como quien vive una aventura prohibida. Del lo descubrirá. Vale más que se lo digas antes. Porque si no se lo cuentas, y él se entera, entonces sí que te dará esa patada en el culo. —Ya encontraré la manera. Una cosa más, ya que hemos entrado en materia. Estaría bien que nos dijéramos si alguno de los dos está saliendo con otra persona. ¿No crees? Emma dio un sorbo a su vino, sorprendida de que le planteara esa cuestión. —¿Prefieres un juramento de sangre o basta con que crucemos los meñiques? —Jack se rio y Emma dio otro sorbo—. Cuando me acuesto con un hombre, no salgo con nadie más. Considero que no solo es una grosería que va contra mis principios, sino que además eso sería una fuente de problemas. —Bien. Entonces estamos tú y yo, los dos solos. —Los dos solos —repitió ella. —Tengo una visita de obra a las siete. Ya lo tenía allí, pensó Emma. Lo de «mañana tengo que levantarme muy temprano, cariño. Ha sido fantástico. Ya te llamaré». —¿Te parece bien que me quede? Tendré que levantarme a las cinco. Emma esbozó una sonrisa. —Me parece muy bien.

Cuando al final los venció el sueño, Jack descubrió que Emma se arrimaba. Era de esa clase de mujeres que se acurrucan junto a uno y lo enlazan con todo el cuerpo. En cambio, él era un hombre al que en general le gustaba tener espacio. El espacio le permitía a uno no quedar enredado… en sentido literal, y metafórico también. Sin embargo, descubrió que en esas circunstancias no tenía tanta importancia. Emma se durmió al instante. En menos de un minuto pasó de estar levantada y en movimiento a sumirse en el sueño. Jack era de los que dejaban vagar el pensamiento, repasaban los acontecimientos de la jornada y programaban los del día siguiente mientras el cuerpo se relajaba. Por eso se abandonó a las ideas que le iban pasando por la cabeza, con Emma recostada en su hombro, su brazo en la cintura y una pierna entre las suyas. El sonido de la alarma del móvil lo despertó unas seis horas más tarde, casi en la misma postura. Notó el aroma de su pelo, y su primer pensamiento consciente fue Emma. Intentó zafarse sin despertarla, pero al moverse, ella se acurrucó todavía más. Jack, aun cuando su

cuerpo reaccionó con alegría, intentó apartarse. —¿Mmm? —susurró Emma. —Lo siento. Tengo que marcharme. —¿… hora es? —Han dado las cinco. Ella volvió a suspirar, y rozó los labios de Jack. —A mí todavía me queda una hora. Lástima que a ti no. Jack había conseguido que ella cambiara de postura, y ahora los dos estaban frente a frente. En lentos y perezosos círculos, Emma le acariciaba el trasero. —Hay dos cosas que en este momento considero una gran ventaja. —¿Cuáles? —Una es ser el jefe; así no te despiden si llegas tarde. La otra es la costumbre que tengo de llevar ropa de recambio en el maletero. Si salgo de aquí directamente, dispongo casi de una hora. —Es una gran ventaja, sí. ¿Quieres café? —Eso también —dijo Jack, y se puso encima de ella.

10

M

TIFFANY CLASIFICABA OTRA entrega, Emma completaba el tercer ramo de mano. Le encantaba combinar unos recargados tulipanes con ranúnculos y hortensias. Y aunque liar con alambre unos diminutos cristales entre las flores le destrozaba los dedos, sabía que su propuesta había dado en el clavo. Como también había sido acertada la idea de sujetar los tallos con cintas de encaje y agujas perladas. Entre los diversos pasos, la atención por el detalle y la precisión requerida, y aun contando con la experiencia a su favor, cada ramo le llevaba casi una hora de preparación. ¿De qué se quejaba, pensó, si disfrutaba de cada minuto? En lo que a ella respectaba, no existía un trabajo mejor en el mundo. Y en ese preciso instante, cuando empezaba el doloroso ensamblaje del siguiente ramo, mientras Tiffany trabajaba en silencio al otro lado de la mesa y la música y el perfume impregnaban el ambiente, se consideró la mujer más afortunada del planeta. Manipulaba las flores, colocaba tulipanes a distinta altura, ajustaba la composición intercalando ranúnculos para darle la forma deseada y añadía perlitas, satisfecha de la nota brillante que aportaban. Mientras, el tiempo iba pasando. —¿Quieres que empiece con los centros florales? —¿Mmm? —Emma levantó la vista—. Oh, perdona. Tenía la cabeza en otra parte. ¿Qué me decías? —Es precioso. Qué texturas… —Mientras admiraba la labor de Emma, Tiffany bebió un largo trago de agua—. Te falta otro. Si quieres, lo empiezo yo, aunque no soy tan buena como tú montando ramos de mano. Podría dedicarme a los centros. Tengo la lista y conozco el diseño. —Adelante. —Emma ató los tallos con un alambre y recortó el sobrante con unas tenazas—. Tink ya tendría que haber llegado… Bueno, va con retraso, ya debería estar aquí. —Dejó las tenazas y, con unas tijeras de podar, recortó los tallos—. Si tú te ocupas de los centros florales, le encargaré que empiece con los arreglos de peana. Emma envolvió los tallos con unas cintas de encaje, que luego sujetó con unas agujas de cabeza perlada. Tras meter el ramo en un jarrón provisional y guardarlo en la cámara frigorífica, volvió a lavarse las manos, se las untó con antiséptico y se concentró en el último ramo que le quedaba. Al cabo de un rato entró Tink paseándose y bebiendo a morro de un botellín de agua Mountain Dew. Emma se limitó a enarcar las cejas. —Llegas tarde… bla, bla, bla —dijo Tink—. Me quedaré hasta la hora que quieras —añadió bostezando—. No me fui a la cama… a dormir, quiero decir, hasta pasadas las tres. Este tío, Jake, es de acero, en el buen sentido de la palabra. Y esta mañana… —Tink se interrumpió, sopló un mechón rosado que le caía sobre los ojos e inclinó la cabeza. Por lo que veo, esta noche no he sido la única afortunada. Se trata de Jack, ¿verdad? Fíjate, qué curioso: Jake y Jack. ¡Qué guay! —Aparte de ser afortunada, también he terminado cuatro ramos de mano. Si quieres ganar pasta para seguir comprándote Mountain Dew, más vale que te pongas a trabajar. —De acuerdo. ¿Es tan bueno como parece? IENTRAS

—¿Has oído que me quejara? —¿Quién es Jack? —quiso saber Tiffany. —Sí, mujer. Jack, el del culo perfecto y los ojos grisáceos. —Tink se acercó para lavarse las manos. —¿Ese Jack? —Tiffany, boquiabierta, se detuvo en seco con una hortensia en la mano—. Uau… ¿Y yo sin enterarme? —Todavía no ha corrido la noticia, o sea, que estás a la última. ¿Vas a repetir? —le preguntó Tink a Emma. —A trabajar —musitó Emma—. Aquí se viene a trabajar. —Va a repetir —concluyó Tink—. Un ramo precioso. Los tulipanes parecen del planeta Zorth, pero son muy románticos. ¿Por dónde empiezo? —Por los arreglos de peana que van en la terraza. Necesitarás… —Hortensias, tulipanes y ranúnculos —la interrumpió Tink, que al ponerse a revolver entre flores y hojas, le recordó a Emma la razón por la que la contrataba. A las cinco le dio permiso a Tiffany para que se fuera, dejó a Tink haciendo maravillas con las flores e hizo una pausa para descansar las manos y despejar la mente. Luego decidió encaminarse hacia el estudio de Mac. En ese momento salía su amiga con la cámara colgada al hombro y una lata de Coca-Cola Light en la mano. —Tenemos el ensayo a las cinco y media —le gritó Emma. —A eso iba. —Mac se encaminó hacia ella. —Puedes decirle a la novia que las flores de mañana son increíbles, si me está permitido decirlo. — Emma se detuvo al llegar frente a Mac y se desperezó—. Ha sido un día muy largo, y el que se avecina, lo será más. —He oído decir que la señora Grady está preparando una lasaña. Una montaña inmensa de lasaña. Carter y yo hemos planeado ir a ponernos las botas. —Me apunto. De hecho, pensar en la lasaña me da fuerzas. Tink está terminando lo que le he encargado. Os echaré una mano a Parker y a ti con el ensayo, me daré un capricho y esta noche me pondré a trabajar un par de horas para recuperarlo. —Buen plan. Emma contempló su ropa de trabajo. —¿Voy mal? Mac la observó mientras daba un sorbo a su refresco. —Pareces la típica mujer que ha terminado una larga jornada de trabajo. La novia estará encantada contigo. —Supongo que sí. No quiero ponerme a limpiar, porque luego tendré que volver a cambiarme — comentó Emma cogiendo del brazo a Mac para dirigirse hacia la mansión—. ¿Sabes qué estaba pensando hoy? Pensaba que soy la mujer más afortunada del mundo. —¿Tan bien ha estado Jack? Con una carcajada socarrona, Emma le dio un caderazo a Mac. —Sí, pero me refería a otra cosa. Aunque estoy cansada y me duelen las manos… he pasado el día trabajando en lo que más me gusta. Esta tarde he recibido una llamada, cuando ya había enviado las

flores para el acto que organizamos fuera, ¿sabes cuál quiero decir? La «baby shower». La clienta me ha telefoneado siguiendo un impulso y, farfullando, me ha dicho que al ver las flores ha querido felicitarme porque son fabulosas. ¿Quién puede recibir tantas satisfacciones como nosotras, Mac? —Emma suspiró y alzó la cara hacia el sol—. Nuestro trabajo nos da muchas alegrías. —En general soy de la misma opinión que tú. Esto es lo que me gusta de ti, que sabes olvidar o ignorar a las novias monstruosas, las madres locas, los testigos borrachos y las damas de honor malvadas, y eres capaz de recordar solo lo bueno. —Es que casi siempre predomina lo bueno. —Es cierto. Si no contamos la sesión de fotos de compromiso de hoy, que para mí ha sido una auténtica pesadilla. La feliz pareja se ha peleado a muerte antes de dejarse hacer la primera foto. Todavía me resuenan los oídos. —Odio que pasen esas cosas. —¿Crees que eres la única? Gritos, lágrimas, salidas despechadas, entradas agresivas, acusaciones, amenazas, ultimátums… Y luego, más lágrimas todavía, disculpas, el maquillaje hecho una birria, los dos avergonzados, y yo, sin saber dónde meterme, pasando vergüenza ajena. Me han jorobado el día de plano. Además, como ambos han terminado con los ojos hinchados y rojos, hemos tenido que cambiar el día de la sesión. —De todos modos, el dramatismo da un toque interesante a la jornada. Y luego también está eso. — Emma señaló a unos novios que recorrían el caminito que conducía a la casa el día antes de su boda. Él la tomó en sus brazos y giraron. —Mierda. Han llegado antes de lo previsto. Sigue caminando, sigue —musitó Mac mientras le pasaba la lata de refresco a Emma y sacaba la cámara de la bolsa de un tirón. —Están deseando que llegue el día —murmuró Emma—. Son felices. —Y además, absolutamente encantadores —añadió Mac mientras activaba el zoom para tomar un par de instantáneas—. Hablando de encantos, mira quién acaba de aparcar. —Oh… —Al reconocer el coche de Jack, Emma se llevó las manos al pelo instintivamente. —Te ha visto en peores condiciones. —Qué amable. Los dos hemos tenido un día muy atareado y no esperaba que… Advirtió que estaba guapísimo, con sus pantalones de algodón y su camisa de rayas recién planchada, lo que indicaba que se había reunido con clientes y había estado trabajando en el despacho en lugar de dedicarse a hacer visitas de obra. El porte elegante, su bruñido pelo resplandeciendo al sol, la sonrisa rápida y matadora contribuían a… En fin, estaba para comérselo. —Estos pantalones me hacen el culo gordo —le siseó a Mac—. Me da igual, porque son para trabajar, pero… —No te hacen el culo gordo. Si fuera así te lo diría. ¿Sabes tu chándal rojo, el de la pernera cortada? Ese sí te hace el culo gordo. —Recuérdame que lo queme. —Emma le pasó la lata de Coca-Cola a Mac y esbozó la mejor de sus sonrisas mientras Jack se acercaba a ellas. —Señoras… —Señor… —respondió Mac—. Me voy a trabajar. Hasta luego. —Y se largó volando. —Va a un ensayo —explicó Emma. —¿Cuentan contigo?

—Iré a ayudarlas. ¿Has terminado por hoy? —Sí. Tenía que ir a visitar a un cliente que no vive lejos de aquí y por eso… ¿Te interrumpo? —No, no… —Ruborizada, Emma volvió a retocarse el pelo—. Estaba haciendo un descanso y había pensado en ir al ensayo por si necesitaban ayuda. Jack se metió las manos en los bolsillos. —Parece que estemos haciendo una obra de teatro. —¡Caray, sí! Es verdad. Basta. Ven. —Emma se puso de puntillas y lo besó con decisión—. Estoy contenta de que hayas venido. Llevo trabajando desde las ocho y quería tomarme un descanso. La señora Grady está preparando lasaña. ¿Te apuntas? —Sí, claro. —Entonces, ¿por qué no vas a dorarle la píldora, te tomas una cerveza y nos vemos allí cuando nosotras hayamos terminado? —Eso haré. —Jack la tomó por el mentón y se inclinó para besarla—. Tu olor recuerda a tu profesión. Es muy agradable. Te veo luego. Al separarse, una sonrisa iluminó el rostro de Emma.

Cuando entró en la casa principal, percibió el rico y exquisito aroma de la cena y la risa franca y picarona de la señora Grady. La combinación espoleó su buen humor. Oyó que Jack estaba exponiendo lo que parecía ser la coletilla final de alguna anécdota laboral. —Y entonces, cuando capta la idea, dice: «Ah, ya. ¿Y no puedes cambiar de sitio la puerta?». —No puedo creerlo. —¿Me cree capaz de decirle una mentira? —Muy capaz, y además de disfrutar mientras la cuentas. ¿Vas a cambiar la puerta de sitio? —Vaya si lo haré, y eso le costará el doble de lo que le cuesta el armario del que se ha enamorado, pero el cliente manda. Jack dio un sorbo a su cerveza y desvió la mirada al ver que Emma entraba en la cocina. —¿Cómo ha ido? —Muy fluido, ha sido divertido. Siempre es buena señal antes de una ceremonia. Vamos a confiar en la suerte y en el parte meteorológico, que dice que la lluvia prevista para mañana será de noche. Han decidido prescindir de las carpas. Por lo tanto, habrá que cruzar los dedos. Como si estuviera en su propia casa, Emma tomó una copa para servirse un poco de vino. —Están ensayando la cena, pero creo que nosotras salimos ganando —comentó olfateando el ambiente—. Huele de maravilla, señora Grady. —La mesa está puesta —dijo la señora Grady mientras servía una ensalada en un cuenco—. Cenaréis en el comedor, como la gente civilizada. —Parker y Mac vienen ahora. A Laurel, no la he visto. —Está haciendo pruebas en su cocina, pero ella ya sabe a qué hora sirvo la cena. —Le daré un toque. —Muy bien. Jack, colabora ya que vienes de gorra, y lleva la ensalada a la mesa. —A sus órdenes, señora. Hola, Carter.

—Hola, Jack. Las chicas vienen ahora mismo, señora Grady. La mujer le lanzó una mirada dura a Carter. —¿Has enseñado algo de provecho hoy? —Eso me gustaría creer. —¿Te has lavado las manos? —Sí, señora. —Entonces lleva ese vino a la mesa y ve a sentarte. Prohibido picotear hasta que todos estéis sentados. Sirvió la cena familiar en el gran comedor de techos altos y generosos ventanales. Siguiendo las normas de la señora Grady, apagaron los móviles y Parker dejó su BlackBerry en la cocina. —Ha venido a vernos la tía de la novia que se casa el domingo —empezó a contar Parker—. Ha traído su propio baldaquino, el chuppah. Lo terminó ayer por la noche. Es una obra de arte. Lo he dejado arriba. Emma, échale un vistazo por si crees que tienes que cambiar alguno de los arreglos. Carter, tú le das clases al hijo mayor de la cuñada de la tía: David Cohen. —¿David? Es un chico brillante que ejerce su creatividad rebelándose en clase. La semana pasada me entregó un trabajo sobre De ratones y hombres en formato de cómic transgresor. —¿Le salió bien? —le preguntó Mac. —No estoy seguro de lo que le habría parecido a Steinbeck, pero le puse un sobresaliente. —Es un libro tan triste… ¿Por qué hemos de leer libros tristes en la escuela? —preguntó Emma. —Ahora estamos leyendo La princesa prometida, de William Goldman, en mi clase de primero. —¿Por qué no tuve profesores como tú? Me gustan los libros alegres, y los finales felices. Mírate a ti mismo, con tu propia Buttercup para ti solito. Mac puso los ojos en blanco. —Sí, esa soy yo. Soy la auténtica princesa Buttercup de La princesa prometida. Aunque lo que tiene un delicioso regusto a cuento de hadas es la ceremonia de mañana. Con todos esos farolillos, esas velas y flores blancas… —Tink se ha quejado de ceguera temporal, con tanto blanco, pero las flores son preciosas. Un par de horas más y habremos terminado esta misma noche. El hecho de atarlas a mano con alambre ha representado un auténtico esfuerzo para nosotras. Fijaos… —Emma levantó la mano para mostrar los pinchazos y los arañazos que se había hecho—. Au. —Nunca habría dicho que ser florista era una profesión de riesgo. —Jack le cogió la mano y la examinó—. Son tus heridas de guerra —añadió besándole los nudillos. Hubo unos instantes de silencio, seguidos de varias miradas interrogativas. —Basta —ordenó Jack medio en broma. —Qué esperabas… —Laurel, sin dejar de mirarlos, pinchó la ensalada con el tenedor—. Intentamos acostumbrarnos. Creo que deberías morrearla aquí mismo, para que la imagen nos ayude a situarnos. —¡Esperad, esperad! —exclamó Mac con un aspaviento—. Dejad que vaya a buscar la cámara. —Pásame la lasaña —terció Jack. Recostándose en el respaldo de su silla, Parker tomó un sorbo de vino. —A juzgar por las apariencias, estos dos se están marcando una broma a nuestra costa. Fingen que están liados para reírse luego a nuestras espaldas, cuando hayamos picado.

—Oh, qué lista eres… —murmuró Mac. —Lo soy —afirmó Parker—. Lo digo en serio, ninguno de los dos es tímido precisamente. Y mucho menos para darse un piquito delante de unas amigas —aclaró encogiéndose de hombros y esbozando un amago de sonrisa—. Por eso me inclino a pensar que nos están gastando una broma. —Dale un beso a la niña —ordenó la señora Grady—, o esta panda no te dejará en paz. —Ni te dará lasaña —decidió Laurel—. ¡Que se besen, que se besen! —exclamó dando palmadas—. ¡Que se besen! Mac se unió al coro y le dio un codazo a Carter, pero este se limitó a reír sacudiendo la cabeza. Rindiéndose, Jack se volvió hacia Emma, que no paraba de reírse, la atrajo hacia sí y le dio un beso que arrancó vítores y aplausos en la mesa. —Parece que hay una fiesta y os habéis olvidado de invitarme. El ruido se extinguió cuando todos se volvieron hacia la puerta y vieron a Del en el umbral, con la vista clavada en Jack y una mano levantada para impedir que Parker se pusiese en pie. —¿Qué demonios está pasando aquí? —Estamos cenando —dijo Laurel con frialdad—. Si te apetece, ve a buscarte un plato. —No, gracias —respondió Del en el mismo tono—. Parker, tengo que despachar contigo unos papeles, pero ya nos ocuparemos de eso en otro momento, visto que estás celebrando algo de lo que es obvio que yo no formo parte. —Del… —En cuanto a ti —retomó la palabra Del interrumpiendo a su hermana y mirando fijamente a Jack—, ya hablaremos de esto luego. Del salió dando zancadas y Parker dejó escapar un suspiro. —No se lo has dicho. —Estaba planteándome cómo decirle que… No —confesó Jack—. No se lo conté. Voy a tener que solucionar esto —le dijo entonces a Emma. —Iré contigo. Puedo… —No, será mejor que no vengas. Puede que tarde un poco, o sea que… te llamaré mañana. —Jack se levantó de la mesa—. Lo siento. Emma tardó apenas diez segundos en reaccionar. —Al menos tengo que intentarlo —dijo levantándose de golpe y yendo tras Jack. —Se ha puesto hecho una furia —comentó Mac. —Y con razón. Le han destrozado su equilibrio perfecto. —Laurel se encogió de hombros cuando Parker la miró con severidad—. En parte, es por eso. Y lo peor es que Jack no se lo había contado. Tiene derecho a ponerse como una furia. —Iré a buscarlos. A ver si puedo intermediar —propuso Carter. —Los mediadores suelen acabar con un puñetazo en la cara, que reciben de ambas partes. Carter le sonrió a Mac sin demasiado entusiasmo. —No sería la primera vez. —No, dejemos que lo discutan entre ellos —intervino Parker con un suspiro—. Eso es lo que hacen los amigos.

La preocupación de Emma retuvo a Jack más de diez minutos y eso le impidió atrapar a Del en la finca. Sin embargo, sabía dónde lo encontraría. Estaría en casa, maldiciendo, gruñendo y reflexionando en la intimidad. Llamó a la puerta con la absoluta certeza de que Del abriría. Jack tenía una llave y los dos sabían que la usaría si era necesario. Además, Delaney Brown no era de los que rehúyen los enfrentamientos. Cuando Del abrió la puerta de par en par, Jack lo miró a los ojos. —Si me atizas, me revolveré. Terminaremos sangrando y no resolveremos nada. —Que te jodan, Jack. —De acuerdo, que me jodan. Y que te jodan a ti, Del, por ser un gilipollas que… Encajó un puñetazo en plena cara, que no vio venir, y devolvió el golpe. Ambos se quedaron inmóviles, de pie en el umbral, sangrando por la boca. Jack se pasó una mano por los labios. —¿Quieres la paliza dentro o fuera? —Quiero saber qué cojones estabas haciendo metiéndole mano a Emma. —¿Y eso te apetece oírlo dentro o fuera de casa? Del giró y se fue indignado a su gran sala de estar a coger una cerveza. —¿Cuánto tiempo hace que le vas detrás? —No voy detrás de ella. En cualquier caso, es algo que queremos los dos. Por el amor de Dios, Del, Emma es una mujer adulta y toma sus propias decisiones. Me tratas como el villano que se retuerce el bigote y roba la virginidad de una doncella. —Ándate con cuidado —le advirtió Del mientras sus ojos cobraban una intensidad fatal—. ¿Te has acostado con ella? —Retrocedamos. —«No le entres por ahí, Cooke, pensó. No entras con buen pie»—. Déjame que te lo cuente desde el principio. —¿Sí o no, maldita sea? —Sí, joder. Me he acostado con ella y ella se ha acostado conmigo. Nos hemos acostado el uno con el otro. Un destello asesino asomó a la mirada de Del. —Tendría que molerte a palos. —Inténtalo. Terminaremos los dos en urgencias. Y cuando salga, seguiré acostándome con ella. —Un destello mortífero asomó también a los ojos de Jack—. No metas las narices donde no te importa. —Y una mierda que no me importa. Jack, comparado con Del, tenía en su haber más derrotas que victorias, y decidió asentir. —Vale, dadas las circunstancias, comprendo que te importe. Pero no tienes derecho a decirnos con quién podemos salir. —¿Desde cuándo? —Sucedió de repente. Empecé a notarlo, empezamos a notarlo los dos, supongo, hace un par de semanas. —Un par de semanas —masculló Del—, y tú, sin contarme nada. —No te lo conté para ahorrarme que me dieras un puñetazo en la cara. —Jack abrió con ímpetu la nevera y tomó una cerveza—. Sabía que no te gustaría, y no encontraba la manera de explicártelo.

—No fue un problema para ti explicárselo a ellas, por lo que parece. —No, porque ellas no iban a darme un puñetazo en plena cara por el hecho de haberme acostado con una mujer preciosa, interesante y dispuesta. —No hablamos de una mujer cualquiera. Hablamos de Emma. —Eso ya lo sé. —La irritación que Jack sentía estaba a punto de convertirse en rabia—. Sé quién es, y sé lo que sientes por ella. Por todas ellas. Por eso no le puse una mano encima hasta… hace poco — confesó acercándose la botella fría a la maltrecha mandíbula—. Siempre he sentido algo por Emma, pero lo dejaba correr. «No te metas en líos, Jack», me decía. Y lo decía porque a ti no te habría gustado, Del. Eres mi mejor amigo. —Tú has sentido ese algo por muchas mujeres. —Eso es cierto —dijo Jack en un tono equitativo. —Emma no es de esas con las que uno se acuesta hasta que descubra algo mejor. A una mujer como Emma uno le hace promesas, y le propone planes. —Por Dios, Del, intento acostumbrarme a… Jack no hacía planes ni promesas, nunca. Los planes cambiaban, ¿o no? Las promesas se rompían. Dejar que las cosas fluyeran era actuar con sinceridad. —Hemos pasado una noche juntos. Todavía estamos descubriendo qué sentimos. Y déjame hacer un inciso ahora. Aunque haya estado con muchas mujeres, nunca les he mentido ni les he faltado al respeto. —April Westford. —Caray, Del, estábamos en el instituto y esa chica me acosaba. Era una chalada. Intentó colarse en casa. Me rayó el coche con las llaves. Y era tu coche, no el mío. Del, en silencio, tomó un trago de cerveza. —De acuerdo, en lo que respecta a esa, tienes razón. Pero Emma es diferente. Es distinta. —Deja que siga con el inciso, Del. Ya sé que ella es distinta. ¿Crees que no me importa esa mujer, que solo se trata de sexo? —Incapaz de permanecer inmóvil, Jack caminaba arriba y abajo, del mueble bar al mármol de la cocina. Le sacaba de quicio lo mucho que le importaba esa mujer. Ya estaban las cosas bastante liadas como para que su mejor amigo le largara un discurso sobre promesas recalcándole que Emma era diferente—. Siempre me he preocupado por Emma. Por todas ellas. Eso ya lo sabes. Lo sabes de sobra, joder. —¿También te has acostado con las demás? Jack dio un largo sorbo a su cerveza y pensó: «¿Qué más da?» —Besé a tu hermana. A Parker, porque hasta ahora has estado pensando en todas ellas como si fueran hermanas tuyas. Cuando íbamos a la universidad, una vez que coincidimos en una fiesta. —¿Le tiraste los tejos a Parker? —Del no estaba enfadado, sino que su expresión era de profundo asombro—. Creo que ya no sé quién eres. —No le tiré los tejos. Juntamos los labios. Nos pareció lo más apropiado en ese momento. Luego me di cuenta de que aquello había sido como besar a mi hermana, y a ella le pasó algo parecido. Nos reímos del tema y se acabó. —¿Probaste luego con Mac o con Laurel? —preguntó Del. Tenía la mirada dura, encendida, y tensaba los dedos preparándose para darle otro puñetazo.

—Sí, claro, me las zampé a todas. A eso me dedico. Me zampo a las mujeres como si fueran bolsas de patatas fritas y luego voy alfombrando las calles con lo que queda de ellas. ¿Por quién narices me tomas? —Ahora mismo, no lo sé. Tendrías que haberme dicho que pensabas en Emma de esa manera. —Sí, claro… Te habría dicho: «Oye, Del, estoy pensando en practicar sexo con Emma. ¿Qué te parece?» No fue rabia lo que asomó al rostro de Del, y tampoco asombro. Fue gelidez, y eso, al entender de Jack, fue mucho peor. —Probémoslo de otra manera. ¿Cómo te sentirías si hubieras sido tú el que hubiera entrado esta noche en la casa? Imagínatelo, Jack. —Estaría cabreado. Me sentiría traicionado. ¿Quieres que diga que la he jodido? La he jodido. Pero, lo mire como lo mire, eso no cambia las cosas. ¿Crees que no sé cómo te sientes? ¿Crees que ignoro el papel que pasaste a desempeñar cuando tus padres murieron? ¿Y lo que significan las cuatro para ti, cada una de ellas? Yo estaba a tu lado cuando viviste eso, Del. —Esto no tiene nada que ver con… —Tiene mucho que ver, Del. —Jack hizo una pausa y luego siguió hablando con más calma—. Sé que no importa que Emma tenga familia. Ella te pertenece. El hielo empezó a fundirse. —Recuerda esto, y recuérdalo bien —lo interrumpió Del—. Si le haces daño, yo te haré daño a ti. —Me parece justo. ¿Estamos de acuerdo en ese tema? —Todavía no. —Cuando lo estemos, dímelo. —Jack dejó la cerveza a medio terminar.

Sin otra alternativa, Emma se concentró en acabar lo que le quedaba pendiente para la boda del viernes. Y desde primera hora del mismo viernes su equipo y ella se pusieron a diseñar y a crear los arreglos florales para las celebraciones del fin de semana. Al final de la tarde empezó a sacar flores de la cámara, volvió a llenarla con otras y cargó la camioneta para que el equipo pudiera empezar a decorar la casa y las terrazas. Cuando la recepción hubiera empezado, regresaría y terminaría el resto sin ayuda de las demás. Justo antes de que llegara la novia, Beach y Emma llenaron las urnas del pórtico con unas enormes hortensias blancas. —Maravilloso. Perfecto. Ve a la mansión y ayuda a Tiffany con el vestíbulo. Yo me pondré a trabajar con Tink. Salió zumbando sin dejar de calcular el tiempo y comprobar las jardineras y los arreglos que iba encontrando al paso. Finalmente se encaramó en la escalera de mano que había en la terraza para colgar una bola de rosas blancas en el centro de la pérgola. —No creía que llegaría a gustarme. —Tink colocó los arreglos de peana en el lugar que les correspondía—. El blanco es tan… no sé… blanco. Sin embargo, es un color interesantísimo, y tiene cierto halo mágico. Hola, Jack. Vaya, ¿quién te ha atizado? —Del y yo intercambiamos unos puñetazos. Es algo que hacemos a menudo. —Por el amor de Dios…

Si esperaba que Emma se sintiera halagada al verle la mandíbula magullada, quedó decepcionado. Delatando con cada gesto lo indignada que se sentía, bajó de la escalera y puso los brazos en jarras. —¿Por qué los hombres piensan que pegándose arreglarán las cosas? —¿Por qué las mujeres piensan que comiendo chocolate lo solucionarán todo? Es la naturaleza, lo primitivo. —Tink, terminemos con las guirnaldas. Al menos el chocolate sienta bien al organismo —protestó Emma sin abandonar la tarea—. Y un puñetazo en plena cara, no. ¿Arreglasteis con eso las cosas? —No del todo, pero es un comienzo. —¿Cómo está Del? —Emma frunció los labios y lo miró—. Sé que Parker ha intentado llamarlo, pero él se ha pasado el día en los juzgados. —Él me pegó primero. —Jack cargó con la escalera, la colocó donde ella le había indicado y se tocó la hinchazón del labio—. Ay. Despachándolo como un caso perdido, Emma le dio un beso con suavidad. —Ahora no tengo tiempo para compadecerme de ti, pero te prometo que luego te haré caso si te quedas. —Quería venir a verte para decirte que las cosas no están del todo arregladas, y luego marcharme. Sé que estarás liada todo el fin de semana. —Sí, y seguro que tendrás algo mejor que hacer que quedarte dando vueltas por aquí. Notó que Jack se sentía culpable, un poco desgraciado y también molesto. Síntomas, según ella, que requerían la presencia de amigos y familiares. —Quédate, si quieres. Ve a buscar a Carter o vete a casa. Haz lo que te apetezca. Me escabulliré de la recepción para poder terminar unas cosas que tengo pendientes para mañana. —¿Por qué no improvisamos? —Muy bien. —Emma dio un paso atrás, examinó la pérgola y se cogió del brazo de Jack—. ¿Qué te parece? —No sabía que hubiera tantas flores blancas en el mundo. Es elegante e imaginativo a la vez. —Exacto. —Se volvió hacia él, le pasó los dedos por el cabello y posó los labios en la comisura de su magullada boca—. Tengo que ir a comprobar cómo han quedado el salón principal y el salón de baile. —Iré a ver si Carter puede salir a jugar. —Te veré luego si… —Si… —repitió Jack, y prescindiendo del dolor le dio un largo beso—. Vale. Te veo luego. Emma rio y se apresuró a entrar en la casa principal.

11

A

frigorífica bien provista de ramos, centros y arreglos florales para todo el fin de semana (y a sabiendas de que tendría que estar levantada a las seis de la mañana para completar lo que faltaba), Emma cayó rendida en el sofá. —Supongo que tendrás que repetir la misma operación mañana —comentó Jack—. Dos veces. —Ajá. —Y otra vez el domingo. —Tú lo has dicho. Tendré que dedicar un par de horas el domingo por la mañana, antes de empezar con la decoración de la primera boda. Pero el equipo se ocupará del resto mientras yo me dedico a la celebración del sábado. A las dos celebraciones. —Alguna vez os he ayudado, pero nunca pensé que… ¿Esto pasa cada fin de semana? —En invierno el ritmo baja un poco —respondió ella acurrucándose y quitándose los zapatos con los pies—. De abril a junio es temporada alta, y luego hay un gran salto hasta septiembre y octubre. Aunque básicamente sí, esto pasa cada fin de semana. —He echado un vistazo a tu cámara frigorífica cuando estabas trabajando. Está claro que necesitas otra. —Por supuesto. Cuando empezamos el negocio, ninguna de nosotras imaginó que creceríamos tanto. No, miento. Parker sí. —La idea le arrancó una sonrisa—. Parker siempre lo pensó. Yo solo me imaginaba que podría ganarme la vida haciendo lo que me gustaba. —Movió los doloridos dedos de los pies y fue relajándose poco a poco—. Nunca pensé que llegaría el día en que todas nosotras tendríamos que hacer malabares para combinar los distintos actos con nuestras responsabilidades, los clientes y los subalternos. Es increíble. —Podrías contratar más ayudantes. —Quizá. A ti te pasa lo mismo, ¿no? —A Emma se le cerraron los ojos cuando Jack, cogiéndola por los pies, empezó a masajearle los agarrotados dedos y las doloridas plantas—. Recuerdo cuando empezaste con tu empresa. Solo contabas contigo mismo básicamente. Ahora tienes personal y socios. Si no estás trabajando en unos planos, estás en una visita de obra o en una reunión con clientes. Cuando uno lleva su propia empresa, deja de contar las horas. Emma volvió a abrir los ojos y cruzó la mirada con él. —Y cada vez que contratas a alguien… aun cuando eso sea lo mejor, lo más conveniente, para ti y tu negocio… es como si perdieras algo. —Me he dicho a mí mismo una docena de veces que tendría que contratar a Chip, y me he desdicho otras tantas, por esa razón precisamente. Lo mismo me pasó con Janis y luego con Michelle. Ahora he contratado a un interino para el verano. —Es fantástico. Ostras, ¿nos estaremos volviendo veteranos? Me cuesta aceptarlo. —El interino tiene veintiún años. Solo veintiún años. Me sentí como un anciano cuando lo entrevisté. ¿A qué hora tienes que empezar mañana? —Déjame pensar… A las seis, supongo. Puede que a las seis y media. ÚLTIMA HORA DEL DÍA, CON LA CÁMARA

—Tendría que dejarte dormir. —Con un gesto ausente, Jack le acarició la pantorrilla—. Estás muy liada este fin de semana. Si te apetece, podríamos salir el lunes. —¿Salir? ¿Te refieres a salir fuera? —Emma hablaba gesticulando—. ¿A algún lugar donde te dan de cenar y luego a un espectáculo? Jack sonrió. —¿Qué tal si cenamos y luego vamos al cine? —¿Cena y peli? Suena a música celestial. —Entonces cogeré el arpa y te vendré a buscar el lunes. ¿A las seis y media te va bien? —Me va bien. Muy bien. Tengo una pregunta —dijo ella desperezándose con descaro mientras se incorporaba—. Te has quedado esperándome hasta pasada la medianoche, ¿y ahora te vas a casa para que yo pueda dormir? —Has tenido una jornada larguísima. —Jack le dio un pellizco en la pantorrilla—. Debes de estar cansada. —No tanto —objetó ella y, agarrándolo de la camisa, lo atrajo hacia sí.

Era de noche cuando Laurel acompañó a la puerta a unos clientes que habían ido ese lunes a hacerle una consulta. La pareja que se convertiría en marido y mujer en septiembre se marchó con una caja de varias muestras de pasteles bajo el brazo. Sin embargo, estaba segura de que se decidirían por el pastel de crema italiana, y de que la novia se inclinaba por el diseño Fantasía Real y el novio por Esplendor en Mosaico. Ganaría la novia, sin duda, pero era agradable ver a un hombre interesado de verdad en los detalles. Ya hablaría con ella para que, como complemento al pastel de bodas, le dejara hacer el pastel del novio con el diseño en mosaico. Así todos saldrían ganando, pensó. —Llamadme cuando os hayáis decidido, y no os preocupéis si luego cambiáis de idea. Hay mucho tiempo por delante. Laurel conservó intactos el aire desenfadado y la sonrisa fácil cuando vio que Del se acercaba por el camino. Pensó que proyectaba la imagen perfecta del abogado de éxito, con su traje de corte impecable, su maletín exclusivo y sus preciosos zapatos. —Parker está en su despacho —le dijo—. Creo que ahora está libre. —Vale. —Del cerró la puerta a sus espaldas—. Eh, ¿ya no hablas conmigo? —le preguntó cuando vio que ella se disponía a subir la escalera. Laurel lo miró de reojo. —Acabo de hacerlo. —No me lo había parecido. Soy yo quien tendría que estar cabreado. No tienes ningún motivo para darte esos aires. —¿Soy yo quien se da aires? —Laurel se detuvo y esperó a que Del le diera alcance. —No suele pasar que los amigos y la familia me mientan, o mientan por omisión. Y cuando lo hacen… Laurel presionó un dedo contra su hombro, y luego lo levantó en señal de advertencia. —En primer lugar, yo ignoraba que tú no sabías nada. Y Parker, Mac y Carter, también. Emma

tampoco lo sabía, por cierto. Por lo tanto, esto es entre tú y Jack. En segundo lugar —siguió diciendo ella volviendo a clavarle el dedo cuando él iba a ponerse a hablar—, estoy de acuerdo contigo. —Si te tomaras la molestia de… ¿dices que estás de acuerdo conmigo? —Sí. En tu lugar me habría sentido herida y profundamente cabreada. Jack debería haberte dicho que se había liado con Emma. —Sí, claro. Gracias… o lo siento. Como prefieras. —De todos modos… —Mierda. —De todos modos —repitió Laurel—, vale más que te preguntes por qué tu mejor amigo no te lo contó. Y no estaría mal que pensaras en la manera en que manejaste la situación la otra noche y te dieras cuenta de que actuaste como un reprimido que padece un ataque de mala uva. —Espera un momento, joder. —Es lo que pienso, y por eso entiendo, aunque no esté de acuerdo, que Jack no te lo contara. Le habría caído encima Delaney Brown con todo el equipo. —Y eso, ¿qué significa exactamente? —Si no lo sabes, por mucho que te lo diga, te quedarás igual. Del, al ver que ella iba a subir la escalera, la agarró de la mano para detenerla. —No te escaquees. —Claro. Delaney Brown no lo aprueba. Delaney Brown sabe lo que nos conviene a todos. Delaney Brown te manipulará y montará su estrategia hasta que te tenga en el lugar donde te quiere tener… por tu propio bien. —No seas cruel, Laurel. Ella suspiró, ablandada. —No, no soy cruel. En realidad, no. Porque entiendo que actúas en interés de tus amigos y de tu familia, y que lo haces de corazón. Pero es que, maldita sea, Del, siempre estás seguro de saber lo que nos conviene a todos… —¿Vas a quedarte aquí diciéndome que lo que está pasando entre Emma y Jack es perfecto? —No lo sé —protestó ella alzando las manos—. Y no finjo saberlo. Lo único que sé es que, de momento, se están divirtiendo. —¿No te ha chocado? ¿No sientes como si hubieras entrado en una realidad alternativa? Laurel no pudo evitar reírse. —No exactamente. Es algo así como… —Es como si… ¿qué pasaría si, de repente, te tiro los tejos? Imagínate que decido, mira por dónde, que me gustaría practicar sexo con Laurel. La calidez de Laurel se disipó y se apagó su risa. —Eres un imbécil. —¿Qué? ¿Qué dices? —preguntó Del mientras ella subía corriendo la escalera—. Me refería a una realidad alternativa —musitó, y subió el tramo que quedaba hasta el despacho de su hermana. La encontró sentada a la mesa, como esperaba, hablando por teléfono, con los cascos puestos y conectada al ordenador. —Exacto. Sabía que podía contar contigo. Quieren doscientos cincuenta. Puedes traerlos a casa, ya

me encargaré yo. Muchísimas gracias. Gracias a ti. Adiós. —Se quitó los cascos—. Acabo de encargar doscientos cincuenta patitos de goma. —¿Por qué motivo? —La clienta quiere patitos flotando en la piscina el día de su boda. —Parker se reclinó en la silla, dio un sorbo de agua y le dedicó una larga mirada de compasión—. ¿Cómo lo llevas? —He estado mejor otras veces, pero también peor. Laurel está de acuerdo en que Jack fue un cretino al no decírmelo, pero parece ser que eso es por culpa mía, porque soy Delaney Brown. ¿Manipulo yo a las personas? Parker lo examinó con atención. —¿La pregunta tiene trampa? —Maldita sea. —Del dejó caer el maletín sobre la mesa y se acercó a la máquina del café. —Vale, entiendo que la pregunta va en serio. Sí, por supuesto. Y yo también las manipulo. Nosotros solucionamos problemas, y eso se nos da bien. Pero cuando nos ponemos, hacemos todo lo posible por guiar a los demás hacia donde creemos que está la solución. Del se volvió y escrutó su rostro. —¿Te manipulo a ti, Parks? —Del, si no me hubieras manipulado, hasta cierto punto, en lo que respecta a la finca, solucionándolo todo después de que mamá y papá murieran, ahora no habría encargado doscientos cincuenta patitos de goma, porque no tendría este negocio. Ninguna de nosotras lo tendría. —No me refería a eso. —¿Te refieres a si alguna vez me he visto forzada a hacer algo que yo no quería en absoluto coaccionada por ti? No. Lamento que descubrieras lo de Jack y Emma de esa manera, pero creo que la situación también es rara para los demás. Nadie lo vio venir. Creo que ni siquiera Jack y Emma lo vieron venir. —No logro hacerme a la idea. —Del se sentó y bebió un poco de café. Cuando lo consiga, tal vez la historia ya se habrá terminado. —¡Qué romántico eres! Del se encogió de hombros. —Jack nunca ha ido en serio con una mujer. No es un canalla… exactamente… pero tampoco es un tipo que esté mucho tiempo con una misma mujer. Él no le haría daño a propósito. No está hecho de esta pasta, pero… —Quizá tendrías que confiar un poco más en tus amigos. —Parker giraba la silla de un lado a otro—. Creo que si nace algo entre dos personas es porque hay una razón. En caso contrario, yo no podría dedicarme a este trabajo. A veces sale bien, a veces sale mal, pero siempre hay una razón. —Y con eso quieres decirme que deje de comportarme como un gilipollas y lo haga como un amigo. —Sí —respondió Parker sonriéndole—. Esta es mi respuesta y la solución que te doy, y ahora es cuando intento manipularte. ¿Qué tal lo hago? —Bastante bien. Supongo que debería ir a ver a Emma. —Sería todo un detalle. —Revisemos estos papeles primero —propuso Del abriendo su maletín.

Veinte minutos después llamó con los nudillos a la puerta de Emma y, al encontrarla abierta, entró. —¿Em? Oyó música, una música que le pareció ambiental, con arpas y flautas, y se encaminó hacia la zona de trabajo. Emma estaba sentada frente a la mesa disponiendo unos pequeños capullos de rosas rosáceas en una cesta blanca. —Em. Emma dio un brinco y giró en redondo. —Qué susto. No te había oído. —Te he interrumpido. —Estaba adelantando unos arreglos florales para una «baby shower» que se celebrará esta semana. Del —Emma se levantó—, ¿estás muy furioso conmigo? —Nada. En absoluto. Cero. —Se sintió avergonzado de que ella pudiera pensar lo contrario—. Con Jack el enfado es de un siete sobre diez, pero podría ser peor. —Quiero que sepas que cuando Jack se acuesta conmigo, yo me acuesto con él. —Quizá podríamos encontrar alguna palabra clave para eso. Como, por ejemplo, que Jack y tú estáis escribiendo una novela juntos o haciendo experimentos en el laboratorio. —¿Estás molesto porque nos dedicamos a experimentar en el laboratorio o porque no te lo contamos? —Él no me dijo nada. En fin, por todo a la vez. Estoy intentando encajar estos experimentos vuestros, y estoy cabreado porque él no me dijera que los dos estáis… —¿Ordenando en fila tubos de ensayo? ¿Etiquetando placas de petri? Frunciendo el ceño, Del metió las manos en los bolsillos. —No acabo de sentirme cómodo con la terminología química. Solo quiero que estés bien, y que estés contenta. —Estoy bien. Estoy feliz. A pesar de que sé que os pegasteis por este asunto. En realidad, me parece que ahora estoy más contenta que nunca. Siempre es halagador que dos chicos se peguen por una. —Fue un impulso repentino. Emma se acercó a él, le cogió la cara con ambas manos y le rozó los labios con un beso. —Intenta no volver a hacerlo. No quiero que reciban palos dos de mis caras favoritas. Vayamos a sentarnos al patio; tomaremos una limonada y sellaremos nuestra amistad. —Bueno.

Mientras tanto Jack se había sentado en el estudio de Mac y se disponía a desplegar los planos de la ampliación que le habían pedido. —Es el mismo diseño que te pasé por correo electrónico, pero más detallado, y además he incluido ese par de cambios que querías. —¡Mira, Carter! Tienes tu propia habitación. Carter le acarició el pelo corto y pelirrojo. —Esperaba humildemente seguir compartiéndola contigo. Mac estalló en una carcajada y se inclinó sobre los planos. —Mira mi vestidor… bueno, el vestidor de los clientes. Ostras, me encanta el espacio que nos va a quedar con este patio. ¿Quieres una cerveza, Jack?

—No, gracias. ¿Tienes algo más suave? —Claro. Coca-Cola Light. —Qué asco. Prefiero agua. Mac se fue a la cocina y Jack le mostró los detalles del plano a Carter. —Si ponemos librerías empotradas en este espacio daremos cabida a un gran número de estanterías para que puedas poner libros o lo que quieras: archivadores, material… —¿Qué es esto, una chimenea? —Es uno de los cambios que ha propuesto Mac. Me dijo que un señor doctor en literatura debía tener una chimenea en su estudio. Es un modelo pequeño que se enciende a gas. Además, de ese modo la habitación dispondrá de una fuente de calor suplementaria. Carter miró a Mac cuando esta regresaba con una botella de agua y dos cervezas. —Me has encargado una chimenea. —Sí. Lo mío debe de ser amor. —Mac lo besó con ternura y luego se agachó para coger en brazos al gato de tres patas, Tríada. Debía de serlo, pensó Jack cuando ella se sentó y el gato se aovilló en su regazo. Mientras comentaban los detalles y el material que querían elegir, Jack se preguntó qué se sentiría al estar vinculado así a otra persona, seguro de ella. Sin duda, aquellos dos habían elegido bien. Habían elegido a la persona adecuada para construir un hogar, un futuro, y para tener hijos y compartir un gato. ¿Cómo se sabía algo así? ¿Cómo habían llegado a creer tanto el uno en el otro para que les saliera a cuenta arriesgarse? Para él ese era uno de los grandes misterios de la vida. —¿Por dónde podemos empezar? —preguntó Mac. —Mañana solicitaré los permisos. ¿Habíais pensado en algún constructor? —Mmm… la empresa que nos hizo la primera reforma respondió muy bien. ¿Sigue disponible? —La dirijo yo en nombre de su propietario. Puedo contactar con él mañana y pedirle que os pase un presupuesto. —Eres nuestro hombre, Jack. —Mac hizo amago de darle un puñetazo en el brazo—. ¿Quieres quedarte a cenar? Haremos pasta. Puedo llamar y preguntarle a Emma si le va bien apuntarse. —Gracias, pero hoy salimos. —Vaya… —Basta —dijo Jack sacudiendo la cabeza y riéndose. —No puedo dejar de pensar que es fantástico que mis compañeros se hagan arrumacos. —Iremos a picar algo para cenar y a ver una peli. —Vaya… Jack volvió a reír. —Me marcho. Te veo en la noche del póquer, Carter. Prepárate, porque perderás. —Si quieres, te doy ahora mismo el dinero y así nos ahorramos tiempo. —Es tentador, pero prefiero la satisfacción de dejarte pelado en la mesa. Acepto la apuesta —añadió Jack dirigiéndose hacia la puerta—. Quedaos con los planos. La exclamación de Mac le hizo volverse, y entonces vio a Del. Los dos amigos se detuvieron el uno

frente al otro, a un metro y medio de distancia. —¡Esperad! —gritó Mac—. Si vais a liaros a puñetazos otra vez, voy a por la cámara. —Le voy a cerrar la boca —prometió Carter. —¡Eh, esperad! Lo decía en serio —acertó a articular Mac antes de que Carter la arrastrara hacia el interior de la casa. Jack se metió las manos en los bolsillos. —La hemos jodido. —Puede. Probablemente. —Mira, nos pegamos, soltamos lo que llevábamos dentro y tomamos una cerveza. Las normas dicen que esto ya está arreglado. —No estábamos viendo ningún partido. Jack notó que se aflojaba la tensión en sus hombros. Aquel comentario era típico de Del. —¿Lo dejamos para mañana? Hoy he quedado. —¿Qué ha pasado con la regla «los tíos, primero, las titis, después»? Jack esbozó una sonrisa de simpatía. —¿Acabas de llamar titi a Emma? Del se quedó boquiabierto y se pasó una mano por el pelo. —¿Ves como habrá complicaciones? Acabo de llamar titi a Emma porque he pensado en ella de otra manera, y he actuado como un gilipollas. —Sí, eso ya lo he notado. Si no, mi obligación habría sido darte otro puñetazo en plena cara. Mañana por la noche los Yankees juegan en casa. —Tú conduces. —De eso, nada. Llamaré a Carlos. Así que yo me encargo del servicio de chófer y tú de la propina y las cervezas. Los perritos calientes los pagamos entre los dos. —Muy bien. —Del consideró la idea unos instantes—. ¿Me darías un puñetazo por ella? —Ya lo he hecho. —Pero eso no fue por ella. «Te acabas de anotar un tanto», pensó Jack. —No lo sé. —Me parece una buena respuesta —decidió Del—. Nos vemos mañana.

El plan de cenar de menú y ver una película de acción salió tan redondo que decidieron quedar para el lunes siguiente. Sus apretadas agendas les impedían pasar más tiempo juntos, pero se las apañaron para poder ir intercambiando lo que bautizaron como una amistosa comunicación sexual a distancia y unos correos jocosos. Emma ignoraba si su relación estaba marcada por el sexo o por la amistad, pero era como si ambos intentasen encontrar un equilibrio entre las dos cosas. Estaba terminando de arreglarse para la velada cuando Parker entró en su casa y la llamó desde el pie de la escalera. —Ahora bajo. He dejado las flores que querías en la parte trasera, en un jarrón, aunque sigo sin entender que tengas que ir a hacer favores a la gente.

—La MDNA quiere que pase por su casa para revisarlo todo. Iré a revisar lo que ella quiera. No tardaré mucho. —Te habría ahorrado tiempo si las hubiera entregado yo misma, pero me he alargado en la última consulta del día. —Emma bajó corriendo la escalera, se detuvo y giró en redondo—. ¿Qué te parece? —Estás fantástica. Como era de esperar. Emma se rio. —El pelo recogido me queda bien, ¿verdad? He preferido llevarlo un poco despeinado, como si estuviera a punto de deshacerse. —Te queda bien. Y el vestido también. Ese rojo intenso te favorece mucho. Y deja que añada que el ejercicio ha merecido la pena. —Sí, y no imaginas la rabia que me da, porque eso significa que tendré que seguir practicando. ¿Chal o jersey? —preguntó Emma sosteniendo una prenda en cada mano. —¿Adónde vais? —A la inauguración de una exposición de arte. Es una artista local, moderna. —El chal es más artístico. Qué lista eres… —¿Ah, sí? —La mayoría irá de negro, y ese vestido rojo va a causar sensación. Eres una maestra dando lecciones. —Si te arreglas, vale más que se note, ¿no? ¿Qué te parecen los zapatos? Parker se fijó en que se había puesto unos tacones de aguja abiertos por la punta y atados con unas cintas muy sexys al tobillo. —Matadores. Nadie que tenga un cromosoma Y va a mirar los cuadros. —En mi cabeza solo hay un cromosoma Y. —Se te ve feliz, Emma. —No me extraña, porque lo soy. Tengo una relación con un hombre muy interesante que sabe hacerme reír y hacerme estremecer, que escucha con atención lo que digo y me conoce lo bastante para que yo pueda actuar tal como soy sin necesidad de poner los filtros habituales. Y lo mismo podría decir de él. Sé que es divertido, original, listo, trabajador, buen amigo y un obseso del deporte… Y todas esas cosas que sabes cuando hace una docena de años que conoces a alguien como nosotras conocemos a Jack. Emma se adelantó para ir a su taller. —Habrá quien piense que con eso desaparece el placer del descubrimiento o la excitación, pero no es cierto. Siempre hay cosas por descubrir, y además sabes positivamente que te entiendes bien con él. A su lado me siento cómoda y también inquieta, todo a la vez. Por cierto, he optado por los tulipanes rosa y las orquídeas iris. Dan una nota alegre, femenina y primaveral. —Sí, resulta perfecto. —Parker esperó a que Emma sacara las flores del jarrón y atara el ramo con una cinta de un blanco inmaculado. —Puedo añadir unos lisianthus si quieres que tenga más volumen. —No, así queda fantástico. Impecable. Emma… —Parker quiso cambiar de tema mientras su amiga envolvía el arreglo con un papel claro y brillante—. ¿Alguno de los dos sabe que estás enamorada? —¿Qué? No. Yo nunca he dicho que… Claro que quiero a Jack. Todas lo queremos. —Ninguna de nosotras se ha puesto un vestido rojo y unos zapatos sexys para salir de noche con él.

—Ah, bueno, eso es porque… hoy tenía la intención de salir. —No es solo por eso. Em, sales con Jack. Te acuestas con Jack. Es lo que me figuraba yo, más o menos. Pero acabo de oírte hablar, acabo de verte la cara y, cariño, te conozco. Estás enamorada. —¿Por qué dices eso? —La expresión de Emma era de aturdimiento—. Esta clase de cosas son las que me confunden y lo complican todo. Parker arqueó las cejas y ladeó la cabeza. —¿Desde cuándo piensas que estar enamorada es algo complicado? —Desde que salgo con Jack. Tal como van las cosas de momento, me siento bien. Muy bien, de hecho. Salgo con un hombre interesantísimo y… no pido nada más. Porque no sería propio de Jack. Él no es de los que planifican qué van a hacer dentro de cinco años, o cinco semanas, por decir algo… Para él solo cuenta el presente. —Mira… es curioso que Del y tú, sus íntimos, tengáis tan poca confianza en él. —No es eso. Es que, en este terreno en particular, Jack no es de los que… buscan relaciones estables. —¿Y tú? —Me divertiré mientras pueda —dijo Emma asintiendo decidida—. No me enamoraré de él, porque ambos sabemos qué pasará si me enamoro. Empezaré a imaginar cosas, a pensar en él, en nosotros, a desear que él… Se detuvo y se llevó una mano al vientre. —Parker, conozco lo que implica un amor no correspondido. Para el que no está enamorado es terrible, y para el que lo está es peor. —Hizo un gesto de negación—. No, eso no me va a pasar. Hace poco que salimos, y no voy a enamorarme de él. —Muy bien. —Parker, para tranquilizarla, le dio un apretón cariñoso en el hombro—. Si tú estás bien, yo estoy bien. —Lo estoy. —Vale más que me marche volando. Gracias por el arreglo. —Faltaría más. —Nos vemos mañana, en la consulta para deliberar sobre la boda de la chica Seaman. —Lo tengo anotado en la agenda. Sé que quieren pasear por los jardines y verlos tal como están ahora para hacerse una idea de cómo podría quedar ese espacio el abril que viene. Llenaré un par de urnas con las hortensias azules Nikko que he estado mimando en el invernadero. Son exuberantes y quedarán impresionados. Además, me reservo un par de trucos bajo la manga —añadió la joven mientras acompañaba a Parker a la puerta. —Como siempre. Pásalo muy bien esta noche. —Lo haré. Emma cerró la puerta y se apoyó contra la hoja. Podía engañarse a sí misma, podía engañar a Jack sin problemas. Ahora bien, nunca podría engañar a Parker. Claro que estaba enamorada de Jack. Debía de estarlo desde hacía años y sencillamente se había convencido a sí misma de que ese sentimiento era puro deseo. El deseo era un problema a sortear; el amor resultaba fatal.

Sabía exactamente la clase de amor que quería, el amor que cala en tus huesos, arraiga en tu corazón y hace florecer tu cuerpo. Quería que durara para siempre. Quería vivir cada día y cada noche con él, año tras año; quería un hogar, una familia; quería apoyo, sexo… Lo quería todo. Siempre había sabido cómo sería su pareja, su amante, el padre de sus hijos. ¿Por qué ese personaje tenía que ser Jack? ¿Por qué, cuando al fin sentía lo que había querido sentir durante toda su vida, tenía que sucederle eso con un hombre al que conocía tan bien? Emma sabía que Jack era de los que querían tener su propio espacio y seguir su camino, de los que consideraban que el matrimonio era una apuesta a largo plazo. Sabía todo eso de él, y, no obstante, se había enamorado. Si Jack se enterase, ¿estaría… desconcertado?, se preguntó Emma. No, probablemente eso sería exagerar. Se sentiría preocupado, inquieto más bien… lo cual era peor. Porque actuando con mucho tacto, se largaría por el foro. Y eso la mortificaba. No existía ningún motivo por el que Jack tuviera que enterarse de cuáles eran sus sentimientos. Aquello se convertiría en un problema solo si ella lo permitía. Y no iba a permitirlo. Tenía mano tratando a los hombres, tanta como la tenía con las flores. Seguirían saliendo como hasta ahora, y si las cosas se torcían hasta el punto de que le causasen más sufrimiento que alegrías, sería ella la que se largaría por el foro. Y luego lo superaría. Se alejó de la puerta y se dirigió a la cocina para tomar un vaso de agua. Tenía la garganta seca y le escocía un poco. Lo superaría, se aseguró a sí misma. ¿Qué sentido tenía preocuparse antes de tiempo? Todavía salían juntos. Claro que… también podía lograr que se enamorase de ella. Si sabía cómo impedir que un hombre se enamorara o convencerlo de que se desenamorase cuando a él le parecía que empezaba a sentir algo por ella… ¿por qué no iba a poder enamorar a alguien? —Un momento, me estoy liando. Emma respiró hondo y bebió un sorbo de agua. —Si consigo que se enamore de mí, ¿se habrá enamorado de verdad? Uf, esto me desborda. Voy a una inauguración, y eso es todo. Olvida lo demás. Se sintió aliviada cuando oyó que llamaban a la puerta. Había llegado el momento de dejar de pensar, de preocuparse y analizarlo todo punto por punto. Esa noche saldrían. Se divertirían juntos. Y lo que tuviera que suceder, sucedería.

12

P

la inquietud, al entender de Emma. La mirada que Jack le dedicó cuando le abrió la puerta fue justo la que ella esperaba. —Necesito un instante de recogimiento para dar las gracias —dijo él. Emma le sonrió seductora. —Entonces deja que te diga que eres bienvenido. ¿Quieres entrar? Jack acortó distancias y le acarició el hombro y el brazo. Sus ojos grisáceos se clavaron en ella. —Se me acaba de ocurrir que podríamos entrar y olvidarnos de la inauguración. —Ni hablar —protestó ella apartándolo de un codazo y dando un paso atrás. Le dio el chal y se volvió de espaldas para que él se lo echara sobre los hombros—. Me has prometido pinturas raras, vino peleón y canapés duros. —Podríamos quedarnos en casa. —Jack se inclinó para mordisquearle el cuello—. Te haré unos dibujos eróticos, tomaremos un buen vino y llamaremos para que nos traigan una pizza. —¿Por qué hay que estar siempre eligiendo? —protestó Emma mientras ambos se dirigían hacia el coche—. Vayamos a la inauguración primero y luego nos dedicaremos a los dibujos eróticos. —Si es absolutamente imprescindible… —Jack se detuvo al llegar al coche y se recreó dándole un beso—. Me encanta tu aspecto. Estás soberbia. —Esa era la intención. —Emma posó su mano en el jersey color pizarra que Jack llevaba bajo la chaqueta de piel—. Me encanta tu aspecto, Jack. —Ya que estamos tan guapos, supongo que será mejor que nos vean. —Él se sentó tras el volante y le dedicó una sonrisa franca—. ¿Qué tal el fin de semana? —Ha sido un agobio, como era previsible. Aunque se saldó con éxito, porque Parker recomendó a los clientes que alquilaran unas carpas para el sábado. Y cuando se puso a llover, nadie se mojó. Incluso fue mejor, porque pusimos unas velas y unas flores para cubrir la emergencia y, entre la iluminación suave, la fragancia y la lluvia repiqueteando en las carpas, el resultado fue precioso. —Pensé en vosotras. El sábado por la tarde fui a una obra nueva, pero a nosotros nos salió el tiro por la culata. Necesitamos que haga buen tiempo para trabajar. —A mí me gustan las lluvias de primavera. El sonido, el olor… No todas las novias piensan igual, pero conseguimos que esta fuera muy feliz. ¿Qué tal fue tu noche del póquer? Jack frunció el ceño sin dejar de mirar al frente. Los faros del coche recortaban la oscuridad. —No quiero hablar de ello. Emma estalló en carcajadas. —He oído decir que Carter os limpió los bolsillos. —El tío no paraba de quejarse con todo ese rollo de que él no suele jugar a las cartas, poniendo cara de tío sincero y honrado, pero te aseguro que es un depredador. —Sí, ya… Carter es un depredador. —No has jugado a las cartas con él. Créeme. —Tienes mal perder. REDOMINABA MÁS LA SATISFACCIÓN QUE

—Eso sí, ¿ves? Divertida, Emma se recostó en el asiento. —Cuéntame algo sobre la artista. —Ah… sí. Habría tenido que hablarte de ella. —Duró poco más de un segundo, pero Jack tabaleó en el volante—. Es amiga de un cliente mío. Creo que ya te lo conté. —Sí. —Ella se había referido a su estilo artístico, pero detectó algo en el tono de su voz que le hizo prestar atención—. Y además es amiga tuya, ¿verdad? —Más o menos. Salimos un par de veces. Unas cuantas veces. Puede que varias. —Ya. —A pesar de que Emma sentía una gran curiosidad, mantuvo un tono de voz desenfadado—. Es una ex. —No exactamente. No fuimos… Más bien diría que ligamos y salimos durante unas semanas. Hace más de un año. Unos dos años, en realidad. Fue algo… sin importancia. Su incomodidad le pareció sorprendente, y también halagadora. —Si crees que estás pisando terreno resbaladizo, Jack, no te preocupes. Siempre he tenido la sospecha de que te has acostado con otras mujeres. —Es cierto. Lo he hecho. Y Kellye (ella lo deletrea con una «e» final) es una de ellas. Es… interesante. —Y artística. Jack torció el gesto, cosa que intrigó a Emma. —Eso tienes que juzgarlo tú. —Dime, ¿por qué fue algo… sin importancia? ¿O te estoy haciendo una pregunta rara? —Esa historia era demasiado intensa para mí. Esa mujer es pura intensidad, y eso exige un elevado coste de mantenimiento. —¿Te exigía que le prestaras demasiada atención? —preguntó Emma con cierto tono glacial. —Exigir es la palabra justa. En fin, lo que hubo, ya pasó. —Pero seguís siendo amigos. —No especialmente. Coincidí con ella hace un par de meses y fue un encuentro agradable. Luego se puso en contacto conmigo por lo de la inauguración y pensé que no cometía ningún crimen por aceptar. Sobre todo teniendo en cuenta que vienes conmigo para protegerme. —¿Sueles necesitar que las mujeres te protejan? —Continuamente —respondió él, comentario que divirtió a Emma. —No te preocupes. —Ella le dio unas palmaditas en la mano, que él mantenía encima del cambio de marchas—. Estoy aquí para salvarte. Jack aparcó y caminaron un rato mientras la brisa fresca de esa noche de primavera hacía revolotear las puntas del chal de Emma. Las tiendecitas en las que solía disfrutar mirando ropa ya habían cerrado, pero los pequeños restaurantes hacían negocio rápidamente. Unos cuantos comensales habían desafiado al frío y se habían instalado en las mesas de fuera, al amparo de unas velitas que oscilaban al viento. Emma olió la fragancia de las rosas y del ceviche rojo picante. —¿Sabes lo que todavía no he hecho por ti? —dijo Emma. —He escrito una lista, pero pensaba ir allanando el terreno hasta llegar a los puntos de mayor interés. Emma le propinó un codazo.

—Cocinar. Soy buena cocinera cuando tengo tiempo. Tendré que seducirte con mis fajitas. —Cuando quieras y donde quieras. —Jack se detuvo delante de la galería de arte—. Ya hemos llegado. ¿Estás segura de que no preferirías cocinar? —Prefiero el arte —contestó ella entrando como una exhalación. «No es cierto», pensó ella de inmediato, al ver de entrada, sin contar a unas cuantas personas que iban dando vueltas y observando con aire de mucho interés, una gran tela blanca con una sola línea de color negro, ancha y borrosa, pintada en el centro. —¿Eso es la marca de un neumático, la marca de un neumático en una carretera blanca? ¿O es una división de algo que no entiendo? —Es una línea negra sobre una tela blanca. Y creo que vamos a necesitar una copa —decidió Jack. —Creo que sí. Jack fue a buscar un par de copas y Emma paseó por la galería. Se quedó mirando una tela en la que aparecía una retorcida cadena negra con dos eslabones rotos titulada Libertad. En otro lienzo una serie de puntos negros se convertían en unas minúsculas letras cuando uno se aproximaba. —Es fascinante, ¿verdad? —Un hombre con gafas de montura oscura y un jersey negro de cuello alto se puso a su lado—. La emoción, el caos. —Ya… —Es un enfoque minimalista sobre la intensidad y la confusión. Es brillante. Podría estar mirando el lienzo durante horas y ver cosas distintas a cada momento. —Depende de cómo coloques las letras. El desconocido esbozó una sonrisa. —¡Exactamente! Me llamo Jasper. —Yo soy Emma. —¿Has visto Nacimiento? —No personalmente. —Creo que es su mejor obra. Está por ahí. Me encantaría saber qué es lo que te inspira. —Le tocó el codo, tanteándola, como ella adivinó, mientras, con un gesto, la invitaba a avanzar—. ¿Puedo ofrecerte una copa de vino? —En realidad… ya me han traído una —respondió ella cuando Jack llegó y le dio una copa—. Jack, te presento a Jasper. Estábamos admirando Babel —añadió ella cuando descubrió el título. —Confusión de idiomas —adivinó Jack poniendo una mano liviana y posesiva en el hombro de Emma. —Ya, claro. Si me disculpáis… —Se le pasó el subidón —dijo Jack cuando Jasper se escabulló. Probó el vino peleón y estudió la tela—. Es como uno de esos imanes que la gente compra para la nevera. —Gracias a Dios. Menos mal. Creía que veías alguna cosa en ese cuadro. —También que alguien haya lanzado al suelo las piezas del Scrabble. —Basta. —Emma tuvo que reprimir una carcajada—. Jasper la encuentra brillante en su caos minimalista. —Bueno, eso es típico de Jasper. ¿Por qué no…? —¡Jack!

Emma se volvió y vio a una pelirroja de metro ochenta avanzando entre la multitud con los brazos abiertos. Iba con un conjunto negro muy ceñido que resaltaba sus piernas kilométricas y su cuerpo filiforme, presidido por unos firmes y altos pechos que casi sobresalían del escote redondeado de su blusa. Se movía haciendo tintinear la docena de pulseras de plata que llevaba en el brazo. Y casi arrasó con Emma al abalanzarse sobre Jack para hundir su asesina boca de carmín en sus labios. A Emma solo le dio tiempo de agarrar la copa de Jack antes de que la derramara. —Sabía que vendrías. —Su voz era grave, casi como un sollozo—. No sabes lo que esto significa para mí. Ni te lo imaginas. —Ah… —Esta gente no me conoce de verdad. No han estado dentro de mí. Caray. —Vale, veamos si… —Jack intentó zafarse, pero ella lo agarraba por el cuello como si fuera un garrote vil—. He venido a felicitarte. Deja que te presente a… Kellye, me estás dejando sin respiración. —Te he echado tanto de menos… Esta noche significa mucho para mí. Y ahora, con tu presencia, todavía más. —Unas teatrales lágrimas centellearon en sus ojos; los labios le temblaban de la emoción —. Sé que esta noche podré superarlo todo: la tensión, las exigencias… porque ahora estás aquí. Oh, Jack, Jack, quédate a mi lado. Acércate más. Si se acercaba más, pensó Jack, sí que estaría dentro de ella. —Kellye, te presento a Emmaline. —Jack, desesperado, agarró a Kellye por las muñecas para soltársela del cuello—. Emma… —Encantada de conocerte. —Emma, con un tono alegre y entusiasta, le tendió la mano—. Debes de… Kellye dio un paso atrás, insegura, como si acabaran de apuñalarla, y luego giró alrededor de Jack. —¡Cómo te atreves! ¿Cómo has podido? ¿La has traído aquí, para echármelo en cara? ¡Cerdo! La artista se marchó abriéndose paso a toda prisa entre la fascinada multitud. —Vale, muy divertido. Marchémonos. —Jack agarró a Emma de la mano y tiró de ella hacia la salida —. Qué error. Menudo error… —exclamó tras la primera bocanada de aire fresco—. Me parece que me ha perforado las amígdalas con la lengua. No me has protegido. —Te he fallado. Estoy avergonzada. Jack entornó la mirada y, sin soltarla de la mano, empezó a caminar por la acera. —A ti te ha parecido divertido. —Yo también soy una bruja. Tengo el corazón de hielo. Y eso es un motivo para avergonzarme. — Emma tuvo que parar porque ya no podía aguantarse. De repente, soltó una carcajada—. ¡Por Dios, Jack! ¿En qué estabas pensando? —Cuando una mujer tiene el poder de perforar las amígdalas de un hombre con la lengua, uno deja de pensar. Ese truco también sirve cuando ella… Casi lo digo en voz alta. —Jack se pasó la mano por el pelo mientras observaba la radiante cara de Emma—. Somos amigos desde hace demasiado tiempo. Es peligroso. —En nombre de la amistad, te invito a una copa. Te la mereces. —Ella le cogió de la mano—. No te he creído cuando me has largado el rollo de que esa mujer era demasiado intensa. Imaginaba que era el típico comentario del tío que nunca se compromete. Pero «intensa» es una palabra demasiado neutra para

ella. Además, su arte es una ridiculez. Tendría que ligar con Jasper. Ese seguro que la adoraría. —Vayamos a la otra punta de la ciudad a tomar esa copa —propuso él—. No quiero correr el riesgo de encontrármela de nuevo. —Abrió la portezuela del coche para que subiera Emma—. No te has quedado cortada. —No. Mi umbral de incomodidad es alto. Si ella hubiera sido sincera, ni que fuera un poco, me habría dado lástima. Ahora bien, es tan falsa como su obra. Y probablemente, igual de rara. Jack consideró sus palabras mientras rodeaba el coche para ir a acomodarse en el asiento del conductor. —¿Por qué has dicho eso, lo de que es falsa? —Ha montado una escena para llamar la atención. Es posible que sienta algo por ti, pero le importa mucho más su persona. Me ha visto antes de saltar encima de ti. Sabía que yo te acompañaba, y por eso ha montado el numerito. —¿Estás diciendo que se ha puesto en ridículo aposta? ¿Por qué habría de hacer algo así? —Ella no cree que haya hecho el ridículo. Iba acelerada. —Emma ladeó la cabeza y lo miró a los ojos, fijándose en su expresión atónita. Lo cierto es que los hombres no veis esas cosas, ¿verdad? Qué interesante. Jack, ha protagonizado su propia tragedia romántica, y ha disfrutado de cada momento. Apuesto lo que quieras a que esta noche va a vender más cuadros de esa bazofia que llama arte gracias a ello. Jack estuvo conduciendo en silencio durante un rato. —Y todo esto te ha vapuleado el ego —dijo ella con una mueca. —Me lo ha arañado un poco, superficialmente. Por otro lado, sé que no le di ningún indicio para que me haya hecho objeto de este numerito tan entretenido. —Jack se encogió de hombros—. Dejémoslo en que me ha dado un zarpazo. —Estás mejor sin ella. Y dime… ¿hay alguna otra ex que quieras que conozca, de esas que fueron algo sin importancia para ti? —No. Te lo aseguro. —Jack se quedó mirándola. Las farolas destacaban los destellos dorados y broncíneos de su pelo—. Sin embargo, sí quiero decir que, en su mayoría, las mujeres con quienes he salido estaban cuerdas. —Eso dice mucho en tu favor.

Eligieron un pequeño restaurante y compartieron una fuente de pasta con salsa alfredo. Jack pensó que esa mujer lo relajaba, y eso era inusual en él, porque, para empezar, siempre se había considerado un hombre tranquilo. Ahora bien, pasar el rato con ella, hablando de lo primero que le viniera a la mente, eliminaba cualquier problema o preocupación que hubiera anidado en su cerebro. Más extraño aún le resultaba estar junto a una mujer y sentirse excitado y tranquilo a la vez. No recordaba haber vivido esa combinación de sensaciones con alguien que no fuera Emma. —¿Cómo es posible que en todos estos años, desde que te conozco, nunca hayas cocinado para mí? —preguntó él. Emma enrolló un fideo solitario en el tenedor. —¿Cómo es posible que en todos estos años, desde que te conozco, no me hayas llevado nunca a la cama?

—Ajá. O sea, que solo cocinas para los hombres si hay sexo de por medio. —Es una buena política. —Emma sonrió. Con ojos risueños, mordisqueó el fideo—. Me tomo muchas molestias cuando cocino. Y tiene que valer la pena. —¿Qué tal mañana? Haré que valga la pena. —No lo dudo, pero mañana no me va bien. No me daría tiempo de ir al mercado, y soy muy tiquismiquis con los ingredientes. El miércoles me va un poco justo, pero… —El miércoles por la noche tengo trabajo. —Vale, pues será mejor que lo dejemos para la semana que viene. A diferencia de Parker, yo no llevo mi planificación en la cabeza ni la BlackBerry en la mano para confirmártelo, pero creo que… Oh, el Cinco de Mayo. Se acerca la celebración de los mexicanos que viven en Estados Unidos y habrá fiesta familiar. Debes de acordarte, porque ya has venido alguna vez. —La mayor megafiesta del año. —Y toda una tradición para los Grant; vaya si se cocina ese día. Deja que compruebe la agenda para concretar. —Emma se recostó en su butaca—. Pronto llegará mayo, el mejor mes del año. —¿Para las bodas? —Es un mes importante para eso, pero lo decía en general. Azaleas, peonías, lilas, glicinas… Nacen los capullos y todo florece. Y preparo las plantas anuales. La señora Grady monta su pequeño huerto. Todo nace o se regenera. ¿Cuál es tu mes favorito? —Julio. Un fin de semana en la playa: el sol, la arena, el surf… El béisbol está en su mejor momento, los días se alargan, las barbacoas humean… —Mmm, eso es fantástico también. Genial. El olor a césped segado… —Yo no siego el césped. No tengo. —Bah, eres un chico de ciudad —exclamó ella con un dedo acusatorio. —Fueron las cartas que repartió la vida. Los dos jugueteaban con la pasta. Emma se inclinó hacia él, atenta apenas a las conversaciones que bullían alrededor. —¿Has pensado alguna vez en vivir en Nueva York? —Lo he considerado. Pero me gusta vivir aquí. Por el estilo de vida, y por el trabajo. No estoy tan lejos si quiero ir a ver a los Yankees, los Knicks, los Giants, los Rangers… —Me han llegado rumores de que allí también existe algo que se llama ballet, ópera y teatro. —¿Ah, sí? —Jack exageró una mirada de desconcierto—. Qué extraño. —Jack, eres típicamente masculino. —Culpable. —Creo que nunca te lo he preguntado: ¿por qué te decidiste por la arquitectura? —Mi madre afirma que empecé a construir viviendas de dos plantas cuando tenía dos años. Supongo que algo de eso se me pegó. Me gusta imaginar las distintas funciones de un espacio o cambiar una estructura ya existente. ¿Es posible mejorarlo? ¿Se puede vivir en él, trabajar, jugar? ¿Qué hay junto a ese espacio? ¿Cuál es el objetivo? ¿Cuáles son los materiales más adecuados, o los más interesantes y prácticos? ¿Quién es el cliente y qué busca en realidad? De alguna manera, no dista tanto de lo que haces tú. —Solo que lo tuyo dura más.

—Tengo que admitir que lo paso mal cuando veo que mi trabajo no prospera. ¿No te molesta eso a ti? Emma picoteó un trocito de pan. —Podríamos decir que eso es lo que define lo transitorio. El hecho de que solo sea provisional lo convierte en algo más inmediato, más personal. Con la floración, piensas: qué bonito. O cuando diseñas y creas un ramo, piensas: oh, impactante. No estoy segura de que la sorpresa y la emoción fueran las mismas si no supieras que aquello solo es temporal. Es preciso que un edificio dure mucho tiempo; los jardines, en cambio, necesitan vivir su ciclo. —¿Qué opinas del diseño de jardines? ¿Te has planteado dedicarte a eso alguna vez? —Supongo que ni siquiera le he dedicado el tiempo que tú debiste de dedicar al tema de vivir en Nueva York. Me gusta trabajar en el jardín, al aire libre, al sol, viendo que lo que planto da sus frutos al año siguiente, o bien florece durante la primavera y el verano. Cada vez que recibo una entrega de mi mayorista es como si recibiera una caja de juguetes nuevos. —Emma lucía una expresión soñadora—. Cada vez que le entrego a una novia su ramo de boda, veo su reacción o contemplo cómo los invitados admiran los arreglos, pienso: esto lo has hecho tú. Y aunque se trate del mismo arreglo, nunca es exactamente igual. Es nuevo, es distinto cada vez. —Lo nuevo nunca aburre. Antes de conocerte, creía que las floristas se dedicaban básicamente a llenar de flores los jarrones. —Antes de conocerte, creía que los arquitectos se dedicaban básicamente a sentarse frente a una mesa de dibujo. Mira lo que hemos aprendido el uno del otro. —Hace unas semanas nunca habría creído que estaríamos sentados aquí, de esta manera. —Jack la cogió de la mano y la acarició mirándola a los ojos—. Y que sabría, antes de que la noche terminara, lo que llevas puesto bajo ese vestido espectacular. —Hace unas semanas… —Emma deslizó el pie por su pierna—, nunca habría imaginado que me pondría este vestido con el propósito de que me lo quitaras. Y por eso… Se acercó a él. La luz de las velas hacía que en sus ojos bailara un destello dorado. Sus labios casi rozaron los suyos. —No llevo nada debajo. Jack siguió mirándola, saboreando su calidez, su malicia. Y entonces levantó la otra mano. —¡La cuenta!

Tenía que concentrarse en la conducción, sobre todo teniendo en cuenta que intentaba batir el récord de velocidad. Esa mujer le volvía loco, la manera en que se había apoyado contra el respaldo del asiento y cruzado sus maravillosas y desnudas piernas, y cómo se le había subido el vestido, cautivadoramente. Ella se inclinó hacia delante, con premeditación, imaginó Jack, y en el instante en que se atrevió a apartar la vista de la carretera, se vio obsequiado con una apetitosa visión de sus pechos marcándose en la tela roja y sexy. Emma toqueteó la radio, inclinó la cabeza y le dedicó una sonrisa felina y femenina. Luego volvió a recostarse y a cruzarse de piernas. El vestido subió unos centímetros más. Jack pensó que iba a caérsele la baba. Ella había sintonizado una emisora de radio, pero Jack solo oyó los bajos. Un bajo batiente, pulsátil. El resto era un ruido indefinido, que permanecía estático en su cerebro.

—Estás poniendo en peligro nuestra vida —dijo él, y su comentario arrancó las risas de Emma. —El peligro podría ser mayor. Podría decirte lo que quiero que me hagas, cómo quiero que me poseas. Me apetece que me poseas, que me utilices. —Emma se perfiló el cuerpo con un dedo—. Hace unas semanas, o más tiempo quizá, ¿imaginaste que me tendrías, Jack, que me utilizarías? —Sí. La primera vez, después de esa mañana que te vi en la playa. Solo que cuando lo imaginé, era de noche, me acercaba a ti y te metía en el agua, donde rompen las olas. Notaba el sabor de tu piel y de la sal. Tuve tus pechos en mis manos, en mi boca, mientras el agua batía contra nosotros. Luego te llevé a la arena seca, mientras las olas morían, hasta que lo único que pudiste decir fue mi nombre. —Eso fue hace mucho tiempo. —Emma farfulló—. Demasiado para andar con imaginaciones, pero sí sé una cosa. Tenemos que volver a la playa, en serio. La carcajada tendría que haber relajado la tensión, pero solo la incrementó. Otra primicia, pensó Jack, una mujer capaz de hacerle reír y de que le consumiera al mismo tiempo. Abandonó la carretera de un volantazo y enfiló el largo camino que conducía a la propiedad de los Brown. Las ventanas del tercer piso estaban iluminadas en ambas alas de la casa, y la luz también resplandecía en el estudio de Mac. Por fin, y por suerte, vieron destacarse el porche de Emma, y la lucecita que ella había dejado encendida en el interior. Jack soltó el cierre del cinturón de seguridad en el mismo momento en que apoyó el pie en el pedal del freno. Antes de que ella pudiera imitarlo, la asió y la besó con ansia. Moldeó sus pechos, y luego se dio el placer de recorrer sus piernas bajo la seductora tela roja. Emma le aprisionó la lengua con los dientes, en una rápida, erótica trampa, y maniobró con su cremallera. Jack consiguió bajarle un tirante del vestido antes de clavarse el cambio de marchas en la rodilla. —Ay —exclamó ella ahogando unas risas—. Tendremos que comprar rodilleras además de coderas. —Este maldito coche es demasiado pequeño. Vale más que entremos en casa antes de que nos lastimemos. Emma agarró a Jack por la chaqueta y lo atrajo hacia sí para darle otro beso salvaje. —Deprisa. Salieron como una flecha del coche, cada cual por su lado, y se lanzaron el uno en brazos del otro. Una risa ahogada y un quejido desesperado rasgaron el silencio. Casi perdiendo el equilibrio, se manosearon mientras sus bocas se sellaban. Emma quiso arrancarle la chaqueta mientras enfilaban el caminito, girando como un par de bailarines locos. Cuando alcanzaron la puerta, lo acorraló de espaldas. Sus bocas se enzarzaron y ella solo se separó para quitarle el jersey por la cabeza, arañándole la piel, y tirarlo a un lado. Los tacones que llevaba y el ángulo en el que se encontraba situaron su boca al nivel de la mandíbula de Jack. Emma se la mordió, le quitó el cinturón de un tirón y lo dejó caer. Jack tanteó la puerta buscando el pomo y los dos entraron disparados. Entonces fue él quien la empujó contra la puerta, le levantó los brazos y, con una mano, la asió por las muñecas. Inmovilizada, le subió la falda y la encontró. A ella, excitada y mojada. La exclamación ahogada de Emma terminó en un quejido cuando él la condujo, con fuerza y rapidez, al clímax. —¿Hasta dónde quieres llegar? —preguntó él.

Con la respiración entrecortada y el cuerpo ardiendo, Emma lo miró a los ojos. —Hasta que me des todo lo que tengas. La llevó al éxtasis de nuevo, entre quejidos y gritos, devastándole el organismo entero con las manos, con la boca. Ella estaba sofocada, su piel irradiaba calor. Jack le bajó el vestido para liberarle los senos, para alimentarse de ellos. Y fue como ella quiso, más de lo que podía imaginar. Con dureza y premura, Jack usó su cuerpo, se aprovechó de él. La hizo suya. Emma se preguntó si él se habría dado cuenta ya. ¿Era posible que lo supiera? Sin embargo, con querer de ese modo ya tenía suficiente, con desear y ser deseada. Con eso le bastaría. Y deseando a Jack, anhelándolo, se apoyó contra la puerta y le pasó una pierna por la cintura. —Dame más. Jack sintió que se consumía. Un instante antes de penetrarla, la mirada, el tacto, el sabor de esa mujer lo devastó. Con renovada locura, la sujetó contra la puerta. Sus cuerpos sacudieron la hoja mientras Emma, con el cabello suelto, perdidas las horquillas, pronunciaba su nombre una y otra vez. La descarga fue brutal y gloriosa. Jack no acertó a adivinar si seguía en pie, o si su corazón volvería a latir con normalidad. Todavía le martilleaba en el pecho convirtiendo el simple acto de respirar en un desafío. —¿Seguimos vivos? —logró articular. —No creo… que pudiera sentir lo que siento si estuviera muerta, aunque en un momento dado mi vida ha desfilado por delante de mis ojos. —¿Me encontraba yo contigo? —Estabas en todas y cada una de las escenas. Jack dejó transcurrir un minuto más y luego retrocedió. Observó que seguía de pie, y que ella también se sostenía. Ruborizada y radiante, desnuda, salvo por un par de zapatos de tacón de vértigo, muy sexy. —Oh, Emma, eres… No tengo palabras. —Tuvo que volver a tocarla, pero esta vez casi con reverencia—. No seremos capaces de subir. —Muy bien. Jack la agarró por las caderas y Emma se sostuvo a él con ambas piernas. —¿Podrás llegar hasta el sofá? —preguntó ella. —Lo intentaré. Jack lo consiguió y los dos se dejaron caer entrelazados.

Dos horas después, cuando al final lograron subir la escalera, se durmieron con los cuerpos enmadejados. Emma soñó, y en su sueño ellos dos bailaban en el jardín, a la luz de la luna. El aire conservaba la dulzura de la primavera y la fragancia de las rosas. La luna y las estrellas daban una pátina argentina a las plantas florecidas. Con los dedos entrelazados, se deslizaban y giraban. Y entonces él la atrajo hacia sí para darle un beso en los labios. Emma levantó la vista, y al sonreírle, vio las palabras en sus ojos antes de que él pudiera pronunciarlas. —Te quiero, Emma. En ese sueño, el corazón de Emma floreció como las plantas del jardín.

13

P

las Seaman, Emma llenó las urnas de la entrada con grandes hortensias. Pensó que el azul intenso comunicaba fortaleza, que tenía un toque teatral, romántico y atractivo a la vista. Dado que los colores de la novia eran el azul y el melocotón, esperaba que las hortensias dieran el pego de entrada. Canturreando, volvió a la camioneta para descargar unas macetas de tulipanes blancos (los preferidos de la novia) que bordearían la escalinata. Una imagen más dulce que el azul intenso, reposada y delicada. A su entender, una agradable combinación de textura, forma y estilo. Una degustación de lo que estaba por venir. —¡Em! Inclinada sobre las urnas y con los brazos llenos de tulipanes, Emma volvió la cabeza. Y Mac disparó su cámara. —Estás perfecta. —Son las flores. Espero tener mejor aspecto antes de la consulta. Recibir a nuestra mejor clienta exige arreglarse con esmero. —Emma colocó las macetas en su lugar—. Y cuidar de todos los detalles. Mac, con un traje de un verde tan rabioso como sus ojos, se plantó frente a ella con decisión. —Queda poco tiempo para seguir embelleciendo el panorama. —Estoy terminando. Esta es la última. —Emma, impregnada de la visión y el aroma de las flores, respiró hondo—. ¡Qué día tan precioso! —Estás muy animada. —Anoche salí y lo pasé muy bien. —Dio un paso atrás para examinar el pórtico y se colgó del brazo de Mac—. Hubo de todo: comedia, drama, conversación, sexo. Me siento… llena de energía. —Y tienes chiribitas en los ojos. —Es posible. —Emma hizo el gesto de apoyar la cabeza en el hombro de su amiga—. Sé que es demasiado pronto y ni siquiera hemos hablado de ello, ni por asomo. Me refiero al amor con mayúsculas. Pero… Mac, ya sabes que siempre he soñado que es de noche, las estrellas y la luna brillan… —Y tú bailas en el jardín. —Instintivamente, Mac le pasó el brazo por la cintura—. Claro, sueñas con eso desde que éramos niñas. —Anoche lo soñé, y él era Jack. Estaba bailando con Jack. Es la primera vez que sueño eso, tanto dormida como despierta, y reconozco con quién estoy bailando. ¿Crees que tiene algún significado? —Creo que estás enamorada de él. —Eso es lo que Parker dijo anoche, antes de que me marchara. Por supuesto, yo lo niego todo. Pero, como siempre, ella tiene razón. ¿Me habré vuelto loca? —¿Quién ha dicho que el amor sea cordura? Eso ya te había pasado antes. —Más o menos —coincidió Emma—. Quería estar enamorada, esperaba estarlo. Pero ahora que lo estoy de verdad, es más intenso de lo que imaginaba. Y ya imaginaba mucho… —Emma dio un paso al lado e hizo una pirueta sobre sí misma—. Me siento feliz. —¿Se lo vas a decir? ARA PREPARARSE PARA LA REUNIÓN CON

—Ni hablar. Le entraría el pánico. Ya conoces a Jack. —Sí —dijo Mac con suavidad—. Conozco a Jack. —En estos momentos me siento feliz —repitió Emma llevándose la mano al corazón—. Me quedaría tal cual. Sé que él siente algo por mí. Una sabe cuando un hombre siente algo por ella. —Es cierto. —Por eso voy a ser feliz y a pensar que él se enamorará de mí. —Emma, si quieres que te diga la verdad, lo raro sería que no lo hiciera. Se os ve muy bien juntos, eso está claro. Y si tú eres feliz, yo también. Sin embargo, Emma conocía a Mac, su tono de voz y sus expresiones, y sabía leer en su corazón. —Te preocupa que me haga daño. Lo noto en tu voz. Porque, evidentemente, las dos conocemos a Jack. Mac, tú no querías enamorarte de Carter. —Ahí me has pillado. —Mac torció el gesto mientras toqueteaba las puntas del pelo de su amiga—. No quería, pero pasó. Y dejé mi cinismo de lado. —Bien. Basta de pasear. Tengo que ir a caracterizarme como una profesional. Dile a Parker que ya he terminado, por favor, y que estaré en la casa dentro de veinte minutos. —Lo haré. —Mac, visiblemente preocupada, vio alejarse a su amiga a toda prisa.

Una hora después, vestida con un elegante traje y unos zapatos planos, Emma guió por los jardines a la futura novia, a la madre de ella, de ojos de lince, y a la hermana de esta, fascinada ante lo que veía. —Aquí pueden apreciar cómo florecerá el jardín la próxima primavera. Soy consciente de que ahora no está tan exuberante como ustedes necesitarían o querrían. —¿Qué les costaría a los chicos esperar hasta mayo o junio? —murmuró Kathryn Seaman. —Mamá, no empecemos. —De todos modos, es tiempo de tulipanes, que sé que te gustan mucho —le dijo Emma a Jessica—. Plantaremos más este otoño, unos tulipanes color blanco y melocotón. Un mar de tulipanes, y de jacintos azules. También añadiremos unos jarrones blancos de rosas, tono melocotón, espuelas de caballero, dragones, alhelíes y hortensias. En tus colores, y combinados con el blanco para dar un mayor realce. He pensado potenciar esta zona con un enrejado cubierto de rosas. Emma se volvió hacia Kathryn y le sonrió. —Le prometo que será un jardín de ensueño, tan rebosante, exuberante y romántico como usted desearía para la boda de su hija. —Bien, como he visto tu trabajo, te tomo la palabra —dijo Kathryn dirigiéndole un gesto de asentimiento a Mac—. Las fotos de compromiso salieron tal como prometiste. —Ayuda mucho contar con dos personas fantásticas que están locamente enamoradas. —Nosotros también nos divertimos mucho —confesó Jessica sonriéndole a Mac con franqueza—. Además, me sentí como una princesa de cuento de hadas. —Parecías una princesa —dijo su madre—. Muy bien, hablemos de las terrazas. —Si recuerda los esbozos de nuestra propuesta, se las voy a mostrar —dijo Emma encabezando la marcha. —También yo he visto tu trabajo. —Adele, la tía de la novia, examinó las terrazas—. He asistido a tres bodas en esta casa, y todas fueron una preciosidad.

—Gracias. —Parker añadió una sonrisa cortés al piropo que acababan de lanzarles. —De hecho, lo que habéis conseguido aquí, lo que habéis creado, ha sido la fuente de inspiración que ha hecho que me plantee montar algo parecido. Vivimos una parte del año en Jamaica, un lugar que muchas parejas eligen para casarse. Y un sitio perfecto para fundar una sólida empresa de organización de bodas de lujo con todos los servicios incluidos. —¿Lo dices en serio? —le preguntó Kathryn. —Lo he estado considerando, y cada vez estoy más segura. Mi marido se jubilará —le contó Adele a Parker—, y hemos pensado pasar más tiempo en nuestra casa de invierno. Creo que sería una inversión perfecta, y también una aventura divertida. —Le sonrió a Emma y le guiñó un ojo—. Ahora bien, si me dejas, te seduciré con la promesa de ofrecerte un número ilimitado de flores tropicales y unas suaves brisas isleñas. —Es tentador —respondió Emma con la misma naturalidad—, pero Centros Florales de Votos ocupa todo mi tiempo. Si lleva adelante sus planes, seguro que cualquiera de nosotras estará encantada de responder a sus preguntas. Y ahora, pasemos a esta otra zona…

Tras la reunión las cuatro mujeres cayeron rendidas en los sofás de la sala. —Ostras… —Laurel estiró las piernas—. Esa mujer sin duda sabe cómo ponerte a prueba. Me siento como si hubiéramos celebrado ya la boda en lugar de prepararla. Otra vez. —Si no hay objeciones, me gustaría que nos reserváramos el viernes anterior y el domingo posterior al acto. Las dimensiones y lo que representará esta boda compensarán de sobra los ingresos perdidos, y además la publicidad y el bocaroreja nos traerán más clientela. —Parker se quitó los zapatos de un puntapié—. Eso nos permitirá disponer de toda la semana para concentrarnos exclusivamente en la celebración. —Te lo agradezco en el alma. —Emma dejó escapar un largo suspiro de alivio—. Con tantas flores comprometidas, sin olvidar el paisajismo, los ramos, los arreglos, los centros, las orlas, las guirnaldas, los árboles ornamentales… habría tenido que contratar más personal. Ahora bien, si cuento con toda la semana para este acto en concreto, creo que podré arreglármelas con el equipo de siempre. Puedo recurrir a alguien más para el montaje si lo necesito, pero en realidad preferiría hacerlo todo personalmente, y con la gente que conozco. —A mí me pasa lo mismo que a Emma —intervino Laurel—. Los pasteles, el surtido de postres y los bombones personalizados forman parte de la vertiente más elaborada e intensiva de mi trabajo. Si pudiera dedicar toda la semana a eso, podría dormir al menos un par de horas. —Pues conmigo, ya somos tres —intervino Mac apuntándose al carro. Quieren documentar gráficamente todo el ensayo, y también la cena de prueba. Si tuviéramos otro acto el viernes, habría de contratar otro fotógrafo, porque a mí me tocaría cubrir el de los Seaman. Tal como están las cosas, sé que tendré que contratar a dos profesionales más para la celebración y a dos técnicos de vídeo. Si nos reservamos el domingo representará que no tendremos que ir a saco ni reventar a nuestros subordinados desmantelándolo todo para volver a empezar. —Por no mencionar siquiera lo que se espera de ti —dijo Emma a Parker. —Entonces estamos de acuerdo —añadió Parker—. Le explicaré a la MDNA que estaremos libres de

compromisos para dedicar todo nuestro tiempo, atención y oficio a la boda de su hija. Le gustará saberlo. —Lo que le gusta somos nosotras —recalcó Emma—. La idea de una empresa fundada y dirigida por cuatro mujeres le atrae. —Y a su hermana, también. ¿A quién más ha intentado seducir la sinuosa Adele para llevársela a Jamaica? —preguntó Laurel. Las cuatro levantaron la mano. —Además, ni siquiera se ha dado cuenta de que eso es una grosería —añadió Parker—. Se trata de nuestro negocio. No somos empleadas. La empresa nos pertenece. —Grosera sí lo ha estado, pero no creo que abrigara malas intenciones —terció Emma encogiéndose de hombros—. Yo prefiero sentirme halagada. Esa mujer considera mis flores fabulosas, los pasteles y las pastas de Laurel, soberbios, y la coordinación de Parker, inmejorable. Por si fuera poco, Mac dio en el blanco con las fotos de compromiso. —Es cierto —afirmó Mac—. Me anoté un tanto. —Disfrutemos un momento de la satisfacción de sabernos brillantes y con talento. —Parker levantó el botellín de agua en señal de brindis—. Y luego, al tajo. —A mí también me gustaría aprovechar este momento para felicitar a Emma por la diversión nocturna que nos procuró ayer. Emma miró a Laurel sin entender sus palabras. —¿Perdón? —Anoche salí a la terraza a tomar un poco el fresco antes de recogerme en casa y vi un coche que enfilaba el caminito a toda pastilla. En un primer momento, pensé: ay, ha pasado algo malo. Pero no, de eso, nada. —Dios mío… —Emma se tapó los ojos de un manotazo—. Ay, ay, ay… —Cuando vi que no saltaba nadie del interior escupiendo sangre, que no salía nadie, de hecho, quise correr para ir a administrar los primeros auxilios. De repente, las dos portezuelas del automóvil se abrieron de par en par. Emma salió por un lado y Jack por el otro. —¿Estabas mirando? Laurel soltó una risita socarrona. —Bueno… —Sigue —exigió Mac—. Queremos saberlo todo. —Y lo sabréis todo. Se lanzaron el uno contra el otro como dos animales. —Oh, eso también lo hicimos —recordó Emma. —Y luego vino la escena clásica contra la puerta. —Ay, hace mucho tiempo que nadie me acorrala contra una puerta… —suspiró Parker estremeciéndose delicadamente—. Demasiado. —Os lo contaré tal y como pasó: Jack toma la iniciativa, en plan cachondo, diría yo. Ahora bien, nuestra chica tampoco se queda corta… Mucha mano suelta por allí. —¡Laurel! —Emma le quita la chaqueta y la tira lejos. Luego le arranca el jersey y lo echa al suelo. —¡Ostras, ostras, ostras…! —exclamó Mac. —Pero la medalla de oro se la lleva la escena del cinturón. Ella le quita el cinturón en plan látigo. — Laurel lanzó un brazo al aire imitándola—. Y luego lo lanza al vuelo.

—Creo que necesitaré otro botellín de agua. —Por desgracia, Parker, la película siguió dentro. —Aguafiestas —musitó Mac. —Y el resto lo dejaron… a mi fértil imaginación. Por eso me gustaría agradecerle a nuestra Emmaline el numerito que vi sentada en mi balcón. Colega, levántate y saluda. Recibiendo un aplauso entusiasta, Emma hizo lo que se le pedía. —Os dejo con la mirona del grupo para que disfrutéis de vuestras mentes calenturientas. Me voy a trabajar. —Contra la puerta… —murmuró Parker—. Me siento tan poca cosa que podría ponerme celosa. —Si yo me sintiera tan poca cosa como tú, tendría celos de cualquiera que lo hiciera dondequiera, pero a mí me da igual, porque me he declarado en moratoria sexual. —¿En moratoria sexual? —exclamó Mac volviéndose hacia Laurel. —Exacto. Como estoy en moratoria sexual, estoy en moratoria de citas. Estos dos últimos meses ha sido una lata salir con tíos. —Laurel se encogió de hombros con indiferencia—. ¿Para qué voy a dedicarme a cosas que me fastidien? —¿Para practicar sexo? —propuso Mac. Laurel, con una mirada asesina, amenazó a su amiga con el dedo. —Eso lo dices porque te acuestas con un hombre cada día. —Sí. —Mac asintió tras pensárselo durante unos segundos—. Sí, me acuesto con un hombre cada día. —Es una grosería fardar delante de las que no lo hacemos —intervino Parker. —Pero yo me acuesto por amor. —Mac alargó tanto la última palabra que Laurel estalló en carcajadas. —Ahora me revuelves el estómago. —Hay alguien más que está de mi lado. Emma me ha dicho que tenías razón, Parks. Se ha enamorado de Jack. —Claro que está enamorada de Jack —la interrumpió Laurel—. Si no, no se habría acostado con él. —Bueno, siento desilusionarte, ojos refulgentes, pero Emma ha practicado el sexo sin estar enamorada —añadió Mac—. Y se ha negado, con mucha educación, eso sí, a tener relaciones con más hombres de los que sumamos las tres juntas. —A eso me refería exactamente. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando vamos las cuatro a un club? Cuatro tías buenas, como es lógico, ligan. Ahora bien, ¿qué le pasa a Emma? Los hombres zumban a su alrededor como las avispas. —No veo lo que… —Yo sí lo veo —asintió Parker—. Emma no tiene por qué acostarse con alguien solo porque se sienta atraída por él. Puede elegir entre diversas opciones, y elige. Es más selectiva que promiscua. Si se tratara de la llamada de la selva, reaccionaría a eso, dondequiera. En cambio, reaccionar a la llamada de Jack es una aventura complicada y arriesgada. —Esa es la razón de que haya tardado tanto en actuar —observó Mac—. No entiendo que… De hecho, sí lo entiendo —rectificó—. Maldita sea, me da rabia no ser nunca la primera en acertar, Parks. —Ahora que se ha dado cuenta de lo que yo le podría haber dicho hace semanas, me pregunto qué hará.

—Ha soñado con el baile del jardín —les contó Mac—, y bailaba con Jack. —Pues eso es serio. No solo está enamorada —precisó Laurel—, sino que está enamorada perdidamente. —Se siente bien y quiere disfrutar del momento. Todas guardaron silencio. —Creo que el amor nunca se equivoca —reflexionó Parker—. Tanto si es temporal como si es para siempre. —Todas sabemos que Emma siempre ha buscado el amor eterno —indicó Mac. —Pero para llegar al amor eterno hay que pasar por el temporal. —Y si no le sale bien… —intervino Laurel dirigiéndose a sus dos amigas—, nos tendrá a nosotras.

Emma, sentada en su despacho, puso al día sus asuntos mientras dejaba actuar una mascarilla facial que limpiaba e hidrataba a fondo. ¿Cuántas mujeres tenían la suerte de poder dedicarse al cuidado facial y al mismo tiempo hacer pedidos? ¿Y de hacerlo descalzas y con Norah Jones sonando en los altavoces? ¿Cuántas de las afortunadas habían practicado la noche anterior, por dos veces, un sexo enloquecido y salvaje con un hombre increíble? No muchas, ¿verdad? Pues no, no muchas. Mientras la mascarilla obraba milagros, preparó un pedido a sus proveedores encargando espuma para arreglos florales, cintas de plástico, alambre y piedras transparentes de colores. A continuación navegó por la página web para ver si se vendía algo interesante que estuviera en oferta, y añadió a su pedido espray de espuma de poliuretano, varias láminas de espuma y tres docenas de bases finas. Con eso tendría bastante material por el momento, pensó. Envió el pedido y se conectó con su proveedor de velas al por mayor para ver si este tenía algo que ofrecerle. —¡Toc, toc! ¡Emmaline! ¿Estás en casa? —¿Mamá? Estoy aquí arriba. —Emma archivó el carrito de la compra, se levantó del escritorio y se encontró con su madre en la escalera—. ¡Hola! —Hola, cariño. Tienes la cara muy rosa. —Yo… Ay, lo había olvidado. —Emma, riéndose, se toqueteó la mejilla—. Tengo que quitarme esto. Me he puesto a comprar velas y se me ha ido el santo al cielo. —Se marchó al baño para lavarse la mascarilla—. ¿Has hecho novillos? —He trabajado esta mañana y ahora estoy libre como un pajarillo. Por eso he decidido que iría a ver a mi hija antes de regresar a casa. —Lucía tomó el tarro de la mascarilla—. ¿Es buena? —Yo qué sé. Es la primera vez que la pruebo. —Emma terminó de lavarse con agua fría y luego se secó con esmero. Lucía torció el gesto. —Eres tan bonita que no sé si el resultado se debe a los afortunados genes que te pasé o a este potingue. Emma sonrió. Estudió su imagen en el espejo del lavabo y se pasó el dedo por las mejillas y el mentón. —Refresca la piel. Y eso siempre va bien. —Estás resplandeciente —dijo Lucía mientras Emma vaporizaba tónico sobre su piel y se ponía

crema hidratante—. Por lo que he oído, no es debido al potingue. —¿A los genes afortunados? —A una fortuna de otra clase. Tu prima Dana ha venido a la librería esta mañana. Parece ser que su gran amiga Liwy… Conoces a Liwy, creo. —Sí, un poco. —Liwy estaba cenando con su nuevo novio y adivina a quién vio sentadita en un tranquilo rincón, en el otro extremo del restaurante, compartiendo vino, pasta y una conversación íntima con un arquitecto guapísimo. Emma parpadeó. —¿Cuántas oportunidades tengo? Lucía enarcó las cejas. —Bajemos a tomar algo. ¿Te apetece un café o prefieres algo frío? —Algo frío. —Jack y yo fuimos a la inauguración de una exposición de arte. —Emma empezó a contarle la historia mientras bajaba la escalera—. Fue horrible, aunque, de hecho, la historia no tiene desperdicio. —Ya me la contarás luego. Prefiero que me expliques lo del vino y la pasta. —Cenamos pasta y tomamos vino al salir de la inauguración. —Emma entró en la cocina y llenó un par de vasos con hielo. —Andas con evasivas. —Sí. —Emma se echó a reír y cortó unas rodajas de limón—. Es una tontería, porque ya debes de haber imaginado que Jack y yo estamos saliendo juntos. —¿Escurres el bulto porque crees que no lo aprobaré? —No. Quizá. —Emma abrió una botella de agua con gas de la marca que le gustaba a su madre, llenó ambos vasos y echó dentro unas rodajas de limón. —¿Eres feliz? Ya veo la respuesta en tu cara, pero puedes responder sí o no. —Sí. —¿Por qué iba a desaprobar yo algo que te hace feliz? —Porque es un poco raro, ¿no? Después de tanto tiempo… —Hay cosas que requieren tiempo y otras que no. —Lucía fue a la sala y se sentó en el sofá—. Me encanta esta salita. Los colores, los aromas… Sé que este lugar te hace feliz. Emma fue a sentarse junto a su madre. —Es verdad. —Eres feliz con tu trabajo, con tu vida y en tu casa. Y eso hace que una madre, incluso una madre mayor como yo, duerma bien por las noches. Si además sales con un hombre que resulta que me cae muy bien, más feliz me haces. Tráelo a casa a cenar. —Oh, mamá. Solo… salimos juntos. —Lo has invitado otras veces. —Sí, sí… Jack, en calidad de amigo de Del, ha venido a cenar, a nuestros almuerzos al aire libre, a las fiestas que hemos celebrado en casa… pero ahora no me estás pidiendo que traiga al amigo de Del a cenar. —O sea que, de repente, Jack no puede probar mis guisos ni tomarse una cerveza con tu padre.

¿Entiendes, niña mía, que, para el caso que nos ocupa, comprendo lo que significa la expresión «salir juntos»? —Sí. —Dile que venga a la fiesta del Cinco de Mayo. Que vengan todos tus amigos. Te prometo que lo que asaremos en la barbacoa será un cerdo, no a Jack. —De acuerdo. Mamá, estoy enamorada de él. —Sí, cariño. —Lucía la atrajo hacia sí y la abrazó—. Conozco la expresión de tu cara. —Pero él no está enamorado de mí. —Será que no es tan listo como yo creía. —Le gusto mucho, eso sí. Se preocupa por mí y existe una enorme atracción. Por parte de los dos. Pero no está enamorado de mí. Todavía. —Así se habla, cariño —sentenció Lucía. —¿Crees que… es poco honesto proponerte deliberadamente que alguien se enamore de ti? —¿Tienes la intención de mentir, de fingir que eres otra persona distinta, de engañar, de hacer promesas que no piensas cumplir…? —No, claro que no. —Entonces, ¿por qué ha de ser poco honesto? Si yo no hubiera conseguido que tu padre se enamorara de mí, ahora no estaríamos sentadas en tu preciosa salita. —Tú… ¿de verdad? —Oh, estaba enamoradísima. Sin esperanza alguna, o eso creía yo. Era tan guapo, tan amable, tan dulce y tan gracioso con su hijo pequeñito… Se sentía muy solo. Me trataba bien, con respeto, con dignidad… y a medida que nos fuimos conociendo, nació la amistad. Yo quería que se me llevara en volandas, que me viera como una mujer, que me metiera en su cama, aunque solo fuera por una noche. Emma sintió que su romántico corazón casi no le cabía en el pecho. —Oh, mamá… —¿Qué? ¿Crees que eres tú quien ha inventado eso? ¿Crees que has inventado la necesidad, el deseo? Yo era joven y él pertenecía a una clase social más alta que la mía. La riqueza, la posición… todo eso eran obstáculos, o al menos eso era lo que yo creía. Ahora bien, por soñar, no pasaba nada. »Y por ponerse manos a la obra, tampoco —añadió Lucía con un amago de sonrisa—. Intentaba cuidar mucho mi aspecto, cocinar sus platos favoritos y escuchar sus confesiones cuando necesitaba a una amiga. Eso se me daba bien. Además, solía asegurarme de comprobar que llevara la corbata bien puesta antes de salir de casa, aunque no fuera necesario, para poder arreglársela personalmente. Y he mantenido la costumbre —murmuró—. Me gusta ese rito. »Sabía que existía algo entre los dos, lo notaba, lo podía ver en sus ojos. Reconocí que, aparte de unirnos el niño que ambos adorábamos, existía algo más que no era exactamente amistad y respeto. Lo único que podía hacer era demostrarle, con pequeños detalles, que yo era suya. —Mamá, eso es tan… Nunca me lo habías contado. —Porque no fue necesario. Tu padre era muy cauto conmigo. Tenía la precaución de no rozar mi mano, de no sostenerme la mirada. Hasta el día en que yo estaba bajo el cerezo en flor y vi que se acercaba. Vi que venía hacia mí, y leí lo que estaba escrito en sus ojos. Era mi corazón. —Lucía se llevó la mano al pecho—. ¡Ay, caí rendida a sus pies! ¿Cómo iba él a ignorar eso? Cuando al fin se dio cuenta, se entregó a mí.

—Eso es lo que yo quiero. —Claro. Emma tuvo que enjugarse las lágrimas. —No creo que ajustando la corbata a Jack lo logre. —Lo que cuentan son los pequeños detalles, Emma, los gestos, los momentos. Y lo importante. Le mostré mi corazón. Se lo entregué, aun cuando yo creía que él no podría o no querría tomarlo. Se lo di de todos modos, como un regalo. Aunque fuera a rompérmelo. Actué con valentía. El amor es muy valiente. —Yo no lo soy tanto como tú. —Creo que te equivocas. —Lucía le pasó el brazo por el hombro y la estrechó contra ella—. Estás muy equivocada. De todos modos, piensa en tu amor como un recién nacido. Es un amor nuevo, radiante y feliz. Disfrútalo. —Eso hago. —Y tráelo a la fiesta. —De acuerdo. —Ahora regreso a casa para que puedas trabajar. ¿Sales hoy? —Esta noche, no. Hemos tenido una consulta larguísima: la boda de los Seaman. A Lucía se le iluminaron los ojos. —Ah, la gran boda. —La gran boda. Además, esta noche tengo que trabajar en el despacho, ordenar, planificar… y mañana la jornada será dura. Jack tiene una reunión mañana por la noche, pero cuando termine, intentará venir y… —Ya sé lo que significa ese «y» —dijo Lucía con una carcajada—. Vale más que duermas bien esta noche. —Le dio unos golpecitos cariñosos en la rodilla y se levantó. —Me alegro de que hayas venido a verme. —Emma se puso en pie y le dio un gran abrazo a su madre —. Dale un beso a papá de mi parte. —De tu parte y de la mía. Creo que esta noche me llevará a cenar, y charlaremos en la intimidad ante un plato de pasta y una botella de vino. Es un modo de demostrarnos que aún no hemos perdido ese toque especial. —Como si lo hubierais perdido alguna vez. Emma despidió a su madre apoyada en la jamba de la puerta. Sin embargo, en lugar de entrar a trabajar, dejó abierto para que circulara el aire primaveral y se fue a pasear por los jardines. Capullos cerrados, flores frescas, brotes tiernos… El comienzo de un nuevo ciclo, pensó. Paseó hasta los invernaderos y se recreó con el fruto de su trabajo. Las semillas que había plantado en invierno se habían convertido en pequeñas plantas que iban creciendo a buen ritmo. Decidió que empezaría a aclimatarlas durante los días siguientes. Dio una vuelta y se detuvo para llenar los comederos de pájaros que compartía con Mac. Empezaba a refrescar cuando regresó a su casa. Al ponerse el sol, haría frío. Siguiendo un impulso, sacó una olla. Troceó, cortó y echó dentro unas verduras del verano anterior que tenía congeladas. Dejó que hirviera el caldo y atendió sus quehaceres. Una hora después regresó para controlar el caldo y, al oír un coche, echó un vistazo por la ventana. Sorprendida y contenta, corrió a saludar a Jack.

—¡Hola! —Tenía una reunión y he conseguido despachar pronto. Me he vuelto a dejar la chaqueta y se me ha ocurrido que podría pasar a recogerla de camino a casa. ¿Estás cocinando? —He ido a dar un paseo y, como he cogido un poco de frío, me ha apetecido preparar una sopa casera de verduras. Hay de sobra, si te apetece. —En realidad iba a… Esta noche dan un partido, así que… —Tengo tele —dijo Emma acercándose a él y arreglándole la corbata con un amago de sonrisa—. Y no está prohibido ver partidos en casa. —¿De verdad? Emma le dio un tirón. —Te dejaré probar la sopa. Si no está rica, te devuelvo la chaqueta y te vas a casa a ver el partido. Emma fue a la cocina a remover la sopa. Jack fue tras ella. —Ven y abre la boca —dijo ella volviéndose apenas hacia él. Jack hizo lo que le pedía y se encontró con una cuchara frente a los labios. —Está buena —dijo él enarcando las cejas con asombro—. Buenísima. ¿Por qué no me había enterado yo de que preparabas una sopa tan buena? —Nunca habías venido a recoger tu chaqueta cuando una reunión terminaba antes de lo previsto. ¿Quieres quedarte a cenar? —Sí, gracias. —Falta una hora todavía. ¿Por qué no abres una botella de cabernet? —Vale. —Jack se inclinó para besarla. Se demoró y luego volvió a darle otro beso, con suavidad, lentamente—. Me alegro de haber venido. —Yo también.

14

E

y estadounidense ondeaban sus vivos colores en reconocimiento a la mezcla de culturas que representaban la madre mexicana y el padre yanqui de L CINCO DE MAYO LAS BANDERAS MEXICANA

Emma. Cada año, en la extensa propiedad de los Grant, se celebraban al aire libre partidas de bolos y de bádminton y se instalaban atracciones inflables y toboganes acuáticos. Amigos, familiares y vecinos jugaban y competían entre sí mientras los demás se agrupaban junto a las mesas de picnic para abalanzarse sobre las bandejas de cerdo y pollo, las tortillas de maíz, los cuencos de frijoles rojos o de chile y el guacamole o la salsa picante, tanto que ardía en la garganta. Se servían litros de limonada, de cerveza Negra Modelo y Corona, de tequilas y margaritas heladas para paliar la picazón. Las veces que participaba de la fiesta del Cinco de Mayo, Jack quedaba asombrado ante la cantidad de personas que los Grant llegaban a alimentar y la variedad de alimentos donde elegir: fajitas y hamburguesas, frijoles negros, arroz, ensalada de patata… y, de postre, flan o pastel de manzana. Dedujo que la comida era un símbolo más de la perfecta armonía que reinaba entre Phillip y Lucía. Jack estaba tomando una cerveza mientras contemplaba a los invitados bailar al son de un trío de guitarras y marimbas. Del, a su lado, iba dando sorbos a la suya. —Esta fiesta es un éxito rotundo. —No escatiman esfuerzos. —Dime, ¿qué sientes al pensar que este año vienes como noviete de la niña de la casa? Jack, por una cuestión de principios, iba a responder que lo mismo que otras veces, pero era Del quien le hacía la pregunta. —Me siento un poco raro. Aunque hasta ahora, nadie ha ido a buscar una cuerda para ahorcarme. —Todavía es pronto. —Brown, eres todo un consuelo para mí. ¿Son imaginaciones mías o hay el doble de niños que el año pasado? —preguntó Jack pensativo—. Que hace dos años, mejor dicho. El año pasado no pude venir. —Puede ser. Aunque no creo que todos sean parientes. De todos modos, he oído decir que Celia vuelve a estar embarazada. —Sí, Emma lo mencionó. ¿Has venido solo, a representar el papel de solterón de oro? —Sí —respondió Del disimulando una sonrisa—. Nunca se sabe, ¿o no? Mira a esa rubia del vestido azul. Menudas piernas… —Sí. Siempre he creído que Laurel tiene unas piernas fantásticas. Del casi se ahogó con la cerveza. —Esa no es… oh —logró articular cuando ella se volvió riéndose y Del la reconoció—. Supongo que no estoy acostumbrado a verla con un vestido. —Se giró deliberadamente para darle la espalda—. En cualquier caso, veo un montón de morenas seductoras y de estilosas rubias, y también un buen puñado de pelirrojas buenísimas. La mayoría, sin compromiso. Aunque supongo que los días de tantear el terreno ya han terminado para ti.

—Salgo con una mujer, no me he quedado ciego ni estoy muerto. —Esa idea le recorrió el espinazo como un escalofrío. —¿Dónde está Em? —Ha ido a ayudar a no sé quién con la comida. No andamos todo el día pegados el uno al otro. Del enarcó una ceja. —Comprendo. —Ella tiene sus amigos y yo, los míos. También tenemos amistades comunes. No hay necesidad de ir cogidos de la mano cuando estamos en una fiesta. —Como tú digas. —Del tomó otro sorbo de cerveza con aire contemplativo—. ¿El tipo al que está besando en la boca es amigo suyo, amigo tuyo o amigo de los dos? Jack giró en redondo y vio que Emma acababa de darle un beso a un hombre que parecía un dios nórdico. Riendo y con un gesto expresivo, cogió a Thor de la mano y ambos se incorporaron a un grupo de conocidos. —No parece amigo tuyo —comentó Del. —¿Por qué no te…? —Jack se interrumpió cuando Lucía se plantó frente a ellos. —Vosotros dos deberíais estar comiendo en lugar de quedaros aquí quietecitos como las estatuas de dos bellos dioses. —Estaba valorando las alternativas —le contó Del—. La elección es difícil. Uno no sabe si inclinarse por el pastel de manzana o por el flan. —También hay tarta de fresa y empanadas. —¿Lo ves? Es un asunto delicado que no hay que tomar a la ligera. —Prueba un poco de cada y decide luego. ¡Mirad quién viene por allí! —Lucía, sonriendo de oreja a oreja, saludó a Mac y a Carter con los brazos abiertos—. Mackensie, has podido venir. —Lamento llegar tan tarde. La sesión se alargó más de lo que esperaba —se excusó ella besando a Lucía en la mejilla. —Estás aquí y eso es lo que vale. ¿Y tú, qué cuentas? —Lucía abrazó a Carter. Carter la levantó unos centímetros del suelo, con un gesto cariñoso que llevaba años practicando con ella. —Cuánto tiempo sin venir al Cinco de Mayo… Carter sonrió. —No recuerdo que asistiera tanta gente a la fiesta. —Porque ahora somos más. Tus padres han venido con los hijos de Diane. Sherry y Nick también han llegado —dijo Lucía refiriéndose a su hermana pequeña—. Supongo que Diane y Sam pronto aparecerán. Mac, tu futura suegra me ha dicho que la organización de vuestra boda va muy bien. —Todo está bajo control. —Deja que vuelva a ver tu anillo. ¡Ah…! —Lucía, tras examinar el brillante que Mac lucía en el dedo, le guiñó el ojo a Carter sin dejar de sonreír—. Muy bien tallado. Ven, Celia todavía no lo ha visto. Carter —dijo mientras se llevaba a Mac consigo—, ve a servirte comida y bebida. Carter prefirió quedarse con los hombres. —Hacía que no venía a una de estas fiestas desde… debe de hacer unos diez años. Lo había olvidado. Es como un carnaval.

—La mejor del condado —observó Del—. Los Grant o bien conocen a todo el mundo, o bien están emparentados con todos, incluido, según parece, nuestro mecánico y compañero de póquer. Hola, Mal. —Qué hay. —Mal se acercó a ellos. Iba con unas gafas oscuras, unos tejanos gastados y una camiseta negra. Agarraba dos cervezas por el cuello de la botella—. ¿Quieres una, Maverick? —le preguntó a Carter. —Claro. No sabía que conocieras a los Grant. —Llevan a revisar los coches al taller desde hace unos seis o siete meses. Lucía es de esas mujeres a las que, si te descuidas, acabarías contándole la historia de tu vida, pidiéndole que te cocinara tortillas de maíz y deseando que despachara a su marido para fugarse contigo a Maui. —Esa es la pura verdad —dijo Jack. —Me dijo que viniera al Cinco de Mayo, a la fiesta que montan en el jardincillo, cuando terminara de trabajar. Imaginé que sería una comida al aire libre, de esas bien puestas, con cerveza mexicana y tortillas de maíz. —Mal hizo un gesto de incredulidad—. No veo que falte nadie. —Creo que han venido todos. —Siento haber tardado tanto —dijo Emma llegando apresurada con un margarita en la mano—. Estaba saludando a unos conocidos. —Sí, me he fijado en uno de ellos. Emma miró a Jack desconcertada y luego se volvió hacia Malcolm. —Hola, soy Emmaline. —Eres la del Cobalt. —Yo… —Emma se quedó perpleja y luego le dedicó una mirada afligida—. Sí. Tú debes de ser Malcolm. —Llámame Mal. —La miró de arriba abajo, examinándola—. Mira, vale más que sepas que tienes suerte de parecerte a tu madre, con quien espero casarme algún día. De otro modo, te habría echado la misma bronca que le eché a tu amiga el día que la confundí contigo. —Y me lo habría merecido. De todos modos, he aprendido la lección y ahora soy mucho más responsable. Hiciste un buen trabajo. Eres un buen profesional. Me pregunto si te daría tiempo a revisar mi camioneta si te la llevo la semana que viene. —Supongo que no tendrá tu mismo aspecto, ¿verdad? Emma sonrió y le dio un sorbo a su margarita. —Ve a buscar un plato y sírvete comida. —¿Por qué no vienes conmigo y me enseñas a…? —Mal se interrumpió al captar la mirada de advertencia de Jack y la manera desenfadada y territorial con que se puso a acariciar el pelo de Emma—. Vale, me parece que voy a ver si picoteo algo por ahí. —Te acompaño —decidió Carter. Del torció el gesto. —Parece que me he quedado seco —dijo sacudiendo la botella de cerveza—. Em, ¿quién es esa morena esbelta, la de la blusa rosa y los tejanos ajustados? —Ah… Es Paige. Paige Haviller. —¿Está soltera? —Sí.

—Nos vemos luego. —Tendría que haberme preguntado si tenía cerebro —comentó Emma mientras Del se alejaba del grupo—. En menos de treinta minutos estará mortalmente aburrido. —Depende de lo que hagan durante esos treinta minutos. Emma estalló en carcajadas. —Supongo que sí —respondió ella cogiéndole la mano—. Qué día más bonito, ¿verdad? —Nunca entenderé la clave del éxito de tus padres. —Llevan semanas preparándolo, y también contratan a un equipo para que monte los juegos y las actividades. Además, Parker colabora coordinándolo todo. Hablando de ella… —¿Quién era ese tipo? —¿Qué tipo? Hay muchos. Dame pistas. —El que estabas besando hace un rato. —Menuda pista. La frase le puso furioso. —El que parecía el príncipe de Dinamarca. —El príncipe de… Ah, debes de hablar de Marshall. Ha sido una de las razones de mi retraso. —Ya me he fijado. Emma ladeó la cabeza y frunció ligeramente el ceño. —Marshall ha llegado tarde. Con su esposa y su hijo recién nacido. Primero ha venido a saludarme y luego he entrado en casa para ir a hacerle unas carantoñas al bebé. ¿Algún problema? —No. —«Soy idiota», pensó—. Del me ha estado pinchando y yo he caído en la trampa. Y en la metáfora. Rebobinemos. ¿Qué me ibas a contar? —Marshall y yo salimos durante un tiempo, hace unos años. Luego le presenté a su mujer. Nos encargamos de organizar su boda hace unos dieciocho meses. —Entendido. Discúlpame. Emma sonrió. —No puedo decir que me haya agarrado por el culo como cierta artista loca hizo contigo. —Él se lo ha perdido. —¿Vamos a mezclarnos con la gente y a mostrarnos sociables? —Buena idea. —Ah, por cierto… —exclamó Emma cuando se dirigían hacia un grupo de invitados—. Se me ha ocurrido una cosa. Como mañana quiero hacer unos recados en la ciudad, si esta noche me quedara en tu casa, me ahorraría el desplazamiento. Parker me ha traído en coche, porque ambas queríamos llegar pronto para ayudar, pero ella puede regresar con Laurel. Así no tendré que hacer dos viajes. —¿Quieres quedarte en mi casa? Emma enarcó las cejas y su mirada acusó cierta frialdad. —Puedo dormir en el sofá si no te apetece tener compañía. —No. Había dado por sentado que tendrías que regresar a casa. Por lo general, empiezas temprano. —Mañana tengo que ir primero a la ciudad y no hará falta que me levanté tan temprano, pero si eso representa un problema para ti… —No. —Jack se situó frente a ella—. Me parece muy bien. Perfecto. ¿Necesitas algo para mañana?

—Metí algunas cosas en el coche después de que se me ocurriera la idea. —Entonces ya está todo arreglado. —Se inclinó para besarla. —Me parece que vas a necesitar otra cerveza. Jack dio un respingo al oír la voz del padre de Emma. Phillip le sonrió. De una manera desenfadada, a juzgar por las apariencias, pensó. Si no fuera porque él era el tipo que acababa de montarse la noche con su hija. —Negra Modelo, ¿verdad? —le preguntó Phillip ofreciéndole una cerveza. —Sí, gracias. Una fiesta fantástica, como siempre. —Para mí es la mejor del año. —Phillip rodeó a Emma con un brazo. De un modo natural y afectuoso, territorial también—. La tradición empezó la primavera que Lucía estaba embarazada de Matthew. Éramos los amigos, la familia y los niños. Ahora nuestros hijos son mayores y ya han formado su propia familia. —Te estás poniendo sentimental —dijo Emma alzando el rostro y dándole un beso a su padre en la mandíbula. —Todavía te veo correteando por el césped con tus amigos para ganar premios lanzando anillas o rompiendo piñatas. Como le ocurre a tu madre, aportas color y sentido a la vida. —Papá… Phillip miró a Jack directamente a los ojos. —Y el hombre a quien ofrezcas ese color y esa vida será afortunado, y sabio también, porque sabrá valorarlo. —Papá… —repitió Emma con un tono de advertencia en esa ocasión. —Solo un hombre puede recibir tantos tesoros —dijo él dándole unos golpecitos cariñosos en la nariz—. Voy a vigilar la barbacoa. No me fío demasiado de tus hermanos ni de tus tíos. Hasta luego, Jack —añadió con un gesto de asentimiento, y luego se marchó. —Lo siento. No puede evitarlo. —No pasa nada. ¿He sudado la camisa? Riendo, Emma cogió a Jack por la cintura. —No. ¿Enseñamos a esos niños a romper una piñata?

Un rato después se dejaron caer sobre el césped para contemplar a unos adolescentes que acababan de improvisar un partido de fútbol. Parker, quitándose las sandalias, fue a sentarse con ellos no sin antes alisar la falda de su vestido veraniego. —Fútbol nocturno —comentó Jack—. No es lo acostumbrado. —¿Juegas al fútbol? —le preguntó Emma. —No es uno de mis deportes favoritos. Prefiero el bate, el balón, el aro… Pero me gusta ver partidos. —Te gusta ver cualquier deporte que se practique con una pelota. —Mac se sentó a su lado y tiró de Carter para que se colocara junto a ella—. He comido demasiado. Me he pasado. No consiguen despejarla. —Oh, qué pena —murmuró Emma cuando interceptaron el balón—. ¿Crees que tiene ojos, que lleva incorporado un radar?

—¿Te gusta el fútbol? Emma miró a Jack. —Jugaba en la selección femenina del colegio. Ámbito estatal. —¿De verdad? —Éramos co-capitanas —añadió ella señalando con el pulgar a Parker. —Eran unas malvadas. —Laurel se arrodilló junto a Parker—. Mac y yo solíamos ir a los partidos para compadecernos del equipo contrario. Vamos —le dijo a Parker dándole un codazo—. Salid ahí y dadles una buena tunda. —Mmm… ¿Te apetece? —le preguntó Emma a Parker. —Em, ha pasado una década. Emma se hincó de rodillas y puso los brazos en jarras. —¿Estás diciendo que somos demasiado mayores para enfrentarnos a esos debiluchos perdedores? ¿Estás diciendo que has perdido… el nervio? —Al diablo. Les meteremos un gol. —Marcaremos. Imitando a Parker, Emma se quitó las sandalias. Jack, fascinado, observó a las dos mujeres acercarse al campo con sus preciosos vestidos veraniegos. Hubo palabras encontradas, silbidos y abucheos. —¿Qué pasa? —Mac se acercó despacio para no perder detalle. —Emma y Parker les van a dar una paliza —le contó Laurel. —¿Bromeas? Esto promete ser interesante. Tomaron posiciones en el campo, bajo los focos, mientras el equipo de Emma y Parker se preparaba para atacar. Las mujeres se miraron. Emma le hizo señales a Parker. Parker rio y se encogió de hombros. El balón empezó a rodar. Emma lo golpeó en dirección a Parker, que lo controló y, con pies ligeros, dribló a tres contrincantes. Los que antes las habían abucheado empezaron a animarlas. Giró sobre sí misma, hizo ademán de pasar en corto e hizo un cambio de juego al otro extremo del campo. Emma, de un salto, recibió y disparó a portería con tanto efecto que el gol dejó al portero boquiabierto. Las dos mujeres alzaron los brazos al unísono y gritaron. —Ese era su grito de guerra —explicó Mac al grupo—. Sin falsas modestias. ¡Adelante, Robins! —Era su equipo femenino de fútbol —explicó Carter—. Liga femenina, ámbito estatal. Parker iba a marcharse del campo cuando Emma la agarró por el brazo. Jack alcanzó a oír la palabra «otro». Parker hizo un gesto de negación, pero Emma insistió. Entonces Parker se recogió la falda y dijo algo a la co-capitana, porque esta se echó a reír. Practicaron un juego defensivo contra el equipo contrario, a quienes ya habían logrado infundir respeto. Se debatieron para cubrir, intimidar y empujar a sus oponentes. Jack sonrió abiertamente cuando Emma, con el hombro, cargó contra un jugador contrario. Vio que lo había hecho de maravilla… e incluso con cierta furia. Una oleada de deseo le recorrió el vientre cuando ella arremetió contra el jugador que estaba en posesión del balón. Su dura entrada al adolescente que

intentaba el pase interior (¡Dios, solo había que mirarla!) le hizo perder el equilibrio. Parker, que estaba alerta, saltó al ver la patada alta de su compañera y, faldas al vuelo, le devolvió el balón con un cabezazo. —Vaya, vaya… —murmuró Mal. —¡Nuestra! —gritó Laurel cuando Emma atrapó el balón—. ¡Uau! Emma esquivó los intentos de los contrincantes por recuperar la pelota con rápidos recortes. Le pasó el balón a Parker con un espectacular taconazo y esta lo lanzó decidida entre las piernas del portero. Alzaron las manos, gritaron y Parker se abalanzó sobre Emma para abrazarla. —¿Se acabó? —Oh, desde luego que se acabó. —Emma respondió jadeando—. Ya no tengo diecisiete años, pero aguanto. Un resultado justo. —Marchémonos victoriosas. Unieron las manos, las levantaron en señal de triunfo y agradecieron los aplausos. Luego abandonaron el campo. —Cariño —dijo Jack tirando de Emma para que se sentara en la hierba—, estás hecha una furia. —Claro. —Emma aceptó el botellín de agua que Mac le ofreció. Sin embargo, antes de poder dar el primer sorbo, se encontró con la boca de Jack entre los labios. El beso mereció un nuevo aplauso. —Soy el esclavo de una mujer que sabe hacer un pase de tacón de manera impecable —murmuró él sin separarse de sus labios. —¿De verdad? —preguntó ella rozándole el labio superior con los dientes—. Tendrías que ver mi lanzamiento a balón parado. —Cuando quieras y donde quieras. Mal, en el otro extremo del campo, se cruzó con Parker para ofrecerle una de las dos cervezas que traía. —¿Te apetece? —No, gracias. Parker lo esquivó y tomó un botellín de agua de una de las cubiteras. —¿A qué gimnasio vas, Piernas? Parker abrió el botellín. —Al mío. —Me lo figuro. Menudos pases. ¿Practicas algo más? Parker dio un sorbo de agua lentamente. —Piano. Mientras ella se alejaba, Mal echó un distraído trago a su cerveza sin dejar de mirarla.

Un rato después Laurel estaba sentada en los peldaños del porche principal de los Grant, con los brazos cruzados a la espalda y los ojos entornados. Se había dejado seducir por el silencio, y también por la fragancia del césped y del jardín delantero. El cielo primaveral estaba tachonado de estrellas. Oyó unos pasos, pero mantuvo los ojos cerrados esperando que el espontáneo en cuestión pasara de largo y la dejara disfrutar de la soledad.

—¿Te encuentras bien? No tuvo esa suerte. Abrió los ojos y vio a Del. —Sí, solo quería sentarme un rato. —Ya lo veo. Del se acomodó junto a ella. —Ya me he despedido. Parker sigue dentro, o fuera, pasando revista para asegurarse de que no queda nada más por hacer. Yo he tomado demasiado tequila para preocuparme por algo así. Del la observó con atención. —Te llevaré a casa. —Le he dado las llaves de mi coche a Parker. Ella conducirá. No necesito que vengan a salvarme, caballero. —Vale. He oído decir que las Robins han regresado. Siento habérmelo perdido. —Se impusieron, como siempre. Supongo que debías de estar ocupado. —Laurel volvió la cabeza hacia atrás y hacia los lados exagerando sus movimientos—. ¿Estás solo, Delaney? ¿Con tanto ganado para ligar como había hoy? No puedo creer que las Robins metieran dos goles y tú no te anotaras ningún tanto. —No he venido a anotarme tantos. Laurel emitió un bufido socarrón y lo empujó. Del torció el gesto y sonrió con reticencia. —Guapísima, has bebido por un tubo. —Sí. Ya me cabrearé mañana. Hoy por hoy, me siento de fábula. No recuerdo la última vez que me pasé con el tequila o con lo que sea. Coulda marcó. —¿Cómo dices? —Y no me refiero al fútbol. —Laurel se levantó con dificultad y le dio otro empellón—. Un tipo muy listo que se llamaba… no sé cómo hizo la jugada. Pero yo estoy en morit… mora… espera. En una mora-to-ria sexual —dijo pronunciando sílaba por sílaba. Sin dejar de sonreír, Del le colocó un mechón de su pelo rubio tras la oreja. —¿Ah, sí? —Sí. Estoy borracha y estoy… en eso que acabo de pronunciar y que no volveré a repetir. —Se sacudió el mechón que él acababa de arreglarle y le sonrió achispada—. No estarás pensando en hacerme una jugada, ¿verdad? A Del se le heló la sonrisa. —No. Laurel lanzó un bufido sarcástico, se apoyó y lo despachó con un gesto de la mano. —Largo. —Me quedaré aquí hasta que salga Parker. —Señor Brown, Delaney Brown, ¿no te cansas nunca de salvar a los demás? —No he venido a salvarte. Solo me sentaré un rato a charlar contigo. Sí, claro, pensó ella, a sentarse un rato. En una preciosa noche de primavera, bajo una lluvia de estrellas, con el aroma de las primeras rosas perfumando el aire.

Emma aparcó su coche detrás del automóvil de Jack y cogió su enorme bolso. Salió, abrió el maletero y sonrió al cargar con la bolsa de viaje. —No quiero preguntarte qué demonios has metido aquí dentro. De hecho, creía que pesaría más. —Me he contenido. Lo que no te he preguntado yo es a qué hora empiezas a trabajar mañana. —Sobre las ocho. No tengo que madrugar. Emma le cogió de la mano y balanceó el brazo. —Agradeceré tu hospitalidad preparándote el desayuno. Si tienes algo para desayunar, claro. —Es posible. Subieron los escalones que conducían a la puerta trasera de su apartamento, situado en el piso superior de su despacho. —Vivir donde trabajas hace que todo resulte más sencillo, ¿no te parece? Aunque a veces pienso que acabamos trabajando más que si lo hiciéramos fuera. Me encanta este edificio. Tiene personalidad. —Me enamoré de este lugar —dijo Jack abriendo la cerradura. —Te va como anillo al dedo. Una fachada con personalidad, tradicional, y en el interior, unas líneas diáfanas y una distribución del espacio equilibrada —puntualizó Emma entrando en la cocina. —Hablando de líneas diáfanas y de distribución del espacio, no tengo palabras para describir tu exhibición futbolística. —Ese impulso probablemente hará que mañana vea las estrellas cuando accione mis cuádriceps. —Creo que tus cuádriceps lo resistirán. ¿Te he contado que tengo debilidad por las mujeres que practican deporte? Emma y Jack cruzaron el apartamento hasta llegar al dormitorio. —No hacía falta. Sé que tienes debilidad por las mujeres y debilidad por el deporte. —Y si lo juntas todo, estoy perdido. —Y te conviertes en un esclavo de la futbolista. —Emma se puso de puntillas y le dio un beso—. Tendrías que haberme visto con el equipo puesto. —¿Aún lo tienes? Emma rio, dejó la bosa de viaje encima de la cama y abrió la cremallera. —En realidad, sí. —¿Lo llevas ahí dentro? —Me temo que no, pero lo que sí llevo es esto… —Emma sacó una prenda muy transparente, muy corta, muy negra—. Si te interesa. —Creo que este día va a terminar siendo perfecto.

Por la mañana Emma preparó unas tostadas y unas rodajas de manzana crujientes y algo dulces. —Esto es fantástico. Artista floral, campeona de fútbol y hechicera culinaria. —Soy muchas cosas a la vez —confesó Emma sentada frente a él en el office que hacía las veces de comedor. Pensó que en ese espacio quedarían bien unas flores, algo atrevido y vivo, dentro de un jarrón de cobre—. Se han terminado los huevos y queda poca leche. Hoy voy a ir al supermercado. Si quieres que compre algo por ti… Vio el respingo, el titubeo de Jack antes de que este empezara a hablar.

—No, gracias. Tengo que ir a la compra dentro de unos días. ¿Qué tal tus cuádriceps? —Muy bien. —Ella se obligó a no tomarse a la tremenda la reticencia con que Jack había acogido su ofrecimiento de ir a comprarle un inofensivo cartón de huevos—. Supongo que la maldita bici elíptica cumple con su función. ¿Cómo te mantienes en forma? —Voy al gimnasio tres o cuatro veces a la semana, juego al baloncesto… cosas así. Emma lo miró entornando los ojos y con una expresión acusadora. —Apuesto a que te gusta. Me refiero al gimnasio. —Sí. —A Parker también. A mí me parece que estáis enfermos. —¿Mantenerse en forma es estar enfermo? —No, lo es disfrutar con lo que implica mantenerse en forma. Yo hago ejercicio, pero me lo planteo como una obligación, un deber, un mal necesario. Como las coles de Bruselas. Jack adoptó una expresión divertida. —¿Las coles de Bruselas son malas? —Claro. Lo sabe todo el mundo, aunque nadie lo admita. Esas pelotitas verdes están llenas de maldad. Como las sentadillas, una forma de tortura concebida por gente que no necesita practicarlas. Malnacidos. —Encuentro fascinantes tus ideas sobre la preparación física y la nutrición. —La sinceridad puede ser fascinante —recalcó Emma saboreando el último sorbo de su café—. Al menos, en pleno verano puedo usar la piscina, que es una actividad sensata y divertida. En fin, más vale que suba a ducharme porque he estado trabajando delante de los fogones como una esclava mientras tú te arreglabas. Iré rápido para que no te retrases. —Echó un vistazo al reloj que había encima de esos mismos fogones—. Muy rápido, de hecho. —Ah… oye, no hace falta que vayas con prisas. Cierra de golpe la puerta trasera cuando te marches. Satisfecha, Emma sonrió. —Entonces tomaré otra taza de café. Eso le permitió demorarse un poco en el desayuno y la ducha. Se envolvió en una toalla, se puso crema corporal y se aplicó una hidratante en el cutis. Empezaba a maquillarse cuando Jack entró en el baño. Emma detectó cómo sus ojos se paseaban por los tubos y los tarros esparcidos sobre la superficie del lavabo. Actuó como si tal cosa, pero la incomodidad de su expresión no dejaba lugar a dudas… y el dolor que ella sintió fue innegable. —Tengo que irme. —Jack le acarició con ternura el pelo mojado y la besó—. ¿Te veo luego? —Claro. Terminó de maquillarse y de arreglarse el pelo cuando él se hubo marchado. Luego se vistió y metió sus cosas en la bolsa de viaje. Al acabar, volvió al baño y limpió a fondo el lavabo. Se entretuvo luego con la superficie, porque quería asegurarse de no dejar ni rastro de su presencia en ese espacio tan suyo. —Así no te entrará un ataque de pánico, Jack —farfulló—. Todo limpio. Todo tuyo. Antes de salir le dejó una nota en el mármol de la cocina. Jack. Había olvidado que esta noche tengo un compromiso. Ya hablaremos más tarde. Emma.

Necesitaba un respiro. Salió de la casa y se aseguró de haber cerrado bien la puerta trasera. Metió la bolsa en el maletero del coche y se sentó al volante. Abrió el móvil y marcó el número de Parker. —Hola, Emma. Estoy hablando por la otra línea con… —Será solo un segundo. ¿Podemos organizar una reunión de chicas esta noche? —¿Qué pasa? —Nada. De verdad. Solo necesito pasar una noche con mis amigas. —¿En casa o fuera? —En casa. No quiero salir. —Me encargaré de todo. —Gracias. Llegaré dentro de un par de horas. Emma cerró el teléfono. Las amigas, pensó. Las amigas nunca te defraudaban.

15

—H

E EXAGERADO.

Tras un duro día de trabajo, durante el cual había repasado mentalmente un montón de detalles sobre Jack, Emma se encontraba con sus amigas en la sala del tercer piso de la mansión. —Ya juzgaremos eso nosotras —dijo Laurel dándole un bocado a una porción de la excepcional pizza casera de la señora Grady. —Jack no ha hecho nada malo. Ni siquiera un comentario desacertado. Estoy enfadada conmigo misma. —Vale, pero tú tiendes a enfadarte contigo misma en lugar de hacerlo con los demás. Aun cuando los demás lo merezcan. —Mac se sirvió una copa de vino y le pasó la botella a Laurel. —No. Estoy desintoxicándome de una descomunal cantidad de tequila. Tardaré varios días. —Eso no es verdad —protestó Emma frunciendo el ceño ante su trozo de pizza—. Cualquiera diría que parezco una chiquilla. —No pareces una chiquilla. Lo que pasa es que eres tolerante, y de natural compasivo. —Mac llenó la copa que Emma había levantado—. Por lo tanto, si te enfadas con alguien, es que va en serio. —No soy una ingenua —replicó Emma. —Que no seas tan mezquina como nosotras no significa que seas una ingenua —observó Laurel. —Puedo ser mezquina. —Puedes —afirmó Mac dándole un golpecito en el hombro para animarla—. Tienes las armas para ello, y la capacidad también. Solo que no te sale de dentro. —Yo… —Ser buena persona no es un defecto —las interrumpió Parker—. A mí me gusta pensar que todas nosotras somos buenas personas, de manera innata. —Salvo yo —terció Laurel alzando su Coca-Cola Light. —Sí, salvo tú. ¿Por qué no nos cuentas qué es lo que te ha descolocado así, Emma? —Parece una tontería, incluso una nimiedad. —Emma se demoró observando el vino y luego se miró las uñas de los pies, de color rosa caramelo, mientras sus amigas aguardaban—. Lo que ocurre es que Jack protege mucho su espacio, su casa. No es que diga nada en realidad, pero noto una especie de límite invisible en ese tema. Y lo cierto es que ya lo dijo hace tiempo. Supongo que te acuerdas, Mac. —Dame una pista. —Cuando decidiste reorganizar tu dormitorio, el pasado invierno. Fue a propósito del armario. Estabas como loca porque Carter había dejado algunas cosas suyas en tu casa. Jack apareció y se puso de tu lado. Habló de lo que ocurre cuando dejas que la persona con quien sales te acote el terreno. —Hablaba en broma. Y tú te pusiste hecha una furia —recordó Mac—. Te marchaste por las buenas. —Dijo que las mujeres empiezan dejando sus potingues encima del lavabo, luego quieren un cajón y antes de que te des cuenta, ya han tomado el control de tu vida. Como si por el hecho de dejarte el cepillo de dientes en su casa ya pretendieras entrar en Tiffany's. —¿Se puso histérico porque querías dejar el cepillo de dientes en su casa? —preguntó Laurel.

—No. Sí. No exactamente, porque yo nunca he hablado de un cepillo de dientes. Mira, la cosa es como sigue. Si salimos, siempre vamos a mi casa, aunque la suya nos pille más cerca. Anoche le pregunté si podía quedarme con él porque tenía que ir a la ciudad por la mañana, y Jack… titubeó. —A lo mejor su casa no estaba lista para una inspección femenina —apuntó Mac—. Tenía que pensar si se había dejado tirados por ahí los calcetines sucios o las revistas guarras, o si había cambiado las sábanas durante los últimos diez años. —No fue ese el motivo. Su casa siempre está inmaculada, y eso podría ser parte del problema. Le gusta que cada cosa esté en su sitio. Como a Parker. —Oye… —Es verdad —dijo Emma esbozando una sonrisa cariñosa a modo de disculpa—. Es su naturaleza. Lo que pasa es que a ti no te importaría que se quedara un tío a dormir en tu casa y se dejara el cepillo de dientes. Lo único que harías sería poner ese cepillo en el lugar apropiado. —¿De qué tío hablas? ¿Me das el nombre, la dirección y la fotografía? Emma se relajó y se echó a reír. —Era un decir. En fin, al terminar el desayuno mencioné que pasaría por el supermercado, y como le faltaban huevos y leche, me ofrecí a llevárselos. Entonces volvió a pasar. Uy, uy, uy y luego no, muchas gracias. Lo peor de todo fue cuando subió al baño. Yo estaba maquillándome y, mea culpa, dejé las pinturas en el mármol del lavabo. Me miró de una manera… entre molesto y… receloso. Ya os he dicho que os parecería una idiotez. —En absoluto —la corrigió Parker—. Hizo que te sintieras como una intrusa, como si no fueras bienvenida. —Sí —confesó Emma cerrando los ojos—. Exactamente. No creo que lo hiciera aposta, ni siquiera que fuera consciente de eso, pero… —No importa. De hecho, un desaire inconsciente es peor. —¡Sí! —repitió Emma mirando con agradecimiento a Parker—. Gracias. —¿Qué hiciste? —preguntó Laurel. —¿Qué hice? —Sí, ¿qué hiciste, Em? Me refiero a si le dijiste que se controlara, que solo era un cepillo de dientes o un tubo de máscara para las pestañas. —Cuando se fue a trabajar me pasé media hora procurando que no quedara ni un grumo de esa máscara en su precioso espacio. —Muy bien, eso le servirá de lección —aventuró Laurel—. Yo me habría quitado el sujetador, lo habría dejado colgando de la ducha y le habría escrito con pintalabios una nota de amor sarcástica en el espejo. Ah… y habría salido a comprar una caja de tampones tamaño económico para dejarlos olvidados en el lavabo. Con eso habría captado el mensaje. —¿No le estarías dando la razón? —No, porque no la tiene. Vosotros dos os acostáis. Y estéis en la cama que estéis, el otro necesita tener a mano unos cuantos artículos de primera necesidad. ¿A ti te saca de quicio que él se deje el cepillo de dientes o la maquinilla de afeitar en tu casa? —Eso nunca ha pasado. Jamás. —Bah, venga ya… No me digas que nunca se olvida…

—Nunca. —Uf, qué fuerte… —exclamó Laurel echándose hacia atrás—. ¿Tan obsesivo es? Mac alzó la mano y sonrió a modo de disculpa. —Os diré que yo también era así. No tan… obsesiva, claro. Olvidaba o dejaba mis cosas en casa de Carter, y él en la mía. Y precisamente eso es lo que me puso furiosa el día del que me hablabas antes, Em. Su chaqueta, sus cosas de afeitar… mezcladas con mis cosas. Y no era por los objetos en sí, sino por lo que eso significaba. Él está aquí, es una realidad, y no se trata solo de sexo. No es algo sin importancia. Es de verdad. —Mac se encogió de hombros y alzó las manos—. Me entró el pánico. Ese hombre maravilloso se había enamorado de mí y yo estaba asustada. Es posible que a Jack le pase algo parecido. —Yo no he hablado de amor. —A lo mejor tendrías que hacerlo. —Parker cambio de postura y se sentó encima de las piernas—. Es más fácil saber jugar las cartas si están encima de la mesa. Si él ignora lo que sientes, Emma, ¿cómo va a tomar en consideración tus sentimientos? —No quiero que se plantee cuáles son mis sentimientos. Quiero que actúe como le sale del corazón, a su manera. Si no fuera así, si no hubiera sido así, para empezar no me habría enamorado de él. —Suspiró y dio un sorbo de vino—. ¿Por qué siempre había creído que estar enamorada era maravilloso? —Eso viene luego, cuando has superado todos los obstáculos —le dijo Mac. —Parte del problema es que lo conozco tan bien que pillo los pequeños… —Emma suspiró y siguió bebiendo de su copa—. Creo que tengo que dejar de ser tan sensible y romántica. —Tienes que dejarte llevar por tus sentimientos y actuar en consecuencia. Emma parpadeó ante las palabras que acababa de dirigirle Parker. —Supongo que eso ya lo hago, ¿no? Y supongo también que tendría que hablar con Jack del tema. —Prefiero la caja de tampones tamaño económico. Sobran las palabras. —Laurel se encogió de hombros—. Pero si quieres actuar como una mujer madura… —En realidad, no quiero, pero me he cansado de pasarme casi toda la jornada enfurruñada. Vale más que compruebe si una conversación razonable da sus frutos. Supongo que lo dejaré para la semana que viene. Puede que a los dos nos venga bien recuperar nuestro propio espacio. —Tendríamos que convocar una vez al mes una velada sin hombres y sin trabajo. —Ya lo hacemos —le recordó Mac a Laurel. —Porque se da la circunstancia, y eso es bueno. Sin embargo, ahora que la mitad del grupo vive colgada de un hombre, tendríamos que formalizarlo. Salir en rescate de los estrógenos. —Sin hombres y sin trabajo —repitió Emma asintiendo—. Eso tiene una pinta… En aquel momento sonó un teléfono y Parker consultó la pantalla de su móvil. —Willow Moran, primer sábado de junio. No me llevará mucho tiempo. ¡Hola, Willow! —exclamó animada levantándose y dirigiéndose hacia la puerta—. No, no será ningún problema. Para eso estoy aquí. —Bueno, sin trabajo… casi. Más pizza para mí —dijo Laurel tomando una segunda porción. A pesar de las escasas interrupciones, Emma pensó que la velada había transcurrido exactamente como deseaba: rescatando su propio espacio y pasando tiempo con las amigas. Cuando entró en su casa estaba cansada, pero la sensación era agradable. Al subir repasó la programación de los siguientes días.

Apenas tendría tiempo de respirar. Y eso, por otro lado, le iría de perlas. Cruzó el dormitorio para recoger el móvil que no se había llevado deliberadamente y vio que tenía un mensaje de voz de Jack. El subidón le puso de buen humor. «Pero ha sido un subidón», se dijo volviendo a dejar el teléfono. No debía de ser nada urgente, porque en ese caso la habría llamado a la casa principal. Fuere lo que fuese, podía esperar a la mañana siguiente. Bah, ¿a quién iba a engañar? Se sentó en la cama y se dispuso a escuchar el mensaje. Hola. Siento no haberte encontrado. Del y yo vamos a perfeccionar nuestra táctica para corromper a Carter. Planeamos arrastrarlo al partido del domingo. He pensado que podría pasar por tu casa el sábado y, a lo mejor, echarte una mano. Te devolvería el favor de esta mañana y te prepararía el desayuno antes de raptar a Carter. Llámame cuando puedas. Voy a trabajar en unos dibujos que he pensado para tu casa y… en fin, pienso en ti. ¿Qué llevas puesto? Emma se echó a reír. Ese hombre siempre le hacía reír, pensó. El mensaje era bonito. Era atento, cariñoso, divertido… ¿Qué más quería? Todo. Tuvo que admitir que lo quería todo.

Esperaría. Emma se dijo que estaba demasiado ocupada para mantener una conversación seria. Durante el mes de mayo la programación de bodas, de despedidas de soltera y de celebraciones del día de la Madre siempre estaba completa. Cuando no estaba metida de lleno con las flores, estaba planeando el siguiente diseño. Teniendo en cuenta su horario, lo más sensato era que Jack fuera a su casa, si a los dos les convenía. Se dijo a sí misma que tenía que dar las gracias por estar con un hombre que no se quejaba de que ella trabajara los fines de semana, de que sus jornadas fueran tan largas… y con cuya ayuda podía contar si lo pillaba cerca. Una tormentosa tarde de mayo estaba trabajando sola. Se sentía en el séptimo cielo. En sus oídos podría haber resonado el eco de la charla de Tink y Tiffany, pero el retumbar de los truenos y el azote de la lluvia y el viento lo amortiguaban. Terminó el ramo de una dama de honor y se levantó para hacer unos estiramientos. Al volverse, reconoció a Jack y se sobresaltó. Su exclamación de asombro se fundió en una carcajada y se llevó la mano al pecho. —¡Ostras, me has asustado! —Lo siento, lo siento mucho. He llamado, he estado dando voces… pero es difícil hacerse oír ante la cólera de Dios. —Estás empapado. —A lo mejor la lluvia tiene algo que ver. —Se pasó la mano por el pelo y salpicó de agua el suelo

—. He terminado la última visita de obra y he pensado que podía aprovechar para venir a verte. Es bonito —añadió señalando el ramo. —¿Verdad que sí? Iba a meterlo en la cámara para empezar con el de la novia. ¿Por qué no te sirves un café y te secas un poco? —Eso es exactamente lo que estaba esperando que me dijeras. —Jack se acercó a ella para besarla y le hizo una caricia en la espalda—. He traído los dibujos para que los veas. Cuando tengas ocasión. Si el tiempo lo permite, empezarán en casa de Mac el lunes por la mañana. Temprano. Tenlo en cuenta. —Es fabuloso. ¿Ya lo saben? —He ido a su estudio primero. ¿Quieres un café? —No, gracias. Emma fue a buscar más flores a la cámara frigorífica y se instaló con sus herramientas. Podía ver mentalmente el diseño que iba a elaborar. Alzó los ojos cuando Jack entró. —Nunca te había visto trabajar en esta zona del taller —dijo él—. ¿Te molesto? —No. Siéntate. Cuéntame cosas. —Hoy he visto a tu hermana. —¿Ah, sí? —Nos hemos encontrado por casualidad en la ciudad. ¿No usas ningún dibujo o esbozo? —En general, sí, pero con este ramo… —Emma se tocó la sien—. Rosas blancas de ramillete, un viburnum pálido para darle cierto carácter, la estructura en cascada, que quedará delicada y romántica cuando convenza a estas mayólicas de que se abran completamente. Jack la observaba mientras ella cortaba las flores y las ataba con un alambre entre el retumbar de truenos. —Creía que habías dicho que era el ramo para la novia. —Lo es. —¿Por qué lo pones en un jarrón? —He empapado la espuma y he colocado el soporte. ¿Ves este trozo de aquí? —le indicó ella ladeando el jarrón—. He pegado esto en el jarrón para poder trabajar las flores desde dentro y así darles forma, el punto justo de inclinación. —¿Qué haces cuando trabajas con las demás? —¿Eh? —Dime, ¿os ponéis en fila? ¿Hacéis una cadena de montaje? —Sí y no. Nos ponemos más o menos en fila, pero cada una trabaja en el arreglo que asigno yo. No creas que empiezo un ramo y luego se lo paso a Tink. Emma trabajaba en silencio, mecida al son de los truenos y la lluvia. —Te haría falta una mesa de trabajo en forma de L —apuntó Jack fijándose con detenimiento en el espacio, las herramientas y las cubetas—. Quizá incluso en forma de U. Con unos cubos encima y debajo de la mesa, y cajones también. Cuando diseñé este espacio para ti, prácticamente trabajabas sola. Tu departamento ha crecido. Además, necesitas espacio debajo para meter un cubo con ruedecillas, el compost y los desperdicios no biodegradables. ¿Vienen los clientes aquí cuando trabajas sola o cuando trabaja alguna de tus ayudantes? Emma se chupó el pulgar, que, en un descuido, se había pinchado con una espina.

—A veces sí, claro. —Bien. Jack se levantó y Emma frunció el ceño. Al cabo de un rato, empapado de nuevo, regresó con una libreta que ella supuso debía de haber ido a buscar al coche. —Sigue trabajando —le dijo él—. Solo quiero hacer unos bocetos para completar lo que ya he diseñado. Será preferible que traslademos esta pared. —¿Trasladar la pared? —Emma centró en él su atención—. ¿La pared? —La echamos abajo y abrimos las zonas de trabajo y exposición. Quedarán mejor comunicadas, y tu espacio de trabajo ganará en eficiencia. Es demasiado trabajo para uno solo, pero… Lo siento —se excusó Jack levantando la vista de su dibujo—. Pensaba en voz alta. Te molesto. —No, no pasa nada. —Qué extraño, pensó ella, estar los dos trabajando juntos en una tarde de lluvia. Se aplicaron en silencio durante un tiempo, aunque Emma descubrió que Jack no paraba de murmurar lápiz en mano. No le importó, y le sorprendió descubrir cosas de él que todavía no sabía. Cuando terminó, alzó el ramo y lo fue girando para estudiarlo desde todos los ángulos. Y entonces se fijó en que la estaba mirando. —Quedará más lleno y delicado cuando las rosas se abran. —Trabajas deprisa. —Los ramos de este tipo no exigen una gran dedicación. —Se levantó y se volvió hacia el espejo de cuerpo entero—. El vestido está muy elaborado, es un tanto barroco. Por eso este ramo sencillo y fino le irá de maravilla. Sin cintas, sin nada que cuelgue, tan solo en cascada. Se sostiene así, a la altura de la cintura, con las dos manos. Voy a… Sus ojos se cruzaron en el espejo y Emma captó su mirada enfurruñada. —No te preocupes, Jack. No estoy practicando. —¿Qué? —Tengo que guardar las flores. Emma colocó las flores en la cámara y Jack le habló desde el umbral. —Estaba pensando que el blanco te sienta bien o… ¿tendría que decir que te queda bien? Como quieras. Las dos frases me valen. He pensado que nunca llevas flores. Quizá sea algo demasiado trillado para ti. Por eso puede que haya cometido un error. Emma se incorporó, envuelta en las fragancias florales. —¿Un error? —Sí. Vuelvo en un minuto. Emma hizo un gesto de incredulidad cuando Jack se marchó. Salió de la cámara y cerró la puerta. Tenía que ordenar su zona de trabajo y luego repasar las notas para el día siguiente. —Siempre pruebo los ramos —le explicó a Jack al oír que este regresaba—. Me aseguro de que no cueste sostenerlos, que la forma, los colores y la textura funcionen. —Claro. Lo comprendo. Cuando estoy en una obra, cojo un martillo al menos una vez, para captar la sensación que me inspira el edificio. Lo entiendo, Emma. —Vale, solo quería… —Ella se interrumpió al volverse y ver que él le ofrecía una caja alargada y plana—. ¡Oh! —He ido a la ciudad, a una reunión, y he visto esto. Ha sido como si me gritara desde el escaparate:

«Eh, Jack. Emma me necesita.» Y he pensado que era cierto. Así que… —Me has traído un regalo —dijo ella aceptando el paquete. —Dijiste que te gustaba que te regalaran flores. Emma abrió la caja. —¡Oh, Jack…! Una pulsera de piedras preciosas, de atrevidos colores, destelló en el interior. Cada una era una pequeña rosa tallada a la perfección. —Nunca llevas flores. El rostro de Emma reflejó sorpresa y satisfacción, y ella alzó los ojos. —A partir de ahora, sí. Es preciosa, francamente preciosa. —Tomó la pulsera y se la puso encima de la muñeca—. Estoy anonadada. —Conozco esa sensación. Mira, el joyero me enseñó a abrirla. El cierre se desliza hacia dentro y no queda a la vista. —Gracias. Es… Oh, mira qué manos tengo. Jack le cogió las manos, sucias y arañadas tras la jornada, y se las llevó a los labios. —Ya las veo. Las miro mucho. —Yo te grito y tú me regalas flores. —Emma se acurrucó entre sus brazos—. Tendré que gritarte más a menudo. —Suspiró y cerró los ojos—. Ha dejado de llover —murmuró apartándose de él—. Necesito lavarme un poco. Luego tengo que participar en el ensayo de esta noche. Pero después podríamos tomar una copa, quizá podríamos cenar algo fuera, en el patio. Si quieres quedarte. —Quiero quedarme. —Una repentina intensidad le ofuscó los ojos al pasear la mirada por el rostro de ella—. Emma, creo que no te he dicho todavía que me importas mucho. —Eso ya lo sé. —Ella se levantó para besarlo—. Lo sé.

Más tarde, cuando Emma se marchó a la casa principal, Jack revolvió en la despensa y encontró ingredientes suficientes para preparar una cena rápida para los dos. Pensó que sabía cocinar si la ocasión lo requería, y que no iba a esperar que siempre fuera ella quien se pusiera delante de los fogones cuando se quedaban en casa. Como sucedía cada vez con mayor frecuencia, advirtió. Incluso era capaz de preparar una cena fantástica para ambos, cosa que tenía que agradecer a una antigua novia suya, ayudante de chef. Con un poco de ajo y aceite de oliva, unas hierbas y tomate troceado, prepararía un plato de pasta. Nada del otro mundo. Ya le había hecho el desayuno alguna vez, ¿o no? Una vez, sí. ¿Por qué entonces tenía la sensación de que estaba aprovechándose de ella, de que no sabía valorarla, como a menudo pensaba que hacían los demás? Sabía la razón. Lo sabía perfectamente, admitió ante sí mismo mientras cortaba y troceaba los alimentos. La mirada de Emma cuando sus ojos se cruzaron en el espejo había sido una mirada dolida, durante una fracción de segundo. Luego había cedido el paso a la irritación.

«No estoy practicando», le había dicho ella. Jack estaba pensando en las flores, en la pulsera. Pero ella no se había equivocado demasiado al aguzar el instinto. En cierto modo se había sentido incómodo o… Al diablo, si lo adivinaba. Sin embargo, tuvo que admitir que verla con el ramo en la mano lo había sobresaltado. Durante un segundo. La había herido, había lastimado sus sentimientos. Y eso era lo último que quería. Emma lo había perdonado, había dejado correr eso, lo había apartado de su mente. No a causa de la pulsera, pensó. Ella no era de las que andan buscando regalos o se enfurruñan por un desaire. Era… tal como era Emma. Quizá de vez en cuando no había sabido valorarla como era debido, pero eso cambiaría, porque ahora se había dado cuenta. Iría con más cuidado y ya está. Solo porque hubieran estado saliendo durante… Del sobresalto, se cortó en un dedo. Siete semanas. No, casi ocho, lo cual equivalía a dos meses. Y eso era prácticamente una estación del año. La cuarta parte de un año entero. Hacía mucho que no llevaba meses saliendo con una sola mujer. Al cabo de un par de semanas habría terminado la primavera y entrarían en el verano. Juntos. Les iba bien. Mejor aún, les iba muy bien. Jack no habría querido estar con ninguna otra mujer. Le sentaba bien esa relación. Significara eso lo que significase, le gustaba pensar que ella no tardaría en volver y que cenarían juntos en el patio. Se sirvió una copa de vino y se puso a saltear el ajo. —Por lo que queda de la primavera —dijo alzando la copa—, y por el verano también.

—¡Alerta roja! —Emma, en lo alto de la escalerilla y ocupadas las manos con unas delicadas guirnaldas, estiró el cuello para leer el mensaje del busca que llevaba colgado de los pantalones—. Mierda. Mierda. Alerta roja. Beach, vas a tener que terminar la guirnalda. Tiff, tú a las banderolas. Tink, diriges el equipo. Bajó a toda prisa y Jack se le acercó. —Ve con cuidado. No es una alerta nacional. —Lo es si Parker envía la señal. Ven conmigo. A veces un par de manos extra, sobre todo de un hombre, pueden venirnos bien. Si es cosa de chicas, podrías volver y ayudar a cargar con las sillas. Maldita sea. Todo iba según lo previsto. —Lo conseguirás. Emma salió disparada como un rayo, cruzó la terraza, subió la escalinata, que todavía tenía que adornar, y salió al pasillo que daba a la suite de la novia. La escena que vio la dejó atónita. Un grupo histérico y a medio vestir se abigarraba en el descansillo. Sus voces alcanzaban un registro que solo era audible para los perros. Las lágrimas corrían como el vino. En medio del fragor, Parker permanecía de pie como un islote de calma en un mar embravecido. Sin embargo, Emma reconoció en su actitud los trazos de la desesperación. —¡Presten atención, por favor! Todo saldrá bien, pero tienen que calmarse y escucharme. Por favor,

señora Carstairs, siéntese aquí. Siéntese ya, y respire hondo. —Mi niña, mi niña… Carter se abrió paso a codazos (valiente como pocos) y tomó a la mujer llorosa por el brazo. —Venga, siéntese. —Hay que hacer algo, hay que hacer algo… Emma reconoció a la madre de la novia. Aunque todavía no lloraba, estaba colorada como la grana. En el momento en que Emma iba a hacerse cargo de ella, o de quien lo necesitara más, para liberar de tanta responsabilidad a Parker, un silbido agudo cortó el aire y dejó a la concurrencia atónita y en silencio. —Bien, atención todo el mundo. ¡Basta he dicho! —ordenó Laurel, vestida con un delantal de peto blanco que se había manchado con una sustancia parecida a la salsa de mora. Parker sacó partido de la brecha que se había creado. —Señor Carstairs, ¿por qué no se sienta un rato con su mujer? Si el novio y sus acompañantes quieren regresar a su suite, Carter los acompañará. Señora Princeton, Laurel les enseñará la cocina y podrán tomar un té con comodidad. Denme quince minutos. Jack, ¿puedes acompañar a Laurel? Los señores Carstairs tomarán el té aquí mismo. —¿Puedo tomar un whisky? —preguntó el señor Princeton. —Por supuesto. Pídale a Jack lo que quiera. Emma, te necesitaré en la suite de la novia. Les ruego a todos que me concedan quince minutos. Intenten tranquilizarse. —¿De qué va la historia? —preguntó Emma. —Te pongo al día rápidamente. Hay dos damas de honor con una resaca como un piano. Hace un rato una de ellas vomitaba heroicamente en el baño. La MDNO ha perdido el control cuando ha entrado en la suite para ver a su hijo, y eso mismo ha contrariado a la MDNA (esas dos no se llevan muy bien). Las mujeres han discutido y han perdido los nervios. La cosa se ha complicado todavía más cuando ambas han forcejeado para entrar en la suite de la novia. Parece ser que la escena ha afectado tanto a la DDH, encinta de ocho meses, que esta ha empezado a tener contracciones. —Dios mío… ¿Tiene contracciones? ¿Ahora? —Es una falsa alarma. —La expresión de Parker era fiel reflejo de su determinación y su voluntad de hierro—. Será una falsa alarma. Su marido ha llamado al médico, pero la madre de la DDH lo ha convencido de que, de momento, nos deje cronometrarle las contracciones. Mac, la novia y el resto de los invitados que no están vomitando o lloriqueando le hacen compañía. Ella y la novia son las únicas que conservan la serenidad. Además de Mac. Eso es todo. Parker respiró hondo y abrió la puerta de la suite de la novia. La DDH estaba echada en el pequeño sofá, pálida pero tranquila en apariencia al ver que la novia (vestida con el corsé y las ligas y con el batín de peluquería por encima) estaba arrodillada junto a ella. En el otro extremo de la habitación, Mac le tendía una compresa fría a otra de las damas. —¿Qué tal va? —preguntó Parker acercándose deprisa a la embarazada—. ¿Quieres que avise a tu marido? —No. Deja que se quede con Pete. Estoy bien, de verdad. Hace diez minutos que no tengo contracciones. —Casi doce —le dijo la novia mostrando el reloj.

—Maggie, lo siento mucho. —Quita, mujer. —La novia le hizo un gesto cariñoso a su amiga en el hombro—. Todo saldrá bien. —Tendrías que terminar de arreglarte el pelo y de maquillarte. Deberías… —Eso puede esperar. Todo puede esperar. —De hecho, es una buena idea —dijo Parker modulando la voz para que sonara decidida, profesional y alegre a la vez—. Si aquí no estás cómoda, Jeannie, podemos trasladarte a mi dormitorio. Es más tranquilo. —No, estoy bien aquí, en serio. Prefiero quedarme a mirar. Creo que el niño se ha vuelto a dormir — afirmó tocándose el vientre—. De verdad. Jan está peor que yo. —Soy una imbécil. —Una de las damas, la del cutis pálido y amarillento, cerró los ojos—. Maggie, pégame un tiro. —Voy a decir que nos suban un té y unas tostadas. Nos irá bien. Mientras tanto, Emma y Mac han venido para ayudar. Regreso en un par de minutos. Si hay más contracciones —le avisó Parker a Emma en un aparte—, mándame un mensaje por el busca. —Te lo prometo. Vamos, Maggie. Te pondremos preciosa. —Emma ayudó a Maggie a ponerse en pie y la acompañó hacia donde estaba la peluquera. Con el reloj en la mano, se instaló luego junto a la futura madre—. Dime, Jeannie, ¿es un niño? —Sí, será el primero. Me quedan cuatro semanas. El jueves fui a revisión y todo estaba correcto. Los dos estamos bien. ¿Qué tal mi madre? Emma tardó unos instantes en recordar que Jeannie era la hermana del novio. —Muy bien. Excitada y emotiva, claro, pero… —Es una histérica —la interrumpió Jeannie riendo—. Solo de ver a Pete vestido con el esmoquin, ha perdido los papeles. Desde aquí se oían los sollozos. —Y eso, evidentemente, ha sacado a mi madre de quicio —apuntó Maggie desde la butaca del saloncito—. Luego se han enzarzado en una discusión espantosa. Jan ha ido al baño a vomitar y Shannon, de un retortijón, se ha quedado doblada en dos. —Ya estoy mejor. —Shannon, una morena bajita que estaba sentada e iba bebiendo lo que parecía ser una soda, las saludó con un gesto de la mano. —Chrissy se encuentra bien y se ha llevado a los niños a pasear. No tardará en volver. Emma, que comprendió que las cosas estaban bajo control en su zona, miró a Maggie. —Parece ser que hemos superado la marca de los quince minutos por lo que respecta al bebé. Si a Shannon le parece bien, ella puede encargarse del cronómetro y yo iré a buscar a Chrissy y a los niños, que son la otra dama, la niña de las flores y la que llevará los anillos, ¿verdad? —Sí, te lo agradezco mucho. Esto es una locura. —Hemos tenido otras bodas mucho más locas —respondió Emma entregándole el reloj a Shannon y fijándose en que Jeannie había recuperado el color. Al menos, parecía serena—. Mac, ¿te encargas de vigilar el fuerte? —Cuenta con ello. ¡Eh, hagamos unas fotos! —Qué mujer más cruel… —musitó Jan. Emma salió como una centella. Vio a la MDNO en la terraza, que sollozaba con un pañuelo en la mano mientras su marido le daba unos golpecitos en el hombro para consolarla y le decía:

—Vamos, Edie, contrólate, por favor. Se desvió y se dirigió hacia la escalera principal. Parker entró a la carga. —¿Seguimos en alerta roja? —Creo que hemos pasado a alerta amarilla. No hay más contracciones, la resaca va menguando y el otro caso… cuesta de decir. La novia está con la peluquera y yo voy a reunir a la última dama y a los niños. —Los encontrarás en la cocina, merendando leche y galletas. Ve a buscar al PDNO y al niño de los anillos, y dile a la dama que tendría que subir. La señora Grady está preparando té y unas tostadas. Quiero comprobar qué tal se encuentra el novio y decirle al futuro padre que todo está controlado. —Voy ahora mismo. La MDNO está en la terraza, llorando desconsoladamente. Parker apretó la mandíbula. —Me encargaré de ella. —Buena suerte. —Emma se alejó a toda prisa y, al doblar hacia la cocina, se cruzó con Jack, que venía del salón principal. —Dime que no hay nadie que esté de parto. —Esa crisis ya está superada. —Bien, gracias a Dios. —¿Y los PDNA? —¿Cómo? —Los padres de la novia. —Carter está con ellos. Resulta que es profesor de un sobrino de la pareja. La madre se está retocando el maquillaje o algo por el estilo. —Bien. Tengo que ir a buscar a la dama que nos falta, decirle que suba y encargarme del PDNO y del niño de los anillos. Jack frunció el ceño y renunció a seguir adivinando el código. —No sé qué has dicho, pero me parece bien. Emma se quedó mirándolo. —Creo recordar que los niños se te dan bien. —Sí. Solo son personas bajitas. —Si puedes entretener al paje que llevará los anillos, que tiene cinco años, durante un cuarto de hora, serías de gran ayuda. Luego lo llevas a la suite del novio, cuando todo esté despejado. Yo me encargo de subir a la niña y de vestirla. —Emma echó un vistazo al busca y sintió que se le alteraba el pulso al ver que daba señal. Al cabo de un segundo, suspiró aliviada—. Alerta amarilla, y constante. Bien. —¿Dónde están los padres de esos niños? —preguntó Jack siguiéndola hacia la cocina. —En el séquito de los novios. Los niños son hermanos gemelos. La dama que va con ellos es la madre. El padre es testigo del novio. O sea, que te encargas tú de subir al niño dentro de diez o quince minutos. Démonos unos minutos más de margen para que las cosas se calmen. Cuando tenga instalado al PDNO, tendré que salir para terminar de arreglar las zonas exteriores. Emma, no sin antes esbozar una franca sonrisa de alegría, desapareció en la cocina. Al cabo de una hora, la novia y sus damas estaban arregladas, bellas, y el novio y sus testigos, impecablemente vestidos. Mientras Mac organizaba los distintos grupos por separado para las fotos

formales y Parker mantenía a una distancia prudencial a ambas madres, Emma terminó la decoración exterior. —¿Quieres un empleo? —le preguntó a Jack al verlo colocar la última hilera de sillas. —Ni hablar. No entiendo cómo podéis hacer esto cada fin de semana. Emma colocó en ciertas sillas unos cucuruchos de peonías de un rosa extremadamente pálido. —Nunca nos aburrimos. Tink, tengo que ir corriendo a casa para cambiarme. Los invitados van a llegar de un momento a otro. —Seguiremos nosotras. —Parker ha calculado que solo nos retrasaremos diez minutos, lo cual es un milagro. Hay comida para todos en la cocina, cuando terminéis el trabajo. Vuelvo dentro de quince minutos. Jack, ve a tomar algo. —Era lo que pensaba hacer. Regresó al cabo de doce minutos. Había sustituido su ropa de trabajo por un discreto traje de chaqueta negro. Cuando la voz de Parker sonó en su auricular, estaba colocándoles a todos unas flores en el ojal. —En la suite de la novia estamos a punto de terminar. Que suene la música. Que empiecen a sentar a los invitados. Emma iba oyendo la cuenta atrás mientras repasaba solapas y bromeaba con el novio. Vio que Parker estaba con los padres y que Mac se colocaba en posición para tomar fotos. Dedicó unos momentos, apenas un breve instante, a admirar la vista exterior. Las blancas y almidonadas fundas de las sillas eran un telón de fondo perfecto para las flores. Los verdes y los rosados, desde los pálidos a los intensos, resaltaban sus inflorescencias contra el brillo del tul y el encaje. Pasó el momento, el novio ocupó su lugar y las madres (una llorosa y la otra quizá un poco achispada por el whisky) fueron conducidas a sus asientos. Emma recogió los ramos y empezó a repartirlos mientras Parker alineaba a las señoras. —Estáis todas preciosas. ¿Resistes bien, Jeannie? —El niño se ha despertado, pero se comporta. —Maggie, estás impresionante. —Oh, no digas eso —protestó la novia desentendiéndose con un gesto de la mano—. No sabía que podría quedarme muda de la emoción; estoy a punto. Voy a hacerle sudar tinta a mi futura suegra. —Inspira, expira —le ordenó Parker—. Despacio y con calma. —Vale, vale. Parker, si alguna vez necesito declararle la guerra a alguien, serás mi general. Emma, las flores son… Inspira, expira. Papá… —No empieces —la cortó su padre apretándole la mano—. ¿Quieres que te acompañe hasta el altar balbuceando como un bebé? —Ven aquí —intervino Parker levantándole el velo y enjugándole con cuidado unas lágrimas—. La cabeza bien alta y sonriendo. Bien, número uno, tú sales ya. —Te veo en el otro lado, Mags. —Jan, todavía algo pálida aunque sonriendo, empezó a desfilar. —Y dos… adelante. Habiendo concluido su trabajo por el momento, Emma se retiró unos pasos mientras Parker dirigía la función.

—Tengo que admitir que no creía que lo lograríais —confesó Jack, que se había puesto a su lado—. Y mucho menos con tanta elegancia. No es que esté impresionado, es que no tengo palabras. —Hemos vivido cosas peores. —Vaya… —exclamó Jack al ver que a Emma se le llenaban los ojos de lágrimas. —Ya lo sé. A veces me impresionan. Creo que ha sido por el modo en que se ha comportado la novia a lo largo de estas sucesivas crisis, y porque en el momento de la verdad, casi se desmorona. Pero resiste. Mira cómo sonríe. Y fíjate cómo la mira él. —Emma suspiró—. A veces me impresionan — repitió. —Creo que te la has ganado —dijo Jack ofreciéndole una copa de vino. —¡Tú lo has dicho! Gracias, guapo. Emma lo cogió del brazo, apoyó la cabeza en su hombro y contempló la boda.

16

T

, se relajaron un rato en el salón familiar. Paladeando el momento, Emma se tomó la segunda copa de vino de la velada. —No ha habido grandes complicaciones —puntualizó estirando los hombros y moviendo los dedos de los pies—. Y eso es lo que cuenta. Creo que los de esta boda estarán contando las anécdotas de las resacas, las trifulcas de las madres y el falso aviso de parto durante semanas. Sin embargo, esta clase de historias son las que hacen que cada celebración sea única. —Nunca habría creído que hubiera alguien capaz de llorar sin pausa durante casi seis horas — comentó Laurel metiéndose en la boca un par de aspirinas que bajó con un sorbo de agua con gas—. Cualquiera diría que en lugar de la boda de su hijo se trataba de un funeral. —Voy a tener que pasar por el Photoshop una cantidad inmensa de fotos de la MDNO. Y aun así… — Mac se encogió de hombros—. Creo que cualquier novia cuya futura suegra se pone a berrear en el momento de dar el «sí, quiero» merece el nombre de valiente. Echando hacia atrás la cabeza, Mac estremeció a todos con una demostración exacta de los quejidos de la señora Carstairs. —Mi cabeza —murmuró Laurel—. Ay, mi cabeza… Carter, sentado en el brazo del sofá, rio la gracia de Mac y dio unos golpecitos de consuelo a Laurel en el hombro. —No sé a vosotros, pero a mí esa mujer me ha asustado. —Creo que en parte ha influido mucho el incidente con el nieto que espera. Lo de hoy ha sido demasiado para ella. —Alguien habría tenido que suministrarle un Valium —le dijo Laurel a Emma—. Y no bromeo. Casi esperaba verla abalanzarse sobre el pastel de boda… como quien se inmola en una pira funeraria. —Caray, qué foto habría salido… —suspiró Mac—. Lástima. —Carter, Jack… —dijo Parker levantando su botellín de agua—. Vuestra ayuda ha sido inestimable. Si hubiera sabido que la MDNO era una llorona, habría tomado medidas, pero en el ensayo se comportó muy bien. Incluso estuvo dicharachera. —Supongo que alguien la debía de haber drogado —apuntó Laurel. —¿Qué clase de medidas? —aventuró Jack. —Oh, en este negocio hay muchos trucos. —La sonrisa de Parker dejó entrever que todo eso caía en el dominio de los secretos—. Puede que no haya conseguido que parara de lloriquear durante la ceremonia, pero he impedido que mareara a los novios mientras estos se cambiaban. Si Pete y Maggie no hubieran conservado la sangre fría, nos habríamos visto metidas en un buen fregado. Mantener ocupados a los que tienen un perfil extremadamente emocional asignándoles tareas sencillas en general funciona. —Ahora comprendo lo que ha impedido que me eche a llorar —le dijo Jack. —Mañana tendremos que espabilar sin los refuerzos —comentó Mac dándole un leve puntapié a Carter desde su silla—. Nos abandonan por los Yankees. —Hablando de mañana, creo que esta noche voy a caer rendida. A ver si estoy en condiciones cuando ERMINADA LA CEREMONIA Y EL CONVITE

me levante —dijo Laurel abandonando su asiento—. Buenas noches, chicos. —Ahora nos toca a nosotros. Tomemos el portante, profesor. Uf, los pies me están matando. Carter se volvió y le señaló la espalda. Mac, con una carcajada, se puso en pie. —Esto es amor —dijo ella plantándole un sonoro beso en la coronilla—. Me ofrece llevarme a caballito por amor, y yo, por amor, confío en que el profesor Patoso no irá a tropezar y a dejarme caer al suelo. Nos vemos mañana. ¡Arre! —Qué monos son… —dijo Emma sonriendo mientras los seguía con la mirada—. Ni siquiera Linda la Espeluznante puede empañar el brillo que emiten. —Ha llamado esta mañana a Mac —le contó Parker. —Mierda. —Le ha dicho que ha cambiado de idea y que espera que Mac y Carter vayan a Italia para asistir a su boda la semana que viene. Y luego lo de siempre: al ver que Mac le decía que le resultaba imposible volar a Italia de una manera tan imprevista, le ha montado el gran número para que se sintiera culpable. —Ella no me ha contado nada. —No quería que interfiriera con el evento. Linda, como era de esperar, ha llamado cuando Mac estaba organizando el material para la boda de esta mañana. Sin embargo, lo importante es que tienes razón: no puede empañar el resplandor que emiten. Antes de que Carter hubiera entrado en su vida, una llamada como esa la habría dejado hecha polvo. No ha sido agradable, pero lo ha superado, ha conseguido apartar la escena de su mente. —El poder de Carter vence al poder de Linda. Le debo un beso enorme. —Mañana lo veré. Lo digo por si quieres dármelo a mí —propuso Jack. Emma se inclinó hacia él y le dio un besito recatado. —Un poco tacaña. —Es para un amigo. Bueno, en marcha. Nos vamos a casa. —Mañana reunión de repaso a las ocho —le recordó Parker. —Sí, sí —contestó ella disimulando un bostezo—. ¿Qué te parecería llevarme a cuestas? —preguntó a Jack. —Prefiero llevarte de esta manera. —Jack, con un gesto deliberadamente teatral, la cogió en brazos. —Uau. Yo también. Buenas noches, Parker. —Buenas noches. —Parker, con cierta nostalgia, contempló cómo Jack se llevaba a Emma del salón a lo Rhett Butler. —¡Qué gran salida! —Encantada, Emma besó a Jack en la mejilla—. No tienes que llevarme en brazos todo el camino. —¿Crees que voy a dejar que Carter me haga quedar mal? Entonces es que no tienes ni idea de lo que es competir a sangre y fuego. Me encanta ver a Mac tan contenta —añadió—. He presenciado algún numerito de Linda. Difícil de digerir. —Lo sé. —Emma le acarició el pelo castaño claro con un gesto indolente—. Es la única persona que me cae mal de verdad, sin que tenga que esforzarme demasiado. Antes solía disculparla, pero me di cuenta de que no había excusa que valiera para su comportamiento. —Una vez me tiró los tejos. Emma se sobresaltó. —¿Qué? ¿La madre de Mac te tiró los tejos?

—Hace mucho tiempo. Aunque, en el fondo, no fue la única vez, y no hace tanto de la última. Me tiró los tejos dos veces. La primera fue cuando yo todavía estudiaba en la facultad y vine a pasar un par de semanas durante las vacaciones de verano. Un día íbamos todos a una fiesta y me ofrecí a ir a recoger a Mac. Por aquel entonces ella no tenía coche. Salió a abrirme su madre, me pegó un repaso como a ninguna madre se le ocurriría y me acorraló en un rincón hasta que Mac bajó. Fue… interesante, y confieso que terrorífico. Linda la Espeluznante. Buen nombre. —¿Cuántos años tenías, veinte? Qué vergüenza. Habrían tenido que detenerla, arrestarla, lo que fuera… Ahora todavía me cae peor. Si es que eso es posible. —Sobreviví. Pero si vuelve a intentarlo, cuento contigo para que me protejas. Y espero que lo hagas mejor que el día que te presenté a Kellye la Espeluznante. —Un día de estos le diré lo que pienso de ella. Hablo de Linda, no de Kellye. Y si se atreve a presentarse en la boda de Mac para montar una gorda, te prometo que le saltaré a la yugular. —¿Me dejarás mirar? Emma apoyó la cabeza en su hombro. —Mañana llamaré a mi madre para decirle que es fantástica. —Y volvió a darle otro beso en la mejilla—. Y tú también lo eres. Es la primera vez que me llevan en brazos a la luz de la luna. —En realidad, está nublado. Emma sonrió. —No donde yo estoy.

Jack estudió su mano de póquer. Se le estaba dando bien esa noche, pero su pareja de dos no auguraba el éxito. Pasó y esperó a que la apuesta diera la vuelta a la mesa. Cuando llegó el turno de Rod, el médico, este apostó veinticinco. Mal, sentado junto a él, no fue. Del lanzó sus fichas. Frank, el paisajista, hizo lo mismo. Henry, el abogado, no fue. Jack se lo pensó durante unos instantes, pero soltó sus veinticinco. Del descartó la carta superior y luego mostró las tres primeras cartas comunitarias: el as de tréboles, el diez de diamantes y el cuatro de diamantes. Posible color, posible escalera. Y tenía una maldita pareja de doses. Pasó. Rod subió a otros veinticinco. Carter no fue, pero Del y Frank vieron la apuesta. Era estúpido, pensó Jack, pero tenía una premonición. A veces valía la pena arriesgar veinticinco por una premonición. Añadió sus fichas al bote. Del sacó una carta del tope del mazo y descubrió la siguiente. El dos de diamantes. La jugada se ponía interesante. De todos modos, sabiendo cómo jugaba Rod, pasó. Rod apostó otros veinticinco dólares y Del aumentó la apuesta veinticinco más. Frank no fue. Jack pensó en un trío de doses. Sin embargo, seguía teniendo una corazonada. Echó al bote cincuenta dólares. —Me alegro de no haberte asustado. Voy a apuntarme el tanto. Necesito que aumente el bote —dijo

Rod sonriendo—. Acabo de comprometerme. Del se quedó mirándolo. —¿De verdad? Vamos cayendo como moscas. —Felicidades —dijo Carter. —Gracias. Subo con cincuenta más. Supongo que pensé que no tenía ningún sentido seguir esperando, y di el gran paso. Shell insiste en ir a pedir información a la empresa de tu hermana. A lo mejor puedes conseguir que me apliquen un descuento por ser colega del póquer. —Imposible. —Del contó sus fichas—. Pero veo tus cincuenta, ya que imagino que para ti se acabarán las noches de póquer y puros. —Joder, Shell no es así. Te toca apostar, Jack. Pareja de ases, probablemente. Rod nunca se echaba un farol, y si lo hacía, la pifiaba tanto que se le notaba a la legua. Pareja de ases o una pareja de hermosos diamantes. De todos modos… —Los veo. Considéralo un regalo de compromiso. —Te lo agradezco. Estamos pensando en casarnos el próximo junio. Shell quiere una boda a lo grande. Yo creía que tomaríamos un avión e iríamos a alguna isla durante el invierno, a tomar el sol, practicar el surf y, de paso, casarnos. Pero ella quiere celebrarlo por todo lo alto. —Así empiezan —dijo Mal en tono fúnebre. —Tú también te casarás por todo lo grande, ¿verdad, Carter? —Mac está en el ramo. Lo bordan. Organizan bodas muy especiales, personalizadas. —No hace falta que te agobies —le comentó Mal a Rod—. De todos modos, no te dejarán abrir la boca. Solo tienes que aprender a repetir «sí, cariño» cada vez que ella te pregunte si te gusta alguna cosa, si quieres algo, si colaborarás de alguna manera. —Sabes mucho para no haber pasado por la experiencia. —Estuve a punto. Ahora bien, no dije «sí, cariño» las suficientes veces. —Mal examinó la punta de su puro—. Por suerte. —A mí me apetece estar casado. —Rod se subió las gafas con el índice—. Apalancarme, sentar la cabeza. Supongo que a ti te pasará lo mismo, Jack. —¿Qué? —Hace tiempo que sales con esa florista que está tan buena. Has salido del mercado. Del mordió su puro. —¿Vamos a jugar al póquer o nos ponemos a hablar del registro donde Rod piensa inscribirse? Van tres jugadores a la quinta carta. Del descubrió la última carta, pero Jack estaba tan ocupado observando a Rod que no se fijó. —Apuesto, y apuesto todo lo que tengo. —Interesante, Rod. —Del, inexpresivo, echó una bocanada de humo—. Cubro la apuesta. ¿Y tú, Jack? ¿La ves, no vas…? —¿Qué? —Te toca apostar, tío. —Claro. —¿Había salido del mercado? ¿A qué se refería? Jack dio un sorbo a su cerveza y se obligó a concentrarse. Entonces vio que la última carta era el dos de corazones. —Voy. —Tengo tres ases.

—Y yo te supero —le dijo Del descubriendo sus cartas—, porque tengo dos diamantes preciosos como el que lleva tu novia en el dedo. Color al rey. —Hijo de perra. Imaginaba que tendrías escalera real. —Has fallado. ¿Y tú, Jack? —¿Qué? —Joder, Jack, enseña las cartas o abandona. —Lo siento —dijo Jack volviendo en sí—. Lo lamento por tu jugada de diamantes, pero tengo dos doses que con este otro par suman cuatro. Creo que el bote es mío. —¿Has vuelto a sacar un dos doble en la última? —exclamó Rod atónito—. Jodida suerte la tuya. —Sí, jodida suerte la mía.

Tras la partida, después de que Jack se embolsara el premio de los cincuenta dólares por cabeza que aportaba cada jugador, los dos amigos salieron a charlar a la terraza. —Te estás bebiendo otra cerveza —apuntó Del—. Deduzco que piensas pasar aquí la noche. —Lo estaba considerando —afirmó Jack. —Te tocará preparar el café mañana. —Tengo una reunión temprano, o sea que el café estará listo a las seis. —Me parece bien. Mañana me toca una vista de divorcio. Tío, me repatea que las amigas me presionen para que les lleve su divorcio. Odio esos casos. —¿De qué amiga se trata? —No la conoces. Salimos cuando íbamos al instituto. Terminó casándose con otro y se mudó a New Haven hace cinco años. Tiene dos hijos. Del hizo un gesto de aflicción y bebió un sorbo de cerveza. —Parece ser que el matrimonio ha decidido que la situación es inaguantable. Ella ha vuelto a casa de sus padres, hasta que tenga claro lo que va a hacer. Él está cabreado porque su mujer quiere vivir aquí y eso complica el régimen de visitas. —Del inclinó la botella hacia la izquierda—. Ella está cabreada porque abandonó su profesión para dedicarse a ser madre. —Y ladeó la botella hacia la derecha—. Él no ha sabido valorarla, y ella no ha entendido la presión que soporta él. Lo normal. —Pensaba que ya no te ocupabas de los casos de divorcio. —Cuando has acariciado los pechos de una mujer y al cabo de los años ella viene a tu despacho pidiendo ayuda, cuesta decir que no. —Es cierto. No suele ocurrir eso en mi profesión, pero es cierto. Del le lanzó una sonrisita de complicidad y bebió otro sorbo de cerveza. —A lo mejor he acariciado más pechos que tú. —Podríamos hacer un concurso. —Si eres capaz de recordar todos los pechos que has tenido en las manos, es que han sido pocos. Jack se rio e inclinó hacia atrás la silla en la que estaba sentado. —Tendríamos que ir a Las Vegas. —¿A buscar otros pechos? —No, a disfrutar de Las Vegas. Podemos ir un par de días, dar una vuelta por los casinos y entrar en

bares de tías despelotadas. Sí, supongo que aquí también entrarían los pechos. Vámonos un par de días. —Odias Las Vegas. —Odiar es una palabra muy fuerte. Espera, se me ocurre algo mejor… Podríamos ir a St. Martin, a St. Bart o a algún lugar por el estilo. Jugamos en las mesas, oteamos la playa, hacemos pesca de fondo… Del enarcó las cejas. —¿Quieres pescar? Que yo sepa, nunca has tenido una caña de pescar en las manos. —Siempre hay una primera vez. —¿Estás inquieto? —Estaba pensando en tomarme unos días libres. Pronto llegará el verano. Me he pasado el invierno encerrado y hasta las cejas de trabajo, y mi semana de esquí en Vail quedó reducida a tres días. Podríamos tomarnos la revancha. —Quizá pueda organizarme para tener una semana libre. —Bien. Lo montamos. —Jack, satisfecho, dio otro sorbo de cerveza—. Qué curioso lo de Rod. —¿Qué? —Se ha comprometido. Así, sin más. —Lleva un par de años con Shelly. Eso de sin más… —Ese no es de los que piensan en casarse —insistió Jack—. Nunca habría dicho que fuera de esa pasta. Me refiero a que un tipo como Carter, sí da la talla. Sale del trabajo, regresa a casa todas las noches y se calza las pantuflas. —¿Las pantuflas? —Ya sabes lo que quiero decir. Llegar a casa, preparar la cena, acariciar al gato de tres patas, ver la tele y, a lo mejor, un polvete con Mac si se tercia. —Mira, prefiero que las palabras «Mac» y «polvete» no estén en la misma frase. —Y a la mañana siguiente, a levantarse… y vuelta a empezar —Jack empleó un tono monótono—. Añádele un par de críos por el camino y quizá un perro tuerto para que vaya a juego con el gato de tres patas. Follas menos, porque ahora hay niños correteando por ahí. La pesca en alta mar y las copas en bares de tías en pelotas pasan a formar parte del pasado, porque ahora se imponen unos viajes de pesadilla a los centros comerciales, has contratado una asistenta, tienes un monovolumen espantoso y hay que ahorrar para la universidad. —Jack alzó las manos—. ¡Joder! Llegas a los cuarenta, estás entrenando en la liguilla infantil y quizá te ha salido tripa, porque ¿quién carajo va a tener tiempo de ir al gimnasio cuando hay que pasar por el supermercado para comprar pan y leche? En un abrir y cerrar de ojos te plantas en los cincuenta y empiezas a quedarte dormido en una butaca reclinada mirando las reposiciones de Ley y orden. Del se quedó en silencio durante un rato y se dedicó a examinar la expresión de Jack. —Acabas de hacer un interesante resumen de la vida de Carter durante los siguientes veinte años. Espero que le pongan mi nombre a uno de los niños. —Así están las cosas, ¿no te parece? —¿Qué era ese pánico, esa llamarada que le nacía en el pecho? Jack no quiso planteárselo—. Lo bueno es que Mac no irá a verte para que le lleves el divorcio, porque seguramente a ellos les saldrá bien. No es de las que se ponen como una moto porque su marido se va a jugar al póquer una vez a la semana o lo agobia con el consabido «nunca me llevas a ninguna parte». —¿Emma es así? —¿Qué? No, pero no estoy hablando de Emma.

—¿Ah, no? —No. —Jack respiró hondo y descubrió, para su sorpresa, que estaba farfullando—. Me va bien con Emma. Muy bien, en realidad. Hablaba en general. —¿En general el matrimonio consiste en comprarte butacas reclinadas y monovolúmenes y dar por zanjada la vida que llevamos ahora? —Elige una mecedora y un coche familiar, si quieres. Creo que van a volver a ponerse de moda. Lo que quiero decir es que a Mac y a Carter les sienta bien el papel. Bueno, me alegro por ellos. No todos son capaces de hacerlo. —Depende de la dinámica, más que nada. —La dinámica cambia. Sus padres habían cambiado esa dinámica de la noche a la mañana, a su juicio. Un buen día eran una familia y, al instante siguiente, la pareja se había separado. Sin ninguna razón en particular, sin sentido. Y eso sucedía a menudo. Una vez sí y otra no. —Por eso mañana presentarás una demanda de divorcio —precisó Jack, que, más calmado, se encogió de hombros—. La gente cambia, y los elementos, las circunstancias y las situaciones también se transforman. —Sí, es verdad. Y los que lo desean cultivan la relación mientras esta se va transformando. Atónito, inexplicablemente molesto, Jack frunció el ceño. —¿Ahora eres un defensor del matrimonio? —Nunca he sido un detractor. Procedo de un largo linaje de parejas casadas. Supongo que hay que tener agallas o una confianza ciega para meterse ahí, y mucho esfuerzo y una flexibilidad importante para seguir en ello. Teniendo en cuenta cómo son Mac y Carter, y sus historias personales, yo diría que la que le pone agallas es ella, y él es el de la confianza ciega. Resulta una buena combinación. Del se quedó pensativo, contemplando la cerveza. —¿Estás enamorado de Emma? El pánico volvió a asaltarlo, pero se lo bajó por la garganta con un sorbo de cerveza. —Te he dicho que todo esto no tiene nada que ver con ella, con nosotros o con cualquier cosa que se le parezca. —Qué gilipollez, Jack. Estamos aquí tomándonos la última cerveza después de una noche de triunfo para ti y de fracaso total para mí y, en lugar de tomarme el pelo, me hablas de matrimonio y de ir a pescar a alta mar, cosas que nunca te han interesado especialmente. —Vamos cayendo como moscas. Tú mismo lo has dicho. —Claro que sí. Porque es cierto. Tony cayó hace tres o quizá cuatro años. Frank se tiró de cabeza el año pasado y Rod se acaba de comprometer. Añade a Carter en la combinatoria. Yo no estoy liado con nadie en especial, hoy por hoy, y, por lo que sé, Mal tampoco. Solo quedáis Emma y tú. Por eso me sorprendería mucho que la noticia de Rod no te haya puesto en marcha los engranajes. —Estoy empezando a plantearme qué esperará ella de todo esto, nada más. Emma trabaja con parejas casadas. —No, trabaja organizando bodas. —Diana. Emma pertenece a una gran familia, una familia en apariencia feliz y unida. Ya sé que las bodas y los matrimonios son dos cosas distintas, pero una lleva a la otra. Una buena amiga de la infancia

se casa. Sabes cómo son estas cosas, Del. Estas mujeres son como un puño. Aunque los dedos se muevan individualmente, todos pertenecen a la misma mano. Has dicho que Mal y tú aún correteáis por ahí y, por lo que sé, Laurel y Parker también. Ahora bien, ¿qué pasa con Mac? Eso ya es diferente. Por otro lado, uno de los amigos que viene a jugar al póquer va a montar su boda con ellas. Las cosas cambian. Jack gesticulaba con la cerveza en la mano. —Si todo esto lo llevo en la cabeza, apuesto lo que sea a que ella también. —Podrías actuar de manera radical y sacar tú el tema de conversación. —Si haces eso con ella, das un paso adelante. —O un paso atrás. ¿En qué dirección quieres avanzar, Jack? —¿Lo ves? Me lo estás preguntando. —Jack, contundente, lo apuntó con el dedo—. Y ella también se lo debe de estar preguntando, seguro. ¿Qué tendría que responder yo? —Sé radical. ¿Qué tal si le dices la verdad? —No sé cuál es la verdad. —«Bien», pensó Jack, por eso tengo miedo—. ¿Por qué crees que estoy aterrado? —Supongo que tendrás que adivinarlo tú. De hecho, no te has planteado la pregunta fundamental: ¿estás enamorado de ella? —¿Cómo diantre voy a saberlo? Es más, ¿cómo se sabe cuándo eso es definitivo? —Valentía, confianza ciega… Las tienes o no las tienes. Ahora bien, desde mi punto de vista, tío, la única persona que te está presionando eres tú mismo. —Del se cruzó de piernas y dio cuenta de su cerveza—. Ya tienes algo en lo que pensar. —No quiero hacerle daño. No quiero decepcionarla. «Si pudieras escucharte a ti mismo —pensó Del—, te darías cuenta de que estás colado y todavía no te has enterado». —A mí tampoco me gustaría que pasara eso —dijo Del como quien no quería la cosa—, porque me disgustaría tener que patearte el culo. —Más te disgustaría que te lo pateara yo a ti. Y a continuación, mientras apuraban la última cerveza, se lanzaron mutuamente una buena tanda de insultos.

Jack, con la intención de inspeccionar la ampliación de Mac, intentaba dejarse caer por la obra a diario. De esa manera podía sentarse en platea y ver La vida de Mac y Carter. Por las mañanas los observaba en la cocina. Mientras uno echaba comida al gato, el otro servía el café. En un momento dado, Carter se marchaba con el maletín del portátil y Mac se iba a trabajar a su estudio. Si, en cambio, se presentaba por la tarde, veía a Carter saliendo de la mansión en dirección al estudio; aunque se fijó en que eso nunca sucedía cuando Mac estaba con un cliente. «Ese tío debe de tener un radar», decidió Jack. De vez en cuando alguno de los dos acudía a él para comprobar cómo avanzaban las obras, hacerle preguntas y ofrecerle un café o un refresco según la hora del día en que apareciera. Ese ritmo lo fascinaba tanto que una mañana se detuvo a charlar con Carter. —La escuela se ha terminado, ¿verdad?

—Y un verano de diversión comienza. —Me he dado cuenta de que vas a la casa principal a menudo. —Ahora mismo hay mucha gente en el estudio. Y mucho ruido. —Carter volvió la cabeza y contempló la escena de donde provenían la estridencia de las sierras y el repiqueteo de las pistolas de clavos—. Doy clase a adolescentes y tolero muy bien el barullo. Lo que no comprendo es cómo puede ella trabajar con tanto ruido. Es como si no le molestara. —¿Qué diablos haces durante todo el día, tramar exámenes sorpresa para el próximo otoño? —Lo bonito de los exámenes sorpresa es que los puedes repetir interminablemente durante años. Tengo archivos llenos. —Ya lo imagino. ¿Qué haces, dime? —En realidad, utilizo una de las habitaciones de invitados como estudio provisional. Es silencioso, y la señora Grady me da de comer. —¿Estás estudiando? Carter cambió de posición, una postura que Jack reconoció como de ligera incomodidad. —Estoy trabajando en un proyecto de libro. —No jodas. —Puede que sí la esté jodiendo. Supongo que algunos fragmentos serán malos, pero he pensado que este verano valdría la pena meterme a fondo en ello. —Es fantástico. ¿Cómo sabes cuándo Mac está libre… cuándo se marchan los clientes? ¿Te llama para decirte que ya puedes regresar? —Intenta programarse las visitas de los clientes por la mañana, si tiene alguna sesión en el estudio, y mientras duren las obras el resto de las consultas las hace en la mansión. Miro su agenda cada día para no entrar en casa a media sesión y fastidiarle el estado de ánimo o la concentración. Es un sistema bastante sencillo. —Parece que a los dos os funciona. —Hablando de cosas que funcionan, no esperaba que esto avanzara tan deprisa —dijo Carter señalando hacia el estudio—. Cada día veo cosas nuevas. —El tiempo aguanta y superamos las inspecciones, por eso avanzamos a buen ritmo. El equipo es bueno. Deberían… Perdona —se interrumpió Jack cuando sonó su móvil. —Adelante. Será mejor que me vaya. Jack cogió el móvil mientras Carter se alejaba. —Cooke. Sí, estoy en la obra de los Brown. —Jack se distanció de la fuente de ruidos—. No, no podemos… Si es eso lo que quieren, tendremos que hacer los planos de los cambios y volver a presentar el permiso. Escuchó a su interlocutor sin dejar de caminar. Las visitas que hacía a la obra también le daban una idea clara de la rutina laboral de Emma. A principios de semana los clientes iban y venían con la puntualidad de un reloj. A mediados de semana recibía los encargos: un innumerable desfile de cajas de flores. Pensó que en esos momentos estaría trabajando con el material. Habría empezado de buena mañana, sola. Quizá Tink o alguna otra ayudante llegaría más tarde para hacer lo que ella les encomendara. A mediodía, si le daba tiempo, hacía un descanso y se sentaba en el patio. Si Jack estaba por allí,

procuraba encontrar el momento de pasar un rato con ella. ¿Qué hombre podría negarse a sentarse con Emma a la luz del sol? De repente, la vio. En lugar de estar en el patio, Emma se había arrodillado y, con el pelo recogido bajo un sombrero, removía la tierra con una pala. —Diles de dos a tres semanas —siguió diciendo él por teléfono, y entonces ella se volvió, levantó el ala de su sombrero y le sonrió—. Me iré dentro de unos minutos. Lo discutiré con el jefe de obra. Estaré en el despacho dentro de un par de horas. No te preocupes. Cerró el teléfono y examinó las plantas amontonadas. —¿Tendrás bastantes? —Nunca bastan. Quería poner unas plantas de temporada aquí delante. Lucen mucho vistas desde los espacios donde se celebran los actos. Jack se agachó y la besó. —Tú sí que luces. Pensaba que estarías trabajando dentro. —No me he podido resistir, y tampoco voy a tardar mucho. Trabajaré una hora más esta jornada si es necesario. —¿Estarás muy liada cuando acabes? Emma ladeó la cabeza y le lanzó una mirada matadora bajo el ala del sombrero. —Eso depende de la oferta. —¿Qué te parece si vamos a cenar a Nueva York? Vayamos a algún lugar donde los camareros sean unos esnobs, la comida sea carísima y tú estés tan bonita que el resto ni siquiera me importe. —Te aseguro que cuando acabe, estaré libre como un pajarillo. —Bien, te recogeré a las siete. —Estaré preparada. Ya que estás aquí… —Emma le pasó los brazos por el cuello y, posando los labios sobre su boca, le dio un largo y romántico beso—. Con esto, aguantarás hasta entonces — murmuró. —Haz la maleta. —¿Qué? —Haz la maleta y pon dentro lo que necesites para pasar la noche. Iremos a un hotel de Nueva York, a una suite. Lo celebraremos por todo lo alto. —¿De verdad? —exclamó ella bailoteando—. Dame diez segundos, que es lo que tardo en hacer la maleta. —Entonces trato hecho. —Tendré que regresar temprano, pero… —Yo también. —Jack la besó asiéndola por el rostro, atrayéndola hacia sí—. Con esto, aguantarás también tú hasta entonces. A las siete —dijo Jack, y se levantó. Complacido por habérsele ocurrido esa idea y por la reacción que ella había tenido, sacó el móvil de camino hacia su camioneta y le encargó a su secretaria que empezara a hacer las reservas.

17

—L

segundos. Qué mentirosa soy. Se había aseado tras la jornada laboral, hidratado y perfumado cada palmo de su cuerpo. Emma dobló una camisa y la metió en una maleta pequeña. —Por supuesto, la ropa de andar por casa no es importante, pero… —Se volvió y sostuvo en alto un camisón blanco de seda para mostrárselo a Parker—. ¿Qué te parece? —Es maravilloso. —Parker dio un paso adelante y acarició el delicado encaje que entretejía el cuerpo del camisón—. ¿Cuándo te lo has comprado? —El invierno pasado. No pude resistirme y me dije que me lo pondría aunque solo fuera para lucirlo algún día en casa, cosa que no he hecho, claro. Lleva esta batita a juego. Me encantan las batas fastuosas para ponérmelas en un hotel, pero esta es romántica. Y me apetece vestirme con algo romántico después de cenar. —Entonces es perfecta. —Ni siquiera sé a dónde iremos a cenar, ni en qué hotel dormiremos. Me encanta. Me gusta la sensación de que alguien se me lleve por sorpresa. —Emma giró sobre sí misma y puso el salto de cama en la maleta—. Quiero champán y velas, y darme el capricho de tomar un postre prohibido. Y quiero que Jack me contemple a la luz de las velas y me diga que me ama. No puedo evitarlo. —¿Y por qué vas a privarte de eso? —Porque tendría que bastarme su invitación por sorpresa, el hecho de estar con un hombre que ha planeado una noche así conmigo. Eso me hace feliz. Y tendría que ser suficiente. Parker se acercó a Emma, que seguía haciendo la maleta, y la acarició en el hombro. —No tienes que ponerte límites, Emma. Si eso es lo que sientes, adelante. —No pongo límites. Creo que no. Sé que vivo esta relación con altibajos y ahora lo que intento es controlar mis expectativas. Actuar como dije que actuaría cuando empezamos a salir. —Emma se volvió hacia Parker y le dio un apretón de manos—. Dije que quería divertirme y tomarme las cosas como vinieran. Llevo mucho tiempo enamorada de él, pero eso es cosa mía. En realidad, solo llevamos juntos un par de meses. No hay prisa. —Emma, con los años que hace que te conozco, que son muchísimos, nunca has tenido miedo de decir lo que sientes. ¿Por qué tienes miedo de hablar ahora con Jack? Emma cerró la maleta. —¿Qué pasará si él no está listo y, por el hecho de decírselo, considera que es mejor dejarlo correr y volver a ser amigos? Yo no podría soportarlo, Parker. —Emma se colocó frente a su amiga—. Supongo que no estoy preparada para poner en riesgo nuestra relación. Todavía no. Por eso voy a disfrutar esta noche, sin ningún tipo de presiones. »Ay, tengo que ir a arreglarme. Bien, regresaré por la mañana a las ocho, a las ocho y media como muy tarde. Pero si por alguna razón me quedo pillada en un atasco… —Llamaré a Tink y le obligaré a levantarse de la cama. Sé cómo hacerlo. Ella se encargará de la entrega matutina y empezará a clasificar el género. E HE DICHO QUE HARÍA LA MALETA EN DIEZ

—Bien. Confiando en la capacidad de Parker, Emma se embutió en su vestido. —Volveré a tiempo —precisó poniéndose de espaldas para que Parker pudiera subirle la cremallera. —Me encanta este color. Citrino. Me da rabia que a mí no me favorezca. En ti, en cambio, deslumbra. —Se cruzó con los ojos de su amiga en el espejo, le pasó el brazo por la cintura y la abrazó—. Pásalo muy bien. —Eso, seguro. Veinte minutos después abrió la puerta de su casa y Jack, al verla, le sonrió de oreja a oreja. —Ha sido una idea excelente. Tendría que haberlo pensado antes. Estás arrebatadora. —¿Estaré a la altura del camarero altivo y de la comida carísima? —De sobra. —Jack tomó su mano y la besó en la muñeca, rozando la brillante pulsera que le había regalado. Incluso el trayecto hasta Nueva York le pareció perfecto, desde los momentos en que circulaban zumbando hasta los tramos en que quedaban atascados entre el rugido del tráfico. Emma pensó que la luz empezaba a menguar dando paso a un atardecer cálido y suave. Tenían toda la noche por delante. —Siempre digo que tengo que venir más a la ciudad —comentó ella—, a pasear o a comprar, a echar un vistazo a las floristerías y a los mercados, pero no lo hago tan a menudo como quisiera. Por eso me hace ilusión cada vez que vengo. —Ni siquiera has preguntado a dónde vamos. —Me da igual. Me encantan las sorpresas, la espontaneidad. Mi trabajo tiene que estar muy programado, y a ti también te debe de pasar lo mismo. Lo de hoy… es como tomarse unas minivacaciones mágicas. Si prometes invitarme a champán, no me faltará de nada. —Lo que tú quieras. Cuando Jack aparcó delante del Waldorf, Emma enarcó las cejas. —Veo que las buenas ideas se suceden una tras otra. —He pensado que te gustaría algo tradicional. —Has acertado. Emma esperó en la acera a que el portero descargara las maletas y luego se cogió a Jack. —Te doy las gracias de antemano por la maravillosa noche que vamos a pasar. —De nada, también de antemano. Iré a registrarnos y a decirles que suban las maletas. El restaurante está a tres manzanas de aquí. —¿Podemos ir a pie? Esta zona es muy bonita para caminar. —Claro. Tardo cinco minutos. Emma paseó por el vestíbulo y se entretuvo mirando los escaparates de las tiendas, los fastuosos arreglos florales y la gente entrando y saliendo, hasta que Jack fue a reunirse con ella. —¿Estás lista? —preguntó él acariciándole la espalda. —Por supuesto. —Emma volvió a tomarlo de la mano cuando salieron a caminar por Park Avenue—. Una prima mía se casó en el Waldorf… antes de que existiera Votos, claro. Fue una ceremonia con muchísimos invitados, de lo más chic, y formal también, como suelen ser todas las celebraciones de los Grant. Yo tenía catorce años y quedé muy impresionada. Todavía recuerdo las flores. Montañas de flores. Las rosas amarillas fueron las protagonistas. Las damas de honor también iban de amarillo y parecían

pastillas de mantequilla, pero las flores… ah, qué flores. Montaron una pérgola muy elaborada con rosas amarillas y glicinas en el mismo salón de baile. Debieron de emplear un ejército de floristas. Eso es lo que recuerdo con más claridad, o sea que debió de ser algo memorable. —Y sonrió—. Piensa en algún edificio que te impresionara vivamente. ¿Qué es lo que te sorprendió más de él? —Me han impactado varios edificios. —Jack dobló la esquina hacia el este. Nueva York bullía a su alrededor—. Pero si quieres que te diga la verdad, lo que más me impresionó fue la primera vez que vi la mansión de los Brown. —¿De verdad? —Donde yo nací, en Newport, hay muchas casas señoriales, y considero que algunas son unos espacios arquitectónicos fantásticos. Sin embargo, esa finca tenía un no sé qué, algo que todavía tiene, que la distingue de las demás. Serán su equilibrio y sus líneas, una discreta grandeza, la seguridad con que combina la dignidad con ciertos toques de fantasía… —Lo has clavado —coincidió ella—. Tiene una dignidad no exenta de fantasía. —Cuando entras en la casa, de repente tienes la sensación de que allí vive gente, de que hay vida detrás de esas puertas. Es más, te das cuenta de que las personas que residen allí aman ese hogar, y también la tierra. Todo. Esa casa sigue siendo uno de mis lugares preferidos en Greenwich. —Sin duda también es uno de los míos. Jack se detuvo frente a un restaurante. Emma entró después de que Jack le abriera la puerta, y apenas al cruzar el umbral, notó que el ritmo y las prisas de la calle desaparecían. Incluso el ambiente parecía exigir bajar la voz. —Acertó usted, señor Cooke —comentó ella con voz queda. El maitre inclinó con elegancia la cabeza. —Bonjour, mademoiselle, monsieur… —Cooke —precisó Jack con un estilo inexpresivo a lo James Brown. Emma tuvo que morderse las mejillas para no estallar en carcajadas—. Jackson Cooke. —Señor Cooke, bien sur, por aquí. El maitre precedió la marcha entre intrincados arreglos florales, parpadeantes velas, el brillo de la plata y el destello del cristal sobre manteles de lino blanco como la nieve. Les invitaron a sentarse con gran pompa y les ofrecieron un cóctel. —La señora prefiere champán. —Muy bien. Se lo diré a su sommelier. Disfruten de la velada. —Ya la estoy disfrutando —le dijo Emma a Jack inclinándose hacia él. Y mucho. —Todos han vuelto la cabeza al verte entrar. Emma le sonrió con una expresión sexy y provocativa. —Formamos una pareja muy atractiva. —Y ahora mismo, todos los hombres del restaurante me tienen envidia. —Eso hace más divertida la noche. Sigue, sigue, no te quiero interrumpir. Jack levantó la vista cuando vio que se acercaba el sommelier. —Ahora estoy contigo. Después de pedir una botella que contó con la altanera aprobación del especialista en vinos, tomó la mano de Emma. —A ver, ¿por dónde iba?

—Estabas haciendo que me sintiera increíblemente especial. —Eso no cuesta nada, teniendo en cuenta a lo que me enfrento. —Harás que me dé vueltas la cabeza. Sigue, por favor. Jack rio y le besó la mano. —Me encanta estar contigo. Me alegras el día, Emma. ¿Qué le estaba pasando, pensó Emma, si solo con la expresión «me encanta estar contigo» le daba un vuelco el corazón? —¿Por qué no me explicas cómo te ha ido el día? —Bueno, he solucionado el misterio de Carter. —¿Había un misterio que resolver? —¿Adónde va? ¿A qué se dedica? —preguntó Jack antes de explicarle las idas y venidas rutinarias del estudio—. Les hago visitas cortas, pero esas visitas abarcan desde la mañana hasta última hora de la tarde. Por eso mis astutas observaciones se han convertido en un muestreo de toda su jornada. —¿A qué conclusiones has llegado? —A ninguna, pero he elaborado varias teorías. ¿Se escabulle Carter para verse ilícitamente con la señora Grady, o se ha abandonado a un ciclo desesperado y destructivo de apuestas online con el ordenador portátil? —Podrían ser ambas cosas a la vez. —Es posible. Carter es muy capaz. —Jack se interrumpió cuando le mostraron la etiqueta de la botella e hizo una señal de asentimiento—. La señora probará el champán. Mientras empezaba el ritual del descorche, Jack se inclinó hacia Emma. —Y hete aquí a nuestra querida Mackensie, ignorante, confiada, trabajando como una esclava. ¿Podría el aparentemente inocente y afable Carter Maguire esconder secretos inconfesables? Tenía que averiguarlo. —¿Te has disfrazado y lo has seguido hasta la casa? —Lo pensé, pero descarté la idea. —Jack interrumpió su discurso cuando el sommelier puso un poco de champán en la copa de Emma para que lo degustara. Emma tomó un sorbo, esperó unos segundos y le dedicó al profesional una sonrisa que fundió su digna gelidez. —Es fantástico. Gracias. —Un placer, mademoiselle —respondió él sirviéndole una copa con maestría—. Espero que disfrute de cada sorbo. Monsieur… El sommelier dejó la botella en la cubitera, se inclinó y se marchó. —Dime cómo resolviste el misterio de Carter. —Espera un momento. He perdido el hilo después de que nos encandilaran sirviéndonos el champán. Ah, sí. He usado un método muy ingenioso: se lo he preguntado. —Diabólico. —Está escribiendo un libro, cosa que tú ya sabes —concluyó Jack. —Los veo casi cada día. Mac me lo había contado, pero tu método me ha parecido más divertido. Lleva años escribiendo ese libro, se dedica a él cuando puede. Mac lo ha animado a lanzarse a escribir este verano en lugar de dar clases de refuerzo. Creo que Carter es bueno.

—¿Has leído su libro? —No he leído el que está escribiendo ahora, pero tiene varios relatos y artículos publicados. —¿Ah, sí? Nunca lo había mencionado. Otro de los misterios de Carter. —Creo que nunca llegamos a saberlo todo de una persona, aunque haga mucho tiempo que la conocemos, o aunque la conozcamos muy bien. Siempre hay alguna faceta oculta. —Supongo que tú y yo podríamos dar fe de eso. Emma lo miró sonriendo con calidez y dio otro sorbo de champán. —Supongo que sí.

—Los camareros no son lo bastante altivos. Los has hechizado y quieren complacerte. Emma tomó una cucharadita escasa del suflé de chocolate que habían pedido para compartir. —En mi opinión, han bordado el nivel perfecto de altivez —comentó ella acercándose con delicadeza el postre a los labios. Un quejido silencioso dio fe de su opinión—. Es tan bueno como el de Laurel, y eso que el suyo es el mejor que haya probado jamás. —«Probado» es la palabra literal. ¿Por qué no te lo comes? —Lo estoy paladeando —respondió ella cogiendo otro trocito con la cuchara—. Hemos tomado cinco platos —suspiró al verse con el café delante—. Me siento como si hubiera hecho un viaje a París. Jack acarició con un dedo la mano de Emma. Se fijó en que nunca llevaba anillos. En parte por su trabajo, y en parte también porque no quería que repararan en sus manos. Era curioso, pensó, porque ese era uno de los aspectos más atractivos de ella. —¿Has ido alguna vez? —¿A París? —Emma saboreó un trozo más de suflé—. Estuve en una ocasión, pero era demasiado pequeña y no me acuerdo. Tengo una foto de mamá empujando mi cochecito por los Campos Elíseos. Luego volví a los trece años, con Parker y sus padres, Laurel, Mac y Del. En el último momento Linda le prohibió a Mac que fuera con la excusa de haberle hecho un desaire o haberse portado mal. Fue horrible. Pero la madre de Parker habló con ella y lo arregló. Nunca nos dijo cómo. Nos divertimos mucho. Pasamos unos días en París y dos semanas increíbles en Provenza. Emma se permitió tomar otra cucharada. —¿Y tú? ¿Has ido alguna vez? —Un par de veces. Del y yo viajamos en plan mochilero por Europa durante las primeras vacaciones de la universidad. Fue toda una experiencia. —Ah, ya me acuerdo. Las postales, las fotos, los correos electrónicos que enviabais desde los locutorios… Nosotras también queríamos hacer ese viaje, pero al morir los Brown… Fue demasiado, con tantas cosas por arreglar… Parker canalizó todo eso organizando el proyecto de negocio que acabó siendo Votos. Nunca logramos ir. —Emma se retrepó en su silla—. No me entra ni un solo bocado más. Jack hizo una señal para que trajeran la cuenta. —Muéstrame alguna de tus facetas ocultas. —¿De qué faceta hablas? —Cuéntame algo que no sepa de ti. —Ah… —Emma rio y dio un sorbo de café—. Veamos… Ya sé. A lo mejor ignorabas que fui la campeona del condado de Fairfield en el concurso de deletrear palabras.

—No puedo creerlo. ¿De verdad? —Sí, de verdad. De hecho, llegué a la competición estatal y me faltó esta pizquita de nada para ganar —Emma acercó el pulgar al índice hasta que ambos dedos casi se tocaron—, pero me eliminaron. —¿Con qué palabra? —Autocéfalo. Jack entornó los ojos. —¿Esa palabra existe? —Procede del griego. Dícese de los que no dependen de una autoridad superior, patriarcal especialmente. —Emma le deletreó la palabra—. Lo que ocurrió fue que con la presión del momento, la deletreé con una e en lugar de una a, y se acabó. De todos modos, sigo siendo un hacha en el Scrabble. —Yo soy mejor en matemáticas —confesó Jack. Emma se inclinó hacia él. —Ahora enséñame tú la faceta oculta. —Es buena —dijo Jack metiendo la tarjeta de crédito en un cartapacio de piel situado discretamente a la altura de su codo—. Casi iguala a la campeona de deletrear palabras. —Deja que sea yo quien lo juzgue. —Representé el papel de Curly cuando mi instituto montó el musical Oklahoma. —¿Lo dices en serio? —exclamó Emma apuntándole con un dedo—. Te he oído cantar y lo haces bien, pero no sabía que te interesara actuar. —Y no me interesa. Me interesaba Zoe Malloy, que era candidata al papel de Laurey. Estaba loco por ella. Por eso eché toda la carne en el asador cuando salí a cantar «Surrey with the Fringe on Top», y me dieron el papel. —¿Conquistaste a Zoe? —Sí. Fueron unas semanas fantásticas. Después, a diferencia de Curly y Laurey, rompimos. Y ese fue el final de mi carrera como actor. —Estoy segura de que fuiste un vaquero sensacional. Jack le sonrió brevemente con aire socarrón. —Bueno, esa fue la impresión que se llevó Zoe. Despachada la cuenta, se levantó y le tendió la mano a Emma. —Tomemos el camino más largo —propuso ella enlazando sus manos—. Creo que hace una noche estupenda. Era cierto. La noche era tan cálida y deslumbrante que incluso el tráfico que abarrotaba las calles deslumbraba con su resplandor. Pasearon y recorrieron un par de manzanas hasta que llegaron a la magnífica entrada del hotel. Una multitud de gente circulaba por el vestíbulo vestida con traje de chaqueta, tejanos o ropa de vestir. —Siempre ajetreados —comentó Emma—. Como en una película donde nadie dice «corten». —¿Quieres tomar una copa antes de subir? —Mmm, no. —Emma apoyó la cabeza en su hombro mientras ambos se dirigían al ascensor—. Ya tengo todo lo que quiero. Subió abrazada a él, mirándolo a los ojos. El pulso se le aceleraba, siguiendo la aceleración del

cubículo, que seguía ascendiendo y superando pisos. Cuando Jack abrió la puerta de la habitación, Emma se vio inmersa en un entorno iluminado con velas. Una botella de champán se enfriaba en una cubitera de plata que habían dejado sobre una mesa cubierta por un mantel blanco. Una rosa roja se alzaba altiva en un jarrón fino y unas velas bajas parpadeaban en sus cuencos de cristal. La música sonaba en el ambiente como un delicado susurro. —Oh, Jack. —¿Cómo habrá llegado todo esto hasta aquí? Riendo, Emma tomó su rostro entre sus manos. —Acabas de cambiar esta velada. Hemos pasado de estar disfrutando de la gran cita a estar viviendo una cita de ensueño. Es increíble. ¿Cómo lo has hecho? —Le pedí al maitre que avisara al hotel cuando nos trajeran la cuenta. No eres la única que sabe planear las cosas. —Bien, me gusta tu plan. —Emma lo besó demorándose en la sensación—. Mucho. —Me pareció que te gustaría. ¿Descorcho la botella? —Por supuesto. —Emma fue hacia la ventana—. Fíjate en la vista. Tantas luces, tanto ajetreo… y nosotros aquí arriba. El tapón cedió con un sofisticado «pop». Jack sirvió las copas y fue a brindar con ella. —Cuéntame más cosas —dijo él acariciándole apenas el cabello—. Algo que todavía no sepa. —¿Quieres que desvele otra faceta oculta de mi personalidad? —He descubierto a la campeona del deletreo, a la jugadora de fútbol imbatible… facetas todas ellas muy interesantes. —Creo que ya hemos dado un buen repaso a todas mis habilidades ocultas —puntualizó ella pasándole un dedo por la corbata—. Me pregunto si sabrás lidiar con mi lado oscuro. —Ponme a prueba. —A veces, cuando estoy sola de noche, después de un largo día de trabajo… sobre todo si me siento inquieta o tengo los nervios de punta… —Emma se interrumpió y tomó un sorbo de champán—. No estoy segura de si debería confesarte esto. —Estás entre amigos. —Es verdad. De todos modos, no son muchos los hombres que entienden lo que necesita una mujer. Y algunos no saben encajar que tenemos ciertas necesidades que ellos no pueden satisfacer. Jack volvió a beber. —Bien, no sé si ceder al miedo o a la fascinación. —Una vez le pedí a un hombre con quien salía que viniera a casa por la noche para que pudiéramos dedicarnos a esta actividad en concreto. No estaba preparado. Nunca se lo he vuelto a pedir a nadie más. —¿Tiene que ver con gadgets? Soy bueno con los gadgets. Emma hizo un gesto de negación. Fue a llenarse la copa hasta arriba y alzó la botella a modo de invitación. —Lo que hago es lo siguiente. —Y vertió espumoso en la copa de él—. En primer lugar, me llevo al dormitorio una copa enorme de vino. Enciendo unas velas. Me visto con alguna prenda delicada y cómoda, algo que me relaje, que me haga sentirme… femenina. Entonces me meto en la cama y coloco bien los almohadones, porque voy a dedicar la velada a mí misma. Cuando todo está preparado… cuando me meto de lleno en la situación… miro el DVD de Truly, Madly, Deeply.

—¿Una peli porno? —No es porno. —Riendo, Emma le dio un cachete en el brazo—. Es una historia de amor increíble. Juliet Stevenson está destrozada porque muere el hombre a quien ama, Alan Rickman. El dolor la embarga. Oh, es insoportable ver cómo sufre. —Con los ojos llenos de emoción, apoyó el mentón en la mano—. Lloro a mares. Luego él regresa como fantasma. La ama tanto… Te rompe el corazón, y también te hace reír. —¿Te rompe el corazón y te hace reír a la vez? —Sí. Eso es algo que los hombres no entienden. No te contaré la historia, solo te diré que es desgarradora, preciosa, triste y positiva. Es romántica hasta la médula. —¿Esto es lo que haces en secreto cuando por la noche te metes en la cama sola? —Así es. Lo he hecho cientos de veces. He tenido que comprarme dos veces el DVD. Jack, sin poder disimular su impresión, la examinó mientras bebía champán. —¿Un tío muerto es romántico? —¿Acaso no escuchas cuando hablo? Te estoy hablando de Alan Rickman, y sí, en este caso, es lo más romántico del mundo. Después de ver la película, que siempre termino llorando, me duermo como un bebé. —¿Qué te parece La jungla de cristal? Sale Rickman. Esa sí es una peli para verla cientos de veces. Algún día tendríamos que hacer una sesión doble. Si te atreves. —Yupi-kai-yi… Jack le sonrió. —Elige la noche que te vaya mejor de la semana que viene y quedamos. Pero tendremos que hacer unas palomitas. No podemos ver La jungla de cristal sin palomitas. —Me parece bien. Veremos de qué pasta estás hecho —dijo ella rozándole la boca con los labios—. Voy a cambiarme. No tardaré mucho. ¿Por qué no llevas el champán al dormitorio? —Muy bien. Una vez en el dormitorio, Jack se quitó la chaqueta y la corbata y se puso a pensar en ella, en las sorpresas, en las facetas y los estratos ocultos de Emma. Era muy curioso, pensó Jack. Creías conocer bien a una persona, por dentro y por fuera, y entonces te dabas cuenta de que había tanto por descubrir… y de que cuanto más sabías de ella, más querías conocer. Siguiendo un impulso, cogió la rosa que estaba metida en el jarrón y la dejó sobre la almohada. Cuando vio a Emma a la luz de las velas, se quedó sin aliento. La melena negra le caía suelta sobre su camisón de seda blanca, y su suave piel resultaba dorada en contacto con el blanco encaje. Emma clavó sus ojos, intensos y oscuros, en los de él. —Antes has dicho que esto era una cita de ensueño —logró articular Jack. —Quería representar bien el papel. La seda ondeó sobre sus curvas mientras caminaba hacia él, y cuando se le abrazó como solo Emma sabía hacer, su fragancia se desprendió en el ambiente como el aroma de las velas. —¿Te he dado las gracias por la cena? —Me las has dado. —Bueno… —susurró Emma mordisqueándole el labio superior antes de besarlo—. Gracias de nuevo. ¿Y por el champán? ¿Te he dado las gracias por el champán?

—Por lo que recuerdo, sí. —Por si acaso. —Emma, suspirando, unió su boca a la de él—. Y por las velas, la rosa, el largo paseo, la vista… —Su cuerpo ondulante le obligaba a ejecutar una danza lenta y circular. —De nada. Jack la atrajo hacia sí, más cerca, hasta que sus cuerpos quedaron pegados. Fue como si el tiempo se expandiera mientras ellos giraban en círculos, aferradas sus bocas, acompasados sus corazones. Emma absorbió su fragancia, su aroma. Tan conocidos, y tan nuevos. Acarició su cabello, broncíneo y dorado por el sol, y ensortijó sus dedos en él atrayéndolo hacia sí. Se tendieron sobre unas suaves sábanas blancas, embriagados por el perfume de una rosa roja. Suspiros, movimientos soñadores. Una caricia, un tierno contacto, iluminaron la piel de Emma. Ella le acarició el rostro, se abrió para él, de cuerpo y alma, y ambos se dejaron arrastrar por la pasión que enciende el amor romántico. Era todo lo que deseaba, lo que Emma siempre había deseado. La dulzura y la pasión. Y entregándose se sintió completa, hasta que se emborrachó de tanto amor. La piel de Jack contra su piel, tan cálida, le infundió una alegría serena aun cuando sus pulsos se acelerasen. Jack presionó los labios contra el corazón que estaba latiendo por él. ¿Lo sabía? ¿Era posible que no sintiera eso? Cuando él la tomó, lentamente, su nombre, su nombre tan solo, inundó su corazón. Ella le velaba la mente como una neblina argentosa, chispeaba en su sangre como el champán. Cada uno de sus movimientos lánguidos, cada susurro, cada roce lo seducían y lo embelesaban. Cuando Emma alcanzó el clímax, pronunció su nombre con una exhalación. Y sonrió. Jack sintió que algo se precipitaba en su interior. —Eres tan bonita… —murmuró—. Eres preciosa. —Así me siento cuando tú me miras. Jack le rozó el pecho con los dedos y observó cómo se le iluminaban los ojos de placer. Acercó su boca a él y lo degustó delicadamente con los dientes y la lengua, sintiendo que el cuerpo de ella temblaba de anticipación. —Te deseo. —Emma, sin aliento, se arqueó debajo de él—. Solo te deseo a ti, Jack. Lo envolvió en su cuerpo, tomándolo, moviéndose con él de un modo rítmico, lento, paladeándolo. Jack, inmerso en ella, se abandonó.

Una vez saciado, apoyó la mejilla en su pecho y dejó vagar el pensamiento. —¿Hay alguna posibilidad de hacer novillos y quedarnos aquí mañana? —Mmm. —Emma jugueteaba con su pelo—. Esta vez, no. Pero aplaudo tu ocurrencia. —Tal como están las cosas, vamos a tener que levantarnos de madrugada. —Yo prefiero quedarme despierta que dormir unas horas. Jack levantó la cabeza y le sonrió. —Es curioso. Estaba pensando lo mismo. —Sería una pena desperdiciar lo que queda de ese champán y de esas fantásticas fresas bañadas en chocolate. —Un delito. Quédate aquí. No te muevas. Iré a buscarlas.

Emma se estiró y suspiró. —No voy a ninguna parte.

18

A

EMMA ENTRARA en casa, Mac apareció en la puerta. —He esperado a que Jack se marchara —dijo Mac en voz alta mientras subía la escalera—. A eso lo llamo yo contención hercúlea. —Frunció el ceño al entrar en el dormitorio de Emma—. Estás deshaciendo la maleta y poniéndolo todo en su sitio. Odio tanta eficacia. ¿Por qué ninguna de vosotras es tan dejada como yo? —Tú no eres dejada. Solo un poco relajada con tu espacio personal. —Oye, eso me gusta. Relajada con mi espacio personal. Bueno, ya está bien de hablar de mí. Cuéntamelo todo. He dejado a mi amante solito con su cuenco de cereales. Emma, con el vestido de la noche anterior en las manos, giró con alegría. —Ha sido fabuloso. Todos y cada uno de los minutos. —Detalles, detalles, detalles. —Un restaurante francés muy elegante, champán, suite del Waldorf. —Eso es muy de tu estilo. Una cita orientada hacia lo elegante y llamativo; otra más informal, puede que un picnic en la playa, a la luz de la luna, con unas velas metidas dentro de unas pequeñas conchas… Emma cerró la maleta ya vacía. —¿Por qué no estaré saliendo contigo? —Formaríamos una pareja encantadora, es cierto. —Mac, pasándole un brazo por la espalda, se volvió hacia el espejo y estudió el reflejo de ambas: Emma con sus tejanos ceñidos y una blusa veraniega, y ella con el pantalón y la camiseta de algodón con los que había dormido—. Impresionante de verdad. En fin, podemos reservárnoslo por si las cosas no nos salen bien. —Siempre ayuda tener un plan B. Oh, Mac, ha sido una noche perfecta. —Emma se volvió, se apretujó contra Mac y luego hizo una pirueta—. No hemos dormido. Ni un minuto. Es increíble que tengamos tanto de que hablar, tantas cosas que descubrir el uno del otro. Charlamos durante toda la cena y luego fuimos a dar un largo paseo. Él había dispuesto que nos subieran champán, encendieran unas velas y pusieran música. —Uau. —Bebimos champán, hablamos e hicimos el amor. Fue tan romántico… —Emma cerró los ojos con un murmullo y se abrazó a sí misma—. Luego seguimos hablando y bebiendo más champán, y volvimos a hacer el amor. Hemos desayunado a la luz de las velas y… —Habéis vuelto a hacer el amor. —Sí. Hemos regresado a casa en medio de un tráfico espantoso, con la capota bajada, y la circulación no nos ha molestado. Nada nos molestaba. Nada podía afectarnos. —Volvió a abrazarse a sí misma—. Mac, soy feliz. Siempre estoy feliz. —Sí, menuda lata. —Lo sé, pero te aguantas. En fin, soy feliz, y nunca pensé que podría llegar a serlo tanto. Ignoraba que fuera capaz de sentir todo esto, que tendría ganas de saltar, de bailar, de hacer piruetas y cantar. Como Julie Andrews en lo alto de la montaña. LOS CINCO MINUTOS DE QUE

—Oye, de eso ni hablar que es un latazo. —Ya lo sé, estoy hablando de cómo me siento. Por mucho que imaginara cómo sería estar locamente enamorada, no tenía ni idea. Emma se dejó caer encima de la cama y sonrió mirando al techo. —¿Siempre te sientes así, con Carter quiero decir? Mac se sentó a su lado. —Nunca pensé que me enamoraría. En realidad, no. Nunca pensé en el tema como pensabas tú, ni lo pretendía. De alguna manera, se presentó calladamente, pero también me cayó encima como una tonelada de ladrillos. Sigue desconcertándome que sienta algo así, y no me refiero a la faceta de hacer piruetas y cantar, porque ni siquiera me sentiría cómoda. Sin embargo, noto esas ganas de saltar y bailar. Y existe otra persona que siente eso mismo por mí. Háblame de tu desconcierto. Emma le cogió la mano. —No sé si Jack siente lo mismo por mí, al menos como yo. Pero sé que le importo. Sé que se preocupa por mí. Y tengo tanto que dar, Mac, que quiero creer que este amor que siento… fructificará, supongo. Antes pensaba que lo amaba, pero ahora creo que mi enamoramiento tenía mucho que ver con el deseo. Porque esto es distinto. —¿Puedes decírselo? —Hace un par de días te habría respondido que no. No quiero estropearlo todo, no quiero inclinar la balanza. De hecho, dije que no cuando Parker y yo hablamos del tema. Pero ahora creo que sí puedo hacerlo, que debería hacerlo. Solo tengo que decidir cómo y cuándo. —Yo me asusté cuando Carter me dijo que me amaba. No te entristezcas si él se asusta un poco, al menos al principio. —Creo que cuando le dices a alguien que lo amas no es porque esperes algo de él, sino porque tienes cosas que ofrecerle. —Deshaces la maleta al llegar a casa después de haber pasado la noche fuera. Tienes un carácter positivo, y encima aciertas de lleno hablando del amor. Me sorprende que las tres no hayamos unido nuestros esfuerzos para darte una buena paliza de vez en cuando. —No habríais podido, porque me queréis. Mac se colocó frente a ella. —Te queremos. Estoy de tu lado, Em. Todas lo estamos. —Entonces es imposible que las cosas salgan mal.

El sonido de alguien que llamaba a la puerta interrumpió a Emma, que estaba clasificando la entrega de la mañana. Refunfuñando un poco, dejó pendientes las flores y torció el gesto al ver a Kathryn Seaman y a su hermana a través del cristal. Sudorosa y hecha una birria no era el modo de impresionar a unas clientas importantes. Atrapada, forzó una sonrisa y abrió la puerta. —Señora Seaman, señora Lattimer… ¡qué agradable verlas! —Te pido disculpas por aparecer sin avisar, pero Jessica y sus chicas han decidido cómo irán vestidas las damas de honor y he querido traerte la muestra del tejido. —Perfecto. Por favor, entren. ¿Les apetece tomar alguna cosa? ¿Un té al sol? Hace un día muy bueno.

—Me apetece mucho —dijo Adele de inmediato—. Si no es molestia. —En absoluto. ¿Por qué no se sientan y se ponen cómodas? Tardaré un minuto. Té, pensó Emma corriendo hacia la cocina. Rodajas de limón, las tazas buenas… Mierda, mierda. Una bandejita con galletas. Gracias a Dios por la lata de emergencia de Laurel. Lo puso todo en una bandeja y se pasó la mano por el pelo. Sacó el brillo de labios de emergencia de un cajón de la cocina, se los pintó y se pellizcó las mejillas. Poca cosa más podía hacer en esas circunstancias, solo respirar hondo un par de veces para cerciorarse de que su aspecto fuera sereno. Regresó caminando pausadamente y se fijó en que las dos mujeres estaban curioseando en la estancia donde recibía a las clientas. —Kate me ha dicho que tienes un taller muy bonito, y no le falta razón. —Gracias. —¿Arriba tienes tu espacio privado? —Sí. No solo es práctico, sino que además es muy cómodo. —He visto que tu socia, Mackensie, está ampliando su estudio. —Sí. —Emma sirvió el té y siguió de pie al ver que ninguna de las dos mujeres parecía decidida a sentarse—. Mac se casa en diciembre y ella y su marido necesitarán más espacio en su apartamento. Por eso están ampliando también la zona del estudio. —¿Verdad que es emocionante? —Adele, dando un sorbo de té, siguió paseando, tocando las flores y estudiando las fotos—. Me refiero a planear la boda de una del grupo. —Es emocionante, sí. Somos amigas desde niñas. —Me he fijado que en esta foto de aquí aparecen unas niñas. ¿Sois vosotras? —Sí, son Laurel y Parker. Nos lo pasábamos muy bien jugando al «día de la boda» —le contó Emma sonriendo al ver la foto—. Ese día me tocó a mí ser la novia y a Mac, como avanzándose al futuro, la fotógrafa oficial. Siempre cuenta que fue en ese momento, el de la mariposa azul, cuando supo que quería ser fotógrafa. —Qué encanto… —Kathryn se volvió hacia Emma—. Hemos interrumpido tu trabajo y estamos abusando de tu tiempo. —Me gusta tomarme un descanso de vez en cuando. —Espero que hayas sido sincera, porque me muero por ver dónde trabajas —terció Adele—. ¿Preparas algún arreglo hoy? ¿Algún ramo? —Ah… En realidad, estoy clasificando la entrega de esta mañana. Por eso voy hecha un guiñapo. —Dirás que soy una desvergonzada, porque voy a pedirte si puedo ver el lugar donde trabajas. —Oh, claro que sí. —Emma le dedicó una mirada de inteligencia a Kathryn—. No se apure. —Yo ya lo he visto. —Sí, pero no mientras estaba metida en faena. —Emma les indicó el camino—. Clasificar es… esto, tal como ven —indicó ella señalando la mesa de trabajo. —¡Mira qué flores! —Adele, ruborizándose de la emoción, se adelantó—. ¡Oh, y cómo huelen las peonías! —Son las favoritas de la novia —le contó Emma—. Le pondremos este rojo exuberante en el ramo, que contrastará con los rosados intensos y atrevidos y con los tonos pálidos y delicados. Irá atado con

una cinta de color vino y unas tachuelas rosa caramelo. Las damas llevarán el mismo ramo en pequeño, en la variante de los tonos rosados. —¿Conservas las flores en cubos? —En una solución que las hidrata y nutre. Es una buena manera de mantenerlas frescas, y de que duren más tras la ceremonia. Las guardaré en la cámara hasta que estemos listas para hacer el diseño. —¿Cómo…? —Adele —Kathryn chasqueó la lengua—, estás interrogando a la chica. —Vale, vale. Tengo un montón de preguntas que hacerte, ya lo sé, pero hablo muy en serio cuando digo que quiero montar una empresa de organización de bodas en Jamaica. —Adele, con un gesto afirmativo, volvió a examinar el ambiente—. El montaje es perfecto, por eso pienso que difícilmente podré tentarte para que vengas conmigo. —Sí, pero no me importa contestar a sus preguntas. De todos, modos, para obtener una visión general del tipo de negocio de que se trata, Parker es la persona más indicada. —Nos vamos ya. No queríamos molestarte —dijo Kathryn cogiendo el bolso—. Toma la muestra. —Oh, qué color tan bonito… Parece una hoja tierna de primavera vista a través de una gota de rocío. Es perfecto para montar una boda de cuento de hadas. —Emma se volvió hacia su exposición y eligió un tulipán de seda blanco—. ¿Ven cómo reluce el blanco contra este verde acuoso? —Sí, sí, es cierto. Cuando hayamos dado el visto bueno a los diseños definitivos, te enviaremos los esbozos. Gracias, Emma, por habernos dedicado este rato. —Nuestro trabajo es asegurarnos de que ese día sea perfecto para Jessica. —¿Lo ves? —exclamó Adele dándole un golpecito a su hermana en el brazo—. Esta es precisamente la actitud que quiero. De hecho, creo que El Día Perfecto sería un nombre fantástico para el negocio. —Me gusta —apuntó Emma. —Si cambias de idea, ya tienes mi tarjeta —le recordó Adele—. Te prometo un diez por ciento más de lo que ganas actualmente al año.

—Estoy intentando no enfadarme porque haya querido contratarte otra vez. —Parker se quitó los zapatos al término de su segunda consulta, que había sido muy intensa. —¿Cuánto te ofreció por instalarte en Jamaica? —preguntó Emma. —Me dio carta blanca, y yo le dije que estaba cometiendo un fallo garrafal. Nadie merece carta blanca, sobre todo cuando estás montando un proyecto de empresa. —Esa mujer nada en la abundancia —aclaró Laurel—. Sí, ya sé que eso no perjudica a un negocio a efectos prácticos, pero esa mujer está acostumbrada a nadar en la abundancia. —La idea es buena: una exclusiva empresa de organización de bodas que ofrezca todos los servicios en un destino típico para casarse. Además, es lo bastante lista para contratar empleados con experiencia probada. Pero tendrá que definir un presupuesto, y atenerse a él. —¿Por qué no lo montamos nosotras? —quiso saber Mac—. No estoy diciendo que hagamos las maletas y nos mudemos a Jamaica, a Aruba o dondequiera, sino que podríamos montar una sucursal de Votos en algún lugar exótico. Arrasaríamos. —Ya te arrasaré yo a ti —precisó Laurel formando una pistola con los dedos pulgar e índice y haciendo el gesto de dispararle—. ¿No tenemos bastante trabajo ya?

—He pensado en eso. Laurel miró boquiabierta a Parker. —Déjame ponerme las pilas, que no te sigo. —Solo se trata de un par de ideas sueltas que tengo para el futuro. —Cuando perfeccionen la técnica de la clonación humana. —Pienso en una franquicia más que en una sucursal —explicó Parker—. Con unos requisitos muy específicos. Ahora bien, todavía no he elaborado el proyecto en detalle ni me he planteado los problemas que puedan surgir. Si lo hago, o cuando lo haga, lo discutiremos a fondo. Y todas tendremos que estar de acuerdo. Por ahora te doy la razón: tenemos trabajo de sobra. Salvo durante la tercera semana de agosto, que está en blanco. —Ya me he fijado. Quería preguntarte la razón —dijo Emma mientras se estiraba para aliviar la molestia en las lumbares—. Pensaba que era yo quien había olvidado anotar algún acto. —No, no hay ningún acto esa semana porque la he dejado libre. Puedo cambiar eso, de todos modos, si ninguna de vosotras está interesada en pasar una semana en la playa. Durante unos segundos reinó el silencio, y luego las tres mujeres saltaron de alegría. Laurel agarró a Parker de la mano y tiró de ella para que se les uniera. —Me ha parecido comprender que estáis interesadas. —¿Podemos hacer las maletas ahora? ¿Podemos, di, podemos? —preguntó Mac. —Filtro solar, un biquini y un vaso mezclador para preparar margaritas. No necesitamos nada más. —Laurel tiró de Parker sin dejar de moverse—. ¡Vacaciones! —¿Adónde iremos? —preguntó Emma—. ¿A qué playa? —¿Qué más da? —Laurel se dejó caer en el sofá—. A la playa. Eso quiere decir una semana sin preparar fondants ni pasta de azúcar para modelar. Dejad que me seque esta lágrima de la mejilla. —A los Hamptons. Del ha comprado una casa. —¿Del ha comprado una casa en los Hamptons? —Mac alzó los puños al aire—. Bien por Del. —En realidad, la ha comprado el Bufete de Abogados Brown. Algunos de los papeles que traía para firmar tenían que ver con eso. Surgió la posibilidad de comprar una propiedad. Una buena inversión. No comenté nada por si la cosa no cuajaba, pero ahora el trato ya está cerrado. Por eso haremos las maletas y en agosto iremos todos a pasar una semana a la playa. —¿Todos? —repitió Laurel. —Nosotras cuatro, Carter, Del y Jack, claro. Hay seis dormitorios y ocho baños. Espacio de sobra para todos. —¿Lo sabe Jack? —preguntó Emma. —Sabe que Del estaba valorando si compraría la propiedad, pero no sabía nada del plan de este agosto. Ambos pensamos que no tenía ningún sentido deciros que podíamos tomarnos una semana libre si no cerrábamos el trato. »Ahora ya está hecho. —Tengo que ir a decírselo a Carter. —Mac le dio un beso sonoro a Parker y salió corriendo—. ¡Bien! —Es fantástico. Voy a escribirlo en mi calendario, y dibujaré en él un montón de corazoncitos y de radiantes soles. Pasear por la playa a la luz de la luna… —Emma abrazó a Parker—. Voy a llamar a

Jack. Una vez a solas, Parker observó a Laurel. —¿Te pasa algo? —¿Qué? No. ¿Qué me va a pasar? Playa, una semana. Creo que estoy en estado de shock. Necesitamos ropa playera. —Y que lo digas. Laurel se levantó de golpe. —Vámonos de compras.

Cuando le sobrevenía la inspiración, Emma no la dejaba pasar de largo. Tuvo que hacer unas cuantas combinaciones y, por suerte, una clienta fue lo bastante flexible para aceptar reunirse con ella en menos de una hora, pero al final consiguió que la tarde del lunes le quedara libre. Había planeado sorprender a Jack dando un giro a su habitual cita nocturna de los lunes. Al salir, pasó por la mansión para ir al despacho de Parker. Su amiga iba arriba y abajo, con los auriculares puestos, e hizo un gesto de desolación al ver entrar a Emma. —Estoy segura de que la madre de Kevin no ha querido mostrarse crítica ni insultarte. Tienes toda la razón, es tu boda, es tu día y tú eliges. Tienes todo el derecho… Sí, él es un encanto, Dawn, y sus modales son impecables. Ya lo sé… ya lo sé. Parker cerró los ojos e hizo el gesto de estrangularse para que Emma lo viera. —Mira, ¿por qué no dejas que sea yo quien se encargue de la situación? Kevin y tú no estaríais tan tensos. A veces, es mejor que sea alguien de fuera quien explique que… Estoy segura de que no es su intención. Sí, claro. Yo también me enfadaría, pero… ¡Dawn, escúchame! —Parker endureció un poco el tono de voz. Emma supo reconocer ese recurso, muy útil para atajar cualquier posible rabieta de la novia —. Tienes que recordar, por encima de todo, de cualquier insignificancia o complicación, por encima de cualquier desacuerdo, que ese día, con todo lo que eso implica, se celebra por ti y por Kevin. Y tienes que recordar también que mi papel es procurar que los dos disfrutéis de ese día tan deseado. Parker alzó los ojos al techo. —¿Por qué no sales a cenar con Kevin, los dos solos? Puedo reservarte una mesa donde quieras… Me encanta ese restaurante. —Parker garabateó un nombre en una libreta—. ¿Digamos a las siete? Me ocupo de ello ahora mismo. Esta noche hablaré con su madre. Mañana todo estará arreglado. No te preocupes. Te digo algo pronto. Sí, Dawn, para eso estoy aquí. Bien. Fantástico. Ajá. Adiós. Parker levantó un dedo. —Un minuto, por favor. —Tras ponerse en contacto con el restaurante elegido por la novia y conseguir hacer una reserva, se quitó los auriculares. Dio un profundo suspiro, dejó escapar un grito entusiasta y asintió—. Ahora estoy mucho mejor. —¿Dawn tiene problemas con su futura suegra? —Sí. Por extraño que parezca, la MDNO no entiende ni aprueba el personaje que la novia ha elegido para que le lleve los anillos. —No tendría que meterse en es… —Será Judías, el bull terrier bostoniano de la novia.

—Ah, lo había olvidado —barbotó Emma frunciendo el ceño—. Espera. ¿Conocía yo el dato? —No lo creo, porque Dawn me lo comentó hace tan solo un par de días. La MDNO cree que es una idiotez, un acto indigno y vergonzoso. Y lo ha expresado en unos términos muy claros. La novia ha sacado la conclusión de que su futura suegra odia a los perros. —¿Llevará esmoquin? Parker esbozó una leve sonrisa. —De momento, solo pajarita. Si la novia quiere un perro, tendrá un perro. Invitaré a la MDNO a tomar una copa. Es mejor tratar estas cuestiones en persona, y acompañarlas de bebidas espirituosas. A ver si aplacamos los ánimos. —Te deseo buena suerte. Voy a la ciudad. Quiero darle una sorpresa a Jack y prepararle la cena. No volveré hasta mañana por la mañana. Pero también veré si Laurel y tú no habéis arramblado con toda la ropa sexy y playera que hay en Greenwich. —Puede que haya quedado algún top sin espalda. Y a lo mejor un par de sandalias. —Los encontraré. Iré al súper y pasaré por el vivero. ¿Necesitas algo? Puedo traértelo mañana por la mañana. —¿Irás a la librería? —Yendo a la ciudad, ¿qué diría mi madre si no entro a verla? —Perfecto. Me guarda un libro que le encargué. —Lo recogeré yo. Si se te ocurre algo más, llámame al móvil. —Diviértete. —Al salir Emma del despacho, Parker consultó la BlackBerry. Suspiró y marcó el número de la madre de Kevin.

Encantada de poder disponer de unas horas libres, Emma decidió detenerse primero en el vivero. Se concedió el lujo de pasear y disfrutar un poco antes de ponerse a trabajar seleccionando el producto. Amaba tanto las fragancias de la tierra, las plantas y la vegetación que tuvo que contenerse para no empezar a comprar de todo un poco. Sin embargo, se prometió a sí misma que regresaría a la mañana siguiente y elegiría unas plantas para la finca. De momento quería pensar qué clase de macetas quedarían bien en la entrada del porche trasero de Jack. Encontró dos finas urnas de color bronce oxidado y decidió que eran perfectas para flanquear la puerta de la cocina. —¿Nina? —exclamó Emma haciendo un gesto a la encargada—. Me llevaré estas dos. —Son magníficas, ¿verdad? —Lo son. ¿Puedes hacer que las carguen en mi coche? Está aparcado aquí delante. Y necesito tierra para llenarlas. Voy a elegir las plantas. —Tómate todo el tiempo que desees. Emma encontró exactamente lo que quería. Eligió una gama de rojos y púrpuras intensos con algunos matices dorados para equilibrar el conjunto. —Maravilloso —comentó Nina cuando Emma se acercó a la caja empujando el carrito—. Colores fuertes y texturas fabulosas. Además, ese heliotropo huele muy bien. ¿Es para una boda? —No, en realidad es un regalo para un amigo.

—Tu amigo tiene suerte. Lo hemos cargado todo en el coche. —Gracias. Emma fue de tiendas por la ciudad y se permitió el capricho de comprarse unas sandalias, una falda muy airosa y, pensando en un verano de hacía años, un pañuelo de atrevido estampado para usarlo como pareo. Entró en la librería y saludó a la cajera que estaba facturando en el mostrador. —¡Hola, Emma! Tu madre está en la trastienda. —Gracias. Lucía estaba abriendo una caja de libros que acababan de recibir, pero en el instante en que reconoció a su hija, dejó la mercancía y se puso a hablar con ella. —Esto sí que es una sorpresa. —He salido a gastar dinero. —Emma se inclinó por encima de la caja para besar a su madre en la mejilla. —Es mi actividad favorita, o casi. ¿Qué has comprado para estar tan contenta, o…? —Y toqueteó la pulsera de Emma—. ¿O solo eres feliz? —Las dos cosas. Voy a prepararle la cena a Jack, y todavía tengo que ir al súper. Pero he encontrado unas sandalias monísimas, que, por supuesto, me he visto obligada a estrenar. Emma giró sobre sí misma para mostrárselas. —Sí que son monísimas. —Y… —Emma tocó con los dedos sus nuevos pendientes de oro para hacerlos bailar. —Ah, son muy bonitos. —Y además he comprado una falda preciosa estampada con amapolas, un par de camisetas, un pañuelo… y más cosas. —Mira qué bien… Esta mañana he visto a Jack. Creo que ha dicho que hoy ibais al cine. —Cambio de planes. Voy a prepararle tu falda de ternera. La señora Grady tenía una pieza en el congelador y le he suplicado que me la diera. La he dejado marinándose toda la noche. Está en el coche, en una nevera portátil. He pensado que cortaría unas patatas a lo largo y las asaría con tomillo, y que quizá le añadiría unos espárragos y un buen trozo de pan untado en aceite. ¿Qué te parece? —Muy masculino. —Bien, esa es la idea. No he conseguido sacarle un postre a Laurel. No ha habido manera de convencerla. Está hasta las cejas de trabajo. Pero he pensado que un buen recurso podría ser un helado con unas fresas. —Una cena masculina y equilibrada. ¿Celebráis algo en especial? —En parte quiero agradecerle la noche increíble que pasamos en Nueva York, y además… voy a decírselo, mamá. Voy a decirle lo que siento por él, le diré que le quiero. No me parece honesto guardar tantas cosas aquí —y se llevó la mano al corazón—, y no decírselo. —El amor es valiente —le recordó Lucía—. Sé que cuando Jack pronuncia tu nombre, es feliz. Estoy contenta de que me lo hayas dicho. Esta noche pensaré en los dos para desearos toda la felicidad del mundo. —Te lo agradezco. Ah, me ha dicho Parker que le guardas un libro. Hemos quedado en que lo recogería yo.

—Iré a buscarlo. —Lucía cogió a Emma por la cintura y las dos mujeres salieron del almacén—. ¿Me llamarás mañana? Me gustará que me cuentes cómo ha ido la cena. —Te llamaré a primera hora. —¿Emma? Emma se volvió y sonrió a una hermosa morena a la que no logró situar. —Hola. —¡Eres tú! ¡Hola, Emma! Emma se vio zarandeada en un abrazo entusiasta. Atónita, estrechó amigablemente a la joven mientras lanzaba una mirada interrogativa a su madre. —Rachel, veo que has venido a pasar unos días. ¿Qué tal la universidad? —Lucía sonrió dándole pistas a su hija—. Parece que fue ayer cuando Emma iba a tu casa a hacerte de canguro. —Ya lo sé. Casi no… —¿Rachel? ¿Rachel Monning? —Emma se apartó un poco para mirar a la joven de brillantes ojos azules—. Dios mío. Estás increíble. No te había reconocido. Has crecido, y estás preciosa. ¿Cuándo dejaste de tener doce años? —Hace tiempo. Bastante tiempo, entre una cosa y la otra, y con la universidad de por medio. Oh, Emma, estás fantástica. Como siempre. No puedo creer que haya coincidido contigo de esta manera. De hecho, iba a llamarte. —¿Vas a la universidad? ¿Has venido a casa a pasar las vacaciones de verano? —Sí. Me queda un año más. Estoy trabajando en Estervil, como relaciones públicas. Me he tomado el día libre porque necesitaba un libro. Un dietario para planificar mi boda. ¡Estoy prometida! Rachel le mostró el brillante que resplandecía en su mano. —¿Prometida? —Emma logró controlarse. La impresión la había dejado sin palabras—. Pero si hace diez minutos estabas jugando con tus Barbies… —Creo que ya hace más de diez años de eso. —A Rachel se le iluminó la cara al estallar en carcajadas—. Tienes que conocer a Drew. Es increíble. Qué cosas digo, claro que lo conocerás. Nos casaremos el verano próximo, después de que me licencie, y me gustaría mucho que te ocuparas de las flores y de, bueno, de todo. Mi madre dice que no hay nada como Votos. ¿Te lo puedes creer? Me voy a casar y tú diseñarás mi ramo. Solías confeccionarme unos ramos de pañuelos de papel, y ahora me harás uno de verdad. Emma notó una punzada en el estómago y, aunque se odió por ello, no pudo engañarse a sí misma. —Me alegro mucho por ti. ¿Desde cuándo? —Desde hace dos semanas, tres días y… —Rachel consultó el reloj—, dieciséis horas. Oh, ojalá tuviera más tiempo, pero tengo que recoger el dietario y marcharme corriendo si no quiero llegar tarde. —Volvió a abrazar a Emma—. Te llamaré y hablaremos de las flores, de los pasteles y… en fin, de todo. ¡Adiós! Adiós, señora Grant. Hasta pronto. —Rachel Monning se casa. —Sí —dijo Lucía dándole unos golpecitos a su hija en el hombro—. Se casa. —Fui su canguro. Le hacía trenzas en el pelo y dejaba que se quedase levantada hasta tarde. Y ahora le prepararé el ramo de novia. Caray, mamá… —Venga, mujer… —dijo Lucía sin molestarse en disimular su risa socarrona—. ¿No vas a pasar la

noche con el príncipe azul? —Sí, es verdad. Ya lo entiendo. Cada cual sigue su camino, pero… caray. Emma logró dejar de pensar en canguros y bodas y terminó sus compras. Acababa de salir del súper cuando otra persona la saludó en español. —¡Buenas tardes, bonita! —Rico, ¿cómo estás? —En lugar de un abrazo, Emma recibió un par de calurosos besos en las mejillas. —Mejor, ahora que te he visto. —¿Cómo es que no estás volando hacia algún destino fabuloso? —Acabo de regresar de Italia. El propietario ha ido con la familia a la Toscana para descansar y divertirse. —Ah, qué vida tan dura la del piloto particular. ¿Cómo está Brenna? —Rompimos hace un par de meses. —Oh, lo siento. No lo sabía. —Así están las cosas —dijo Rico encogiéndose de hombros—. Deja que te ayude con los paquetes. —Tomó las bolsas de la compra y les echó un vistazo de camino al coche—. Parece que ahí llevas un buen manjar, mejor que la cena de muerto de hambre que me espera en el mármol de la cocina. —Pobrecito… —Emma se rio mientras abría la puerta del acompañante—. Déjalo aquí. El asiento de atrás está a tope. —Ya lo veo —dijo él echando un vistazo a las plantas y las bolsas que había en el asiento trasero—. Parece que has planeado una noche ajetreada, pero si quieres cambiar de idea, te llevaré a cenar. —Rico le pasó un dedo por el brazo flirteando con ella—. O todavía mejor, te daré esas clases de vuelo de las que hablamos. —Gracias, Rico, pero salgo con alguien. —Tendrías que salir conmigo. Si cambias de idea, en el momento que sea, llámame. —Si cambio de idea, serás el primero en saberlo. —Emma lo besó en la mejilla y dio la vuelta al coche para acceder a la puerta del conductor—. ¿Recuerdas a Jill Burke? —Ah… esa rubita que siempre se reía. —Sí. Ella también está sin pareja. —¿Ah, sí? —Deberías llamarla. Seguro que le encantaría que le dieras esa clase de vuelo. Rico sonrió, y las chiribitas de sus ojos le recordaron por qué se había divertido tanto con ese hombre. Entró en el coche y se alejó con un saludo. Pensando en los maceteros, las plantas y los alimentos que había comprado, Emma aparcó el coche en la parte trasera del edificio donde vivía Jack intentando acercarlo en lo posible a la escalera. Inclinó la cabeza para examinar el pequeño porche de la cocina e hizo un gesto de afirmación. Los maceteros quedarían bien, muy bien, de hecho. Ansiosa por ponerse manos a la obra, dio la vuelta a la casa hasta llegar a la puerta principal. El cristal biselado y los altos ventanales frontales permitían que entrara una luz generosa que contribuía a dar un aire estiloso y cómodo a la zona de recepción. Jack había acertado al optar por un ambiente más cálido e informal en lugar de decidirse por una fría elegancia. El espacio transmitía calma y una silenciosa dignidad, que contrastaba con el caos que, tal como sabía Emma, solía reinar en los despachos

particulares y las salas de reunión. —Hola, Michelle. —Emma, ¿qué tal? —La mujer sentada a una mesa de impecable pulcritud alzó la vista del ordenador y giró su butaca. —Muy bien. ¿Cómo te encuentras? —Llevo veintinueve semanas y sigo contando. —Michelle se dio un golpecito en su vientre de embarazada—. Nos encontramos perfectamente. Me encantan tus sandalias. —A mí también. Acabo de comprármelas. —Son fantásticas. Vienes a tu cita del lunes por la noche, ¿verdad? —Exacto. —¿No llegas un poco pronto? —He cambiado de planes. ¿Está muy ocupado Jack? De hecho, no se lo he comentado. —Todavía no ha vuelto. Llegará tarde, ha tenido un problema técnico en una obra. No está muy contento con los operarios, ni con el nuevo inspector del condado, no sé… ni con lo que está haciendo en este momento. —Oh. —Emma torció el gesto—. En esas circunstancias quizá el nuevo plan no sea tan buena idea como pensaba. —¿Me lo puedes contar? —Por supuesto. Había pensado que le daría una sorpresa preparándole la cena y regalándole unos maceteros que he comprado para su porche trasero. Cenaríamos y veríamos una película en casa en lugar de salir. —Si quieres mi opinión, tu idea es genial. Creo que a Jack le encantará cenar en casa después del día que ha tenido. Llama para decírselo, si quieres, pero creo que llegará alrededor de las tres con el inspector de obras. —Démosle tiempo entonces. El problema, Michelle, es que no tengo llave. Fue tan solo un instante, pero Emma percibió un leve estupor. —Ah, bueno, eso no es problema. —Michelle abrió un cajón de su escritorio y tomó un juego de llaves. —¿Te parece correcto? —Emma se sintió mortificada de tener que pedir la llave. —Claro que sí. ¿Por qué no? Jack y tú sois amigos desde hace años y ahora tú eres… —Sí, lo somos —dijo Emma exagerando su alegría—. El otro problema que tengo es que los dos maceteros que he comprado pesan unos veintitrés kilos cada uno. —Chip está en la parte trasera. Te lo enviaré. —Gracias, Michelle —dijo Emma tomando las llaves—. Me has salvado la vida. Con las llaves en la mano, salió de nuevo para volver a entrar por la parte trasera. Se dijo que de nada servía mostrarse cortada u ofendida porque el hombre con el que llevaba casi tres meses acostándose, y al que conocía desde hacía más de diez años, no se hubiera preocupado de darle llaves de su casa. Aquel gesto no era nada simbólico, en absoluto. Jack no le impedía entrar en su casa. Tan solo… Qué más daba. Seguiría montando el plan de esa noche. Le regalaría unas flores, le prepararía la cena y le diría que lo amaba.

Y, caray, le pediría una llave.

19

E

alegremente la compra, distribuyendo los girasoles que había traído de su casa para decorar el mármol de la cocina de Jack y estudiando cómo iba a arreglar los maceteros. Había acertado al pensar que quedarían perfectos junto a la puerta. Mientras plantaba salvia roja tras el heliotropo púrpura, decidió que el conjunto ganaría con unas notas de color atrevidas e intensas. La combinación de plantas que había elegido daría flores y colorido al espacio durante toda la temporada. El efecto mejoraría cuando la lobelia creciera en cascada y la verbenácea desbordara el macetero. Sus plantas recibirían cálidamente a Jack cuando este subiera por la escalera. Y además, pensó sonriendo con timidez, actuarían de recordatorio y le harían pensar en la mujer que había dispuesto esa bienvenida. Se puso de cuclillas y examinó el efecto final. —Es una preciosidad, si me está permitido decirlo. Después de apilar los tiestos vacíos y los paquetes de abono, Emma cambió de posición y se dispuso a repetir el arreglo floral en la segunda urna. Se preguntó si Jack tendría una regadera, pero dedujo que era improbable. Tendría que habérsele ocurrido antes, aunque ya se las arreglarían hasta que él comprara una. Contenta de remover la tierra, Emma tarareaba al son de la radio que había encendido. A los maceteros de la entrada principal les faltaba garra, pensó sin abandonar la tarea. Intentaría completarlos a la semana siguiente. Cuando terminó, barrió la tierra esparcida y guardó en el coche las cajas, los tiestos de plástico y las herramientas de jardinería. Se sacudió la tierra de las manos y alzó los ojos para admirar su obra. Siempre había creído que las flores eran esenciales en una casa. Y ahora Jack ya contaba con ellas. Por otro lado, era de la opinión de que si se plantaban con amor, crecían más sanas. Siguiendo esa teoría, se mantendrían espectaculares hasta que llegaran las primeras heladas. Consultó el reloj y corrió escalera arriba. Quería lavarse y empezar a preparar la cena, sobre todo teniendo en cuenta que había decidido añadir un aperitivo al menú. MMA PASÓ UNA HORA ORDENANDO

Sucio, sudado y molesto todavía por culpa de un fontanero que no se había presentado a trabajar y un inspector de obras novato que se daba aires de superioridad, Jack condujo hacia la parte trasera del despacho. Quería darse una ducha, tomar una cerveza y quizá un par de aspirinas. Si el contratista no iba a despedir al maldito fontanero, que además era su cuñado, le explicaría los motivos del retraso a su cliente. Y también se encargaría del inspector de obras, que se había puesto a mangonear porque la abertura de una puerta excedía apenas tres milímetros de la medida requerida. Quizá sería mejor empezar por las aspirinas y seguir con la ducha y la copa. Tal vez eso dulcificaría un día que había empezado a las seis de la mañana con la llamada de un

cliente, cinta métrica en mano, que se había puesto como una fiera porque había medido el hueco destinado al mueble bar y le faltaban cinco centímetros. No culpaba al cliente por ello. Él también se había puesto como un energúmeno. Si había marcado cinco centímetros más en el plano, también tenían que estar en la obra, y los empleados no tenían por qué cambiar las medidas a su antojo. A partir de ese momento, pensó Jack intentando relajar la tensión de sus hombros, el día había ido de mal en peor. Si él estaba dispuesto a trabajar una jornada de doce horas diarias, lo que pedía era poder terminarla con la sensación de haber logrado algo positivo y no pensando que se había dedicado a recorrer el maldito condado apagando incendios. Dobló el último tramo dando las gracias por haber llegado a casa y porque la oficina estuviera cerrada. Así (por favor, por favor) nadie podría pedirle que arreglara cualquier cosa o negociara algún asunto. Al ver el coche de Emma se quedó perplejo y, luchando por sobreponerse al dolor de cabeza, pensó si no se habría confundido. ¿Habían quedado en encontrarse en la ciudad o en salir juntos de casa? No, no. Tocaba ir a cenar y quizá al cine, plan que intentaría cambiar por comida preparada y un DVD en casa, y eso después de refrescarse y relajarse un poco. Salvo que al estar enfrascado entre crisis y quejas, había olvidado llamarla para comentárselo. Aunque si Emma ya estaba en la ciudad, podría… Se quedó descolocado cuando se dio cuenta de que la puerta trasera estaba abierta, la mosquitera entornada y que, junto a esta, había unos maceteros con flores. Detuvo la camioneta, se quedó sentado inmóvil un momento, y entonces lanzó las gafas de sol encima del salpicadero. Salió del vehículo y oyó música colándose por la puerta. ¿De dónde demonios habían salido esas plantas?, se preguntó, sintiendo que la rabia acrecentaba su dolor de cabeza. ¿Por qué diablos estaba abierta la puerta? Quería conectar el aire acondicionado, darse una ducha fría y disponer de cinco minutos para sacudirse de encima el pésimo día que había tenido. Ahora, en cambio, había allí unas flores que tendría que acordarse de regar, la música estaba alta y ella le esperaba en casa, pendiente de ser el centro de atención y de conversar con él. Subió cansinamente los escalones, le frunció el ceño a las plantas y empujó la puerta mosquitera. Allí estaba ella, tarareando una melodía de la radio (que atronaba en su dolorida cabeza), y cocinando (precisamente cuando él ya había decidido encargar una pizza). El juego de llaves de repuesto estaba encima del mostrador, junto a un jarrón de girasoles enormes que le dolían a la vista. Emma meneaba la sartén con una mano mientras sostenía una copa de vino con la otra. De repente, se fijó en él. —¡Oh! —se sobresaltó ella riéndose con la sartén en la mano—. No te he oído entrar. —No me extraña. El barrio entero debe de estar divirtiéndose con… ¿eso es ABBA? —¿Qué? Ah, la música. Está muy alta. —Dio un nuevo meneo a la sartén y luego graduó el fuego. Se apresuró a tomar el mando a distancia y bajó el volumen del estéreo—. Esta música es perfecta para cocinar. Se me ha ocurrido darte una sorpresa y te estoy preparando una cena casera. Las vieiras necesitan un minuto más. La salsa ya está; si quieres, puedes probarla ahora mismo. ¿Te apetece una copa de vino? —No, gracias. —Jack abrió el armario alto en el que guardaba los frascos de aspirinas.

—Sé que has tenido un día muy complicado. —Emma le hizo una caricia en el brazo como muestra de cariño mientras él forcejeaba con el frasco—. Michelle me lo ha contado. ¿Por qué no te sientas un rato y te relajas? —Voy sucio. Necesito una ducha. —Sí, en eso te doy la razón. —Emma se puso de puntillas y rozó sus labios con un beso—. Te traeré un vaso de agua fría. —Ya voy yo. —Jack se dirigió a la nevera—. ¿Michelle te ha dado las llaves? —Me ha dicho que te retrasarías porque estabas en una obra. También me ha contado que habías tenido un día muy complicado. Yo llevaba la comida en el coche y… —Emma volvió a menear la sartén y luego apagó el fuego—. He puesto a marinar una falda de ternera. La carne roja te irá bien para el dolor de cabeza. Aséate y descansa. La cena puede esperar si te apetece estirarte un poco antes. —¿Qué significa todo esto, Emma? —A pesar de que el volumen no era muy alto, la música le estaba destrozando los nervios. Jack agarró el mando a distancia y apagó el equipo—. ¿Has cargado con esos tiestos hasta aquí arriba? —Chip se ocupó de la peor parte. Yo lo pasé de fábula eligiendo los maceteros y las plantas. — Emma aderezó las vieiras con una mezcla de cilantro, ajo y lima, y luego echó por encima la salsa que había preparado—. Dan una nota de color a la casa, ¿verdad? Quería agradecerte el detalle que tuviste en Nueva York, y cuando me vino la inspiración, reuní unas cuantas cosas y me lancé a la carretera. Emma dejó el cuenco vacío en el fregadero y, al volverse, se le borró la sonrisa del rostro. —He metido la pata, ¿verdad? —He tenido un día de perros, eso es todo. —Y yo he acabado de rematarlo, claro. —Sí. No. —Jack se presionó los dedos contra las sienes como si intentara perforárselas—. He tenido un día muy malo. Solo necesito calmarme un poco. Tendrías que haber llamado si querías… preparar algo así. Sin pensarlo, y por la fuerza de la costumbre, Jack tomó el juego de llaves de repuesto y se lo guardó en el bolsillo. Fue como si la hubiera abofeteado. —No te preocupes, Jack. No he metido nada mío en el armario ni en los cajones. El cepillo de dientes sigue en mi bolsa. —¿De qué diablos estás hablando? —Mi allanamiento de morada solo ha llegado hasta la cocina, y no volverá a suceder. No he salido corriendo a hacer una copia de tus valiosas llaves, y espero que no le riñas a Michelle por habérmelas dado. —Emma, dame un respiro. —¿Dices que te dé un respiro? ¿Tienes idea de lo humillante que ha sido tener que decirle que no tenía llave, saber que llevamos acostándonos desde abril y que no soy digna de tu confianza? —Esto no tiene nada que ver con la confianza. Yo nunca… —Mientes más que hablas, Jack. Mientes. Cuando me quedo en tu casa, cosa rara, porque es tu espacio particular, tengo que andar con tiento para no olvidar ni una sola horquilla, porque, ¡oh, desgracia!, ¿qué pasaría entonces? ¿Se dejará esta mujer el cepillo del pelo, olvidará una blusa…?

Cuidado, porque puede pasar que, en menos de lo que canta un gallo, me sienta muy a gustito en tu casa. —Me alegra que te sientas a gusto, no seas tonta. No quiero pelearme contigo. —Mala suerte, porque yo sí ando buscando pelea. Te has enojado porque he venido a invadir tu espacio y he actuado como si estuviera en mi propia casa. Tu actitud me indica que estoy perdiendo el tiempo, que mis sentimientos han caído en saco roto, y yo merezco más que eso. —Mira, Emma, todo esto me ha pillado en un mal momento. —No se trata de este momento en concreto, Jack, no es eso. Siempre pasa igual. Me impides entrar en tu casa porque entonces parece que te estés comprometiendo. —Por favor, Emma. Me he comprometido contigo. No hay nadie más. No ha habido nadie más desde el día en que te toqué. —No estoy hablando de otra persona. Se trata de ti y de mí. Se trata de que me quieres, a tu manera, si todo avanza conforme a… tus planes —exclamó ella con aspavientos—. Mientras nos rijamos por eso, no habrá problemas. Pero a mí, eso ya no me sirve. Lo nuestro no va a funcionar si no puedo traerte una botella de leche, dejar un maldito pintalabios encima del lavabo o regalarte unas plantas sin que te cabrees. —No entiendo lo de la leche. Emma, maldita sea… no sé de qué estás hablando. —Esto no va a funcionar si prepararte la cena significa que estoy cometiendo un delito. —Emma agarró la bandeja de vieiras y la estrelló contra el fregadero con un estrépito de loza rota. —Bueno, ya vale. —No, ya vale no. —Emma giró sobre sí misma y lo empujó con ambas manos mientras unas lágrimas de rabia y decepción le nublaban los ojos y le quebraban la voz—. No voy a conformarme con menos. Te quiero, y quiero que me quieras. Quiero pasar el resto de mi vida contigo. Casarme, tener niños, un futuro… Y esto… con esto no tengo bastante, ni mucho menos. Ha resultado que tú tenías razón, Jack. Tenías toda la razón del mundo. Dales un dedo y se tomarán el brazo entero. —¿Qué?, ¿cómo…? Espera. —No te preocupes, no hace falta que salgas huyendo. Yo soy la única responsable de mis sentimientos, de mis necesidades y elecciones. Y aquí acaba todo. Hemos terminado. —Un momento. —Jack se maravilló de que la cabeza no le hubiera explotado. Aunque quizá sí le había explotado y por eso ya no la sentía—. Joder, dame un momento para que pueda pensar. —No hay tiempo, y basta ya de pensar. No me toques —le advirtió ella al ver que Jack se le acercaba—. Ni se te ocurra ponerme un dedo encima. Tuviste tu oportunidad. Te he dado todo lo que tenía. Si hubieras querido más, más te habría dado. Esta es mi manera de amar. Solo sé amar así. Sin embargo, lo que no voy a hacer es entregarme a ciegas cuando no se valoran, ni se quieren, mis sentimientos, cuando no se me valora a mí. —Cabréate y rompe los platos, si quieres —le espetó Jack—, pero no te quedes aquí plantada diciéndome que no te quiero, que no te valoro. —No como yo quiero o necesito. Intentar lo contrario, Jack, intentar no quererte de la única manera que sé querer… eso me rompe el corazón. —Emma cogió su bolso—. Apártate de mí. Jack dio un manotazo a la puerta mosquitera para cortarle el paso. —Siéntate. No eres la única que tiene algo que decir. —Me da igual lo que digas. Se acabó lo de preocuparme por ti. He dicho que te apartes. En ese momento Emma lo miró a los ojos. Si hubiera habido rabia o rencor en ellos, Jack lo habría

pasado por alto hasta haber liquidado el asunto. Sin embargo, se vio incapaz de hacer frente a su dolor. —Emma, por favor. Emma se limitó a hacer un gesto de negación y, empujándolo para que se apartara, corrió hacia su coche.

No supo cómo consiguió reprimir las lágrimas. Solo sabía que no veía nada y que tenía que llegar a casa. Necesitaba estar en casa. Le empezaron a temblar las manos y agarró el volante con más fuerza. Le dolía respirar. ¿Era posible? ¿Cómo podía dolerle el simple acto de respirar? Oyó que se le escapaba un lamento y presionó los labios para contener el siguiente. Le pareció oír el sonido que emite un animal herido. No se permitiría dejarse embargar por esa emoción. En ese momento, no. Todavía no. Haciendo caso omiso de los alegres timbrazos de su teléfono móvil, mantuvo la vista pegada a la carretera. La contención cedió, y las lágrimas la vencieron en el momento en que giraba y tomaba el caminito de entrada. Se las enjugó con un movimiento rápido e impaciente, dobló la curva y aparcó. Entonces la sacudió un temblor. Emma salió trémula del coche y avanzó a trompicones por el sendero. Logró entrar en la casa principal, sana y salva, antes de que los primeros sollozos la desbordaran. —¿Emma? —Oyó la voz de Parker en lo alto de la escalera—. ¿Qué haces en casa tan temprano? Creía que estabas… A través de un mar de lágrimas, Emma vio que Parker bajaba corriendo la escalera. —Parker… Emma se vio envuelta en un fuerte abrazo. —Oh, Emma… Ay, cariño… Ven, ven conmigo. —¿Qué es este alboroto? ¿Qué pasa? ¿Está herida? —La señora Grady, como había hecho Parker, bajó corriendo por la escalera. —Físicamente no. La llevaré arriba. ¿Puede llamar a Mac? —Me ocuparé de eso. Vamos, preciosa… —La señora Grady le acarició el pelo—. Ya estás en casa. Deja que nos ocupemos nosotras. Ve con Parker. —No puedo parar. No puedo parar de llorar. —No tienes por qué. —Parker, asiéndola por la cintura, la condujo escalera arriba—. Llora cuanto quieras, todo lo que necesites. Iremos a la sala, donde nos reunimos siempre. Cuando llegaron al tercer piso, Laurel salió disparada a su encuentro. No dijo nada, tan solo rodeó a Emma por la cintura flanqueándola desde el otro lado. —¿Cómo he podido ser tan idiota? —No eres idiota —murmuró Parker—. No lo eres. —Iré a buscar un poco de agua —propuso Laurel. Parker asintió y condujo a Emma hasta el sofá. —Me ha hecho mucho daño, muchísimo. ¿Cómo puede la gente soportar tanto dolor? —No lo sé.

Una vez sentadas, Emma se aovilló y apoyó la cabeza en el regazo de Parker. —Tenía que llegar a casa. Era necesario que llegara a casa. —Ya estás en casa —dijo Laurel, que se había sentado en el suelo e iba metiendo pañuelos de papel en la mano de Emma. Tapándose la cara con ellos, Emma expulsó el dolor y el sufrimiento que le atenazaban el pecho y le laceraban el vientre. Sollozó con tanta fuerza que se le irritó la garganta, sollozó hasta que ya no pudo más. Y al terminar, las lágrimas seguían rodándole por las mejillas. —Es como si estuviera padeciendo una enfermedad espantosa —afirmó manteniendo los ojos cerrados durante unos instantes—. Como si nunca fuera a recuperarme. —Bebe un poco de agua. Te sentará bien —le propuso Parker ayudándole a incorporarse—. Y tómate estas aspirinas. —Es como tener una gripe aguda —comentó Emma dando un sorbo de agua, respirando hondo y tragándose la aspirina que Parker le tendía—. Es como cuando tienes gripe y, después de superarla, sigues débil, mareada e indefensa. —Hay té y sopa. —Mac, como Laurel, se había sentado en el suelo—. La señora Grady los ha subido. —Todavía no. Gracias. Todavía no. —Esto no ha sido solo por una pelea —aventuró Laurel. —No, no ha sido solo por una pelea —repitió Emma, agotada y apoyando la cabeza en el hombro de Parker—. ¿Creéis que es peor porque todo ha sido por mi culpa? —No te atrevas a culparte por nada —afirmó Laurel dándole una palmadita en la pierna—. No te atrevas. —No voy a ponérselo fácil, creedme, pero soy yo quien se ha complicado la vida. Y esta noche, precisamente esta noche, estaba allanando el terreno porque quería… esperaba —se autocorrigió Emma —, algo que no iba a suceder. Conozco a Jack, y aun así, he saltado por el precipicio. —¿Puedes decirnos qué ha pasado? —preguntó Mac. —Sí. —Primero toma un poco de té —dijo Laurel ofreciéndole una taza. Emma dio un sorbo y suspiró. —Aquí hay whisky. —La señora Grady ha dicho que te lo bebas. Te irá bien. —Sabe a medicamento. Y debe de serlo. —Emma tomó otro sorbo—. He cruzado los límites, supongo, por decirlo de algún modo. Lo que ocurre es que no acepto los límites que él me impone, y por eso hemos terminado. Esto tiene que acabar porque no soporto sentirme así. —¿Cuáles son esos límites? —preguntó Parker. —No me deja entrar en su vida —dijo Emma sacudiendo la cabeza—. Quería obsequiarle de alguna manera. En parte, también lo hacía por mí, pero quería ofrecerle algo especial. Por eso fui al vivero. Cuando terminó su té, las punzadas que sentía en la cabeza eran más débiles. —Pasé un mal rato cuando me vi obligada a decirle a Michelle que no tenía llave. Una parte de mí se retrajo, se dijo: «Detente».

—¿Para qué diablos ibas a hacer eso? —le espetó Laurel. —Eso fue lo que otra parte de mí se dijo. Salimos juntos, somos una pareja y, sobre todo, buenos amigos. ¿Qué hay de malo en ir a su casa y sorprenderlo preparándole la cena? Pero lo sabía. Esa otra parte de mí lo sabía. Quizá fuese una prueba. No lo sé. Ni me importa. Y quizá la cosa se complicó tanto, me refiero a la tensión creciente, a la discusión, porque antes me había tropezado con Rachel Monning en la librería. ¿Te acuerdas de ella, Parker? Yo fui su canguro. —Sí, vagamente. —Se va a casar. —¿Le hiciste de canguro? —exclamó Laurel alzando las manos—. ¿Dejan casarse a las niñas de doce años? —Va a la universidad. Se licencia el año que viene, y luego se casará. A propósito, quiere celebrarlo aquí. Cuando me recobré de la impresión, solo podía pensar que lo que yo quería era eso. Quería lo que tiene esa chica que yo cuidé. Maldita sea, quería lo que vi en su cara. La alegría, la confianza, las ansias de empezar una nueva vida con el hombre que ama. ¿Por qué no iba a querer eso? ¿No estoy en mi derecho? Querer casarse es tan legítimo como no quererlo. —No hace falta que gastes saliva —le recordó Mac. —Bueno, pues resulta que eso es lo que quiero. Quiero el compromiso, el trabajo, los niños y todo lo que eso conlleva. Todo. Ya sé que también quiero el cuento de hadas, bailar en el jardín, a la luz de la luna, pero eso… solo es como el ramo o como un hermoso pastel. Es un símbolo. Lo que yo quiero es lo que eso simboliza. Él no. —Emma se recostó y cerró los ojos—. Los dos tenemos razón. Lo que ocurre es que no queremos las mismas cosas. —¿Te ha dicho eso? ¿Te ha dicho Jack que no quiere lo mismo que tú quieres? —Se ha enfadado al verme en su casa —le dijo Emma a Parker—. Peor aún. Más que enfadarse, se ha puesto hecho una furia. Me he pasado de lista. —Oh, por el amor de Dios… —musitó Mac. —Bien, imaginaba un montón de cosas. Suponía que estaría contento de verme, de que le hiciera carantoñas después de un duro y largo día de trabajo. Llevé mi DVD de Truly, Madly, Deeply. Habíamos bromeado con hacer una sesión doble para que él pudiera ver por qué me gustaba a mí esa película y luego compararla con La jungla de cristal. —Alan Rickman —dijo Laurel asintiendo. —Exacto. Le había llevado unos girasoles y unos maceteros. Preciosos de verdad. Y casi había terminado de preparar el aperitivo cuando él ha llegado. Me he puesto a charlar de esto y de aquello durante un rato. ¿Quieres una copa de vino? Relájate un poco. ¡Ostras, qué estúpida! Y entonces ha tenido ese gesto, explícito, inconfundible. Ha cogido… las llaves de Michelle y se las ha metido en el bolsillo. —Eso demuestra mucha frialdad —dijo Laurel con callada indignación—. Una frialdad del carajo. —Eran sus llaves —afirmó Emma—. Estaba en su derecho. Por eso le he dicho lo que pensaba, lo que sentía, y que por mi parte se habían terminado los disimulos. Le he dicho que estaba enamorada de él. Y lo único que él ha acertado a decir es que le diera un minuto para poder pensar. —Menudo imbécil te has buscado. El tono disgustado de Mac casi le arrancó una sonrisa. —Me he dicho eso de «me has pillado desprevenido, no esperaba algo así». Incluso ha pronunciado

la frase «me has cogido en un mal momento». —Penoso. —Todo eso ha sido antes de que le dijera que lo amaba, pero da igual. Le he dicho que todo había terminado y me he marchado. Me ha dolido mucho. Creo que va a dolerme durante mucho tiempo. —Ha llamado —le dijo Mac. —No quiero hablar con él. —Lo imaginaba. Quería asegurarse de que estabas aquí, de que habías llegado a casa. No estoy de su lado, créeme, pero me ha parecido que estaba muy afectado. —Me da igual. No quiero preocuparme por eso. Si lo perdono ahora, si me desdigo, si me conformo con lo que él me ofrece, me traicionaré a mí misma. Primero tengo que superar esto —dijo Emma acurrucándose de nuevo—. Necesito reponerme. No quiero verlo ni hablar con él hasta que lo haya superado. O al menos hasta que me sienta con fuerzas. —Pues entonces no lo hagas. Voy a cambiar las consultas que tienes para mañana. —Oh, Parker… —Te conviene tener un día libre. —¿Para llorar como una magdalena? —Sí. Ahora necesitas un baño caliente y muy largo. Nosotras calentaremos la sopa. Después, cuando hayas terminado de llorar por segunda vez… porque vas a volver a llorar… —Sí —suspiró Emma—. Volveré a llorar. —Después de eso, te meteremos en la cama, y dormirás hasta que el cuerpo te diga basta. —Todavía estaré enamorada de él cuando me despierte. —Sí —convino Parker. —Y todavía seguirá doliéndome. —Sí. —Pero seré un poco más fuerte. —Lo serás. —Voy a prepararte el baño. Con mi fórmula especial —propuso Mac levantándose y besando a Emma en la mejilla—. Estamos de tu lado. —Yo me encargo de la sopa, y le pediré a la señora Grady que haga un montón de sus fabulosas patatas fritas. Ya sé que es un clásico —dijo Laurel dándole un pellizco cariñoso en la pierna—, pero los clásicos lo son por algo. —Gracias. —Emma cerró los ojos y cogió a Parker de la mano cuando se quedaron a solas—. Sabía que estarías a mi lado. —Siempre. —Oh, Parker. Ay, ya viene el segundo. —No pasa nada —dijo Parker acariciándole la espalda a modo de consuelo mientras ella se abandonaba al llanto—. No pasa nada.

Mientras Emma lloraba, Jack llamó a la puerta de Del. Tenía que hacer algo si quería evitar que el coche lo llevara hasta la casa de ella. Le había dejado muy claro que no sería bienvenido, y por si fuera poco, Mac se lo había confirmado.

Del abrió la puerta. —¿Qué pasa? Joder, Jack, estás hecho una mierda. —Porque así es como me siento. Del frunció el ceño. —Oye, tío, si vienes a tomar una cerveza y a llorar porque te has peleado con Emma… —No ha sido una pelea. No ha sido… solo una pelea. Del escrutó su rostro y se apartó de la puerta. —Tomemos una cerveza. Jack cerró la puerta tras de sí y entonces se dio cuenta de que Del vestía traje y corbata. —¿Ibas a salir? —Iba hacia allí precisamente. Toma una cerveza. Voy a hacer una llamada. —Ahora tendría que decir que vengo por una tontería y que puedo esperar, pero no voy a hacerlo. —Coge una cerveza. Salgo dentro de un minuto. Jack fue a buscar un par de cervezas y salió al porche trasero. Sin embargo, en lugar de sentarse, se quedó junto a la barandilla, contemplando la oscuridad. Intentó recordar si alguna vez se había sentido tan mal como entonces. Y decidió que, aparte del día en que se despertó en un hospital con una conmoción, un brazo fracturado y un par de costillas rotas como resultado de un accidente de coche, la respuesta era que no. Ni siquiera entonces se había sentido tan mal, porque la intensidad del dolor había sido solo física. De todos modos, eso tampoco era cierto del todo, pensó. Recordaba haberse sentido casi exactamente de esa manera: mareado, aturdido y desorientado. Fue el día en que sus padres le dijeron que se sentara, tan civilizados ellos, para comunicarle que iban a divorciarse. No es culpa tuya, le dijeron. Seguimos queriéndote y siempre te querremos, pero… En ese momento su mundo se había vuelto del revés, pero ¿por qué ahora le parecía peor? ¿Por qué le dolía más aceptar que Emma podía abandonarlo, que, de hecho, iba a abandonarlo? Podía hacerlo y lo haría, pensó, porque la había menoscabado cuando lo que habría tenido que hacer era todo lo que estuviera en su mano para lograr que se sintiera valorada. En ese momento oyó que la puerta se abría. —Gracias —dijo Jack cuando Del salió al porche—. En serio. —Tendría que decir que no importa, pero no voy a hacerlo. Jack hizo un amago de carcajada. —Joder, Del, la he fastidiado. Con todo el equipo, y ni siquiera estoy seguro de cómo lo he hecho. Lo que sí sé es que le he hecho daño a Emma. Le hecho mucho daño, o sea que, como te prometí, acepto que me des una patada en el culo. Ahora bien, tendrás que esperar turno, porque primero voy yo. —Eso no me importa. —Ha dicho que está enamorada de mí. Del tomó un sorbo de cerveza. —Nunca te he tenido por un idiota, Jack. ¿Vas a quedarte aquí plantado ahora diciéndome que no lo sabías? —No del todo; no estaba seguro. Las cosas han salido así y… no, no soy idiota y sé que lo nuestro era importante. Tenía un significado. Pero, de repente, hay como un salto y yo doy un traspiés. No estoy a

la altura, no consigo manejar eso, no sé qué decir, y ella se siente tan herida… tan herida y cabreada que no me da ninguna oportunidad. Le cuesta mucho perder los estribos. Ya sabes cómo es Emma. Nunca explota, pero cuando lo hace, no te queda ni la más remota posibilidad de defenderte. —¿Por qué ha explotado? Jack fue a coger su cerveza, pero siguió de pie. —He tenido un día espantoso, Del. Uno de esos días en que el infierno parece Disney World en comparación. Me sentía sucio, cabreado… y tenía un jodido dolor de cabeza por culpa de la tensión. Llego a casa y me la encuentro allí. Dentro. —No sabía que le habías dado una llave. Un gran paso para ti, Cooke. —No lo hice. No le di ninguna llave. Se la dio Michelle. —Ay, ay… O sea, que se infiltró entre las líneas enemigas, ¿no? Jack se interrumpió y se lo quedó mirando fijamente. —¿Esa es la imagen que tienes de mí? Venga, dímelo. —Esa es la imagen de cómo eres exactamente con las mujeres. —¿Y eso me convierte en un monstruo, en un psicópata? Del se apoyó en la barandilla del porche. —No, quizá seas un poco fóbico, pero sigue hablando. —Bien, me siento sucio y eso me pone de mal humor. Ella está en casa. Me ha comprado unos maceteros para el porche. ¿De qué te ríes? —Solo te imaginaba descolocado y agobiado. —Claro, ¿cómo iba a estar? Me la encuentro cocinando, y luego veo flores, la música suena a toda pastilla y mi cabeza se rebela. Te aseguro que si pudiera retroceder, lo haría. En serio. Nunca le haría daño a Emma. —Ya lo sé. —Se siente herida y ofendida porque… me he comportado como un gilipollas. Eso está claro, pero en lugar de pelearnos o de gritarnos para desahogarnos, la situación da un giro inesperado. —El dolor de cabeza hizo amago de volver a aparecer y Jack se llevó la botella fría a la sien—. Da un giro inesperado y se va al traste. Entonces empieza a decir que no confío en ella y que no es bien recibida en mi casa. Dice que no va a tolerar eso, que está enamorada de mí y quiere… —¿Qué es lo que quiere? —¿Qué crees tú? Matrimonio, niños, el paquete completo. Intento estar a la altura, procuro mantener la cabeza en su sitio para que no me estalle y pueda pensar, pero ella no me da la oportunidad. No me deja opinar sobre lo que acaba de decirme. Ha terminado conmigo, se acabó lo nuestro. Le he roto el corazón. Ella se ha echado a llorar, y sigue llorando todavía. El rostro de Emma se le apareció en un fogonazo y sintió una punzada de arrepentimiento. —Solo quería que se sentara, que esperase unos instantes… hasta que yo pudiera recuperar el aliento, hasta que acertase a pensar en algo. No ha querido. Me ha dicho que me apartara de su camino. Habría preferido que me pegara un tiro a que me mirase como lo ha hecho cuando me ha dicho que me apartara. —¿Eso es todo? —preguntó Del al cabo de unos segundos. —¿No te parece suficiente? —Una vez te lo pregunté y no me respondiste. Ahora volveré a preguntártelo. Y esta vez tienes que decir sí o no. ¿Estás enamorado de ella?

—Vale. —Jack tomó un largo trago de cerveza—. Sí. Supongo que me han tenido que dar un buen golpe para sacarme eso del buche, pero sí. Estoy enamorado de ella, aunque… —¿Quieres arreglar las cosas? —Acabo de decirte que estoy enamorado de ella. ¿Cómo no voy a querer arreglar las cosas? —¿Quieres saber lo que puedes hacer? —Serás cabrón, Del… —Jack volvió a beber—. Sí, ya que eres tan listo, dímelo. ¿Cómo lo arreglo? —Arrástrate. Jack suspiró hondo. —De eso, me veo capaz.

20

J

ACK EMPEZÓ A ARRASTRARSE POR LA MAÑANA .

Tenía en la cabeza el discurso que había elaborado, revisado y ampliado durante la noche. El truco, en lo que se le alcanzaba, radicaría en conseguir hacerse escuchar por Emma. Y ella lo escucharía, se dijo a sí mismo cuando enfilaba hacia la finca de los Brown. Se trataba de Emma. No existía nadie más benévolo ni generoso de corazón que Emma. ¿Acaso no era esa una de las numerosas razones por las cuales la amaba? Había actuado como un imbécil, pero ella lo perdonaría. Tenía que perdonarlo porque… Emma era así. De todos modos, se le hizo un nudo en el estómago cuando vio su coche aparcado en la mansión. No había regresado a su casa. No se enfrentaría solo a ella, pensó aterrorizado, sintiendo esa clase de terror que empapa la espalda de un sudor frío, sino a las cuatro, y además el Cuarteto contaba con la señora Grady de refuerzo. Entre todas lo colgarían por las pelotas. Se lo merecía, sin duda. Ahora bien, ¿por qué tenía que lidiar con las cuatro? Menuda mierda. —Acéptalo, Cooke —musitó saliendo de la camioneta. Mientras se dirigía a la puerta, se preguntó si los condenados experimentaban esa misma sensación de fatalidad y terror en estado puro cuando atravesaban el corredor de la muerte. —Reponte y vuelve al ruedo. No son capaces de asesinarte. Quizá lo descuartizarían, y seguro que sería el blanco de sus ataques verbales, pero no podían asesinarlo. Jack iba a abrir la puerta impelido por la fuerza de la costumbre, pero se dio cuenta de que, como persona non grata que era, había perdido ese derecho, y decidió que sería mejor llamar al timbre. Pensó que podría convencer a la señora Grady. No solo le caía bien, sino que sentía predilección por él. Podría implorarle piedad y entonces… De repente, la puerta se abrió y ante él apareció Parker. Nadie, pensó Jack, era capaz de convencer a Parker Brown. —Eh… —Hola, Jack. —Quiero… necesito ver a Emma. Quiero disculparme… por todo. Si pudiera hablar con ella unos minutos y… —No. Una sola palabra, pensó él, pronunciada con frialdad. —Parker, solo quiero… —No, Jack. Está durmiendo. —Puedo volver más tarde, esperar o… —No. —¿Eso es todo lo que vas a decirme? ¿Únicamente no?

—No —repitió ella sin trazas de ironía o de humor—. No es eso todo lo que vamos a decirte. Mac y Laurel aparecieron detrás de ella. Tal como se presentaba la batalla, tenía que admitir que el enemigo era superior. No le quedaba más alternativa que rendirse. —Sea lo que sea lo que vayáis a decirme, lo merezco. Si queréis que os diga que estaba equivocado, lo estaba. Y mucho. Si preferís que os diga que he sido un imbécil, os lo digo. Si… —Yo me decanto más por el tópico de llamarte cerdo egoísta —comentó Laurel. —Eso también. Sé que aunque hubiera motivos, aunque contara con atenuantes, os daría igual. Eso, seguro. —Nos daría igual, sí —terció Mac adelantándose—. Sobre todo porque le has hecho daño a una de las mejores personas que conozco. —No podré rectificar, no podré arreglar eso si no me dejáis hablar con ella. —Es ella quien no quiere hablar contigo. No quiere verte —apostilló Parker—. Por ahora no. Te aseguro que me he dado cuenta de que tú también estás dolido, pero no puedo decirte que lo sienta. De momento, no. Ahora lo que importa es Emma, y no tú. Necesita tiempo, y que la dejes sola. Y eso es lo que vas a hacer. —¿De cuánto tiempo estamos hablando? —Del que sea necesario. —Parker, si pudieras escuchar lo que… —No. Jack se quedó de piedra. En ese momento Carter salió de la cocina en dirección al vestíbulo. Le dirigió una mirada compasiva y breve, se volvió de espaldas y regresó por donde había venido. Hasta ahí llegaba la solidaridad masculina. —No puedes cerrarme la puerta. —Puedo y voy a hacerlo. Pero antes te concederé una cosa porque te quiero, Jack. —Oh, por favor, Parker… —¿Por qué no lo colgaban por las pelotas?, pensó Jack. Seguro que eso no le dolería tanto. —Te quiero. No es que seas como un hermano para mí, es que lo eres. Para todas nosotras. Por eso haré una excepción y terminaré por perdonarte. —Yo no me apunto a eso —intervino Laurel—. Tengo mis reservas. —Te perdonaré —siguió diciendo Parker—, y volveremos a ser amigos. Pero lo importante es que Emma también te perdonará. Encontrará la manera. Sin embargo, hasta que eso no suceda, hasta que no esté lista, la dejarás en paz. No la llamarás, no te pondrás en contacto con ella y no intentarás verla. A menos que lo pregunte, no le comentaremos que esta mañana has estado aquí. Por otro lado, tampoco vamos a mentirle. —No puedes volver a esta casa, Jack. —El tono de voz de Mac dejó entrever un deje de compasión —. Si tenemos algún problema o alguna pregunta que hacerte relacionados con el estudio, hablaremos por teléfono. No puedes volver hasta que a Emma no le parezca bien. —¿Cómo sabréis cuándo será el momento? —preguntó Jack—. ¿Ella os dirá: «Oíd, me parece bien que Jack venga por aquí»? —Lo sabremos —se limitó a decir Laurel. —Si te importa algo esta mujer, le concederás todo el tiempo que necesite. Tienes que darme tu

palabra. Jack se pasó la mano por el pelo mientras Parker aguardaba. —Muy bien. Tú y todas vosotras la conocéis mejor que nadie. Si decís que eso es lo que le conviene, de acuerdo, seguro que acertáis. Te doy mi palabra. La dejaré en paz hasta que… hasta entonces. —Una cosa más, Jack —añadió Parker—. Aprovecha tú también este tiempo y piensa en lo que quieres realmente, en lo que necesitas. Y quiero que me des tu palabra respecto a otra cosa. —¿Quieres que te lo firme con sangre? —Con una promesa bastará. Cuando ella esté preparada, te llamaré. Haré eso por ti y por ella, por los dos, pero solo si prometes venir a hablar conmigo antes de hacerlo con ella. —De acuerdo. Te lo prometo. ¿Puedes ponerte en contacto conmigo de vez en cuando para decirme cómo está, lo que ella…? —No. Adiós, Jack. —Parker cerró la puerta sigilosamente ante sus propias narices. En el interior de la mansión Mac dejó escapar un suspiro. —No creo que esté siendo desleal si digo que me da un poco de pena. Sé lo que se siente cuando uno se comporta como un auténtico patán en esta clase de asuntos, cuando tienes a alguien que te quiere y te comportas como una mema. Laurel asintió. —Sí lo sabes. Concédete un minuto si necesitas compadecerte de él. —Aguardó un rato y luego consultó su reloj—. ¿Ya está? —Sí, más o menos. —Creo que yo también le dedicaré un minuto, porque el tío parece estar pasándolo mal. —Laurel miró hacia la escalera—. De todos modos, ella está peor. Tendríamos que ir a ver cómo se encuentra. —Ya voy yo. Creo que deberíamos ceñirnos a la rutina —intervino Parker—. Emma se sentirá peor si vamos retrasadas, si eso afecta al negocio. Por lo tanto, y de momento, seguiremos trabajando… y si acumulamos retrasos o encontramos algún escollo por el camino, la mantendremos al margen hasta que esté más restablecida. —Si cualquiera de nosotras necesita ayuda, puede pedírselo a Carter. Mi chico es el mejor. —¿No te cansas nunca de presumir de eso? —le preguntó Laurel a Mac. Mac consideró la respuesta. —En realidad, no. —Y pasó el brazo por los hombros de Laurel—. Supongo que por eso me sabe un poco mal por Jack, y mucho más por Emma. El amor puede joderte bastante antes de que entiendas cómo has de convivir con él. Y cuando lo consigues, te maravilla pensar cómo demonios podías haber vivido sin él. Creo que tengo que ir a darle un besazo a Carter. Volveré esta tarde para ver cómo se encuentra — añadió Mac dirigiéndose a la cocina—. Llamadme si Emma me necesita antes. —«El amor puede joderte bastante antes de que entiendas cómo has de convivir con él.» —Laurel hizo un mohín—. Mira, podríamos escribir eso en la página web. —Suena bien. —Mac tiene razón en lo de Carter. Es el mejor. Pero ese hombre no entrará en mi cocina cuando yo esté trabajando. No quiero tener que hacerle daño, Parker. Hazme saber si Em necesita otro hombro al que arrimarse o si tú necesitas a este soldado en el frente luchando en la guerra de las novias. Parker asintió y subió la escalera.

Emma, en la habitación de arriba, se obligó a levantarse de la cama para no seguir acostada compadeciéndose de sí misma. Pero en lugar de eso, se abrazó a una almohada y se quedó mirando el techo. Sus amigas habían corrido las cortinas de los ventanales para que el dormitorio quedara a oscuras y en silencio. La habían arropado en la cama como si fuera una inválida, le habían puesto almohadones y habían dejado un jarrón de fresias en la mesilla de noche. Luego le hicieron compañía hasta que se quedó dormida. Tendría que avergonzarse, se dijo. Tendría que estar avergonzada de mostrarse tan desvalida, de ser tan débil. Aunque en realidad estaba muy agradecida de que sus amigas la hubieran apoyado y supieran lo que necesitaba. Sin embargo, había llegado un nuevo día. Era preciso seguir adelante, enfrentarse a la realidad. Los corazones rotos sanaban. Quizá las fisuras permanecían siempre, como finas cicatrices, pero se curaban. La gente vivía y trabajaba, reía y comía, caminaba y hablaba sin hacer caso de esas fisuras. Para muchos incluso, las cicatrices llegaban a desaparecer y podían volver a amar. Ahora bien, ¿para cuántos de ellos la persona que les había roto el corazón estaba tan imbuida en su vida que se veían obligados a verla una y otra vez? ¿Para cuántos esa persona era como un hilo tan entretejido en el tapiz de su vida cotidiana que arrancarlo significaba deshacer la pieza entera? Emma no tenía la opción de eliminar a Jack de su vida tal como la tenía montada, de no volver a verlo, o de verlo tan solo en determinadas ocasiones. Esa era la razón de que las aventuras sentimentales en el trabajo estuvieran tan plagadas de riesgos, pensó. Si salían mal, cada día te veías obligada a enfrentarte a tu dolor. De nueve a cinco, cinco días a la semana. Claro que también podías dimitir, cambiar de puesto de trabajo o mudarte a otra ciudad. Escapabas para poder curarte y seguir adelante. Esa alternativa no era válida para ella porque… Jamaica. La oferta de Adele. No se trataría solo de tener otro despacho, de vivir en otra ciudad, sino de cambiar de país, de empezar de cero. Podría seguir trabajando en lo que más le gustaba, pero con una nueva identidad. Sin relaciones complicadas, sin lazos que la ataran. Sin tener que enfrentarse a Jack cada vez que él apareciera por la mansión o coincidiera con ella en el súper, cada vez que los invitaran a una fiesta. No se apiadarían de ella la veintena de personas que sabían que tenía esas fisuras en el corazón. Podría hacer un buen trabajo con todas esas flores tropicales. Vivir una primavera y un verano perpetuos, quizá en una casa en la playa, donde pudiera escuchar el rumor de las olas por las noches. Sola. Cambió de postura cuando oyó que la puerta se abría. —Estoy despierta. —Café. —Parker se acercó a la cama y le ofreció una taza—. Lo he traído por si acaso. —Gracias. Gracias, Parker. —¿Te apetece desayunar? —Parker se deslizó hacia los cortinajes y los abrió para dejar entrar la luz. —No tengo hambre.

—Muy bien. —Parker se sentó en la cama y le apartó el pelo de la mejilla—. ¿Has dormido? —Sí, en realidad, sí. Supongo que como vía de escape, me ha ido muy bien. Ahora me siento un poco espesa y apagada. Y como una imbécil. No tengo ninguna enfermedad mortal. No me he fracturado los huesos ni tengo una hemorragia interna. No ha muerto nadie, por el amor de Dios. Y ni siquiera tengo fuerzas para salir de la cama. —No ha pasado ni un día. —Ahora vas a decirme que me lo tome con calma, que las cosas se arreglarán. —Es cierto. Hay quien dice que el divorcio es como una muerte. Me parece acertado. Y creo que sucede algo parecido cuando el amor es muy grande y profundo. —Los cálidos y azules ojos de Parker irradiaban compasión—. Has de pasar el duelo. —¿Por qué no puedo tener un ataque de rabia? ¿Por qué no me cabreo y ya está? Le llamo hijo de puta, cabronazo… lo que sea. ¿No puedo evitarme el sufrimiento y pasar directamente a odiarlo? Podemos salir juntas, emborracharnos y mandarlo a la mierda. —No es tu estilo, Emma. Si pensara que eso te iría bien, si pensara que eso sería útil para ti, la liaríamos, nos emborracharíamos y lo mandaríamos a la mierda ahora mismo. —Sí que lo harías. —Emma, recuperando al fin la sonrisa, se recostó en las almohadas y escrutó el rostro de su amiga—. ¿Sabes en qué estaba pensando mientras estaba aquí echada, entregada a la autocompasión, antes de que tú entraras? —¿En qué? —En aceptar la oferta de Adele. Podría ir a Jamaica, instalarme allí y ayudarle a montar su negocio. Lo haría bien. Sé cómo montarlo, sé llevar las riendas. O al menos sabría encontrar a las personas adecuadas para que se encargaran de todo. Para mí sería como empezar de cero, y conseguiría levantar eso. Podría hacer que el negocio despegara. —Podrías, es cierto. —Parker se levantó y fue hacia la ventana para retocar las cortinas—. Es una decisión importante para tomarla en unos momentos en que emocionalmente estás inestable. —He estado planteándome cómo voy a soportar seguir viendo a Jack. Aquí, en la ciudad, en las celebraciones… Cada mes, más o menos, asiste como invitado a alguna de nuestras bodas. Tenemos muchos conocidos en común y nuestras vidas están muy vinculadas entre sí. Aun cuando llegue el momento en que pueda pensar en él, en nosotros, sin… —tuvo que interrumpirse y reunir fuerzas de flaqueza para controlarse—… sin que me entren ganas de llorar, ¿cómo voy a manejar todo eso? Sabía que esto podía pasar, que podía suceder, pero… —Pero —repitió Parker asintiendo y volviéndose hacia ella. —Por eso seguía echada, imaginando que aceptaba la oferta, que empezaba de nuevo, construyendo algo nuevo. La playa, el buen tiempo y un nuevo reto al que enfrentarme. Lo he estado valorando durante cinco minutos. No, seguramente solo han sido tres. Este es mi hogar y esta, mi familia: se trata de ti, de nosotras… de mí. Por eso tendré que buscar la manera de solucionarlo. —Le recriminaré que hayas llegado al extremo de considerar esta otra opción, aunque sea durante tres minutos. —Si hubiese decidido que eso era lo mejor para mí, sé que me habrías dejado marchar. —Habría intentado convencerte con palabras. Habría llenado un montón de papeles, destacado puntos a tratar, dibujado gráficos, tablas, y redactado muchas, muchísimas listas. Y además habría

añadido un DVD. Emma derramó unas lágrimas. —Te quiero mucho, Parker. Parker volvió a sentarse y le dio un fuerte abrazo. —Voy a levantarme, a darme una ducha y a vestirme. Empezaré a pensar cómo puedo enfrentarme a todo esto. —Vale.

Emma superó ese día, y el siguiente también. Montó arreglos florales, elaboró ramos y se entrevistó con varios clientes. Lloró, y cuando su madre fue a hacerle compañía, reanudó el llanto. Sin embargo, se enjugó las lágrimas y siguió adelante. Hizo frente a diversos incidentes y consiguió encajar la solidaridad explícita e implícita de sus colaboradoras de trabajo mientras decoraban juntas las salas para una boda. Observó a las novias caminar con las flores que ella les había preparado hasta reunirse al pie del altar con sus amados. Emma vivió y trabajó, rio y comió, anduvo y habló. Y a pesar del vacío interior que sentía, a pesar de que nada parecía llenarla, lo perdonó. Ese día se celebraba la reunión consultiva de mediados de semana, reunión a la que se presentó con unos minutos de retraso. —Lo siento. Quería esperar a que llegara la entrega para la celebración del viernes por la noche. Tengo a Tiffany clasificando el material, pero quería ver los lirios de agua. Vamos a usar muchas calas Diosa Verde y quería comprobar el tono con el de las orquídeas antes de ponerla a trabajar. Se dirigió al mueble de las bebidas y tomó una Pepsi Light. —¿Me he perdido algo? —Todavía no. De hecho, podrías empezar tú —le dijo Parker—. La boda del viernes es la más importante de la semana y las flores acaban de llegar. ¿Algún problema? —Con las flores, no. Lo hemos recibido todo, y en buenas condiciones. La novia quería un estilo ultracontemporáneo, con un toque funky. Calas Diosa Verde, orquídeas cymbidium, que son fantásticas en la tonalidad amarillo-verdosa, y unas eucharis grandifloras blancas, para que resalten los colores del ramo de la novia. Sus diez damas, sí, habéis oído bien, diez, llevarán tres calas Diosa Verde atadas con una cinta. Y la niña de las flores, un pequeño ramo de grandifloras y unas orquídeas en el pelo. En lugar de prendidos florales o porta ramilletes, la MDNA y la MDNO irán con una sola orquídea cada una. Habrá jarrones en las mesas para todas ellas durante el aperitivo y el banquete. Emma repasó los documentos de su ordenador portátil. —Otra vez salen las calas Diosa Verde en las urnas de la entrada, mezcladas con bambú y colas de caballo, orquídeas, cascadas de amarantos colgantes y… Emma cerró la tapa del ordenador. —Necesito dejar a un lado las cuestiones de trabajo durante unos minutos. Primero para deciros que os quiero, y que no sé qué habría hecho sin vosotras la semana pasada. Debisteis de terminar hartas de verme alicaída y llorosa al principio. —Yo sí —dijo Laurel alzando la mano, gesto que arrancó la risa de Emma—. De hecho, tu manera de andar deprimida por la vida deja mucho que desear, y en cuanto al lloriqueo, vas a tener que trabajarlo

bastante más. Espero que con el tiempo te salga mejor. —Me esforzaré. Por ahora, se acabó. Estoy bien. Tengo que asumir que, visto que Jack no se ha dejado caer por aquí ni ha intentado llamarme, enviarme correos o hacerme señales de humo, le habéis advertido que se mantenga al margen. —Sí —le confirmó Parker—. Eso fue lo que hicimos. —Os lo agradezco. Necesitaba tiempo y distancia para resolver este asunto y, en fin, para poner las cosas en su sitio. Como tampoco le he visto el pelo a Del, imagino que debisteis de pedirle que se abstuviera de venir durante unos días. —Nos pareció que sería lo mejor —terció Mac. —Supongo que tenéis razón, pero el hecho es que somos amigos. Somos una familia. Y tenemos que volver a recuperar todo eso. O sea, que si habéis inventado alguna señal para indicar que todo está despejado, podéis enviarla. Jack y yo somos capaces de acabar con este ambiente enrarecido, si es necesario, para que todos podamos volver a la normalidad. —Si estás segura de que ya estás preparada… Emma asintió dirigiéndose a Parker. —Sí, estoy segura. Bien, volviendo al vestíbulo…

Jack se sentó con sigilo en un reservado del Café de la Amistad. —Gracias por haberte reunido conmigo, Carter. —Me siento como un espía. Como un agente doble. —Carter se quedó contemplando el té verde—. Y, en cierto sentido, me gusta. —Dime, ¿cómo está Emma? ¿Qué hace? ¿Qué está pasando? Dímelo, Carter, dime lo que sea. Han transcurrido diez días. No puedo hablar con ella, ni verla, ni enviarle mensajes o correos. ¿Cuánto tiempo tendré que…? —A Jack se le quebró la voz y frunció el ceño—. ¿Soy yo el que está hablando? —Sí, eres tú. —Jo… no me soporto a mí mismo —exclamó Jack mirando a la camarera—. Morfina, que sea doble. —Ja, ja —respondió ella. —Prueba con el té —propuso Carter. —No estoy tan mal. Todavía. Un café normal. ¿Cómo está ella, Carter? —Está bien. Ahora mismo andan muy ocupadas. Junio es… una locura, de hecho. Emma dedica muchas horas al trabajo. Todas ellas. Y pasa mucho tiempo en casa. Por las noches alguna de las chicas suele ir un rato a hacerle compañía. Vino su madre, y sé que la escena fue muy emotiva. Mac me lo contó. Ahora te hablo en calidad de agente doble. Emma no comenta nada conmigo. No soy el enemigo exactamente, pero… —Lo entiendo. Yo tampoco me he acercado a la librería porque no creo que Lucía quiera verme. Tengo la sensación de que tendría que llevar cosida en la ropa alguna especie de signo maldito. Sumido entre la rabia y la tristeza, Jack se hundió en su asiento. —Del tampoco puede acercarse por allí. Por decreto de Parker. Ostras, como si yo la hubiera engañado, le hubiera dado una paliza o… Sí, ya sé que intento justificarme. ¿Cómo puedo decirle que lo siento si no puedo hablar con ella?

—Puedes practicar lo que le dirás cuando se presente la ocasión. —A eso le he dedicado muchas horas. ¿A ti te pasa lo mismo, Carter? —En realidad, a mí me dejan hablar con Mac. —Me refería a… —Lo sé. Sí, me pasa lo mismo. Ella es la luz. Antes te movías tropezando en la oscuridad, o te las arreglabas más o menos en la penumbra. Ignoras que vives en la penumbra porque siempre ha sido así. Y, de repente, se hace la luz, la ves y todo cambia. —Si esa luz se apaga o, peor aún, si eres lo bastante imbécil para apagarla tú mismo, entonces la vida se vuelve más oscura que antes. Carter se inclinó hacia delante. —Creo que para recuperar la luz tienes que darle un motivo. Lo que dices cuenta, pero lo que haces es lo más importante. Creo. Jack asintió, y sacó el móvil del bolsillo al oír que empezaba a sonar. —Es Parker. —Jack contestó a la llamada—. Vale. Bien. ¿Ah, sí? ¿Está ella…? ¿Qué? Lo siento. De acuerdo. Gracias, Parker… Sí. Voy para allá. Jack cerró el teléfono. —Van a abrirme la puerta. Tengo que ir, Carter. Hay cosas que necesito… —Ve. Ya me encargo yo de esto. —Gracias. Estoy un poco mareado. Deséame mucha mierda. —Te deseo mucha mierda, Jack. —Creo que la necesitaré. —Jack se levantó de golpe y salió del local como una exhalación. Llegó a la mansión a la hora exacta que Parker le había dicho. No quería que se enfadara con él. Caía la tarde, endulzada por la fragancia de las flores. Las palmas de la mano le sudaban. Por segunda vez en muchos años, llamó al timbre. Parker fue a abrir. El traje gris y el moño desenfadado que llevaba en la nuca le indicaron que no había abandonado sus aires de ejecutiva. Solo de mirarla, tan pulcra, tan fresca y encantadora, se dio cuenta de que la había echado mucho de menos. —Hola, Parker. —Entra, Jack. —Me preguntaba si alguna vez te oiría decir eso. —Emma está dispuesta a hablar contigo, y yo dejaré que hables con ella. —¿No vamos a volver a ser amigos nunca más? Parker lo miró, tomó su rostro entre sus manos y le dio un beso. —Estás fatal. Y eso dice mucho en tu favor. —Antes de hablar con Emma, quiero decirte que si llego a perderte, me muero. Si llego a perderos a ti, a Laurel y a Mac. Me habría muerto. Parker le dio un largo abrazo. —La familia lo perdona todo. —Y lo achuchó antes de soltarlo—. ¿Qué otra alternativa hay? Te daré dos opciones, Jack, y elige una cuando vayas a hablar con Emma. La primera es que si no la amas… —Parker, yo… —No, a mí no me lo digas. Si no la amas, si no puedes darle lo que necesita y quiere (no solo por

ella, sino por ti también), rompe sin dudarlo. Ya te ha perdonado y lo aceptará. No le prometas lo que no puedes darle o no quieres darle. Nunca lo superaría, y tú nunca serías feliz. Segunda opción: si la amas, si puedes darle lo que necesita y quiere, no solo por ella, sino también por ti, te diré lo que tienes que hacer, lo que marcará un antes y un después. —Dímelo entonces.

Trabajó hasta tarde, sola, como hacía últimamente la mayoría de las noches. Emma pensó que eso tenía que acabar. Echaba de menos a la gente, conversar, ir de acá para allá. Casi estaba lista para abandonar la zona de seguridad en la que se había refugiado, para que le diera el aire, dijera lo que tenía que decir y volviese a ser ella misma. Se dio cuenta de que ella también echaba de menos a la Emma de siempre. Una vez terminado el arreglo floral, lo llevó a la cámara y regresó para limpiar su zona de trabajo. Oyó que alguien llamaba a la puerta y se detuvo en seco. Supo, antes de ir a abrir, que sería Jack. Nadie ganaba a Parker en eficiencia. Allí estaba él, con una brazada de dalias de un rojo salvaje. Le dio un vuelco el corazón. —Hola, Jack. —Emma. —Jack suspiró—. Emma… me doy cuenta de que es una frivolidad traerte flores para templar los ánimos, pero… —Son preciosas. Gracias. Entra. —Hay muchas cosas que quiero decirte. —Iré a ponerlas en agua. —Emma se volvió de espaldas y fue a la cocina a buscar un jarrón, una mezcla de una solución nutricional para las plantas y unas tijeras de podar—. Sé que quieres hablar conmigo, pero yo necesito decirte algo primero. —De acuerdo. Emma se puso a cortar los tallos bajo el agua. —Primero quiero disculparme. —No digas eso. —En su tono de voz asomó un deje de rabia—. Ni se te ocurra. —Quiero disculparme por mi comportamiento, por lo que te dije. En primer lugar, porque cuando me calmé, me di cuenta de que estabas agotado, malhumorado… y no te encontrabas bien. Y yo, deliberadamente, traspasé los límites. —No quiero que te disculpes, por favor. —Pues voy a hacerlo, o sea que te aguantas. Estaba enfadada porque no me dabas lo que yo quería. —Emma dispuso las flores una a una—. Tendría que haber respetado tus límites y no lo hice. Estuviste muy desagradable, y en eso tuviste tú la culpa, pero yo te presioné, y ahí la culpable fui yo. Sin embargo, lo importante es que nos prometimos que seguiríamos siendo amigos, y yo no mantuve mi promesa. Falté a mi palabra y lo siento. Emma lo miró a los ojos. —Lo lamento mucho, Jack. —De acuerdo. ¿Has terminado? —No del todo. Sigo siendo amiga tuya. Lo que ocurre es que necesito un poco más de tiempo. Para mí es importante que sigamos siendo amigos.

—Emma… —Jack acercó su mano a la de ella, que reposaba sobre la mesa de trabajo, pero Emma la apartó y empezó a arreglar las flores. —Son preciosas de verdad. ¿Dónde las has comprado? —En la tienda de tu mayorista. Les llamé y les supliqué. Les dije que eran para ti. Emma sonrió, pero se zafó de sus caricias. —¿Lo ves? ¿Cómo no vamos a ser amigos si se te ocurren esta clase de cosas? No quiero que haya resquemores entre los dos. Seguimos queriéndonos. Dejemos lo otro al margen. —¿Eso es lo que quieres? —Sí, es lo que quiero. —Muy bien. Supongo que ahora me toca a mí hablar de lo que quiero. Vayamos a pasear. Necesito que me dé el aire antes de empezar. —Claro. —Satisfecha de sí misma, Emma dejó las tijeras y el jarrón. Al salir al exterior, se metió las manos en los bolsillos. Era capaz de enfrentarse a eso, se dijo a sí misma. Lo estaba consiguiendo, y con nota. Pero no podría seguir adelante si él la tocaba. No estaba preparada para eso, todavía no. —Esa noche —empezó a decir Jack—, estaba agotado y cabreado, y además me encontraba mal. Pero llevabas razón en lo que me dijiste. No me había dado cuenta de lo que me estaba pasando. En realidad, no lo sabía. Ignoraba que había levantado un escudo o trazado unos límites. He estado pensando en eso desde entonces, en mis motivos. Y lo único que se me ocurre es la separación de mis padres. Cuando me fui a vivir con mi padre, siempre había cosas de otras mujeres esparcidas en el baño, por todos lados. Me molestaba. Se habían separado, pero… —Se trataba de tus padres. Con razón te sentías molesto. —Nunca superé su divorcio. —Oh, Jack. —Es otro cliché, pero es lo que hay. Era un niño y vivía ajeno a todo eso, y un día… Ellos se amaban y eran felices. Y luego dejaron de amarse, y de ser felices. —No es fácil, eso de cortar por lo sano. —Hablas en boca de la lógica, de la razón. Pero no fue eso lo que sentí. No hace mucho he comprendido que ambos fueron capaces de comportarse civilizadamente, de vivir con alegría y bondad por separado, sin declararse la guerra ni convertirme a mí en una víctima. Y yo tergiversé todo eso y pensé que no era bueno hacer promesas, que no debía construirme un futuro porque los sentimientos pueden cambiar y las relaciones terminan. —Eso es posible. No andas equivocado, pero… —Pero… —la interrumpió Jack—. Déjame hablar, deja que te lo cuente. Pero si no puedes confiar en ti mismo y en tus propios sentimientos, y nunca te arriesgas, ¿de qué te va a servir? Hay un salto, y me imagino que si lo asumes, si decides que ahora es el momento, tienes que decirlo en serio. Y vale más que estés seguro, porque no se trata solo de ti. Ni del momento presente. Tienes que estar convencido para dar ese salto. —Tienes razón. Ahora entiendo mejor por qué las cosas… Bueno, el porqué. —Puede que los dos lo hayamos comprendido. Siento que te encontraras a disgusto en casa. Y siento que creas que traspasaste los límites queriendo obsequiarme. Porque tendría que haber valorado eso. Y

lo valoro —se corrigió—. He estado regando las plantas. —Muy bien. —Fuiste… Oh, te he echado tanto de menos… No recuerdo todas las cosas que pensaba que te iba a decir, ni lo que he ensayado. No lo recuerdo porque te estoy mirando, Emma. Tenías razón. No te valoré lo bastante. Dame otra oportunidad. Por favor, dame otra oportunidad. —Jack, no podemos volver atrás y… —Atrás no, vayamos adelante. —Jack la tomó por el brazo y la atrajo hacia sí hasta que los dos quedaron de frente—. Hacia delante, Emma. Ten piedad de mí. Dame otra oportunidad. No quiero estar con nadie si no es contigo. Necesito… tu luz —dijo Jack acordándose de las palabras de Carter—. Necesito tu corazón y tu risa. Tu cuerpo, tu cerebro. No me apartes de tu lado, Emma. —Si lo retomamos aquí, cuando los dos queramos cosas distintas, cuando necesitemos cosas distintas… no sería justo para ninguno de los dos. No puedo. A Emma se le anegaron los ojos de lágrimas y Jack se acercó todavía más a ella. —Déjame hacerlo, deja que dé el salto, Emma, porque contigo, creo. Contigo no se trata solo del momento, sino del mañana y de todo lo que eso conlleva. Te quiero. Te quiero. Cuando la primera lágrima cayó rodando por la mejilla de Emma, Jack empezó a moverse. —Te quiero. Estoy tan enamorado de ti que no lo veía. No podía verlo porque estaba inmerso en eso. Lo eres todo para mí. Quédate conmigo, Emma, a mi lado. —Estoy contigo. Quiero… ¿Qué estás haciendo? —Bailo contigo. —Jack se llevó la mano de Emma a los labios—. En el jardín, a la luz de la luna. Emma se estremeció de alegría. Y todas las fisuras cicatrizaron. —Jack. —Te estoy diciendo que te quiero. Te estoy pidiendo que compartas tu vida conmigo. —Jack la besó balanceándose y girando sobre sí mismo—. Te estoy pidiendo que me des lo que necesito, lo que quiero, aunque haya tardado mucho en darme cuenta. Te estoy pidiendo que te cases conmigo. —¿Que me case contigo? —Cásate conmigo. —El salto fue fácil, y el aterrizaje suave y certero—. Ven a vivir conmigo. Despiértate a mi lado, planta flores en casa, aunque deberás recordarme que las riegue. Haremos planes y los iremos cambiando con el tiempo. Construiremos un futuro para los dos. Te daré todo lo que tengo, y si necesitas más, lo buscaré y te lo entregaré. Emma oyó el eco de sus propias palabras en el aire perfumado, a la luz de la luna, mientras el hombre al que amaba le hacía girar bailando un vals. —Creo que acabas de hacerlo. Acabas de regalarme un sueño. —Di que sí. —¿Estás seguro? —¿Crees que me conoces bien? Sonriendo, Emma parpadeó para desprenderse de las lágrimas. —Bastante bien. —¿Te pediría que te casaras conmigo si no estuviera seguro? —No. No lo harías. ¿Me conoces bien tú a mí, Jack? —Bastante bien. Emma se acercó a sus labios y paladeó el momento de alegría.

—Entonces ya sabes la respuesta.

Las tres mujeres, cogidas por la cintura, estaban en la terraza del tercer piso, mirándolos. Detrás, la señora Grady suspiraba. Mac sollozó y Parker metió la mano en el bolsillo y sacó un paquete de pañuelos de papel. Le ofreció uno a Mac, otro a Laurel, otro a la señora Grady y ella se quedó con el último. —Qué hermoso… —acertó a decir Mac—. Son guapísimos. Mirad la luz, la pátina plateada de la luz, y la sombra que proyectan las flores, su resplandor, y la silueta de Emma y Jack. —Estás pensando en términos fotográficos —comentó Laurel enjugándose las lágrimas—. Y ahí hay una auténtica historia de amor. —No veo fotografías, sino momentos. Este es el momento de Emma. Su mariposa azul. No deberíamos estar mirando. Si nos ven, lo echaremos todo a perder. —Solo aciertan a verse el uno al otro. —Parker tomó a Mac de la mano, y también a Laurel, y sonrió cuando notó la mano de la señora Grady en su hombro. El momento era tal y como debía ser. Y siguieron observándolos, mientras Emma bailaba en una cálida noche de junio, a la luz de la luna, en el jardín, con el hombre al que amaba.

NORA ROBERTS, Eleanor Marie Robertson, fue la menor de cinco hermanos, la única niña. Fue educada durante un tiempo en una escuela católica antes de casarse muy joven con el Sr. Smith y establecerse en Keedysville, Maryland. Durante un tiempo trabajó como secretaria legal pero permaneció en casa después del nacimiento de sus dos hijos. El matrimonio se divorció. Bajo el seudónimo de J.D. Robb, Robertson también escribe la serie «In Death» de ciencia ficción futurística sobre temas policiacos. Las protagonizan la detective de Nueva York Eve Dallas y su marido Roarke y tienen lugar a mediados del siglo XXI en Nueva York. Las iniciales «J.D.» son de sus hijos, Jason y Dan, mientras que «Robb» es una forma apocopada de Robertson. Sus últimas novelas publicadas en España son Polos opuestos, Siempre hay un mañana, Llamaradas, Emboscada, la tetralogía Cuatro bodas (Álbum de boda, Rosas sin espinas, Sabor a ti y Para siempre) , Colinas negras, la trilogía del Jardín (Dalia azul, Rosa negra y Lirio rojo) , Ángeles caídos, Sola ante el peligro y Admiración.

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